Suavemente
Llega el tan esperado día de la boda.
Por Dios… por Dios, ¡qué nervios!
Dylan, empujado por mi madre y la abuela Nira, se marcha a casa de su hermano Omar para vestirse. Pobre… He visto por su cara que no quería irse, pero ha obedecido y no ha dicho ni mu. Según mi madre y mi abuela, no es bueno que nos veamos antes de la ceremonia.
Sé que se resiste a dejarme. Algo que me indica que no se fía totalmente de mí. ¿Temerá que salga corriendo?
Sonrío y, para que se vaya más tranquilo, le digo:
—No me perdería nuestra boda por nada del mundo.
Cuando se va, siento un gran vacío. ¿Por qué mi madre y mi abuela son tan pesaditas con las tradiciones?
Sólo permito que mi madre y Coral me ayuden a vestirme. Quiero que ambas disfruten de este momento a tope. Y así es. Lo veo en sus caras, en cómo sonríen. Se emocionan mil veces y, cuando la peluquera me coloca el velo, mi madre llora.
—Ay, mi niñaaaaaaaaaa. Ay, mi Yaniraaaaaaaaaaaaaaaaaa.
—Mamá, por favor —me río—, que se me corre el rímel si lloro.
—Ay, mi niña, ¡qué bonita estás! ¿Llevas lo azul, lo nuevo, lo viejo y lo prestado?
Sonrío. Lo nuevo es el vestido. Lo viejo es la llave que la madre de Dylan le regaló y que él me entregó a mí; me la he cosido al liguero azul. Y lo prestado es el conjunto de pendientes y collar que mi madre llevó en su boda.
—Sí, mamá, tranquila. Ya me lo has preguntado siete veces.
—Increíble, Yanira. Hasta pareces buena —suelta Coral.
Eso me hace reír. Es lo mismo que pensé yo cuando me vi vestida de novia la primera vez. No sé si será por el pelo rubio o los ojos azules, pero, vamos, así vestida soy la virginidad personificada.
—Estás preciosa, cariño, ¡preciosa!
—Superdivinaaaaaa —se mofa Coral.
Con los ojos anegados en lágrimas, mi madre entra en el cuarto de baño para enjugárselas y que no se le estropee el maquillaje y Coral, mirándome, cuchichea mientras me coge las manos:
—Siempre había pensado que este día sería al revés. Yo vestida de novia y tú ayudándome a vestirme, pero…
—Ya llegará tu momento —la corto—. No seas tonta.
Ella sonríe y, suspirando, murmura:
—Me he vuelto muy selectiva. Ahora, o me hacen llegar a las seis fases del orgasmo por todo lo alto o directamente los descarto.
—¿Y si te digo que hay siete fases?
Coral me mira y, acercándose, susurra:
—Dime ahora mismo cuál es esa fase, Floricienta, o de aquí no sales viva.
Nos miramos y, entre risas, murmuro:
—La séptima es la fase estrellada. —Y al ver cómo me mira, aclaro—: Tras la homicida, que es la sexta, Dylan me ha enseñado a ver las estrellas.
—Joder con el maquinote de Dylan… —se burla mi amiga y, sin perder su humor, añade—: Al final va a ser verdad eso de que los maduritos tienen su morbazo.
—Te lo aseguro.
—Vale… si tú has visto esa fase, yo también la quiero ver. Por lo tanto, ya te informaré de mis progresos orgasmales.
Nos estamos riendo cuando mi madre vuelve con nosotras.
—Ya verás cuando te vean tu padre, tus abuelas y tus hermanos —dice—. Ay, qué guapa estás, cariñooooooooooooo.
Contenta, me miro al espejo. Esa que está ahí reflejada soy yo y aún no me lo creo. Parezco una estrella de Hollywood con este peinado y este vestido, y espero que Dylan se quede tan impresionado como mi madre.
Cuando salgo de la habitación, el primero al que veo es a mi hermano Garret esperando abajo, en el vestíbulo. Nos miramos y sonrío al ver que va de caballero Jedi. Está muy guapo. No esperaba menos de él, aunque no me quiero ni imaginar el disgusto de mi abuela Nira.
Con parsimonia, bajo la escalera y Garret viene a mi encuentro. Me coge la mano y, tras besármela, me dice:
—Hoy será un día largamente recordado por mí. Siempre has sido hermosa, mi princesa, pero hoy tu perfección se supera a sí misma.
—Amor… me superencantaaaaaaaaaaaa —exclama Coral.
Me río. Mi hermano es la bomba y mi amiga, la leche… y, como si él fuera de la realeza, hago un asentimiento de cabeza y respondo:
—Caballero Jedi Garret Skywalker, me honran tus halagos, pero he de decirte que tú sí que estás increíblemente guapo.
—Me superencanta tambiénnnnnnnnnnn —se mofa Coral.
Mi madre pone los ojos en blanco y nos apremia:
—Vamos, dejaos de tonterías y bajemos a hacernos las fotos.
Entre risas, agarro la mano de Garret y entramos juntos en el salón, donde está el resto de mi familia que, al verme, se quedan sin habla.
—Bueno, ¿tan fea estoy? —bromeo.
