26

Contigo aprendí

Cuando llego al lugar de la cita, miro mi reloj. Son las siete menos cinco. Soy una maniática de la puntualidad y me he adelantado cinco minutos. Confío en que Dylan no tarde.

Subida a unos impresionantes tacones rojos, camino hasta la barra del restaurante y, apoyándome en ella, le pido al camarero un dry martini.

Él, un atractivo hindú, me repasa entera y asiente. No me ha reconocido como la chica que sale continuamente cantando en la MTV y sin duda alguna mi pinta le gusta y por cómo me mira sé que le excita. ¡Bien! Espero conseguir ese mismo efecto en mi amor. Cuando el camarero me pone la bebida delante, bebo un trago. ¡Estoy muerta de sed!

Miro el reloj. Las seis cincuenta y nueve. Sólo queda un minuto para la hora señalada y empiezo a dudar. ¿Y si Dylan al final se ha retrasado en el hospital? Miro de nuevo el buzón de mi móvil. No tengo ningún mensaje y me tranquilizo. Cuando se retrasa, él es de los que avisan.

Bebo otro trago. El dry martini está muy bueno. De pronto, al posar la copa sobre la barra, veo pasar por mi lado a un hombre. Lo miro y sonrío al reconocer a Dylan. Está guapísimo con ese traje que lleva. Nunca se lo he visto. Se lo ha debido de comprar. Pero desde luego le queda de parar el tráfico.

Mira alrededor buscándome. No me ha reconocido y eso me da ventaja para observarlo. Mi chico se dirige al camarero hindú y le pide un whisky con hielo.

Divertida cojo mi dry martini y con actitud de vampiresa me acerco a él.

—Buenas noches, caballero.

Al oír mi voz, Dylan se vuelve para mirarme y se queda totalmente descolocado. Con la media melena negra, las lentillas oscuras y este sexy vestido de seda roja le he parecido una desconocida.

—¡Estás preciosa! —murmura boquiabierto.

Me encanta saber que le gusta, pero debo hacerlo entrar en el juego desde el principio. Como si no lo entendiera, pregunto:

—¿Cómo dice, señor?

Mi contestación le hace recordar lo que le he pedido y, apoyando un codo en la barra, responde:

—Buenas noches, señorita. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?

—Mi nombre es Xia. Xia Li Mao. ¿Y usted es?

Con el deseo pintado en su cara, mi amor responde:

—Jones. Henry Walton Jones.

Me aguanto la risa. Ese es el nombre de Indiana Jones en las películas. Sin duda mi chico viene aventurero. Sonrío.

—Encantada de conocerlo, señor Jones.

—Puede llamarme Henry.

Parpadeo coqueta.

—Prefiero llamarlo de usted. Es más excitante.

Acto seguido, me siento en el taburete que hay junto a él y, con sensualidad, cruzo las piernas. Dylan no puede apartar los ojos de mí y en ese instante es consciente de la enorme abertura lateral del vestido. Tras mirar mi pierna con deseo, pregunta:

—¿Y qué hace una preciosa mujer como usted sola por aquí?

Llevándome el dry martiny a los labios pintados de rojo, bebo un trago, paseo la vista por su ya abultada entrepierna y respondo:

—Buscar emociones fuertes.

—Vaya…

El vestido-camisón de seda resbala más por mi cuerpo. Soy consciente de que al estar sentada con las piernas cruzadas, enseño más de lo normal, pero sin amilanarme ni taparme, pregunto:

—¿Puedo considerarlo una emoción fuerte, señor Jones?

Dylan observa cómo un hombre que pasa por mi lado me contempla las piernas y, finalmente, tras dedicarle una mirada de advertencia, responde:

—No lo dudes, muñeca.

Con delicadeza me toco el pelo negro. Dylan no me quita ojo. Observa todos mis movimientos igual que los hombres del fondo del restaurante, y sonrío cuando lo oigo decir:

—Señorita Mao, ¿no cree que debería taparse un poco?

Al ver que me mira las piernas, me las toco con mimo y digo:

—¿Tan horribles son?

—No, encanto. Digamos que más bien al revés.

Sonrío, me paso una mano por la rodilla y murmuro:

—Entonces las dejaré visibles para usted.

