Recuerdo que cuando empecé con la terapia y hacía lo posible por evitar hablar de mi infancia, usted me dijo: «Para construir un futuro tienes que conocer el pasado». Entonces me dijo que era una cita de Otto Frank, el padre de Anna Frank, y que había visitado la casa de ésta cuando fue a Ámsterdam. Recuerdo que estaba aquí sentada —usted se había ido por un café para las dos—, mirando las fotos que tiene en la pared, las piezas de arte que se ha traído de sus viajes, su colección de esculturas y estatuas, los libros que ha escrito, y pensé que era la mujer más interesante y sofisticada que había conocido en mi vida.
Nunca había conocido a nadie como usted: su forma de vestir… tan elegante, con ese aire tan artístico, como una especie de intelectual bohemia, con un chal de punto sobre los hombros, el pelo cortado con todas esas mechas grises, como si no sólo aceptara la edad que tiene, sino que hiciera gala de ella con orgullo. La forma en que se quitaba las gafas cada vez que se inclinaba hacia delante para preguntarme algo, los golpecitos con el dedo en esa taza torcida, la que modeló en su clase de cerámica porque se aburría y me dijo que era importante no dejar nunca de aprender. Estudiaba cada uno de sus movimientos, lo absorbía todo y pensaba: «He aquí una mujer que no tiene miedo de nada. Así quiero ser yo».
Por eso me sorprendí tanto cuando me dijo que usted también procedía de una familia desestructurada y que su padre había sido un alcohólico. Lo que más admiración me causó fue que no sentía ningún resentimiento ni estaba enfadada: se había enfrentado a sus demonios y había salido adelante. Se había construido un futuro. Ese día me fui de aquí sintiendo tantas esperanzas…, sintiendo que todo era posible. Sin embargo, luego pensé en lo que había dicho, en que había que conocer el pasado, y me di cuenta de que nunca sería capaz de construir un verdadero futuro porque no sabía cuál era mi verdadero pasado. Era como construir una casa sin cimientos; tal vez se sostuviese en pie por algún tiempo, pero tarde o temprano acabaría por hundirse.
Al entrar en casa, Alce resopló y se abalanzó sobre mí como si me hubiese ido hacía un millón de años. Cuando lo dejé salir a hacer pis —el pobre sólo llegó hasta un palmo después de la puerta—, pensé en llamar a la policía para denunciar la llamada de mal gusto, pero decidí esperar y hablar con Evan antes de proceder en un sentido u otro. Al revisar la pantalla del teléfono para ver si había llamado en mi ausencia, me fijé en que aparecían dos números ocultos. Oí los mensajes del contestador y eran de dos periódicos.
Pasé la siguiente hora paseándome arriba y abajo por la casa con el inalámbrico en la mano, rezando por que Evan llamase pronto. El teléfono me sonó en la mano una vez y me sobresalté, pero sólo era otro periodista. Después de un buen rato, me armé de valor para llamar a papá y contarle lo que había encontrado en internet y lo de las llamadas.
—No contestes al teléfono si no conoces el número —me aconsejó—. Si alguien te pregunta por el Asesino del Camping, niégalo todo. Fuiste adoptada, pero tu madre biológica no era Karen Christianson.
—¿Crees que debería mentir?
—Joder, pues claro. A Melanie y a Lauren les diré lo mismo. Y si vuelve a llamar algún gamberro, le cuelgas y listos.
—¿No tendría que acudir a la policía?
—Ellos no pueden hacer nada. Yo me encargo. Envíame los enlaces.
—La mayoría sólo son foros de discusión.
—Mándamelos de todos modos.
Hice lo que me decía y luego estuve torturándome leyendo otra vez los comentarios. Había diez nuevos, a cual más repugnante. Me metí en las otras webs y leí comentarios igual de dañinos. Me horrorizaba ver que la gente pudiese ser tan mala hablando de alguien a quien ni siquiera conocían, y me aterrorizaba que supiesen cómo me llamaba. Quería entrar y supervisar todas aquellas páginas, quería defenderme a mí misma y a Julia, pero era la hora de la reunión con la maestra de Ally.
No fue tan mal como me temía. Resultó que la otra niña llevaba un tiempo molestando a Ally —desordenándole el pupitre, quitándole los colores mientras mi hija todavía los estaba usando— hasta que Ally había perdido la paciencia y había explotado. Por supuesto, le dije que le explicaría a mi hija que los problemas con los demás no se resolvían a empujones, y que la próxima vez que otra niña la molestara, tenía que decírselo a un adulto, pero para ser sincera, habría dicho cualquier cosa con tal de salir de allí. Ally había obrado mal, y sí, hablé con ella al respecto, pero francamente, no me parecía un asunto demasiado grave comparado con el hecho de que acababa de destrozar la vida de Julia, por no hablar de la mía. Luego, para colmo, había arrastrado a toda mi familia conmigo. Era esto último lo que más me dolía.
