SESIÓN NUEVE

Hoy tengo la moral por los suelos, pero espero que hablar con usted me ayude un poco. Aparte de Evan o Billy, usted es la única persona con la que puedo hablar últimamente, por lo menos sobre todo lo que me está pasando. Llevo toda la mañana en casa esperando que llegue la hora de nuestra cita. No se me da muy bien esperar, la verdad.

No dejo de visitar una y otra vez esa web sobre John y de mirar todas las fotos de sus víctimas y sus familias. Después pienso en ellas, preguntándome cómo serían sus vidas, cómo podrían haber sido. Me fijo en pequeños detalles, como el collar de conchas que llevaba esa chica cuyo cuerpo nunca llegaron a encontrar. Me pregunto si lo tendrá John. A su novio, a quien John mató de un disparo en la nuca, le acababan de regalar una moto nueva por su graduación. Por lo visto, el chico era un manitas capaz de arreglarlo todo y le encantaba restaurar coches antiguos. Su padre todavía conserva el coche en el que estaba trabajando cuando lo asesinaron. Se niega a terminarlo y lo ha dejado ahí en el garaje, rodeado de todas las herramientas tal como él lo dejó todo antes de morir. Lloré como una magdalena con esa imagen, un coche desmontado y una familia que nunca podrá volver a recomponerse.

Pienso en el momento en que sus familias recibieron la noticia. Luego me torturo pensando en que algo horrible pueda sucederles a Evan o Ally. Estoy segura de que me moriría de dolor. ¿Cómo consiguen los padres de las víctimas levantarse de la cama cada mañana? ¿Cómo consiguen seguir viviendo?

Veo la muerte en todas partes, un efecto secundario de leer sin parar sobre asesinos en serie, pero lo que más me angustia es lo rápido que se les vino encima a esas personas. No me refiero sólo a las víctimas de John, sino a todas las víctimas de asesinato sobre las que he estado leyendo. Estaban viviendo tranquilamente, durmiendo, conduciendo, haciendo footing o incluso deteniéndose a ayudar a un extraño, cuando de repente, así, en un abrir y cerrar de ojos, su vida había terminado. Aunque a veces no era así; a veces, vivían durante varios días… Y las cosas que les hacían esos asesinos… No puedo dejar de pensar en los últimos momentos de las víctimas, en lo aterrorizadas que debían de estar, en lo mucho que debieron de sufrir…

Antes me gustaban los programas sobre casos reales de crímenes. «Era un día de calor sofocante en las Montañas Rocosas cuando la joven reportera rubia decidió salir a correr […]». Me gustaba el cosquilleo de miedo que sentía en la boca del estómago y cómo me sentaba en el borde del asiento durante las recreaciones dramáticas, sujetando el cojín con todas mis fuerzas, con el cuerpo en tensión. Era fascinante asomarse al lado oscuro de la naturaleza humana.

Evan siempre intenta animarme y hacer que piense en positivo, o al menos más racionalmente, lo que requiere calmarse antes, y eso sí que es un auténtico reto. La verdad es que me he esforzado mucho por conseguirlo, pero cuando el coche hace un ruido raro, pienso automáticamente que van a fallar los frenos, cuando Ally se resfría creo que es neumonía, y cuando Alce desapareció…

En cuanto volví a casa después de nuestra última sesión, volví a hacer la ronda habitual de llamadas —la perrera, la protectora de animales, todos los veterinarios de la ciudad—, pero seguía sin haber rastro de Alce. Billy acudió a ver si podía ayudar, cargado con una bolsa de hamburguesas y patatas grasientas que prácticamente engullí. Me dijo que tenía la sensación de que no había comido en todo el día, y llevaba razón. Recorrimos en coche los alrededores y colgamos carteles en todas las gasolineras y tiendas del vecindario. Mi casa está cerca de la base del monte Benson, así que incluso subimos en esa dirección, deteniéndonos varias veces para salir y llamar a Alce.

La verdad es que agradecí tener compañía, sobre todo cuando, por culpa del miedo, me ponía a desbarrar con mis paranoias acerca de quién podía tener a Alce. Billy me hacía una pregunta o me daba algo que hacer que me obligaba a concentrarme. En un momento dado, empecé a hablar tan rápido que estuve a punto de ponerme a hiperventilar y me dijo: «Si sientes que te entra el pánico, simplemente respira, serénate y concéntrate en tu estrategia. Confía en mí, funciona». Entonces me hizo examinar la lista de lugares donde quería colgar carteles y decirle los que ya había tachado, interrumpiéndome si me precipitaba y me saltaba alguno. Era muy frustrante, pero la presión de la losa que me oprimía el pecho fue cediendo poco a poco.