Dylan se acaricia el pelo y cuando va a contestar, estiro la mano, le cojo la corbata y, tirando de él para poner su rostro frente al mío, digo:

—Me gusta que los hombres me contemplen con ojos de deseo. ¿Desea usted poseerme?

Mi amor no contesta. Su expresión cambia. Me mira con su cara de perdonavidas y creo que lo que he dicho no le ha gustado mucho, pero continúo:

—Me excita usted, señor Jones, y cuando un hombre me excita, hago todo lo posible hasta que sucumbe a mis más ardientes deseos.

Dylan por fin sonríe y contesta:

—La excita saber que la desean.

Pienso mi respuesta. Y cuando la tengo clara, musito:

—Sí. ¿A usted no?

Da un trago a su whisky y responde:

—Me provoca ser observado cuando juego con una mujer. Eso no lo voy a negar.

—¡¿Sólo observado?!

Su mirada se clava en la mía y se reafirma:

—Sólo observado.

—Mmm… excitante. —Y pasando con descaro la mano por su endurecida entrepierna sin importarme quién nos vea, cuchicheo—: Como mínimo es estimulante y provocador.

Dylan mira hacia los hombres del fondo, que no nos quitan ojo, y me advierte:

—Si me busca… me va a encontrar.

—Eso intento, buscarlo.

La situación se calienta por segundos. El deseo comienza a nublarle la mirada y soy consciente de que, como siga por este camino, ni cena ni nada, directos a casa y a nuestra cama. Por lo que, separándome de él, digo:

—¿Cena usted solo?

Mi Ferrasa niega con la cabeza.

—No.

—¿Tiene una cita, señor Jones?

Las comisuras de sus labios se curvan y pregunta:

—¿Cena conmigo, señorita Mao?

Sonrío con picardía y, acercándome a él, respondo:

—Sólo si yo soy el postre.

Dylan traga saliva. Observo cómo se le mueve la nuez, y asiente.

—Me parece estupendo.

Ambos nos levantamos de nuestros taburetes. Dylan me cede el paso con galantería, pero antes de dejar de mirarlo para darme la vuelta, me quito el chal que llevo sobre los hombros y sonrío. Madre mía cuando vea la sorpresa que le tengo preparada en mi espalda.

Mi amor sonríe, su mirada y la mía han conectado, pero segundos después observo que, desconcertado, mira a los hombres que están detrás de mí. Me doy cuenta de que no entiende por qué se les salen los ojos de las órbitas.

Cuando me doy la vuelta, de pronto lo oigo maldecir. Sin duda alguna, ya ha visto lo mismo que los otros. El escote trasero de mi vestido es escandaloso y el dragón de mi espalda perdiéndose en mi trasero lo es aún más.

Moviendo las caderas al más puro estilo Jessica Rabbit llegamos hasta la mesa y me siento en una silla en la que quedo de espaldas a todo el mundo.

—¿No prefiere sentarse en otra silla?

Aguantándome las ganas de reír, respondo:

—No.

La expresión de Dylan me incita a sonreír, pero no lo hago. El camarero nos trae las cartas. Ambos las miramos en silencio, mientras soy consciente de que mi amor, con el cejo fruncido, mira a los hombres que tenemos detrás.

—Señor Jones, ¿qué piensa?

Sin disimulo y con cara de enfado, Dylan responde:

—Pienso en cómo decirles a todos esos hombres que la observan, señorita Mao, que dejen de mirarla.

—¿Por qué? ¿Acaso cree que no deben mirarme?

—Me incomoda —contesta.

Le miro la mano y al ver la alianza en su dedo, digo:

—Ni que fuera su mujer, señor Jones. —Él va a responder cuando lo corto—: Creo que debería calmarse. Su mujercita y mi marido estarán esperándonos en casa cuando regresemos. Relájese y disfrute de la noche. No piense en nada que no sea gozar.

No responde.

Llama al camarero y pide vino. El hombre se va y nosotros volvemos a mirar la carta. Observo a Dylan y lo veo sonreír cuando dice:

—Señorita Mao, si le gustan las berenjenas con miel, aquí las hacen exquisitas.

Dylan sabe que me encantan y que aquí siempre las pido, pero sin saber por qué, arrugo la nariz con desagrado y respondo:

—Prefiero un cóctel de gambas.