El teléfono sonó a las ocho al fin. Respondí en cuanto vi el número de móvil de Evan.
—Tenemos que hablar.
—¿Qué ha pasado?
—Es esa página web… Ahora aparece en más sitios, no sé por qué… A lo mejor no lo borraron del caché de Google, pero el caso es que ahora aparece en otros blogs. Hablan, sobre todo, de Julia, pero es que hay montones de comentarios asquerosos… ¡Algunos hasta mencionan mi nombre! Luego me llamó un adolescente diciendo que era mi padre. Los periodistas también están llamando continuamente, pero ya no les cojo el teléfono, y papá dice que…
—Sara, no hables tan deprisa… No entiendo ni la mitad de lo que me dices. —Respiré profundamente y empecé de nuevo. Cuando terminé, Evan se quedó callado un momento y luego dijo—: ¿Has llamado a la policía?
—Mi padre dice que no pueden hacer nada.
—Pero deberías contarles lo que pasa de todos modos.
—No lo sé… Dijo que él se ocuparía.
Lo último que quería era que mi padre se enfureciese conmigo por llevarle la contraria.
—Bueno, deja que se encargue entonces, pero pon una denuncia por escrito.
—Pero es que tiene razón: no pueden hacerle nada a alguien por gastar una broma pesada.
—Me has pedido consejo: llama a la policía por la mañana y no hagas ningún comentario en ninguno de esos blogs.
—Está bien, de acuerdo.
Tras colgar el teléfono, me metí en la cama y me tragué toda la programación nocturna de la tele hasta caer presa de un sueño agitado e inquieto. A la mañana siguiente, a primera hora, sonó el teléfono. Sin mirar al visor de identificación de llamada, alargué el brazo y contesté.
—¿Diga?
Una voz de hombre dijo:
—Buenos días. ¿Tengo entendido que restaura usted muebles?
Me incorporé en la cama.
—Sí, así es. ¿En qué puedo ayudarle?
—Tengo unas cuantas piezas: una mesa, algunas sillas… No creo que valgan mucho, pero eran de mi madre y me gustaría dejárselas a mi hija.
—El valor no siempre lo determina el precio por el que se puede vender algo: es el significado especial que ese algo tiene para alguien.
—Pues esta mesa significa mucho para mí. He pasado la mayor parte de mi tiempo ahí… Es que me encanta comer.
Se echó a reír y yo me reí con él.
—Las mesas de la cocina cuentan la historia de una familia. A veces la gente sólo me pide que las pula un poco pero que conserve las marcas que les hicieron sus hijos cuando eran niños…, cosas así.
—¿Cuánto cobra normalmente?
—¿Por qué no le echo un vistazo y le hago un presupuesto? —Me levanté de la cama y me eché una bata por encima mientras me dirigía al estudio a coger un bolígrafo—. Puedo ir a su casa, o muchos clientes simplemente me envían una foto por correo electrónico.
—¿Va a casas de desconocidos?
Me detuve en el pasillo.
—¿Va sola?
Pensándolo bien, no iba a aceptar aquel encargo ni de broma. Bajé el tono de voz y le hablé con frialdad.
—Lo siento, pero no he entendido bien su nombre.
Se quedó en silencio un momento y luego dijo:
—Soy tu padre.
Eso lo explicaba todo, no era más que otro capullo con ganas de broma.
—¿Quién narices es usted?
—Ya te lo he dicho, soy tu padre.
—Ya tengo un padre, y no me hace ninguna gracia…
—Él no es tu padre. —La voz habló con amargura—. Yo no habría abandonado a mi hija.
Hizo una pausa y oí el ruido de fondo del tráfico. Estuve a punto de colgar, pero estaba demasiado furiosa.
—No sé qué clase de broma de mal gusto está…
—No es ninguna broma. Vi la foto de Karen y la reconocí. Ella fue mi tercera.
—Todo el mundo sabe que Karen fue la tercera víctima.
—Sí, pero yo aún guardo sus pendientes.
Se me hizo un nudo en el estómago. ¿Qué clase de persona se hace pasar por un psicópata asesino?
—¿Lo encuentras gracioso? ¿Llamar a alguien para asustarle? ¿Es así como te diviertes?
—No pretendo asustarte.
—Entonces ¿qué es lo que quieres?
—Conocerte mejor.
Colgué el auricular. El teléfono volvió a sonar al instante. El identificador de llamadas mostraba un código de área del distrito de la Columbia Británica, pero no reconocí el prefijo. El teléfono dejó de sonar al fin, pero luego empezó de nuevo. Me temblaban las manos cuando fui a desconectar el cable de la clavija.
