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Una y mil veces

Y, efectivamente, ¡lo llevo claro!

Si hay alguien empeñado en conseguir mi amor ese es Dylan Ferrasa.

No paro de recibir mensajes en el móvil, a cuál más bonito, romántico y maravilloso. Cuando llego a las distintas ciudades, siempre hay un hombre anuncio apostado en la puerta del hotel con un mensaje que dice «Dime que sí». O autobuses parados frente a la salida de mis conciertos, tapizados con pancartas que ponen «Tengo todo excepto a ti» u otros que dicen «Eres mi amor, dime que sí».

Los periodistas se vuelven locos preguntándose quién será mi enamorado. Indagan, investigan, me preguntan, pero yo no suelto prenda. Hablan de mil hombres y yo sonrío, en el último que piensan es en el serio y reservado doctor Dylan Ferrasa.

Sin duda, mi loco enamorado sorprendería a más de uno si lo conocieran. Eso es lo que más me gusta de él: lo sorprendente que es.

Allá adonde vaya, me encuentro con mil ocurrencias suyas, a cuál más bonita y romántica.

En la habitación de cada hotel donde paro en las distintas ciudades de la gira, me espera un impresionante ramo de rosas rojas. En todos, la nota es la misma:

Cásate conmigo.

TQ.

No firma nunca con su nombre para evitar que algún cotilla lea la tarjeta y lo filtre a la prensa. Yo sonrío divertida al saber nuestro secreto. En realidad, con su insistencia me está ganando y no puedo parar de sonreír.

La gira latinoamericana está siendo apoteósica. La gente se lo pasa bien en los conciertos y nosotros disfrutamos de este público entregado. Me río al ver que, durante mis conciertos, hay pancartas en las que pone: «Yanira, ¡dile que sí!».

Al llegar a Chile, Dylan me sorprende una noche con su visita. Abro la puerta y lo veo vestido como un empleado de mantenimiento. Y cuando se abre el mono y veo que lleva una camiseta en la que pone «Te cambio un Sí por ese No», me desarma.

¿Se ha hecho su propia camiseta de las reconciliaciones?

Incapaz de rechazarlo, lo agarro de la pechera y lo meto en mi habitación. Menuda nochecita de sexo y morbo que nos pegamos.

Al día siguiente regresa a Los Ángeles, pues tiene que trabajar. Sin que nadie lo vea, el serio y romántico doctor Ferrasa se va y yo no puedo parar de sonreír. Sin duda, Dylan viene a por mí con toda su caballería, y tengo claro que si sigue así no me voy a poder resistir.

A partir de ese día, con tal de estar conmigo un rato, hace verdaderas locuras y me empiezo a preocupar. Casi vive en los aviones y me agobia pensar que le pueda ocurrir algo y, en especial, que se desentienda de su trabajo por estar conmigo. Mi preocupación le gusta y sonríe mientras me besa y murmura:

—Lo estoy consiguiendo.

Cuando llegamos a Uruguay, Omar y yo recibimos varias llamadas de la organización de los American Music Awards, la AMA. Saben que estamos de gira y, como soy una de las nominadas a mejor artista internacional, quieren que participe en el espectáculo y cante alguna canción. Acepto encantada y lo preparamos todo.

Durante varios días, decidimos qué canción cantar. Él propone unas y yo otras, y no llegamos a un acuerdo. Al final, al recordar los últimos premios, se me ocurre algo que a Omar lo emociona. Lo consulta con la organización, les parece una excelente idea y lo preparamos. Para ello necesitamos a los bailarines y a nuestros músicos. Tras ensayarlo varias veces, ¡ya tenemos nuestro número preparado para los AMA!

El concierto en México es apoteósico, y cuando regreso a la habitación sonrío al ver el ramo de rosas nada más entrar. Esta vez, además de una nota, hay un sobrecito. Al abrirlo me llevo la mano a la boca al ver que es el colgante de la llave.

Caprichosa, sólo tú tienes mi corazón.

Cuando nos veamos, por favor, dime que sí y me harás el hombre más feliz del universo.

Te quiero.

Sonrío con el colgante en la mano.

Es imposible luchar contra Dylan.

