Capítulo
12

La insistente melodía de su teléfono móvil la fue sacando poco a poco de su letargo. La llamada se cortó pero enseguida comenzó a sonar de nuevo. Casandra tanteó la mesilla en un acto reflejo hasta que dio con él.

—¿Diga? —atinó a contestar, más dormida que despierta.

—¿Casandra? ¿Te he despertado? —le habló la familiar voz de su madre.

—Mamá, por Dios, ¿qué hora es?

Se estiró en la cama tratando de despertarse. Su cerebro se negaba a colaborar y una densa maraña ocupaba su mente sin que ningún pensamiento racional escapara de ella.

—Son las once de la mañana, Casie. ¿A qué hora os acostasteis Lena y tú anoche?

Casandra se sentó en la cama de un solo movimiento.

¿Dónde está Lena?, se preguntó alarmada.

No recordaba haber vuelto a casa ni haberse metido en la cama. Ni siquiera era capaz de recordar haber abandonado la fiesta y, lo que era aún peor, no sabía dónde estaba Lena.

—Casandra, ¿sigues ahí?

—Sí, sí, mamá. Te llamo luego, ¿vale?

Colgó el teléfono sin darle a su madre oportunidad de contestar. Se levantó tan deprisa de la cama que resbaló y cayó al suelo, golpeándose la cadera. Masculló una palabrota al sentir una punzada de dolor, pero se levantó enseguida y corrió hasta llegar a la habitación de invitados.

La puerta estaba entornada. La abrió de un empujón y vio a su prima tendida boca abajo en la cama.

—¡Lena! —gritó histérica—. ¡Despierta, Lena!

Su prima se giró lentamente para mirarla. Adormilada, se restregó los ojos y dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada.

—Doble de café y los huevos poco hechos —farfulló Lena con la boca pastosa y la voz ronca. Acto seguido, cerró los ojos y se acurrucó entre las mantas, encogiendo las piernas contra el pecho.

—No he venido a traerte el desayuno —le reprochó Casandra.

Que su prima estuviera allí, aparentemente ilesa, aplacó en parte su malestar. Pero continuaba teniendo la extraña sensación de que algo iba mal.

Lena se sentó trabajosamente en la cama, se llevó las manos a la sienes y comenzó a masajearlas.

—Vaya resaca. Lo de anoche tuvo que ser épico —comentó sonriendo.

—¿Recuerdas cómo vinimos a casa?

—Mmmm… no —respondió, ampliando la sonrisa.

—¿Recuerdas algo? Qué hicimos, si nos trajo alguien… ¿algo? —insistió Casandra, cada vez más preocupada.

—No, pero espero que no condujera yo de vuelta, por el bien del coche de tu madre.

—¡El coche! —exclamó Casandra, cayendo en la cuenta de que lo habían llevado a la fiesta.

Se puso de pie y corrió de vuelta a su habitación. Apartó las cortinas de un manotazo para comprobar, con no poco alivio, que el Ford de su madre estaba aparcado en su sitio habitual. A simple vista, parecía no haber sufrido daño alguno. Regresó caminando junto a su prima.

—Tú sí que lo pasaste bien, ¿eh? —le dijo Lena, tratando de reprimir la risa. Casandra la miró sin comprender.

—¿A qué viene eso?

—Yo sigo vestida, y tú… —dijo señalándola—, ¡tú estás en bragas!

Lena rompió a reír, incapaz de aguantar la risa. Casandra había salido de la cama de forma tan impulsiva que ni siquiera se había dado cuenta de que lo único que llevaba encima eran las braguitas de encaje que se había puesto bajo el vestido. Tomó una manta que había a los pies de la cama y se la pasó por los hombros. Desconcertada, se sentó al lado de su prima.

¿Cómo era posible que no recordara lo que había pasado? Había algo, un recuerdo que arañaba en lo más profundo de su mente pero que no conseguía sacar a la superficie. En cuanto se acercaba a él, su mente se nublaba.

—¿Qué pasa? —le preguntó Lena, ahora seria y con gesto preocupado.