Eché a correr por el pasillo, desperté a Ally, le dije que se preparara para ir al cole y me metí en la ducha. Salí al cabo de un instante, le preparé unas tostadas con mantequilla de cacahuete mientras Ally se cepillaba los dientes, le metí el almuerzo en la bolsa mientras desayunaba y luego salimos zumbando de casa.
En la comisaría, vi a dos hombres mayores vestidos de paisano que se encargaban de la recepción. Mientras me dirigía hacia ellos, una mujer policía pasó por la puerta que había detrás del mostrador y sacó un expediente de un escritorio. Supuse que sería una descendiente de la población indígena local, con aquellos pómulos marcados, la piel color café, los grandes ojos marrones y el cabello liso, grueso y oscuro recogido en un moño.
Al llegar al mostrador dije:
—Quiero hablar con alguien sobre unas llamadas telefónicas que estoy recibiendo.
—¿Qué clase de llamadas? —preguntó uno de los hombres.
En ese momento intervino la mujer.
—Yo me encargo.
Entonces me llevó a una sala con una placa de metal en la puerta que decía «Sala de interrogatorios» y me invitó a entrar. Estaba completamente vacía salvo por una mesa alargada y dos sillas de plástico. Encima de la mesa había un bloc, una guía telefónica y un teléfono.
Tomó asiento y se recostó hacia atrás. Ahora que la tenía enfrente, vi su placa de identificación: «S. Taylor».
—¿En qué puedo ayudarla?
Se me ocurrió entonces que lo que estaba a punto de decir iba a sonar a los desvaríos de una mente enferma. No tenía más remedio que contarle los hechos y esperar que me creyese, sencillamente.
—Me llamo Sara Gallagher. Soy adoptada y hace poco encontré a mi madre biológica en Victoria. Entonces contraté a un detective privado y descubrió que en realidad es Karen Christianson…
Me miró sin comprender.
—Sí, ya sabe, la única víctima del Asesino del Camping que logró sobrevivir…
Se incorporó de golpe.
—El detective privado cree que es probable que el Asesino del Camping sea mi padre. Además, no sé cómo, la web Nanaimo News for Now se enteró y publicó esa información y ahora circula por toda la red. Ayer recibí una llamada de unos adolescentes que se hacían pasar por mi padre, y esta mañana, lo mismo: ha llamado un hombre diciendo que era mi padre biológico, sólo que esta vez me ha dicho que tenía los pendientes de Karen.
—¿Reconoció su voz?
Negué con la cabeza.
—¿Y el número de teléfono?
—Llamaba desde un código de área 250, pero el prefijo era 374 o 376, algo así. Lo anoté todo, pero se me ha olvidado traer el papel y…
—¿Le dijo para qué la llamaba?
—Dijo que quería conocerme mejor. —Hice una mueca—. Sé que debe de tratarse de otra broma pesada, pero tengo una hija pequeña y…
—¿Le ha confirmado su madre biológica que fue concebida en una violación?
—No con tantas palabras, pero sí.
—Me gustaría tomarle declaración oficialmente.
—Ah, bueno. Como quiera, claro.
Se levantó.
—Vuelvo enseguida.
Mientras la esperaba, miré a mi alrededor en la sala de interrogatorios y me puse a toquetear el móvil.
La puerta se abrió de golpe. La agente se sentó, depositó una pequeña grabadora en la mesa, delante de mí, y acercó su silla. Dijo su nombre en voz alta, mi nombre, y la fecha, y luego me pidió que repitiera mi nombre completo y mi dirección. Yo tenía la boca seca y sentí que me ardía la cara.
—Con sus propias palabras, me gustaría que me explicara por qué cree que el Asesino del Camping es su padre biológico y los detalles relativos a las llamadas telefónicas que ha estado recibiendo últimamente. —Su tono grave me puso aún más nerviosa y se me aceleró el corazón—. Adelante —insistió.
Lo hice lo mejor que pude, pero de vez en cuando me desviaba y perdía el rumbo y ella volvía a encauzar la conversación con un rápido «¿Y qué le dijo él después de eso?». Quería saber incluso la dirección de Julia y cualquier información que tuviese sobre ella. Me sentí un poco incómoda dándosela, sobre todo porque yo misma la había conseguido espiándola y contratando a un detective para ello. También le dije que habíamos estado intentando ponernos en contacto con el detective y que era un ex policía. Su expresión neutra no se alteró en ningún momento.
Cuando acabamos, dije:
—¿Y ahora qué?
—Lo investigaremos.
—Pero no creerá que pueda ser el auténtico Asesino del Camping el que me ha llamado, ¿no?
—Nos pondremos en contacto con usted tan pronto tengamos más información.
