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Dulce locura

Tras ese primer encuentro con Fabián hay varios más. Ataviada con mi peluca y las lentillas quedamos con él en distintos hoteles de Los Ángeles, donde durante horas nos entregamos al disfrute del sexo y los dos me vuelven a hacer suya de mil formas diferentes.

En la discográfica, tengo una reunión en la que me hablan de una gira europea: España, Francia, Italia, Londres, Holanda y Alemania. Esta comenzará a principios de septiembre y acabará a mediados de octubre. Y otra gira latinoamericana: México, Chile, Perú, Uruguay y Paraguay. Comenzaría a mediados de noviembre y terminaría a mediados de diciembre. Todo el mundo quiere contratarme.

Eso me preocupa. Supone demasiado tiempo lejos de Dylan. Me ha acompañado a la reunión y yo, sin querer mirarlo, cojo una taza de la bandeja y me sirvo un café con leche. Lo necesito.

También me hablan de participar en unos conciertos multitudinarios con más artistas los días 25, 26, 27 y 28 de julio, en Nevada, Wyoming, Montana y Kansas. Serán cuatro días intensos pero la difusión, según Omar, merecerá la pena.

Dylan no dice nada y yo me quiero morir. Estas ciudades están a un tiro de piedra comparadas con Europa. La gira por este continente supondrá que pasaremos largas temporadas sin vernos. Aun así, firmo los contratos bajo su atenta mirada.

Una noche, me pide que me ponga la peluca y las lentillas. Yo sonrío. Ya sé lo que va a pasar. Al entrar en el hotel, Fabián no ha llegado todavía y Dylan me pide que me desnude. Lo hago. Pone música de Eric Roberson y me invita a bailar cuando suena Just a Dream.

Desnuda y abrazada a él, bailo, disfruto de cómo pasea las manos por mi piel, cuando murmura:

—Quiero verte con una mujer.

Lo miro.

—No es lo mío. Prefiero un hombre, como tú prefieres una mujer.

—¿Y si no tienes que hacer nada y ella te lo hace todo? —insiste.

Sonrío y, mirándolo a los ojos, susurro:

—¿Tú dejarías que un hombre te lo hiciera todo?

Mi amor niega con la cabeza. Lo beso y, excitada por lo que propone, pregunto:

—Dime, ¿para qué hemos venido aquí esta noche?

—Te lo acabo de decir —responde.

Parpadeo. Nunca hemos hablado de tener sexo con una mujer.

—Tienes razón, cariño —dice—. No es justo que te lo pida, cuando sé que yo nunca permitiría que un hombre me tocase.

Se separa de mí, coge su móvil y, cuando va a llamar, se lo quito de las manos y digo:

—Tampoco es justo que seas tú el que siempre me comparta con un hombre y yo nunca a ti con una mujer. No la llames. Déjala que venga y probaremos. —Y, cogiéndole el pene, se lo aprieto, mientras lo miro a los ojos y añado—: Pero prométeme que este siempre será mío, aunque se lo ceda unos minutos a ella.

Dylan sonríe.

—Ya te lo prometí hace tiempo, pero te lo vuelvo a prometer.

Yo le sonrío también al bribón de mi marido y le pregunto:

—En realidad ¿qué te gustaría ver entre esa mujer y yo?

—Todo. —Y luego añade—. Pero, cariño, si no…

Suenan unos golpes en la puerta, le pongo un dedo en la boca para acallarlo y susurro:

—De momento, ve a abrir.

Dylan me besa y, cuando me suelta, yo me siento desnuda en la cama. Abre la puerta y aparecen Fabián y una joven más o menos de mi edad. Es de pelo castaño y tiene estilo. Se presenta como Kim y, sin que ninguno diga nada, se desnuda, deja sobre la cama un maletín y lo abre. Alucinada, miro lo que hay en su interior. Me enseña un pene de doble cabeza y me explica:

—El señor Jones me comentó que quería vernos a las dos con esto dentro.

Miro a Dylan, que me observa. Veo las comisuras de sus labios arqueadas y sé que sonríe aunque no lo parezca. ¡Qué bribón! Curiosa, pregunto:

—¿Qué más dijo el señor Jones que quería ver?

Ella, acercándose un poco más a mí, susurra:

—Quería que los complaciera.

La lujuria que veo en la mirada de Dylan cuando Kim se mete un dedo en la boca, lo chupa y lo dirige a mi vagina es tal, que no me resisto y abro las piernas. Sin duda el juego comienza.

Me siento en la cama junto a la mujer, mientras Dylan se sienta en el butacón que hay frente a nosotras y nos observa, y Fabián se apoya en la pared. Kim me toca, baja la boca hasta mi pecho y, tras darle unos toquecitos a uno de mis pezones, ve que estoy dispuesta.

