Son sueños
Tony llega al hospital con Anselmo y la Tata y nos dice que los periodistas, al saber que estoy aquí, están esperando en la puerta.
Dylan maldice molesto y yo lo tranquilizo.
Cuando se llevan a Preciosa para hacerle unas pruebas, ella exige que su mamá la acompañe, pero, tras mirar a Dylan, que niega con la cabeza, el médico no accede.
El ogro vuelve a hacer de las suyas y esta vez es Omar, con gesto hosco, quien pone a su padre en su lugar. Eso me sorprende.
Ante la insistencia de Dylan, dejamos que nos lleve a Tifany y a mí a casa de esta. Salimos por el parking de trabajadores y nadie nos ve. Una vez allí, conseguimos que se acueste y descanse. Después, Dylan me acompaña a mí a una de las habitaciones de invitados y, entre mimos, me engatusa para que me tumbe en la cama.
Yo caigo rendida. Cuando me despierto son las dos de la tarde.
Tifany, que no sé si ha descansado, está sentada en una silla delante de mí cuando me despierto y sonríe. Dylan no está. Se ha marchado al hospital. Mi cuñada, cariñosa, me prepara algo de comer y luego nos acercamos a mi casa. Necesito cambiarme de ropa.
Una vez allí, pienso en darles la noticia del embarazo a Coral y a Valeria, pero decido posponerlo. Si lo hago, se enterará media humanidad.
A las cuatro, camuflada con mi peluca oscura, llego con Tifany al aparcamiento del personal del hospital. Como no quiero revelarle mi identidad al vigilante jurado por temor a que la prensa se entere, ella pide que avisen al doctor Dylan Ferrasa.
Diez minutos después aparece mi impresionante marido con su bata de médico.
Estoy a punto de gritarle «¡Guapo!», pero no es el momento, ni el lugar.
Dylan habla con el vigilante jurado y, tras abrir este la valla de seguridad, nos permite pasar. Una vez Tifany aparca, Dylan le dice que la niña ha pasado una buena mañana y que la fiebre ha desaparecido. Me quito la peluca y la guardo en el bolso: nadie me debe ver morena sabiendo que soy yo. Dylan, cogiéndonos a ambas del brazo, nos hace subir hasta su despacho.
No entendemos qué hacemos allí, hasta que entra una doctora que él nos presenta como Rachel, con la que mantiene una amistad desde la facultad, según nos explica. Ella me comenta que le encanta mi música y que suele alegrarle el día. Eso me pone contenta. ¡Alguien que piensa algo positivo de mí en el hospital!
Tras hablar un rato Rachel me pide que me descubra un brazo y me saca sangre para unos análisis.
—Cuando tengas los resultados, tráemelos directamente a mí, ¿vale, Rachel? —Ella asiente y, tras guiñarme un ojo, se va.
Dylan nos hace pasar a otro cuarto donde hay una máquina y, tras cerrar la puerta con llave, dice:
—Túmbate en la camilla. Voy a hacerte una ecografía para ver que todo va bien.
—¿Y por qué cierras con llave? —pregunto sorprendida.
Dylan me mira y después mira a Tifany, que me explica:
—Está protegiéndote, Yanira. Nadie puede saberlo. Si la prensa se entera, o se filtra la noticia, no te dejarán vivir.
No había pensado en eso. ¡Menudo asco!
—Vamos, cariño. Túmbate.
Lo hago y después, tras untarme un gel frío en el vientre, comienza a mover una especie de aparato arriba y abajo y de pronto dice:
—Ahí lo tenemos. Dile hola a nuestro bebé, cariño.
—Ay, ¡qué cucadaaaaaaaaaa! —aplaude mi cuñada, entusiasmada.
Miro el monitor boquiabierta y veo cómo en mi interior se produce el milagro de la vida. Me emociono y unas lágrimas brotan de mis ojos. Voy a ser madre. Dentro de unos meses, un chiquitín va a depender de mí y me siento muy muy feliz.
Miro a Dylan encantada y no puedo verlo más radiante, ni más feliz. Su rostro refleja lo que está sintiendo en este momento y sonrío. Por mi amor, por mi bebé y por mí.
