SESIÓN OCHO

Intento tranquilizarme. Pero no sé por dónde empezar.

Estoy enferma de preocupación. Por no mencionar que me muero de hambre y cansancio. En la actualidad tengo tantas cosas en marcha que no debería estar aquí, pero no quería volver a cancelar la sesión. Ya sé que estoy hablando muy deprisa, mi nivel de azúcar en sangre está cayendo en picado, por eso me estoy forzando a comer esta asquerosa barrita de cereales que he encontrado en la guantera del coche.

Vale, voy a hablar más despacio y a empezar desde el principio.

Después de nuestra última sesión, intenté aplicar esa técnica que me enseñó usted para permanecer en el momento presente. Me senté en el sofá, cerré los ojos y puse los cinco sentidos en la tersura de la tela que tenía bajo las manos, en el ruido de fondo de la secadora, en la fría madera maciza bajo los pies descalzos; pero mi mente pensaba una y otra vez en John. Llevaba tres días sin llamar, y hacía todo lo posible por recordar que no tengo ningún control sobre lo que él hace. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la forma tan brusca en que había colgado. ¿Lo habría hecho porque yo había hablado de Evan? ¿O habría adivinado que le había mentido al decirle que aún no teníamos fecha para la boda? ¿Qué habría sido capaz de hacer él?

Gracias a Dios que Evan volvió a casa a pasar el fin de semana. No importa lo obsesionada que esté, de un modo u otro siempre consigue tranquilizarme, o al menos logra que no hiperventile. Antes de irnos a la fiesta de cumpleaños que Lauren había organizado para Brandon, hablamos sobre cómo afrontar la situación si John llamaba, y comencé a sentirme mejor. Incluso empezó a apetecerme ir a la fiesta. Siempre he tenido debilidad por Brandon y no podía creer que ya fuera a cumplir diez años. Había aprendido a cambiar pañales con él. Aunque esas prácticas no me sirvieron de mucho cuando me tocó lidiar con una niña cabezona.

El simple hecho de intentar ir con Ally a comprar un regalo fue una locura.

Al principio se paseaba de arriba abajo por todos los pasillos. Al final encontramos un juego para la Nintendo, pero ella no dejaba de mirar los que todavía estaban en la estantería. «A lo mejor le gustaría más uno de hockey, mamá». Le dije que a Brandon le encantaría cualquiera de ellos, pero ella seguía escogiendo entre todos los demás. Cuando al final me harté y escogí el último que había cogido Ally, ella gritó: «¡Ése no es, mamá!», como si le fuera la vida en ello. Entonces se plantó en medio del pasillo, con los brazos cruzados, y se negó a moverse sin importar lo que yo dijera. Cuando se me agotó la paciencia, le dije: «Está bien, por mí, como si te quedas ahí plantada todo el día», y di media vuelta para irme. Pasado un rato, ella me siguió, con los hombros caídos y los labios apretados, como si estuviese conteniendo el llanto.

Cuando ya llevábamos recorridos unos kilómetros en coche, Ally seguía mirando por la ventanilla del automóvil. Para entonces, yo ya estaba más tranquila, me sentía mal por haberle metido prisa y dije:

—Brandon va a ponerse muy contento cuando vea tu regalo. —Ella insistía en no mirarme, así que empecé a canturrear lo que se oía por la radio, inventándome la letra—. Mi cielito, cariño mío, sabes que te quiero. No puedo evitarlo, te quiero a ti y a nadie más, sólo a Evan, a Alce y a Nana, y a la tía Lauren, y a…

Respiré hondo.

A Ally empezó a torcérsele una de las comisuras de los labios; intentaba contener la sonrisa. Empecé a cantar más fuerte. Cuando llegué otra vez a la parte de Evan, ella cantaba su propia letra, lo que me hizo reír.

Luego ladeó la cabeza, me sonrió y dijo:

—Eres tan guapa, mami…

¡Dios, cómo quiero a mi niña! Seguíamos divirtiéndonos cuando llegamos a la entrada de la casa de Lauren y Greg.

La temática de la fiesta de este año eran los Transformers, por eso sabía que la casa estaría decorada del suelo al techo, y que habría toda clase de juegos para los niños. Seguramente me lo habría pasado en grande de no haber sido porque tanto mi padre como mi madre me fastidiaron el día.

