Capítulo
10

Los siguientes días pasaron con una lentitud exasperante para Casandra. La lista que Lena le había pasado con los nombres de los asistentes a la fiesta de Marcus resultó ser un callejón sin salida. Lo único que consiguió fue que todos a los que preguntó la miraran como a un bicho raro. Marcus había prometido confeccionarle una lista también, pero por ahora no se la había dado.

Además, ya era viernes y no había podido hablar con Gabriel. Le había visto el día anterior fugazmente, apenas unos segundos. Sentada en su habitación, se afanaba por terminar el trabajo de literatura que debía entregar al día siguiente. Levantó la vista y atisbó a través de la cortina para observar la calle. Desde el acceso de entrada, él la había saludado asintiendo con la cabeza y ella había salido corriendo escaleras abajo tan deprisa que a punto estuvo de tropezar y caer rodando. Cuando finalmente había abierto la puerta principal, ya no estaba allí. Maldijo en alto esperando que desde donde estuviera pudiera oírla.

Y allí estaba ella, preparándose para la fiesta a la que había prometido acudir con Lena ese día. Salir dos viernes seguidos era todo un récord para ella, pero estaba intentando con todas sus fuerzas no romper la promesa que se había hecho y empezar a disfrutar un poco de la vida. No quería dejar que la muerte, con la que lidiaba a diario, siguiera controlándola.

Se ajustó el vestido negro que había decidido ponerse para la fiesta. Un vestido corto que ni siquiera había estrenado. Bajo este llevaba uno de los conjuntos que había comprado con su prima. Se recogió el pelo en una coleta alta, dejando su cara totalmente despejada. Sacó el iPod de su bolso y lo conectó al sistema de altavoces que le había regalado su madre por uno de sus cumpleaños.

Mientras terminaba de maquillarse, Feeling good, una de sus canciones favoritas, comenzó a sonar. Subió el volumen y se permitió cantarla a pleno pulmón.

Birds flying high you know how I feel

sun in the sky you know how I feel

reeds drifting on by you know how I feel

it’s a new dawn, it’s a new day, it’s a new life for me

and I’m feeling good.

—¿Sales con Lena? —Casandra dio un pequeño bote y se volvió rápidamente para encontrarse a su madre observándola desde la puerta.

—Mamá, me has asustado.

Casandra se acercó al iPod para bajar el volumen.

—Estás guapísima —señaló Valeria, observando a su hija con detenimiento.

—Según Lena vamos a quemar la ciudad esta noche. He decidido que bien vale la pena hacerlo de punta en blanco —bromeó Casandra.

—Bueno, portaos bien y no llegues tarde, y procura que no me llamen los bomberos —le advirtió sin dejar de sonreír.

Era lo bueno de ser siempre responsable, Valeria no solía poner ningún tipo de pegas a que saliera de noche. Confiaba en ella, aunque no tanto en su prima. Pero normalmente era ella la que contenía a Lena, por lo que su madre no se preocupaba mucho al respecto.

—Me marcho ya. Tienes el teléfono del hotel en el que me alojaré apuntado en la pizarra de la cocina. —Miró el reloj y se acercó para darle un beso—. ¿Lena se quedará a dormir contigo?

—Sí, tiene que estar al llegar. Ha quedado en pasar por aquí antes para dejar sus cosas.

—Si necesitas cualquier cosa, llámame. Tienes las llaves del coche en la entrada. Sé prudente.

—Venga, márchate ya, que vas a perder el tren —la instó.

—Llámame si me necesitas —repitió Valeria algo inquieta—. No me gusta tener que irme ahora.

Casandra sabía que su madre continuaba dándole vueltas a la conversación que habían tenido sobre Gabriel, estaba segura de que de haber podido aplazar aquel viaje lo habría hecho.

—Estaré bien —la tranquilizó.

Valeria le dio otro beso a su hija y se marchó rápidamente. Casandra subió de nuevo la música y terminó de arreglarse mientras esperaba a su prima.

Gothic

—¿Tu madre te ha dejado el coche? —preguntó Lena asombrada—. Pues sí que está desesperada por que te diviertas.

—Soy una conductora responsable —se pavoneó ella—. Tus padres no te lo dejan porque la primera y última vez que lo cogiste le abollaste todo un lateral.

—Te juro que aquella columna se movió mientras aparcaba —señaló su prima con solemnidad. Levantó la mano derecha totalmente seria.

—¡Venga ya! En aquel aparcamiento hubiera cabido un camión.

Su prima la miró con una mueca de falsa indignación. Dejó su bolsa al pie de las escaleras y se dirigió a la puerta.

