Capítulo
15

Casandra regresó despacio hasta el salón, tomándose tiempo suficiente para tranquilizarse e intentar borrar de su cara las huellas que había dejado el llanto. Lena y Daniel compartían el sillón pero ambos actuaban como si el otro no estuviera sentado a pocos metros. Mientras bajaba la escalera no había oído ninguna voz y había esperado encontrar el salón vacío. Pero allí estaban, sentados juntos y sin mirarse.

La luz que entraba por el ventanal del salón, filtrada por la delicada cortina blanca, incidía sobre el rostro de ambos, dándoles un aspecto casi místico. El pelo negro de su prima emitía destellos de un tono azulado, mientras que el de Daniel relucía como si estuviera bañado en oro. Y si la cara de Lena reflejaba una clara preocupación, la del ángel transmitía serenidad. Casandra envidió su templanza, era una de las cualidades que ella nunca había tenido.

Lena se puso de pie en cuanto se percató de su presencia.

—¿Estás bien? —le preguntó su prima. Cogió de la mano a Casandra y le dio un cariñoso apretón.

Daniel debía de haberle contado a Lena al menos una parte de la conversación que habían mantenido mientras estaba en la ducha. Casandra asintió y cruzó una mirada con el ángel. Quizás se arrepintiera de haber sido tan sincero con ella, pero Casandra no podía más que agradecerle que le hubiera contado todo lo que ahora sabía.

—Ha llamado tu madre —la informó Lena—. Ha dicho que se le ha complicado el viaje. Parece que el autor de las obras no termina de decidir qué quiere exponer y va a tener que quedarse uno o dos días más. Ha sugerido que te quedes en mi casa.

—Me quedo aquí —respondió Casandra de forma tajante—. No quiero poner en peligro también a tus padres.

—¿De verdad estás bien? —insistió Lena—. Tu aura…

Casandra hizo una mueca que persuadió a su prima de continuar con la frase.

—Vale, ¿cuál es el plan? —terció Lena.

Daniel se giró hacia ella, de nuevo interesado en la conversación.

—¿Plan?

—Sí, ¿qué pasa? ¿Nos vamos a quedar sentados aquí sin hacer nada?

—Sí —le contestó él con su acostumbrado gesto sereno.

—Pues vaya mierda de plan.

—No empieces —la reprendió Casandra—. Azrael no puede tardar, veremos qué ha logrado descubrir.

Casandra deseó tener razón y que él se materializase en ese momento en la habitación. Se sentó en el sillón fingiendo una tranquilidad y una despreocupación que ni de lejos sentía. Era bastante probable que Lena se percatara de que tramaba algo, pero no había nada que ella pudiera hacer al respecto.

Mientras ella le daba vueltas a cómo enfocar las preguntas que necesitaba hacerle a Daniel, este se puso repentinamente de pie. Le pareció que murmuraba algo sobre las guardas de la casa, aunque ni siquiera le dio tiempo a pensar en lo que significaba.

Casandra tuvo que protegerse los ojos con la mano cuando un fogonazo de luz la cegó momentáneamente. Parpadeó varias veces para recuperar del todo la visión. Daniel se encontraba en mitad de la sala con las alas totalmente desplegadas. Las suyas, al contrario que las de Azrael, eran blancas; de un blanco tan puro que molestaba a la vista. El aire a su alrededor brillaba, envolviéndolo en un halo luminoso.

—¿Qué demonios…? —exclamó Casandra sorprendida.

—Ese soy yo.

Asmodeo se encontraba apoyado en la puerta principal, que ni siquiera estaba abierta. Impecablemente vestido con una camisa gris oscuro y unos pantalones negros, y con el pelo mojado y peinado hacia atrás. Su porte aristocrático acompañaba a la perfección a la media sonrisa que lucía con indiferencia, como si no acabara de aparecer de la nada.

Daniel le observaba con desprecio, manteniendo su cuerpo entre él y las dos chicas. Lena, asombrada, miraba las alas con los ojos abiertos como platos; Casandra sabía exactamente cómo se sentía.

—¡Oh, vamos! ¿Te importaría guardar tus alitas? —se burló Asmodeo—. Los ángeles tenéis la fea costumbre de sacar a relucir vuestros atributos enseguida.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Daniel, sin moverse ni variar lo más mínimo su postura. Su rostro no parecía el de un niño como momentos antes. Su expresión era gélida e incluso algo salvaje.