—No recuerdo qué ocurrió anoche. Sé que fuimos a esa fiesta. Recuerdo haber entrado en la casa e incluso me suena vagamente haber hablado con Francisco…

—Francesco —la corrigió su prima.

—Lo que sea —replicó, restando importancia al nombre del anfitrión—. Pero después de eso…

—Esto da un poco de yuyu. ¿Cuántas copas nos tomamos?

—Lena, yo no bebo y tú, hasta donde yo sé, tampoco.

—Quién lo diría. —Lena se dejó caer en la cama—. Puede que nos emborracharan —sugirió insegura.

—Hay algo más. No consigo acordarme…

Se quedaron en silencio durante un rato. Casandra continuó escarbando en su memoria, tratando de recordar. Quería pensar que habían tomado algo que les había sentado mal, quizás Lena tenía razón y las habían emborrachado, pero ¿con qué motivo? Un escalofrío le recorrió la espalda al pensar de nuevo en su cuerpo desnudo bajo la manta.

—Desayunemos —propuso Lena poniéndose en pie—. Nos vendrá bien llenar el estómago.

Gothic

Una vez que hubo comido, Casandra no se sentía mucho mejor. Se había duchado y vestido sin dejar de pensar que algo estaba fuera de lugar. Sabía que estaba pasando por alto algo importante y le frustraba y aterraba a partes iguales no conocer el qué. Lena trató de animarla, bromeando todo el tiempo sobre lo bien que tenían que haberlo pasado, pero Casandra se daba cuenta de que ella también estaba preocupada por su misteriosa amnesia.

Tras devolverle la llamada a su madre y pedirle disculpas por haberle colgado el teléfono, se sentaron ante la televisión a ver un documental sobre la selva amazónica. En realidad, ninguna de las dos prestaba mucha atención. Lena ocupaba el sofá central y jugueteaba nerviosa con el mando a distancia, mientras que Casandra se había aovillado en el pequeño sillón de dos plazas con la vista fija en la pared.

—Llama a Nick —le propuso Casandra—. Él tiene que saber algo.

Lena asintió y subió las escaleras para ir en busca de su móvil. Pasaron varios minutos hasta que oyó a su prima hablar en la planta de arriba, aunque no podía escuchar exactamente lo que decía. Al cabo del rato, Lena regresó seria y negando con la cabeza.

—Está igual que nosotras —le confirmó su prima—. No le ha dado mayor importancia. Ha dicho que no está acostumbrado a beber y que seguramente se le fue la mano.

El presentimiento de que había sucedido algo desagradable que no conseguía recordar la persiguió durante el resto del día. Procuró restarle importancia y concentrarse en realizar algunas de las tareas pendientes para el instituto, pero su imaginación no le concedió tregua alguna.

—Tu aura me está volviendo loca —se quejó Lena.

Se habían instalado en la habitación de Casandra. Lena descansaba, rodeada de apuntes, sobre la cama, mientras que ella había optado por invadir la alfombra con sus libros.

—Es que no dejo de darle vueltas a lo de la fiesta.

—Ya —coincidió Lena. Casandra alzó la vista para mirarla, intrigada por la escueta respuesta de su prima. No sonreía. Mala señal.

¿Dónde estás, Gabriel?, gimió ella para sus adentros. Que Gabriel no se le hubiera aparecido de nuevo tampoco contribuía a tranquilizarla. Llevaba días sin verlo, pero no había dejado de pensar en él y en cómo la había besado tras su desmayo: sus ansias, la forma de estrecharla contra su cuerpo, sus caricias… Por un momento, Casandra pudo sentir incluso el tacto suave de sus dedos en la espalda.

Una punzada le atravesó la cabeza de parte a parte. Se llevó la mano a la frente, tratando de contener el dolor. La imagen de Gabriel, suplicándole perdón con la mirada, parpadeó un segundo en el fondo de su mente.

—La fiesta… —murmuró Casandra, atrayendo la atención de su prima—. Gabriel estuvo en la fiesta de Francesco.