Mi padre estaba sacando una caja de cervezas de la camioneta cuando nos bajamos del Cherokee. Mientras Ally se adelantaba corriendo con Alce para ir a reunirse con los chicos, yo seguí a mi padre y a Evan hasta el jardín mientras ellos hablaban de pesca. Greg estaba inclinado sobre la barbacoa de gas, con un delantal anudado al cuello. Sonrió de oreja a oreja al vernos. Es como un osito de peluche gigante; tiró de mí y luego de Evan para darnos un fuerte achuchón. A continuación abrió una nevera que tenía a los pies y le dio una cerveza a Evan. A juzgar por las sonrosadas mejillas de Greg, él ya se había servido un par.

—¿Tú quieres algo, Sara?

—Iré dentro por un café, gracias.

En la cocina, Lauren estaba echando patatas chips en un cuenco mientras mi madre terminaba de fregar los platos. Lauren tenía lavavajillas, pero mi madre no pensaba usarlo. En su opinión, no deja los platos lo bastante limpios.

—¿Puedo ayudar en algo? —pregunté.

Lauren se volvió con una sonrisa y se apartó un mechón de pelo rubio de la cara.

—Creo que, por ahora, lo tenemos todo controlado.

Di un beso a mi madre en la mejilla, y me di cuenta de que tenía la cara más chupada que la última vez que nos habíamos visto. Sonrió, pero su mirada reflejaba cansancio y estaba claro que había adelgazado. Me serví una taza de café y sentí cómo mi buen humor se desvanecía.

Mientras daba el primer sorbo, vi llegar a Melanie y Kyle rodeando la casa. Mi padre apenas miró a Kyle, quien iba vestido con vaqueros negros y ajustados y una camiseta ceñida, también negra, antes de retomar su conversación con Evan. Lauren se acercó a mí por detrás y me apoyó la barbilla en el hombro. Nos quedamos un rato mirando a los hombres. Greg estaba contando una historia, con una cerveza en una mano y las sandalias en la otra. Evan y Melanie se pusieron a reír cuando terminó. Greg clavó la vista en mi padre para ver si él también se reía, pero no lo hacía.

—Cerveza y explotaciones forestales —dije—. Los dos temas de conversación favoritos de Greg.

—No seas desagradable.

Lauren me dio un golpecito en la espalda.

Mientras los niños devoraban la comida servida en su mesa, los adultos nos acomodamos en torno a la mesa de jardín que Greg había construido con un tronco. Estaba dándole el primer mordisco a mi hamburguesa cuando me sonó el móvil en el bolsillo. Lo saqué y miré con disimulo el número de la pantalla. Otro número desconocido. Tenía que ser John.

Volvió a sonar. Cuando me levanté, todos los sentados en el tronco dejaron de hablar. El único ruido que se oía provenía de la mesa de los niños.

—Disculpadme un minuto —dije.

La cara de mi padre era todo un poema. Intenté no salir corriendo y doblé la esquina de la casa hasta perderme de vista; entonces contesté el teléfono.

—¿Diga?

—Necesitaba oír tu voz.

Sus palabras me dieron repelús, pero dije:

—¿Va todo bien?

¿Cómo iba a conseguir que colgara el teléfono?

—Me alegro de haberte encontrado. —Hablaba en tensión, como si le costara vocalizar—. Saber… que te tengo… me ayuda.

Oí un ruido de fondo, pero no logré distinguir de qué se trataba.

—¿Qué ha sido ese ruido? ¿Desde dónde llamas?

—Aún no es demasiado tarde.

—¿Para qué no es demasiado tarde?

—Para nosotros.

No dije nada durante un rato, pues intentaba concentrarme en los ruidos de fondo. ¿Eran de un animal o de un ser humano?

—Dime que no es demasiado tarde.

—No, no, claro que no.

Exhaló por el teléfono. Sonaba como si estuviera respirando con los dientes apretados.

—Tengo que colgar —dijo.

Al cerrar el móvil intenté recuperar la compostura, pero tenía tal nudo en la garganta que sentía como si estuviera estrangulándome. Se me nubló la vista. Me apreté la sien con el pulpejo de la mano y cerré los ojos. ¿Cómo iba a soportar aquello? No podía permitir que mi familia se diera cuenta de lo alterada que estaba. Deseaba llamar a Billy, pero todos empezarían a sospechar si me ausentaba durante más tiempo. «No pienses en John, apártalo de tu mente y céntrate. Reacciona, Sara». Al volver a la mesa, miré a Evan con disimulo y asentí ligeramente con la cabeza.

—¿Era el cliente que estabas esperando? —me preguntó.

«Gracias, cariño».

—Sí. —Rehuí la mirada de mi padre, que tenía la vista clavada en mí desde el otro extremo de la mesa, y seguí con mi hamburguesa—. Lo siento, chicos. Es que es un cliente muy exigente.