Ángel y demonio. Casi podía palparse el odio que ambos se profesaban. La aparente postura despreocupada de Asmodeo no engañaba a Casandra, se sentía tan preparado para una pelea como lo estaba el ángel. El demonio se cruzó de brazos, esperando a que Daniel plegara las alas.

—Yo también puedo sacar toda mi parafernalia demoníaca si eso te hace sentir mejor —comentó Asmodeo, y algo oscuro atravesó su mirada.

Casandra no quería saber a qué se refería, ya le ponía bastante nerviosa en su forma humana.

—Responde a mi pregunta —insistió Daniel.

—Guarda las alas, niñato —le exigió Asmodeo—. No he venido a pelear.

—Daniel, por favor —le rogó ella. Si el demonio estaba allí lo más probable era que hubiera sido enviado por Azrael.

Las palabras de Casandra surtieron efecto y el ángel replegó las alas sobre la espalda. Segundos más tarde ya no estaban allí. Con todo, se mantuvo entre el demonio y ellas, reacio a confiar en él.

—¿Y bien? —lo interrogó de nuevo el ángel.

—Me envía Azrael —explicó Asmodeo de mala gana—. Ni siquiera sé por qué le hago caso, así que procura no ponerme las cosas más difíciles —le indicó, avanzando por el salón hasta dejarse caer en una de las butacas.

»Lo tienes crudo preciosa —añadió una vez sentado, dirigiéndose a Casandra.

—¿Le has visto? ¿Está bien? —preguntó ella, deseosa de tener alguna noticia de su paradero.

—Por lo que veo, no mejor que tú.

Asmodeo le lanzó una mirada lasciva. Casandra hizo como si no se hubiera percatado de ello.

—¿Está bien? —repitió con paciencia.

—Por ahora —contestó con una media sonrisa—. Mañana, quién sabe.

—No hay necesidad de asustarlas —le reprochó Daniel.

Lena, que hasta ahora había permanecido callada, salió de su trance.

—Deja de fanfarronear de una vez. Si vas a contarnos algo de utilidad, dilo ya, y si no, cállate.

El demonio trasladó su atención de Casandra a Lena, que le mantuvo la mirada sin pestañear siquiera. Casandra puso los ojos en blanco y no escondió su exasperación al hablarle.

—¿Te importaría dejar de mirarnos como si solo fuéramos un trozo de carne?

—Viene con el pack, preciosa —contestó con socarronería a la vez que le guiñaba un ojo.

Casandra abrió la boca para replicar pero Asmodeo se le adelantó.

—Te buscan. Básicamente, quieren condenar tu alma para hacerte luego su esclava, ya sabes. —Hizo un ademán con la mano, como si lo que le estaba contando fuera lo más natural del mundo, aunque quizás en su mundo sí lo era—. Azrael va a tener que ofrecerles algo realmente suculento para que te dejen en paz.

—¿Cómo de interesados están en mí? —preguntó Casandra, aprovechándose del rumbo que tomaba la conversación. Necesitaba saber ciertas cosas si quería llevar a cabo su plan.

—No creo que lo dejen correr así como así, no se trata solo de lo que puedes hacer por ellos. Durante siglos, Azrael ha estado robando almas que nos pertenecían. Ahora tienen la oportunidad de vengarse de él.

Asmodeo sonreía en todo momento. No es que fuera ajeno a lo que implicaban sus palabras para Casandra, más bien le resultaba divertido todo el lío en el que ella se había metido. Daniel, por el contrario, apretaba la mandíbula y los puños, sin molestarse en esconder la animosidad que sentía por él. Y eso que el ángel se había mostrado bastante inexpresivo hasta ahora.

Bueno, al menos parece que tiene sentimientos. Sean del tipo de que sean, pensó Casandra.

—Daniel —lo llamó Casandra, volviéndose para mirarle—. ¿Cómo de interesados están los tuyos en que yo no caiga en malas manos?

Asmodeo resopló al escuchar cómo se refería a los demonios. El ángel desvió su vista hacia ella.

—Azrael no permitirá…

—No me refiero a él —le cortó ella.