Cuando Billy tuvo que volver a la comisaría, seguí dando vueltas con el coche yo sola durante otra hora. Casi había regresado a casa cuando doblé una curva cerrada y por poco arrollo a una bandada de cuervos que había en medio de la calle, peleándose por lo que parecía carnaza. Entonces vio el reguero de sangre de color óxido que conducía a la cuneta, donde un cuervo se ensañaba con un montículo pequeño y oscuro. Tras detener el coche en la gravilla del arcén, me encaminé hacia los cuervos. Las lágrimas me escocían en los ojos.

«Por favor, Señor. Que no sea Alce…».

Los cuervos levantaron el vuelo cuando me acerqué y graznaron mientras se encaramaban a los cables del tendido eléctrico. Sin apartar la vista del reguero de sangre, avancé los últimos pasos con las piernas temblorosas y bajé la vista hacia el hoyo con el cuerpo mutilado.

Era un mapache.

Cuando volví al Cherokee y empecé a conducir calle abajo, los cuervos se abalanzaron de nuevo sobre su botín. Me estremecí mientras los veía embestirlo una y otra vez, sintiendo lástima por el mapache, y un profundo alivio por que no fuera Alce.

Casi había llegado a casa cuando oí el aviso de un mensaje de texto de Billy, pidiéndome que lo llamara. Habían recibido los resultados del análisis de ADN.

No fue hasta que hube entrado en casa —que parecía tan vacía sin los bufidos y los gimoteos de Alce—, me hube servido una taza de café y llamado a Evan, cuando reuní el valor suficiente para llamar a Billy. Me senté en mi sillón favorito de la sala de estar, envuelta en la colcha de Barbie de Ally, y marqué el móvil de Billy. La mala suerte quiso que contestara Sandy.

—Gracias por llamar, Sara. Billy está hablando por la otra línea en este momento, pero yo puedo ponerte al corriente.

—¿Tienes los resultados?

—Han llegado hace una hora. —Estaba tratando de mantener un tono neutro, pero la voz le vibraba de la emoción—. Definitivamente, tu muestra coincide con el ADN que tenemos en nuestros archivos.

Era real. El Asesino del Camping es mi padre. Todo aquello estaba sucediendo de verdad. Esperé el impacto de la emoción, a que se me saltasen las lágrimas. Pero no pasó nada. Me sentí como si Sandy me acabase de decir mi propio número de teléfono. Miré por la ventana el cerezo del jardín. Estaba en flor.

Sandy seguía hablando.

—No pudimos recoger muestras biológicas de todas las escenas del crimen, pero cuando se empezaron a hacer pruebas de ADN, pudimos relacionarlo de manera concluyente con muchas de las víctimas.

—¿Cómo saben que él es el responsable de los otros asesinatos?

—El modus operandi es el mismo.

—¿Y las mujeres que siguen desaparecidas?

Su voz traslucía una impaciencia mal disimulada.

—El Asesino del Camping sólo actúa en verano y no trata de ocultar los cadáveres, por lo que no se le considera sospechoso en otras desapariciones.

—¿Y no consideran extraño que sólo actúe en verano? Ya sé que en estos casos suele haber períodos de inactividad entre asesinatos, pero los suyos son…

—Suele darse con relativa frecuencia que un asesino en serie tenga largos períodos de inactividad. Una vez que sus necesidades quedan satisfechas, muchas veces pueden mantenerse a raya durante un tiempo, reviviendo el crimen una y otra vez.

—Y por eso se llevan recuerdos.

—Algunos de ellos sí. Seguramente John utiliza las joyas para mantener algún tipo de conexión con la víctima, pero todavía no sabemos qué es lo que lo mueve a actuar, en primer lugar, ni por qué sigue siempre el mismo ritual… Por eso tus conversaciones con él son tan importantes.

—Lo estoy haciendo lo mejor que puedo, Sandy. No sabía que había visto la web sobre la boda.

—Por supuesto, un error perfectamente comprensible.

Apreté los dientes con fuerza.

—No fue un error. No quiero que sepa detalles de mi familia, de mi vida.

—No queremos que hagas nada que sientas que puede ponerte en peligro.

Pero yo sabía que eso no era cierto. Sandy quería atrapar a John, más que nada en el mundo, y odiaba la idea de que me necesitaran a mí para conseguirlo.

