Capítulo
16

Casandra se tumbó al lado de Azrael, respirando de forma irregular y maldiciendo por haber permitido que sus palabras le afectaran. Él, confundido por su repentino cambio de actitud, se incorporó apoyándose sobre un codo.

—¿He dicho algo malo? —le preguntó dubitativo.

Mirándolo en ese momento, Casandra casi podía olvidar que estaba ante el Ángel de la Muerte. Parecía solo un chico inseguro y desconcertado.

—¿Crees que todo esto merece la pena? No me entiendas mal —le explicó Casandra cerrando los ojos para no enfrentarse a su mirada—. Para mí es impensable que no estés a mi lado, pero tú estás arriesgando demasiado por mí.

Notó la mano de Azrael sobre su estómago, dibujando pequeños círculos con la yema de sus dedos y provocando que la piel se le erizara.

—Cualquier riesgo que corra es demasiado pequeño si tú eres la recompensa —afirmó el ángel—. No puedes hacerte una idea de lo que supone para mí tenerte cerca; el simple hecho de que estés aquí tumbada a mi lado…

Azrael no terminó la frase sino que se inclinó para darle un suave beso en los labios. Fue apenas un leve roce, pero el gesto desarmó a Casandra.

—Es más de lo que me he permitido siquiera soñar en toda mi larga existencia —añadió tras besarla—. Lo único que me importa perder en este momento es a ti.

Casandra abrió los ojos y se encontró con los del ángel. En su mirada solo veía adoración y suficiente amor para enfrentarse a cielo e infierno por ella. No había dudas ni mentiras, nada que esconder. Era como mirar su alma desnuda, el alma de un ángel que arriesgaba las alas y la eternidad por estar con ella. Aunque quisiera, nunca podría separarse de él.

Enredó una mano en su pelo y lo atrajo hacia ella, deseando perderse de nuevo en sus cálidos besos. Azrael recorrió con sus manos cada curva de su cuerpo, despertando otra vez sus ansias y haciendo que olvidara por completo todas sus preocupaciones. Pequeños gemidos se escapaban de sus bocas, entremezclándose con el aire cada vez más caldeado de la habitación.

Estaba decidida a llegar hasta al final. Jamás había llegado tan lejos con un chico; apenas había salido con nadie y nunca había sentido la acuciante necesidad de ir más allá que la embargaba en ese momento. Pero mientras besaba a Azrael, su cuerpo reclamaba poder sentirle aún más cerca de ella. Lo deseaba tanto como lo amaba.

Deslizó las manos hasta agarrar el borde de su pantalón y con mano temblorosa desabrochó el primer botón. Azrael buscó su mirada, tomó su mano y besó cada uno de sus dedos. La tranquilizó acariciándola con ternura, como si fuera consciente de que eso era lo que necesitaba. Casandra no olvidaba que todo aquello resultaba nuevo también para él. Según Daniel, nunca se había interesado por nadie y, aunque no estaba del todo segura, dudaba que tuviera más experiencia que ella.

Azrael se irguió para contemplarla. El pelo le caía desordenado tapándole parte de la cara. Casandra lo retiró dejando al descubierto unos chispeantes ojos negros que parecían más vivos que nunca. Era como ver danzar las estrellas en un cielo sin luna, aunque ni siquiera el firmamento más hermoso podría competir con la belleza de su mirada en ese momento. Pero él cerró los ojos, privándole sin saberlo de aquel extraordinario espectáculo.

El ángel frunció el ceño, como si se concentrara, e inclinó la cabeza. Giró sobre su cuerpo y se tumbó al lado de Casandra, exhalando un profundo suspiro que a ella le pareció una terrible señal. La confirmación llegó segundos después con un leve golpeteo en la puerta que precedió a la voz de Daniel.

—¿Azrael?

—Lo sé —contestó él sin moverse de su lado.

Casandra se tapó con la sábana y lo miró expectante, preguntándose si de nuevo iba a tener que marcharse lejos de ella.

