SESIÓN SEIS

Ya no sé ni cuándo fue la última vez que cogí una herramienta para trabajar. El otro día, sin venir a cuento, le pegué un corte a Lauren, y lo único que había hecho la pobre era preguntarme si ya había enviado las invitaciones, pero se me hace un mundo sólo de pensar en tener que preparar una lista de invitados.

Cuando intenté hablar con Evan al respecto, dijo que tal vez deberíamos considerar posponer la boda hasta que se calmen un poco las cosas. Ya puede imaginarse lo bien que me sentó eso. Y el caso es que tiene parte de razón —no podría ser peor momento para una boda—, pero he esperado toda mi vida a sentirme como me siento cuando estoy con Evan. No sabía que existiesen hombres como él. Es tan considerado, tan atento… Siempre me lleva comida cuando estoy en el taller, me prepara un baño de espuma cuando me duele la cabeza… Y a la vez, es lo bastante fuerte para lidiar con mi temperamento y mis neuras. Y los dos somos muy caseros y preferimos ver películas en el sofá en vez de salir por ahí por la noche. Nos peleamos muy rara vez, pero cuando sucede, hacemos las paces muy rápido. Es tan bueno y tan dulce que me dan ganas de ser yo igual.

No soporto la idea de tener que esperar más para casarme con él. Aunque de la forma en que están yendo las cosas últimamente… puede que no tenga otra opción.

El miércoles pasado, por la mañana, me fui directamente a la comisaría de policía. En el aparcamiento, antes de bajarme del coche, me quedé un par de minutos asiendo el volante con fuerza. «Todo va a ir bien, pase lo que pase y sean cuales sean los resultados, podré asimilarlo».

Una vez dentro, me tomaron una muestra de sangre para la prueba de ADN y luego, el sargento Dubois me llevó de vuelta a la habitación con el sofá a esperar a los de la Unidad de Delitos Graves. Justo acababa de sentarme, cuando alguien llamó a la puerta y entraron un hombre y una mujer.

Yo esperaba la típica pareja de hombres maduros de aspecto demacrado, con trajes negros y gafas de sol, pero la mujer debía de tener unos cuarenta y tantos años e iba vestida con unos holgados pantalones de vestir azul marino, una blusa blanca lisa y una chaqueta tres cuartos marrón de cuero. Llevaba el pelo rubio ceniza corto y aclarado por el sol, y lucía un bonito bronceado. El hombre era más joven, rebasada la treintena, vestido con unos elegantes pantalones negros y una camisa negra con las mangas remangadas, que dejaban al descubierto una serie de símbolos asiáticos tatuados en ambos antebrazos. El tono de piel aceitunado, la cabeza rapada y los ojos hundidos le daban cierto aire mediterráneo. Cuando me dedicó una sonrisa amistosa, me fijé en que se le marcaba un hoyuelo en la barbilla… y tuve la impresión de que no andaba escaso de éxito entre las mujeres.

—Sara, la dejo con la sargento McBride y el cabo Reynolds —dijo el sargento Dubois, y luego salió de la habitación.

La mujer se sentó en el otro extremo del sofá, mientras que el hombre acercó una silla y se situó delante de mí.

—¿Así que ustedes son de la Unidad de Investigación de Delitos Graves de Vancouver? —pregunté.

El hombre asintió con la cabeza.

—Llegamos anoche.

No logré identificar su acento, tal vez era de algún lugar de la Costa Este. Me dio su tarjeta y vi que, efectivamente, era el cabo B. Reynolds y la mujer era la sargento. Me quedé impresionada.

Ella también me dio su tarjeta.

—Puede llamarme Sandy. —Señaló al cabo con la mano—. Y éste es Billy.

—Bill —la corrigió él, haciendo como que la amenazaba con el puño.

Ella se rió.

—Yo soy más vieja y más sabia, lo que significa que puedo llamarte como quiera. —Sonreí, disfrutando del intercambio. Sandy se dirigió a mí—. ¿Le apetece un café o un poco de agua, Sara?

—No, gracias. Entonces tendría que ir al lavabo un millón de veces.

Sandy negó con la cabeza con gesto de resignación y comentó:

—¿A que es una lata? Hoy he hecho parar a Billy dos veces cuando veníamos de camino.

Él asintió con la cabeza y puso los ojos en blanco.

—En mi caso, ha ido a peor desde que tuve a mi hija —señalé—. ¿Tiene usted hijos?

—Sólo un perro.

Billy soltó un resoplido.

Tyson no es un perro: es un humano con traje de rottweiler.

Sandy se echó a reír.

—Es un terremoto. —Me miró a los ojos—. Y estoy segura de que a usted Ally también la mantiene muy ocupada.