—¿De qué estás hablando?

—Sé que estaba allí —insistió, y la corazonada de que algo terrible había ocurrido en ese lugar regresó con más fuerza—. Tenemos que ir allí, a la casa de Francesco —sugirió Casandra poniéndose de pie—. Creo que algo malo le ha pasado a Gabriel.

—Casie, está muerto. No puede pasarle nada.

Su corazón latió a destiempo cuando Lena pronunció aquellas palabras, como si quisiera negar lo que ya sabía, que Gabriel estaba muerto y que lo único que podía ocurrir era que pasara al otro lado. ¿Y si fuera eso? ¿Y si se había marchado para siempre?

Apartó el pensamiento.

—Me voy —anunció Casandra—. Quiero saber qué ha pasado.

—Voy contigo —se ofreció su prima.

Gothic

Casandra condujo en silencio durante todo el trayecto, tratando de que la profunda inquietud que sentía no afectara a su destreza al volante. La tensión flotaba en el reducido espacio del coche. Lena tampoco parecía tener ganas de hablar, lo que no hacía más que aumentar su nerviosismo. Su prima no era la clase de persona que permanece mucho tiempo callada.

Al llegar a la mansión de Francesco aparcaron el coche y se quedaron unos segundos mirándola. Casandra se acordaba de la casa, era una de las pocas cosas que recordaba. Eso, y atravesar el umbral de la puerta para unirse a la gran fiesta que se celebraba en su interior. El resto era poco más que un borrón en su mente.

Se bajaron del coche despacio, algo intimidadas. Comenzaba a oscurecer y las farolas de la calle aún no se habían encendido. Sombras danzaban entre los árboles, extendiéndose sobre el césped y las paredes de la casa.

Avanzaron hasta la puerta principal y, tras intercambiar una mirada, Casandra oprimió el timbre. Esperaron unos minutos sin obtener respuesta. Se inclinó para llamar de nuevo pero la puerta se abrió antes de que pudiera hacerlo.

—¿Qué hacéis aquí? —les espetó Francesco sin miramiento alguno.

No habían planeado qué iban a decirle ni qué pensaban hacer una vez en la casa.

—Anoche nos olvidamos algo —terció Lena.

—¿Ah, sí? ¿El qué?

La memoria, pensó Casandra. Pero no dijo nada.

—Mi bolso —continuó explicando su prima—. Puede que me lo olvidara sobre la barra.

—No está aquí. Marchaos.

El tono de Francesco era cortante. Quería que se fueran, cuanto antes mejor.

—Quizás podríamos echar un vistazo… —sugirió Lena.

—No te quiero aquí —la interrumpió Francesco. Sin embargo, era a Casandra a quien apuntaba con su dedo.

—Bien, yo echaré un vistazo —repuso su prima.

Lena avanzó sin que Francesco le cortara el paso. Casandra trató de detenerla para evitar que entrara sola, pero reaccionó demasiado tarde y esta ya se había colado por la puerta entreabierta. Aprovechó que Francesco se había girado parcialmente para seguirla con la mirada y atravesó el umbral para ir en su busca.

Sintió una breve punzada de pánico en cuanto puso un pie dentro de la casa, pero la apartó a un lado y no se paró a analizarla. Se acercó hasta el gran salón que había alojado al grueso de los asistentes, con Francesco maldiciendo a su espalda.

Todo estaba limpio y en orden, sin rastro alguno de que la noche anterior allí se hubiesen concentrado un par de cientos de personas. Recorrió con la vista cada rincón de la sala, deteniéndose en la gran lámpara de cristal que colgaba del techo. Su mente luchaba por deshacerse de la fina tela de araña que la recubría. Pero cuanto más trataba de recordar, más esquivos se volvían sus pensamientos.

—¿Satisfechas?

Francesco le clavó su fría mirada y algo se removió en su interior.

—Ahora quiero que salgáis de mi casa —les ordenó tajante.

—Me importa una mierda lo que quieras —respondió Casandra con firmeza.