—Parte del coro está aquí —le aclaró Azrael—. He tenido que avisarles.

Alivio e inquietud se entremezclaron al escuchar sus palabras.

—No traigo buenas noticias. Definitivamente, vienen a por ti.

Azrael la abrazó con cierta cautela, como si esperase que de un momento a otro le diera un ataque de nervios. Ella, en cambio, se maravilló ante la tranquilidad que le produjo saber que no era él el que estaba en peligro.

—Es magnífico —murmuró sin querer en voz alta.

—¿Magnífico? —Azrael la miró sin comprender—. Deberías como mínimo estar aterrada. Dime que Asmodeo no ha estado convenciéndote en mi ausencia de las bondades del infierno.

—No… no quería decir eso —se excusó rápidamente ella—. Es solo que…

Casandra dejó escapar un suspiro y se removió entre sus brazos tratando de ganar tiempo.

—¿Casie? ¿Hay algo que deba saber? —le preguntó él al ver que se quedaba callada.

—Hablé con Daniel. —Hizo un breve pausa para ordenar sus pensamientos—. Él me contó que pueden castigarte por lo nuestro.

Azrael no pareció inquietarse lo más mínimo, permaneció abrazándola y acariciando su pelo.

—Es una posibilidad.

—Puedes perder las alas —continuó ella.

—Ajá —respondió él escuetamente.

—¿No te inquieta? —insistió ante su pose despreocupada—. Pueden condenarte.

Para su sorpresa, Azrael rio. Su risa fue tan suave que Casandra sintió ganas de besarle.

—Lo sé. No debes preocuparte por eso.

Trató de protestar pero Azrael la besó sin darle tiempo para ello. Se abandonó solo en parte, le resultaba difícil no olvidarse de todo cuando la besaba de aquella forma, con fuerza, apretándola contra su cuerpo y sin darle apenas margen para respirar. A regañadientes, lo empujó para separarlo de ella. Seguía sin comprender que tratara de quitarle importancia al tema.

Azrael se resistió e intentó continuar besándola.

—Pensaba que te gustaban mis besos —bromeó cuando ella imprimió un poco más de fuerza para separarlo.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo?

Azrael resopló ante la insistencia de Casandra.

—Le estás dando demasiada importancia.

—¡Como si no la tuviera! —exclamó ella en respuesta.

—Deja de preocuparte.

—No puedo —se negó.

—Sí que puedes —terció él algo divertido por la rapidez de sus respuestas.

—Tú te preocupas por mí, ¿por qué no iba a hacerlo yo por ti?

—Eres una portadora de almas, es lógico que me preocupe. Y sin ánimo de ofender, yo soy un ángel —contestó él.

—Pero no eres inmortal —afirmó ella.

Azrael se quedó callado un momento, estudiando la expresión seria y preocupada de Casandra.

—¿Qué te ha contado Daniel? —preguntó él frunciendo el ceño.

—Que pueden castigarte por estar conmigo.

—He pasado demasiado tiempo tras las puertas del infierno como para que me preocupe que decidan enviarme allí definitivamente.

—Pero…

Azrael se sentó en la cama, obligando a Casandra a incorporarse también, y tomó su cara entre las manos.

—Lo que importa ahora es tu seguridad. Eso, y que dejes de evitar que te bese —añadió sonriendo de nuevo.

Casandra hubiera querido devolverle la sonrisa, pero a pesar de la tranquilidad que trataba de transmitirle le resultaba imposible resignarse a aceptar que le impusieran ese tipo de castigo.

—Estás arriesgando tu alma por mí.

—Estoy recuperando mi alma gracias a ti —la corrigió él—. Las consecuencias de mis actos, si las hay, las pagaré en su momento. Cada segundo que pase a tu lado será suficiente para soportarlo. No hay nada que ellos puedan hacer para arrebatarme eso.

Casandra se sintió abrumada por la vehemencia con la que hablaba Azrael. Le parecía que si en ese momento estiraba la mano podría palpar el amor que sentía por ella, como si los sentimientos que albergaba en su interior pudieran atravesar su piel y envolverla. Las lágrimas llenaron sus ojos y Azrael fue recogiéndolas una a una mientras se deslizaban por sus mejillas.