Por un momento, me sorprendió que supieran el nombre de Ally, pero entonces me di cuenta de que lo más probable era que lo supiesen todo de mí. La burbuja en la que estaba encerrada estalló en ese momento: aquello no era una visita de cortesía, esas personas estaban allí para atrapar a un asesino en serie.

Billy se puso a hojear el voluminoso expediente que llevaba en la mano. Se le cayó al suelo e hice amago de ayudarlo a recoger los papeles, pero me detuve cuando vi la foto de la cara pálida y amoratada de una mujer.

—Oh, Dios mío, ¿es…?

Miré a Sandy. Estaba a mi lado mirando la foto, pero no hizo ningún comentario. Miré de nuevo a Billy, que estaba volviendo a colocar las fotos en su sitio como si tal cosa.

—Lo siento —dijo.

Me recosté hacia atrás y lo miré fijamente, preguntándome si no lo habría tirado al suelo a propósito, pero parecía lamentarlo de corazón.

—Todo esto tiene que estar siendo muy doloroso para usted —dijo Sandy.

—Es para volverse loca. —Ambos me miraban atentamente, así que añadí—: No es exactamente la situación en la que esperaba encontrarme cuando decidí buscar a mi madre biológica.

Había empatía en la mirada de Sandy, pero tamborileaba con los dedos sobre las rodillas.

—¿Ha vuelto a saber algo de él? —preguntó Billy.

Inclinó el torso hacia delante y se le marcaron los bíceps cuando apoyó los codos en la silla. La lámpara del rincón le iluminaba el lado derecho de la cara y sus ojos casi parecían completamente negros en la penumbra.

Me hundí un poco más en el sofá, jugueteando con mi anillo de compromiso.

Sandy se aclaró la garganta.

—Sólo las llamadas que recibí el lunes por la noche. Ya le hablé de ellas al sargento Dubois, le di los números de teléfono…

Billy miró a Sandy y luego el expediente. Aquello me puso nerviosa, cosa que me daba mucha rabia.

—No contesté —proseguí— porque el sargento Dubois me dijo que ustedes me darían instrucciones precisas sobre lo que debía decir, pero el número todavía está grabado en el menú de llamadas recibidas, si quieren comprobarlo.

—Lo ha hecho muy bien. —Sandy hablaba con voz serena—. La próxima vez que llame, nos gustaría que contestara a la llamada. Deje que sea él quien dirija la conversación, pero si ve la oportunidad, trate de conseguir que le dé alguna información sobre los pendientes, las víctimas, desde dónde la llama…, esa clase de cosas. Aunque sean pequeños detalles, eso puede ayudarnos a determinar si realmente él es el Asesino del Camping. Pero si se altera, procure cambiar de tema.

—¿Y si es él?

—Entonces, tal vez podría establecer alguna clase de relación y… —contestó Sandy.

—¿Quieren que siga hablando con él? —Levanté la voz, presa del pánico.

—Vayamos paso a paso —dijo Billy—. No vamos a pedirle que haga nada que no quiera hacer.

—Eso es —convino Sandy—. Por ahora, sólo necesitamos saber quién es esa persona y por qué la llama.

Mi cuerpo se relajó un poco.

—¿Tienen alguna idea de desde dónde llama?

—Las llamadas proceden del área de Kamloops —explicó Billy—, pero las cabinas telefónicas que utilizó estaban en zonas remotas y no hemos encontrado una sola huella, de manera que está tomando precauciones.

Sentí cierto alivio al oír que estaba a una hora y media de mi casa en ferry, y a varias horas más en coche.

—Billy y yo vamos a quedarnos aquí en la ciudad —dijo Sandy—. Le daremos nuestros números de móvil para que pueda llamarnos en cuanto tenga noticias suyas, en cualquier momento del día.

Nos quedamos en silencio un instante y luego dije en voz baja:

—El verano está a punto de llegar. ¿Creen que todavía está, ya saben…, en activo?

—Nunca sabemos cuándo atacará de nuevo —contestó con cautela Sandy—, pero mientras ande suelto por ahí, siempre hay una posibilidad. Por eso mismo esta pista es tan importante para nosotros.

—¿Tienen una pista? —exclamé, y se me quedaron mirando con asombro—. Ah, se refieren a mí.

Se me ruborizó hasta la raíz del pelo.

—Todos los perfiles muestran a alguien familiarizado con el bosque —señaló Billy—. Es muy astuto y está acostumbrado a vivir sacando partido de su ingenio, probablemente un solitario. Una persona que pasa mucho tiempo cazando. —Me estremecí cuando la imagen de una mujer aterrorizada corriendo por el bosque desfiló por mi cerebro. Billy continuó—: La descripción que Julia nos dio ayer…

—¿Han visto a Julia?