Su prima se volvió para mirarla, advirtiéndole con la mirada que se estaba excediendo, pero Casandra no se amilanó. Estaba exhausta, aturdida y aquel lugar y su dueño le daban escalofríos, pero no pensaba marcharse de allí sin algunas respuestas. No iba a huir más, no a partir de ahora. Llevaba demasiado tiempo huyendo de todo, esquivando fantasmas y resignándose cada vez que un obstáculo se interponía en su camino. No pensaba dejarse intimidar ni agachar más la cabeza o mirar hacia otro lado. Ya no.

—¿Qué pasó anoche? —preguntó, remarcando cada palabra.

Francesco pareció evaluar su determinación. Casandra aguantó su mirada escrutadora sin apartar la vista. Si en algún lugar recóndito de su alma sentía miedo, no lo demostró.

—Azrael —gritó Francesco al aire—. ¡Azrael! —repitió tras una pausa. Elevó tanto el volumen de su voz que el nombre retumbó en sus oídos.

Casandra alzó la mirada hacia las escaleras, esperando que en cualquier momento alguien del servicio las bajara apresuradamente. Pero nadie apareció.

—Llámalo —exigió Francesco, dirigiéndose a ella.

—No sé de qué me hablas.

—Llámalo. Estoy seguro de que vendrá si eres tú quien lo llama. Y si no es así —añadió—, abandonaréis inmediatamente mi casa. Llama a… Gabriel.

Casandra se sorprendió al escuchar su nombre en los labios de Francesco. Salvo su prima y su madre nadie conocía su existencia. Aquello no hizo más que confirmar sus sospechas: Gabriel había estado allí la noche anterior; cómo lo sabía Francesco era algo que no lograba entender.

—Llámalo ahora o marchaos —le insistió de nuevo.

Lena la miraba tratando de comprender qué estaba pasando.

—Gabriel —lo llamó Casandra insegura.

Un silencio opresivo cayó sobre ellos. Lena se acercó hasta colocarse a su lado. Todos esperaron pero Gabriel no apareció.

—¡Gabriel! —gritó, con mayor intensidad.

Gabriel se materializó frente a ella con expresión de sorpresa en el rostro. Casandra soltó de golpe todo el aire que había estado conteniendo en sus pulmones. En realidad ni siquiera pensaba que fuera a aparecer. En el fondo de su ser estaba convencida de que había cruzado al otro lado y no volvería a verle.

—Gracias por honrarnos con tu presencia —ironizó Francesco—. Ahora llévatelas.

—¿Qué parte de no te acerques a Francesco no has entendido? —Gabriel observó brevemente a Francesco para luego volver a centrarse en ella.

—¿De qué me hablas? —repuso Casandra, sin saber a qué se estaba refiriendo.

—La nota —le explicó—, la nota que dejé anoche en tu habitación.

—¿Anoche?

—Podéis continuar con vuestra apasionante discusión fuera de aquí —señaló Francesco. Se acercó a la puerta y con un gesto les invitó a que se marcharan.

Lena, que hasta ahora había permanecido callada, se inclinó hacia ella. Casandra la miró para darse cuenta de que observaba a Gabriel con la mandíbula desencajada por la sorpresa.

—Le veo —le susurró su prima, acercándose a su oído—. Veo a Gabriel.

Por algún motivo, Casandra no se sorprendió ante su afirmación, como si fuera algo que esperase que pasara antes o después.

—Y él —añadió, señalando a Francesco—, sea lo que sea no es nada bueno.

Casandra frunció el ceño. Ella también percibía algo inquietante y oscuro en Francesco.

—¿Quién eres, Gabriel? —le preguntó Casandra, intentando resolver aquel rompecabezas.

—Esto promete —se mofó Francesco, cruzándose de brazos.

—No es un buen lugar.

—Es uno tan bueno como cualquier otro —replicó ella, aun cuando su incomodidad iba en aumento.

Gabriel suspiró y se llevó las manos al pelo, revolviéndolo mientras pensaba.

