Pero me acuerdo de ti
Tras firmar los papeles del divorcio, decido marcharme a Tenerife unos días. Estar con mi familia y sentir su calorcito sin duda me vendrá bien. Hablo con ellos y alquilo una villa impresionante, con vistas al mar. Me lo puedo permitir.
Una vez allí, me llevo a toda mi familia a ese lugar idílico. Es el único sitio donde los periodistas no pueden entrar.
Durante el día, cuando estamos juntos en la piscina o sentados a la mesa, reina una aparente normalidad y brindamos por mi nominación a los premios de la música. Yo sonrío, quiero que me vean contenta.
Pero cuando llega la noche, se turnan para entrar en mi cuarto y me hablan de Dylan. Intentan entender lo que ha pasado entre nosotros. Yo los escucho y no digo nada. No quiero decepcionarlos y decirles que, en cierto modo, yo lo he perdido. Sólo lloro, lloro y lloro. La más dura es la abuela Ankie. No me perdona no haber antepuesto a Dylan al resto, aunque cuando me ve llorar, me consuela.
Hablo con mis padres. Quiero comprarles una casa mejor y más cómoda que la que tienen, pero se niegan. No quieren mudarse ni de casa, ni de barrio. Insisto. Pero al final me rindo. Me doy cuenta de quién heredé la cabezonería.
Algunas tardes, cuando estamos en la piscina, observo a mi hermano Argen con Patricia. Me encanta ver el amor que se profesan y, con cierta envidia, miro la tripita de mi cuñada. Ya está de seis meses y medio y sabemos que va a ser un niño. La felicidad que irradian me alegra, pero me destroza el corazón.
Una de tantas noches en que no consigo conciliar el sueño, me siento al ordenador y veo que ha llegado a mi correo una noticia de Google. Tengo una alerta de Dylan Ferrasa para recibir todo lo que salga sobre él y me quedo sin habla cuando veo la noticia.
En ella se ve a Dylan sonriente, cenando con una mujer. Maldigo. No la conozco, no sé quién es, pero si sé que esa foto es actual y no de archivo. Ver cómo le sonríe despierta mis celos, me provoca náuseas. Imaginar que le hace el amor como me lo hacía a mí me vuelve loca. Sin duda, ha decidido retomar su vida y me doy de cabezazos contra la mesilla.
Acorto dos días mis vacaciones y decido regresar a Los Ángeles. Mi familia me asfixia, o quizá me asfixio yo sola. Debo retomar mi vida cueste lo que cueste.
Con las pilas recargadas después de haber descansado unos días en Tenerife, de regreso retomo los ensayos de mi gira y, cuando me subo al escenario y canto, siento que me quito un peso de encima. Sin duda cantar me hace bien.
La gira europea es un éxito. Visitamos España, Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania e Italia. Y así como en España veo a mi familia y en Holanda a la familia de mi abuela, cuando llego a Italia me encuentro con Francesco. Ceno con él y su novia Giulia y, tras tomar unas copas, me proponen subir a la habitación conmigo.
Acepto.
Una vez allí, cuando los dos se acercan a mí y me empiezan a tocar, me siento mal, incómoda y, tras apartarme de ellos, les pido que hagan el amor para mí. Quiero observar. Acceden. Francesco desnuda a su novia con delicadeza y luego se desnuda él. Yo me siento en una silla para mirarlos.
Nunca he sido espectadora tan directa de algo así, pero hoy quiero hacerlo. Francesco se tumba en la cama y Giulia acerca la boca a su pene y se lo empieza a chupar. Le hace una felación que dura varios minutos.
Luego, Giulia se pone de pie en la cama. No sé qué va a hacer hasta que la veo clavar la punta de su tacón en el pene de él. Francesco jadea. Eso lo vuelve loco y ella lo repite una y otra vez, mientras mi amigo tiembla de lujuria.
Tras arrancarle varios gemidos, se sienta sobre él y observo cómo lo besa en la boca y luego se desliza por su cuerpo hasta sus pezones. Se los muerde y Francesco disfruta, se entrega a ella. Giulia se introduce entonces el pene de él en la vagina y, de forma lenta, comienza a cabalgar sobre su cuerpo.