Daniel permaneció callado, observándola en silencio, lo que la impacientó aun más. Pero no podía permitirse el lujo de presionarlo y que terminara por no contarle nada. Esperó hasta que finalmente fue Asmodeo quien contestó a su pregunta.

—Estoy seguro de que por una vez sus intereses coinciden con los nuestros.

A continuación se acomodó más en el asiento y enarcó una ceja mirando a Daniel, retándole a que le contradijera.

—No voy a hablar delante de él. —El ángel escupió las palabras una a una, sin dejar de mirarlo.

—¡Ah, los ángeles! Siempre tan desconfiados. Luego los malos somos nosotros —se mofó Asmodeo.

—Este tío me gusta —bromeó Lena, señalando al demonio.

Casandra no fue capaz de saber si hablaba en serio. Aunque conociendo a su prima era probable que acabara llevándose bien con él. Era capaz de llevarse bien con cualquiera, excepto, al parecer, con Daniel.

—¿Daniel? —lo reclamó de nuevo, esperando que diera su brazo a torcer.

El ángel pareció dudar un poco más, pero terminó por ceder a su petición.

—Bastante interesados. Antes todo era distinto… en cambio ahora… —Hizo una pausa antes de continuar—. No podemos permitir que se lleven más almas. Desequilibraría demasiado la balanza.

—Querrás decir que la igualaríamos —terció Asmodeo.

—Digo lo que quiero decir.

—Dices gilipolleces —le contradijo el demonio.

Las miradas de Casandra y Lena iban y venían de uno a otro.

—¡Basta! —atajó ella.

Era perfecto, tal y como Casandra había pensado. Los demonios la buscaban, pero los ángeles no podían permitir que se salieran con la suya.

—Qué más da, preciosa. No es de ellos de quienes deberías preocuparte —comentó Asmodeo, interrumpiendo sus pensamientos con su ya acostumbrada arrogancia.

—Es bueno saber que ellos —dijo Lena refiriéndose a los ángeles— no dejarán que te pase nada.

—No van a enterarse de nada. No será necesario. —Daniel torció la cabeza mientras la miraba.

—¿Y si se enterasen? ¿Y si alguien se lo dijera? —continuó Casandra.

—Si se enterasen… —Asmodeo rompió a reír a carcajadas en mitad de la frase—. Preciosa, no sé exactamente en qué estás pensando, pero yo que tú tendría cuidado o terminarás por provocar una guerra.

No parecía que la idea de una batalla entre el bien y el mal disgustara demasiado al demonio. Casandra se preguntó si el otro bando también estaría tan predispuesto para la lucha.

—No voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo castigan a Azrael solo por ser capaz de sentir amor.

—Estás entrando en un juego peligroso, las apuestas aquí son demasiado altas para una simple mortal —le advirtió Asmodeo. Viniendo de él, el aviso resultaba escalofriante.

—No subestimes la capacidad de amar de su raza —terció el ángel.

—No lo hago. La historia está repleta de guerras iniciadas por el simple amor de dos mortales, es por eso por lo que lo digo. Lo suyo ni siquiera es un pareja normal.

Daniel dirigió su atención a ella. Desaparecida la rabia que hasta ese instante velaba su rostro, quedó de nuevo solo su cara infantil con una mirada suplicante en los ojos.

—Ten fe, Casandra. No tomes decisiones precipitadas.

—¿Fe? ¿Fe en tu Dios? ¿Por qué habría de tener fe en Él? —se revolvió ella con rabia—. Cada día muere gente, hay asesinatos, violaciones, guerras, hambre… niños mueren por todo el mundo. ¿Qué hace Él mientras tanto? ¿Observarnos? ¿Esperar?

»Azrael lleva siglos y siglos descendiendo al infierno para salvar almas sin importarle en lo que ha tenido que convertirse para ello, y cuando encuentra algo de consuelo ¿qué va a recibir a cambio? Una condena eterna —concluyó—. ¿Y me pides que tenga fe?

Asmodeo la miraba fijamente, sin restos de arrogancia o burla en su expresión. Lena asentía ante su arenga.

Daniel agachó la cabeza, avergonzado por las palabras de Casandra. Esta hervía de rabia y determinación. Puede que su idea fuera arriesgada, puede que provocara una guerra, pero al menos ella estaba haciendo algo al respecto.