—Tampoco era tan grande. Bueno, a lo que vamos… ¿Vas equipada? —le preguntó, cortándole el paso antes de salir.

—¿Eh?

—¿Qué hay bajo el vestido? —Lena tiró del escote de su vestido para comprobar qué sujetador llevaba puesto—. Y parecía tonta.

Sin darle tiempo a reaccionar, su prima echó a correr entre risas hacia el coche, lejos del alcance de Casandra. Ella resopló mientras recogía sus cosas y cerraba la puerta.

—¡Algún día me vengaré! —la amenazó, mientras cerraba con llave la casa.

Su prima continuó riéndose mientras se metía en el coche. Casandra se acomodó tras el volante y se unió a sus risas.

—Me gusta esta nueva —dijo Lena, manipulando la arcaica radio del coche de su tía.

—A mí también. Además, no sé la razón pero estos últimos días he visto bastantes menos fantasmas que de costumbre. Incluso esa chica que ronda hace ya tiempo dos calles más arriba de mi casa ha desaparecido.

Casandra se incorporó al tráfico y, siguiendo las instrucciones de su prima, puso rumbo al lugar de la fiesta. Mientras conducía su mente voló de nuevo al lado de Gabriel. Estaba preocupada por su aparente desinterés en verla. Aunque, en realidad, estaba más molesta que preocupada. Si había podido aparecer durante un instante en la puerta de su casa, no veía razón alguna para que no le hiciera una visita algo más prolongada si así lo deseaba.

Está muerto, por el amor de Dios, no creo que lleve una vida social muy agitada, pensó, mientras esperaba a que el semáforo cambiara a verde.

Pero la cuestión era que seguía sin aparecer, y que las ansias por tenerle cerca crecían en su interior sin dejar espacio para nada más.

Lena, que por norma general ya era como una fuerza desatada de la naturaleza, estaba eufórica anticipando la diversión de esa noche. Hablaba sin apenas pararse a respirar del chico que daba la fiesta, mientras que Casandra asentía de forma distraída tratando de no perderse nada de lo que le contaba. Había conseguido captar que era nuevo y asistía al último curso.

La noche cayó sobre ellas conforme atravesaban varios barrios hasta llegar a una imponente mansión de aspecto victoriano. Casandra observó la fila de coches que se agolpaban en la entrada principal. Reconoció algunos que pertenecían a sus compañeros de clase, aunque había otros que no pudo identificar.

Apagó el motor y se giró hacia Lena.

—¿Quién has dicho que da la fiesta?

—Francesco. —Su acento italiano resultó ser aún peor que el francés.

—¿Italiano?

—Y guapísimo. ¿Cómo es que no te has fijado? Lleva dos semanas asistiendo a nuestro instituto.

Lena bajó del coche y saludó a varias chicas que pasaron a su lado de camino a la entrada. Casandra la siguió. No pudo evitar elevar la vista para observar la fachada profusamente decorada. Contó al menos cinco torres octogonales alzándose contra el cielo e incontables ventanales, todos ellos iluminados. La música llegaba desde el interior arrastrando también una multitud de voces.

Lena se había parado a su lado y contemplaba perpleja las dimensiones de la casa.

—Vaya con el italiano —exclamó su prima sorprendida.

Casandra asintió sin dejar de observar todo a su alrededor. El césped estaba meticulosamente cortado y grandes árboles se distribuían por toda su extensión. Un paseo de antorchas clavadas en la gravilla del camino conducía al porche principal, por donde no dejaba de avanzar gente. La fiesta de Marcus, en comparación con esta, había sido solo una reunión de amigos.

—¿Entramos? —propuso Casandra—. Me estoy quedando helada.

Comenzó a andar hasta incorporarse al desfile de adolescentes que se dirigían a la casa. Lena caminaba a su lado.

Accedieron a un ostentoso salón que hacía palidecer la decoración exterior de la casa. Lonely Day, de System of a Dawn, resonaba en la estancia, pero por más que buscó fue incapaz de encontrar de dónde procedía la música; casi parecía brotar a través de las paredes. Dejaron los abrigos en un ropero de considerable tamaño. Casandra calculó que era más grande que su propio salón.

—¿Tendrá novia? —le susurró Lena, acercándose para hacerse oír.

—Pondría la mano en el fuego por que Anna ya le está mostrando todos sus encantos.

Avanzaron hasta toparse con la improvisada pista de baile, que de improvisada tenía más bien poco. Todo el instituto parecía estar allí.

—¡Mira! ¡Ahí está! —Casandra se sobresaltó por un instante, hasta que se dio cuenta de que Lena acababa de ver al anfitrión y no a Gabriel. Torció el gesto algo disgustada por su evidente ansiedad—. Y cómo no, ahí está Anna.