—Podría haberse esperado —dijo mi padre.

—No tiene mucho tiempo, por eso he tenido que…

Mi padre ya había vuelto a centrar su atención en Evan. En la otra punta de la mesa, Kyle estaba toqueteando la comida. Llevaba las uñas pintadas de negro.

Melanie me pilló mirándolo.

—¿Era el poli guapetón?

Noté que el cuerpo de Evan se tensaba.

Negué con la cabeza.

—No, otro cliente.

—Recuérdame cómo se llamaba, ¿era Bill? —preguntó Melanie.

Asentí en silencio y luego me obligué a dar otro mordisco a la hamburguesa.

—Están riquísimas, Greg.

—No parecía el típico coleccionista de antigüedades —dijo Melanie.

Ahora, todo el mundo estaba mirándome.

Mi madre parecía confundida.

—¿Has conocido a uno de los clientes de Sara?

—Sí —respondió Melanie—, cuando me pasé el otro día por su casa, estaban comiendo juntos.

«Cierra el pico, Melanie».

Evan dejó de comer y me miró.

—Pasó a ver el taller, yo estaba preparándome un bocadillo y le ofrecí uno.

No era del todo cierto, aunque se aproximaba bastante a la realidad.

—¿Y qué estás haciéndole?

La sonrisita que puso Melanie me hizo sentir ganas de estamparle la hamburguesa en la cara.

«Piensa, piensa».

—Su madre acaba de fallecer y tenía el sótano lleno de antiguallas. Estoy intentando hacerle una selección y limpiarlas para que pueda venderlas. Hay bastantes objetos. —Mentir me daba cada vez más calor—. Me llevará un tiempo.

Miré a Evan.

Él tenía la vista clavada en el plato.

Antes de poder decir nada más me sonó el móvil.

Mi padre tiró la hamburguesa al plato y puso cara de disgusto. Miré la pantalla. Volvía a ser John. Se me aceleró el pulso.

Resoplé y me levanté.

—Lo siento.

—Siéntate —me ordenó mi padre.

—Vuelve a ser mi cliente.

—Siéntate.

Mi padre cerró los puños a ambos lados de su plato.

—Lo siento, tengo que contestar.

Cuando me alejaba, mi padre sacudió la cabeza y le dijo algo a mi madre.

Me volví e intenté captar la atención de Evan, pero él no levantó la cabeza.

Al doblar la esquina de la casa, dije:

—¿Qué ocurre?

—El ruido —espetó John.

Escuché unos golpes.

—¿Te has hecho daño?

—Tienes que hablarme, tienes que ayudarme.

Eran ruidos de tráfico.

—¿Estás conduciendo?

Frenazo de ruedas. Un coche que tocaba el claxon. ¿Eran ésos los ruidos que le molestaban?

—A lo mejor deberías parar y…

Ally apareció doblando la esquina de la casa. Mierda. ¿Por qué no la había entretenido Evan?

Tapé el auricular justo cuando ella dijo:

—El abuelo dice que tienes que venir a comer el pastel.

—Vale, cariño. Voy dentro de un minuto. Venga, vete.

Volví a hablar cuando ya se alejaba corriendo.

—¿John? ¿Sigues ahí?

Sólo se oían ruidos de tráfico. Estaba a punto de colgar cuando por fin dijo algo en un tono de desesperación.

—Necesito que me hables.

—¿De qué quieres hablar?

—Dime… dime cuáles son tus platos favoritos.

Me sequé el sudor de la frente. ¿Estaba perdiéndome el cumpleaños de mi sobrino porque él quería saber qué comida me gustaba?

—¿No puedes decirme qué te ocurre? Estoy en una fiesta familiar y hay personas que me…

—Me habías dicho que no le habías hablado a nadie sobre mí. —Hablaba con dureza.

—¡Y no lo he hecho! Pero les parecerá raro que esté hablando por teléfono y empezarán a hacerme preguntas y yo no…

Colgó.

Durante el resto de la fiesta, hasta el último nervio de mi cuerpo estaba crispado por toda una serie de preguntas sin respuesta. ¿Qué eran esos sonidos de fondo? ¿Por qué hablaba de «ruido»? ¿Qué iba a hacer ahora? Sentía el organismo a punto del colapso: me ardía la cara, tenía las axilas empapadas de sudor y las piernas inquietas, quería salir corriendo, irme a casa, hablar con Billy o con cualquiera que consiguiera apaciguar esa horrible sensación. Intenté centrarme en la conversación que se mantenía a mi alrededor, pero no podía seguir los distintos hilos. Las voces de todos los niños me retumbaban en los oídos, cada grito me enervaba y me llenaba de ira. No paraba de mirar el reloj y apretaba el móvil en una mano.

