Capítulo
14

Reaparecieron en mitad del salón de la casa de Casandra.

—Suerte que mi madre no está en casa —comentó, algo mareada por el viaje. Arrugó el ceño al percatarse de que las luces estaban encendidas.

Azrael plegó sus alas y en unos segundos volvía a ser, en apariencia, un chico normal.

—¿Casie? —Lena salió de la cocina con el gesto desencajado—. Gracias a Dios.

—Creía que estarías ya en tu casa —comentó Casandra acercándose a ella. Miró el reloj y se sorprendió al ver que eran las cuatro de la madrugada. Había perdido la noción del tiempo.

—He venido a recoger mis cosas, pero alguien o algo me ha seguido —explicó Lena, desviando la vista brevemente hacia Azrael.

Azrael carraspeó para llamar su atención. Ambas se volvieron hacia él.

—Es culpa mía —les explicó—. Quería asegurarme de que llegabas bien a casa. Daniel, por favor —llamó sin dirigirse a nadie.

Un muchacho apareció junto a Azrael. Inclinó la cabeza ante él con evidente respeto. Parecía no ser mayor que Lena o Casandra. El pelo, del color de la miel, le tapaba en parte la cara, aunque bajo él se adivinaban unos ojos de un azul similar al del cielo.

—Casandra, Lena, este es Daniel. Forma parte de mi coro.

—¿Tenéis un coro? ¿Y cantáis bien? —preguntó Lena perpleja.

Azrael y Casandra rompieron a reír. Daniel, sin embargo, miró a Lena con expresión ofendida.

—Casie, ¿puedes explicárselo a tu prima? —sugirió Azrael, aún con la sonrisa en los labios—. Necesito discutir un asunto con Daniel.

—Lo tuyo es de estudio clínico, Lena —la reprendió Casandra mientras ambas entraban en la cocina.

—¿Qué he dicho ahora? Si tiene un coro digo yo que será para cantar.

Casandra se sentó en un taburete, cabeceando atónita ante el desparpajo de su prima, y se dispuso a contarle a Lena quién era en realidad Azrael. Le llevó alrededor de media hora hacerle un resumen mientras ella asentía una y otra vez automáticamente. Hubo un momento en que pensó que no se estaba creyendo nada de lo que le decía, pero siguió adelante.

Le tembló la voz al describir lo que había sentido al contemplar a Azrael con las alas extendidas sobre el acantilado. Al terminar su narración, Lena sonreía de oreja a oreja. Casandra se preguntó si en algún momento de su vida su prima se tomaría algo en serio.

—¿Lo has entendido todo? —le preguntó Casandra al ver que no decía nada.

—Lo más básico sí. Gabriel, que pensábamos que estaba muerto, ni está muerto ni se llama Gabriel, es el Ángel de la Muerte. Francesco, que tampoco se llama Francesco, es un demonio. Y el del coro no canta, sino que también es un ángel —le respondió, resumiendo sus explicaciones.

»Alucino —añadió Lena tras un momento—. Has pasado de un muerto a un ángel. Cómo te las gastas, ¿eh?

Casandra suspiró, sabiendo que se avecinaba una buena tanda de burlas.

—Volvamos al salón —le indicó resignada.

—Vale —aceptó Lena alegremente—. Pero deberías saber que Mara ha llamado unas doscientas veces.

Casandra se volvió horrorizada.

—Me ha dicho que te ha bloqueado porque está harta de tus salidas de tono. Dice que o te tranquilizas un poco o hablará con tu madre.

—¿Qué le has dicho?

—Que se busque un hobby —contestó su prima encogiéndose de hombros—. Le he sugerido el punto de cruz. Dicen que relaja mucho.

—Un día me va a meter en un lío.

Se dirigieron de vuelta al salón, donde Azrael y Daniel continuaban conversando en voz baja. Azrael se giró hacia ellas y se quedó observando a Lena. Esta lo miró y esbozó una sonrisa maliciosa.

—¿De verdad te llamas como el gato de los pitufos? —soltó sin más.

Casandra se sentó en el sillón y apoyó la cabeza en las manos, aceptando definitivamente que su prima no tenía remedio. Daniel la miró confuso, mientras que Azrael ladeó ligeramente la cabeza tratando de contener una carcajada.