—¿Y si vuelve a llamar? ¿Debería cambiarme el número?
—¿Dispone del servicio de identificación de llamadas y de buzón de voz?
—Sí, pero tengo un negocio y los clientes…
—No responda a ninguna llamada de un número desconocido y deje que salte el contestador. Anote el número y la hora de la llamada y luego háganoslo saber lo antes posible.
Me dio su tarjeta y luego fue junto a la puerta.
La seguí por el pasillo completamente aturdida.
Hablándole a la espalda, le pregunté:
—Pero ¿cree que sólo es alguien que está intentando asustarme? ¿Y tienen que tomarlo en serio por la relación con el Asesino del Camping?
Miró por encima del hombro.
—La verdad es que no puedo formarme una opinión hasta que lo hayamos investigado, pero tenga cuidado. Y gracias por venir. Si tiene alguna pregunta, llámeme.
Una vez fuera, en el aparcamiento, me senté en el interior del Cherokee y me quedé mirando la tarjeta que llevaba en la mano. Me temblaba todo el cuerpo. Esperaba que la policía me dijese que no tenía motivos para preocuparme, pero la agente Taylor no había tratado de tranquilizarme ni una sola vez. Ahora me aterraba la posibilidad de que el hombre que había llamado fuese realmente el Asesino del Camping.
¿Iría la policía a hablar con Julia? ¿Cuánto tardarían en volver a ponerse en contacto conmigo? ¿Cómo iba a soportar dos días más de incertidumbre? Me acordé de lo que había dicho aquel hombre sobre los pendientes de Karen. ¿No era ésa la forma más rápida de demostrar que mentía? Pero si llamaba a Julia, me colgaría el teléfono antes de que pudiera preguntarle nada.
Eché un vistazo al reloj. Sólo eran las nueve de la mañana, tiempo suficiente para bajar hasta Victoria y estar de vuelta para recoger a Ally de la escuela.
Como era viernes y faltaba bastante para la hora del almuerzo, supuse que Julia estaría en la universidad, así que me dirigí directamente al campus. Pasé todo el trayecto ensayando distintas formas de explicarle lo que ocurría, pero lo primero era conseguir que accediese a hablar conmigo. Tenía la esperanza de que si me presentaba en su lugar de trabajo no me cerraría la puerta en las narices, pero cuando llamé a su despacho desde una cabina, una ayudante me dijo que ese día no tenía clases y que no sabía cuándo volvería.
Tendría que ir a su casa.
Mientras conducía por Dallas Road, empecé a dudar de la genialidad de mi plan. Estaba loca. Julia se iba a poner hecha una furia en cuanto me viese. Tenía que dejar el asunto en manos de la policía y punto. Sin embargo, a pesar de todo eso, allí estaba, plantada con el coche delante de la casa de Julia, mirando a su puerta principal.
Era mi obligación decirle lo que estaba pasando. Ella era la única persona que sabía lo de los pendientes. Tenía derecho a preguntárselo: la seguridad de mi familia dependía de ello. Su seguridad dependía de ello.
Cuando llamé a la puerta, el corazón me latía a toda velocidad y sentí que se me tensaba la garganta. No abrió, pero su coche estaba aparcado en la entrada. ¿Me habría visto dirigirme hacia su casa? ¿Qué debía decir si Katharine también se encontraba allí? Aquello no había sido buena idea. Entonces oí voces en la parte de atrás.
Al doblar la esquina, vi a Julia y a un hombre mayor de pie junto a una ventana del sótano, en el otro extremo de la casa. El hombre llevaba un portapapeles y Julia estaba señalando la ventana con el dedo, con el rostro lívido y tenso. Me paré en seco, dudando entre seguir avanzando o irme. Capté parte de la conversación, algo sobre colocar barrotes de acero en las ventanas. En ese momento recordé haber visto en la calle una furgoneta de una empresa de seguridad. El hombre dijo algo mientras estrechaba la mano de Julia, pero ella parecía tener la cabeza en otra parte, y se quedó con la mirada fija en la ventana mientras el hombre pasaba por mi lado y me saludaba con un movimiento de la cabeza. Esperé hasta verlo desaparecer por el camino de entrada y luego carraspeé. Julia se volvió hacia mí.
—Hola, necesito hablar…
—Ya está, es suficiente. ¡Voy a llamar a la policía! —Se dirigió al porche trasero.
—Precisamente por eso estoy aquí: se trata de la policía.
Eso la hizo detenerse. Dio media vuelta.
—¿Qué quieres decir?
