22

Cero

Esa tarde noche, cuando Dylan baja conmigo a recepción, Omar, al verlo aparecer, lo abraza sorprendido. Tifany también. Después, mi cuñada me mira y, al ver mi cara de felicidad, sonríe y me guiña un ojo. Recibo un mensaje de Rayco. Sigue con J. P. y vendrá a verme en el concierto.

Cuando salimos del hotel, unos periodistas me agobian con preguntas impertinentes. Dylan, protegiéndome, me los quita de encima.

En un coche con cristales tintados llegamos hasta el Palacio de los Deportes de Madrid. Las colas para entrar son increíbles y, apretando la mano de Dylan, murmuro:

—Gracias por venir.

Él se deleita besándome, y cuando Omar intenta hacer lo mismo con Tifany, veo con el rabillo del ojo que ella lo rechaza. Eso me hace sonreír. Cuando bajamos del vehículo, la prensa nos espera, y alucino cuando oigo:

—Doctor Ferrasa, ¿qué le parecen las escandalosas fotos de su mujer?

«¡Joder!», estoy a punto de gritar ofendida.

A Dylan se le endurece el gesto, pero sin responder, me acompaña con la mano en la espalda y entramos en el Palacio de los Deportes.

Llegamos al camerino sin decir nada y entonces aparece mi hermano Rayco. Está pletórico y me cuenta su gran día con su ídolo. Cuando ve a Dylan, lo abraza encantado y, segundos después, cuando a mí me van a peinar y maquillar, deciden marcharse juntos. Aunque antes de hacerlo, mi amor me mira y, acercándose, me susurra:

—Regresaré en una hora para desearte suerte. Y en cuanto a lo que ha dicho ese periodista, no te preocupes por nada, ¿vale?

Asiento como un osito abandonado. Me he quedado horrorizada cuando he oído a ese imbécil, pero las palabras de Dylan me tranquilizan.

Una hora después, peinada, maquillada y vestida con mi mono de cuero y mis botas, estoy hablando con Tifany cuando se oyen unos golpes en la puerta. Al abrir, vemos que traen un ramo de rosas rojas de tallo largo. Lo cojo encantada y al sacar la nota, leo:

Estoy y estaré siempre a tu lado, cariño. Te quiero,

Dylan

Le enseño la nota a Tifany, que, al leerla, exclama:

—¡Qué cuquiiiiiiiiiiiii!

Yo me río y doy saltitos como una tonta. Su romanticismo me vuelve loca y siento que mi marido es lo mejor de lo mejor.

Vuelven a llamar a la puerta. Otro ramo, esta vez de rosas amarillas. En la nota, pone en inglés:

He venido de Londres a Madrid sólo para verte. ¿Cenas conmigo esta noche?

Si accedes, te prometo una velada muy… estimulante.

Jack

La sangre se me hiela en las venas. ¿Qué narices hace Jack aquí?

Tifany, al ver mi cara, me quita la nota y, después de leerla, exclama:

—Pero, buenoooooo, qué tontusoooo…

Estoy a punto de salir en busca del inglés y meterle las flores por el trasero. Pero ¿qué se ha creído? De pronto, la puerta se abre y aparece Dylan, que al verme preparada, sonríe y, mirándome de arriba abajo con lujuria, murmura:

—No sé si te voy a dejar salir así al escenario, caprichosa.

Me entra la risa nerviosa y lo abrazo. Si después de lo que ha dicho ese periodista, ve la notita de Jack, aquí se va a armar, y gorda.

Tifany tiene la tarjeta en la mano cuando entra Omar.

—Vamos, tortolitos. Dejad los besos para más tarde. Yanira, tienes que subir ya al escenario. Dos canciones más y sales tú.

—Okey —digo y, mirando a mi marido, le pido—: Deséame buena suerte, cielo.

Dylan sonríe y, dándome un último beso, dice:

—Mucha mierda. —Eso me hace reír—. Me voy a ver tu actuación con tu hermano entre el público. Como decía mi madre, ¡ahí se vive más!