Cuando me siente mojada y receptiva, se levanta de la cama y, antes de entrar en el baño, dice:

—Tardaré un par de minutos.

Al quedarnos Dylan, Fabián y yo solos en la habitación, los miro y les exijo que se desnuden.

Lo hacen sin dejar de mirarme y luego los animo a acercarse a mí. Posando mis manos en sus caderas, los invito a entrar en mi boca. No desaprovechan la oportunidad. Con uno a cada lado, los agarro y, golosa, introduzco sus penes en mi boca por turnos, mientras ellos enredan los dedos en mi pelo.

Kim aparece y, al ver que ya hemos comenzado el juego, se sube a la cama y se pone detrás de mí. Mientras yo continúo excitándolos, ella me toca los pechos. Se centra en mis pezones y me los acaricia hasta ponérmelos duros como piedras. Después, sus manos bajan hasta mi vagina y, sentada como estoy, me la toca e introduce un dedo. Jadeo y los hombres dan un paso atrás y se retiran.

La joven profesional me abre los muslos desde atrás y murmura en mi oído, poniéndome a cien:

—Está muy mojada y excitada, señorita Mao. Vamos, suba las piernas a la cama.

Lo hago olvidándome de los hombres que nos observan y cuando ella me tiene bien acomodada, me introduce un dedo, que mueve como sólo una mujer saber hacer. Me arranca un gemido que casi me lleva al orgasmo.

Dylan al verlo se sienta a mi lado en la cama y me besa. Kim prosigue su asedio y, subiéndome ambas piernas, ataca mi sexo, que se introduce en la boca para mordisquearlo. Durante varios minutos, me hace algo que nunca me ha hecho un hombre, mientras mi marido me besa y se bebe mis gemidos.

Cuando siento que mi humedad no puede ir a más, oigo que ella dice:

—Señorita Mao, ahora baje las piernas y pose en mi boca lo que quiera que yo le chupe.

Acalorada, bajo las piernas, las abro y acerco de nuevo mi sexo a su boca. Ahora soy yo quien le pide que continúe, que no pare, mientras ella acepta y, gustosa, me chupa. Tirando de mi piel, se centra en el clítoris para darme todo el placer posible.

Veo que Fabián se pone un preservativo, se coloca detrás de Kim y la penetra. Ella jadea, pero no para de excitarme.

Mis temblores se hacen más que visibles, y quiero más y más, y Dylan, deseoso de jugar, introduce su erección en mi boca y yo se la chupo.

Durante un largo rato, succiono su pene, mientras Kim juega con el centro de mi deseo y lo hace suyo, y Fabián la penetra de nuevo. Sin duda, los cuatro sabemos a lo que jugamos y cuando el éxtasis toma mi cuerpo, los dos hombres se retiran y yo agarro la cabeza de ella y, como una loca, la aprieto contra mí, dispuesta a que no se aparte nunca más.

A nuestro lado, Dylan nos mira, disfruta de lo que ve. Sin duda buscaba eso y ambas se lo estamos dando. Entonces Kim se da la vuelta, pone su sexo sobre mi cara y, sin que ella se mueva, soy yo quien se lanza a mordérselo.

Paseo la lengua por sus labios vaginales, se los abro, acaricio su interior hasta llegar a su botón del placer. Le doy unos toquecitos con la lengua y la siento temblar. Es la primera vez que lo hago, pero sin duda sé lo que quiero y deseo hacer. Le abro los muslos con las manos y la acomodo mejor sobre mi boca. Juego con ella, que se estremece.

Su lengua y sus dedos me tocan el clítoris con rápidos movimientos, cuando siento que Fabián la vuelve a penetrar. Su escroto me roza la frente cada vez que se hunde en ella. Yo jadeo y de pronto siento cómo la punta del pene de Dylan se introduce en mí, mientras Kim sigue acariciándome el clítoris. ¡Oh, Dios, qué placer!

El juego es extremo y todos jadeamos como locos sobre la cama por lo que estamos haciendo y sintiendo. La lujuria llena la habitación y sólo pensamos en disfrutar sin remilgos.

Dylan mete las manos por debajo de mi cuerpo, me agarra el trasero y, con movimientos circulares, entra y sale de mí mientras Kim me chupa y, de vez en cuando, noto que le chupa también el pene a mi amor.

Así estamos unos minutos hasta que Fabián la levanta en volandas y se ponen a nuestro lado para continuar con sus penetraciones. Dylan cae también sobre mí, me agarra con fuerza y murmura:

—Dios, señorita Mao, no para usted de sorprenderme.

Como un loco, se hunde una y otra vez en mí y cuando veo que se muerde el labio inferior por el placer que siente, lo agarro del culo y, clavándole las uñas, lo inmovilizo. Con un bronco gemido, él se hunde todo lo que puede hasta dejarme casi sin respiración. Nos gusta esa posesión brutal. Es nuestra manera de disfrutar, mientras oímos a los otros dos gritar y llegar al clímax. Cuando Dylan afloja la presión, me besa con la respiración agitada y yo murmuro:

—Señor Jones, soy tan suya como usted es mío.