—Los males de tu mundo no son culpa nuestra —se defendió el ángel—. Libre albedrío, ¿recuerdas?

—Esa ha sido siempre vuestra mejor excusa, el libre albedrío. Pues con toda la libertad de la que dispongo he decidido luchar por lo que quiero, y ni tú ni un ejército de ángeles o demonios me lo va a impedir.

Todos guardaron silencio tras sus palabras aun cuando el eco de su última afirmación parecía repetirse una y otra vez. Casandra apartó la vista y se acercó a la ventana para tratar de tranquilizarse y recobrar al menos en parte la compostura.

Contempló la niebla que poco a poco iba descendiendo en torno a los edificios, rodeándolos con suavidad. Recordó sin querer la sensación que le producían las alas de Azrael en torno a su cuerpo, la caricia de cada una de sus plumas sobre la piel. No pudo evitar suspirar deseando una vez más que él estuviera a su lado.

Permaneció un rato con la vista perdida en la oscuridad cada vez más intensa que se adueñaba del cielo, a pesar de que no era más que mediodía.

—¿Qué piensas hacer? —oyó que le preguntaba Lena a su espalda.

—Chantajear al cielo —afirmó ella sin dudar.

Tal y como Casandra esperaba, aunque no por ello la irritó menos, Asmodeo rio a carcajadas.

—¿Qué quieres decir? —la interrogó el ángel.

Alitas, estás un poco lento —se burló Asmodeo—. Esa mente bondadosa tuya no te deja pensar con claridad.

Casandra oyó que Lena trataba de contener la risa, y ella misma sonrió ante el mote que el demonio había escogido para ridiculizar a Daniel.

—Va a solicitar inmunidad a cambio de no entregarse a los demonios —añadió Asmodeo, adivinando las intenciones de Casandra—. ¿No es así, preciosa?

—A grandes rasgos, sí —confirmó ella.

Se giró para enfrentarse a sus miradas, no iba a esconderse de ellos. No tenía nada que ocultar ni nada de lo que avergonzarse.

—Esta chica me gusta cada vez más —afirmó el demonio señalando a Casandra—. Si alguna vez te cansas de Azrael no dejes de llamarme. No te preocupes, tú también puedes llamarme —añadió, dirigiéndose a Lena.

—Deja de soñar —replicó esta.

Lena no sonreía. Casandra no sabía hasta qué punto podía contar con su aprobación, pero esperaba que al menos lo entendiera. Lena mejor que nadie sabía lo que su don había hecho de ella, la angustia que le había provocado durante todos estos años. Si alguien era capaz de comprender su lucha, esa era ella.

—Pero si no aceptan —le dijo Daniel, haciendo caso omiso a los comentarios de Asmodeo—, ¿sabes a lo que te expones?

—Mi vida no vale nada al lado de la de Azrael. Es su inmunidad lo que quiero.

—Tu condena será eterna —indicó el ángel—. Y no solo la tuya, sino la de las almas que te obliguen a llevarles.

Casandra había sopesado esa posibilidad. Si lo que buscaban de ella era que les proporcionara almas, entregándose al mal arrastraría a más gente con ella. Pero si todo salía mal y finalmente tenía que descender al infierno, contaba con un as en la manga para impedir que su don les resultase útil. Esta era su guerra y no pensaba sentenciar a nadie más a ese terrible sufrimiento.

—También he pensado en eso.

—¿Y cómo piensas evitarlo? —exigió saber Daniel, alzando las manos para dejar claro que todo aquello le parecía una locura—. Te obligarán. Da igual lo fuerte que pienses que eres y la voluntad que tengas de resistir. Acabarás por hacer lo que ellos quieran.

—En eso lleva razón Alitas —corroboró Asmodeo.

Casandra no contestó. No pensaba contarles esa parte del plan.

—¿Casandra? —insistió Daniel ante su silencio.

Ella negó con la cabeza, dándoles a entender que no iría más allá en sus explicaciones. Sabían lo que necesitaban saber, nada más.

—Da igual, Azrael no lo permitirá —puntualizó el ángel, cruzándose de brazos de un modo que a Casandra le pareció infantil—. Es una locura.