Cuando se va, me doy la vuelta y veo a Omar como un loco, con la nota de Jack en las manos.

—Tifany, ¿quién narices es Jack?

Mi cuñada me mira y responde con tranquilidad:

—Un amigo, y devuélveme la tarjeta.

Omar, celoso, lee en voz alta:

—«Te prometo una noche estimulante». Pero ¿este tío es gilipollas o qué?

Arrancándole la tarjeta, Tifany contesta:

—No, Omar. Este «tío» es sexy, caballeroso y morboso. Y sin duda alguna, me da algo que tú eres incapaz de darme.

Bueno… bueno… la trola que se está inventando la rubia.

—¡Eres mi mujer, joder! —grita Omar—. ¿Cómo crees que me sienta saber que ese hombre quiere estar contigo esta noche?

Con una chulería más propia de Coral, mi cuñada se acerca a él y replica:

—Espero que te siente mal y ojalá revientes cuando me imagines follando con él sobre la mesa de cualquier despacho.

Wepaaaa… ¡Donde las dan las toman!

Aún no doy crédito a lo que acaba de decir, cuando Omar sisea:

—Tifany… me estás enfadando y mucho.

—Uy, no veas qué preocupación tengo —se mofa ella.

Cogiéndola del brazo, Omar insiste:

—Ese Jack de Londres es el amigo de Dylan, ¿verdad?

¡Joderrrrrrrrrr! ¡Qué bien hila!

—Pues sí. ¿Algo que objetar?

A él casi le sale humo por las orejas cuando Tifany se aparta y, cogiéndose de mi brazo para venir conmigo al escenario, añade:

—Tranquilo, Omar. Tú lo pasas bien con tus amantes y yo con los míos. ¿Dónde está el problema? Ah, sí… en que antes sólo disfrutabas tú y ahora disfrutamos los dos. Ay, cuqui, ¡qué egoistón!

Con los ojos como platos, me alejo con ella, mientras mi cuñado maldice y la llama a gritos. Caminamos juntas hasta desaparecer de su campo de visión y entonces Tifany murmura, tocándose el pecho:

—Uf, creo que se me va a salir el corazón. Nunca me había enfrentado al bichi… a Omar así. —Y, sonriendo, dice—: Oye… casi me ha gustado.

Me quedo muda. Esto me supera.

Le doy un beso y subo por un lateral al escenario. Con la cabeza como un bombo, miro a J. P., que canta, baila y sonríe al verme. Yo observo encantada cómo se implica con el público y, cuando termina, tras los aplausos oigo que me presenta.

Cantamos la canción como hicimos en Londres. Al mirar hacia abajo, veo a Dylan y a Rayco en las primeras filas y eso me gusta. Bailo, canto y me dejo la piel en el escenario.

Cuando acabo, me los he metido a todos en el bolsillo. Les he gustado. Los aplausos son atronadores y yo, tras abrazar a J. P., lanzar un beso al aire y guiñarle un ojo a mi marido, me marcho encantada del escenario.

En el lateral me espera Tifany, que aplaude al verme.

—Super… superbién.

Emocionada, bebo agua, pues estoy sedienta. Entre risas, regresamos juntas al camerino, pero entonces ella dice:

—Voy a hablar con Lucía. Quiero preguntarle qué marca de sombra de ojos lleva, ¡es fantástica!

Asiento y continúo mi camino, cuando de pronto una mano me retiene y al volverme veo que se trata de Jack. Asustada, miro a mi alrededor. No quiero que Dylan lo vea.

—Has estado fantástica —sonríe él, abrazándome.

Rápidamente, me suelto de su abrazo y con mala cara, siseo:

—¿Cómo se te ocurre venir aquí y enviarme las flores?

—Nuestra cita en Londres se me hizo corta.

Frunzo el entrecejo y respondo:

—Aquello no fue una cita. Fue una cena casual y nada más.

—Por eso estoy aquí, quiero algo más.