—Me han estado llamando de los periódicos y…
—¿Y en qué te crees que consiste mi vida ahora, eh? —Tenía el rostro crispado y furioso—. He tenido que anular mis clases de hoy porque los periodistas están acosando a mis alumnos y esperándome apostados en el aparcamiento. El número de mi casa y mi dirección no figuran en ningún directorio, pero no tardarán mucho tiempo en conseguir esa información. ¿O es que ya les has facilitado eso también?
—Yo sería incapaz…
—¿Acaso intentas sacar dinero con todo esto? ¿Por eso estás aquí?
Avanzó con pasos ansiosos en distintas direcciones sin llegar a decidirse, como si quisiera echar a correr pero no supiese adónde ir.
—Yo no tuve nada que ver con que lo divulgaran por internet. Eso era lo último que quería en el mundo. Yo sólo se lo dije a un detective privado y luego a mi hermana porque estaba hundida, pero no sé cómo ha podido filtrarse a los medios.
—Contrataste a un detective privado… —Negó con la cabeza con expresión de incredulidad y cerró los ojos. Cuando los abrió, parecía desesperada—. ¿Se puede saber qué es lo que quieres?
—No quiero nada.
Pero no era cierto, y ahora nunca me daría lo que quería realmente.
—¿Sabes cuánto tiempo me costó construir mi vida aquí? —dijo—. Me la has destrozado por completo.
Sus palabras me golpearon con dureza y casi di un paso atrás por el impacto. Tenía razón, lo había destrozado todo. Y las cosas estaban a punto de ponerse aún peor. Lo que tenía que decirle a continuación iba a aterrorizarla aún más, pero tenía que saberlo. Me armé de valor.
—He venido a verte porque creo que deberías saber que esta mañana me ha llamado un hombre. Me ha dicho… Me ha dicho que es mi verdadero padre. Que te ha reconocido en las fotos y que tiene tus pendientes.
Se quedó paralizada, completamente inmóvil, el único movimiento era la dilatación de sus pupilas. Entonces empezó a temblar mientras las lágrimas le asomaban a las comisuras de los ojos.
—Eran un regalo de mis padres. De perlas. De color rosa con el soporte en forma de hojas de plata; me los dieron para mi graduación. —Se le quebró la voz y tragó saliva—. A mí me preocupaba llevármelos al camping, pero mi madre dijo que las cosas bonitas estaban para disfrutarlas.
De modo que el asesino sí se había llevado sus pendientes. Recordé la voz del hombre, su forma de hablar sobre su hija. Se me agolpó la sangre en los oídos mientras la miraba fijamente, tratando de pensar en qué decir, intentando no pensar en lo que aquello significaba.
Al final, acerté a decir:
—Siento… Siento que se los llevara.
Julia me miró a los ojos.
—Me dijo «gracias». —Apartó la mirada de nuevo—. La policía no hizo público que se llevó mis pendientes. Me dijeron que lo atraparían. —Negó con la cabeza—. Luego descubrí que estaba embarazada, pero no podía abortar, así que me cambié el nombre y seguí adelante con mi vida. Sólo quería olvidarlo todo, como si nunca hubiera pasado. Sin embargo, cada vez que mata a alguien, la policía me encuentra. Uno de ellos me dijo que había tenido mucha suerte. —Se rió con amargura y luego me miró—. Llevo treinta y cinco años viviendo con el miedo de que me encuentre. No he dormido una noche sin despertarme soñando que todavía me persigue. —Le temblaba la voz—. Si tú me has encontrado, él también puede hacerlo.
Por una vez, Julia se mostraba tal cual era y vi la cruda expresión de dolor en sus ojos. La vi a ella, cada pedazo roto. Aquella pobre mujer había vivido aterrorizada tanto tiempo… y ahora lo estaba aún más por culpa mía.
Di un paso hacia ella.
—De verdad que yo…
—Deberías marcharte.
Se había cerrado de nuevo.
—Sí, claro. ¿Quieres mi número?
—Ya lo tengo —dijo.
Las puertas del patio se cerraron a su espalda con un sonoro clic.
Esa noche, Evan volvió a casa y le dije que teníamos que hablar, pero no tuvimos oportunidad hasta que Ally y Alce se hubieron metido en la cama y nosotros caímos rendidos en el sofá. Evan se sentó con las piernas encima de la mesita de café y yo lo hice en el extremo opuesto, rodeándome las rodillas con los brazos. Estaba preocupado por la segunda llamada pero aliviado por que hubiese acudido directamente a la policía. Cuando le dije que también había ido a ver a Julia, se limitó a sacudir la cabeza de lado a lado, pero lo que no le gustó en absoluto fue oír lo de los pendientes.
—Si vuelve a llamar ese tipo… no contestes.
—Eso es justo lo que dijo la policía.
—No me hace ninguna gracia tener que irme el lunes con todo lo que está pasando. Tal vez debería decirle a algún otro guía que se encargue del siguiente grupo.