Sin duda alguna, de nuevo el Ferrasa ha podido conmigo y vamos a tomar el relevo en la familia en eso de divorciarse y casarse con la misma persona.

Me río. Nunca imaginé que a mí me pudiera ocurrir algo así, pero la verdad es que desde que Dylan entró en mi vida, nada es como lo había imaginado. Él me ha vuelto romanticona, posesiva, salvaje en el sexo, me he casado una vez con él y ya estoy decidida a hacerlo otra vez.

Adoro a Dylan y es una tontería seguir negando la evidencia. Cuando lo vea, le voy a decir que sí con todo mi corazón.

Sí… sí… sí… ¡SÍ!

No quiero volver a cantar eso de «Tengo todo excepto a ti». Escribiré una canción que diga «Tengo todo y te tengo a ti». Está visto que no podemos vivir el uno sin el otro. Es mi media naranja, o pomelo o como se quiera llamar.

Con cariño, me cuelgo de nuevo la llave del cuello y la beso, decidida a descansar. Al día siguiente por la noche, tengo la actuación en los AMA y Dylan me dijo que acudiría con nuestras familias para apoyarme.

¡Los quiero dejar flipados!

Espero que la actuación que he preparado con tanto cariño para ellos los emocione tanto como a mí.

Cuando, feliz, voy a comenzar a desnudarme, llaman a la puerta. Reconozco esos golpecitos, suelto un gritito de alegría y, al abrir, me encuentro al hombre que, definitivamente, quiero sólo para mí. Tan guapo y espectacular como siempre y, sin decir nada, me tiro a sus brazos, lo beso… lo beso y lo beso y cuando me aparto de él, digo:

—Sí.

Él cierra los ojos y hace el signo de la victoria. Y yo sonrío cuando murmura:

—Wepaaaaaa.

Henchido de felicidad, entra en la habitación, cierra la puerta, me coge en brazos y me da un par de vueltas que me marean. Cuando para y me vuelve a besar, dice:

—Espera… espera… que estas cosas no se hacen así.

Entonces veo que se saca el anillo de su madre del bolsillo, se arrodilla ante mí y, con esa mirada que adoro y que siempre adoraré, me pregunta:

—Cariño, ¿me harías el honor de ser una vez más mi mujer?

Enamorada hasta las trancas de este loco romántico, asiento.

—Una y mil veces.

Cuando el anillo que meses atrás le devolví está puesto de nuevo en mi dedo, Dylan se levanta y me vuelve a besar. Me abraza y, al ver el colgante en mi cuello, dice:

—Ahora ya vuelves a ser totalmente mía.

Emocionada, voy a decir algo, cuando él me corta:

—Coge el pasaporte.

Lo miro sin entender, y explica:

—Vamos. Nos esperan en el aeropuerto.

Alucino. ¿Quién nos espera en el aeropuerto?

—Dylan, no me puedo ir —le digo—. Mañana tengo la gala de los AMA y viene mi familia desde Tenerife. —Y, frunciendo el cejo, añado—: Si vamos a empezar con problemas por mi trabajo yo…

No puedo decir nada más. Me besa y, cuando separa la boca de la mía, contesta:

—Es la una de la madrugada. Los AMA comienzan a las siete de la tarde. Te prometo que estaremos de regreso para esa hora.

—Pero ¿adónde vamos? —pregunto desconcertada.

Dylan sonríe, me pone una gorra para ocultar mi pelo y con seguridad responde:

—A Las Vegas, cariño. ¡Nos vamos a casar!

Suelto una carcajada. Aún recuerdo cuando le propuse que celebrásemos nuestra primera boda en Las Vegas y él se negó.

Salimos por las cocinas y nadie nos ve.

En el aeropuerto, flipo aún más cuando me encuentro a Tifany, a Valeria y a Coral. ¡¿Coral?! Ellas, al verme aparecer, chillan enloquecidas y, tras besuquearme, Coral dice:

—Desde luego, Floricienta, tú ya llevas dos bodas y yo ninguna. ¡Qué injusticia! —Ambas nos reímos y, abrazándome con cariño, mi amiga me susurra—: Que seas, muy muy muy feliz. Sin duda, este moreno es tu media naranja.

