SESIÓN TRES

Estoy enfadada y confundida, sí. Estoy tan furiosa que me dan ganas de coger un bate de béisbol y emprenderla a golpes con todo. Es increíble que haya pasado más de un mes desde la última vez que estuve aquí. Estuve todo aquel fin de semana practicando ese ejercicio mental que me enseñó, imaginándome cómo sería mi vida si no estuviese tan preocupada por mi familia o mi genética, en cómo estaría empleando el tiempo. Traté de imaginarme alegre y despreocupada mientras miraba adornos de boda e invitaciones…, pero no podía dejar de pensar en el Asesino del Camping, en dónde estaría, en quién era. Incluso volví a visitar la misma web y examiné las fotos de todas sus víctimas otra vez. Mi cabeza siempre volvía a Julia. ¿Le habría llegado mi mensaje? ¿Me odiaba? El lunes obtuve la respuesta.

Estaba en el taller, limpiándome el barniz de las manos mientras Stevie Nicks entonaba «Sometimes it’s a bitch…», cuando oí el teléfono. Rebusqué apresuradamente por entre el montón de herramientas y útiles de trabajo hasta dar con una pila de trapos, debajo de la cual estaba el inalámbrico. Era un número oculto.

—¿Diga?

—¿Podría hablar con Sara, por favor?

Reconocí la voz culta y educada. Se me aceleró el pulso.

—¿Eres Julia?

—¿Estás sola? —Hablaba con voz seca.

—Estoy en mi taller, Ally está en el colegio. Estaba a punto de entrar a casa a almorzar, es que esta mañana no he desayunado… —Estaba balbuceando.

—No deberías haber vuelto a llamar.

—Lo siento. Acababa de averiguar quién eras realmente y no me paré a pensar…

—Eso es evidente.

Sus palabras me dolieron, y contuve el aliento.

—No vuelvas a llamar aquí.

Y colgó el teléfono.

Lo encajé con mi elegancia y mi aplomo habituales: estampé el teléfono contra la otra punta del taller, cosa que hizo que la batería se le saliera disparada y volara por los aires hasta aterrizar debajo de una estantería. Luego entré en la casa como un vendaval y me comí un paquete entero de las galletas Oreo de Ally y de Ritz Bits de queso, soltando un taco detrás de otro con cada bocado. Me había hablado como si yo fuera algo que había pisado sin querer, algo que tuviera que quitarse restregando la suela del zapato. Tenía la cara ardiendo y las lágrimas me escocían en los ojos, pensando lo mismo que pensaba cada vez que me dejaba algún ex novio o me daba plantón, o cuando papá no me cogía de la mano cuando yo le ofrecía la mía: «¿Qué me pasa? ¿Qué es lo que he hecho mal?».

Una hora después, aún estaba demasiado dolida para concentrarme en el trabajo. ¿Y en preparativos de boda? Ni hablar. Imposible. Pensé en llamar a Evan, pero entonces tendría que contarle lo de la llamada de teléfono, para empezar. Cogí las llaves del coche.

Lauren y Greg siguen viviendo en la misma casa que se compraron al casarse: mis padres los ayudaron con la entrada, lo que significaba que papá les dijo lo que tenían que comprar. Sólo es una construcción sencilla de los setenta, con cuatro habitaciones, pero da a la bahía de Departure y tiene unas vistas fabulosas de los ferries cuando rodean la isla de Newcastle. Yo quería irme a vivir a la misma zona, pero no había nada en venta cuando Evan y yo estábamos buscando casa. Acabamos en un barrio más nuevo, pero me encanta nuestra casa. Es una de esas viviendas modernas tan típicas de la Costa Oeste, con revestimiento de tablones de madera de cedro, encimeras de granito en tonos tierra y electrodomésticos de acero inoxidable.

Greg sigue trabajando aún en la reforma de la casa, pero les va a quedar muy bonita cuando la terminen. Lauren le ha dado un toque de alegría en los últimos años con cortinas hechas a mano, paredes color pastel y jarrones llenos de flores. Yo me paso la vida saqueándole el huerto.