—Así es.

—Y él es un ángel —añadió señalando a Daniel.

Azrael asintió.

—Casandra necesita protección, y tú, si estás a su lado. Yo necesito ausentarme y no sé cuánto voy a tardar en averiguar lo que necesito saber.

—¿Vas a marcharte? —lo interrumpió Casandra.

—Casie, no lo entiendes —dijo con pesar—. Saben lo qué eres.

—¿Quiénes? —No había rastro de humor en la voz de Lena.

—Demonios —admitió Azrael—. Casandra puede llevar almas al otro lado. Ya lo ha hecho antes —aseguró, dirigiéndole una enigmática mirada—. Y esa clase de don es justo lo que necesitan para aumentar su poder.

Palideció ante la afirmación de Azrael, comprendiendo en ese mismo instante las palabras de su abuela. Los demonios la buscaban y así era como pensaban utilizar su don: obligándola a llevar almas desde su mundo al infierno. Le horrorizó la idea de condenar a algún pobre infeliz a ese tipo de crueldad y sufrimiento. Azrael se plantó junto a ella en un par de zancadas y le habló al oído.

—No va a pasarte nada, Casie —la tranquilizó con dulzura—. Daniel se quedará con vosotras todo el tiempo que haga falta y yo volveré en cuanto pueda.

Tomó su cara entre las manos, sujetándola con delicadeza para hacer que lo mirara.

—Hablaré con Asmodeo. Negociaré con él si hace falta para que nos ayude.

—Pero él es uno de ellos —repuso Casandra, inquieta ante la idea de tener que depender de la ayuda que él pudiera prestarles.

—Él no está interesado en tu don, no le resulta útil para sus fines. En realidad, lo único que le interesa de ti es tu cuerpo —admitió, apretando la mandíbula con rabia.

—Me pone los pelos de punta —confesó ella.

—Lo sé, pero puede convertirse en un poderoso aliado. Prométeme que serás prudente mientras yo no esté, por favor.

Azrael le dio un pequeño beso en los labios y ella asintió. Hubiera deseado que no tuviera que marcharse, no ahora que por fin sabía que no estaba muerto, que había una pequeña posibilidad de que pudieran estar juntos.

—¿Cuánto tardarás?

Cuando él se marchase el vacío que había sentido hasta ahora durante sus ausencias crecería hasta dejarla hueca por dentro. Dejó que su cabeza descansara sobre el pecho de Azrael para llenarse los oídos con el sonido de su corazón.

—Volveré lo antes posible —dijo él, rodeándola con sus brazos—. Daniel os acompañará el lunes al instituto si es necesario.

Casandra dejó la mirada vagar por su rostro, observando las pequeñas arrugas de preocupación que surcaban su frente y los labios apretados en una mueca de disgusto, hasta que llegó a sus ojos, sus pupilas engrandecidas por la inquietud que sentía. Tenía milenios de existencia a sus espaldas y sin embargo allí estaba, terriblemente preocupado por una chica de tan solo diecisiete años. No podía entender qué veía en ella ni por qué estaba dispuesto incluso a pactar con demonios para mantenerla a salvo.

—Te amo —confesó ella con timidez. No quería dejarlo marchar sin que lo supiera.

Azrael cerró los ojos durante unos segundos con un gesto de dolor dibujado en la cara.

Casandra pensó que se había precipitado. Puede que él sintiera por ella más compasión que otra cosa, o que simplemente se sintiera obligado a protegerla. Al volver a abrirlos, vio una amarga tristeza en sus ojos que la empujó un paso más hacia el abismo.

—¿Qué clase de vida puedes tener a mi lado, Casie? ¿Qué tipo de amor puedes encontrar en alguien como yo?

—Me da igual lo que eres. Solo quiero estar a tu lado —dijo con una desesperación palpable, olvidándose por completo de que no estaban solos—. Mi vida es finita, apenas un parpadeo en tu extensa existencia. Es todo lo que pido.

—Mi existencia no será nada después de ti —le confesó Azrael, abatido por la verdad que encerraban sus palabras.