Asiento y sonrío cuando Tifany comenta:

—Más vale que regresemos a tiempo o el mandril nos descuartizará.

Tras cerca de cinco horas de vuelo, en las que me entero de que las chicas estaban al día de todos mis acercamientos con Dylan, río al ver lo brujas que son todas y cada una de ellas. Ahora entiendo por qué siempre me encontraba allá adonde fuera y conseguía mis nuevos números de móvil. Estaba compinchado con Coral. La muy guarra me hacía ver que lo odiaba, pero en realidad era ella la que lo tenía al día de todo y la que lo ha ayudado a preparar lo que vamos a hacer.

Cuando llegamos a Las Vegas estoy nerviosa. Mucho más nerviosa que la vez que me casé en la iglesia, rodeados de famosos y con miles de asistentes. Llevo muchas horas sin dormir, pero el subidón que tengo creo que me ha quitado el sueño.

Dylan ha reservado habitaciones en un hotel para las chicas y una impresionante suite de recién casados para nosotros. Me sorprendo al verlo. Sinceramente, no sé para qué tanta opulencia cuando apenas la vamos a disfrutar.

Cuando Dylan se va, Valeria saca mi peluca oscura y yo me río. Según ellas, he de ponérmela si no queremos que alguien me reconozca y la noticia se filtre a la prensa. Acepto. Una vez me maquilla, me muero de risa cuando me entregan las lentillas negras de la señorita Mao y el camisón rojo. Coral explica que Dylan le pidió que lo buscara y, cuando nadie nos oye, susurra:

—Espera a vernos vestidas a nosotras, Puticienta.

Encantada, me pongo las lentillas y el camisón. Sin duda, esta boda va a ser algo muy nuestro. Divertido y loco.

Pero cuando minutos después veo a Coral vestida de Lara Croft, a Valeria de Tormenta, de los X Men, y a Tifany de Supergirls, me muero de risa.

¿Cómo podemos ser tan horteras?

Cuando salimos del ascensor, la gente nos mira y sonríe. No me reconocen y yo, encantada, pienso que me voy a casar con mi amor con estas pintas. Nos montamos en la limusina que Dylan ha alquilado para nosotras y cuando llegamos a la capilla y veo a mi futuro marido esperándome, ¡me derrito de amor!

Ante mí tengo al Indiana Jones más guapo que ha habido y habrá sobre la faz de la Tierra.

Cuando me acerco a él, sonrío y, divertida, murmuro:

—Creo que estamos locos.

—Bendita locura —contesta él, enamorado.

Me besa, mira al oficiante, que lleva unas patillas a lo Elvis, y dice:

—Ya puede empezar.

Tras darnos una pequeña charla de la que no nos enteramos porque no podemos parar de mirarnos y sonreír, a las nueve de la mañana, Dylan vuelve a ponerme la alianza que le devolví y el oficiante nos declara marido y mujer. Nos besamos con deleite y pasión, mientras las superheroínas nos lanzan arroz y pétalos que han comprado en la entrada.

Un rato después, tras fotografiarnos muertos de risa, el de las patillas nos da unos papeles que ambos tenemos que firmar. Dylan saca el bolígrafo que yo le regalé en Nueva York y me mofo:

—Menudo uso más original le estamos dando.

Mi amor sonríe. Sabe por qué lo digo y musita:

—Lo volveremos a utilizar cuando nos volvamos a casar por la Iglesia, esta vez en Tenerife. En tu tierra.

Sin duda lo tendremos que hacer, o mi abuela Nira me retira la palabra para el resto de mis días. Tras desayunar con mis superamigas, ellas se van al casino con sus disfraces, pasando de descansar en el hotel. Dylan les recuerda que a las doce tenemos que estar en el aeropuerto para coger el avión a México. Ella asienten y se van, dispuestas a disfrutar de esas tres horas de locura.

Al quedarnos solos en el vestíbulo del hotel, Dylan me abraza y, sacando un sobre del bolsillo, murmura:

—Esto es tuyo.

Abro el sobre y sonrío al ver la carta de la madre de Dylan. La releo y digo, mirándolo:

—Qué razón tenía tu madre al decir que el primero en pedir perdón es el más valiente, el primero en perdonar es el más fuerte y el primero en olvidar es el más feliz.

