Epílogo

Puerto Rico. Tres años después

Miro por la ventanilla del avión.

Estamos aterrizando en el aeropuerto internacional Luis Muñoz Marín, regreso de mi gira europea y estoy nerviosa. Mis amores estarán allí para recibirme.

Valeria, que viaja conmigo, está también deseosa de tomar tierra. No le gustan los vuelos tan largos y la tengo que llevar medio dopada. Otra como yo. En la gira ha conocido a un francés que la ha seguido por las distintas ciudades por las que hemos actuado y está feliz y en fase enamoracienta. Según ella, su dilatador ya no se llama Espartano, ahora se llama Alan Bourgeois, mide metro ochenta y ocho y está como un queso. Sin duda, ambas sabemos que ha comenzado una bonita historia de amor. ¿Durará? Sólo el tiempo lo dirá.

Tifany, desde que hemos subido al avión en España, no ha parado de tontear con el segundo piloto. Sin lugar a dudas, mi excuñada retomó su vida siendo la feliz mamá de Preciosa y aún con más fuerza su vida sexual. Pero como dice Coral, para que se lo coman los gusanos, que lo disfruten los humanos.

Omar, que también viaja en el avión, va junto a su nueva novia. Una jovencita con la que me río mucho, pero con la que no va a durar nada. No tienen futuro. En ocasiones, lo veo mirar a Tifany con nostalgia. Sin duda perdió a una buena mujer y, aunque tarde, sé que se ha dado cuenta. Lo siento por él, pero en esta vida las cosas que no se cuidan se pierden, y él la perdió por tonto y mandril.

Cuando el avión se para, el piloto y varias azafatas me piden hacerse una foto conmigo antes de bajar y cuando se abre la puerta, como viajo en business, soy de las primeras en desembarcar. Tengo prisa.

Con ganas de reencontrarme con mis amores, corro por el aeropuerto y, cuando llego a la salida y las puertas se abren, sonrío al ver a mi guapo, moreno y sexy marido con un bonito ramo de flores en una mano y en la otra el doble cochecito de bebé, donde mis preciosos y gordos mellizos Aarón y Olga duermen como angelitos.

Los periodistas nos hacen fotos, pero no se acercan a nosotros. Desde que hemos tenido a los niños, andan con más cuidado y nosotros se lo agradecemos. Dylan, a quien la prensa le dejó de importar tras nuestra segunda boda, sonríe al verme, me abraza, me besa y me dice:

—Bienvenida a casa, caprichosa.

Lo beso encantada. Llevamos demasiados días sin estar juntos y no veía el momento de regresar junto a él y mis pequeños. Acto seguido, me agacho para mirar a mis preciosos niños y, aunque deseo despertarlos para achucharlos, no lo hago. Les doy un cariñoso beso a cada uno y, del brazo de mi marido y seguidos por Tifany, Omar y Valeria, nos vamos hacia el coche familiar.

Cuando llegamos a Villa Melodía, un lugar al que ha regresado la música, la risa y la algarabía, sonrío al ver que Dylan ha reunido allí a casi todo el mundo que quiero, excepto a mi familia, con la que estuve antes de coger el avión y que se quedaron en mi bonita tierra. En Tenerife.

Anselmo y la Tata me abrazan. Me regañan porque estoy más delgada y yo sonrío. Mi madre y mis abuelas me han regañado por lo mismo. Y sí, estoy más delgada. Las giras es lo que tienen, pero en cuanto pase cuatro días con Dylan, él se encargará de alimentarme y ponerme en forma. ¡No se pone pesadito ni nada!

Preciosa, tras abrazar a sus papás, en especial a su mamá, se tira a mis brazos. La niña se encuentra muy bien a pesar de su enfermedad y que sea diabética no está generando ningún problema en su crecimiento. Todos sabemos que hay que cuidarla y enseñarle a que se cuide y que allí nos tiene y nos tendrá siempre a todos los que la queremos para ayudarla. Me ha hecho un dibujo de bienvenida y yo se lo alabo encantada, dispuesta a que sienta que para mí sigue siendo mi niña, aunque ahora tenga a los mellizos.

Tras la pequeñaja, es Tony quien me abraza y me comenta que tiene una nueva canción para mí. Aplaudo feliz. Es un gran compositor y sé que parte de mi éxito se lo debo a él. También me cuchichea que ha traído una botella de chichaíto para celebrar nuestra llegada. Eso me hace sonreír. Tony es especial, caballeroso, reservado y detallista. Es como Dylan y sé que el día que se enamore, lo hará para toda la vida.

De pronto oigo gritar a mi loca Coral. Rápidamente, me suelto de Tony y me voy hacia ella. Está embarazada de cinco meses y, junto a su Joaquín, ha acudido a Puerto Rico para recibirnos tras la gira.

Como una ametralladora me cuenta sus males, sus antojos, sus vomitonas. Observo a Joaquín y el pobre mira al cielo. Sin lugar a dudas, ¡el astronauta se lo tiene ganado!

El embarazo los pilló a los dos por sorpresa. Pero claro, como yo les dije, tanta harina… tanto amasar, ¡es lo que tiene! Joaquín está loco con mi amiga y el embarazo. Ha bautizado a su bebé como «bollito» y está deseando casarse con Coral. Algo que ella le ha prometido hacer cuando tenga al bebé y adelgace. De ningún modo se va a casar ella sin cinturita de avispa y un impresionante vestidazo de novia. Quiere estar guapa y especial para su gran día y no dudo de que lo estará.

Esa noche, tras disfrutar del baño de mis niños, cuando estos se duermen y los miro emocionada en sus cunitas, Dylan me besa en el cuello y murmura:

—Ahora quiero que me mimes a mí.

—¿Ah, sí?

—Estoy necesitado, conejita, muy necesitado.

Eso me hace sonreír.

Plan A: lo mimo.

Plan B: le hago el amor.

Plan C: lo hago mío.

Como soy una egoistona en todo lo que a Dylan concierne, esa noche caerán el plan A+B+C. Mi marido se merece todo eso y más.

En este mes que hemos estado separados nos hemos echado muchísimo de menos. Como siempre, aunque me prometió quedarse con los niños, a los quince días apareció en Alemania. Esos días dejó a nuestros pequeños al cuidado de la Tata y de su padre para venir a cuidarme a mí.

Allí lo pasamos de fábula, no sólo durante el día, sino también de noche. Mi apasionado y juguetón marido, como siempre, puso en práctica todas y cada una de nuestras fantasías y, como siempre, las disfrutamos con pasión.

Enamorada de mi morenazo lo abrazo y lo beso. Dylan me coge en brazos, me saca de la habitación de los niños y me mete en la nuestra. Allí, tras cerrar la puerta con llave para que no me escape, me deja sobre la cama, pone música bajita y yo sonrío. La velada promete.

Como un lobo hambriento regresa a mí y cubre mi cuerpo con pasión, volviéndome loca.

Nos desnudamos despacio. Nos tocamos. Nos damos placer y cuando noto que la ansiedad por el hombre que materializa todas mis fantasías me va a ahogar, me siento a horcajadas sobre él, le agarro las manos por encima de su cabeza y, dispuesta a mimarlo hasta el infinito y más allá, con voz caliente, susurro mientras él sonríe:

—Cariño, adivina quién soy esta noche.