No ayudó mucho el hecho de que mi padre me echara la bronca delante de Ally por haber contestado el teléfono, me llamó egoísta y maleducada. Me disculpé, como hago siempre, pero sus ojos refulgían odio cuando regresamos a la fiesta. La sonrisa de mi madre aparecía y desaparecía según nos miraba a ambos de forma alternativa. Melanie y yo nos limitamos a evitarnos. Al menos, Lauren no parecía enfadada, pero sí estaba distraída. Siempre que la miraba, estaba mirando a Greg. En una ocasión la pillé echándole una mirada de asco cuando él fue por otra cerveza; aunque no se lo impidió. En cualquier caso, yo ya tenía mis propios problemas de pareja.

Evan reía y bromeaba con todo el mundo, y me rodeó con un brazo por los hombros cuando Brandon abrió nuestro regalo, pero no me miró a la cara. Al final llegó la hora de irse. Mi despedida fue breve, y me gané la mirada de preocupación de mi madre, aunque estaba pendiente de que Ally y Alce subieran al Cherokee. Prácticamente tuve que llevar a rastras a Ally por el camino y le grité cuando protestó. Evan iba callado. Estábamos saliendo marcha atrás cuando me vibró el móvil; me había entrado un mensaje de texto.

Billy. «¿Cómo ha ido la fiesta? Llámame cuando llegues a casa».

—¿Quién era? —preguntó Evan.

—La policía quiere comentar las llamadas de John. —Marqué el número de Billy, pero me saltó directamente el contestador—. Mierda, debe de estar sin cobertura.

Evan siguió con la mirada clavada en la carretera.

Hicimos el resto del trayecto en silencio. Cuando por fin llegamos a casa, Ally se tiró delante de la tele a ver Hannah Montana. Yo volví a intentar llamar a Billy y, esta vez, le dejé un mensaje. Transcurridos diez minutos, que los pasé lavando los platos del desayuno, fui a buscar a Evan. Estaba en la parte de atrás, recogiendo las cacas de Alce.

—Ya sé lo que estás pensando —le dije—. Pero no es lo que crees.

—Creo que deberías limpiar la mierda de tu perro.

¿Mi perro? Eso me cabreó.

—Intento hacerlo lo mejor que puedo, Evan, pero, cuando tú no estás, tengo que encargarme de todo.

—Esto se hace en cinco minutos.

—Ya sabes lo ocupada que he estado últimamente.

—Sí, demasiado ocupada para contarme que comes con otros tipos.

—Eso no fue nada. Melanie sólo intentaba meter cizaña.

Evan hundió la pala en la tierra con movimientos secos y bruscos.

—Bueno, pues lo consiguió. Greg estuvo echándome miraditas raras toda la tarde.

—¿Qué se suponía que debía decir yo? Ya sabes que me han prohibido hablar del tema.

—¿Por qué no me contaste que había estado en casa?

—Cuando hablamos, John había vuelto a llamar y yo estaba muy nerviosa. Ni siquiera pensé en decirte que Billy se había pasado por casa, porque creí que no tenía importancia. Seguramente tendrá que pasarse muchas veces, y…

—¿Ahora lo llamas Billy?

Evan dejó de mover la pala y se quedó mirándome.

—Dios mío, Evan, así es como lo llama Sandy. Ni siquiera es mi tipo, ¿vale? Siempre va súper arreglado, lleva tatuajes y…

—¿Y se supone que eso hará que me sienta mejor?

Tenía ganas de quitarle la pala de las manos y estampársela contra la cabeza.

—¿Sabes qué? No tengo por qué pasar por esto. Si Billy puede encontrar a John, pienso hablar con él todos los días, porque quiero que desaparezca de mi vida, y tú deberías pensar igual que yo. Creía que te gustaría que alguien estuviera cuidando de mí cuando tú no estás. Si no confías en mí, a lo mejor no deberíamos casarnos.

Me volví de golpe y entré disparada en casa. Al pasar junto al comedor, eché un vistazo a Ally. Estaba envuelta en una manta, con Alce en el regazo, mirando con cara somnolienta la televisión.

—Tendrías que irte pronto a la cama, Ally.

—Nooo…

Cansada de discutir, lo dejé por el momento y subí a mi despacho.

En un intento para relajarme, apunté cuanto recordaba de las llamadas y escribí una nota para preguntar a Billy si tenían alguna tecnología para aislar los ruidos de fondo. Cerré los ojos e intenté centrarme. ¿Qué serían esos ruidos?