Sorprendido, sonríe, y minutos después, ambos tomamos el primer plato. Una vez lo terminamos, Dylan vuelve a entrar en su papel, y cuando nos dejan el solomillo en la mesa y lo probamos, pregunto, retirando los pimientos:

—¿Está la comida a su gusto?

—Sí. Todo está exquisito.

Paseo la boca por el borde de la copa y, al ver que va a beber, murmuro:

—Le aseguro que yo también soy exquisita.

Dylan se atraganta. Sin duda, esta comida no la va a olvidar fácilmente. En ese momento, digo:

—Recuerde que espero ser su postre.

Wepaaaa… qué excitación me estoy pillando yo sola con lo que digo.

—¿Qué postre me ofrece?

Dominada por el deseo, me reclino en la mesa y respondo:

—Uno muy jugoso y excitante, que le aseguro que cuando lo pruebe no va a querer soltarlo.

Madre mía, ¡qué zorramplona me estoy volviendo!

Le entra calor. Se mete un dedo por el cuello de la camisa y, nervioso, se desabrocha el primer botón.

—¿Eso es una proposición, señorita Mao? —pregunta.

Asiento y, mordiéndome el labio inferior, afirmo:

—Total y completamente indecente.

Paladeo el vino para enfriarme, pero hasta el vino está caliente.

Dylan me mira y, dispuesta a continuar con el juego, me quito un zapato y, por debajo de la mesa, llevo el pie directo hasta su entrepierna. Dylan da un respingo al sentirlo.

—Señorita, este no es lugar para lo que está haciendo.

—¿Por qué?

Sin pensar, responde con seriedad:

—Simplemente, porque no es lugar.

Sonrío, pero no aparto el pie. Me encanta sentir cómo su pene se endurece por momentos.

—¿Puedo hacerle una pregunta, señor Jones?

—Las que quiera.

Aparto el pie de su erección, me apoyo en la mesa y sin dejar de mirarlo, digo:

—¿Está excitado?

Dylan no responde, sólo me mira. Yo insisto:

—Sea sincero, señor Jones.

Dylan se limpia la boca con la servilleta, se inclina sobre la mesa y responde:

—Si por mí fuera, señorita, la desnudaría, la tumbaría sobre esta mesa y…

—¿Me follaría?

—Sí.

—¿Y qué le impide hacerlo?

Boquiabierto, mira a su alrededor. El restaurante está lleno de gente cenando.

—El decoro, señorita —responde—. No creo que quienes nos rodean se quedaran impasibles ante lo que yo estaría dispuesto a hacerle.

Sin lugar a dudas, mi chico ya está que arde.

—Creo que vamos a pasar al postre. —Dylan asiente y, dispuesta a volverlo a dejar sin palabras, pregunto—: Si tuviera que elegir a alguien que nos mirara mientras practicamos sexo, ¿a quién elegiría?

Un matrimonio de avanzada edad que tenemos cerca, al oírme, me mira con reproche. Llevan toda la noche pendientes de nosotros. Se están enterando de todo, pero me da igual. Sólo me importa Dylan y él, tras sonreír al ver el gesto incómodo de ellos, dice:

—Sería caballeroso y la dejaría elegir a usted.

Qué mono es mi amor. Durante un rato, miro por el local y cuando me encuentro con la mirada de los de la mesa de al lado, con todo el descaro del mundo, les guiño un ojo. ¡Serán cotillas…! El hombre se pone colorado y la mujer, azorada, deja de mirar.

Dylan sonríe cuando digo:

—El hombre de chaqueta oscura que está en la mesa de al lado de la ventana.

Mi marido mira. En esa mesa hay varias personas y al ver que el hombre que le indico va acompañado, comenta:

—No creo que a su pareja le guste mucho saber lo que usted propone, señorita Mao.

Sonrío y desafiándolo, pregunto:

—¿Usted cree que el hombre no accedería?

La expresión de Dylan me hace gracia, así que digo:

—He de ir al baño.

Me levanto con coquetería. Sé que soy el centro de las miradas de muchos hombres y camino con gracia hacia un lateral del restaurante, mientras dejo mi bolso sobre la mesa. Soy consciente de que Dylan me mira la espalda, que observa mi tatuaje y que se muere por arrancarme el vestido y hacerme suya.

Una vez llego a mi destino, le hago una seña con la mano al hombre con el que he contactado a través de internet. Le doy la llave de la habitación y un sobre con sus honorarios y digo:

—Si en dos horas no te llamo, te puedes marchar.