Durante varios minutos, Dylan sigue manejando la máquina con seguridad y, una vez acaba, me mira y dice:
—Estás de siete semanas. Las medidas son excelentes y no tenemos por qué preocuparnos.
Luego imprime la ecografía, me la da y, besándome, susurra:
—Ahora, mamá, sólo tengo que cuidarte.
Subimos a la planta de pediatría cogidos de la mano. Con lo protector que es Dylan, supongo que el embarazo hará que exagere esa característica y, divertida, sonrío y camino a su lado.
Casada, locamente enamorada de mi marido y embarazada. ¿Quién me lo iba a decir?
Al vernos aparecer, Preciosa se pone muy contenta y abraza a Tifany con desesperación. Eso me emociona y, con lo sensible que estoy, me tengo que reprimir para no llorar. Cuando Dylan se marcha para visitar a sus pacientes, se despide de mí mostrando un inmenso amor.
Sobre las seis de la tarde, se vuelven a llevar a la niña para hacerle más pruebas y mientras Tifany, Omar, mi suegro, la Tata, Tony y yo esperamos, sin previo aviso, mi cuñada abre su bolso y, sacando un sobre, se levanta y se lo entrega a Anselmo.
—Aquí tiene la carta de su mujer que me dieron el día de mi boda —dice—. Désela a la próxima mujer de Omar. A mí ya no me va a hacer falta.
Todos la miramos alucinados, y mi suegro, el primero. Omar, acercándose a su mujer, murmura:
—Tifany… no.
Pero ella se da la vuelta, lo mira directamente a los ojos y responde con determinación:
—No mereces que te quiera ni que te hable y mucho menos tener la hija y la familia que tienes. Y aunque el corazón se me parte por tener que separarme de Preciosa y de ti, he de hacerlo por respeto a mí misma. —Luego, mirando a mi suegro, añade—: Disfrute de este momento, señor. Usted ha ganado. La rubia tonta le devuelve a su hijo y ya no tendrá que verme nunca más.
Dicho esto, sale de la habitación dejándonos a todos con la boca abierta. Omar va detrás de ella y la Tata murmura, negando con la cabeza:
—Ay, bendito, ¡qué disgusto!
Yo miro a mi suegro, que sostiene la carta de su fallecida mujer en la mano y digo:
—Es una pena que no hayas querido conocer a Tifany. Te aseguro que te habría gustado y hubieras agradecido su sincero cariño.
Cojo mi bolso y yo también salgo de la habitación. Me acerco a Omar y a Tifany, que están discutiendo en el pasillo. Tras hacer que Omar la suelte, me la llevo a un ascensor, me pongo rápidamente la peluca y nos vamos a buscar el coche.
Me suena el móvil. Es Dylan. Lo cojo y habla angustiado. Su padre le ha contando lo ocurrido. Lo tranquilizo y quedo en llamarlo dentro de un rato. Ahora debo estar con Tifany. Ella me necesita.
La llevo a mi casa, pues no quiere volver a la que compartía con Omar. Durante horas, la pobre no para de llorar. Cuando Dylan sale del hospital y llega, habla con ella. La comprende y, tras decirle que siempre podrá contar con nuestro cariño, le da un tranquilizante y Tifany se duerme.
Luego, Dylan me coge en brazos y me lleva a nuestra habitación. Una vez allí, dejo que me desnude con mimo y que me meta en la cama, donde me quedo dormida abrazada a él. Estoy agotada.
Horas más tarde, me despierto sobresaltada. Me levanto de un salto de la cama y voy a la habitación donde está Tifany. Abro la puerta y me tranquilizo al verla dormida.
—¿Qué ocurre? —pregunta Dylan detrás de mí.
Me vuelvo hacia él y respondo:
—Nada. Es sólo que me he despertado y necesitaba ver que estaba bien.
Con mimo, mi chico me vuelve a coger en brazos y me lleva a nuestra habitación. Tras cerrar la puerta con el pie, se acerca a nuestra cama y, cuando me deja encima, no lo suelto. Mirándolo a través de la oscuridad de la habitación, murmuro:
—Hazme el amor.