Mi abuela Nira se echa a llorar mientras mi abuela Ankie corre a besarme. Mi padre se queda paralizado sin dejar de mirarme, mientras Argen sonríe y Rayco dice:
—Estás que rompes la pana, hermanita. Espero que en la fiesta haya bellezas como tú.
Poco después, todos felices, nos hacemos las fotos y cuando un Hummer blanco e impresionante viene a buscarnos, mi abuela Ankie, besándome, sentencia:
—Eres la novia más guapa del mundo, cariño.
Sonrío y la beso yo también.
Subimos todos al coche. Mis hermanos y Coral están flipados. No quiero ni imaginármelos cuando vean a algunos de los invitados.
Cuando llegamos a la 540 South Commonwealth Avenue me sorprendo al ver la iglesia tan bonita. Sólo había estado aquí una vez y era por la tarde. Nunca la había visto a la luz del día.
Mi familia baja del coche y comienzan a subir la escalera. Yo espero junto a mi padre a la Tata y a la pequeña Preciosa.
La niña corre a abrazarme. Esta guapísima con su traje de tul, elegido por Tifany, y yo, encantada, me la como a besos. Cuando la suelto, la Tata me abraza. Me murmura al oído que espera que sea muy feliz y cuando se aparta, le dice a la pequeña:
—Pórtate bien, Preciosa. Y recuerda, tienes que ir delante de Yanira echando pétalos en el suelo, ¿vale?
La cría asiente y le dice adiós con la mano cuando la Tata entra en la iglesia.
—Hoy es uno de los días más felices de mi vida, resoplidos —dice mi padre mirándome sonriente—. Hoy te voy a entregar en matrimonio y espero que seas tan feliz como yo lo soy con tu madre.
Me emociono y resoplo.
Mi padre es de pocas palabras, pero lo que dice siempre me llega al corazón. Lo beso en la mejilla y noto en su abrazo lo emocionado que está. De pronto, mi abuela Ankie y Coral bajan la escalera y mi abuela dice:
—Si antes te he dicho que eres la novia más guapa del mundo, espera a ver al novio. ¡Impresionante, mi niña! ¡Ese muchacho está impresionante!
—Mamáaaaa… —la regaña mi padre con cariño.
De la mano de mi abuela, Coral interviene divertida:
—En serio, Yanira… qué guapo, ¡qué guapo! Estoy por ponerte la zancadilla, quitarte el vestido y entrar yo del brazo de tu padre. Como se te ocurra decir que no cuando el cura te lo pregunte, te juro que me caso yo con él y veo las estrellas. Qué tío más guapooooooooooooooooooo.
Mi abuela suelta una carcajada. Al final, las dos me guiñan un ojo y se vuelven a la iglesia.
Cuando desaparecen de nuestra vista, mi padre me mira y pregunta:
—¿Preparada, cariño?
Asiento y tras animar a Preciosa a que camine delante de nosotros, los tres comenzamos a subir la escalera. Cuando llegamos a la puerta, me siento cohibida. La iglesia está a rebosar de gente y el órgano comienza a sonar. Preciosa me mira y yo murmuro:
—Ahora tienes que ir hasta la Tata despacito y echando pétalos de la cesta, ¿vale?
La cría asiente y yo recorro el pasillo del brazo de mi padre, mientras los invitados, actores, músicos y cantantes me sonríen y yo les sonrío a ellos. Esto no tiene nada que ver con lo que propuse de Las Vegas, pero me gusta. Reconozco que me gusta. Sin embargo, cuando veo a Dylan, oh, Dios, ¡oh, Dios!, ya no puedo mirar a nadie que no sea él.
Madre mía, qué pedazo de hombre, de tío, de machote, ¡de todoooo! Y es mío, ¡sólo mío!
Está guapísimo con su frac negro.
¡Joderrr… cuánto me gusta!
¡Lo adoro! ¡Lo amo! ¡Lo necesito!
Su sonrisa y ver cómo me mira me llenan de felicidad. Por el amor de Dios, pero si hasta creo que me va a dar un infarto de placer. Nos vamos a casar. Estoy totalmente enamorada de Dylan y él lo está de mí. ¿Qué más puedo pedir?
Cuando llegamos ante el altar, la Tata coge a Preciosa de la mano y la lleva junto a los Ferrasa. Yo los miro sonriente y ellos me sonríen también y me guiñan un ojo. Tifany asiente contenta con la cabeza y leo en sus labios:
—Me superencantaaaaaa.
Mi padre me besa en la mejilla y en ese momento siento la mano de Dylan sobre la mía. Me agarra con fuerza, con seguridad y, acercándome a él, me susurra al oído:
—Si no estuviéramos donde estamos, te arrancaría el vestido. Esta noche voy a poseer con deleite cada milímetro de tu cuerpo, caprichosa.
Guau, ¡qué calor!
¿Cómo me puede decir eso en un momento así?
Joder, ¡que estamos en una iglesia!
Me humedezco al oír sus palabras y el muy granuja sonríe con cara de no haber roto un plato.
¡Para matarlo!
Pero feliz y contenta le guiño un ojo y él me lo guiña a mí. Después miro hacia delante y la ceremonia comienza.
¡Allá vamos!