SESIÓN CUATRO

Gracias a Dios que ha podido hacerme un hueco para hoy; ya sé que estuve aquí ayer mismo, pero cuando me entra el pánico, como ahora, le doy vueltas a la cabeza sin parar y me vuelvo loca. La única solución era venir aquí: tiene que ayudarme a que me calme un poco, porque como pase algo más en el día de hoy, me volveré completamente loca.

Cuando salí de mi casa para ir a la reunión familiar, estaba de peor humor aún, y desde luego, tampoco ayudó que acabara de pelearme a gritos con una niña de seis años a quien el cambio de planes no le había hecho maldita la gracia.

—Dijiste que hoy haríamos tortitas para cenar. Con formas diferentes, como las hace Evan.

Parecía angustiada. Ally es una niña muy metódica, y todas las decisiones requieren mucha deliberación, una cualidad adorable cuando saca esa lengua tan pequeñita que tiene mientras piensa qué le puede comprar a Alce con su dinero del cumpleaños, pero que resulta una auténtica pesadilla si tenemos prisa por hacer algo.

—Esta noche no tengo tiempo, Ally, cielito. Cenaremos sopa de pollo, ¿eh?

Se puso con los brazos en jarras, los puños cerrados.

—Me lo prometiste.

La segunda parte de la personalidad ordenada y meticulosa de Ally es que necesita saber cuáles son nuestros planes para cada día y lo que puede esperar de cada situación. Si me desvío del rumbo marcado o, Dios no lo quiera, me salto cualquier paso del proceso, se me echa encima hecha una furia.

—Ya lo sé y lo siento, pero hoy no puedo.

—¡Me lo prometiste!

Su chillido estridente me hizo rechinar los dientes.

Me volví hacia ella.

—Hoy… no.

Echó a correr hacia su habitación con los rizos oscuros rebotándole alrededor de la cabeza y cerró dando un portazo. Oí cómo algo se estrellaba contra la puerta con un ruido sordo. Alce se sentó al otro lado, mirándome con expresión de reproche. No la oí llorar, pero es que Ally casi nunca llora: prefiere tirar cosas antes que derramar una sola lágrima. Una vez la vi darse un golpe en el dedo del pie y luego dar media vuelta y pegarle una patada a la pata de la mesa con la que se había dado.

Probé a accionar el tirador. Cedió, pero había algo que atrancaba la puerta. ¡Ah!… Evan le había enseñado a colocar la silla debajo del pomo por si entraba un intruso en la casa.

—Ally, quiero que me abras la puerta para que podamos hablar de esto, por favor.

Silencio.

Inspiré hondo.

—Cuando salgas de ahí, podemos escoger otra noche de esta semana para hacer tortitas… Te enseñaré a hacer la masa, pero tienes que salir antes de que cuente tres.

Silencio.

—Uno… dos…

Nada.

—Ally, como no salgas ahora mismo, ¡te castigo sin ver Hannah Montana durante una semana!

Abrió la puerta, pasó por delante de mí con los brazos cruzados y la cabeza gacha, y luego lanzó una mirada triste por encima de su hombro.

—Evan nunca me grita.

Las cosas no fueron mucho mejor en casa de mis padres. Cuando aparqué delante de su casa de madera, en las afueras de Nanaimo, el coche de Melanie y el todoterreno ligero de Lauren estaban en la entrada. Ally ya estaba fuera del Cherokee, con Alce pisándole los talones. Me dirigí con paso decidido a la puerta principal, con la coraza puesta, a sabiendas de que no iba a servirme de mucho.

Todos estaban en la sala de estar. Melanie no me miró, pero Lauren me dirigió una sonrisa vacilante. La cara de papá era una máscara de hierro. Estaba sentado en su sillón, en medio de la sala, con sus botas de trabajo con punta de acero, vestido con camiseta negra y el peto vaquero rojo que cualquier leñador que se precie lleva puesto a todas horas. Fornido y musculoso, la cabeza una corona de pelo blanco como la nieve, rodeado de su esposa e hijas, parecía un rey.

—¡Nana!

Ally echó a correr hacia mamá y se le abrazó a las piernas, su plumón rosa aplastándose alrededor de sus orejas.