—Tiene que confiar en ti, Sara.

—Sí, ya me lo has dicho. Un par de veces ya. Tengo que irme… Todavía tengo un perro perdido al que encontrar.

Colgué antes de que pudiera añadir algo más.

Sin embargo, no encontré a Alce. Y cuando Ally llegó de la escuela, no tuve más remedio que darle la noticia de que se había perdido.

—Pero ¡me mentiste! ¡Me dijiste que estaba en el veterinario!

Entonces se puso a darme golpes en las piernas y a gritar «¿Por qué, por qué, por qué?» hasta quedarse ronca. Yo sólo podía sujetarla y tratar de mantener su cuerpo furioso y trémulo apartado del mío hasta que se calmase de puro agotamiento. Al final, se desplomó en el suelo y se echó a llorar. Se me rompió el corazón cuando la oí decir entre sollozos: «¿Y si no vuelve a casa, mamá?». Le prometí que estaba haciendo todo lo posible para encontrarlo, pero siguió llorando desconsoladamente en mis brazos mientras yo luchaba por contener mis propias lágrimas. Esa noche se metió en mi cama y nos abrazamos pegadas la una a la otra. Me quedé en vela durante horas, con la mirada fija en el reloj.

A la mañana siguiente, Ally y yo compartimos un desayuno solemne. Cuando me dijo por enésima vez: «Tienes que encontrar a Alce, mamá», yo volví a repetirle que lo haría, pero a medida que pasaban los días, fui perdiendo las esperanzas. Hasta intenté llamar a John otra vez, ensayando distintas formas de preguntarle si se había llevado a mi perro, algunas amenazadoras, otras suplicantes, pero seguía sin responder.

Después de llevar a Ally a la escuela, hice una lavadora tras otra y pasé el aspirador por toda la casa. Al ver el muñeco de Alce —con la cola rígida por sus babas resecas— casi se me parte el corazón. Por regla general, lo lavo todas las semanas, pero como no me veía con fuerzas para borrar aquel rastro de él, me limité a dejarlo en su cesta.

Estaba a punto de meterme en la ducha cuando sonó el inalámbrico en la cocina. Con la esperanza de que fuese alguien con alguna información sobre Alce, corrí escaleras abajo, pero cuando comprobé el número, vi que sólo era Billy.

—Tengo buenas noticias para ti, Sara.

—¡Habéis encontrado a Alce!

El corazón se me subió hasta la garganta mientras aguardaba su respuesta.

—Les pedí a todos los chicos del cuerpo que mantuviesen los ojos abiertos cuando saliesen de patrulla a ver si veían al perro. Uno de los agentes paró a unos adolescentes en el parque para los skaters, y mientras estaba comprobando la matrícula del vehículo vio a un bulldog francés en el asiento trasero. Comprobó su placa de identificación y, efectivamente, era tu perro.

—¡Oh, gracias a Dios! ¿Y cómo había llegado hasta ellos?

—Dijeron que se lo habían encontrado corriendo por la carretera y que pensaban devolverlo pronto, pero el agente dijo que la novia del chico se puso a llorar cuando se lo dio, así que es probable que no hubieses llegado a recuperarlo.

—Ally se va a poner a dar saltos de alegría.

—Ahora está en la comisaría conmigo. Os lo llevaré lo antes posible.

—Eso sería genial. Muchas gracias, Billy.

—Ya sabes, nosotros siempre encontramos a nuestro hombre… o a nuestro perro, en este caso. —Nos reímos los dos.

Llamé a Ally al colegio y me dijeron que le darían la noticia. A continuación, llamé a Evan y se alegró muchísimo. Tuve que hacer un gran esfuerzo de autocontrol para contenerme y no hacer algún comentario sarcástico sobre la puerta, pero, como de costumbre, me leyó el pensamiento.

—Todavía sigo pensando que cerré la puerta antes de irme, pero tal vez estoy equivocado. —Yo estaba tan contenta de que hubiésemos encontrado a Alce que lo dejé correr. Y cuando le dije que Billy traería a Alce a casa inmediatamente añadió—: Eso es un detalle por su parte.

—Sí, ha sido una gran ayuda —le contesté—. Y no sólo con la búsqueda de Alce. También me está enseñando a calmarme y centrarme cuando estoy tensa.

Al otro extremo de la línea, sólo se oía silencio.

—¿Hola?

—¿Y qué te está enseñando exactamente?

—No sé, muchas cosas. Por ejemplo, me asigna tareas para tener algo en lo que canalizar mi energía.