No lo duda. Su boca va derecha a la mía y me besa con avidez, mientras sus manos recorren mi desnudo cuerpo y me siento florecer.
Me besa la frente, las mejillas, la nariz y los labios. Después enreda los dedos en mi pelo e, inclinándome la cabeza, posa cientos de besos en mi cuello. Luego su boca recorre mis hombros, mis pechos, mi estómago y mi vientre. Cuando veo que continúa su camino, abro los muslos invitándolo a que no pare. Adoro su delicadeza y el amor que pone en esto.
Aún no me ha tocado pero ya siento mi humedad. Su boca rápidamente me saborea y chupa. Me lame, me muerde y, enloquecido, me abre más los muslos. Después introduce la lengua en mi vagina y tras ella un dedo. Yo jadeo. Me masturba al tiempo que su lengua juega con mi clítoris.
¡Oh, Dios, qué placer!
Entregada a sus caricias, me muevo sobre la cama mientras levanto mis caderas y acepto gustosa esa dulce intromisión. Me pasa la mano libre por el cuerpo y, con dos dedos, me agarra un pezón y me lo estruja.
Un extraño dolor hace que me contraiga. Seguramente tengo los pezones más sensibles por el embarazo, pero no quiero que pare y lo animo a continuar.
Cuando su respiración se acelera, sube por mi cuerpo y me besa. Yo me muevo hasta quedar sentada en la cama y lo insto a que haga lo mismo. Luego me siento a horcajadas sobre él y, mientras paseo mi boca por su cara y le beso la frente, los ojos, las mejillas y el mentón, agarro su pene y lo introduzco en mí. Ambos nos estremecemos.
Mi boca busca la suya y, con ternura, intento entregarle el mismo amor que recibo de él. Nunca podré compensarlo. Nadie es más bueno y comprensivo que Dylan. Eso me emociona y noto que se me saltan las lágrimas.
Dylan se da cuenta y, cogiéndome la cabeza, me mira en la oscuridad:
—¿Qué te pasa, cariño?
Sin poder contener las emociones que me embargan, respondo:
—Nada.
Mi contestación no lo convence y, tocándome la cara para cerciorarse de que ocurre lo que imagina, insiste:
—Estás llorando. ¿Qué te pasa?
En vez de contestar, busco de nuevo sus labios y lo beso. Devoro su boca, locamente enamorada, y cuando me separo para que ambos podamos respirar, susurro:
—Te quiero tanto, que lloro por eso.
Me abraza, me besa y, cuando mis caderas comienzan a moverse, lo oigo jadear y, deseando de que esto no pare, exijo:
—Sí… jadea para mí.
Sus brazos me aprietan la cintura para agarrarme con más fuerza y yo, enredando los dedos en su pelo oscuro, lo beso y le hago abrir la boca. Él lo hace sin dudarlo. Nuestras lenguas luchan en el interior de nuestras bocas, mientras adelanto las caderas en busca de nuestro placer. Dylan, mi Dylan, tiembla.
Sin parar en mi delirante asedio, cambio el movimiento de mi pelvis. Ahora es rotatorio y observo gustosa cómo mi amor se muerde el labio inferior, mientras echa la cabeza hacia atrás extasiado.
—Mmmmm… no pares, conejita —dice. Cuando no se lo espera, mis movimientos cambian de nuevo y, tras una brusca arremetida que me clava totalmente en él, jadea—: Ahhhh… Ahhh…
Tenerlo entregado a mí de esta manera me enloquece, me excita. Y cuando noto que se va a correr, me agarra con fuerza y murmura:
—Primero tú… primero tú, cariño.
Es galante hasta para eso. En ese instante, toma el mando y lo dejo hacer. El calor de mi cuerpo, que rodea el suyo, sube y sube y cuando el clímax me alcanza, le muerdo el hombro mientras tiemblo.
Instantes después, también él llega al clímax y su simiente me inunda por completo, mientras ahoga un gutural gemido en mi cuello y me empala totalmente en él.
Permanecemos en esa postura varios minutos. No nos movemos hasta que Dylan pregunta:
—¿Te encuentras bien, cielo?
Asiento, sonrío y, besándolo con cariño, contesto:
—Cuando estoy contigo, siempre me encuentro bien.