Abrí los ojos de golpe. ¿Y si había secuestrado a una mujer? ¡A lo mejor estaba llevándosela a algún sitio en la camioneta y los ruidos eran de ella intentando escapar!

En cuanto recuperé el mínimo de lucidez para poder volver a llamar a Billy, escuché que alguien abría la puerta corredera de cristal de abajo y oí unos pasos. Evan estaba en la cocina.

Dudé un instante. Tal vez debía esperar al día siguiente. Pero esto era importante.

Billy respondió a la primera.

—Se me ha ocurrido —dije— que los ruidos de fondo podían ser de una mujer. A lo mejor estaba llevándola a algún sitio y va a…

—¡Eh, eh, para, para! Ése no es su modus operandi y no tenemos ninguna denuncia de mujeres desaparecidas.

—Entonces ¿qué eran esos ruidos?

—Todavía estamos intentando aislarlos, seguimos sin obtener nada que nos resulte útil.

—A lo mejor os hacen falta más personas en el equipo.

—Contamos con todo el personal disponible de la Unidad de Delitos Graves de Vancouver y con algunos de Nanaimo…

—¿No podéis traer personal de Toronto?

—No funciona así, Sara. La mayoría de los archivos son antiguos y ya los hemos investigado. Tenemos acceso a un montón de recursos y este caso es de máxima prioridad, pero hasta que John no mueva ficha, o hasta que alguien vea algo, no podemos hacer gran cosa.

—Pues me da la impresión de que no están haciendo nada.

—Estoy seguro de que tienes esa sensación, pero están siguiendo pistas, coordinándose con el laboratorio y con otros departamentos. Ahora mismo, intentamos averiguar de quién es el móvil que está usando.

Sé que soné enfadada al decir:

—¿Sabéis al menos desde dónde llama?

Pero Billy se limitó a responder:

—Se ha trasladado al oeste de Prince George, a algún lugar cerca de Burns Lake seguramente. Es posible que esté dirigiéndose hacia Prince Rupert, así que hemos dado parte a las autoridades locales y ellos están haciendo circular su retrato robot por áreas de descanso para camiones, gasolineras y cualquier lugar en el que pueda parar.

Intenté no hablar de forma tan acalorada.

—¿Qué crees que le ocurre? Se quejaba del ruido.

—Esperamos que la próxima vez que hables con él consigas que se explaye más.

—No quiero que haya una próxima vez. Estoy harta de esto.

—Tienes que hacer lo que te parezca correcto, Sara. Pero no te mentiré: necesitamos tu ayuda. Eres nuestra única posibilidad para dar con él.

Cerré los ojos al escuchar las palabras de Billy y dejé caer la frente sobre el escritorio.

—Sé que te da la sensación de que él tiene la sartén por el mango —dijo Billy—, pero lo que quiere es conectar contigo. Por eso no deja de llamar. Es imposible saber hasta cuándo podremos aprovechar esta situación. Pero como dice Sun Tzu: «La oportunidad de vencer al adversario la proporciona el propio adversario». Al final nos dará algo con lo que continuar.

Evan estaba subiendo la escalera.

—Tengo que colgar.

—De acuerdo. Estaremos en contacto. Descansa un poco.

Justo en el momento en que colgaba el inalámbrico, Evan entró por detrás de mí y se dejó caer en su silla. La hizo girar.

—¿Era Bill?

Dios, me leía como un libro abierto.

—Tenía que informarle. Por el amor de Dios, Evan…

Su rostro era impenetrable. Una parte de mí deseaba discutir con él y defenderme, para liberar como fuera la rabia contenida. Me ardía la cara y estaba al borde de un ataque de nervios. Pero me contuve. Volverme loca no resolvería el problema. Inspiré con fuerza.

—Lo siento, he perdido los nervios. Es que todo esto se me queda muy grande, de verdad que te necesito de mi parte.

—Estoy de tu parte.

—Pues no lo parece. No me gusta que te enfades conmigo.

Evan suspiró, luego me cogió un pie y se lo puso en el regazo. Mientras me lo masajeaba dijo:

—No estoy enfadado contigo, estoy enfadado con la situación. Es una pesadilla.

—¿Te crees que no lo sé? Dios, podría estar asesinando a una mujer ahora mismo… Y yo no puedo hacer nada para evitarlo.

—Si mata a alguien no será culpa tuya. Es un asesino, a eso se dedica.

—Pero sería culpa mía porque no habría conseguido detenerlo. —Recordé lo que había dicho Billy—. Soy prácticamente la única esperanza de la policía para atraparlo.