Flipo. Estoy a punto de sacar mi vena macarra, pero consciente de que no debo armar un escándalo, me acerco a su cara y mascullo:

—Vete de aquí. No voy a tener nada contigo.

—Puedo darte lo mismo que Dylan te da en la cama y más —insiste él.

Definitivamente voy a sacar mi vena macarra, cuando unas chicas se me acercan y me piden unos autógrafos. Sonrío. Se los firmo y, tras ellas, llegan otras más. En un momento dado, Jack me quita el boli, me coge la mano y, apuntando su teléfono en mi piel, dice, poniendo también una «J»:

—Llámame. Quiero cenar contigo.

Voy a protestar cuando oigo:

—Maldito gilipollas, ¿qué haces tú aquí?

Y Omar, ni corto ni perezoso, le da un puñetazo a Jack en toda la cara, que lo hace caer hacia atrás. Las chicas que están a mi lado se apartan y yo sujeto a mi cuñado como puedo, mientras él le grita a Jack que se aleje de su mujer. La cara de este es todo un poema. ¡No entiende nada!

Tifany, que regresa en ese instante, al ver la situación corre a ayudar a Jack y, sin dejarle abrir la boca, llama a dos seguratas y rápidamente se lo llevan.

¡El culebrón ha estallado!

Cuando ella y yo nos miramos, nos tenemos que aguantar la risa. Suelto a Omar, que mirando a su mujer, sisea:

—Espero que esta noche sea de todo menos estimulante.

Cuando se marcha, Tifany y yo entramos en el camerino y, tras cerrar la puerta, nos partimos de risa. El pobre Jack ha pillado y no del Ferrasa que se merecía.

Cinco minutos después, aún estamos riendo cuando entra Dylan, que, ajeno a todo lo ocurrido, me abraza y besa orgulloso y me dice:

—Increíble, cariño. No podías estar mejor.

Está feliz. Me lo dicen sus ojos y su sonrisa. Nos besamos y Tifany, saliendo, dice discretamente:

—Esperaré fuera por si me necesitas, Yanira.

Sin separarme de Dylan, le digo adiós con la mano, mientras me entrego al devastador y posesivo beso de mi marido.

Luego murmura:

—No te imaginas lo orgulloso que estoy de ti.

Eso me alegra el alma.

—Gracias, cariño.

Tras varios besos más y dulces palabras, me siento ante el espejo y comienzo a desmaquillarme mientras charlamos, hasta que, de pronto, me agarra la mano y pregunta:

—¿Y este teléfono?

Oh… oh… ¡Mierda!

Busco una mentira rápida y verosímil, pero Dylan, que es muy listo, insiste con cara de pocos amigos:

—¿Quién es J?

—Nadie importante.

—¿De quién es este número de teléfono? —pregunta, sin dejarse distraer.

—Bah… de verdad que no es nada —respondo sin cesar de sonreír.

Entonces, sin soltarme la mano, Dylan dice:

—En ese caso, ¿puedo llamar yo?

Joder… joder… joderrrrrrrrrrrrrrrrrr, nooooooooooooooooooo.

Y antes de que pueda contestar, Dylan ya está marcando. Al instante, ruge al ver el nombre que sale reflejado en su pantalla.

—¿Por qué tienes el teléfono de Jack apuntado en la mano?

Vale. Ya la hemos liado. Resoplo. Resopla. Nos miramos y, finalmente, dispuesta a decirle la verdad, explico:

—Ha venido a Madrid. Quería que saliera a cenar con él.

—¡¿Cómo?! —vocifera, levantándose.

—Le he dicho que no y…

El mosqueo es inevitable. Me mira furioso y sisea:

—Dijiste que en Londres fue sólo una cita casual.

—Y lo fue, te lo juro. Lo que no entiendo es por qué ha venido y…

—¡Pues está claro, Yanira! —grita—. Para acostarse contigo.

Se me acelera la respiración. Entiendo sus dudas, y entonces pregunta:

—¿Hubo algo entre él y tú en Londres?