—Solo tendrán sobre mí el poder que yo quiera darles. No voy a permitir que me separen de ti.

Ahora más que en ningún otro momento Casandra se reafirmó en su decisión. Por mucho que él no temiera el posible castigo, ella no iba a dejar que alguien capaz de amarla hasta ese punto fuera arrastrado hasta el infierno.

—Me has llamado portadora de almas —comentó Casandra, interesándose por el apelativo que había utilizado para referirse a ella.

No tenía sentido seguir discutiendo con él. Casandra no le haría cambiar de opinión y ella ya había trazado su propio plan. Apoyó la cabeza en su pecho y se dejó acunar por el sonido de su corazón.

—Así es como se conoce a los que, siendo humanos, sois capaces de llevar almas al otro lado —le explicó Azrael—. Suelo controlar a los que tienen dicho poder.

—¿Me vigilabas?

Azrael asintió.

—Desde que eras solo una niña y desarrollaste tu don. En esa época, solo te visitaba de vez en cuando y nunca dejaba que me vieras —le explicó él con ternura y la vista fija en ninguna parte, como si evocara los recuerdos de la niñez de Casandra.

»A partir de la primera vez que fuiste capaz de llegar hasta el túnel, aumenté la frecuencia de mis visitas. Tenías tanto miedo y estabas tan aterrorizada por lo que podías hacer…

Azrael le acariciaba el pelo mientras hablaba, deslizando la mano suavemente por su ondulada melena. Casandra escuchaba con atención, envuelta por la calma que su voz dulce y melodiosa le proporcionaba.

—Así que siempre has estado ahí —afirmó ella, invitándolo a continuar.

—Es parte de mi deber, pero contigo fue… distinto. Tú siempre has sido diferente.

Azrael entrecruzó los dedos de su mano con los de ella y depositó un beso sobre su pelo antes de continuar.

—A pesar de tu miedo, a pesar del dolor y la angustia que tu poder siempre te ha producido, has regresado al túnel en innumerables ocasiones. Has conducido almas hasta el otro lado, acogiendo dentro de ti una parte de ellas sin importarte el precio que tuvieras que pagar por ello.

»Muchos portadores ni siquiera llegan a adentrarse nunca en el túnel —añadió, tras un breve silencio.

Casandra inspiró profundamente, sintiendo que nunca, en toda su vida, la habían comprendido mejor que él. Todo lo que ella hubiera padecido durante su vida, Azrael ya lo había experimentado durante siglos.

—Quería conocerte, quería poder hablar contigo —le confesó él—. Temía acercarme a ti y que descubrieras quién era, y a la vez deseaba con todas mis fuerzas estar a tu lado.

Las plumas de sus alas se erizaron. Casandra alargó la mano y las acarició, descubriendo que su tacto era tan sedoso como parecía. Azrael inclinó la cabeza y cerró los ojos al percibir la caricia.

—Eras tú la figura que vi en el túnel hace solo unos días, ¿no es así? —le pregunto ella, recordando ese detalle.

—Pensé que no me habías visto —alegó Azrael.

—¿Y en la biblioteca? ¿Aquella especie de nube negra?

—Era yo, pensé en hacer una entrada espectacular, pero luego preferí presentarme con una apariencia algo más vulgar.

—Te hubiera dado una patada en el culo —confesó Casandra algo avergonzada.

—Ya, me percaté de ello —aceptó Azrael, y sin necesidad de mirarlo supo que sonreía—. Permite que te diga que eres un poco susceptible.

—Y tú de lo más irritante —se defendió ella.

—Tengo que confesar que hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie. Tu comportamiento resultaba tan adorable que fui incapaz de resistirme a ver cómo reaccionabas a mis ataques.

—Así que te divertías a mi costa —resumió Casandra—. Pues vaya angelito estás hecho; casi consigues que pierda la cabeza.