—¡La policía está usándote como cebo! ¿Sabes? No tienes por qué hablar con él. Creo que deberías dejar todo esto.

—No puedo quedarme aquí sentada de brazos cruzados mientras él está por ahí buscando a su próxima víctima.

—Sara, estás siempre estresada y las emociones pueden contigo. —Levantó la mano—. Tienes todo el derecho a estar disgustada. Pero estoy preocupado por ti.

—¿Estás preocupado por mí o por Billy?

Me echó una mirada.

—Siento haberme comportado como un estúpido marido celoso, ¿vale? Si dices que no hay nada de qué preocuparme, te creo. Pero es que odio pensar que otro tipo está protegiéndote. Eres mi novia.

Me acerqué hasta su regazo y lo rodeé con los brazos por los hombros. Mientras le hacía caricias en la oreja con la boca le dije:

—Cariño, no tiene nada que ver contigo. Y, ahora mismo, él es quien tiene que lidiar con todas mis neuras y paranoias. Tú te llevas la mejor parte.

—Mmm… Sigue hablando.

Empecé a recorrer sus omóplatos con los labios. Le chupé el lóbulo de la oreja. Le hablé entre susurros sobre la piel caliente del cuello.

—¿Y Ally?

—Dormida en el sofá con Alce. Iba a subirla a su cuarto más tarde. Pero la puedo subir ahora si vamos a…

Acerqué mi cara a la suya y lo agarré por el pelo de la nuca.

Enarcó las cejas. Posé los labios sobre los suyos con lentitud, con suavidad, luego con más fuerza, rozándole primero para acabar metiéndole la lengua. Cuando intentó chupármela, me aparté y le sonreí. Me cogió un mechón de pelo y lo agarró con un puño; acercó mi cara a la suya y me besó con pasión. Me levanté, le hice una señal con el dedo para que se acercase y salí de la habitación con unos movimientos exageradamente sexis.

Se rió y me siguió hasta la habitación. Me metí en la cama, luego me peiné la melena sobre un hombro y dije con un mal imitado acento del sur:

—¡Oh, Dios mío, marinero!, has estado tanto tiempo en alta mar que no estoy segura de recordar lo que tengo que hacer…

Evan se acercó caminando de forma sexy a su manera, y luego se quitó la camiseta por la cabeza, con una sola mano, de esa forma que me encanta. Meneó la prenda con un dedo y la tiró al suelo mientras subía y bajaba las cejas.

Sonreí.

—Creo que empiezo a recordar.

Rió y se metió en la cama, junto a mí. Nos besamos durante un rato; el enfado ya se nos había pasado. Me raspó con sus mejillas sin afeitar y se reía mientras yo me quejaba.

Me sujetó las manos contra el colchón durante un rato. Entonces me vino un fogonazo de John. ¿Le habría hecho eso a Julia? ¿Cómo sujetaba a las mujeres mientras las violaba? Aparté la imagen violenta. En ese momento, Evan estaba sobre mí. Y vi a John sobre una mujer.

Evan me miró a la cara.

—¿Qué ocurre?

—Nada.

Le hice ponerse encima de mí y le hundí la cara en el cuello. Durante los minutos siguientes, casi llegué a relajarme.

A la mañana siguiente, después de desayunar, llevamos a Ally y a Alce de paseo a Neck Point para ver los leones marinos, luego Ally se fue a jugar a casa de Meghan. Yo me esforzaba por dejar de pensar en John, pero Evan se aplicó más. Comenté algo sobre el caso y Evan me dio un beso, mencioné otra cosa relacionada con John y me hizo una caricia en el cuello con la cara, intenté apartarlo y concluir con mi reflexión, pero él me mordisqueó la oreja. Intenté alejarme otra vez y, de algún modo, se me había desabrochado el sujetador.

Después, Evan y yo nos quedamos holgazaneando en la cama e hicimos planes sobre lo que serviríamos en la cena de la noche previa a la ceremonia. Ahora que por fin estaba dispuesta a darme un respiro y relajarme un rato, había recuperado las ganas de celebrar la boda. Aunque eso también me recordó que debía buscar un día para ir de compras con las chicas. La idea de tener que aguantar a Melanie durante horas me daba verdadera grima, pero era inevitable.

Evan y yo estábamos discutiendo sobre la decoración y ya empezaba a emocionarme con la idea de colgar guirnaldas luminosas en los abetos, cuando sonó mi móvil en el despacho. Miré a Evan. Me dijo: «Ve». Me envolví el cuerpo desnudo con una manta y salí corriendo por el pasillo para ir coger el teléfono, que estaba sobre el escritorio.