—Él no va a enterarse de esta conversación, ninguno va a decirle nada.

Si de algo estaba segura Casandra era de que Azrael no le permitiría arriesgarse de ese modo.

—Pues llegas tarde, preciosa —la informó el demonio—, porque tienen esa especie de radio interna por la que no dejan de cotorrear.

—¿Puedes comunicarte con él? ¿Por qué no lo has dicho antes? —lo interrogó Casandra, acercándose más a Daniel.

El ángel avanzó esquivándola y fue a sentarse en el mismo sillón en el que se encontraba su prima, que permanecía callada asumiendo sus planes.

—No puedo comunicarme con él ahora —admitió Daniel—. Mis pensamientos no pueden atravesar las puertas del inframundo. En cuanto salga de allí…

El ángel no terminó la frase. Pero ella sabía que en cuanto Azrael estuviera a su alcance le contaría su arriesgada idea.

—No le dirás nada, no quiero que lo sepa. Esperaremos para saber qué es lo que ha averiguado y luego, si es necesario, continuaré adelante para ponerle a salvo. Y si sabes lo que te conviene —añadió Casandra señalándolo— no dirás una sola palabra. ¿A quién prefieres condenar? ¿A él o a mí?

Daniel apretó los dientes ante la elección que Casandra le proponía. Esta casi podía ver a través de sus ojos la lucha que se libraba en su interior. Su lealtad a Azrael estaba más allá de toda duda. Era parte de su coro y jamás le traicionaría. Por otro lado estaba ella, solo una humana a la que acababa de conocer. Casandra contaba con que, a pesar de su aparente frialdad, Daniel antepusiera la seguridad de Azrael a la suya.

El ángel se pasó la mano por la cara en un gesto tan humano que la conmovió. Casandra desvió la mirada para darle algo de intimidad. Saltaba a la vista que trataba de poner orden en sus ideas y no quería llevarlo más al límite, consciente de que si después de todo decidía contárselo a Azrael, este trataría por todos los medios de detenerla.

—Casie, ¿lo has pensado bien? —la interrogó Lena.

Casandra suspiró y asintió lentamente. Su prima le mantuvo la mirada, buscando en ella posibles dudas, tratando de encontrar una fisura que resquebrajase su firmeza. No pareció encontrarla porque momentos después se levantó y se acercó para abrazarla.

—Te apoyaré hagas lo que hagas, pero no me dejes al margen. Si hay algo que pueda hacer… —le susurró con la cabeza apoyada en su hombro.

Casandra se sintió arropada por la dulzura de su gesto. Se permitió no pensar en nada de lo que estaba ocurriendo mientras disfrutaba del cariño profundo e incondicional que desprendía su prima. No podía decirle que si las cosas empeoraban pensaba separarse de ella. No porque no la quisiera a su lado, sino porque no podría perdonarse a sí misma si le pasaba algo.

Gothic

El resto de la tarde pasó para ella en medio de una especie de sopor del que ni siquiera las continuas peleas de Asmodeo y Daniel pudieron sacarla. Su prima no dejaba de meter cizaña. Admiraba su capacidad para sacar siempre algo bueno de todo lo que le ocurría. Allí estaba, metiéndose en medio de dos seres cuyos linajes llevaban enfrentados prácticamente desde que el mundo era mundo, y además se lo estaba pasando increíblemente bien. Se alegraba de que por lo menos ella disfrutara de la peculiar compañía.

Daniel, por su parte, aguantaba estoicamente las burlas del demonio. Al menos había que reconocerle que tenía paciencia. No había vuelto a mencionar nada al respecto de la conversación que habían mantenido, ni siquiera para contarle a Casandra si pensaba poner al tanto a Azrael cuando consiguiera comunicarse con él. Ella esperaba que fuera señal de que no iba a decirle nada, aunque más de una vez se percató de que rehuía su mirada.

El demonio, por el contrario, parecía dispuesto a guardar silencio. Casandra no podía discernir si era porque sus argumentos le habían convencido o bien porque creía que su proceder desataría una guerra en la que se moría por participar. Ni siquiera entendía del todo qué podía haberle prometido Azrael para que estuviera allí con ellos y casi prefería no saberlo, aunque con toda seguridad sería un motivo más a añadir a la lista de normas infringidas.