—La interrogamos en Victoria —contestó Sandy—. Si tomamos como referencia su descripción original, en el momento de la agresión el sospechoso debía de tener unos dieciocho o veinte años. Ahora mismo debe estar entre los cincuenta y los sesenta. Los métodos policiales han cambiado en los últimos años, así que la hicimos sentarse de nuevo con un dibujante de la policía de la Unidad de Ciencias del Comportamiento.

Billy me entregó una hoja de papel.

—Éste es un retrato aproximado del aspecto que podría tener el sospechoso actualmente.

Di un respingo. No era de extrañar que Julia se asustara al verme. Aun en aquel esbozo tan rudimentario, el parecido era innegable: los mismos ojos de gato, la ceja izquierda que se arqueaba ligeramente más que la derecha, una estructura ósea nórdica…

Bajé la mirada para inspeccionar el dibujo.

—El pelo…

—Julia lo describió como de color castaño rojizo oscuro… y ondulado —dijo Sandy. Miré hacia arriba justo cuando sus ojos se desviaban hacia mi pelo. Se me revolvió el estómago. Billy me quitó el boceto mientras Sandy decía—: La agresión a Julia se produjo a mediados de julio, pero en el mes de agosto de ese mismo año otra mujer murió asesinada en Prince Rupert. Fue la única vez que atacó dos veces en un mismo verano, así que es probable que lo hiciese porque cometió un error con Julia. Es muy metódico y prácticamente nunca deja ningún rastro. Por eso necesitamos que le siga la corriente al hombre que la llama, para averiguar si se trata de veras del Asesino del Camping. Es lo único que tenemos ahora mismo.

Fui alternando la mirada entre Billy y Sandy. Los dos me miraban fijamente.

Inspiré hondo y luego asentí a regañadientes.

—Está bien, lo intentaré.

Telefoneé a Evan tan pronto como salí de la comisaría. No contestaba al móvil, de modo que le dejé un mensaje diciéndole cuánto lo necesitaba y que lo echaba de menos. No me encontraba con ánimos para volver a casa y afrontar la posibilidad de recibir una nueva llamada de mi supuesto padre, así que me compré un café con leche para llevar y eché a andar por el paseo del puerto, repasando obsesivamente todo cuanto habían dicho Sandy y Billy. Los resultados de la prueba de ADN aún tardarían de tres a seis semanas, pero tenía la sensación de que a la policía no le cabía ninguna duda de que era la hija del Asesino del Camping.

Antes de irme les había preguntado por los otros casos, por qué clase de pruebas tenían, pero no quisieron darme ninguna información, ni siquiera sobre el de Julia. Se escudaron en que era mejor que no supiese demasiado para no revelar nada sin querer. También me dijeron que los llamase de inmediato si veía a alguien con aspecto sospechoso. El problema es que ahora todo el mundo me lo parece.

Cuando salgo a dar una vuelta, acostumbro a pararme y hablar con cualquiera, pero ahora evito el contacto visual y veo a los hombres de mediana edad con suspicacia. ¿Y si es él? ¿Y el tipo alto de debajo del árbol? ¿Me estaba mirando aquel hombre que había sentado en el banco?

Hacía sol, para variar, pero el ambiente aún era fresco para mediados de abril, y el viento del océano soplaba con fuerza. Después de haber recorrido todo el paseo dos veces, me escocían las mejillas y tenía las manos como cubitos de hielo. Evan no me había llamado aún y ya no podía seguir postergando el momento de volver a casa: Alce necesitaba salir y tenía un montón de cosas que hacer antes de ir a recoger a Ally a la escuela. Respiré profundamente y me encaminé hacia el Cherokee. Si me llamaba, iba a tener que contestar al teléfono, no había opción.

Sin embargo, no pasó nada durante el resto de la semana. El viernes por la noche ya empezaba a hacerme ilusiones y a pensar si la llamada no habría sido una broma de mal gusto después de todo. Sandy o Billy me llamaban todos los días, con una despreocupación cada vez más fingida en la voz, y me pregunté si no creerían que me lo había inventado todo. El aluvión inicial de llamadas de los periodistas fue remitiendo e internet ya no recogía comentarios nuevos en ninguno de los blogs. Algunas personas les preguntaron a Evan y a Lauren al respecto, pero les contestaron que sólo eran habladurías. Nadie se atrevía a preguntarme directamente a mí, pero yo advertía las miradas de reojo de algunos padres cuando dejaba a Ally en el colegio. Estoy segura de que la gente sigue murmurando a mis espaldas, y eso me saca de quicio, pero puedo tolerarlo siempre y cuando no salpique a Ally. Hablé con papá y el detective privado no lo ha llamado a él tampoco. Insistía aún en demandar a esa web, pero era como si estuviera perdiendo el interés a medida que la cosa se iba calmando y la minuta de su abogado iba subiendo.