Llamé a la puerta de atrás y luego la empujé para abrirla.

—Hola, soy Sara.

Mi hermana gritó desde el piso de arriba:

—¡Estoy en el cuarto de Brandon!

Al llegar a la habitación —decorada de arriba abajo con objetos relacionados con el hockey— encontré a Lauren guardando la colada. Me hice un ovillo encima del edredón con el emblema de los Canucks de Vancouver y me abracé al cojín mientras observaba a Lauren, envidiando lo satisfecha que se sentía con su vida.

Se quedó inmóvil, con un par de calcetines en la mano.

—¿Qué pasa?

—No me apetece hablar, de verdad.

—Pues tienes que decírmelo —dijo con voz risueña.

Sostuvo el calcetín en el aire como si fuera a arrojármelo de un momento a otro.

—Estoy bien. Sólo quería estar un rato contigo.

—¿Todavía estás depre por lo de tu madre biológica?

Se dio media vuelta, guardó los calcetines y abrió el cajón de al lado.

No tenía intención de decírselo, sólo quería estar cerca de ella y sentir su cariño un rato, pero antes de darme cuenta, las palabras ya habían salido de mi boca.

—He descubierto quién es mi verdadero padre.

Se volvió de golpe, apretando una camisetita de color azul en la mano.

—Pues no pareces muy contenta. ¿Quién es?

Me debatía entre el miedo a lo que Lauren pudiera pensar y mi necesidad de que me dijera que no pasaba nada, que todo iría bien, de que me hiciera sentir mejor, como hace siempre. Recordé la advertencia de Evan de que no se lo dijera a nadie. Recordé mi promesa a Julia de que no se lo diría a nadie. Pero era mi hermana.

—No puedes decírselo a nadie. Absolutamente a nadie. Ni siquiera a Greg.

Se llevó la mano al corazón.

—Te lo prometo.

Noté el ardor en la cara cuando empecé a hablar.

—Has oído hablar del Asesino del Camping, ¿verdad?

—Todo el mundo ha oído hablar del Asesino del Camping. ¿Por qué?

—Es mi padre.

Se quedó boquiabierta y estuvo mirándome con una expresión de incredulidad durante un rato que se me hizo eterno. Al final, se sentó a mi lado en la cama.

—Eso es… ¿Estás segura? ¿Cómo lo has sabido?

Me incorporé, deposité el cojín en mi regazo y le conté lo del detective y la sucesión de acontecimientos desde entonces. Escudriñé su rostro, esperando ver reflejadas en sus ojos todas las cosas horribles que había pensado yo, pero sólo parecía preocupada.

—A lo mejor Evan tiene razón y no es más que una coincidencia… —dijo.

Negué con la cabeza.

—Por la manera en que me ha hablado hoy… Me odia.

—Estoy segura de que no te odia. Seguro que sólo…

—No, tienes razón. Es peor que eso, es como si… le diera asco.

Tenía la voz espesa mientras luchaba por contener el llanto.

Lauren me acarició la espalda.

—Lo siento, Sara. Las personas que importan sí te queremos. ¿Te ayuda eso en algo?

Sólo que papá no me quería, y el hecho de que ella no se diese cuenta lo hacía más doloroso aún.

—Tú no entiendes qué se siente siendo adoptada, sabiendo que tu madre biológica te abandonó como si sólo fueras basura, y que luego vuelva a rechazarte. Llevo años esperando conocerla, y ahora… —Negué con la cabeza.

—Sé que eso duele, pero no puedes olvidar todo lo bueno que hay en tu vida.

Lauren estaba a punto de decir algo más cuando oímos una voz abajo.

—Hola, hola… ¡Brujas! —Era Melanie.

—¡Estamos arriba! —dijo Lauren.

Le lancé una mirada elocuente y ella se pasó el índice y el pulgar por la boca como cerrando una cremallera.