Casandra no se había equivocado. Siguió la dirección que su prima le indicaba y se encontró con dos ojos, de un azul casi transparente, que la miraban fijamente. Francesco le dedicó una sonrisa mientras a su lado Anna le hablaba al oído, apretándose con descarada lujuria contra su cuerpo.

Comprendía el interés de esta por él. Tal y como su prima había asegurado, era muy guapo. Debía rondar el metro ochenta. El pelo negro le caía sobre la frente, resaltando la claridad de aquellos ojos que parecían dos trozos de hielo. Su boca de labios gruesos seguía sonriendo a Casandra a pesar de que Anna trataba de reclamar su atención.

Desvió la vista, algo cohibida por su insistente mirada, y se concentró en observar al resto de los asistentes. Creyó ver a Nick cerca de la alargada barra que se extendía en uno de los laterales de la sala, aunque lo perdió de vista inmediatamente. Se sobresaltó cuando una mano la agarró del brazo y tiró de ella con insistencia.

—Estás un poco nerviosa, ¿no? —indicó Lena, que trataba de avanzar entre la gente tirando de Casandra para no perderla de vista.

—No, perdona, estaba…

—Ya, mirando a Francesco. Me he dado cuenta, y también he visto cómo te ha sonreído.

Caminaron abriéndose paso entre los cuerpos que bailaban al ritmo de la música.

—Solo lo miraba, Lena —le aseguró—, no lo había visto por el instituto. Parece más un profesor que un alumno.

—Debe de haber repetido algún año, claro que si yo tuviera esta casa y ese cuerpo tampoco estudiaría demasiado —añadió su prima con gesto pícaro.

Se acercaron a la barra, donde un camarero vestido de etiqueta servía sin pausa una copa tras otra. Lena pidió dos colas y en menos de un minuto tenían delante sus vasos con hielo y un trozo de limón.

—Creo que podría acostumbrarme a este tipo de fiestas. —Lena dio un sorbo del vaso y le pasó el suyo.

—¡Yo también! —gritó Nick, que había aparecido de repente a su lado. Estaba exultante, teniendo en cuenta que normalmente era algo tímido y retraído—. ¿Bailas, princesa?

Tendió una mano a Lena, que alzó una ceja y le dirigió una mirada de duda a Casandra. Los dejó marchar con un gesto. Advirtió que Nick pasaba un brazo por la espalda de su prima, con una extraña seguridad impropia de él, y la empujaba hasta perderse entre la gente.

Bien por él, pensó.

Se apoyó en la barra mientras tomaba pequeños sorbos de su bebida.

—No nos han presentado —Casandra se giró a su izquierda, para encontrarse de nuevo con aquella mirada glacial—. Francesco, Francesco Rosso.

Tomó su mano y rozó sus labios contra el dorso de esta. Casandra se sintió sumamente incómoda. A pesar de su elegancia había algo sórdido y oscuro en el gesto. Reprimió las ganas de limpiarse la mano en el vestido.

—Tú debes ser Casandra —añadió ante su silencio.

Que supiera su nombre hizo que se le pusieran los pelos de punta.

—¿Cómo sabes mi nombre? —lo interrogó, de forma algo brusca.

—Tenemos amigos comunes.

Inmune a la reticencia que ella mostraba ante sus atenciones, Francesco la tomó de la mano con naturalidad y la condujo entre la gente. Anna, que ahora se encontraba rodeada de todas sus amigas, le lanzó una mirada desdeñosa.

—Si las miradas matasen —susurró Casandra para sí misma.

Francesco la llevó hasta la doble escalera que presidía la entrada. Casandra buscó a Lena con la mirada, segura de que su prima acudiría a su lado a un gesto suyo. Pero era imposible encontrarla entre tanta gente. No estaba segura de a dónde la llevaba Francesco ni por qué se tomaba la libertad de actuar con ella como si se conocieran desde siempre.

—Debería buscar a mi prima. —La voz de Casandra sonó con menor convicción de la que trató de darle.

—¿No quieres ver la casa? Permite que te la muestre —dijo invitándola a subir las escaleras. Sus anticuados modales le hacían parecer mayor, pero bajo aquella capa de amabilidad Casandra percibía algo más, aunque no podía especificar de qué se trataba.

—Me estará buscando —arguyó, tratando de resistirse.