—Creía que no había ninguno disponible.
Se acarició la mandíbula.
—Frank podría hacerlo, pero ha salido él solo una vez, y es un grupo muy numeroso. Vienen todos los años.
Evan había invertido muchos años en labrarse una buena reputación para su negocio, hasta el extremo de que el hotel estaba lleno cada verano, pero bastaba que una excursión con un guía inexperto saliese mal o, peor aún, que se produjese algún un accidente, para que todo se fuese a pique.
—Tienes que hacerlo tú, Evan.
—Tal vez deberías irte a casa de tus padres o a la de Lauren.
Barajé esa opción un momento y luego dije:
—Todavía no quiero decirle nada a papá sobre la llamada, al menos no hasta que sepamos algo más. Con ello sólo conseguiría que él cogiera las riendas de la situación y volverme loca. Y tampoco quiero preocupar a Lauren. Greg está fuera en el campamento, así que tampoco iba a estar más a salvo allí. Además, ella también tiene hijos en los que pensar…
Evan seguía sin parecer demasiado convencido.
—Está bien —dijo—, pondré la escopeta debajo de la cama y un bate de béisbol junto a la puerta principal. Asegúrate de cerrar bien todas las noches, y llévate el móvil si sales a dar un paseo…
—Cariño, no soy idiota. Tendré mucho cuidado hasta que la policía averigüe qué está pasando.
Evan me pasó una mano cariñosa por el muslo.
—Esta noche estoy yo aquí para protegerte…
Arqueé una ceja.
—¿Qué? ¿Intentando hacer que piense en otra cosa…?
—A lo mejor. —Sonrió.
Negué con la cabeza.
—Tengo demasiadas preocupaciones ahora mismo.
Evan se abalanzó sobre mí, gruñendo en mi cuello.
—Deja que te ayude con eso…
Cuando intentó besarme, moví la cara hacia un lado, pero él me inmovilizó la cabeza asiéndome por la parte de atrás del pelo, tentando mis labios con su boca. Se me apaciguó la mente al tiempo que mi cuerpo empezaba a relajarse. Me concentré en el movimiento de sus músculos del hombro flexionándose bajo mi mano, en nuestras bocas abiertas y el jugueteo de nuestras lenguas. Le desabroché los vaqueros y utilicé el pie para bajárselos. Rompimos a reír cuando se le quedaron atascados en los tobillos, pero se los quitó de un puntapié. Metió la mano por el pantalón de mi pijama y me lo quitó, dándome un cachete rápido en el trasero que le valió un aullido fingido. Le di un golpecito en el hombro. Estuvimos besándonos durante varios minutos.
Entonces, sonó el teléfono.
—No contestes… —me susurró Evan en el cuello. Obedecí, pero mientras le acariciaba la oreja y le agarraba el trasero con las manos, el cerebro me trabajaba a toda velocidad. ¿Y si era el Asesino del Camping? ¿La policía? ¿Sería Julia la que había llamado? Evan dejó de besarme la clavícula y se apoyó en mí un momento. Notaba los latidos acelerados de su corazón. Se apoyó en los codos, me besó despacio y luego dijo—: Anda, ve a ver quién ha llamado. —Hice unos ruiditos negándome, pero me lanzó una mirada elocuente mientras se incorporaba y buscaba sus pantalones—. Sé que te estás muriendo de ganas.
Le dediqué una sonrisa tímida y luego corrí a la cocina.
Sólo era Lauren, que llamaba para hablar sobre los chicos; pero durante el resto del fin de semana, los dos nos sobresaltábamos cada vez que sonaba el teléfono. Evan se fue el lunes por la mañana, no sin darme antes una nueva charla sobre seguridad. Esa misma tarde recibí una llamada de un número privado. Con el cuerpo en tensión, esperé hasta que saltó el contestador automático. El sargento Dubois quería que le devolviera la llamada cuanto antes.
El sargento Mark Dubois resultó ser extremadamente alto —medía al menos metro noventa— y muy amable, a pesar de lo intimidatorio de su estatura y de la voz grave.
—Hola, Sara. Gracias por venir. —Estaba sentado detrás de un enorme escritorio en ele y me hizo señas para que ocupara el asiento de enfrente—. ¿Ha recibido alguna llamada extraña más?
Negué con la cabeza.
—Pero fui a hablar con mi madre biológica el viernes y dijo que los pendientes que se llevó el Asesino del Camping eran perlas. Fueron un regalo de graduación de su madre.
—Mmm… —exclamó el sargento y luego chasqueó la lengua contra los dientes—. Nos gustaría tomarle declaración, pero esta vez lo grabaremos en audio y en vídeo también. ¿Le parece bien?
—Supongo.
