Preciosa
Al día siguiente, cuando Dylan llama a su familia, Tifany le dice que sus dos hermanos y su padre están en la discográfica, solucionando un problema con un músico. Ella se ha quedado con la Tata y la niña en casa, porque la pequeña tiene fiebre.
Encantada de darle la noticia, le pido a Dylan que me pase el teléfono y cuando se lo digo se pone a chillar de felicidad.
¡Un bebé!
Cuando se pone la Tata, le paso el teléfono a Dylan y la ilusión que veo en su cara es tal que no puedo dejar de besarlo. Antes de colgar, les pedimos que no digan nada a nadie. Se lo queremos decir nosotros personalmente.
Sin poder esperar para darles la noticia a los Ferrasa, Dylan y yo nos dirigimos hacia la discográfica. ¡Nos morimos de ganas de que lo sepan! Aunque yo sé que a la discográfica y a Omar la noticia no les va a hacer mucha gracia.
Al llegar allí, nos encontramos con Anselmo, Tony y Omar y, cuando nos ven aparecer, Dylan, que no puede más, los mira a punto de estallar de felicidad y dice:
—¡Vamos a tener un bebé!
La cara de los tres es un poema, hasta que Anselmo sonríe y corre hacia su hijo. Lo abraza y después me abraza a mí. Tony hace lo mismo y nos da la enhorabuena, pero Omar, sin moverse del sitio, pregunta:
—Estaréis de coña, ¿no? —Y cuando ve que lo miramos desconcertados, sisea—: Este no es momento para embarazos ni para bebés. Yanira no puede estar embarazada. ¡Joder!, estamos en plena promoción del disco y…
—¡Omar! —ruge Dylan, haciéndolo callar—. Como no cierres la bocaza, te juro que lo vas a lamentar. Estás hablando de mi mujer y mi hijo. Me importa una mierda si a ti o a la discográfica os parece bien o mal. No tenemos que pediros permiso para ser padres cuando nos dé la gana.
La tensión se palpa en el ambiente. Está claro que todos nos alegramos excepto Omar y, aunque me joroba, lo entiendo e intento ponerme en su lugar.
En ese instante, el móvil me vibra en el bolsillo del pantalón. Al ver que se trata de mi cuñada, lo cojo.
—Dime, Tifany.
—¡Yanira! —grita alterada—, estoy llamando a Omar y a Anselmo, pero no me lo cogen. Malditos Ferrasa, ¡qué harta me tienen!
No es muy buen momento para que la pobre llame enfadada. Intento apaciguarla y respondo:
—Tranquila, estoy con ellos. ¿Qué ocu…?
—Estamos en el hospital —me corta—. Tenéis que venir enseguida.
Miro a los hombres, que siguen discutiendo, y pregunto alterada:
—¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?
Con voz angustiada y a punto del llorar, Tifany contesta:
—Es Preciosa. La niña no está bien. Por favor, venid cuanto antes al Ronald Reagan, ¿de acuerdo?
Cuando cuelgo el teléfono, Dylan, acercándose a mí, pregunta:
—¿Qué ocurre?
—Era Tifany. Preciosa no se encuentra bien y están en el hospital.
Al oírme, todos los Ferrasa se callan y Anselmo pregunta:
—¿Qué ha ocurrido?
En ese momento se abre una puerta y veo entrar a la secretaria de Omar. ¿Qué narices hace la morena aquí? Pero ¿no la había despedido? Enfadada, respondo:
—No lo sé. Os ha llamado a ti y a Omar, pero no se lo habéis cogido. Vamos, tenemos que ir al hospital.
Lo hacemos en nuestro coche. Dylan conduce y Omar, tras mirar su móvil, ve que tiene doce llamadas perdidas. Con cara de reproche, lo miro y siseo:
—Si yo fuera ella, ya te habría dado carpetazo.
No responde. Mejor.
Cuando llegamos al hospital donde trabaja Dylan, dejamos el coche en su plaza de parking y subimos con el ascensor interior hasta Pediatría. Al llegar, vemos a la Tata que, angustiada, viene hacia nosotros diciendo:
—Ay, bendito, qué susto. ¡Qué susto nos hemos dado!
—¿Qué ha ocurrido? —pregunta Omar nervioso.
—La niña tenía mucha fiebre y se nos ha desmayado —explica—. Menos mal que Tifany ha reaccionado enseguida y sin perder un minuto hemos venido al hospital. ¡Qué susto, Anselmo!
Con gesto ceñudo, el ogro asiente y la Tata añade:
—Dylan, ve a donde tienen a la nena y que te explique el médico lo que pasa. Tifany y yo estamos tan nerviosas que somos incapaces de entender nada.