Las aguas estaban volviendo a su cauce. Nunca en mi vida había sentido tanto alivio.

El sábado por la mañana echaba tanto de menos a Evan que no podía esperar a que llegara el lunes para que volviera a casa. Mientras Ally jugaba en casa de su amiga Meghan, me fui al taller a trabajar un par de horas y pude avanzar más de lo que había conseguido en toda una semana. Embargada aún por la euforia de haber logrado trabajar tanto, me di una ducha rápida antes de ir a recoger a Ally.

Mientras me enjabonaba el pelo para eliminar el serrín, hice planes para el resto del día. A lo mejor teñíamos unas camisetas y luego iríamos al cine. Hacía un montón de tiempo que no disfrutábamos de una noche de chicas. Cuando estaba sola, las dos nos arreglábamos y salíamos juntas a algún sitio todos los fines de semana. A pesar de lo mucho que me gustaba mi vida actual, echaba de menos nuestros ratos tan especiales. Después de meterla en la cama, haría un borrador de la lista preliminar de invitados para que Evan pudiese echarle un vistazo. ¿Cuándo fue la última vez que Evan y yo habíamos salido a hacer algo especial juntos? Mientras me ponía unos vaqueros y una de las camisetas de Evan, deteniéndome a olisquear algún rastro persistente de su olor, me puse a fantasear con una velada romántica a la luz de las velas, seguida de un baño de burbujas para dos, seguido de…

Alguien llamó al timbre de la puerta.

Me asomé a mirar por entre las lamas de las persianas laterales y vi una camioneta de reparto. El nombre en el lateral de la camioneta correspondía a una empresa de mensajería local, pero agarré con la mano el bate de béisbol que Evan había escondido en el rincón y entreabrí la puerta.

Un hombre bajito y mofletudo, de pelo negro, estaba de pie en las escaleras, con una caja pequeña en una mano y un portapapeles en la otra.

—¿Sara Gallagher? —Asentí y me acercó el portapapeles—. Por favor, firme aquí, en la parte inferior.

Apoyé el bate de béisbol en la pared detrás de la puerta, firmé el portapapeles y cogí la caja. Cuando el mensajero empezó a retroceder por el camino, examiné la dirección del remitente.

Antigüedades Hansel y Gretel

4589 Lonesome Way

Williams Lake, B. C.

La habían enviado a nombre de mi empresa, «Acabado final: Restauración de muebles y antigüedades», pero no reconocí la otra tienda. Una vez en la cocina, corté la cinta del centro del paquete. Mientras rebuscaba entre las bolas de porexpán, mis manos palparon algo cuadrado. Saqué una caja de terciopelo azul y la abrí. Sobre un cojín de raso había un precioso par de…

Pendientes de perlas, eran unos pendientes de perlas de color rosa.

Se me cayó la caja al suelo.

Sandy contestó a la primera.

—Creo que acaba de enviarme los pendientes… —Traté de recobrar el aliento—. Pero no hay ninguna nota ni…

—¿Te ha enviado algo? —La voz de Sandy había sonado demasiado estridente, entonces se contuvo y moduló el tono—. Déjalo todo tal como está: no toques nada, vamos de camino.

Me quedé mirando la caja que había sobre la encimera, temblando de pies a cabeza.

—El remitente es de «Antigüedades Hansel y Gretel».

—¿Reconoces el nombre de la empresa?

—No, pero Hansel y Gretel era uno de los cuentos favoritos de Ally. —Por mi mente empezó a desfilar de nuevo la imagen de una mujer corriendo despavorida—. Los niños… se perdían en el bosque.

Sandy se quedó callada un momento y luego dijo:

—Quédate ahí, Sara, estamos de camino. ¿Estás sola en casa?

—Tenía que ir a recoger a Ally. Está en casa de una amiguita y había quedado en que yo…

—Llama y pregunta si se puede quedar más rato. Llegaremos ahí enseguida.

Diez minutos más tarde, unos neumáticos crujieron en la grava de la entrada. Me asomé al ventanal delantero —me había escondido en la sala de estar, lo más lejos posible de la caja— y vi detenerse un Chevy Tahoe negro, con Billy al volante. No había parado el motor cuando Sandy se bajó de un salto. A pesar de que estaba nublado, los dos llevaban gafas de sol.

Abrí inmediatamente la puerta principal.

—Tenéis que llevaros esa caja fuera de aquí.

—Lo haremos lo más rápido posible —dijo Billy.

En el interior de la casa, se enfundaron unos guantes e inspeccionaron la caja y los pendientes mientras yo estaba sentada a la mesa. Alce apoyó la grupa redonda encima de mi pie, gruñendo por lo bajo a los dos agentes.

Me sonó el móvil, encima de la mesa. Sandy y Billy se volvieron y me miraron.