—No.

—¿Le diste algún tipo de esperanza?

Me levanto ofuscada y grito:

—¡Noooo! Pero ¿qué estás diciendo?

En ese instante, Dylan aprieta el botón de llamada de su móvil y masculla furioso:

—Maldito cabrón. Vuelve a acercarte a mi mujer y te mato.

Una vez dice esto, cuelga.

El silencio llena el camerino cuando entra Omar.

—Yanira, fuera hay dos periodistas que te quieren entrevistar.

Enfadado, Dylan me mira. Omar también y yo digo:

—En dos minutos salgo y los atiendo.

—No, no saldrás —ladra Dylan.

Omar nos mira sin decir nada.

—Dylan, serán sólo unos minutos —digo yo.

Pero él, con un cabreo monumental, chilla:

—Estamos hablando de algo importante, ¡no te irás!

—¡Es la prensa! —interviene Omar.

—Hermano, ¡vete a la mierda! Estoy hablando con mi mujer —le espeta Dylan.

—Cariño, por favor —intento calmarlo, pero él replica:

—¿La prensa es más importante que yo?

—En absoluto, pero…

—Si sales… —me corta Dylan con gesto sombrío—, estarás tomando otra decisión equivocada, Yanira.

¡Joder, qué presión! ¿Qué hago? Últimamente me veo sometida a una tensión que nunca habría imaginado y digo:

—Omar, ahora no puedo. Diles que…

—Tienes que recibirlos —me corta mi cuñado—. Estamos aquí para eso. Ya solucionaréis vuestros problemas matrimoniales más tarde.

Miro a Dylan pidiéndole ayuda con los ojos, pero no me responde. Se limita a observarme con gesto impasible y, antes de que pueda retenerlo, sale del camerino con dos zancadas y se va. Corro tras él, pero Omar, sujetándome del brazo, sisea:

—No me jodas, Yanira. Luego lo verás en el hotel.

Asiento angustiada. ¡Joder, qué mal rollo! Esto está siendo mucho más duro de lo que yo esperaba.

Omar hace entrar a la prensa, mientras yo intento adoptar una expresión menos sombría.

Esa noche, cuando vuelvo al hotel tras despedirme de mi hermano Rayco, que se va a primera hora de la mañana a Tenerife, estoy ansiosa por llegar a la habitación. Al entrar, me encuentro a Dylan sentado en el sofá con su portátil encendido, hablando por teléfono. Me mira. Le sonrío, pero él a mí no.

Tras dejar mi bolso sobre la mesa baja, me siento en el butacón que hay frente al sofá y espero pacientemente a que cuelgue. Cuando lo hace, apoya la cabeza en el respaldo del sofá, me mira y dice:

—Hola.

—Hola —respondo y, consciente de mi error, murmuro—: Lo siento.

—Yo también lo siento.

Esperanzada por su respuesta, sonrío, pero él sigue serio. El silencio me incomoda y finalmente dice:

—Si no hubiera visto ese teléfono apuntado en tu mano, ¿me habrías dicho lo de Jack?

No esperaba la pregunta y rápidamente respondo:

—No. No quería preocuparte con algo que…

—¿No querías o no podías porque ocultas algo? Conozco a Jack, Yanira, no lo olvides.

Madre mía… en qué berenjenal que me estoy metiendo por ese imbécil. Y, tras resoplar, contesto:

—Dylan… yo…

—Te dije que tomarías decisiones equivocadas, como hacía mi madre, y esta noche has tomado dos: ocultarme lo de Jack y anteponer la prensa a mí.

Voy a contestar, pero con un gesto tajante me ordena callar y prosigue:

—He esperado fuera del camerino para ver si salías a buscarme, pero no lo has hecho. Los periodistas han entrado. Está claro que ellos son más importantes para ti que yo.

—No, cariño, eso no es así —susurro, horrorizada por la verdad tan grande que está diciendo.

Sonríe con frialdad y, sin dejar que me explique, pregunta:

—¿Mañana tienes entrevistas?