Era el número desde el que John había llamado la última vez.

—¿Estás pasando un bonito día? —preguntó en cuanto contesté.

Había algo en su voz que no había escuchado antes: frialdad.

—Todo va bien. Y tú ¿cómo estás?

Intenté parecer encantada, pero me sentía más enfadada de lo habitual porque me había llamado y me había arruinado una tarde agradable.

—¿Está Evan ahí?

Seguía sin estar muy segura de cuál era el tono de su voz, y dije:

—Está aquí… Pero no en esta habitación, si es lo que te…

—¿Has sido sincera conmigo, Sara?

Me dio un vuelco el corazón.

—Claro.

—Te lo repetiré de nuevo: ¿has… sido… sincera?

Me senté en mi silla. ¿Sabía que había estado hablando con la policía? ¡Oh, Dios!, ¿habría averiguado que Ally existía?

—¿Qué ocurre?

—He visitado la web.

La cabeza me iba a mil por hora. ¿Habían publicado otro artículo?

—No estoy segura de qué…

—Está todo ahí.

¿De qué estaba hablando? Decidí esperar a que lo soltara.

Transcurridos unos segundos, dijo:

—Ya habéis fijado la fecha de la boda; intentas engañarme.

—No sé de qué…

Entonces recordé que Evan había creado una página web hacía un par de semanas. ¿Cómo iba salir de ésta?

—Teníamos una fecha, pero últimamente hemos estado hablando de cambiarla. Por eso te dije que no estaba segura. No te he mentido. Yo no haría eso.

Contuve la respiración.

Colgó el teléfono.

Seguía sentada allí un par de minutos después cuando Evan entró y se sentó detrás de mí, en su mesa de escritorio.

—¿Era él? —preguntó.

Asentí con la cabeza.

Evan me hizo volverme de golpe en la silla para que lo mirase de frente.

—¿Estás bien?

—Ha encontrado la página web de nuestra boda. Yo le había dicho que no teníamos fecha. Parecía enfadado de veras.

—¿Te ha amenazado?

—No. Se lo he notado en la voz.

—Pondré una contraseña para acceder a la página ahora mismo. Deberías llamar a Bill.

—Esto es malo, Evan.

—No pasará nada. No va a matar a nadie por una página web.

Pero ya estaba accediendo a su ordenador.

Esa noche no paré de dar vueltas en la cama mientras Evan dormía un sueño ligero a mi lado, o al menos lo intentaba. Cuando me volví y me di con él por enésima vez, me murmuró: «Duérmete ya, Sara». Me obligué a permanecer quieta, pero mi cabeza no paraba de dar vueltas y veía horribles imágenes de John arrancando la ropa a una mujer, apretándole el cuello con las manos, y los gritos de ella rasgando el aire mientras él la penetraba a la fuerza.

En cuanto Evan se marchó por la mañana, me reuní con Billy y con Sandy en la comisaría. Aturdida por la falta de sueño, me sujetaba a la taza de café y hablaba a palabra por minuto. Al final empecé a tranquilizarme cuando Billy dijo que había llevado a la perfección la llamada de John, que hay que «saber cuándo luchar y cuándo no luchar». Sandy sonrió y asintió en silencio, aunque me dio la sensación de que estaba cabreada. Yo tampoco estaba muy contenta.

Esperaba que el hecho de que John hubiera usado el mismo teléfono nos ayudara, pero me contaron que estaba usando un móvil de prepago, que había comprado en efectivo. Ninguno de los dependientes de la tienda recordaba su cara. A partir de ese momento, John sólo tenía que comprar una tarjeta SIM hasta agotar los minutos de llamadas.

Había llamado desde algún lugar cerca de Vanderhoof, así que volvía a dirigirse hacia el este, lo cual quería decir que estaba regresando a la intersección de Prince George. Mi primer pensamiento fue que podía estar dirigiéndose a la isla; si conducía toda la noche, tal vez ya estuviera en Vancouver. Les pregunté si corría peligro, y Billy me dijo que no lo creía, pero que, para no correr ningún riesgo, había un agente patrullando por los alrededores de mi casa varias veces al día.

Incluso con todas esas garantías y, a pesar del mensaje de texto de Billy para decirme: «Tú aguanta, lo estás haciendo genial», tuvieron que pasar varias horas antes de que dejara de saltar al oír cualquier ruido. Al ver que John aún no había llamado el martes por la noche, empecé a tener esperanzas de que hubiera desaparecido para siempre. Aunque no lograba dejar de pensar que simplemente se estaba preparando para entrar en acción.