—Seguramente será Evan. —Lo cogí y comprobé la pantalla, y luego di un respingo—. ¡Creo que es él!

Sostuve el teléfono en el aire como esperando a que contestara alguno de ellos dos.

Sandy habló en tono entrecortado.

—¿Es el mismo número que antes?

—Creo que no, pero el prefijo sí parece el mismo. No sé cómo ha conseguido mi número de móvil.

El teléfono dejó de sonar.

—¿Y ahora qué…? —pregunté.

Sandy me arrebató el móvil y comprobó la llamada entrante.

—¿Bolígrafo?

—En el cajón que hay detrás de ti.

Abrió el cajón de golpe, encontró un bolígrafo y papel y anotó algo. Le pasó a Billy mi móvil y luego se desplazó a la otra habitación con su teléfono. Se puso a hablar muy rápidamente, pero no oía lo que decía. Movía la mano en el aire agitándola con brusquedad.

Volví a sentarme y miré a Billy.

—Es él, lo sé.

Entonces Billy comprobó la pantalla de mi móvil.

—Vamos a esperar a ver si llama otra vez.

—¿Y si se huele que estáis aquí y se pone nervioso y…?

—Hay que ir paso a paso. Parece que podría haber llamado desde un móvil esta vez, así que ahora mismo Sandy está hablando con un operador de telefonía. Con un poco de suerte, podrán triangular la llamada.

—¿Triangular la llamada?

—Si está en un área poblada, cerca de varias antenas de telefonía móvil, podemos delimitar su posición dentro de un radio de unos doscientos metros, el tamaño de dos campos de fútbol aproximadamente. Pero si está en un lugar remoto en el que sólo hay una antena, o si está en movimiento, esa zona podría ser de varios kilómetros. Si vuelve a llamar, coge aire, haz como si no estuviéramos aquí y deja que sea él quien hable. Todo va a salir bien. Puedes hacerlo, Sara.

Sandy se alejó al otro extremo de la sala de estar. Parecía enfadada.

—Ésos son los pendientes de Julia —dije—. Tienen unas hojas de plata, tal como ella dijo. Se los quitó cuando la… —Me tapé la boca con la mano.

—¿Estás bien, Sara? —preguntó Billy.

Negué con la cabeza.

—Respira profundamente por la nariz un par de veces, trata de imaginar el aire entrando en los pulmones y luego suéltalo por la boca hasta que ya no quede nada.

—Ya sé cómo respirar, Billy. ¿Y si los pendientes tienen sangre todavía y…?

—Respira hondo. —Su voz era firme.

Respiré rápidamente.

—Sólo estoy diciendo que podría habérselos arrancado y…

—En este momento tu cuerpo se está enfrentando a una situación de estrés emocional muy fuerte. Tienes que calmarte o no vas a entender nada de lo que te diga. Ponte la mano en el pecho y céntrate en levantarla al respirar. No pienses en nada que no sea tu mano. Te ayudará, Sara.

—Está bien.

Hice lo que me sugería, sosteniéndole la mirada mientras mi pecho subía y bajaba, transmitiéndole con los ojos que sólo lo hacía porque él me obligaba.

Sonrió y me hizo señas para que lo repitiera. Finalmente dijo:

—Tenía razón, ¿a que sí?

Lo cierto es que me sentía mucho mejor, pero dije:

—Dame un minuto.

En el cuarto de baño, me eché agua fría en la cara. Luego me miré los ojos llorosos y la cara enrojecida en el espejo, también el pelo. Era el mismo pelo. Me dieron ganas de rapármelo al cero.

Sandy y Billy me estaban esperando en la cocina. Sandy se paseaba arriba y abajo, mientras que Billy se apoyaba en la encimera con Alce en brazos. El animal se retorció al verme y Billy lo soltó, diciendo:

—Está bien, está bien.

Sandy sonrió.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó, pero la sonrisa no le iluminó los ojos, y su cuerpo irradiaba tensión.

Los pendientes estaban en una bolsa de plástico sobre la encimera, junto a Billy. Igual que la caja.

Pruebas.

Billy cogió un vaso limpio del lavavajillas y me sirvió un poco de agua.

—Gracias —le dije.

Él asintió, se cruzó de brazos y se apoyó de nuevo en la encimera. El teléfono de Sandy volvió a sonar y contestó a la llamada.

—¿Qué? —exclamó. Se le encendió el rostro mientras gritaba al teléfono—: Eso no nos sirve de nada, joder…

Frunció el ceño mientras escuchaba, pasándose la mano por el pelo hasta ponérselo de punta.

Abrazándome el cuerpo, me apoyé en la encimera, junto a Billy.

—No me puedo creer que esto esté pasando.

—Todo esto es demasiado fuerte para ti.

—Así es.