Casandra lo besó tratando de ahuyentar no solo el temor de Azrael sino el suyo propio. Estaba agotada y todo lo que deseaba en ese momento era dormir acurrucada contra él, sin importar quiénes fueran o quién la estuviera persiguiendo. Le amaba y, tal y como le había dicho, quería pasar el resto de su corta existencia a su lado. Encontrarían una forma, fuese cual fuese. Tendrían que encontrarla.

—Vuelve pronto, por favor —le rogó Casandra.

—En cuanto me sea posible.

Azrael se giró para dirigirse a Daniel, que observaba con gesto impertérrito la escena. Casandra no sabía cómo se tomaría la relación entre ellos, al fin y al cabo Azrael era un ángel.

—Cuida de ellas. No sé cuánto me va a llevar esto. Si surgen problemas y no puedes dar conmigo, llama a los otros.

—Marcha tranquilo —fue su escueta respuesta.

Azrael se despidió de Casandra con un beso cálido y prolongado, y después desapareció sin más. La estancia se sumió en un tenso silencio tras su marcha. Casandra observó con cierta curiosidad a Daniel, que seguía parado en mitad del salón sin decir nada. Lena lo miraba también.

—Creo que me quedaré aquí esta noche —dijo su prima, disolviendo la incomodidad de la situación.

—Será lo mejor —aprobó Casandra, que se preguntaba si los ángeles dormían—. Vosotros… ¿dormís?

—A veces —contestó Daniel con ambigüedad.

—Hay dos camas en la habitación de invitados —sugirió ella.

—¿Pretendes que duerma conmigo? —Lena se hizo la ofendida, pero Casandra era perfectamente consciente de que dormir en la misma habitación que un ángel le resultaba como poco fascinante.

—No es estrictamente necesario —se apresuró a decir el ángel—. Puedo… permanecer despierto.

—Vale, vale. Que duerma conmigo —aceptó Lena con rapidez.

Casandra rio por lo bajo y compadeció a Daniel. Ángel o no, su prima no se lo iba a poner nada fácil.

Gothic

Al día siguiente, Casandra y Lena charlaban en pijama mientras desayunaban en la cocina. Según su prima, Daniel se había levantado un rato antes y le había dicho que iba a dar una vuelta por los alrededores.

—Yo creo que no duerme de verdad —le susurró Lena refiriéndose a Daniel—. Creo que ha pasado la noche despierto, simplemente tumbado en la cama mirándome.

—¿Y no será al revés? —la picó Casandra—. Es guapo, parece tu tipo.

—¡Oh, vamos!, es un estirado. ¿Crees que me gustan los estirados?

Lena untaba con insistencia mermelada en una tostada, a pesar de que esta ya tenía más de la que cualquier persona normal le pondría.

—Es un ángel, Lena, puede que no esté acostumbrado a estar con personas.

Casandra tomó un trago de café que le calentó la garganta. Algo golpeó en la ventana y ambas pegaron un chillido asustadas. Al volverse, Daniel las saludó con la mano y se quedó allí quieto, observándolas.

—Es un poco rarito —le susurró su prima, sin apartar la vista de él.

Casandra le hizo un gesto para que entrara. Desapareció de su vista y en pocos segundos se encontraba en la cocina con ellas.

—¿Has dejado la puerta sin llave al salir? —lo interrogó Lena.

—Sí.

—Pues vaya vigilante. Te vas y nos dejas solas en la casa con la puerta abierta.

—La casa tiene guardas. Si algo las traspasa, lo sabré —replicó Daniel con seguridad.

—¿Guardas? —inquirió Lena confusa.

Casandra le lanzó un mirada de advertencia para acallar la probable respuesta jocosa de su prima.

—Una especie de alarma sobrenatural —se limitó a decir Daniel.

—Vale, vale —refunfuñó Lena.

Casandra atendía a la conversación a medias. Pensaba en Azrael, preguntándose dónde estaría y si tardaría mucho en volver. Ya notaba los efectos de su ausencia. Había pasado la noche dando vueltas en la cama, aunque tenía que agradecer que no había tenido pesadillas. Aun así echaba terriblemente en falta la sensación de sus brazos alrededor de su cuerpo.

—… instituto? —oyó que decía Lena.

—Sí —le respondió el ángel.

—¿De qué habláis? —les preguntó Casandra, tratando de centrarse.

—Va a venir con nosotras al instituto. Se lo comerán vivo —la informó su prima. Dio un mordisco a la tostada y acto seguido la dejó en el plato.