—Pensaba que estabas loca por mí.

Casandra se incorporó para golpearle con uno de los cojines que había sobre la cama. Azrael esquivó el golpe y la rodeó con los brazos evitando que se moviera.

—Espero que estés loca por mí porque yo lo estoy por ti.

Azrael la besó con furia, rodeando su cintura con los brazos para pegar sus cuerpos y eliminar cualquier pequeña distancia que los separase; como si el deseo que sentía por ella se hubiera desbordado y no pudiera contenerlo. Casandra succionó su labio superior, dejándose llevar también por su pasión. Repasó con sus dedos los tensos músculos de su espalda mientras Azrael se entretenía perfilando con sus besos uno de sus hombros, ascendiendo luego hacia el cuello.

Un leve golpe resonó de nuevo en la puerta. Azrael masculló una maldición poco apropiada para un ángel. Ella se soltó de su cuerpo y se dejó caer sobre la cama. Estaba segura de que Daniel sabía exactamente lo que estaban haciendo, segura de que los interrumpía adrede; no entendía para qué servía si no su maldita telepatía.

—Me esperan —se disculpó el ángel.

Su tono exasperado daba a entender que se sentía igual que ella. La tapó con la sábana que colgaba por un lado de la cama antes de contestar.

—Pasa, Daniel.

—¿Lleva todo el rato esperando detrás de la puerta? —le preguntó Casandra en un susurro mientras la puerta se abría.

—Daniel es… un poco cuadriculado —murmuró él en respuesta.

—Me hago una idea.

Daniel terminó de abrir la puerta y se quedó mirándolos desde el umbral, con manifiesta incomodidad.

—¿Están todos? —le preguntó Azrael sin moverse de la cama.

—Los veinte que mandaste llamar —contestó Daniel.

Mientras hablaban, Azrael deslizó la mano bajo la fina tela con la que se tapaba Casandra hasta llegar a su muslo y comenzó a trazar líneas imaginarias sobre él. Ella rezó por que la oscuridad no le permitiera a Daniel ver su cara, segura de que en ese instante estaba enrojeciendo.

Para ser un ángel tiene las manos muy largas, pensó Casandra.

—Bajaré enseguida —le indicó Azrael conteniendo la risa.

Daniel dio media vuelta y desapareció en el pasillo. Si se había percatado de algo o no, era imposible saberlo. Tan estricto como era, Casandra no creía que pudiera comprender nada de lo que pasaba entre ellos.

—Tengo que irme —le dijo Azrael. A pesar de lo cual se tumbó al lado de ella y continuó acariciándola.

—No pareces tener mucha prisa —bromeó Casandra.

—Llámame insensato, pero la idea de quedarme aquí contigo es bastante más atractiva que presentarme delante de veinte ángeles a los que hace siglos que no veo. No obstante… tengo que hacerlo.

El ángel le dio un beso cálido y dulce, más pausado y tranquilo que los anteriores, pero aun así cargado de intenciones. Se levantó de la cama y fue hasta la puerta, desde donde se volvió para mirarla.

—Descansa un poco, mañana tienes clase.

—Llámame insensata —le citó Casandra sonriendo—, pero la idea de quedarme aquí contigo es bastante más atractiva que asistir a clase. Me parece absurdo ir al instituto cuando me persiguen demonios y mi casa se ha convertido en un hostal para ángeles.

—No obstante —repitió él—, tienes que ir.

Azrael le dedicó una última sonrisa antes de desaparecer siguiendo los pasos de Daniel. Casandra se inclinó y, desde la cama, recogió la camiseta que usaba para dormir. Se la puso antes de mirar el despertador de la mesilla. Eran las dos de la mañana y no tenía ni una pizca de sueño. A pesar de todo, estaba eufórica. Sentía la piel caliente por las caricias de Azrael y dudaba de que fuera a ser capaz de quedarse dormida.