—Yo siempre te digo eso mismo.

El tono de Evan empezaba a molestarme.

—Pero es distinto cuando me lo dice él. Es un policía, no es mi novio. Tú te enfadas conmigo.

—Yo no me enfado. Sólo me parece que a veces te obsesionas y te asustas por tonterías.

—Y me haces sentir como una histérica desquiciada por el estrés. —Sabía que tenía que frenar, sabía que compararlo con Billy iba a ser muy contraproducente, pero la ira me arrancó las palabras de la boca sin darme cuenta—. Billy no me hace sentir como una mierda.

—Bueno, pues no me gusta que pases tiempo con él.

—¡Pero si es el policía encargado de mi caso!

—Entonces ¿qué hace paseándose por ahí en busca de Alce?

—Me parece increíble que hables…

Sonó el timbre de la puerta.

—¿Hay alguien en la puerta? —dijo Evan.

—Ya te he dicho que Billy iba a traer a Alce.

—Entonces supongo que será mejor que vayas a abrirle.

Me colgó el teléfono.

Alce se retorcía tanto entre los brazos de Billy que estuvo a punto de caérsele al suelo cuando me lo entregó. Cuando Alce y yo acabamos de celebrar nuestro reencuentro entre calurosos achuchones y gran cantidad de gruñidos y resoplidos por su parte, le ofrecí un café a Billy.

—Gracias, sí. Me tomaré uno rápido.

Serví una taza para cada uno y cuando nos encaminábamos a la sala de estar, se detuvo en la puerta del garaje.

—¿Ahí tienes el taller donde trabajas?

—Sí. Siempre estamos hablando de construir uno en la parte de atrás, pero yo prefiero estar más cerca de la casa.

—¿Puedo verlo?

—Claro, pero está hecho un desorden.

Abrí la puerta. Le mostré algunos de mis utensilios y me eché a reír cuando, al encender la lijadora, la puso al máximo. Típico de un hombre, tuvo que probar todas las herramientas eléctricas de Evan. Después de apagar la última, se dirigió a la mesita de cerezo y acarició su superficie.

—¿Estás trabajando en esto ahora mismo?

—Sí, empecé justo ayer. —Me acerqué a él y apoyé la mano sobre la mesa—. Todavía tiene hendiduras en algunos puntos.

Levanté la vista al oír el ruido de unos pasos pesados en la cocina. La puerta se abrió y los dos nos sobresaltamos. Billy me empujó hacia atrás con el brazo.

La figura colosal de mi padre inundó el espacio del umbral. Centró la mirada en Billy y luego en la mano de éste, extendida delante de mí con ademán protector.

—¡Papá! Me has dado un susto de muerte.

Me llevé la mano al corazón. Las herramientas debían de haber sofocado el ruido de su camioneta.

—He llamado antes de entrar. La puerta estaba abierta.

Entró en el taller.

—Te presento a Billy, papá. Uno de mis clientes.

Mi padre lo saludó asintiendo con la cabeza, pero no sonrió. Repasó a Billy de arriba abajo y luego se dirigió a mí.

—Lauren me dijo que Alce había desaparecido, así que he venido a ver si necesitabas ayuda.

—Gracias, papá, pero lo han encontrado esta mañana.

Lanzó un gruñido.

—Sí, ya lo veo. —Volvió a dirigir la mirada a Billy—. ¿Trabajas en la Policía Montada?

—Sí, ya llevo casi quince años.

—¿Conoces a Ken Safford?

—No, me parece que no…

—¿Y a Pete Jenkins?

—No, no me suena. Me acaban de trasladar aquí, así que todavía estoy conociendo a todos. —Me impresionó la extraordinaria capacidad de Billy para mentir—. Bueno, tengo que irme —dijo—. Gracias por el café. Mándame el nuevo presupuesto por e-mail cuando lo tengas listo, Sara.

—De acuerdo. ¿Quieres que te acompañe?

—No, no hace falta. Quédate con tu padre.

Papá no se movió, obligando a Billy a rodearlo. Mi padre y yo nos quedamos solos. Me estremecí de frío.

—¿Has visto la mesita en la que estoy trabajando? —La miró y asintió con la cabeza—. ¿Te apetece una taza de café?

Papá nunca se paraba a tomar café, pero ese día me dio una sorpresa.

—Si está recién hecho…

Cuando se lo llevé, estaba de pie junto a la puerta corredera, mirando hacia el jardín. Hizo un movimiento con la cabeza.

—¿Vais a necesitar más leña? —preguntó.

