34

Eso

Pasamos los siguientes días como mejor podemos. Apenas nos vemos y, cuando lo hacemos, casi no hablamos. Entre nosotros se ha abierto un abismo tan grande que ninguno de los dos es capaz de saltarlo. La desconfianza, junto con la decepción y el dolor, nos está matando como pareja, y ninguno hace absolutamente nada por arreglarlo.

No le cuento a nadie lo que pasa. Me lo guardo para mí. Es tan doloroso lo que estoy viviendo que no quiero que nadie más lo sepa, ni intente opinar.

Dylan se va de viaje cinco días a una convención en Washington. No me propone que me vaya con él y casi se lo agradezco. Pero al segundo día estoy que me subo por las paredes. Lo echo de menos.

La soledad me hace buscar amistades. Coral, entre su trabajo y su astronauta, no puede salir siempre que yo se lo pido. A Tifany, entre sus encargos y Preciosa, le pasa más o menos lo mismo, y Valeria tiene que recuperarse de su operación.

Angustiada por salir de casa, voy a fiestas a las que me invitan. Estar rodeada de gente que no me pregunta cómo estoy o por mi vida me relaja y lo disfruto. En una de esas fiestas me encuentro con mi cuñado Tony, que, sorprendido al verme sin Dylan, me pregunta si todo va bien. Yo asiento. No sé si me cree.

Dylan regresa de su viaje y la frialdad de nuestro reencuentro pone de manifiesto que cada vez vamos a peor. Seguimos sin hablar, sin besarnos, sin abrazarnos, sin hacer el amor. Los días pasan. Cada vez más alejados, yo comienzo a hacer mi vida, como hace él. Sólo compartimos casa y, cuando estamos los dos en ella, reina el silencio y se hace insoportable. Creo que por eso procuramos estar lo menos posible.

Tras mi aborto, la prensa ahora no sólo me persigue a mí, también acosan a Dylan en la puerta del hospital y allá adonde va. Sin que nosotros digamos nada, seguramente se están percatando de que nuestra vida está cambiando. Ya no salimos juntos, nunca nos ven sonrientes y titulares como «Una rubia explosiva llamada Yanira sola en la noche» copan las revistas todas las semanas.

Me invitan a una gala de cuatro noches en Acapulco. Acepto encantada. Durante esos días, todos los artistas contratados nos alojamos en un hotel impresionante, donde descanso y tomo el sol. Las dos primeras noches, para evitar a los periodistas, no salgo y me quedo en la habitación, y la segunda noche, cuando abro mi portátil para conectarme a internet, la sangre se me hiela en las venas cuando veo a Dylan en un local, tomando una copa con gente. Alucinada, observo varias fotos en las que se lo ve hablando y sonriendo a la misma morena. El titular es: «El marido de Yanira se divierte en buena compañía».

Furiosa, cierro la pantalla del portátil y creo que, por primera vez, siento la indignación que él ha debido de sentir durante meses.

Al día siguiente salgo a navegar con unos amigos. Lo pasamos bien, bailamos, bebemos, pero la juerga se acaba para mí cuando un tal James, tras cogerme por la cintura, me da un beso en la boca y, furiosa, yo le doy un rodillazo en los huevos que lo dobla en dos.

Esa noche, canto en la gala con el guapísimo Luis Miguel. ¡Madre mía, qué lujazo! En el escenario, mirándonos a los ojos para representar la letra de la canción, entonamos:

Tengo todo excepto a ti y el sabor de tu piel.

Bella como el sol de abril,

qué absurdo el día en que soñé que eras para mí.

Tengo todo excepto a ti y la humedad de tu cuerpo.

Tú me has hecho porque sí,

seguir las huellas de tu olor, loco por tu amor.

Mientras canto pienso en Dylan. Efectivamente, lo tengo todo excepto a él, y aunque continúo adelante con mi vida, nada, absolutamente nada me motiva, ni tiene emoción si él no me necesita.

¿Habrá dejado de quererme?

Esa noche, tras acabar las actuaciones, desesperada por lo que siento, me voy a tomar una copa con varios de los artistas. Necesito desconectar y pasarlo bien o me volveré loca. Bailo, canto, bebo, me desfogo y, esta vez, al ver unos flashes, soy consciente de que saldré bailando en alguna portada con mi escueto vestidito celeste.

¡Anda y que les den!

Cuando regreso a casa dos días después, Dylan no está. Me ducho, me pongo cómoda y me tumbo en el sofá de los abrazos a escuchar música con mi iPod.

Cuando él llega esa noche, a diferencia de otras veces, camina hacia mí agitando una revista, me arranca los auriculares de los oídos y pregunta furioso:

—¿Desde cuándo eres tan amiguita de Raoul Prizer?

Miro la portada de la revista y no me sorprendo. Allí estoy yo con mi vestidito celeste y el tal Raoul, bailando, y en otras fotos se nos ve entrando en el hotel. El titular es «Yanira y Raoul, una bonita pareja en Acapulco».

Joder, ¿ya me han vuelto a liar con otro?

—¿Es esto cierto? —insiste Dylan.