Pienso en Dylan, en su tremendo disfrute cuando yo le hacía eso. Cierro los ojos y revivo esos increíbles momentos con él. Pero cuando los abro maldigo.
¡He de superarlo!
Desde donde estoy, veo cómo las manos de Francesco sujetan el trasero de su novia y la mueve a su antojo. Así me movía Dylan a mí. El italiano la restriega sobre él, la aprieta y ambos jadean.
Giulia se agacha y pasa los pechos por la cara de él hasta metérselos en la boca. Francesco se los chupa, los succiona, se los muerde como mi amor me los mordía a mí.
No quiero participar. Sólo pienso en Dylan mientras ellos juegan y disfrutan del sexo como en otro tiempo yo lo disfrutaba con mi amor, con mi marido.
Un fuerte azote me baja de mi nube y oigo que Francesco le dice a su novia:
—Date la vuelta.
Se mueven. Cambian de posición. Ella se pone a cuatro patas y él, agachándose, mete la boca entre sus piernas y la chupa desde la vagina hasta el ano. Giulia jadea mientras él la hace suya con la lengua y los dedos.
—Ven —dice Francesco mirándome.
Niego con la cabeza y no insiste.
Acto seguido, introduce su duro pene en la vagina de su novia y comienza a moverse a un compás lento y sensual, mientras con un dedo le dilata el ano. Giulia jadea, Francesco gime y yo los observo.
El gemido de ella cuando él se aprieta contra su cuerpo es de puro éxtasis. El mismo éxtasis que yo sentía cuando Dylan, mi amor, mi marido, mi dueño, se apretaba contra mí.
El ritmo de las acometidas se acelera. Mi corazón también. Francesco la agarra por la cintura y le da una serie de rápidas embestidas, saca el pene y se lo vuelve a introducir de nuevo hasta el fondo. Giulia grita. Yo me acaloro al recordar lo que sentía cuando Dylan me hacía eso.
El sonido del choque de sus cuerpos atrae de nuevo mi atención. Los observo. Veo cómo el trasero de Francesco se contrae a cada embestida y, sacando de nuevo el pene del todo, lo vuelve a introducir en la vagina de ella. Siguen repetidas penetraciones y esta vez, cogiéndola del pelo, la hace arquearse hacia él. Los gemidos de Giulia suben de volumen y cuando el éxtasis estalla en ella, Francesco sale de su cuerpo, le da la vuelta y le introduce el pene aún duro en la boca.
Como una poderosa diva del sexo, Giulia lo chupa con avidez y sin descanso, deseosa de que se corra. Recorre con la lengua el tronco del pene y succiona la punta con ansia mientras le acaricia el escroto. Francesco, enloquecido, incrementa sus acometidas. Agarra la cabeza de su novia y le introduce el miembro entero en la boca, mientras tiembla y musita:
—Chúpame hasta la última gota.
Después de eso, el alarido de Francesco es brutal y, mientras ella sigue chupando, veo cómo el semen cae por su barbilla. A diferencia de mí, que no me gusta el sabor del semen, a Giulia parece encantarle y, como una chica dócil, se lo traga todo y se relame lo que le queda en los labios.
—Buena chica… buena chica —oigo que musita Francesco, mientras ella no para de chupar y lamer con gusto.
Cuando se da por satisfecha, se sienta en la cama y él, mirándome, sonríe y dice:
—Giulia, ve a asearte y vístete.
Sin decir nada, ella coge su ropa y pasa al cuarto de baño. Está claro que en esa relación él propone y Giulia obedece. Nada que ver con mi relación con Dylan, en la que jugábamos y proponíamos a partes iguales. Tras limpiarse lo poco que Giulia ha dejado, Francesco se viste y, cuando acaba, se sienta frente a mí y pregunta:
—¿Estás bien, Yanira?
Niego con la cabeza. No, no estoy bien; dejo que me abrace y lo oigo decir:
—Bella, debes recuperarte de tu divorcio.
—Lo haré —asiento convencida—. Lo conseguiré.
Francesco y yo hablamos un poco y luego Giulia aparece y nos despedimos. Cuando se marchan, miro la cama que segundos antes estaba ocupada y, tras quitar la colcha donde han hecho el amor, me desnudo y me acuesto.
Quiero dormir y soñar con Dylan.