Cuando asiente y se va, llamo al camarero y le doy otra llave para Dylan.

—Por favor, dígale al señor Henry Jones, que está en la mesa 3, que la señorita Mao lo espera en la habitación 22. Ah… y que no se olvide mi bolso.

Después corro hacia la habitación 22, de temática oriental. Todo muy acorde. Con rapidez, me tiro en la cama y espero en postura de tigresa de Bengala. Dylan no tardará en llegar. Dos minutos más tarde, cuando abre la puerta, su mirada cargada de deseo conecta con la mía y murmuro:

—Pase, señor Jones, lo estaba esperando.

Sin dudarlo, entra en la habitación y veo cómo la recorre con la vista. Cama redonda, sábanas rojas, cortinas de seda alrededor de la cama, jacuzzi. Vamos, un picadero con clase.

Dylan me enseña el bolso que lleva en la mano y murmuro:

—Déjelo sobre la mesa y acérquese.

Excitado por lo enigmático que es todo, hace lo que le digo y se acerca a mí, que estoy de lo más sugerente.

—¿Qué hacemos aquí, señorita Mao? —pregunta.

Arrodillándome sobre la cama, me aproximo a él, pego mi cuerpo al suyo y besándole el cuello contesto:

—Tomar el postre.

Dylan se deja besar y, de pronto, cogiéndome la mano, me señala con un dedo y dice:

—¿Y su marido qué piensa de esto?

Con una encantadora sonrisa, respondo:

—Estoy segura de que le gustaría estar aquí. Mi marido es fogoso, ardiente y muy apasionado. Incluso, en alguna ocasión, ha habido un tercero en la habitación, mirando cómo me hace suya y le ha gustado. ¿Le gustaría a usted que otro nos mirara?

La respiración de Dylan se acelera. Lo que le propongo lo excita. Tal como estoy, con la peluca y las lentillas oscuras, nadie me reconocería si se cruzara conmigo por la calle, y con su cara de perdonavidas, se afloja la corbata y, acercando la boca a la mía, musita:

—Me encantaría.

—Señor Jones, si yo invitara a un tercero, ¿lo incomodaría? —insisto.

—No lo sé —contesta.

Su expresión me hace saber que duda.

—¿Cómo ha conocido usted a ese tercero? —pregunta.

Los celos le rondan. Lo veo en su mirada, por lo que aclaro:

—En internet se puede contratar cualquier cosa. Desde un carpintero hasta un esclavo sexual. ¿No lo sabía?

Durante unos segundos, mi amor me mira. Uy… Uy… que creo que se me va a enfadar, pero contra todo pronóstico, dice:

—¿Y usted ha…?

—Sí —lo corto—. La señorita Mao contrató a un hombre para que haga realidad todos y cada uno de nuestros deseos.

Me mira sin decir nada. Calibra lo que he hecho y, antes de que pueda protestar, añado:

—Estoy segura de que, con lo morboso que es, con su esposa hizo algo así y usted llamó a quien quiso, ¿verdad?

Mis palabras lo hacen recapacitar. Entiende que el otro hombre no sabe quién soy. Sólo que soy la señorita Mao, morena, de ojos negros. Y dándome un azote en el trasero, dice, mientras me lo aprieta por encima de la seda roja:

—Es usted muy peligrosa, señorita Mao… Muy muy peligrosa.

Sonrío al ver su aceptación. Cojo mi móvil, hago una llamada perdida y tiro el teléfono sobre la mesilla.

—Va a ser una buena noche para disfrutar —murmuro.

Dylan me besa, me abraza y, metiendo las manos por el escote de la espalda del vestido, sisea:

—Su marido está loco al dejarla salir con esta prenda a la calle. Yo nunca permitiría que mi mujer llevara este vestido sin mi presencia. Soy demasiado posesivo.

Sonreímos y le aclaro:

—Me gustar estar sexy para los hombres posesivos.

Guau, ¡seguro que lo estoy poniendo como una moto!

—El dragón de su espalda, ¿dónde acaba?

—Desnúdeme, señor Jones, y lo sabrá.

En ese instante se abre la puerta de la habitación y ante nosotros aparece Fabián. Dylan lo mira con desafío y yo, llevando aún las riendas de la situación, digo:

—Fabián, recuerda lo que hemos hablado.