Melanie asomó por la puerta y soltó el bolso en el suelo.

—Muchas gracias por bloquear toda la entrada con tu Cherokee, Sara.

—No sabía que fueses a venir.

No me hizo caso y se dirigió a Lauren.

—Gracias por tu ayuda del otro día. Kyle y yo te lo agradecemos mucho.

Lauren hizo un movimiento en el aire con la mano, quitándole importancia.

—No hay de qué.

—¿Qué pasa aquí? —quise saber.

—No todo gira en torno a ti y tu boda, ¿sabes?

Melanie sonrió como si estuviera bromeando, pero la sonrisa no le alcanzó los ojos. Melanie parece italiana, como nuestra madre, pero lleva el pelo oscuro muy corto y de punta, y se pinta los labios de un rojo furioso y los ojos con lápiz kohl. Cuando no está fulminando al mundo con la mirada o de mal humor por algo, es una mujer despampanante.

A papá le encantaba llevársela consigo a todas sus instalaciones madereras cuando era pequeña, pues estaba convencido de que acabaría siendo contable y lo ayudaría a dirigir la empresa, pero en cuanto llegó a la adolescencia, lo único que Melanie quería contar era el número de novios de su interminable colección. Y encontró montones de ellos en el pub donde trabaja como camarera. Antes solía ser el bar favorito de papá, pero no ha vuelto a pisarlo desde que ella empezó a trabajar allí, al cumplir los diecinueve.

—Kyle necesitaba un lugar para ensayar, así que le dejamos usar el garaje —me explicó Lauren.

Melanie se volvió hacia mí.

—¿Has contratado ya a alguien para la música de la boda?

—Evan y yo aún lo estamos hablando.

—Eso es perfecto, porque Kyle quiere tocar como regalo de bodas.

Sonrió de oreja a oreja.

Aquello no era ni mucho menos perfecto; yo había oído tocar al grupo de Kyle hacía unos meses y no podía decirse que afinasen demasiado. Miré a Lauren, quien estaba alternando la mirada entre Melanie y yo.

—Es una sugerencia interesante, pero tengo que hablarlo con Evan. No estoy segura de qué es lo que quiere exactamente.

—¿Evan? Es tan flexible que seguro que todo le parece bien.

—Tal vez sí, pero prefiero hablarlo con él de todos modos.

Melanie se echó a reír.

—¿Desde cuándo esperas a la aprobación de Evan? —Hizo una pausa y luego entrecerró los ojos—. Ah, ya lo entiendo: no quieres que Kyle toque en vuestra boda.

Otra vez la misma cantinela de siempre. Todos mimábamos a Melanie cuando era niña, pero nadie tanto como papá. Si mi madre estaba enferma, era yo la que tenía que poner orden y era entonces cuando empezaban los problemas de verdad. Lauren no causaba problemas, le decía que recogiera sus juguetes y obedecía de inmediato, pero Melanie se quedaba allí plantada, de brazos cruzados, desafiándome con la mirada. Al final, Lauren o yo siempre acabábamos recogiéndolos por ella.

—Yo no he dicho eso, Melanie.

—Joder, no me lo puedo creer. El grupo de Kyle ahora es buenísimo y él está dispuesto a tener este gesto tan generoso contigo, ¿y tú vas a decirle que no? —Antes de que pudiera responder, Melanie negó con la cabeza y añadió—: Ya te dije que se cerraría en banda, Lauren.

—¿Ya habíais hablado de esto? —exclamé.

—No —respondió Lauren—, bueno, sólo un poco… Anoche Melanie comentó de pasada que a Kyle le vendría bien un poco de publicidad y…

—Y tú dijiste que seguramente en la boda podría conocer a gente —continuó Melanie—. Dijiste que sería una buena oportunidad para él.

Sentí que me ardía la cara y se me aceleraba el pulso. ¿Melanie quería usar mi boda como una especie de audición para su novio? ¿Y Lauren le había dado la idea?

—Pero yo no sabía si Sara ya tenía otros planes —comentó Lauren.