Daniel la miró confundido.

—¿Pero vas a asistir a clase? —le preguntó Casandra.

—No, gracias. Estaré cerca por si me necesitáis.

—Chico listo —replicó Lena—. Casie, ¿qué piensas decirle a tu madre cuando vuelva?

—Puedo mantenerme al margen para que no me vea —les indicó Daniel. Apenas gesticulaba y continuaba de pie con gesto serio pero amable.

—Sí, me hago una idea. Azrael ya nos enseñó ese truco y lo dimos por muerto —le aclaró Lena.

—Lena, ¿por qué no vas a ducharte? —le sugirió Casandra, alzando las cejas.

—¿Es una indirecta? Porque huelo maravillosamente bien.

Casandra le hizo un gesto con la cabeza para que saliera de la habitación. Lena se percató enseguida de sus intenciones y caminó hasta el salón tras sus pasos.

—¿Qué es lo que te pasa? —le preguntó Casandra una vez en el salón—. Dale un poco de tregua a Daniel.

—Me pone nerviosa. No veo su aura y además me mira por encima del hombro —se defendió Lena.

—No te mira por encima del hombro. Vete a la ducha, te sentará bien relajarte un poco.

Su prima no discutió. Dio media vuelta y subió las escaleras murmurando algo que no consiguió entender. Casandra volvió a la cocina junto a Daniel, que continuaba de pie en el mismo sitio en el que lo había dejado.

—Puedes sentarte —le indicó Casandra, señalando uno de los taburetes de madera que rodeaban la isla central.

—Gracias.

Daniel tomó asiento frente a ella. Permanecieron callados mientras Casandra terminaba su desayuno. En realidad, a ella también le ponía un poco nerviosa la presencia de Daniel. Estaba acostumbrada a Azrael, que desde el principio había mostrado una actitud del todo humana.

El ángel también parecía inquieto. Casandra se obligó a hablar para tratar de aligerar un poco el ambiente.

—¿Hace mucho que conoces a Azrael? —Le pareció una pregunta algo estúpida, pero por algo tenía que empezar.

—He formado parte de su coro desde mi creación —le contestó él.

Casandra no percibió que su pregunta le incomodara, aunque tampoco parecía muy hablador.

—Y ¿sois muchos?

—Varias decenas. Pero no nos reclama a menudo. Suele realizar su tarea solo.

—¿Y qué hacéis vosotros mientras? —le preguntó ella con genuina curiosidad.

—Esperar.

—¿Esperar qué?

—A que nos necesite —aclaró él, como si fuera lo más lógico del mundo que decenas de ángeles pasaran el rato simplemente esperando a Dios sabe qué.

Tampoco es que Casandra tuviera mucha idea de a qué se dedicaban los ángeles en su tiempo libre, si es que lo tenían, pero estaba claro que a socializar con humanos no.

—Él no quiere que nos contaminemos —añadió el ángel ante su evidente perplejidad—. Él puede llegar donde nosotros no. Estar allí le ha cambiado —Casandra supo que se refería al infierno—, no solo su aspecto exterior. Ese sitio… ni siquiera puedo imaginar del todo cómo es…

Por primera vez vio que su expresión variaba. Un ligero atisbo de pesar le ensombreció el rostro.

—¿Está allí ahora?

—Sí, aunque supongo que hablará antes con Asmodeo —puntualizó Daniel.

Casandra percibió un leve tono de desaprobación en su voz.

—No te parece bien que me proteja, ¿verdad?

—No cuestiono sus motivos, pero se arriesga demasiado. Su actitud hacia ti —hizo una breve pausa, escogiendo las palabras que iba a usar— puede traerle ciertas consecuencias. No estoy del todo seguro de que se haya parado a valorarlas adecuadamente.

—¿Pueden castigarle?

Daniel asintió.

Casandra apretó los dientes, furiosa consigo misma por no haber pensado en ello. No le importaban las consecuencias que tuviera para ella estar con Azrael, nada iba a impedirle estar junto a él, pero no quería que él sufriera por su culpa; ya había sufrido demasiado durante su larga existencia para que acumulara aún más dolor.

—Y tú, ¿puedes tener problemas? —le preguntó Casandra, sintiéndose culpable.