Él asiente. Se apoya en una de las paredes y se dedica a observarnos mientras comenzamos a besarnos y a desnudarnos. Dylan, ya totalmente metido en el juego, murmura:

—Es usted muy morbosa.

—Tanto como usted.

—¿Y qué planes tiene, señorita Mao?

La situación me puede. Cuando practiqué tríos siempre me dejaron buen sabor de boca y, con voz ronca y sugerente, murmuro, mientras le doy pequeños mordisquitos en los labios:

—Mis planes son que disfrutemos usted y yo de todo lo que se nos antoje. Si quiere que seamos observados, lo seremos. Si desea que el tercero participe, aceptaré. Si prefiere tenerme para usted sola, me tendrá, y si el morbo le hace pedirme que me entregue al otro hombre, me entregaré. Esta noche quiero que sea mágica y diferente.

Al oírme, mi amor sonríe y, apretando las caderas contra las mías, pregunta:

—¿Hará cualquier cosa que yo le pida?

Asiento. Tengo claro que ya estoy entregada.

—Sométame a sus antojos.

La expresión de Dylan ante nuestra morbosa conversación me gusta. Toca mi cuerpo sin censuras, sin límites, sin importarle quién esté allí.

—Entonces, entiendo que desea ser mi deseo, ¿verdad? —Asiento de nuevo y él prosigue—: Mmmm… me excita sobremanera saber que está tan dispuesta a mis antojos.

—Lo estoy —afirmo—. Ambos somos adultos e imagino que hemos jugado a esto, ¿verdad?

—Imagina bien.

Sus pupilas dilatadas por el morbo hablan por sí solas.

—Soy su señorita Mao —murmuro—. La mujer que está dispuesta a cumplir sus fantasías más morbosas. La hembra que se muere por ser poseída y follada de mil maneras.

Enloquecido, me muerde los pezones. Yo me restriego contra él, me entrego.

—Hágame suya, señor Jones.

Un rudo gruñido sale de su garganta. Cuando sus ojos se detienen en mi tanga de perlas, lo agarra y, tirando de un lateral para que las perlas se me claven en el sexo, dice:

—Estas bolas me recuerdan a unas que he utilizado con mi mujer.

—¿Lo pasa bien con ellas?

Sin apartar su boca de la mía, me rompe el tanga y afirma:

—Sí… De ese día tenemos un dibujo erótico que nos hizo un amigo mientras yo la hacía mía delante de él.

Al recordarlo me acaloro. Sonrío mientras me toca sin censura y el otro hombre nos mira, nos observa. Nos besamos con lujuria. Dylan deja caer al suelo el tanga de perlas y nos acariciamos con ansia. Nuestro juego es caliente, loco, devastador.

—Quiero mi postre —lo oigo decir.

Subo las piernas y abro los muslos para él con descaro, y Dylan ataca mi sexo con verdadero fervor. Me chupa, me muerde, succiona. Tumbada sobre la cama, me agarro a las sábanas y me arqueo entregándole su postre. Y él lo disfruta. Lo disfruta mucho.

Tras este primer ataque, Dylan me hace ponerme de rodillas sobre la cama y me masturba mientras me besa. Mete uno de sus dedos en mi interior, luego dos y, mientras me asedia bajo la atenta mirada del otro hombre, murmura:

—Eso es… Así, señorita Mao. Sea complaciente.

Me derrito por segundos.

De pronto, siento otras manos sobre mi cuerpo que no son las de Dylan. Rápidamente, abro los ojos dispuesta a decirle cuatro cosas a Fabián, cuando oigo a mi marido musitar:

—Señorita Mao, tranquila. —Y al ver mi gesto, pregunta sin salirse de su papel—: ¿Qué le parece que esta noche seamos tres en la cama?

Boquiabierta, no sé qué decir. ¿De verdad ha aceptado un trío?

La última vez que él propuso a alguien de carne y hueso salió fatal. Estoy alucinada. No creía que Dylan aceptara tan deprisa algo así. Pero excitada y dispuesta a jugar a lo que realmente me apetece, afirmo:

—Acepto siempre y cuando usted disfrute, también.

Nuestras miradas hablan por sí solas. Nos amamos, mientras las manos de un desconocido me acarician los pechos desde atrás. Me los estruja, me los amasa y, con las yemas de los dedos, me retuerce los pezones. Dylan lo observa.