—Sí. Omar ha convocado a varios medios y…

—Mi avión sale a las siete de la tarde. Me vuelvo a Los Ángeles.

Desconcertada, contesto:

—El mío sale pasado mañana. ¿No puedes quedarte un día más?

Dylan me mira. Claro que puede, pero responde:

—Pasado mañana mi jefe da una cena y quiero asistir. Yo también tengo compromisos y no, no te puedo esperar.

Dicho esto, se levanta, pasa por mi lado sin mirarme y comienza a desnudarse. Yo lo observo. Como siempre, ver su cuerpo me excita y se me reseca la boca. Quiero tocarlo, pero creo que no lo va a aceptar.

Si algo he aprendido de Dylan, es que cuando está enfadado hay que darle espacio.

Una vez desnudo, se acerca, me da un rápido beso en los labios y dice:

—No te acuestes tarde. Debes descansar.

Y, sin más, se mete en la cama.

Durante varios minutos no sé ni qué decir ni qué hacer, hasta que decido seguir su consejo. Me desnudo y me meto también en la cama. Cuando me siente cerca, siempre me abraza y me estrecha contra él, pero ahora no lo hace. Está boca abajo, mirando hacia el lado contrario y no se mueve.

Sé que está despierto y digo:

—Dylan.

—¿Qué? —responde sin mirarme.

—Te quiero.

No responde. Al cabo de un rato, finalmente dice sin mirarme:

—Yo también te quiero. Duerme.

Ya no hablo más. Apago la luz y me dedico a mirar el techo hasta que el cansancio me puede y me quedo dormida.

A la mañana siguiente, cuando suena mi despertador me doy cuenta de que estoy sola en la cama. Me levanto rápidamente y veo el equipaje de Dylan. Eso me tranquiliza.

Omar me espera a las nueve en recepción para las entrevistas, así que me ducho, me maquillo y me pongo glamurosa. Llaman a la puerta. Es un camarero con el desayuno. Cuando se va, me tomo un café. Tengo el estómago cerrado y no puedo comer nada.

Al bajar al vestíbulo, me encuentro con Omar y Tifany. Al acercarme, veo que él sonríe de una manera especial. Mi cuñada me besa y yo les pregunto por Dylan, pero me dicen que no lo han visto.

Cuando llegan los de la prensa, Omar, tras guiñarle un ojo a Tifany, los acompaña a una salita que nos ha dejado el hotel. Yo, mirando a mi cuñada, pregunto:

—¿Qué ha pasado aquí?

Ella sonríe y cuchichea:

—Ay, cuqui, anoche, cuando llegamos al hotel, sin pensarlo me presenté en su suite y fui mala malota.

—¿Te lo tiraste?

Tifany asiente y, con una risita, dice:

—Fui una tigresa de Bengala, ávida de sexo caliente y morboso.

Me río al imaginarme a la tigretona y musita:

—Hemos pasado la noche juntos y no hemos dormido casi nada, ¿se nota? —pregunta, mirándome con su preciosa cara.

Sin lugar a dudas, no. Soy consciente de que yo tengo peor pinta que ella, incluso tras haber dormido algo, y respondo:

—Estás guapísima.

—Eso mismo me ha dicho el bichito hace unos segundos. —Sonríe feliz—. Es tan mono cuando está cariñoso.

Vaya, qué rápido la conquista el bichito.

—Entonces ¿habéis fumado la pipa de la paz?

Encogiéndose de hombros, se toca la punta de la nariz y murmura:

—No lo sé, cuqui. De momento ha ocurrido esto, el resto ya se verá.

En ese momento, Omar nos llama para que vayamos. Debemos comenzar ya.

A partir de ese instante, me dedico a atender a la prensa con la mejor de mis sonrisas. Todo el mundo me felicita por el éxito obtenido y, como siempre, toreo las preguntas comprometidas lo mejor que puedo. A la una de la tarde, cuando paramos para comer, Dylan aún no ha aparecido. ¿Dónde estará? Desesperada, miro a Omar.