Para cuando llegó la hora de la cena parecían un grupo de amigos que se hubieran reunido para tomar unas pizzas y pasar el rato juntos. Incluso Daniel daba la sensación de que estaba más relajado. Se habían sentado en el salón, repartidos entre el sillón y el sofá, y para su sorpresa todos comieron. Casandra lamentó no haberles ofrecido nada de comer antes a Daniel y a Asmodeo. La televisión sonaba de fondo, aunque nadie le prestaba especial atención. Lo cotidiano de la escena resultaba casi ridículo.

Casandra trataba de no perder el hilo de la conversación, pero se sentía intranquila por la larga ausencia de Azrael. Había pensando que a estas alturas ya estaría de vuelta, pero quería creer que su tardanza no indicaba que las cosas fueran mal. En algunos momentos le pareció que Daniel se distraía, quedándose en silencio sin mirar a nadie en concreto, y se preguntó si estaría hablando con algún otro ángel a través de esa especie de telepatía que Asmodeo había mencionado.

En otras circunstancias puede que Casandra hubiera disfrutado de la extraña reunión. A pesar de su don, de que en su familia fueran plenamente conscientes de que no todo se acababa al morir, no eran estrictamente creyentes. Nunca se habían planteado realmente que existiera el cielo como tal, que los ángeles vivieran en él y que hubiera también un aterrador infierno. Su familia creía en una especie de paraíso donde reencontrarnos con nuestros seres queridos, sin criaturas que lucharan entre ellas por hacerse con sus almas o sin un Dios cuya palabra fuera ley. Y sin embargo, tenía sentada a su mesa la prueba viviente de que tanto cielo como infierno eran reales.

Cuando llegó la hora de dormir, Casandra se planteó qué hacer para evitar que los invitados no terminaran matándose durante la noche. Pero Asmodeo aseguró que permanecería en el salón, mientras Lena y Daniel volverían a compartir habitación. Casandra le sugirió a su prima que echara el pestillo antes de meterse en la cama, aun cuando lo más probable era que una simple cerradura no detuviera al demonio si se le ocurría hacerles una visita nocturna. De todas formas, ella se encerró también en su dormitorio, no sin antes asegurarse de que Daniel seguía sin tener noticias de Azrael.

Casandra había detenido al ángel justo antes de que entrara en la habitación de invitados. Alargó la mano y lo asió por el brazo de forma inconsciente, ya que no parecía que Daniel estuviera muy dispuesto a hablar con ella.

—¿Sabes algo de él?

Él negó con la cabeza en un gesto que a ella se le antojó sombrío y luego desvió la mirada hacia la mano de Casandra, que se cerraba en torno a su antebrazo. Lo dejó ir.

Una vez en su habitación, corrió las cortinas y se vistió con una vieja camiseta que usaba a menudo para dormir. Se cepilló los dientes con gesto ausente, sin prestar demasiada atención a lo que hacía. Puso algo de música en el reproductor, bajando el volumen al mínimo para no molestar a los demás, y se tumbó en la cama a sabiendas de que el sueño tardaría en llegarle.

No había salido de casa en todo el día y tampoco había hecho grandes esfuerzos, pero su mente había sobrepasado el límite del cansancio para entrar en el terreno del puro agotamiento. Y a pesar de ello estaba totalmente despejada. Su cabeza bullía con imágenes de Azrael y de las posibles consecuencias de su decisión. Deseaba que no fuera necesario llegar a tal extremo, pero tenía claro que, si algo amenazaba a Azrael, ella no dudaría un instante en ofrecerse como moneda de cambio.

Mientras daba vueltas en la cama pensaba también en su madre. Era el único motivo que hacía tambalearse su plan. Casandra no quería que sufriese, pero no veía manera alguna de ahorrarle el dolor que supondría su desaparición. Si todo salía mal y ella acababa en el infierno, temía que Valeria cayera en la locura. Había perdido a su madre y a su marido, perder también a su hija resultaría el golpe definitivo. Quizás hubiera algo que Azrael o Daniel pudieran hacer al respecto llegado el caso. Tal vez ellos encontraran la manera de suavizar su agonía.