Sorprendida de que me dirija la palabra, lo miro y contesto:

—Ni que a ti te interesara…

Un rugido sale de su boca. Su indignación es tal que, sorprendida, pregunto:

—¿Se puede saber por qué te pones así?

—¡Responde! ¡¿Es cierto?! —grita.

—No. ¿Cómo voy a hacer eso, acaso no me conoces? —No responde e insisto—: Se supone que tú sabes más que yo cómo es la prensa. —Y al ver cómo me mira, añado, siseando con furia—: Espero que tú disfrutaras la otra noche. Vi una foto en la que parecías pasarlo de fábula con una morena.

Dylan no contesta. Me mira, resopla y pregunta:

—¿Cuándo lo has conocido?

—¿A quién?

—¡A Raoul! Aquí dice que cenasteis juntos y…

—Cenamos un grupo de gente y luego fuimos a tomar una copa —me defiendo—. No sólo estábamos él y yo.

Con gesto dolido, va a decir algo seguramente hiriente, pero me adelanto:

—Es sólo un amigo. Nada más.

—¿Un amigo?

—Sí.

Dylan sonríe. Ay… ay… esa sonrisa no me gusta y, con gesto de chulería, me suelta:

—Estos no son tus amigos, sólo gente que quiere ser vista contigo. Aprovechados que se acercan a ti con el único fin de promocionar sus carreras.

Luego, con una sonrisa fría e impersonal, sale del salón y segundos después oigo la puerta de la calle al cerrarse.

Cuando me quedo sola, me hundo en el sofá de los abrazos, me tapo los ojos y sollozo sin que nadie me consuele.

Al jueves siguiente salgo con las chicas. Las añoro tanto que casi lloro cuando me llaman para nuestra salida del Pelujueves. Me pongo la peluca y sonrío al ver su buen humor y positividad ante todo. Oculto mis sentimientos y, cuando me preguntan por Dylan, les respondo feliz y contenta y me doy cuenta de que soy una excelente actriz.

En la cena, Tifany nos sorprende cuando nos dice que mi suegro, su exsuegro, la está ayudando mucho en la adaptación de Preciosa a Los Ángeles. Y que el próximo fin de semana la ha invitado a ir con la niña a Villa Melodía y que ha aceptado. Vamos, lo nunca visto.

Coral nos cuenta que Joaquín y ella se irán a pasar el fin de semana a Nueva York y yo me alegro horrores por ella, aunque siento una terrible punzada en el corazón al recordar el maravilloso fin de semana que pasé con Dylan en esa ciudad.

Y Valeria nos habla divertida de sus progresos con su dilatador vaginal. Todas nos reímos mientras bromeamos y lo bautizamos con el nombre de Espartano.

Cuando me toca a mí contar algo, me invento que Dylan y yo nos reímos juntos en la cama viendo los titulares de la prensa y los romances que nos atribuyen cada vez que hablamos con alguien. Todas me creen. Lo que digo, ¡pedazo de actriz que soy!

Tras la cena, nos vamos al local de Ambrosius y me pongo fina a destornilladores. Sobre las dos de la madrugada, y ya algo achispadas, Valeria se empeña en enseñarnos a todas cómo va su operación. Entre risas, nos metemos en el baño, ella se baja las bragas y, alucinadas, la miramos mientras se abre de piernas.

—¡Joder, qué potorro más bonito te han dejado! —exclama Coral.

—Alucinante —afirmo yo.

—En serio, Valeria, ¡es una cucada! —dice Tifany, incrédula.

Encantada, ella nos mira desde arriba mientras nosotras, agachadas, observamos su vagina y pregunta:

—¿Os gusta cómo está quedando?

Coral asiente, la mira y dice:

—Está mal que yo lo diga, ya que no me gustan las tías, pero, chica, mirándotelo se me ha puesto la piel revoltosa.

Suelto una escandalosa carcajada. Todas me miran y yo digo:

—Vale… he bebido demasiado.

Cuando salimos del servicio, las cuatro, animadas, vamos bailando hasta la pista. Allí, un tipo me coge por la cintura y yo le doy un manotazo para que me suelte. Al hacerlo se me descoloca la peluca, pero rápidamente me la pongo bien. Sólo faltaba que me reconocieran y la prensa me pillara con mi disfraz. Eso sería el fin de mi privacidad.

El tío, al ver que Ambrosius le hace una advertencia, levanta los brazos en señal de disculpa y Coral, mirándome, dice:

—Ese es un rompebragas.

Ambas soltamos una carcajada. Cuando acaba la canción, Tifany y Valeria siguen en la pista, mientras que Coral y yo nos vamos hacia la barra. Estamos sedientas.

Pedimos un par de destornilladores y, cogiendo el mío, lo levanto y digo:

—Brindemos por la vagina nueva de Valeria.

Coral y yo chocamos nuestros vasos y, después de beber, ella me mira y pregunta:

—¿Estás bien?

—Sí.

Mi amiga me escudriña con intensidad y dice:

—Hay algo en ti que me descoloca. No sé qué es, pero…

—¿Quizá la peluca oscura? —la corto.

Ella sonríe y, antes de que diga nada más, la animo a salir de nuevo a bailar. Está claro que Coral comienza a ver algo en mí que yo no quiero que descubra.