—No los tiene —repuso Melanie—. Sólo lo dice porque Kyle no le cae bien.

Melanie me miró fijamente, adelantando la barbilla, desafiándome a que me atreviese a negarlo. Me dieron ganas de decirle justo lo que pensaba: «No es lo bastante bueno para ti, y desde luego, no es lo bastante bueno para tocar en mi boda», pero conté hasta diez, respiré hondo un par de veces y dije:

—Lo pensaré, ¿de acuerdo?

—Sí, ya, seguro… —se burló Melanie.

—Sí lo pensarás, ¿verdad, Sara?

Lauren me miraba con gesto suplicante, alarmada ante la posibilidad de que tuviésemos una bronca, y la íbamos a tener, y gorda, como no saliese de allí cuanto antes.

—Sí, lo pensaré. Tengo que irme. —Me puse en pie.

—¿No te quedas a tomar un café? —dijo Lauren.

Yo sabía que ella quería que me quedara para que pudiéramos solucionarlo, o al menos para fingir que todo iba bien, pero si volvía a oír algo más de la boca de Melanie, estaba segura de que explotaría. Esbocé una sonrisa forzada.

—Lo siento, pero tengo que ir a buscar a Ally. La próxima vez, ¿de acuerdo?

No miré a Melanie al salir.

Esa noche la pasé dando vueltas en la cama una y otra vez. Al final, decidí levantarme y ponerme a hacer una lista, que era la única manera de calmarme. Lo primero era llamar a Lauren por la mañana y pedirle disculpas por marcharme de esa manera. Luego le escribí una carta a Melanie, diciéndole todas las cosas que había querido decirle antes, pero que nunca llegaría a decirle. Cuatro años de terapia y por fin había aprendido a controlar mi ira —contando hasta diez, escribiendo cartas, saliendo de una habitación hasta que se me pasara el arrebato—, pero nadie como Melanie para buscarme las cosquillas con tanta rapidez. No soportaba lo rápido que conseguía sacarme de mis casillas, lo absolutamente fuera de control que me sentía cuando eso ocurría, pero sobre todo, sentía mucha tristeza. La había querido con locura cuando era pequeña, me encantaba sentirme tan admirada por ella y cómo me seguía a todas partes. Pero entonces, cuando tenía cuatro años, la perdí en el centro comercial.

Estábamos de compras navideñas y papá me dijo que la vigilara mientras él entraba en una tienda. Melanie quería irse a dar una vuelta, pero yo sabía que mi padre se pondría furioso si nos movíamos aunque fuese un milímetro, así que la sujeté por la parte de atrás del cuello del abrigo. Cuanto más fuerte la sujetaba, más se resistía ella, forcejeando y arañándome hasta que se soltó y se perdió entre la muchedumbre de compradores. Los siguientes veinte minutos fueron los más aterradores de mi vida. Empecé a gritar su nombre frenéticamente. Papá salió corriendo de la tienda, con la cara pálida. Cuando al fin la encontramos, montada en un poni mecánico, papá me arrastró hasta el parking y me dio una buena tunda detrás de su camioneta. Todavía me acuerdo de cómo intentaba zafarme de él, gritando con tanta fuerza que apenas podía respirar, mientras él me iba dando azotes con la mano, una y otra vez.

La mayoría de mis recuerdos de infancia son de los líos en que me metí por culpa de Melanie. Una vez, en Halloween, Lauren y yo nos disfrazamos de animadoras. Melanie quería el mismo disfraz, pero sólo habíamos hecho dos, así que le dije que ella podía ir de princesa. Me arrebató los pompones y salió corriendo de la habitación, diciendo que iba a tirarlos al fuego. Yo salí tras ella, me resbalé en el pasillo, derribé una lámpara y rompí la pantalla. Cuando se lo dije a papá, montó en cólera, no por la lámpara, sino por no haber incluido a Melanie en nuestros planes. Me castigó sin «truco o trato» y, en cambio, sí dejó que Melanie se pusiera mi disfraz. Lo peor fue que me hizo ir con ellas de casa en casa. Aún ahora veo a Melanie plantándose en cada puerta con el traje que tantas semanas había tardado en confeccionar, la faldita bamboleándose con cada paso, y mi corazón rompiéndose en pedazos cada vez que la gente le decía lo mona que estaba.