Mi chico cruza una tranquilizadora mirada y se encamina hacia la puerta del fondo.
—¿Dónde está Tifany? —pregunta Omar.
—Con Preciosa, cielo mío —responde la anciana—. La niña no se quiere separar de ella. Qué amores le tiene. Por cierto, tu secretaria la ha llamado para decir que ya veníais.
¡Joder! ¿La secretaria ha llamado a Tifany?
Sin duda se va a armar. Miro a mi cuñado, que, con cara de mala leche, me dice:
—Volviendo a lo de vuestro bebé, no es momento. Te vas a cargar tu carrera. ¿No ves que va a ser un estorbo para todo? Hemos invertido mucho dinero para que tú ahora…
—¡Omar, cállate! —grita Tony, cortándolo—. Da gracias de que sea yo y no Dylan quien te ha oído decir eso, porque si es él te arranca la cabeza.
—Vete a la mierda, Omar —siseo yo, furiosa.
En ese instante, se abre la puerta al fondo y aparece Tifany. Al vernos, en vez de acercarse a Omar, viene hacia mí y me abraza. Yo la estrecho contra mí con cariño y cuando se separa, le dice a su marido con los ojos llorosos:
—¿No me dijiste que habías despedido a la puta de tu secretaria?
—Ay, bendito —susurra la Tata al oírla.
Omar va a responder, pero Anselmo, en su línea, plantándose ante Tifany sisea:
—¿Qué le has hecho a mi nieta?
—¡¿Cómo?! —exclama ella.
—Me has oído muy bien, rubita —responde el viejo en tono desagradable.
La pobre Tifany no sabe qué decir y la Tata interviene:
—Anselmo, por el amor de Dios, ¿qué estás diciendo?
Pero él continúa:
—Qué curioso que se ponga enferma cuando está al cuidado de ella, ¿no crees?
—Papá, pero ¿qué estás diciendo? —dice Tony.
¡Lo mato! Juro que me cargo a este viejo, aunque sea el padre de Dylan.
Pero ¿cómo es capaz de ser tan cruel?
—¡Es usted el ser más desagradable que he conocido en toda mi vida! —grita Tifany, descompuesta.
—Mejor me callo lo que yo pienso —responde mi suegro con desdén.
—Papá, por favor —gruñe Tony—. Vaya familia que tengo. Un padre que no facilita las cosas y le reprocha a una buena mujer que no cuide como debe a una niña a la que es evidente que adora y luego un hermano gilipollas que sólo hace y dice tonterías. ¡Estoy más que harto!
—Hijo, por favor —intenta tranquilizarlo la Tata.
Pero Tony, que siempre escucha, observa y se mantiene al margen, grita:
—¡¿Por una puñetera vez no podemos ser una familia normal y unida? ¿Acaso lo que pido es imposible?!
Le aprieto el hombro con cariño y le pido calma. Pero Anselmo, sin importarle nada, insiste:
—Todos pensáis lo mismo que yo.
Se hace el silencio, pero entonces, Omar, con voz dura replica:
—No, papá, en absoluto. Yo no pienso igual que tú y te aseguro que tampoco ninguno de los que estamos aquí.
El ogro se calla y mira a su hijo. Omar parece afectado por lo que ha dicho Tony. Luego mira a Tifany y murmura, acercándose a ella:
—Tranquila, cielo.
Ella, llorosa, se refugia en sus brazos, mientras mi suegro sigue despotricando e incluso discute con Tony.
Yo no puedo callarme y, mirándolo, le digo:
—Anselmo, sabes que, a pesar de los problemas que hemos tenido, te quiero mucho, pero creo que te estás pasando tres pueblos con lo que estás diciendo. A ver si ahora va a resultar que Tifany le ha provocado la fiebre y el desmayo a la niña.
—Pues no te extrañe —suelta él, obcecado.
Tifany, al oírlo, se aparta de su marido y grita con gesto angustiado:
—¡Váyase al cuerno! Sólo las malas personas como usted son capaces de pensar que yo podría hacerle algo a una niña como Preciosa.
Y, sin más, se da la vuelta y echa a andar por el pasillo. Omar va tras ella, pero Tifany se suelta de su mano y grita, señalándolo con el dedo:
—¡Y tú, maldito embustero, no me toques y déjame en paz!
—Tifany.
—¡Ni Tifany ni nada! —chilla como una posesa—. Estoy harta de ti, de tu padre, de tus amantes y de que no me cojas el teléfono cuando te llamo. ¡Vete a la mierda!
Omar se detiene, desconcertado por la reacción de su mujer delante de todos y, cuando me mira, yo le digo con sorna:
—El que juega con fuego se quema. ¡Y tú te has quemado, amiguito!