Por un momento, me dieron ganas de correr a abrazarme a mi madre yo también. Todo en ella es suave: su pelo oscuro, entreverado ahora con hilos de plata, el perfume a polvos de talco que usa siempre, su voz, su piel… Escudriñé su rostro en busca de algún indicio de su enfado, pero sólo vi fatiga. La miré con ojos suplicantes: «Lo siento, mamá. No quería hacerte daño».

—Vamos a la cocina, Ally —dijo—. Tengo un bollo de canela para ti. Los chicos ya están en la parte de atrás.

Cogió a Ally de la mano y se la llevó.

Cuando pasaron por mi lado, dije:

—Hola, mamá.

Me tocó la mano y trató de esbozar una sonrisa tranquilizadora. Quise decirle lo mucho que la quería, que aquello no tenía nada que ver con ella, pero antes de que pudiera reunir las palabras, ya había desaparecido.

Me desplomé en una silla delante de mi padre, con la barbilla bien alta. Nos sostuvimos la mirada. Yo la aparté primero.

—Deberías haber hablado con nosotros antes de buscar a tus padres biológicos —dijo al fin.

Los años de trabajo a pleno sol han acentuado los profundos surcos que le rodean la boca, cerrada en una línea recta y firme. A pesar de que ya tiene más de sesenta años, era la primera vez que veía a mi padre como a un hombre ya mayor, y sentí una oleada de vergüenza. Tenía razón. Debería habérselo dicho. Si había actuado de aquella manera era para no herir sus sentimientos… y para evitar aquella conversación. Sin embargo, no podría haberlo hecho peor.

—Lo sé. Lo siento, papá. En ese momento me pareció lo más sensato.

Arqueó la ceja izquierda de esa manera en que siempre consigue que me sienta como un fracaso absoluto. Aquella vez no fue una excepción.

—Me gustaría saber cómo consiguió la información esa página web.

—Sí, y a mí también me gustaría saberlo.

Lancé a Melanie una mirada más que elocuente.

—¿Se puede saber por qué me miras así? —replicó ella—. Yo ni siquiera sabía nada de esto hasta que papá me lo dijo…

—Sí, seguro…

Melanie se apoyó el dedo en la sien y lo hizo girar a un lado y a otro mientras mascullaba «Loca…».

Se me encendió la sangre.

—¿Sabes qué, Melanie? A veces eres una auténtica…

—¡Ya basta! —retumbó la voz de mi padre.

Nos quedamos en silencio. Miré a Lauren a los ojos. Por su expresión, entre culpable y temerosa, supe que le había dicho a mi padre que ella ya sabía lo de mis padres biológicos.

Me dirigí a papá.

—Las únicas otras dos personas que lo saben son Evan y el detective privado que contraté, pero era un policía retirado.

—¿Comprobaste sus credenciales?

—Me dio su tarjeta y yo…

—¿Qué sabes de él?

—Ya te lo he dicho, que es un policía retirado.

—¿Y llamaste a la policía para verificarlo?

—No, pero…

—Así que no lo comprobaste. —Mi padre sacudió la cabeza de lado a lado y sentí cómo me ardía la cara—. Dame su número.

Me dieron ganas de decirle que él no era la única persona en el mundo capaz de hacer las cosas bien, pero como siempre, me hizo dudar de mí misma.

—Te lo mandaré por correo electrónico.

Por el rabillo del ojo vi a mamá de pie en la puerta con una bandeja en la mano.

—¿Alguien quiere un bollo de canela?

Se sentó en el sofá y dejó la bandeja en la mesita de café, con unas servilletas. Nadie cogió un bollo. Papá lanzó una mirada hostil a Melanie y Lauren, y ambas se apresuraron a coger uno. Yo hice lo propio, a pesar de que era incapaz de comer nada. Mamá sonrió, pero tenía los ojos enrojecidos: había estado llorando. Mierda.

—Sara —dijo—, entendemos que quisieras encontrar a tu familia biológica, pero nos hemos llevado una decepción muy grande al no decírnoslo. Debió de ser demoledor para ti cuando te enteraste de quién es tu verdadero padre.

Sus mejillas pálidas me indicaban lo demoledor que seguía siendo para ella.