Mi amor asiente y, besándome, contesta:

—Vuelves a ser la señora Ferrasa.

—No vuelvas a echarme de tu lado o lo vas a lamentar.

Con mimo, mi amor me acaricia la cara y susurra:

—Aún lamento los meses que no te he tenido. Pero, tranquila, esta vez he aprendido la lección.

Permanecemos abrazados durante un rato, disfrutando de nuestro reencuentro, de nuestro tacto y de nuestro amor, cuando mi marido dice:

—Estarás agotada. ¿Quieres dormir estas tres horas?

—¿Y perderme mi apasionada y morbosa mañana de bodas? ¡Ni loca! —contesto.

Dylan suelta una carcajada y me enseña dos tarjetas:

—En la habitación 776 hay una cama para dos. En la habitación 777 hay una cama para tres. Tú decides a lo que quieres jugar, cariño.

Encantada, sonrío y, quitándole una de las llaves de la mano, murmuro con sensualidad:

—Aprovechemos estas tres horas. —Y añado—: Señor Jones, qué placer volver a encontrarme con usted.

Dichoso, me coge la mano con galantería y responde:

—Señorita Mao, el placer es mío. ¿Qué hace usted por aquí?

Me toco el pelo negro con coquetería.

—He venido a visitar a unos familiares.

—¿Desayunaría conmigo, señorita Mao?

—Encantada, señor Jones.

Cogidos del brazo, vamos hacia los ascensores y, al entrar en el primero que llega, Dylan se acerca a mí con seguridad y, besando la mano donde llevo el anillo de casada, dice:

—¿Le parece bien que antes pasemos por mi habitación? Quiero enseñarle algo.

Hechizada y llena de deseo hacia mi señor Jones, asiento.

Cuando el ascensor para en la planta 14, camino del brazo de mi marido hacia una habitación en la que hay un hombre también vestido de aventurero junto a la ventana. Nos mira. Dylan cierra la puerta y, cogiéndome por la cintura, dice:

—Señorita Mao, le presento a Joseph.

Mi vagina se humedece por segundos y, quitándome el chal de los hombros para que se vean mis marcados pezones bajo el camisón de seda, murmuro:

—Es un placer, Joseph.

Él me besa la mano con galantería y Dylan, sentándose en la cama, dice:

—Señorita Mao, venga aquí.

Cuando estoy delante de él, me abraza a la altura de las piernas. Así me tiene unos segundos, con su nariz pegada contra el camisón.

—¿Lleva usted aquel tanga de perlitas? —pregunta. Mete las manos por debajo de la falda y, tras tocarlo, murmura—: Está muy húmeda, señorita Mao.

Asiento. Estoy húmeda, caliente, mojada. ¡Cardíaca y deseosa de jugar!

Dylan abre una caja que hay sobre la cama.

—Tengo estas perlas para usted. Si me permite, estaré encantado de introducírselas en su bonito trasero una a una antes de desayunar.

Sin dudarlo y con mirada de vampiresa, me inclino sobre la cama y coloco el trasero a su disposición. Dylan me sube el vestido, pasea la lengua por mis piernas, por mis nalgas, por mi ano y, tras darme un azotito que resuena en la habitación, dice:

—Joseph, tráeme el lubricante.

Mi respiración se agita. Estoy en esa postura, con el vestido subido y dispuesta a que me introduzcan unas bolas anales la mañana de mi boda. ¡Sí!

Joseph le entrega el gel a Dylan, mientras este le ordena:

—Quítale las bragas.

El otro hombre lo hace y las deja sobre la mesilla. Está claro que allí el macho alfa es Dylan. Mi amor abre el gel y, tras untármelo en el ano con mimo y complacencia, dice, enseñándome una ristra de bolas unidas por un cordel:

—Son diez bolitas, señorita Mao. Voy a introducir la primera.

Una a una las mete todas y, cuando termina, me coge las cachas del culo, me las aprieta y, tras sobarlas e invitar a Joseph a que me pellizque, me da la vuelta y murmura:

—Pensaba desayunar, pero voy a hacerla mía en este mismo instante.