Francesco desestimó sus excusas con un gesto y la invitó a ascender hacia la segunda planta. Le siguió sin ganas, consciente de que la casa estaba llena de gente y de que sus miedos solo eran fruto de su siempre desconfiado carácter. Una vez arriba, le mostró sala tras sala haciendo comentarios sobre la ostentosa decoración y las maravillosas pinturas que ocupaban las paredes. No pudo evitar pensar que su madre disfrutaría muchísimo más que ella de aquella visita guiada.

Accedieron por una pesada puerta, tallada de forma sublime, a lo que Francesco llamó su rincón de lectura: una amplia habitación llena hasta el techo de libros que no era otra cosa que una inmensa biblioteca. Gruesos cortinajes de color rojo sangre tapaban por completo las ventanas. La sala estaba iluminada en distintos puntos por lámparas de pie y apliques, y varias butacas y sofás se distribuían en dos zonas separadas.

—Esto es el sueño de cualquier lector —reconoció Casandra. Su amor por los libros convertía la sala en un paraíso para ella.

—Una parte de mi humilde colección —aseguró Francesco, tomando asiento e invitándola a acompañarlo.

—Creo que de humilde tiene poco.

Francesco rio de forma exagerada, echando incluso la cabeza hacia atrás. Ella ignoró su sugerencia y permaneció de pie. Por mucho que la estancia le resultara agradable seguía sintiéndose incómoda en su presencia.

—Puedes coger prestado cualquier ejemplar que llame tu atención —la invitó Francesco, indicándole con un gesto las estanterías.

—Lo tendré en cuenta.

Casandra trató de sonar amable, pero la voz se le atascaba una y otra vez en la garganta y no podía dejar de lanzar miradas furtivas a la puerta cerrada.

—Quizás desees regresar abajo —dijo él poniéndose de pie.

El alivio la inundó al escuchar sus palabras. Se reprendió por sus irracionales miedos y por no haberse mostrado más simpática con él. Al girarse y avanzar hacia la puerta, sus tacones repiquetearon en el suelo de mármol. Asió el tirador y luchó con él unos segundos hasta darse cuenta de que la puerta estaba firmemente cerrada. Empujó una vez más, tratando de no dejarse llevar por el pánico que se había instalado en su estómago.

—O puede que desees quedarte un poco más aquí conmigo —añadió Francesco.

Casandra se rindió y dejó caer la mano al costado.

—Mi prima me estará buscando.

Permaneció de espaldas a él buscando una salida. La música estaba muy alta y aun así ni el más mínimo murmullo traspasaba la puerta. Gritar no le serviría de nada, nadie iba a oírla.

—No te acerques a ella. —La voz de Gabriel, de una frialdad cortante, se extendió por todo su cuerpo aplacando su ansiedad.

Se volvió para verlo de pie entre Francesco y ella, en actitud amenazadora. Quiso reír ante lo absurda que resultaba la situación. Su amenaza nunca llegaría a oídos del anfitrión.

—Gabriel —gimió Casandra en voz alta, sin ser apenas consciente de ello.

—¿Gabriel? —Francesco se carcajeó, cayendo incluso sobre la butaca que había tras él—. Ah, viejo amigo, no podías haber escogido otro nombre —añadió, cuando la risa le permitió hablar de nuevo.

—Y me lo dices tú que te haces llamar Francesco —le contestó Gabriel con resentimiento.

Casandra asistía atónita a la conversación que habían iniciado. ¿Sería posible que Francesco disfrutase de su misma habilidad? ¿O se encontraba ante otra alma errante que erróneamente había identificado como una persona de carne y hueso? No, Francesco estaba vivo. Ella misma había visto cómo Anna se apretaba contra su cuerpo. Sacudió la cabeza tratando de despejar su mente y entender qué estaba pasando.

—Abre la puerta y deja que se marche. —Gabriel la miró durante un segundo y en sus ojos había una mezcla de emociones que perturbó a Casandra.

—Charlemos antes. No voy a hacerle daño, mi querido amigo.

Francesco se acomodó en la butaca con una sonrisa maliciosa dibujada en su rostro.

—Tampoco yo te lo permitiría. —Gabriel avanzó y tomó asiento, indicándole a Casandra que hiciera lo mismo. Esta se obligó a soltar el tirador de la puerta que sin querer había vuelto a agarrar.

—Me quedaré de pie, gracias. —Se cruzó de brazos y los miró a ambos. No podía comprender qué estaba pasando pero no iba a sentarse a tomar el té con ellos, dijeran lo que dijeran.

—Casandra, por favor —le rogó Gabriel.

—Tiene carácter. Me gusta —terció Francesco.

—¿Sabéis? Creo que podéis continuar esta pequeña reunión sin mí —señaló Casandra—. A no ser que alguien decida contarme quién eres y por qué puedes ver a Gabriel.