Se giró por enésima vez hacia la ventana, tratando de encontrar una postura más cómoda. Cuanto más intentaba atraer al sueño, más despierta se sentía. Se rindió y decidió bajar a la cocina y prepararse una infusión; al menos así no continuaría retorciéndose entre las sábanas.

Descorrió el pestillo y salió al oscuro pasillo descalza. La puerta de la habitación donde dormían Lena y Daniel estaba cerrada, aunque pudo ver un leve resplandor por debajo. Dirigió sus pasos sigilosamente hasta las escaleras, para evitar que quien fuera de los dos que estuviera aún despierto la oyera.

Al llegar al salón se encontró con Asmodeo tirado sobre el sofá e igual de despierto que ella.

—¿Es que no duerme nadie en esta casa? —se lamentó Casandra en voz alta.

—Dormir es aburrido, preciosa. Siempre hay algo interesante que hacer —le respondió este mientras se incorporaba.

—Lo de estar tirado en la oscuridad parece muy interesante.

Asmodeo ignoró su sarcasmo y con un gesto la invitó a sentarse a su lado. Casandra se derrumbó en el asiento sin dejar de mirarlo. Él esperó a que se acomodara para continuar hablando.

—¿Qué tal tu espalda?

—Bien —respondió ella frunciendo el ceño, sin saber muy bien a qué se refería—. ¿Por qué lo preguntas?

—Tuvimos un pequeño encontronazo que tú no recuerdas. Nada grave —añadió el demonio al ver la incertidumbre con la que le miraba—. Supongo que no me dejarías echar un vistazo.

Lo fulminó con la mirada antes de levantarse e ir hasta el espejo de la entrada. Encendió una pequeña lámpara para poder observar su espalda. Pudo ver perfectamente cinco líneas rosadas en la parte baja, como si se tratasen de antiguas heridas ya cicatrizadas. Dejando la luz encendida fue a sentarse de nuevo.

—¿Tú me hiciste eso?

Hubiera querido sonar enfadada, pero apenas consiguió tal efecto. Por contra, su voz dejaba claro el agotamiento que sentía.

—Un terrible accidente —se disculpó el demonio, pero no había arrepentimiento en su voz—. Aunque veo que Azrael lo ha arreglado bastante bien y apenas se nota.

—Prefiero no saber cómo sucedió. No sé si mi mente puede asimilar más información por hoy —señaló Casandra—. Me enfadaría si me quedaran fuerzas para ello.

—Tienes mucho valor o eres realmente estúpida —comentó Asmodeo, elevando una de las comisuras de la boca—. Aún no lo tengo decidido. Sin embargo he de decirte que durante mi existencia pocas veces he visto a nadie tentar de esta forma al destino.

—¿Por qué nos ayudas?

Casandra seguía sin poder entender qué sacaba el demonio de todo aquello. No olvidaba quién era y que si estaba allí era porque iba a ganar algo protegiéndola.

—Aún no he decidido ayudarte, estoy aquí para ver qué pasa. Como humana te has ganado mi respeto. Pero no te emociones demasiado, los demonios carecemos de sentido de la lealtad y el respeto es algo que va y viene, según nuestros intereses.

No pasó por alto que Asmodeo había acortado ligeramente la distancia que los separaba y que de vez en cuando lanzaba fugaces miradas a sus piernas. En respuesta ella se removió en el asiento, pegándose al reposabrazos que quedaba a su espalda.

—Así que lo que en realidad te interesa es tener la oportunidad de dar caña a unos cuantos ángeles —concluyó ella.

—Eso siempre es un aliciente —admitió con malicia—, aunque hace mucho que deseché la idea de la venganza. Hay alguien fuera.

En un primer momento Casandra no entendió lo que quería decir el demonio, y no se dio cuenta sobre qué hablaba hasta que le vio levantarse e ir hasta una de las ventanas. Se acercó a él y contempló la calle, sin ser capaz de descubrir nada anormal. Las farolas estaban encendidas, así como la luz que alumbraba la entrada de la casa, pero había multitud de sombras en las que cualquiera podría esconderse.

Algo se movió entre los árboles del jardín del vecino. Tanto Asmodeo como Casandra se inclinaron pegando la cara al cristal, pero ninguno de los dos pudo distinguir nada. El vaho de sus alientos empañó el vidrio con rapidez.