Sandy nos lanzó una mirada y luego se fue a la sala de estar.

Billy bajó la voz y dijo:

—También vamos a enviar a un agente a la oficina desde la que se envió el paquete. Ahora que sabemos que tiene tu número de móvil, también lo pincharemos. Habrá alguien controlando las llamadas al fijo o al móvil las veinticuatro horas.

Mientras Billy me contaba los pormenores de todo el proceso y me daba un montón de detalles e información, mi cerebro empezó a relajarse y sentí que, poco a poco, recuperaba la confianza en mí misma. Billy tenía razón, yo podía con todo aquello. Entonces sonó mi móvil.

Billy cogió el teléfono. Sandy cerró el suyo y corrió a nuestro lado.

—Es el mismo número —informó Billy.

Sandy asintió y Billy me pasó el teléfono.

—Está bien, Sara —dijo Sandy—. Ahora puedes contestar.

Pero yo no podía.

Siguió sonando. Los dos me miraron fijamente.

Sandy levantó la voz.

—Contesta el teléfono.

—No pasa nada, Sara —dijo Billy—. Tú haz lo que te hemos dicho antes. Puedes hacerlo. Estás preparada.

Miré el aparato que tenía en la mano. Cada tono de llamada me retumbaba en la cabeza. Lo único que tenía que hacer era contestar. «Contesta. Contesta…».

El teléfono dejó de sonar.

—¡Mierda! —exclamó Sandy—. ¡Lo hemos perdido!

—Sandy, vamos a darle un momento, ¿de acuerdo? —dijo Billy—. Volverá a llamar, seguro.

—Pero si no llama, habremos perdido nuestra única oportunidad de detenerlo.

—Lo siento, es que… me entró el pánico.

Sandy parecía estar haciendo grandes esfuerzos para no perder la paciencia.

—Está bien, Sara, lo más probable es que vuelva a llamar. —Hizo un amago de sonrisa, pero estaba segura de que se moría de ganas de darme una bofetada. Tendió la mano para pedirme el teléfono—. Trae. Cuando llame, me haré pasar por ti.

—¿Crees que es buena idea, Sandy? —repuso Billy—. Él ya ha oído su voz. —Sandy lo fulminó con la mirada, pero él se limitó a decir—: No te preocupes, ya tendrás ocasión de machacarlo. Cuando lo atrapemos, te dejaré a solas con él en la habitación durante un par de horas.

Para mi sorpresa, Sandy se echó a reír y luego hizo como si le arrojara el teléfono a Billy, lo que me hizo reír a mí. La tensión desapareció de la habitación y me recosté contra la encimera. Todo iba bien. Si aún podíamos reírnos, es porque todo iba bien.

Billy se dirigió a mí.

—Sara, sé que estás asustada, pero también sé que puedes hacerlo, o no te lo pediría. Sólo necesitas superar el miedo inicial, una vez que empieces a hablar, irá todo rodado, ya lo verás. ¿Tienes café?

Justo cuando señalaba el bote de acero inoxidable que había detrás de ellos, en la encimera, sonó el móvil. Se volvieron de inmediato.

—No lo olvides: tú puedes. —Billy hablaba en voz baja y serena, llena de convicción—. Y ahora, ¡coge el teléfono!

Respiré hondo y respondí a la llamada.

—¿Diga?

—Hola, Sara. ¿Cómo estás?

Parecía entusiasmado…, impaciente incluso.

—¿Por qué me llamas otra vez?

Me empezó a temblar el cuerpo y me senté a la mesa de la cocina. Sandy y Billy se acomodaron en sendas sillas, delante de mí.

—Porque soy tu padre.

—Ya tengo un padre.

Se quedó callado. Sandy cerró el puño encima de la mesa, como si estuviera empleando todas sus fuerzas para contenerse y no arrancarme el aparato de la mano.

—Puedes llamarme John, de momento.

No dije nada.

—¿Recibiste mi regalo? —preguntó.

—Sí. ¿Cómo has conseguido este número?

—Estaba en internet.

Claro, mi empresa de restauración de muebles aparecía anunciada en varias webs. Seguramente, fue así como debió de encontrarme. Recordé la advertencia de Evan demasiado tarde: «¿Estás segura de que quieres que tu número de móvil aparezca en la red?».

—¿Te gustan los pendientes?

—¿De dónde los sacaste?

Sabía que se me notaba la indignación en la voz, pero no podía evitar que traslucieran mis emociones. Miré a Billy y éste masculló: «Sigue así». No miré a Sandy.

—Me los dio Karen —respondió John. Cerré los ojos ante la imagen que acababan de componer sus palabras. Dijo algo más, pero quedó sofocado por el rugido de fondo de algún vehículo al pasar—. Perdón por el ruido —dijo—, pero es que estoy en mi camioneta.