—Lo siento, mamá. Era algo que necesitaba hacer yo sola. Estaba tratando de asimilarlo antes de decíroslo.

—Tu madre… —añadió—. ¿Dice ese artículo que es profesora universitaria?

—Sí. No quiere saber nada de mí.

Aparté la mirada, pestañeando con fuerza.

—No es nada personal, Sara. —Mamá lo dijo con ternura—. Cualquier madre estaría orgullosa de tenerte como hija.

Las lágrimas me anegaron los ojos.

—Lo siento muchísimo, mamá. Debería habértelo dicho, pero no quería que pensaras que soy una desagradecida. Eres una madre fantástica, la mejor del mundo.

No lo decía por regalarle los oídos: mamá se entusiasmaba con cada trabajo de manualidades que llevábamos a casa, con cada traje que tenía que coser en el último minuto, con cada par de vaqueros rotos favoritos que sólo ella podía remendar. Mamá era una auténtica madraza, y le encantaba. Nunca se lo había preguntado, pero estaba segura de que era la que había querido adoptar. Incluso apostaría dinero a que papá sólo lo hizo por ella.

—Vosotros siempre habéis sido mis verdaderos padres, vosotros me criasteis, pero sentía mucha curiosidad por saber de dónde vengo, y cuando me enteré de quién era mi padre biológico, pensé que probablemente vosotros no querríais saberlo. —Miré a mi padre y luego la miré a ella de nuevo—. No era mi intención haceros daño.

—Estamos preocupados por ti, claro que sí —dijo mamá—, y también asustados, pero es imposible que eso llegue a cambiar nunca lo que sentimos por ti.

Volví a mirar a mi padre. Asintió con la cabeza, pero su gesto era distante.

—Evan ha salido con el barco —dije—, pero en cuanto vuelva a casa, voy a decirle que ha aparecido publicado en internet.

—El artículo ya no aparece en la web —señaló mi padre—, pero vamos a demandar a esos hijos de puta de todos modos.

Me recosté de nuevo en el respaldo de la silla y dejé escapar un suspiro. Todo iba a salir bien. Por un momento, me sentí protegida —papá estaba dando la cara por mí—, pero acto seguido, añadió:

—Esos cabrones no deberían haber mencionado el nombre de mi empresa.

Entonces supe qué era lo que estaba protegiendo realmente.

Volví a sentir una nueva punzada de culpa al ver a mamá presionándose el vientre con la mano mientras hacía una mueca. Papá también se dio cuenta y me miró con dureza mientras clavaba sus ojos en los míos. No le hacía falta pronunciar las palabras en voz alta; ya las había dicho muchas veces, de muchas maneras. Sin embargo, eran las que no llegaba a pronunciar en voz alta las que hacían más daño. «Mira lo que le has hecho a tu madre».

Mamá se puso a hablar de la boda, pero la conversación era forzada. Melanie y yo nos ignoramos mutuamente en todo momento, tercas las dos.

Al fin, dije:

—Debería llevar a Ally a casa. Va siendo hora de acostarla.

Cuando salí a llamarla, Lauren me siguió y cerró la puerta a su espalda.

—Siento habérselo dicho a papá, pero es que me preguntó si yo lo sabía y no quería mentirle.

—Tranquila, no pasa nada. ¿Se ha enfadado contigo por guardarme el secreto?

Negó con la cabeza.

—Creo que sólo está preocupado.

—¿Por eso no me has contestado al teléfono cuando te he llamado hoy a casa?

—No quería estar en medio. —Parecía destrozada—. Lo siento.

Yo tampoco quería que estuviera en el medio: quería que se pusiera de mi lado, pero eso no iba a suceder jamás. Cuando éramos niñas y papá la tomaba conmigo, Lauren corría a esconderse en su habitación. Luego salía y me ayudaba con mis tareas, pero por alguna razón, yo únicamente me sentía más y más sola.

—No le contaste a Melanie lo de mi verdadero padre, ¿verdad que no?

—¡Por supuesto que no!

Así que Melanie nos había oído hablar y, probablemente, se lo había dicho a Kyle, quien luego se lo habría contado a saber a cuánta gente. Ahora ya no tenía arreglo; no había nada que pudiera hacer al respecto.