Francesco rio de nuevo, complacido ante su actitud desafiante.

—Deliciosa —señaló, antes de pasarse la lengua por los labios en un gesto que ella encontró repulsivo.

—Puedes verlo, ¿no es así?

—Más de lo que me gustaría.

La curiosidad pudo con Casandra, que avanzó hasta el sofá más cercano a la puerta y tomó asiento. Nunca antes había encontrado a alguien que pudiera ver y hablar con fantasmas.

—¿Tienes un don? —inquirió Casandra. Francesco rio una vez más ante su pregunta—. Puedes dejar de hacer eso, es bastante molesto.

—Discúlpame, pero eres francamente divertida.

—No hago más que repetírselo —apuntilló Gabriel, sin rastro de la agresividad que minutos antes había dedicado al italiano, aunque tampoco enteramente relajado.

—Vale, todo es muy gracioso —ironizó ella—. ¿Vais a explicarme de qué va todo esto?

El silencio que siguió a la pregunta de Casandra fue interrumpido por un golpe en la puerta. Casandra se puso de pie automáticamente, mientras que los demás permanecían sentados. Para su asombro, la puerta que había sido imposible mover minutos antes se abrió para dejar paso a Anna. Su expresión de fastidio dejaba claro que no le gustaba la idea de encontrarlos encerrados juntos.

—Te dije que estaban aquí —susurró a alguien que se encontraba a su espalda.

Tras ella asomó Lena, que observó la habitación y dio un pequeño respingo al dirigir la vista hacia donde se encontraba Gabriel. Casandra acudió al lado de su prima, mientras que Anna se tiraba sin ningún tipo de pudor en los brazos de Francesco.

—Te estaba buscando —ronroneó melosa su compañera de instituto.

—Os dejo a solas —remarcó Casandra, mirando a Gabriel y luego a Francesco.

Sin esperar respuesta, empujó a su prima hacia el pasillo.

—¿Qué estaba pasando ahí dentro? —le preguntó Lena, una vez que Casandra cerró la puerta—. ¿Era Gabriel lo que he visto en uno de los sillones?

—Sí, era él —le confirmó.

—¿Te estabas enrollando con el nuevo en las narices del chico fantasma?

—¡No! ¡Por Dios! Él también puede verle.

Su prima abrió los ojos como platos, asombrada ante la confesión. Tiró de ella un poco más, a pesar de que era poco probable que pudieran escucharles.

—Casandra —la llamó Gabriel a sus espaldas.

—¡Quieres dejar de aparecer de esa forma! —gritó ella, con el corazón desbocado. Gabriel había aparecido unos pasos más atrás.

—¡Hola, chico fantasma! —lo saludó Lena. Casandra la fulminó con la mirada, no solo por usar el ridículo apodo con el que lo había bautizado, sino por su aparente tranquilidad. Ella estaba de los nervios.

—No soy un fantasma —aseguró Gabriel, poniendo los ojos en blanco.

—Empiezo a creer que dices la verdad.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Lena.

—Insiste en que está vivo.

Casandra comenzaba a plantearse la posibilidad de que Gabriel fuera algo más que un alma perdida. Todo a su alrededor era demasiado extraño. Él insistía en que no estaba muerto, aunque Casandra lo había achacado al desconocimiento. Y ahora aparecía Francesco, que también era capaz de verlo y que, por su forma de hablar, parecía conocerlo desde hacía mucho tiempo.

—Si vais a empezar otra vez a discutir me piro. —Lena se soltó de su agarre y comenzó a avanzar por el pasillo.

—Dile que te espere, tú también te vas a casa —le ordenó Gabriel.

Casandra se moría de ganas de marcharse de la fiesta pero permaneció quieta, observándole.

—¿Quién eres?

Algo no cuadraba en toda su historia y no iba a marcharse sin descubrirlo.

Lena pasaba en ese justo instante al lado de él, decidida a marcharse y dejarlos solos. Gabriel estiró el brazo y la sujetó con fuerza.

—¡Joder! —El grito de su prima retumbó a lo largo de todo el pasillo.

Lena miró a Gabriel a los ojos y luego desvió la vista hacia Casandra. Su cara de estupefacción le bastó para adivinar que ahora ella también podía verlo.

—Llévala a casa. Ahora. ¡Ya! —le ordenó él, antes de desaparecer de la vista de ambas.

Lena volvió sobre sus pasos y se plantó delante suyo con la confusión todavía bailando en su rostro.

—No está muerto —fue todo lo que atinó a decirle.

—No me digas —respondió Casandra entre dientes—. Es bastante obvio que no.