—Me parece que no. Ya no hace tanto frío.

—Pregúntaselo a Evan la próxima vez que llame. Si necesita más, que me lo diga.

Pues claro que tenía que preguntárselo a Evan… Era imposible que una mujer supiera esas cosas, claro.

Tomó un sorbo de café. Sin apartar la mirada del jardín, dijo:

—Evan es un buen hombre.

—Por eso voy a casarme con él, papá.

Lanzó un gruñido y tomó otro sorbo.

—Será mejor que tengas la cabeza en su sitio, Sara, o lo vas a perder todo.

Las lágrimas me asomaron a los ojos.

—Tengo la cabeza en su sitio. ¿Es por lo que dijo Melanie sobre Billy? Ya te lo he dicho, es un cliente. Evan lo conoce y…

—Tengo que volver al trabajo. —Se volvió y dejó la taza sobre la encimera. Una vez en la puerta dijo—: No tiene buena pinta, Sara… Tener a otro hombre rondando por aquí cuando Evan está fuera.

—¿Que no tiene buena pinta, dices? ¿Para quién? —Pero él ya estaba andando hacia su camioneta—. Papá, no puedes venir aquí y soltarme una cosa así y luego marcharte, como si tal cosa.

—Dile a Evan que tenéis que limpiar los canalones del tejado. El de la izquierda parece desbordado —dijo al tiempo que se subía a la camioneta.

Antes de que pudiera decirle algo más, cerró la puerta y se alejó marcha atrás por el camino. Lo miré hasta que el rugido de la camioneta diésel se desvaneció en la distancia.

Al entrar en la cocina, sonó mi móvil. Miré la pantalla: era John. ¿Seguiría enfadado por lo de la fecha de la boda? ¿Y si había descubierto que le había mentido sobre alguna otra cosa? «¡Basta! Cálmate. Contesta el teléfono o se cabreará de verdad». Tragué saliva y respiré hondo varias veces.

—¿Diga?

—No puedes volver a mentirme.

—Yo no… —«No discutas con él»—. Tienes razón, lo siento.

Los dos nos quedamos callados.

—¿Qué te pasa? —dijo él.

—No me pasa nada, estoy bien.

Luché por contener las lágrimas.

—Pues no parece que estés bien —dijo en un tono que denotaba preocupación.

—Son cosas del trabajo —dije.

—¿En qué estás trabajando?

—Ahora mismo, en una mesita.

—¿De qué clase de madera está hecha?

—Ésta es de cerezo.

—La madera de cerezo es muy bonita. Unos tonos muy intensos y bonitos.

Sorprendida por el comentario, exclamé:

—Sí, la verdad es que sí.

—¿Qué tipo de herramientas utilizas?

—Básicamente herramientas pequeñas, cepillos, lijadoras, taladros… Pero para trabajar con esta clase de mesas, por lo general se hace con pinceles. —Miré los míos—. Tengo que comprarme unos nuevos pronto. Éstos ya están muy usados, pero también quiero un cepillo nuevo.

—Evan debería comprarte lo que necesites.

—Puedo comprármelo yo, es sólo que se me olvida.

—He visto su página web. Trabaja de guía, así que siempre está fuera. Un marido debería estar a tu lado siempre que lo necesites.

Genial, un padre piensa que mi prometido es demasiado bueno para mí y el otro piensa que no lo es lo suficiente.

—Casi siempre está en casa.

Salvo las dos semanas siguientes, cuando lo tiene todo reservado y el hotel lleno hasta los topes.

—¿Está ahí ahora?

Dirigí la mirada hacia la puerta. ¿La había cerrado con el cerrojo después de irse papá?

—Volverá pronto. —Corrí junto a la alarma y me aseguré de que estaba activada—. Y mi cuñado se pasa por aquí muy a menudo a ver cómo estoy.

Greg no había venido a verme ni una sola vez.

—Pero ¿Evan te deja en casa sola y sin protección?

Me quedé sin aliento.

—¿Es que necesito protección?

—Ya no. Tengo que irme, pero volveré a llamar pronto.

Esa noche, Evan se disculpó por haberse puesto así antes y dijo que se alegraba de que Billy me estuviera ayudando. Sabía que sólo lo decía por decir, para que arreglásemos las cosas, pero yo le seguí la corriente gustosa. No le dije que acababa de hablar por teléfono con Billy, quien me informó de que John había llamado desde algún lugar entre Prince George y Mackenzie. Como siempre, no habían llegado a tiempo, pero me alegré de que al menos estuviese yendo en la dirección opuesta a mi casa.