El sargento me guió por el pasillo hasta otra habitación. Esta vez se trataba de una sala más agradable, con un sofá mullido, una lámpara y un cuadro de un paisaje marítimo en la pared. También había una cámara en la esquina superior. Me instalé en un extremo del sofá y el sargento se sentó en el otro, colocando un brazo alargado en el respaldo.
Las preguntas eran básicamente las mismas que me había formulado la agente el viernes, pero el tono del sargento era más cordial, distendido, y me abrí más. Incluso le conté mi última visita a Julia y su reacción emocional.
—Buen trabajo, Sara —dijo con una sonrisa cuando hube terminado—. Esto va a sernos de una gran ayuda. —De repente adoptó una expresión seria—. Pero me temo que vamos a tener que pincharle el teléfono y…
—Entonces ¿creen que era él?
Me estremecí al oír el tono de desesperación de mi voz.
—Es pronto aún para saberlo, pero el Asesino del Camping es un caso de máxima prioridad y tenemos que tomarnos cualquier pista muy en serio. Hasta que no podamos confirmar que sólo se trató de una broma pesada, nuestra preocupación primordial es su seguridad. Vamos a instalar un SREVD en su casa tan pronto como sea posible.
—¿Un qué?
—Un Sistema de Respuesta de Emergencias de Violencia Doméstica. Es un sistema de alarma que utilizamos cuando creemos que la víctima está en peligro.
«Así que ahora soy una víctima».
—El detective privado al que contrató es un policía retirado, pero todavía no hemos podido localizarlo para interrogarlo. Preferiríamos que no tuviese ningún contacto con él en relación con este caso. Dentro de un par de días, dos miembros de la Unidad de Investigación de Delitos Graves de Vancouver se desplazarán a la isla y hablarán con usted.
—¿Y por qué no puede encargarse el departamento de Nanaimo?
—La Unidad de Delitos Graves tiene más agentes y mayores recursos. El sospechoso podría ser el responsable de crímenes terribles. Si es él quien la está llamando, evidentemente, nos gustaría detenerlo, pero tenemos que asegurarnos de no ponerla a usted o a su familia en peligro para conseguirlo.
El miedo me recorrió las piernas.
—¿Debería enviar a mi hija a alguna otra parte?
—El sospechoso no ha hecho ninguna amenaza directa y tratamos de no separar a las familias, pero le sugiero que repase algunas reglas básicas de seguridad con ella. ¿Su marido está ausente en este momento?
—Mi prometido… Nos casaremos en septiembre. Él ya está al corriente de la llamada, pero ¿debo decírselo a mi familia?
—Es muy importante que no hable de esto con nadie, incluida su familia, y su prometido también tiene que mantenerlo en secreto. No podemos correr el riesgo de que se filtre a los medios y el sospechoso descubra la investigación.
—Pero ¿y si mi familia también está en peligro?
—En estos momentos no ha dado ninguna indicación de que quiera hacer daño a nadie. Si se produce una amenaza, tomaremos las medidas oportunas. Mañana por la mañana alguien irá a su casa para intervenir su línea telefónica y la compañía se encargará de conectar la alarma. Mientras tanto, si el sospechoso llama, no conteste, y póngase en contacto conmigo inmediatamente. —Me dio su tarjeta—. ¿Tiene alguna pregunta?
—No, creo que no. Es todo tan… surrealista.
Se levantó y me dio un rápido apretón en el hombro.
—Hizo lo correcto viniendo a hablar con nosotros.
Asentí como si yo también lo creyese.
Esa noche, mientras Ally jugaba fuera con Alce, yo los vigilaba a través de la puerta corredera de cristal mientras pelaba zanahorias y oía el ruido de fondo de la televisión. Cuando empezaron las noticias locales, estuve a punto de cortarme. Efectivamente, abrieron el noticiario con Karen Christianson. Mostraban imágenes de la universidad —los conejos mordisqueando la hierba del césped del campus, los estudiantes armando jaleo en la cafetería, la puerta de un aula— mientras un locutor informaba de que una de las profesoras del centro había sido identificada como Karen Christianson, la única superviviente del Asesino del Camping. No daban mi nombre, sólo decían que se rumoreaba que Karen tenía una hija que vivía en Nanaimo, a quien no habían podido localizar para que hiciera comentarios. El locutor pronunció la frase con la que concluía la noticia con voz sombría: «A medida que aprieta el calor y los días se alargan, no podemos dejar de preguntarnos dónde estará el Asesino del Camping en estos momentos, y dónde va a estar este verano». Fue entonces cuando apagué el televisor.