Cuando cumplimos los veinte —y ya ninguna de nosotras vivíamos en casa—, empezamos a llevarnos mejor. Después de tener a Ally, Melanie venía a casa a veces a pasar un rato conmigo y veíamos películas juntas, riendo y comiendo palomitas. Era genial, como si por fin fuésemos hermanas. Todavía teníamos alguna bronca de vez en cuando, pero las únicas veces que nos peleábamos de verdad era si intentaba darle consejos sobre los amigos con los que iba o sobre algunos de los chicos con los que estaba saliendo. Cuando empezó a salir con Kyle, le dije que me mosqueaba que pudiera estar utilizándola porque trabajaba en un bar. Se puso como loca y estuvimos un tiempo sin hablarnos. Entonces conocí a Evan y papá empezó a invitarnos a cenar —sólo llamaba si Evan estaba en casa— y a organizar almuerzos y barbacoas en familia.

Melanie se perdía muchas de esas cenas a causa de su trabajo, pero si podía ir a alguna, se pasaba el tiempo lanzándome pullas, sobre todo si su novio estaba delante. Yo no sabía si estaba enfadada porque Evan le caía mejor a papá que Kyle, o porque a mí éste tampoco me gustaba un pelo, pero estaba empeñada en hacerme quedar como la mala de la película. Y si perdía los estribos, papá me las hacía pasar canutas mientras a Melanie, en cambio, no le decía ni pío. Cuanto más me esforzaba en no reaccionar, más me pinchaba ella. Ahora, cada vez que salía el tema de la boda, parecía terreno abonado para la batalla.

Lauren siempre terminaba en medio de la disputa, y yo sabía que seguramente se sentía fatal por lo que había pasado, lo cual por otro lado me hacía sentir fatal a mí; pero la culpa aún me reconcomía por otros motivos, y me apunté mentalmente recordarle que no le dijera nada a nadie acerca de mi padre biológico.

A la mañana siguiente, me levanté tarde y acabé haciéndolo todo con prisas para conseguir que Ally no llegara tarde a la escuela. Luego llamó un cliente que necesitaba la reparación urgente de un perchero que iban a exponer en un anticuario, así que no tuve ocasión de llamar a Lauren y caí redonda en la cama no sin antes prometerme que ya me encargaría de eso al día siguiente. Sin embargo, no lo hice, y a medida que los días se transformaron en una semana, fui sumiéndome de nuevo en una depresión.

Hasta la tarea más sencilla se me hacía una montaña, y me dolía todo el cuerpo. Incluso la idea de ir a las sesiones de terapia me resultaba agotadora, así que empecé a dormir demasiado, comer en exceso y a quedarme en el sofá toda la tarde viendo películas. Tuve que obligarme a mí misma a salir a pasear con Alce, alejándolo de su ruta favorita, en el interior del bosque, para encaminar nuestros pasos al parque de la esquina, un lugar más seguro y lleno de gente. Normalmente, me encanta verlo perseguir conejos por todo el recinto donde celebran la feria, con el persistente olor a heno y animales aún en el aire, pero en esos días los edificios sólo me parecían viejos y abandonados mientras arrastraba mis pies por el fango.

Las otras únicas veces en que me obligaba a salir de casa era por Ally, con la escasa energía que aún me quedaba para ocultar lo que estaba sintiendo. Sin embargo, no lo disimulaba demasiado bien. Un día que volvíamos a casa en coche bajo un intenso aguacero, algo no tan inusual para el mes de marzo —o cualquier otro mes en la costa—, pero que venía a sumarse a mi sombrío estado de ánimo, nos detuvimos en un semáforo en rojo y me quedé con la mirada perdida en el parabrisas.