De camino a casa, me tranquilicé un poco, pero seguía preocupada por la cantidad de gente que habría visto el artículo antes de que lo retiraran de la web. Entonces me acordé de cuando mamá había dicho que estaban preocupados y asustados por mí. Me detuve en un semáforo en rojo, concentrándome en ese momento. La cara tensa de mi padre, la desazón en los ojos de mamá, algo que estaban pensando, pero que no decían. ¿Qué era lo que se me había escapado? Entonces caí en la cuenta: el Asesino del Camping podría haber leído el artículo.

No advertí que todavía estaba parada en el semáforo hasta que un coche tocó el claxon detrás de mí y Ally exclamó:

—¡Mami! ¡Vamos, arranca!

Conduje el resto del camino como en un sueño. Estaba tan obsesionada con defenderme, tan aterrorizada por la reacción de mi padre, que había pasado por alto precisamente aquello de lo que debería sentir más miedo: si el Asesino del Camping había leído el artículo, no sólo sabía que vivía en Nanaimo, sino que también sabía mi nombre.

En cuanto llegamos a casa, metí a Ally en la bañera y luego le leí un cuento, pero se me trababa la lengua y no dejaba de perderme constantemente en la página. Tenía que hablar con Evan. Cuando Ally se durmió, intenté llamarlo, pero no contestaba al móvil. Me hice un ovillo con una manta en el sofá y me puse a ver programas chorras por la televisión y a esperar a que Evan me devolviera la llamada. Justo cuando estaba a punto de darme por vencida e irme a la cama, sonó el teléfono. Antes de que pudiera preguntarme qué había hecho, le pregunté cómo le había ido el día.

—Hemos encontrado una familia de ballenas jorobadas, así que el grupo estaba muy contento.

Evan construyó el hotel rural en el extremo de la costa occidental de la isla, por lo que ofrece excursiones guiadas en kayak y avistamiento de ballenas, no sólo salidas de pesca.

—Genial…

—Aunque estoy muerto de ganas de volver a casa este fin de semana, la verdad…

Lanzó un gruñido entusiasmado y quise imitarlo, pero no lo conseguí, así que respiré profundamente y se lo solté todo. Primero le hablé del mensaje que le había dejado a Julia y de la horrible llamada de ésta, luego le conté que se lo había dicho a Lauren, y por último, que había salido en internet. Se lo tomó mejor de lo que pensaba, mucho mejor que como me lo habría tomado yo de haber estado en su lugar… Aunque eso no era nada sorprendente.

—La cosa no va a ir a más, ya lo verás —dijo.

—Pero la gente está obsesionada con los asesinos en serie; la mitad de las novelas que se publican y de las películas que se estrenan están basadas en ellos. Si se enteran de que soy su hija…

—Ya sabes dónde está la escopeta, y para quitar el seguro del gatillo…

—¡La escopeta!

—No te preocupes. Esa web no puede tener tantos lectores.

—Pero ¿y si él lo ha leído?

—¿El Asesino del Camping? —Hizo una pausa un momento—. No, es imposible que lea un blog de Nanaimo.

—¿De verdad crees que no hay razones para preocuparse?

—Sí, estoy convencido. Deja que el abogado de tu padre se ocupe de todo.

—Es que estoy un poco asustada.

Dulcificó la voz.

—Volveré a casa muy pronto.

Antes de meterme en la cama anoche, no pude evitar echarle un vistazo a la web y sentí un gran alivio al ver que el artículo seguía sin aparecer. También hice una búsqueda rápida en Google y no salió nada. Me fui a dormir convencida de que Evan tenía razón: la cosa no iría a mayores. De hecho, debo decir que en parte lo sucedido tenía su lado bueno porque me había obligado a poner las cartas sobre la mesa con mi familia: no se me da nada bien guardar un secreto, sinceramente.