—¿Le gusta, señorita Mao?

Asiento y, bajando la boca hasta mi pezón, Dylan me lo chupa mientras Fabián se lo ofrece.

¡Oh, Dios, qué sensación!

Cierro los ojos y disfruto a más no poder. Estoy con Dylan y con otro hombre en la cama y, enloquecida, me alegro al saber que ambos lo estamos pasando bien. Pero la excitación hace que mi respiración se acelere.

—Relájese, señorita Mao, y sométase a mis deseos.

Aprovecho lo que el momento me ofrece, cuando lo oigo decir:

—Desnúdate, Fabián, y trae algo para lavar a la señorita Mao. Vamos a pasarlo bien los tres.

Sus palabras, como mínimo provocadoras, hacen que la sangre se me revolucione. Estoy desnuda, preparada, entregada, sometida a sus caprichos.

Fabián se desnuda, va al baño, regresa con una toalla y agua y se sube a la cama. Cuatro manos recorren cada recoveco de mi cuerpo y yo me dejo llevar, me dejo manejar, me dejo tocar. Dos bocas me chupan, me exigen, me succionan… y mi excitación va en aumento, mientras mi amor y otro hombre juegan conmigo.

Estoy de rodillas en la cama entre los dos. Me masturban, uno por la vagina y el otro por el ano, cuando Dylan dice:

—Fabián, prepárala y métete entre sus piernas.

Guau, ¡me va a dar algo!

El chico coge la toalla, la humedece en el agua y me lava entre las piernas. Una vez me tiene como desea, se tumba en la cama boca arriba, sus manos me abren los muslos y su boca va derecha a mi vagina.

Doy un respingo y Dylan, que está a mi lado, murmura posando las manos en mi cintura para que no me mueva:

—Entréguese a él. ¡Hágalo!

Un placentero gemido sale de mi boca al notar los labios de Fabián en mi sexo. Dylan me mira y yo me acaloro. Sonríe y cuchichea, besándome:

—Así, señorita Mao. Muy bien… déjese llevar.

Lo hago. Me dejo llevar.

El momento está siendo mucho más caliente de lo que yo nunca habría imaginado. Dylan metido en el juego es ardiente, fogoso y exigente.

Mi cuerpo se rebela. Se aprieta contra la boca del desconocido cuando Dylan, que no me quita la vista de encima, busca mis labios. Sin besarme, sólo pegado a ellos, murmura:

—Eso es… así me gusta tenerla, señorita Mao. Sometida a mis deseos. Vamos… muévase y hágame saber lo mucho que le gusta lo que le hace.

Su voz y lo que dice me hacen jadear de placer. Me arqueo. Fabián ataca mi clítoris con apetito voraz y suelto un gemido. Mi amor introduce la lengua con suavidad en mi boca y lo beso enloquecida, mientras siento cómo él se entrega totalmente a mí con ese beso.

Me dejo llevar por el placer.

El orgasmo me hace gritar. Me tenso. Pero los dos hombres que se han apropiado de mi cuerpo quieren más. Me sujetan y yo grito enloquecida al experimentar un increíble clímax. Cuando mi cuerpo tiembla, mi amor se corre.

Estoy sobre la cama, desnuda y sometida.

—Fóllatela —lo oigo decir.

Enloquezco mientras mi respiración vuelve a alterarse.

Fabián sonríe y se pone un preservativo. Dylan me besa, coge mis manos, me las sujeta sobre la cabeza y, con una expresión que casi me hace tener un nuevo orgasmo, ordena:

—Abra las piernas.

¡Oh, Dios! ¿Lo vamos a hacer?

Estimulada por todo, mis piernas se abren instintivamente con descaro. No puedo dejar de mirar a Dylan cuando siento que el cuerpo de Fabián me cubre y se restriega contra mí. Acto seguido, introduce el pene en mi interior mientras lo oigo decir:

—Eso es, señorita Mao.

Me acaloro. No sabe que soy Yanira, la cantante de moda. Menos mal.

Con las manos, me coge los pezones, me los toca, y, bajando la boca hasta ellos, me los chupa, me los muerde, mientras aprieta su pene sin descanso dentro mí. Cuando se incorpora, comienza a embestir hasta arrancarme un grito de placer.

—Disfrute y hágame disfrutar —exige Dylan a mi lado.