—La cuestión de todo esto no está en que te protejamos, no hay nada realmente malo en ello aunque sea algo irregular. El problema está en lo que Azrael siente por ti.

»Hace tiempo que él no acata de manera estricta las normas. No vive en el cielo y nunca tenemos noticias suyas. Solo yo he sabido siempre dónde se encontraba. Los demás incluso han llegado a pensar que había muerto.

—¿Podéis morir? —inquirió Casandra. Una punzada de terror le atenazó el corazón.

—Así es.

Daniel no se mostraba inquieto ante la conversación que estaban manteniendo. No parecía ser consciente de lo importante que era para ella todo lo que le estaba contando. Azrael no solo podía recibir un castigo por su relación con ella, sino que podía morir. Algo en lo que ni siquiera había pensado.

—¿Lo saben ellos? ¿Saben lo que hay entre nosotros? —Daniel negó con la cabeza—. ¿Vas a contárselo?

—No —afirmó con rotundidad, lo que alivió al menos en parte su preocupación—. No logro comprender del todo lo que él siente por ti y puede que no lo haga nunca, pero Azrael lleva mucho tiempo solo, aislado de todos y con una terrible carga. Tú pareces hacerle sentir mejor y no te asusta lo que es o lo que hace. Es más de lo que ha tenido nunca, y no seré yo quien le traicione.

—Él nunca… no ha… —Agachó la cabeza, sabiendo que era una cuestión demasiado delicada que quizás no debería formular.

—No —negó él, comprendiendo cuál era su pregunta—. Nunca antes había sentido esa clase de interés por nadie. No solemos albergar ese tipo de sentimientos, menos aún hacia humanos.

No lo dijo con desdén, para él solo era la constatación de un hecho: los ángeles no se enamoraban de humanos.

Casandra apoyó la cabeza en las manos y se quedó mirando la encimera. Todo estaba saliendo terriblemente mal. Quería que Azrael volviera, quería pedirle que lo olvidara todo y la dejara a merced de los demonios que venían a por ella, pero ni siquiera podía pensar en la idea de no volver a verlo, y eso era en realidad lo más peligroso para él. Se sintió egoísta por desear pasar su efímera vida con él cuando lo más probable era que eso lo condenara por toda la eternidad.

—¿Crees que esta historia puede tener un final feliz? —le preguntó Casandra. Era consciente de que podía no llegar a gustarle su respuesta, pero aun así formuló la pregunta.

—Creo que en tu mundo todo lo bueno siempre requiere un sacrificio —puntualizó el ángel—. La cuestión es qué clase de sacrificio vais a tener que realizar vosotros.

—Hay algo que no logro comprender. ¿Cómo puede ser malo el amor? ¿Cómo podéis castigar ese tipo de sentimiento?

—Incluso el amor más puro puede corromper al más fuerte de los corazones.

Casandra agachó la cabeza para esconder el rostro entre sus brazos. Hubiera querido llorar pero sentía que ya no le quedaban lágrimas para derramar. La conversación con Daniel le había revelado más de lo que esperaba y aunque deseaba con todo su alma ser fuerte, en ese momento, con Azrael lejos de ella, le parecía que iba a ser incapaz de conseguirlo.

—¿He dicho algo inoportuno? —preguntó Daniel al ver la expresión compungida de ella.

Casandra deseó gritar, decirle que todo lo que decía era no solo inoportuno sino cruel. Pero sabía que todo aquello no era más que la realidad a la que se enfrentaban Azrael y ella. Y era bastante probable que Daniel ni siquiera se diera cuenta del dolor que sus palabras le provocaban.

—No te preocupes, solo trato de digerir todo esto. Estoy bien —mintió, levantando la cabeza para mirarle—. Azrael no debería ser castigado por esto, no es justo que le pase nada por mi culpa.

—Lo lamento —se disculpó el ángel con sinceridad.

Ella inspiró profundamente, decidida a saber de una vez por todas lo que les esperaba.

—¿Cuál es el castigo?

Daniel se quedó observándola y negó con un gesto. Casandra pensó que no iba a decirle nada más, que quizás era algo prohibido que no le estaba permitido contar.

—No lo sé. Lo único que puedo decirte es que solo hay alguien que aplique ese tipo de sanción: Gabriel.