Tifany desaparece pasillo abajo y cuando voy a ir tras ella, Omar me agarra.
—Yo la quiero, pero…
—No, no la quieres —lo corto—. Si realmente la quisieras, no le harías todo lo que le estás haciendo, igual que tampoco quieres a tu hermano Dylan, o no dirías lo que has dicho de su bebé. Ahora, apechuga con lo que venga.
Sin más, me suelto de él y corro tras Tifany. Sin lugar a dudas, mi pobre cuñada necesita consuelo. Cuando la alcanzo y ve que soy yo, se agarra a mí con desesperación y solloza:
—¿Cómo puede pensar el viejo eso de mí, cómo?
—No hagas caso, Tifany. Ya sabes cómo es.
—No puedo más, Yanira. Ni con Omar, ni con la vida que llevo. Cuando me ha llamado esa zorra lo he visto claro. Me dijo que la había despedido, pero no lo ha hecho. Sigue allí.
Asiento. La he visto. No sé dónde la tenía escondida Omar las otras veces que he ido a la discográfica, pero sé que Tifany tiene razón. Y eso sin contar lo de la camarera del hotel. Sin duda, mi cuñado tiene mucho peligro.
Cuando consigo tranquilizarla, me pregunta cómo me encuentro. Le digo que estoy bien y regresamos con los otros. Omar se acerca a nosotras, pero yo le hago un gesto con la cabeza y se para a una prudencial distancia de su mujer.
En ese instante, la puerta del fondo se abre y aparece Dylan. Tifany y yo vamos hacia él cogidas de la mano y cuando llegamos a su altura, pregunto:
—¿Qué le ocurre a Preciosa?
Todos se acercan para escuchar las noticias y Dylan contesta:
—De momento se va a quedar ingresada.
—Ay, mi niña —solloza la Tata.
Dylan la abraza y, dándole un beso en la cabeza, murmura:
—Tata, tranquila. Preciosa se recuperará. —Luego mira a Tony y con un tono que no admite discusión, ordena—: Llévate a papá y a la Tata a casa.
—¡Ni hablar! —saltan los dos a la vez.
Pero Dylan, plantándose ante ellos, explica:
—Vosotros aquí no podéis hacer nada. Id a casa y así estaréis descansados para poder quedaros con la niña mañana durante todo el día.
—Pero…
—No, Tata —la corta Dylan—, debes descansar. Así serás de más ayuda, ¿de acuerdo?
La mujer asiente a regañadientes, pero Anselmo protesta.
—¿Quién se va a quedar con la niña?
Dylan mira a mi cuñada y dice con cariño:
—Tifany. Preciosa quiere que su mamá esté con ella y no hay nada más que hablar.
Emocionada, Tifany me mira y yo sonrío conmovida. Tengo un marido que es para comérselo a besos.
—Imposible —gruñe el ogro—. Ella no…
—Papá —lo corta Omar—, aquí no mandas tú. Quien decide es Preciosa y, si ella quiere que Tifany esté a su lado, lo estará.
—Hijo, por Dios. Pero ¿tú crees que…?
—Papá —sube la voz Omar—, será mejor que te calles antes de que empeores más las cosas. Yo soy el padre de la niña y mi mujer es su madre. ¡Basta ya!
Esas palabras hacen que Tifany suelte un gemidito. Yo le paso un brazo por el hombro cuando Anselmo, peleón, insiste:
—Creo que ella no…
—¡Maldita sea, cállese de una vez! —salta Tifany, plantándose ante él—. Le guste o no, me voy a quedar yo porque Preciosa ha decidido que así sea. Quiere que sea su madre y yo quiero serlo, le guste a usted o no. Y si intenta impedirlo voy a armar tal jaleo en el hospital, que le aseguro que vamos a salir en las noticias.
Mi suegro y ella se miran uno a otro. Es un duelo de titanes.
¡Por fin Tifany le ha perdido el miedo!
Al final, el ogro asiente y, dándose la vuelta, se marcha. Tony nos guiña un ojo, agarra a la Tata y se va tras su padre.
Cuando nos quedamos solos, Omar se acerca a su mujer, pero ella se aparta y le espeta:
—Vete con tu secretaria o con la que quieras. Yo no te necesito.
Cuando Tifany se marcha a la habitación con Preciosa, yo miro a mi cuñado y le digo:
—Vas a perderla por idiota y te aseguro que luego lo vas a lamentar.
Tras mirar a Dylan y ver que está de acuerdo con mi crítica, me voy con mi cuñada a la habitación. Seguramente ella me necesita más que el tonto de su marido.