—¿Tenemos entrevistas esta tarde?

Él mira su agenda y responde:

—Sí. Hay dos medios que vendrán a las cinco y a las seis y media respectivamente.

Durante un rato, pienso qué hacer. El avión de Dylan sale a las siete y si quiero ir con él, tengo que comprar un billete. Así pues, le digo a Omar:

—Adelántalas. Dylan se va en el avión de las siete y me quiero ir con él.

Mi cuñado me mira, pero antes de que diga nada, añado:

—Me importa una mierda lo que digas. Adelántalas o anúlalas.

Tras pensarlo un momento, se levanta y comenta:

—Voy a hacer un par de llamadas.

Cuando se marcha, Tifany me guiña un ojo. Dos segundos después, su marido regresa y dice:

—En media hora, una de ellas vendrá aquí y a continuación la siguiente.

¡Estoy a punto de dar saltos de felicidad!

—Necesito un billete para el vuelo de las siete de la tarde —digo—, el que va directo a Los Ángeles.

Rápidamente, Omar hace otra llamada.

—En veinte minutos te traerán tu billete al hotel —me comunica al colgar.

Sonrío, me levanto y, dándole un beso, musito:

—Gracias, cuñado. Te debo una.

Él niega con la cabeza y, divertido al ver cómo su mujer y yo nos reímos, responde:

—Eso, no lo olvides. Me debes una.

Cuando subo a la habitación tras la última entrevista, son las cuatro de la tarde. Dylan no está, pero me ha dejado una nota.

Te veo a tu regreso a Los Ángeles.

Dylan.

Más impersonal no puede ser. Ni un simple beso. Sin duda sigue enfadado.

Sin tiempo que perder hago el equipaje y, cuando termino, llamo a Tifany. Ella se encargará de todo. Yo sólo me llevaré lo básico.

Omar me consigue un coche para ir al aeropuerto y a las seis ya estoy allí. Voy justa, porque el avión sale a las siete, pero me tranquilizo, pues Omar me ha dicho que no me van a poner ningún impedimento. ¡Soy Yanira! La famosa cantante.

Con el pelo oculto bajo una gorra oscura y la cara tras unas enormes gafas de sol, me encamino hacia el arco de seguridad. Espero que nadie me reconozca ni me pare.

Una vez dentro, busco mi puerta de embarque y corro hacia allá. Cuando llego estoy sin aliento. De pronto, veo a Dylan apoyado en el cristal, mirando los aviones. Parece pensativo y enfadado. No hay más que ver su entrecejo fruncido. Sin moverme de donde estoy, lo observo y decido llamarlo por teléfono. Veo que se saca el móvil del bolsillo de los vaqueros y que lo mira dubitativo, pero finalmente lo coge.

—Hola, cariño —lo saludo.

—Hola —contesta. Ni cariño ni leches. Y antes de que yo pueda decir nada, añade—: Te he dejado una nota en la habitación, ¿la has visto?

—Sí. ¿Por qué no me has buscado para despedirte de mí?

Su semblante se ensombrece, vuelve a mirar hacia la cristalera y responde:

—Estabas trabajando y no quería molestar.

—Tú nunca molestas.

En ese instante, anuncian por los altavoces el vuelo con destino a Los Ángeles. Dylan, al oírlo también a través del teléfono, mira a su alrededor y cuando me ve por fin, sonríe. ¡Oh, sí!

Camino hacia él y, sin colgar el teléfono, pregunto:

—¿De verdad creías que te ibas a marchar sin mí?

—Sí.

—Eres tonto… un tonto muy tonto, pero te quiero.

Su mirada me escudriña. Viene hacia mí y, cuando estamos a sólo a un paso, colgamos los teléfonos y nos abrazamos y besamos con pasión. La gente nos mira y sonríe ante nuestra efusividad, pero no nos importa. Estamos juntos y, como siempre, eso es lo único que cuenta para los dos.