Perturbada por todo esto, levanto la pelvis para darle mayor acceso. Quiero más.

Sin soltarme las manos, Dylan me observa. Disfruta con lo que ve y en sus ojos no veo la angustia que vi la otra vez. En esta ocasión no hay antifaces, no hay oscuridad. Sin duda alguna, el que sea un desconocido y no un amigo ha facilitado el juego.

En esta ocasión sólo hay luz, morbo y fantasía. Fabián no para y yo me entrego como mi amor me ha pedido que haga. A través de mis oscuras lentillas lo observo todo mientras me arqueo en un gesto de puro éxtasis, cuando siento que Fabián llega al clímax y tiembla sobre mí.

—Deliciosa, señorita Mao… Es usted deliciosa.

Pero yo estoy alterada, caliente, excitada y enloquecida. Mirando a Dylan, imploro:

—Hágame suya, señor Jones, lo necesito.

Mi exigencia y mi tono de voz son imperativos, y Dylan no lo duda. Retira a Fabián, echa agua sobre mi sexo para limpiarme sin importarle empapar la cama, se mete entre mis piernas y de una certera estocada me penetra.

—Sí… sí…

De mi garganta sale un grito de placer y, agarrándome con posesión de las caderas, mi loco Henry Walton Jones cuchichea:

—Señorita Mao, ábrase más… Quiero más profundidad.

Fabián, que nos observa, se quita el preservativo y desaparece en el baño. Unos minutos después aparece húmedo, mientras yo me abro todo lo que puedo para recibir las salvajes arremetidas de mi amor.

Una, dos, tres… nueve.

Una y otra vez se hunde en mí, haciéndome sentir esplendorosa, única y especial.

Diez… once… quince…

Oh, Dios, ¡qué placer!

Dylan entra y sale y lo siento vibrar. Disfruta. Su cuerpo, sus ojos, su manera de respirar y de poseerme, me lo dicen. El juego y el trío lo están volviendo loco como nunca imaginó. Por ello, con la respiración entrecortada, pregunto:

—¿Disfruta, señor Jones?

Dylan asiente. Se muerde el labio inferior y, cuando lo suelta, murmura:

—Como nunca pensé, señorita Mao.

Fabián, invitado esta vez por mí, se inclina. Me muerde los pezones, y su mano va a mi sexo. Me toca mientras Dylan me penetra y no nos quita ojo de encima. De pronto, el dedo de Fabián se introduce también en mi vagina.

Dylan suelta un gruñido al sentir aquella intromisión junto a su pene. Lo miro. Cierra los ojos y acelera sus acometidas. Le gusta. Yo me muevo gustosa mientras Fabián me succiona los pezones.

El placer es increíble… Me siento una diosa del porno. Me siento totalmente desinhibida. Y lo mejor es que a mi chico, a mi moreno, a mi marido, le está gustando notar el dedo de Fabián junto a su pene en mi interior tanto como a mí.

No sé cuánto tiempo dura esto. Sólo sé que disfruto de la sensación de posesión y entrega. Dos hombres para mí. Cuatro manos. Dos bocas. Lo que siento es indescriptible y sé que a Dylan le ocurre lo mismo.

Cuando el clímax le llega a mi amor, de un último empellón se introduce en mí y cae sobre mi cuerpo. Segundos después, Fabián retira la mano y, dichosa, abrazo a Dylan mientras le rodeo la cintura con las piernas y lo oigo respirar.

Fabián, a un lado, nos observa. No se mueve. Sabe cuál es su papel aquí.

Abrazada a mi amor, le acaricio el pelo, le beso el cuello, y entonces lo oigo decir:

—Señorita Mao, no sabe lo que acaba de hacer. Mi deseo por usted se ha acrecentado.

—Excelente.

Con mimo, mi moreno mete la lengua en mi boca y, tras besarme, sale de mí.

Fabián, rápidamente coge el agua y la toalla. Me limpia, me asea para él. Una vez me tiene como desea, se pone un preservativo y, haciéndome dar la vuelta, me coloca a cuatro patas y, tras pasar la mano por mi espalda para tocar el dragón, se introduce en mí.

Mi cuerpo lo acepta. Cierro los ojos y Dylan, que se sienta a mi lado en la cama, toca con mimo el tatuaje. Lo besa cuando me abre las nalgas y al ver dónde termina, murmura:

—Nunca pensé que pudiera hacer esto contigo.