Mis palabras lo avivan, lo aguijonean, lo excitan y, tras una serie de rápidas y certeras penetraciones, el orgasmo se apodera de nosotros dejándonos agotados sobre la cama.

Una vez acabamos, los cuatro pasamos al cuarto de baño por parejas. No me mojo la peluca ni me la quito. No puedo hacerlo o si no sabrían quién soy. Una vez salimos de la ducha, Kim y Fabián están sobre la cama, esperándonos. Dylan me sube a ella y, cogiendo el pene doble de color azulón, la joven murmura:

—Ahora tú y yo. Me muero por follarte.

Tumbada de lado, Dylan me levanta una pierna para tener mayor acceso y Fabián le levanta otra a Kim. Con maestría, los dos hombres nos introducen con cuidado el pene de doble cabeza en la vagina y ambas jadeamos, mientras permitimos que lo hundan en nuestros cuerpos en busca del placer de todos.

—Nos vamos a follar mutuamente, ¿de acuerdo? —musita Kim.

Asiento y ella adelanta las caderas para clavarse en mí.

Rápidamente pillo de qué va esto y cuando noto que Kim afloja la presión, aprieto yo para que ella jadee. Así estamos varios minutos proporcionándonos placer, hasta que Dylan y Fabián nos dan azotitos en el trasero para que aceleremos las penetraciones.

—Más rápido —exige mi amor.

Incrementamos el ritmo entre jadeos y gemidos y Kim me toca los pezones y susurra:

—Eso es… Lo hace muy bien, señorita Mao.

Un azote de Fabián la hace adelantar la cadera y hundirse en mí mientras seguimos tumbadas de lado. Yo grito. Eso me calienta la sangre, y cuando Dylan me da un azote, es ella la que grita. Las arremetidas son tremendas y los azotes deben de habernos dejado las nalgas rojas.

Los hombres exigen y nosotras obedecemos. Aquello se vuelve delirante y loco. Las penetraciones salvajes y nuestros chillidos y jadeos llenan la habitación, mientras ellos nos azuzan para que no paremos.

Al cabo de unos minutos, observo que Fabián y Dylan intercambian las posiciones y entonces mi amor se pone detrás de Kim y puedo verle la cara. Eso me excita. Entre penetración y penetración, veo que coge un preservativo y se lo pone. Mi respiración se acelera y lo oigo decir:

—Señorita Mao, me la voy a follar a través de su amiga de juegos.

No entiendo bien a qué se refiere, pero da igual. Quiero que lo haga y más cuando, al mirar hacia atrás, veo que Fabián también se está poniendo otro preservativo.

¿Qué irán a hacer?

Acto seguido, siento que Fabián unta lubricante en mi ano y tiemblo. Dylan hace lo propio con Kim y, segundos después, abriéndonos las nalgas, nos penetran. Yo grito. Kim grita. Dylan y Fabián rugen. A partir de ese instante, nosotras no nos movemos, nos mueven ellos con sus acometidas anales, mientras nosotras jadeamos al recibir ese doble placer.

Tumbada de lado, mi mirada está fija en la de mi amor. Se le tensan las venas del cuello con cada acometida y, aunque sé que se hunde en Kim, su posesión y su fuerza son para mí, cuando, con sus movimientos, el pene artificial se hunde más en mi interior.

Ver cómo mi marido le hace eso a Kim me ayuda a darme cuenta de la lujuria y posesión que siente él cuando Fabián me lo hace a mí. Alargo una mano para tocarle los labios. Él me la besa mientras mis pechos se bambolean ante cada acometida suya y de Fabián.

Kim acerca la boca a la mía, me quiere besar, pero yo no quiero y entonces ella, sin insistir, inclina la cabeza, se introduce uno de mis pezones en la boca y lo succiona.

Lujuria y abandono. Eso es lo que estoy convencida que sentimos los cuatro jugando sobre la cama, sin inhibiciones y sin privarnos de nada, aunque los dos chicos apenas se rozan.

Mil veces he oído que el sexo para disfrutarlo ha de ser indecente, picante, lascivo y lujurioso. Pues bien, metida en faena con mi amor, me he dado cuenta de que somos todo eso, y me gusta. Me encanta. Nos movemos desenfrenados y, tras un festival de broncos jadeos y gemidos extasiados, cuando a ellos les llega el clímax, nosotras los acompañamos.

Ha sido bestial.

A partir de entonces, la relación entre los cuatro es caliente y pecaminosa y yo, como novata que soy, disfruto de ello dejándome hacer por todos.

Sin duda, para los cuatro el sexo es un gran juego y nosotros unos grandes jugadores ávidos por experimentar.