—¿Dónde estás?

Hizo una pausa y luego dijo:

—No es así como van a ir las cosas, Sara. Ya sé que lo más seguro es que hayas llamado a la policía y que te hayan pinchado la línea, pero no voy a decirte nada que les pueda resultar útil. Aunque localicen esta llamada, conozco esta zona como la palma de mi mano. Nunca me encontrarán.

Miré a los dos policías sentados a la mesa conmigo. ¿Sabía realmente que los había llamado o sólo era un farol? El pulso me latía con fuerza. Tenía que responder con rapidez.

—No se lo he dicho a nadie. Pensé que era una broma pesada.

Se quedó en silencio un momento y luego comentó:

—Supongo que habrás recibido unas cuantas llamadas gastándote bromas pesadas. Tu familia debe de estar muy disgustada. ¿Por eso le has dicho a la prensa que Karen Christianson no es tu verdadera madre?

Se me tensaron los músculos abdominales al oír el tono íntimo de sus palabras, la manera desenfadada en que hablaba de mi familia. Entonces me di cuenta de que acababa de encontrar una escapatoria.

—Es que no es mi madre. Sólo es un rumor que circula por internet. Ya te dije que…

—He visto una foto tuya en Facebook. Eres mi hija, no hay duda.

Una foto mía en Facebook. ¿Cuántas fotos más habría visto? ¿Sabía quién era Ally? Mi cerebro se puso a trabajar a toda velocidad, tratando de recordar los datos de mi perfil público.

—Y he visto la foto de Julia en un periódico —prosiguió—. Sé que es Karen Christianson. Me dio un golpe en la cabeza.

Pronunció la última frase con respeto, aun a su pesar.

—¿De eso se trata? ¿Tratas de encontrarla?

—Ya no tengo ningún interés por ella.

—Entonces ¿qué quieres?

—Tengo que hablar contigo cada vez que sienta la necesidad. Tal vez sea la única forma de poder dejar de hacerlo.

—¿De dejar… de dejar de hacer qué?

—De hacer daño a gente.

Contuve la respiración mientras un sinfín de pensamientos se me agolpaban en la mente.

—Ahora tengo que irme —dijo—. Hablaremos más la próxima vez… Lleva siempre el teléfono contigo.

—No siempre puedo contestar cuando…

—Tienes que contestar.

—Pero a lo mejor no puedo. A veces estoy ocupada y…

—Si no contestas, entonces puede que tenga que hacer otra cosa.

—¿Qué quieres decir?

—Que tendré que encontrar a alguien…

—¡No! No, no lo hagas. Llevaré el teléfono conmigo en…

—No soy malo, Sara. Ya lo verás.

Colgó el teléfono.

No ha llamado desde entonces. Sé que debería sentirme aliviada por ello: no tener noticias de él es buena señal, ¿no? Pero vivo en un estado de ansiedad constante. Lo primero que hice fue entrar en Facebook. Por suerte, sólo pudo ver la foto de mi perfil porque la configuración del resto pertenece al perfil privado, pero lo he eliminado todo igualmente. Billy y Sandy se quedaron hasta que me quedé tranquila, o al menos todo lo tranquila que podía quedarme teniendo en cuenta lo que acababa de suceder, y repasamos otra vez qué debía hacer si me llamaba de nuevo. Quieren que siga negando que he acudido a la policía. Billy dijo que cuanto más seguro se sienta John, más probable es que cometa algún error, pero yo creo que tiene buenas razones para sentirse seguro.

La policía no pudo localizar la llamada porque la había realizado desde algún lugar al oeste de Williams Lake, y sólo podían recibir la señal de una antena. La policía local tardó casi una hora en llegar hasta allí, y para entonces, ya podía estar en cualquier parte. Lo único que podían hacer era patrullar por la autopista y las carreteras secundarias, detener a los vehículos y preguntar a los vecinos si habían visto a alguien sospechoso por la zona, pero sin una descripción del vehículo no tienen gran cosa para empezar. También utilizó un móvil robado, lo que los tuvo dando palos de ciego durante un buen rato mientras trataban de localizar el titular.

He viajado por la provincia de la Columbia Británica y sé que las ciudades más pobladas se encuentran en el sur del interior, en la región de Okanagan, pero cuando estás en la parte central y septentrional, la mayoría de las ciudades son pequeñas. Además, están a una gran distancia entre ellas, rodeadas únicamente por cadenas de montañas y valles. No hace falta conducir muy lejos para desaparecer en la soledad del bosque. Y por si lo recóndito e impenetrable del terreno no fuera traba suficiente, Billy dijo que podía haber retrasos en la obtención de la información por parte del proveedor de servicios de telefonía, y a veces incluso la señal se retransmite desde la antena que no corresponde. Le pregunté por el GPS, pero, por lo visto, puede desactivar esa función cuando le venga en gana.