Esta mañana, Ally le ha cantado a Alce una canción entre bocado y bocado de tostadas con mantequilla de cacahuete. Ally y yo somos adictas a la mantequilla de cacahuete, no se imagina la de botes que llegamos a zamparnos entre las dos. Después de dejarla en la escuela, me he hecho un café y me he ido al taller para trabajar en un armario ropero nuevo. Me concentré a tope en cuestión de minutos y ni siquiera paré a almorzar. Al final, ya por la tarde, decidí ir a picar algo y a llenarme la taza de café. Antes de volver al taller, subí para entrar de nuevo en la web de Nanaimo News for Now. El artículo seguía sin aparecer. Para quedarme más tranquila, hice otra búsqueda en Google de Karen Christianson. Esta vez aparecieron un montón de nuevos resultados.

Solté la taza tan rápido que derramé parte del café e hice clic en el primer enlace. Era la web de un club de fans de asesinos en serie de Estados Unidos. En el foro, alguien llamado «Dahmersdinner» había publicado que Karen Christianson se escondía en Victoria bajo el nombre de Julia Laroche. Su hija, una mujer llamada Sara Gallagher, vivía en Nanaimo. Me quedé con la mirada fija en la pantalla, el corazón latiéndome desbocado en el oído. No podía hacer absolutamente nada, no había forma de eliminarlo. Entonces me di cuenta de que había comentarios, muchísimos. Hice clic en la pestaña y amplié la página. Al principio, todos eran comentarios del tipo «¿Será verdad?» y «¿Os imagináis qué aspecto tendrá su hija?», pero luego se sumaron más miembros.

Alguien había logrado acceder a la web de la universidad y había encontrado la información del despacho de Julia. Luego pegaban los vínculos con los artículos que había escrito y con las páginas web donde aparecían fotos de Karen Christianson. Uno de los comentaristas llegó incluso a tratar una de las imágenes con el Photoshop para que pareciese que el Asesino del Camping estaba de pie detrás de ella con una cuerda ensangrentada en una mano y tocándose el pene con la otra. Hablaban del físico de Julia, halagando el buen gusto del Asesino del Camping. Un imbécil llegaba a preguntarse si sería tan retorcida como mi padre, otro me comparaba con la hija de Ted Bundy, proponiendo que deberían cazar a esas «zorras» antes de que pudieran transmitir la enfermedad. Leí hasta el último de los horrendos comentarios, asqueada de vergüenza y miedo. Me sentí como si me hubieran abierto en canal, expuesta a los ojos del mundo.

Fui haciendo clic de una web a otra lo más rápido que pude: la mayoría de los resultados eran de blogs especializados en crímenes reales y de un par de sitios web dedicados a los asesinos en serie, incluido el que ya había encontrado sobre el Asesino del Camping. Los sitios más prudentes tenían la precaución de decir que «se rumoreaba» que Karen había tenido una hija. Eran los comentaristas, siempre anónimos, quienes publicaban mi nombre y añadían que vivía en Nanaimo. Entonces me di cuenta de que uno de los vínculos correspondía a un foro de alumnos de la Universidad de Victoria. Con un nudo en el estómago, hice clic en el enlace, pero no podía acceder sin un número de identificación de estudiante.

Una oleada de pánico se apoderó de mi cuerpo. «¿Qué hago ahora? ¿Cómo paro esto?». El inalámbrico sonó a mi lado y di un bote en la silla. Era Lauren.

—Tengo que decirte algo —dijo de inmediato.

—¿Tiene que ver con los rumores de internet?

—¿Estás conectada?

Miré a la pantalla.

—Sale en todas partes…

Lauren se quedó callada un momento y luego me preguntó:

—¿Qué vas a hacer?

—No tengo ni idea, pero creo que debería hablar con Julia.

—¿De verdad crees que…?

—Si todavía no se ha enterado, tengo que avisarla, y si ya lo sabe, va a pensar que lo he ido contando por ahí a todo el mundo. Aunque si la llamo para explicárselo, seguramente me colgará el teléfono y punto. —Lancé un gemido—. Tengo que colgar, tengo que pensar qué voy a hacer ahora.

Lauren me habló con dulzura.

—Está bien, cielo. Llámame si me necesitas.