Más tarde, ya en la cama, pensé en mi conversación telefónica con John, en el tono de preocupación en su voz cuando creía que me pasaba algo. Entonces me di cuenta de que nunca había percibido ese tono en la voz de mi padre. Ni una sola vez. Si John no fuese el Asesino del Camping, probablemente me habría alegrado de tener por fin un padre. No sabía cuál de las dos cosas era peor, pero ambas me hicieron llorar.

El lunes llegó otro paquete, por mediación del mismo mensajero y desde la misma dirección. Nada más ver que era de Hansel y Gretel llamé a Billy de inmediato. Estaba en Vancouver con Sandy, reunidos con el resto de la unidad, y me dijo que no lo abriera. El paquete seguía en la encimera cuando John llamó un rato después, esa misma tarde.

—¿Has recibido mi regalo?

—Todavía no he tenido ocasión de abrirlo. —El paquete era más grande y más pesado que el anterior, pero pregunté de todos modos—: ¿Es otra joya?

Su voz irradiaba entusiasmo.

—¡Ábrelo!

—¿Ahora?

—Ojalá pudiera verte la cara.

Eso era lo último que quería.

—Espera, voy a abrirlo.

Con John todavía al teléfono, me puse un par de guantes de jardinero que había en el taller y corté el precinto con un cuchillo, sintiéndome culpable por no esperar a Billy.

—¿Lo has abierto ya? —preguntó John.

—Estoy quitándole el papel.

Fuera lo que fuese, lo había empaquetado a conciencia. Saqué el objeto y retiré el plástico de burbujas.

Era un cepillo de ebanistería nuevo.

—Es muy bonito.

Y era verdad. El mango era de madera y de color chocolate negro, con hojas de acero inoxidable brillante. Mis dedos se morían de ganas de probarlo, pero yo sólo me permití levantarlo, sopesarlo en mis manos e imaginarlo deslizándose sobre la madera, con las virutas que caían revoloteando al suelo, arrancando años y años de… «Basta. Vuelve a meterlo en la caja».

—¿De verdad que te gusta? Puedo comprarte otro distinto…

—Es perfecto. Ha sido un detalle.

Recordé cómo mi padre miraba a Lauren y Melanie en la mañana de Navidad, cómo sonreía cuando abrían sus regalos… y cómo salía de la habitación por un café cuando llegaba mi turno.

Ambos nos quedamos en silencio.

—John, pareces una buena persona… —«Cuando no estás matando por ahí o amenazándome». Hice acopio de valor para decir lo que venía a continuación—. La verdad es que no entiendo por qué haces daño a esa gente.

No hubo respuesta. Tuve que aguzar el oído para oír su respiración. ¿Se habría enfadado? Me incliné hacia delante.

—No tienes que contestarme hoy, pero me gustaría que fueras sincero conmigo.

—Soy sincero contigo. —Su tono era frío.

—Sí, ya lo sé, claro. Sólo quería decir que si pudiera entenderte, tal vez me ayudaría a entenderme a mí misma. A veces… —Me imaginé a Sandy y a Billy escuchándome. Los ignoré—. A veces se me pasan por la cabeza unas cosas horribles.

—¿Como qué?

—Pierdo los estribos muy a menudo. Me esfuerzo por evitarlo, pero me cuesta mucho. —Hice una pausa, pero no dijo nada, así que seguí adelante—. A veces siento que se apodera de mí un sentimiento muy, muy negro y digo cosas terribles, o hago cosas realmente estúpidas. Con la edad he mejorado bastante, pero no me gusta esa parte de mí. Cuando era más joven incluso tonteé con las drogas y el alcohol durante un tiempo, sólo para tratar de neutralizarlo. Además, hice algunas cosas de las que me arrepiento de corazón, así que empecé a ver a una psiquiatra.

—¿Y todavía vas a verla? —¿Pensaría que era malo o lo animaría eso a buscar ayuda? Como yo seguía vacilando antes de contestar, me apremió—: ¿Sara?

—A veces.

—¿Le hablas de mí?

El tono de su voz me indicó la naturaleza de mi respuesta.

—No, nunca hablaría de ti a menos que me dieses tu permiso.

—No tienes mi permiso.

—No pasa nada. —Traté de mantener un tono de indiferencia—. Y, ¿podrías contarme algo sobre tus padres? Eso es lo que pasa cuando eres adoptada, que nunca sabes cuáles son tus raíces ni tu historia.