—Lo único que necesitas saber es que debes mantenerte alejada de él —dijo, señalando a Francesco, que ahora sonreía, divertido por la situación.

—Tengo preguntas —insistió ella—. Muchas preguntas.

—¿Qué clase de preguntas?

Gabriel pareció arrepentirse de haber pronunciado esa frase.

—Quiero saber quién eres, quién es él, por qué mi prima ahora puede verte —tomó aire para continuar— y qué fue exactamente lo que pasó noche.

—Pequeña ignorante insensata —murmuró Francesco.

—Arrogante gilipollas —replicó Casandra con mordacidad.

—No tienes ni idea de con quién estás hablando —la amenazó él acercándose un par de pasos.

Gabriel se puso tenso y advirtió a Francesco con la mirada, conminándolo a no avanzar más.

—Yo ya andaba por este mundo siglos antes de que tú fueras siquiera una idea en la mente de tus padres. He hecho sucumbir a ciudades enteras al poder de mi lujuria. Miles de mujeres han mentido, traicionado e incluso asesinado en mi honor.

»Cuida tu lengua. Tienes suerte de que te esté protegiendo alguien a quien respeto más de lo que debería, porque si no fuera así es probable que ya contaras con alguna extremidad de menos.

Casandra había ido retrocediendo sin ser consciente de ello mientras Francesco soltaba su airado discurso. No dudaba de que todo lo que había dicho fuera más que la pura y aterradora verdad. Casi temía saber qué escondía Gabriel.

—¿Te mantendrás ahora alejada de él? —Gabriel se acercó a ella mientras hablaba.

—Va a ser algo más complicado que eso —dijo Francesco. Se apoyó en la puerta con gesto despreocupado.

—Asmodeo, no juegues conmigo.

Casandra no pasó por alto el cambio de nombre del italiano. Parecía que nadie era quien decía ser.

—Bueno, digamos que hay gente interesada en cierta chica con extrañas facultades.

—¿Lo saben? —le interrogó Gabriel.

Francesco asintió.

—Yo que tú la mantendría bien vigilada, si es que quieres conservarla.

—Tenemos que irnos.

Gabriel la agarró del brazo con una mano y con la otra tiró de Lena, que había contemplado en silencio toda la escena. Se la veía nerviosa y preocupada. No dejaba de retorcer las manos una contra otra. Dio un pequeño respingo cuando notó que Gabriel la tocaba.

Casandra quería preguntarle quién la buscaba, porque de lo que no tenía ninguna duda era de que alguien quería dar con ella tal y como su abuela le había advertido, aunque no veía cómo pretendían sacar provecho de su don.

—Lena, llévate el coche y vete a casa —le ordenó Gabriel, con un tono que no invitaba a discutir con él—. Yo llevaré a Casandra a la suya.

—No voy a separarme de ella —negó su prima.

—Hazle caso, Lena —la tranquilizó Casandra—. Estaré bien.

Le tendió las llaves del coche y Lena las aceptó a regañadientes.

Casandra confiaba en él. Pasara lo que pasara sabía que no le haría daño. Miró a su prima y asintió, dándole a entender que podía marcharse. Si alguien la perseguía, no quería arrastrar a Lena con ella.

—Llámame cuando estés en casa, quiero saber que estás bien. Y tú —añadió su prima señalando a Gabriel—. Si le pasa algo a Casandra, no habrá mundo para ti en el que puedas esconderte.

Acto seguido Lena dio media vuelta y se metió en el coche. Casandra esperó de pie sobre el césped hasta que la perdió de vista. Encaró a Gabriel y lo miró con los ojos entornados analizando su rostro, como si pudiera extraer de él las respuestas que deseaba.

—¿Y bien? ¿Dónde está tu coche?

—No creo que vaya a hacernos falta —anunció Gabriel.

Curvó los labios en una media sonrisa y avanzó hasta que sus labios se rozaron. Tras rodearla con sus brazos, el cielo retumbó sobre sus cabezas y la oscuridad los envolvió.