Casandra dio un grito cuando oyó la voz de Daniel a sus espaldas.

—Es Azrael —le informó el ángel desde lo alto de las escaleras.

Casandra no perdió ni un segundo. Fue directa a la puerta principal, la abrió de par en par y salió corriendo al porche. Las baldosas de la entrada estaban casi heladas, pero ignoró el frío y se aventuró escalones abajo en busca de Azrael. Cuando este salió de entre las sombras y se acercó hasta ella, su corazón se aceleró de tal forma que pensó que terminaría por explotarle en el pecho. Pudo sentir de nuevo cómo era empujada hacia él e incluso cómo su piel se calentaba al instante a pesar de la baja temperatura.

Él levantó la mano y paseó los dedos por su rostro, acariciando sus pómulos, el mentón y finalmente sus labios. Sus ojos, por norma general oscuros, brillaban con una luz distinta, atravesándola con tal intensidad que no se atrevió a decir nada. Quería disfrutar ese momento, el instante antes de que él le contara lo que había descubierto. Puede que lo que fuera a decirle lo cambiara todo, puede que solo le sonriera y le contara aliviado que no había nada de qué preocuparse. Pero eso sería después, cuando ella se hubiera llenado los ojos con sus miradas y los oídos con los latidos de su corazón.

—No imaginas cuánto te he echado de menos —le susurró él, estrechándola entre sus brazos.

Casandra le tapó la boca con una mano impidiéndole decir una palabra más. Decidida a disfrutar al menos durante unas horas de su feliz ignorancia lo tomó de la mano y lo arrastró al interior de la casa. Al pasar junto a Asmodeo, que había contemplado la escena desde la puerta, este les dedicó una pícara sonrisa.

—¿Puedo mirar? —preguntó con sorna el demonio al ver que se dirigían al piso superior.

Azrael le lanzó una mirada de advertencia, pero Casandra tiró de él sin darle opción a que le respondiera.

Al llegar a la habitación, ella se contuvo a duras penas el tiempo suficiente para cerrar la puerta. Se tiró en sus brazos disfrutando del familiar contacto de su piel y, al besarle, notó cómo las lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas. Él le devolvió el beso con idéntica pasión mientras sus manos no dejaban de acariciarla. Casandra volvió a descubrir una vez más la sensación de plenitud que la embargaba en su presencia, llenándola por completo.

Era consciente de que había algo desesperado en las caricias de Azrael, al igual que en la ansiedad de sus propios besos. Rechazó cualquier idea que amenazara con interrumpir su reencuentro y continuó deleitándose con el placer que le proporcionaba perderse en sus labios.

Cuando sus lenguas se unieron, no pudo retener el gemido que escapó de su boca. Las manos del ángel se colaron bajo su camiseta para acariciarle la espalda, cargadas del mismo deseo que acechaba bajo su piel.

Ansiosa por sentirle aún más cerca, tiró de su camiseta para dejar al descubierto el musculoso pecho del ángel, tras lo cual se quitó también la suya, quedándose en ropa interior. Su habitual vergüenza se hallaba sepultada bajo la frenética necesidad que la había invadido. Su cuerpo vibraba de deseo.

Empujó a Azrael hasta hacerle caer sobre la cama. El ángel la miró sorprendido por el gesto. En sus ojos resplandecían miles de puntos de luz diminutos, danzando sobre sus pupilas negras.

—Empiezo a pensar que has pasado demasiado tiempo junto a Asmodeo —bromeó el ángel, torciendo la cabeza para admirar su cuerpo.

—He pasado demasiado tiempo lejos de ti —contestó Casandra mientras se tumbaba encima suyo—. Te necesito.

Acercó los labios hasta su pecho y fue dejando un pequeño reguero de besos. Dibujó la línea de su clavícula y ascendió por su cuello hasta llegar a su oído. El ángel parecía tratar de contenerse pero Casandra advirtió que su respiración se había vuelto trabajosa.

—Te deseo —gimió Casandra.

Pudo notar el cuerpo de Azrael tensándose bajo el suyo. Con un rápido movimiento rodó en la cama hasta quedar encima de ella.

—Casie —la llamó Azrael entre risas—. ¿Estás tentando a un ángel?

Y con aquella simple pregunta, toda la pasión de Casandra se esfumó.