Mis abuelos, tanto por parte de madre como de padre, ya han fallecido, pero aún recuerdo al padre alemán de mamá, siempre tan arisco, y cómo su madre apenas hablaba inglés y se pasaba todo el día trajinando de acá para allá en la cocina como si tuviese miedo de dejar de moverse. Los padres de papá eran de clase trabajadora, su padre carpintero y su madre ama de casa. Me trataban muy bien, demasiado bien, incluso. Ponían tantísimo empeño en hacer que me sintiera parte de la familia, que me hacían sentir diferente. Mi abuela solía mirarme con aquellos ojos inquietos, siempre dándome abrazos y un beso de despedida de más en la puerta.

—¿Qué quieres saber? —inquirió John.

—¿Cómo era tu padre?

—Era escocés. Cuando él hablaba, tú escuchabas. —Me imaginé a un hombre corpulento, de pelo rojizo, gritándole a John con un marcado acento—. Pero aprendí a sobrevivir.

—¿Sobrevivir? —No entró en detalles, así que insistí—: Y dime, ¿en qué trabajaba?

—Era leñador, y estuvo talando árboles hasta el día de su muerte. Estaba sufriendo un ataque al corazón y aun así, no paró hasta derribar un abeto Douglas de cuatro metros y medio. —Se echó a reír y dijo—: Era un maldito cabrón hijo de puta.

Se rió de nuevo y pensé si no sería algo que hacía cada vez que se sentía incómodo.

—¿Y tu madre? ¿Cómo era?

—Era una buena mujer. La vida no le puso las cosas fáciles.

—Entonces ¿los dos han muerto?

—Sí. ¿Qué clase de películas te gustan?

Asombrada por el brusco cambio de tema, tardé unos segundos en responder.

—Películas… Me gustan de distintas clases. El ritmo tiene que ser rápido, trepidante… Me aburro fácilmente.

—Yo también. —Se quedó callado durante unos segundos y luego dijo—: Que disfrutes del resto del día. Hablamos pronto.

Llamé a Billy inmediatamente, pero no pudo volver a ponerse en contacto conmigo hasta al cabo de diez minutos, que pasé yendo arriba y abajo por la casa. Me dijo que ahora John se encontraba en algún lugar próximo a Mackenzie, que está al noreste de Prince George. La zona está plagada de parques nacionales y cadenas montañosas, así que había vuelto a desaparecer, pero Billy me dijo que había sabido desenvolverme perfectamente durante la llamada y que, desde luego, John parecía haber establecido una conexión conmigo. Tampoco me reprendió por haber abierto el paquete, sólo dijo que comprendía que John no me había dado elección y que acudirían cuanto antes a recogerlo. Creen que lo más probable es que lo haya enviado desde Prince George. Tiene sentido, es la ciudad más grande del norte, así que hay más oficinas de mensajería y menos posibilidades de que llame la atención. Entonces Billy me recordó la necesidad de que los llamase de inmediato si John me enviaba otro paquete. Más tarde, Billy me mandó por correo electrónico una cita muy buena:

Conoce a tu enemigo

y conócete a ti mismo;

en cien batallas,

nunca saldrás derrotado.

Debía de estar sentado delante del ordenador, porque cuando le contesté al correo, preguntándole qué diablos quería decir aquello, respondió en cuestión de segundos. «Significa que hoy has hecho un gran trabajo, amiga mía. Ahora ¡vete a la cama!».

Me eché a reír y le contesté con un rápido «¡Y tú también!» antes de apagar el ordenador. Ya me iba a la cama, cuando el fijo sonó de nuevo. Pensé que era Evan, que llamaba para darme las buenas noches, pero era John.

—Hola, John. ¿Todo bien?

—Sólo quería volver a oír tu voz antes de irme a dormir.

Sentí un escalofrío, pero dije:

—Ah, eso está bien.

—He disfrutado mucho de nuestra conversación de hoy.

—Yo también. Me ha gustado que me hablaras de tu familia.

—¿Y eso por qué?

—Pues… —No esperaba que me pidiera detalles—. Los otros niños del colegio, mis amigas cuando era pequeña, todos sabían de dónde venían, pero mi pasado sólo era un agujero negro. Hacía que me sintiera distinta de la gente normal, apartada, como si fuera extraña o un bicho raro. Supongo que el hecho de oír por fin algunas historias me ha hecho sentir normal.

—Está muy bien poder conocerte mejor. —Se calló un momento y luego añadió—: Mientras cenaba, he estado pensando en eso que me dijiste antes.

—¿En qué exactamente?