Casandra iba a replicar, discutiendo la imposibilidad de que Azrael pudiera castigarse a sí mismo, hasta que se dio cuenta de que Daniel no hablaba de él.

—¿Te refieres al arcángel Gabriel?

Azrael y él habían sido amigos o algo similar, habían compartido la tarea de guiar las almas de los muertos. Recordó las palabras de Azrael: Cree fervientemente en lo que hace, y cumple con sus misiones de forma recta y diligente. ¿Sería capaz de condenar a Azrael al castigo que le impusieran?

Puedes apostar a que sí, pensó apesadumbrada.

Casandra se levantó del taburete tan bruscamente que este cayó hacia atrás con estrépito. Le hubiera gustado decir algo, quejarse, gritar, incluso patalear como una niña pequeña, pero se marchó corriendo escaleras arriba hacia su habitación, demasiado furiosa para demostrarlo. Necesitaba silencio, un poco de tranquilidad para pensar sin estar bajo la atenta mirada de nadie, divino o humano.

Una vez que se encerró en su dormitorio, se dedicó a pasear de una pared a otra como lo haría un león enjaulado. Debía existir algún tipo de solución, algo que pudieran hacer antes de que alguien más se enterara de la relación que mantenían, pero lo único que acudía a su mente una y otra vez era la imagen de Azrael arrastrado por las almas hacia el fondo del túnel, esa que le había estado acosando en sueños.

—¿Era eso una advertencia? ¿Es lo que tratabas de decirme? —aulló, levantando la cabeza hacia el techo—. ¿Qué clase de Dios castiga el amor que sienten sus hijos? Dime, ¿qué clase de Dios permite que sufra solo durante milenios?

Casandra se dejó caer de rodillas sobre el suelo. Gruesas lágrimas se agolpaban en sus ojos apagando el color de estos, y dejando surcos húmedos en la piel de su rostro. Se hundió en su dolor y dejó que la ira la envolviera, que la zarandease sin piedad.

Había perdido y recuperado a Azrael. Estaba muerto para luego estar vivo. Un alma y luego un ángel. Era suyo y luego…, luego lo perdería de nuevo. Lo castigarían, se lo arrebatarían de entre sus brazos y lo condenarían solo por amarla. Y su dolor sería eterno.

Permaneció en el suelo sollozando sin apenas fuerzas para ello, sintiendo cómo algo se rompía en su interior. Sabía que debía hacer algo al respecto. No podía quedarse cruzada de brazos mientras todos a su alrededor decidían qué estaba bien y qué mal. Amaba a Azrael, no podía siquiera plantearse dejarlo marchar y simular que nunca se habían conocido, pero tampoco pensaba permitir que sufriera daño alguno.

Su fatigada mente trabajaba mientras ella continuaba llorando. Pasaron los minutos, deslizándose a su alrededor sin que se diera apenas cuenta. Y poco a poco, entre las lágrimas, el dolor y la pesadumbre, una pequeña idea se abrió paso ofreciéndole algo de consuelo. Era una idea descabellada y bastante temeraria, pero por ahora era lo único que tenía y pensaba aferrarse a ella.

Se sentó en el suelo, con el corazón palpitando en su pecho y enviando adrenalina a todo su cuerpo. Sopesó las distintas posibilidades, muchas de ellas con un final aterrador. Sin embargo, existía una probabilidad de que su plan saliera bien y con eso le bastaba.

Los ojos de Casandra tropezaron con un papel que quedaba parcialmente oculto bajo la cama. Lo tomó entre los dedos y acarició cada una de las elegantes letras que había escritas en él: Mantente alejada de Francesco, rezaba la nota. La firmaba Azrael.

Casandra lo echaba de menos. La necesidad física que tenía de sentirle cerca tironeaba de ella de forma constante. Se puso de pie, dolorida por el tiempo pasado en el suelo y por el cansancio acumulado. Fue hasta el baño contiguo y se apoyó en el lavabo para observar su rostro en el espejo. Le costó reconocer la imagen que le devolvía. A las ojeras ya habituales de los últimos días había que añadir los ojos llorosos e hinchados, pero en su mirada había una determinación que nunca antes había visto. Iba a luchar por Azrael. No iba a permitir que nadie le dijera que su amor era algo malo.