Billy cree que John sabía exactamente cuánto tiempo tardaría la policía en llegar a la zona. Incluso las cabinas de pago desde las que me había llamado las otras veces estaban todas en lugares muy remotos, como viejos campings y áreas de descanso, lo que significa que no hay testigos ni cámaras. También creen que se asegura de que haya varias vías de escape distintas en el lugar, para no quedarse nunca rodeado. Por lo que parece, ellos siguen convencidos de que darán con él, pero yo tengo serias dudas. No creen que él sepa que pueden pincharme el móvil, pero ya lo dijo él: no importa lo que yo le haya contado a la policía ni si pueden localizar la llamada, ya que se conoce la zona como la palma de su mano. Lleva más de treinta años haciendo lo que ha querido sin que nadie se lo impidiera. ¿Qué lo va a detener ahora?

Cuando le conté a Evan lo que había pasado, se asustó y quiso que le dijera a la policía que no iba a colaborar. Le dije que ellos creían que yo era su única oportunidad de encontrarlo, y que si no lo hacían, seguiría matando. Al final, llegamos a una especie de acuerdo: me lo iba a tomar con calma, día a día.

Volvió a casa el lunes —Dios…, cuánto me alegré de verlo—, pero yo seguía sin poder relajarme. Por fin nos sentamos a preparar la lista de invitados, pero justo en ese momento llamó Billy para ver cómo estaba. Me levanté de la mesa para irme al taller a hablar con él y cuando volví, Evan dijo:

—¿Uno de tus novios?

—Ja, ja, muy gracioso. Era ese policía al que conocí el otro día. Siento haberme enrollado tanto… Estábamos hablando de John.

—No te preocupes.

Pero el caso es que yo sí estaba preocupada. No podía dejar de pensar en lo que debía decir la próxima vez que llamase John. Esa tarde fuimos a dar un largo paseo con Ally y Alce y alquilamos una comedia, pero sería incapaz de decir de qué iba la película.

Evan dice que no soporta verme tan asustada y alterada, pero no puedo evitarlo. Mientras le preparo la cena a Ally, mientras la arropo en la cama, mientras nos cepillamos los dientes por las mañanas… en lo único en que pienso es en si la policía cogerá a John antes de que mate a alguien.

He leído todos los artículos que hay sobre sus víctimas. Sé lo de Samantha, la chica rubia y guapa de diecinueve años que estaba de acampada en un parque natural con su novio. Él recibió dos disparos en la espalda cuando trataba de escapar. Encontraron el cuerpo de Samantha tres o cuatro kilómetros más adentro en el parque. Tenía el brazo roto por tres partes por una caída, y mientras huía por el bosque algo se le clavó en la mejilla. El Asesino del Camping le tapó la cara con su propia camiseta Nike y luego la violó y la estranguló. Yo tenía la misma camiseta.

También he leído lo de Erin, la jugadora de sóftbol morena que decidió irse de camping sola. Un perro la encontró dos semanas después: el animal llevó una mano hasta la fogata donde sus amos estaban asando nubes de malvavisco. La policía tuvo que utilizar los registros dentales para identificar los restos después de que los animales se ensañaran con ella.

La hora de dormir se ha convertido en mi principal enemigo: me pongo a deambular por la casa o a ver la tele de madrugada mientras suena el tictac del reloj. Me doy un baño, una ducha, me bebo un vaso de leche caliente y me acuesto en la cama de Ally y le acaricio los rizos mientras duerme. Si Evan está en casa, me arrimo a la curva de su cuerpo, trato de acompasar mi respiración con la suya y fantaseo con lo bonita que va a ser nuestra boda. No sirve de nada. No hay forma de conciliar el sueño.

Si no estoy leyendo cosas sobre John en internet, me documento sobre los asesinos en serie: Ed Kemper, Ted Bundy, Albert Fish, el Asesino de Green River, BTK, los Estranguladores de Hillside, el Asesino del Zodíaco, Robert Pickton y Clifford Olson, y muchos más, demasiados. Estudio sus modus operandi, cuáles eran sus motivaciones, quiénes fueron sus víctimas… Cada detalle de sus espeluznantes crímenes. Eso, sin contar los libros de los especialistas en perfiles y los psicólogos del FBI.

Comparo teorías y razonamientos: ¿psicopatía, trastorno mental, desequilibrio químico, infancia traumática…? Tomo páginas y páginas de notas y cuando al fin caigo rendida y me duermo, tengo pesadillas con mujeres que saltan desde unos trampolines y se tiran a la acera o corren por campos de cristales rotos. Oigo sus gritos. Las oigo suplicar, pero me suplican a mí que deje de perseguirlas. En los sueños, huyen… de mí.