Salió disparada e irrumpió en la habitación de invitados sin molestarse en llamar. Lena dormía y ni siquiera se dio cuenta de su precipitada entrada hasta que saltó sobre su cama. Su prima se despertó gruñendo incoherencias. Cuando se dio cuenta de la presencia de Casandra metió la cabeza bajo la almohada, no sin antes fulminarla con la mirada.

—Dime que todos los demonios del infierno están rodeando la casa y por eso me has despertado —le espetó Lena somnolienta. Su voz sonó ahogada contra el colchón.

—En realidad tenemos la casa llena de ángeles —la contradijo ella—. No puedo dormir —añadió haciendo un puchero, tratando de ganarse su perdón por haberla despertado de aquella forma.

Lena alzó la cabeza para mirarla y ver si se estaba burlando de ella.

—Bromeas.

Casandra negó con la cabeza. Se sentía extrañamente feliz a pesar de todo lo que estaba ocurriendo y comprendió que, pasase lo que pasase, conocer a Azrael era lo mejor que le había sucedido nunca. Por una vez, su don resultaba de verdad un don y no una maldición.

—Azrael ha llamado a veinte ángeles de su ejército.

—¿Habéis estado metiéndoos mano? —le preguntó Lena, alzando ligeramente las cejas—. Porque tienes esa cara bobalicona que se nos pone a todas cuando el chico que nos mola se pone cariñoso.

—¿Soy imbécil, verdad? —replicó sin darle una repuesta—. Es decir, estoy metida en este lío y lo más probable es que todo acabe terriblemente mal, pero no puedo evitar sentirme bien cuando estoy con él.

Lena la cogió de la mano y se la apretó en señal de que entendía perfectamente que se sintiera feliz. Era una persona demasiado optimista para dejarse amedrentar por algo que todavía no había ocurrido.

—Disfruta de lo que tienes —le dijo tras un momento—. No hay más que ver cómo te mira para darse cuenta de que está dispuesto a cualquier cosa por estar a tu lado. Es más de lo que muchas personas tendrán en toda su vida. Ya veremos cómo solucionamos lo demás.

Se quedaron un momento en silencio, cada una perdida en sus propios pensamientos. Casandra sabía que su prima tenía razón. Amaba tanto a Azrael que pensar en que pudiera sucederle algo la volvía loca de dolor. Llegado el momento, sacrificaría su vida y su alma por protegerle y alejarle de cualquier represalia que los suyos decidieran tomar contra él. También era consciente de que él estaba dispuesto a entregarlo todo por ella. Mientras cielo e infierno no los alcanzaran, iba a disfrutar de cada uno de los momentos que pasara a su lado.

—¿Por qué Daniel es tan diferente de Azrael? —le preguntó su prima de forma distraída.

—Supongo que porque él hace mucho tiempo que decidió vivir entre humanos y Daniel ha pasado toda su existencia alejado de ellos —aventuró Casandra—. Azrael ha padecido el sufrimiento de cada alma que ha llevado al otro lado, y eso en cierta forma debe haberle marcado.

—Le amas —afirmó Lena.

—Empiezo a creer que decir eso es quedarse corto.

—Que dramática te pones cuando quieres —se burló su prima.

Casandra la pellizcó y su prima se quejó exageradamente.

Se quedaron tumbadas en la cama, una junto a otra, tapándose con un grueso edredón naranja que su madre había comprado en uno de los mercadillos a los que solía acudir con frecuencia. Continuaron charlando durante un rato. Hablaron de Daniel, de Azrael e incluso del irritante Asmodeo. Su prima le confesó que, a pesar de que el demonio resultaba inquietante, tenía su encanto. Ella, a su vez, le recomendó encarecidamente que se mantuviera alejada de él. Le enseñó las cicatrices de su espalda, y aun así no consiguió que Lena mostrara algo más de respeto por el lujurioso demonio que ocupaba su sillón.

Cuando ya apenas podían mantener los ojos abiertos, Casandra regresó a su habitación y se metió en la cama para descansar un rato. En apenas unas horas tendría que levantarse para ir a clase y lidiar con lo que quiera que le deparara el nuevo día.