Un rato después, Dylan insiste en que me marche del hospital. Dice que en mi estado he de descansar, pero yo me niego. Me preocupa Tifany y no quiero dejarla sola.
Sobre las cuatro y media de la madrugada, sentada en uno de los cómodos butacones de la habitación, me quedo dormida. Cuando me despierto, son las siete y media. Tifany sigue sentada con la espalda tiesa, mirando a Preciosa y, al verme, dice:
—Mira quién se ha despertado, la tía Yanira.
La niña me mira; yo me acerco y le doy un beso en la mejilla.
—Hola, cariño, ¿cómo estás?
Asustada al verse en aquella cama, murmura:
—Quiero ir a casa.
La puerta se abre y entran Omar y Dylan, sonrientes.
—¿Cómo está mi chica preferida? —pregunta Omar.
—Papiiiiiiii.
Sin duda alguna, Preciosa quiere a Omar con locura y ver su sonrisa me emociona. Cuando Tifany se va a levantar para que su marido se siente en su lugar, la niña la agarra de la mano y, sollozando, pide:
—No te vayas.
Cariñosa, Tifany la besa en la mejilla y cuchichea:
—Sólo me levanto para que tu papá se siente un poquito. Yo voy a salir un momento, pero enseguida vuelvo, ¿vale?
Sin apartar la vista de ella, la pequeña le tiende los brazos y lloriquea.
—No me dejes solita, mami.
Ay, Dios, ¡creo que voy a llorar!
La niña tiene muy claro quién quiere que sea su mamá y Omar se acerca, la besa en la cabeza y explica:
—Tranquila, vida, mamá no se marchará. Pero ahora tengo que hablar a solas con ella un momentito. ¿Podemos, cariño?
La cría, tras mirar a uno y otra, asiente y Omar me pide:
—¿Puedes quedarte un rato con Preciosa mientras llevo a Tifany a la cafetería a desayunar?
Al oírlo, mi cuñada se va a negar, pero Dylan interviene:
—Ve con él, Tifany. Yanira y yo nos quedamos mientras tanto con Preciosa.
Cuando ambos se van de la habitación, mi chico me mira y me guiña un ojo. Sin preguntarle, intuyo que ha hablado con su hermano y le ha dicho lo que yo no le he podido decir.
Preciosa, al ver que Tifany se marcha, me mira y hace un puchero, pero Dylan se acerca rápidamente a ella y, haciendo el payaso, consigue que sonría. Nunca lo había visto con niños, pero viendo que se ha ganado a la pequeña en décimas de segundo, imagino que será un padre excepcional.
Preciosa es un amor. Una vez se tranquiliza, me pide que le cante su canción y yo, sin dudarlo, entono:
No me llores más, preciosa mía.
Tú no me llores más, que enciendes mi pena.
No me llores más, preciosa mía…
Su cara y en especial su sonrisa al escucharme lo dicen todo. Al cabo de una media hora, vuelven mis cuñados. Omar tiene los ojos enrojecidos y, tras besar a la niña, dice mirándola con cariño:
—Ya hemos vuelto y mamá se va a quedar contigo todo el tiempo que tú quieras, ¿de acuerdo, cariño?
—Vale —asiente Preciosa, agarrando a Tifany de la mano con decisión.
Durante un rato, los cuatro bromeamos con ella y cuando cierra los ojos cansada, Dylan y Omar salen de la habitación. En cuanto Preciosa se duerme, Tifany me hace una seña para que nos acerquemos a la ventana y, una vez allí, murmura:
—Le he pedido el divorcio a Omar.
—¡¿Cómo?!
Llevándose un pañuelo a los ojos para secarse las lágrimas, musita:
—No me quiere… no me necesita y… y…
—Tifany… —digo, tocándole el codo.
—Oh, Dios, Yanira, es la primera vez que he visto a mi bichito llorar y suplicarme que no lo dejara. Eso me ha partido el corazón. Quiere una nueva oportunidad, pero yo no puedo… ya no puedo hacerlo. —Y, mirándome, pregunta al verme llorar—: ¿Crees que hago bien?
Menuda pregunta más difícil. Yo no soy ella. Su situación no es fácil de digerir y, secándome las lágrimas, respondo:
—Aconsejar en algo así es muy difícil. Pero creo que, llegados a este punto, deberías ser un poco egoísta y comenzar a pensar en ti misma.
Mira a la pequeña, que está dormida en la cama y dice, volviendo a llorar:
—Lo siento tanto por Preciosa. La quiero tanto que…
Lloramos las dos, mientras la abrazo y contemplamos a la niña. Siento que, si alguien no pone remedio, esto no va a ser nada fácil para nadie.