Asiento.

—Señor Jones, encantada de ser su desayuno.

Dylan me quita el vestido, que cae a mis pies y, tumbándome en la cama, me abre los muslos y me come, me desayuna. Su boca impetuosa me arranca gemidos de placer ante la mirada del otro hombre, y mi marido me hace suya con la lengua, mientras, con los dedos, me agarra y excita los pezones.

Instantes después, sube hasta mi boca, me aplasta sobre la cama y murmura, permitiéndose salirse un poco del papel:

—Te quiero, mi vida.

Ambos sonreímos. Volvemos a estar juntos.

—Te quiero, mi amor —contesto.

Nuestro beso es dulce y lleno de deseo, y cuando su boca se separa de la mía, vuelvo a ser la señorita Mao. Ansiosa de recibirlo, murmuro:

—Fólleme… Fólleme, señor Jones.

El pene de mi amor entra en mí lentamente, y con el ano lleno con aquellas bolas, experimento un placer especial.

Oh, sí… así… así, Dylan… estoy a punto de gritar.

Ambos paladeamos este primer encuentro caliente y morboso tras ser declarados marido y mujer. Dylan me coge las manos, las sujeta por encima de mi cabeza y musita:

—La adoro, señorita Mao…

Sonrío, mientras la lujuria toma mi cuerpo en una serie de rápidas acometidas. Grito enloquecida. Se detiene y vuelve a la carga de nuevo, haciéndome chillar de placer. Se detiene otra vez para tomar aire, antes de hundirse en mí con sensualidad. Y cuando nota cómo tiemblo, mientras jadeo enloquecida, me sujeta, profundiza en mí y, reteniéndome bajo su cuerpo, se clava en mi interior. Yo, frenética, jadeo mientras siento cómo me corro por y para él.

Su respiración al verme en ese estado se vuelve irregular. Ataca mi boca con avidez, me suelta las manos y me agarra los hombros para hundirse más en mí.

—¿Le gusta así?

—Sí —consigo decir, mientras noto que las bolitas de mi ano se mueven en mi interior.

La cabeza comienza a darme vueltas. Mi vagina se contrae por mi orgasmo, siento a Dylan totalmente clavado en mí e, instantes después, percibo cómo el clímax le llega también y se corre tras un bronco gruñido, mientras a mí se me corta la respiración.

¡Qué placer! Oh, Dios… ¡qué placer!

Cuando nos recuperamos, Dylan me besa, sale de mi interior y, mirando a Joseph, dice, caminando hacia el baño:

—No se mueva, señorita Mao. Joseph la lavará mientras yo me lavo también.

Sin ganas de levantarme, miro a ese hombre al que no conozco y él rápidamente se arrodilla entre mis piernas y me asea sin decir nada. Levanto la cabeza para mirarlo y veo en sus ojos la lujuria que siente en ese momento, mientras me lava, deseando que Dylan le dé acceso a mí.

Instantes después, mi amor sale del cuarto de baño. Se ha debido de lavar a toda mecha y eso me hace sonreír. Con lo posesivo que es, lo raro es que me haya dejado sola esos treinta segundos.

Acercándose a mí, me agarra de la mano y, levantándome desnuda, dice:

—Ahora vamos a desayunar.

Me lleva de la mano hasta una mesa y me hace sentar. Al hacerlo, las bolas se clavan en mi trasero, pero no me molestan, al contrario, y reprimo un gemido.

Dylan, al verme, dice:

—Joseph, tú si quieres puedes desayunar debajo de la mesa.

Acto seguido, el hombre desaparece bajo el mantel y siento que me toca las piernas.

—¿Todo bien, señorita Mao? —pregunta Dylan.

Asiento y dejo escapar un gemido cuando Joseph me abre los muslos y se lanza hacia mi sexo.

Lo recibo extasiada y Dylan, al ver mi expresión acalorada, murmura tocándome los pezones:

—Eso es, señorita Mao… disfrute y hágame gozar.

Apoyada en la silla, mi respiración se acelera, mientras el hombre que hay debajo de la mesa me abre el sexo y chupa mi clítoris con avidez. Dylan, al ver mi excitación, se toca el pene.