Ayer, después acompañar a Ally al colegio, dejé a Alce salir al jardín. Como hacía tiempo que no me sentía tan centrada, decidí trabajar a tope en el taller antes de nuestra sesión de la tarde. Me apliqué a fondo en la restauración de una mesa de madera de cerezo y, antes de darme cuenta, dos horas habían pasado volando. Entonces me acordé de que Alce seguía fuera. Pensé que estaría esperando junto a la puerta corredera y que habría manchado el cristal con las marcas de su hocico húmedo, pero no estaba ahí. Abrí la puerta y silbé.

Nada.

¿Alce?

Al ver que seguía sin venir corriendo, salí al jardín. ¿Habría vuelto a esconderse en el montón de leña? Pero, cuando fui a mirar, no lo encontré.

A lo mejor estaba jugando con el abono. Seguí el camino de piedras que bordea la casa. Tampoco estaba allí. Me acerqué más a la verja para echar un vistazo a la calle. El cierre no estaba echado.

Corrí por el camino de entrada gritando: «¡Alce!» a pleno pulmón. Un perro ladró y contuve la respiración. Volvió a ladrar; demasiado grave para ser Alce. Corrí sin parar hasta el final del camino donde está el buzón. «¡Por favor, oh, por favor, que esté aquí!». Pero no estaba.

Tampoco estaba en ninguna de las casas de los vecinos. Por eso tuve que cancelar nuestra sesión. Después de llamarla, pasé la tarde colgada al teléfono: llamando a la perrera, a la protectora de animales, al veterinario…, a todo el mundo.

Nadie lo había visto. Llamé a Evan prácticamente histérica, absolutamente desquiciada y culpándolo por haber dejado la verja abierta cuando había limpiado el jardín. Él hablaba cada vez más alto y no paraba de decir:

—Sara, tranquilízate un minuto. Sara, ¡basta!

Hasta que me callé el tiempo suficiente para dejarle decir que estaba seguro de haberla cerrado.

Después de colgar, llamé a Billy, segura de que John se había llevado a Alce como venganza. Billy contactó de inmediato con el coche patrulla que estaba cerca de casa vigilando. El agente de policía afirmó no haber visto nada sospechoso al hacer la ronda esa mañana, pero Billy insistió en pasar y echar un vistazo a la casa. No es que hubiera mucho que ver.

La verja era difícil de abrir desde fuera, pero, si uno era lo bastante alto, podía pasar la mano por encima y conseguirlo. Una vez terminó con el registro, Billy me obligó a sentarme y a escribir una lista de números a los que llamar, sitios donde poner carteles y en qué páginas web colgar avisos. Al principio me negué, en ese momento lo único que quería era salir a la calle y empezar a buscar, pero Billy dijo que con su propuesta ahorraríamos tiempo y que «salir por ahí corriendo a lo tonto» no iba a ayudar en nada a Alce. Al final tomé una libreta y empecé a hacer la lista. El pulso se me apaciguaba con cada nuevo punto que añadía.

Billy me sugirió que intentara llamar a John para ver si estaba en la isla. No sabíamos si seguía usando el mismo teléfono, pero lo intenté. Lo único que oí fue la grabación de «El usuario al que llama está fuera de cobertura». Billy dijo que si John se había llevado a Alce, seguramente no tardaría en llamar. La policía iba a tener aparcado un coche en la calle hasta que averiguásemos si John estaba en la isla. Cuando Billy regresó a comisaría llamé a Lauren. Mi hermana vino corriendo a casa e hicimos los carteles, que luego colgamos por todas partes. Pero no llamó nadie.

Cuando llegó la hora de ir a recoger a Ally al colegio, no sabía qué decir. Intento no mentirle, pero en una ocasión que perdimos a Alce en el parque se volvió un poco loca y mordió a Evan cuando él intentó que no saliera corriendo detrás del perro por la carretera.

Yo esperaba, aunque sin mucha convicción, poder encontrar a Alce esta vez antes de tener que decirle la verdad. Si no vuelve a casa… Ni siquiera puedo permitirme pensarlo. No sé si he hecho lo correcto —ni siquiera sé si alguna vez he hecho lo correcto—, pero le he dicho a Ally que Alce tuvo que ir a una revisión y que se ha quedado a dormir en la clínica veterinaria. Ella quería visitarlo, pero conseguí disuadirla y la distraje con películas y juegos toda la tarde.

Ally estaba tranquila y logró dormirse, pero yo estuve en vela durante horas preocupada por dónde podría estar Alce, aterrorizada pensando en quién podría retenerlo. Y por qué.