Después de colgar el teléfono, me dejé caer en el sofá. Alce se encaramó a mi lado, gruñendo y resoplándome en el cuello. El cerebro me trabajaba a toda velocidad, en mil y una direcciones distintas, todas producto del pánico. El mundo entero iba a saber la verdad sobre mi padre; el Asesino del Camping podía encontrar a Julia… y encontrarme a mí; iba a ser la ruina para el negocio de Evan; iba a ser la ruina para mi trabajo; Ally iba a ser objeto de burlas en la escuela…

Sonó el teléfono. Comprobé el identificador de llamada. Número privado.

¿Sería Julia?

Respondí al tercer timbre.

—¿Diga?

—¿Es usted Sara Gallagher? —dijo una voz masculina.

—¿Quién es?

—Soy tu padre.

—¿Se puede saber quién llama?

—Soy tu verdadero padre. —Se le aceleró la voz—. Lo he leído en internet.

Una corriente de miedo me recorrió el cuerpo. Entonces me di cuenta de que la voz era demasiado juvenil.

—No sé quién narices eres ni qué es lo que has leído, pero…

—¿Estás tan buena como tu madre?

Oí risas al fondo y luego, otra voz juvenil exclamó:

—Pregúntale si también le gusta hacerlo a lo bruto.

—Oye, maldito hijo de…

Colgó el teléfono.

Llamé a Evan al móvil de inmediato, pero me saltó el buzón de voz. Pensé en llamar a Lauren, pero se asustaría, tendría miedo por lo que pudiera pasarme… ¡Joder! Hasta yo estaba acojonada, lo que me ponía aún más furiosa. Unos adolescentes me estaban llamando por teléfono haciéndose pasar por mi padre sólo para divertirse. ¿Y si hubiese sido Ally la que hubiese contestado el teléfono? El teléfono sonó de nuevo mientras me estaba paseando arriba y abajo por la habitación, echando humo. Tenía la esperanza de que fuera Evan, pero era la maestra de Ally.

—Sara, ¿tienes tiempo de hablar cuando vengas a recoger a Ally?

—¿Por qué, qué pasa?

—Ally ha tenido un… problema con una compañera de clase que le ha cogido sus pinturas y me gustaría hablarlo contigo.

Genial, justo lo que necesitaba en ese momento.

—Le explicaré que tiene que aprender a compartir, pero tal vez podamos vernos en algún otro momento…

—Ha empujado a la niña tan fuerte que la ha tirado al suelo.

Fue entonces cuando decidí llamarla. No me veo capaz de ir a ver a la maestra de Ally sin hablar primero con usted. Tengo que mentalizarme y asimilar que ha estallado la bomba, que todo el mundo lo sabe. No puedo quitarme esos comentarios asquerosos de la cabeza, esa llamada telefónica del demonio. Y sé que su maestra va a sugerir que Ally vuelva a ir a ver a la psicóloga del colegio para aprender a resolver sus problemas de relación con los compañeros. Ya ha tenido problemas otras veces —les grita a los otros niños, discute con la maestra—, pero sólo lo hace cuando se siente presionada. Su maestra también me dijo que Ally tiene dificultades en pasar de una actividad a otra, y es en esos casos cuando más se estresa. Quise explicarle que a la niña no le pasa nada, que simplemente no le gustan los cambios, pero la maestra se empeñaba en preguntarme si teníamos problemas en casa. Esperemos que no se haya enterado de los rumores de que el Asesino del Camping es mi padre.

No soporto alterarme de esta manera, odio cómo reacciona mi cuerpo. La garganta y el pecho se me cierran de tal manera que apenas puedo respirar, se me acelera el pulso, me arde la cara, empiezo a sudar y me duelen las piernas por la inyección de adrenalina. Es como si me hubiese estallado una bomba en la cabeza y mis pensamientos hubiesen salido disparados por todas partes.

Ya habíamos hablado de que toda mi ansiedad se debía al hecho de ser adoptada y de tener un padre distante: en mi subconsciente, tenía miedo de ser abandonada otra vez, así que nunca me sentía segura. Sin embargo, creo que es algo más que eso. Recuerdo que cuando estaba embarazada de Ally leía que tenías que estar relajada porque si no, tu hijo captaba toda tu energía negativa. En mi caso, estuve nueve meses enteros en el interior de una mujer constantemente aterrorizada. Su ansiedad fluía por mi torrente sanguíneo, por mis moléculas. Nací inmersa en miedo.