39

No me ames

El lunes, cuando regreso, la casa huele de maravilla. Eso es lo que tiene ser la sucursal de Interflora en Los Ángeles. A los diez minutos de llegar, llaman a la puerta y al abrir no me lo puedo creer. Allí tengo al florista con su sonrisa. Tras coger el ramo, cierro la puerta y me suena el móvil. Un mensaje.

Bienvenida a casa, cariño. Hoy estás preciosa. Te quiero.

¡Joder! ¿Me vigila?

¿Cómo ha conseguido mi nuevo número de móvil si sólo lo tienen cuatro personas?

Mañana me lo vuelvo a cambiar.

Al final sonrío. Dylan Ferrasa es pesado… muy pesado.

El jueves siguiente no salimos a celebrar nuestro Pelujueves. Temo encontrármelo. Preparo una cenita y mis amigas vienen a casa. Cuando entran, flipan. Creo que nunca han visto tantas rosas juntas en un mismo espacio. Y todas, ¡todas!, ponen a Dylan a caer de un burro por hacer eso. La peor, Coral.

Y cuando llaman a la puerta y entro en el salón con otro ramo de rosas, Tifany pregunta:

—¿Qué pone en la tarjeta?

Sorprendida, veo que ese ramo sí trae tarjetita en un lateral. La abro y leo para mí:

Nunca fuiste mala para mí.

Eres lo mejor de mi vida y nunca te engañaría con nadie.

TQ

¡Qué monooooooooo!

Pero ante ellas pongo cara de asco y, soltando las flores, digo:

—Joder, qué pesadito.

Valeria me quita la tarjeta y, después de leerla, me la devuelve y dice:

—Este es un capullo y en su casa no se lo han dicho.

—Es un Ferrasa; ¿qué esperabas, cuqui? —comenta Tifany.

Oír eso me molesta, pero me callo. Si algo es Dylan es un caballero. Nada que ver con Omar.

Coral me arranca la tarjetita de las manos y, rompiéndola ante mis narices, dice:

—A la mierda este tío. Él sí fue algo malo para ti.

A partir de ese instante, se genera un debate entre las tres de lo más absurdo. Se dedican a destripar mi relación con Dylan y yo las escucho muda. Nada de lo que dicen es cierto. Él siempre ha sido romántico, amable con los míos, comprensivo y, sobre todo, me sentí muy… muy querida por él a pesar de nuestro final. Pero por lo visto mis amigas han visto otra película. Lo tachan de machista, antisocial… y cuando Coral, que es la peor, dice que era un putero, ya no puedo más y estallo:

—Todo eso es mentira. Habláis sin saber. Y sí, todo acabó, pero quizá yo lo provoqué no controlando mi carrera ni a la prensa. Creía que podría con ello, pero ¡el mundo pudo conmigo! Y como diría mi abuela Ankie, no supe darles valor a las cosas verdaderamente importantes y lo jorobé todo. ¡Todo! Dylan es un hombre excepcional, romántico, cariñoso, protector y, simplemente, no pudo más, explotó y…

—Y te dio la patadita en el culo y te engañó con otra. ¡No me jodas, Yanira! —insiste Coral.

Su dureza me pone enferma y aclaro:

—La patadita se la di yo a él antes, cuando no supe tomar decisiones acertadas.

—¿Te recuerdo que te puso los cuernicientos, Tontacienta? —insiste.

—No lo hizo. Siempre lo supe y hace poco me lo confirmó —suelto.

—Cuquita… no creas todo lo que un Ferrasa te dice. Recuerda a mi mandril. Él también negaba que me los ponía y yo iba rayando los techos.

—¿Acaso piensas comparar a Dylan con Omar? —siseo furiosa.

—Los dos son hombres y los dos se apellidan Ferrasa —puntualiza Valeria.

Alucinada por la negatividad que veo en ellas a la hora de hablar de Dylan, respondo:

—Si alguien se tiene que culpar de muchas cosas soy yo, únicamente yo. Y aunque os jorobe y os repatee, lo sigo queriendo, necesitando y amando con todas mis fuerzas y si no vuelvo con él es porque no soy la mujer que le conviene. Nunca podré ser la buena y plácida mujercita que un médico necesita. Y no lo puedo ser porque me gusta cantar. Adoro subirme a un escenario para hacer vibrar a la gente y… ¡joder…! —grito, tras haber desnudado mis sentimientos—. ¿Por qué os tengo que contar esto?

Las tres se me quedan mirando como si yo fuera una aparición mariana y Tifany dice:

—Ay, cuqui, que me vas a hacer llorar.

—Joder, Divacienta, ¿tan pillada sigues por él? —pregunta Coral sorprendida.

Con tristeza asiento con la cabeza y respondo:

—Soy una buena actriz, Coral, ¿todavía no te has dado cuenta?

—Te mataría por tu gran actuación —suelta ella—, pero el problema es que luego te echaría de menos.

Sonrío. Valeria, acercándose a mí, me abraza y dice:

—Te mereces ser feliz. Muy feliz, cariño. Y sin duda ese hombre te merece tanto como tú a él. Cambia el chip y piensa en positivo. Mira todas estas flores. Dylan te quiere. Tú lo quieres. ¿Por qué te resistes a volver con él?

—No quiero amargarle de nuevo la existencia. Nuestros mundos son diferentes. Le volvería a destrozar la vida y no puedo permitir que eso suceda otra vez.

El debate sobre mi vida sentimental se retoma de nuevo. La más cruel sigue siendo Coral. Pero ¿qué le pasa con Dylan? ¿Por qué le ha cogido tanta manía? De madrugada, cuando mi límite de tolerancia no puede más, digo:

—No me matéis, pero necesito dejar de escucharos.

—Oh… oh… Amargacienta nos echa de su casa.

Desconcertada por la mala baba que veo todo el rato en Coral, siseo:

—Mira, Idiotacienta, yo que tú cerraba el pico porque me estás cabreando, y mucho.

El sábado siguiente, mis tres locas pasan a buscarme. Saben que necesito divertirme y no me abandonan.

¿Cómo no las voy a querer?

Nos vamos a cenar y después, como siempre, ¡a tomar destornilladores! Varios hombres nos entran, pero pasamos de ellos. Cada una de nosotras tiene su motivo y el mío es que ninguno me atrae sexualmente.

Sin duda, tras el huracán boricua llamado Dylan, me va a costar bastante encontrar sustituto.

En el bareto de Ambrosius, bailamos, nos divertimos y bebemos, cuando de pronto me quedo sin palabras al ver a Dylan. ¿Desde cuándo va al local de Ambrosius? Sorprendida, veo que está con unos amigos médicos a los que conozco y en cuanto Coral lo ve, suelta:

—A este le corto yo los huevos. ¿Qué coño hace aquí?

Dos segundos después, Dylan se acerca a nosotras y, mirándome, pregunta:

—¿Bailas conmigo?

Plan A: sí.

Plan B: sí.

Plan C: sí.

Al final, elijo el plan nanay de la China y, mirándolo, contesto:

—No.

A continuación, cojo mi bolso y, seguida por mis dignas amigas, salgo hecha una hidra del local.

¿Por qué Dylan no ve que no quiero volver con él?