—¿Le gusta, señorita Mao?

Asiento. ¿Cómo no me va a gustar nuestro juego?

Miro su erección. Quiero sentirlo dentro de mí y se lo exijo. Dylan, levantándose, moja una servilleta en agua, me levanta también y me lava con rapidez. Tira al suelo lo que hay sobre la mesa y me coloca encima para darme lo que le he pedido. Oh, sí.

Instantes después, Joseph sale de debajo de la mesa, observa lo que hacemos y, como Dylan lo invita a jugar, me toca los pechos. Se inclina y me los chupa. Los succiona con avidez mientras yo, lujuriosa, grito por lo que me hace mi marido.

¡Mi marido!

¡Mi Dylan Ferrasa!

De pronto, este me coge de la cintura, me acerca a su pecho y, de pie, me penetra mientras yo jadeo y me dejo manejar. Joseph, al verlo, se pone detrás de mí y grito cuando siento que tira de las bolitas que tengo en el ano. Las saca una a una mientras Dylan, excitado, me folla dispuesto a volverme loca.

—Eso es, señorita Mao… ábrase para nosotros —dice Dylan con la frente húmeda de sudor.

Agotado, se sienta en el sofá, sin salirse de mí y entonces soy yo la que, a horcajadas, me muevo sobre él. Apoyado en el respaldo del sofá, me mira extasiado mientras yo continúo, dispuesta a llevarlo al límite.

En ese momento me abre las nalgas y sé lo que quiere. Asiento sin dejar de moverme sobre él. Dos segundos más tarde, los dedos de Joseph me dilatan el ano mientras oigo su agitada respiración. Cuando sabe que estoy preparada, me da un azote que avisa a Dylan. Ambos jadeamos. Instantes después, con un pie sobre el sofá y otro en el suelo, Joseph guía la punta de su pene hasta mi ano y se introduce en mí.

Yo grito y Dylan, abriéndome las nalgas, murmura extasiado:

—Mía, señorita Mao, es usted completamente mía.

Los dos me follan sin descanso, me hacen suya y yo lo disfruto mientras jadeo sin decoro y pido que no paren. Sus penes en mi interior me arrancan oleadas de placer, mientras mi amor me devora la boca y me dice maravillosas palabras de amor.

Oh, Dios… oh, Dios… ¡creo que nunca había disfrutado tanto con él!

Dylan le pide al hombre que está detrás de mí que se retire. Acto seguido, se levanta conmigo en brazos sin salirse de mí. Me sujeta totalmente abierta cogiéndome por las rodillas y me impulsa hacia arriba mientras me sigue penetrando. Joseph, animado por nuestra pasión, vuelve a acercarse por detrás y me penetra de nuevo por el ano.

Yo enloquezco entre los dos. Me hacen suya de pie. Entran y salen de mí con total facilidad y yo me dejo manejar, dispuesta a recibir el máximo placer.

Dylan se muerde el labio inferior por el esfuerzo que está haciendo, lo cual me vuelve loca, y más cuando lo oigo murmurar fuera de sí:

—Caprichosa, grita y córrete para mí.

Lo beso. Lo amo. ¡Me lo como!

Estos juegos nos hacen saber que en la calle somos una pareja más, en nuestros trabajos, dos profesionales, y en la cama y con nuestras normas, dos fieras calientes a las que les gusta disfrutar del sexo y las fantasías.

Acabado ese asalto, hay un par más sobre el sofá y sobre la cama, donde Dylan, llevado por la lujuria, me penetra por el ano, mientras me abre la vagina para el otro hombre.

No hay descanso. No queremos parar. Sólo deseamos morbo y lujuria. Sexo y desenfreno. En esta habitación todo es ardiente, caliente y adictivo. Sin duda, vuelvo a estar con mi amor, con el hombre que mejor conoce mi sexualidad y con el que me permito ser siempre yo.

A las doce y veinte, cuando embarcamos en el avión, mis amigas, ya vestidas con normalidad, se quedan dormidas. Yo intento no hacerlo, pero Dylan, con mimo y besos cariñosos, me obliga a dormir. He de hacerlo, esta noche tengo una actuación y debo descansar.