Un nuevo empellón de Fabián en el interior de mi vagina me hace gemir. Agarro las sábanas con las manos y las retuerzo. Dylan, al verlo, sonríe y, poniéndose de rodillas en la cama, aferra de nuevo su duro pene y me lo mete en la boca.

Sometida a ellos, me entrego. Para Fabián abro las piernas y para Dylan, la boca.

¡Joder… esto es increíble!

Chupo y succiono el pene de Dylan con fervor, mientras disfruto y veo cómo él disfruta. Su gesto, su cara, su pervertida y loca mirada lo dicen todo. Ha sido buena idea esta cita y estoy segura de que será la primera de muchas.

Nuestro juego duro y salvaje continúa. Los dos me hacen suya alternativamente. Me entrego a ellos con descaro y sus penes entran y salen de mí en la cama, en el suelo y sobre la mesa, haciéndome gritar.

Dylan, esta noche mi señor Jones, me muestra su lado más vicioso y yo le enseño cómo puedo ser también.

Durante horas, satisfacemos mutuamente nuestros más oscuros deseos sin pudor y con osadía, sólo pensando en obtener el máximo placer.

Una de las veces en que estoy sentada a horcajadas sobre Fabián, cabalgando, siento la respiración de Dylan tras de mí. Sé lo que piensa, lo que mira, lo que desea. Duda. No lo pide, pero yo, inclinándome sobre Fabián, me llevo las manos al trasero y abriéndome las nalgas se lo ofrezco. Lo incito descaradamente a una doble penetración.

¡Qué caliente estoy!

—¿Está segura, señorita Mao? —pregunta en mi oído.

Asiento convencida mientras me muevo sobre Fabián. Dylan me besa la espalda, me coge de las caderas y me acompaña en el movimiento durante unos segundos, mientras su caliente boca me besa el cuello y murmura:

—Eso es… muévase así… así.

Su exaltada voz me hace perder la razón cuando me suelta. Instantes después, noto cómo unta lubricante en mi ano. Introduce un dedo y luego dos. Me dilata y lo siguiente que siento es la punta de su miembro.

¡Oh, Señor…!

Se introduce en mí con cuidado, mientras me susurra al oído lo loco que lo estoy volviendo, y Fabián no para. Jadeo, me dejo llenar completamente por los dos y disfruto, totalmente poseída. Es mi primera doble penetración con dos hombres. Hasta ahora sólo lo había visto en las pelis porno, pero sin duda supera mis expectativas.

—Quietecita, señorita Mao… Sí… así…

Su voz, su tono ronco y excitado me enajena, mientras me entrego a la lujuria del sexo sin tabúes con ellos dos y mis jadeos se acrecientan. No hay dolor, sólo placer y, relajando los músculos para darles mayor acceso a mi interior, disfruto, gozo y los poseo al tiempo que ellos me poseen a mí.

En décimas de segundo el juego se vuelve salvaje y las penetraciones, certeras y hábiles. Muy hábiles. Los dos saben lo que hacen y yo saboreo el gozo que siento, mientras mi cuerpo se contrae y se calienta desenfrenado.

Las horas pasan y nuestro deleite continúa con mil posturas, de mil modos, de mil maneras. Dylan, mi Dylan, me hace suya, me entrega, me abre, me folla, me somete a sus caprichos y goza como nunca pensé que lo haría, mientras yo disfruto de ser la mujer que está con ellos.

A las cuatro y media de la madrugada, tras una noche de lo más explosiva, Fabián se va con un sobre extra y nosotros decidimos regresar a nuestra casa. Estamos exhaustos.

Al llegar, me quito la peluca, las lentillas, y Dylan, al verme, murmura:

—Hola, cariño.

—Hola —respondo mimosa.

Encantada, me abrazo a él y, sin soltarnos, entramos en la ducha. Allí, casi sin fuerzas, me hace el amor con delicadeza, con mimo, con pausa. Estamos agotados y cuando por fin Dylan se corre en mi interior, musita bajo el chorro de la ducha:

—Gracias por esta noche.

Sonrío. No respondo.

Cuando nos acostamos, me acurruco contra él y me duermo, feliz de haber tenido esta noche de sexo loco con mi amor. Con mi Dylan.