Cuando Ally entró en casa, le dije que íbamos a jugar a un juego muy divertido y le hice repasar las normas de seguridad. Evan y yo ya habíamos hecho aquello con ella antes, pero esta vez, hasta el último detalle era importante. Ally no tardó en cansarse del juego, pero le hice repetirlo todo dos veces: cuál era nuestra palabra clave, «Alce»; que no tenía que ir a ninguna parte con un adulto que no la supiera; cuál era el número del teléfono preprogramado para llamar directamente a la policía y los servicios de emergencias; qué era lo que podía preguntarle la operadora, especialmente nuestra dirección… Y una nueva regla: no debía responder a ninguna llamada telefónica ni abrir la puerta hasta que un adulto lo comprobara primero. Se me paraba el corazón cada vez que se le olvidaba algo.
Como la regañé a gritos por contestar al teléfono veinte minutos más tarde —resultó que era Lauren—, se encerró en su cuarto y se negó a dirigirme la palabra. Hice tortitas para cenar y escribí «perdón» con la salsa de arándanos. Se le pasó enseguida, pero todavía me sentía fatal cuando la dejé en la escuela esta mañana.
Al volver a casa, la policía estaba esperando para intervenirme el teléfono, y la empresa de telefonía llegó poco después para cablear la casa para la alarma. También me enseñaron a usar la pequeña alarma personal, que se supone que debo llevar colgada a todas horas alrededor del cuello. Como no quiero que Ally empiece a hacerme preguntas, la llevo en el bolso. Cuando se fueron todos, me quedé mirando la alarma y el teléfono pinchado, tratando de no dejarme dominar por el pánico. «¿Cuánto tiempo va a durar esto? Ahora ya ni siquiera puedo tener una conversación privada con Evan…».
Sonó el teléfono.
«Sólo tienes que mirar a ver quién es. Es probable que ni siquiera sea él».
Volvió a sonar.
«Podría ser la policía».
Era el móvil de Evan. Solté el aliento de golpe.
—Hola, cariño… —dijo, y luego, se cortó.
Silencio en la línea. Cuando lo llamé, saltó el buzón de voz. Genial, maldita cobertura de móvil… Colgué el receptor bruscamente. Cuando volvió a sonar, estuve a punto de contestar de inmediato, pero en el último momento me fijé en el visor del aparato: era una llamada desde una cabina. Contuve la respiración y esperé a que dejara de sonar. Llamó cinco veces.
Esta vez llamé a la policía inmediatamente, Nadine, pero el hombre no dejó ningún mensaje, así que no hemos logrado avanzar nada. El sargento Dubois me dijo que no puedo contestar a las llamadas hasta que hable con personal de la Unidad de Delitos Graves, y no llegarán a la isla hasta mañana. Quieren que vaya a verlos a primera hora y les proporcione una muestra de ADN. Por eso la he llamado, para reprogramar nuestra cita para esta tarde. Bueno, por eso y porque no puedo pensar con claridad.
He probado algunas de las técnicas que me recomendó: salir a correr, escribir en un diario, meditar, tararear una canción para liberar la sensación de opresión en la garganta… ¡si hasta he intentado tararear mientras medito! La peor parte de todo esto es que no puedo decírselo a mi familia, no puedo hablar con Lauren. Usted ya me conoce: yo primero lo vomito todo y luego pienso qué puedo hacer. Gracias a Dios que tengo a Evan. Anoche estuvimos hablando por teléfono y me está apoyando mucho, pero lo echo tanto de menos, tanto… Si está a mi lado, me siento más centrada, más serena, como si supiera que todo va a ir bien.
Hoy, la abogada de Julia ha emitido un comunicado declarando que ella no es Karen Christianson y que nunca había dado un hijo en adopción. Cualquiera que diga lo contrario se enfrenta a posibles acciones legales. Esta mañana, después de dejar a Ally en la escuela, tenía a un reportero y un cámara esperándome en la puerta de casa. Siguiendo las instrucciones de mi padre, les he dicho que, efectivamente, el comunicado era cierto y que ni Julia Laroche ni Karen Christianson eran mi madre biológica, y que los demandaría si publicaban algo sobre mí o mi familia. Luego les cerré la puerta en las narices.
Entiendo perfectamente por qué ha mentido Julia, intenta protegerse. En mi caso, quiero proteger a Ally, pero fue un poco raro leer que Julia había negado haberme tenido. Me hizo sentir como si no existiera o algo así. Aunque bien mirado, eso no estaría tan mal en estos momentos, la verdad. No estoy demasiado ansiosa por someterme a la prueba de ADN. Si coincide con los registros de ADN que tienen en sus archivos de las escenas del crimen, entonces todo esto será real. Sigo manteniendo la esperanza de que no coincida. A lo mejor hubo alguna confusión con los expedientes de la adopción y tal vez no sea hija de Julia, después de todo. Ojalá tuviese esa suerte.