—Respecto a lo de perder los estribos… Yo también me enfado.

«Bueno, esto se pone interesante…».

—¿Qué clase de cosas hacen que te enfades?

—Es difícil de explicar. Puede que no lo entiendas.

—Me gustaría intentarlo. Yo también quiero llegar a conocerte mejor.

Lo decía en serio. No sólo porque tal vez así me revelase algo que pudiera ayudar a la policía a atraparlo, sino también porque quería saber qué era lo que teníamos en común.

No contestó de inmediato, así que seguí hablando.

—El otro día, cuando llamaste, parecías muy nervioso…

—Estoy bien. ¿Te he dicho ya que teníamos un rancho cuando era niño?

Sintiéndome frustrada porque había vuelto a cambiar de tema otra vez, tomé aire y dije:

—No, pero debía de ser genial, crecer en un rancho. ¿Cuánta tierra teníais? —le pregunté, con la esperanza de que me dijese de dónde era.

—Teníamos unas cuatro hectáreas al pie de una montaña. —Hablaba con entusiasmo—. Los vecinos siempre le traían sus animales enfermos a mi madre. Sólo utilizaba medicina natural, cataplasmas para la tos…, cosas así. Se metía los pollitos y los cachorros de gato dentro de la camisa para que entraran en calor y casi podía resucitarlos. —Soltó una risa satisfecha—. Teníamos un montón de perros de granja cuando era niño, siempre estaban teniendo cachorros. El más pequeño, Angel, era mío. Era mitad husky y mitad lobo, lo amamantaba yo mismo con un biberón. Me seguía a todas partes… —El tono de su voz se volvió neutro—. Pero un buen día se escapó. Mi madre dijo que era así por naturaleza, que sólo obedecía a su instinto. Lo busqué por todas partes, pero no logré encontrarlo.

—Lo… lo siento.

—Me alegro de haberte encontrado, Sara. Buenas noches.

Me quedé despierta durante horas.

Tenía la esperanza de que me sentiría mejor después de hablar con usted, pero empiezo a pensar que eso es imposible, no hay nada que me vaya a hacer sentir mejor. También estoy empezando a creer que nunca atraparán a John. La segunda llamada la hizo desde el norte de Mackenzie, cerca de Chetwynd, en las estribaciones de las Montañas Rocosas. Creyeron haber encontrado algo cuando un granjero del lugar informó de que había visto una camioneta en el margen de la carretera, pero resultó que sólo eran un par de cazadores. Señalé en un mapa todos los lugares desde los que John había llamado, cada uno más lejos de mí físicamente, pero más profundamente enclavado en mi mente, trastornando todo mi mundo, como si alguien estuviese volviéndome la cabeza hacia un lado y haciéndome verlo todo diferente, sentirlo todo diferente.

Estoy segura de que, teniendo en cuenta las circunstancias, para usted tiene sentido que me sienta un poco rara, pero a mí me parece algo mucho más profundo que eso. Es como si estuvieran sacudiéndose hasta los mismísimos cimientos de mi vida, como esos volcanes que permanecen dormidos durante años, hasta que un buen día, sin más ni más, explotan. No estoy diciendo que vaya a explotar —aunque cabe la posibilidad—, sólo que me siento como si algo muy fuerte hubiese estallado en mi interior. Tal vez porque durante muchos años, cada vez que veía algo que no me gustaba de mi propia familia, esgrimía el hecho de que mis verdaderos padres estaban por ahí, en alguna parte, para consolarme.

Es como pensar que alguien se ha equivocado y te ha tocado en suerte una vida que no es la tuya, y que sólo tienes que encontrar la que te corresponde y entonces todo saldrá bien para, acto seguido, descubrir que esa vida no existe. O que, en realidad, la que te corresponde no es tampoco la que debería ser o… bueno, no importa, ya sabe lo que quiero decir, ¿verdad? Pero entonces pienso en mi mal genio, en mi impulso de arremeter con la lengua o con los puños, pienso en las rabietas de Ally, en la línea que a veces cruzamos las dos cuando perdemos el control, y me pregunto si tenemos cabida en esa otra vida, con esa otra familia.

Cuando le conté que había encontrado a mi madre, le dije que era como estar en una placa de hielo a punto de resquebrajarse. Bien, pues esto es como caer directamente al agua helada. Tratas desesperadamente de nadar hacia la superficie, con los pulmones en llamas, todo enfocado hacia el pedazo de luz que hay encima de ti. Y cuando al final lo consigues, el hielo ha tapado el agujero.