—¿Por qué estás triste, mamá? —preguntó Ally.

—Mamá no se encuentra bien, cariño.

—Yo te cuidaré —dijo.

Esa noche estuvo enternecedora, intentando prepararme una sopa y diciéndole a Alce que no hiciese ruido. También pasó la noche en mi cama. Bien arrebujadas entre las mantas, se puso a leerme cuentos después de prestarme su Barbie favorita para que me animara un poco, mientras oíamos el golpeteo de la lluvia contra los cristales. A la mañana siguiente, llamé por fin a Lauren para disculparme por haberme ido de su casa de aquella manera, pero se me adelantó.

—Siento haberle sugerido a Melanie la idea de que Kyle toque en vuestra boda, Sara, pero es que siempre estáis como el perro y el gato. Es muy difícil deciros algo a cualquiera de las dos.

—Es que Melanie me vuelve loca.

—Ojalá las dos no tuvieseis tantos celos la una de la otra.

—Yo no tengo celos de ella, pero es que no soporto que siempre se salga con la suya.

—Papá es igual de intransigente con ella que contigo, lo sabes, ¿verdad?

Me eché a reír.

—Sí, ya.

—Te digo que sí, lo que pasa es que tú no te das cuenta. Siempre la está agobiando con el trabajo, diciéndole lo bien que funciona tu negocio y lo grande que es tu casa y el éxito que tiene Evan. Creo que a veces chocáis porque las dos sois exactamente iguales.

—Yo no me parezco en nada a Melanie.

—Las dos sois mujeres muy fuertes y…

—En nada, Lauren.

Se quedó callada.

Lancé un suspiro.

—Perdona. Es que estoy pasando por un momento difícil.

Me habló con dulzura.

—Ya lo sé, cariño. Llámame siempre que necesites hablar.

Pero no lo hice. Por mucho que quisiese a mi hermana, había cosas con las que no podía ayudarme, que siempre nos separarían. Ella sí sabía de dónde venía.

Cuando pasó otra semana y vi que seguía igual de deprimida, decidí que había llegado la hora de hacer algunos cambios. Dejé de buscar en Google el nombre del Asesino del Camping diez veces al día, de leer sobre la predisposición genética y la conducta desviada, que sólo conseguía provocarme pesadillas, y compré el material para fabricar una pajarera, algo que Ally llevaba siglos pidiéndome. Lo pasamos muy bien trabajando juntas, Ally riéndose mientras pintaba la caja, moviendo el pincel en todas direcciones y manchándose de salpicaduras de pintura en los dedos y la mesa. Y así, poco a poco, la oscuridad empezó a disiparse. Evan y yo incluso llegamos a disfrutar de una cena muy agradable un fin de semana en casa de Lauren y Greg. O al menos fue agradable hasta que papá se presentó para discutir con Greg unos asuntos relacionados con el trabajo.

Me supo fatal por Greg, oyendo cómo mi padre lo abroncaba, a sabiendas de que los demás lo oiríamos todo desde la cocina. La cosa fue especialmente mal teniendo en cuenta que luego mi padre nos anunció a todos que había contratado a un nuevo capataz. Greg lleva años esperando a que papá lo ascienda. Papá se quedó a tomar una cerveza y se pasó todo el tiempo hablando de pesca con Evan. Admito que me da mucha rabia que siempre tenga sus favoritos, pero también estaba disgustada conmigo misma por sentirme orgullosa de que le caiga tan bien mi prometido.

La primera semana de abril, sentí al fin que había superado mi depresión. Ya era capaz de dormir toda la noche y permanecer despierta durante el día. Volvía a pasarme horas encerrada en el taller y los proyectos me absorbían por completo. Me encontraba tan bien que esta mañana me he levantado temprano y hasta me he ido de compras para Ally. Me he dejado una fortuna en utensilios de manualidades y en un Netbook, diciéndome que yo misma la ayudaría a aprender a usarlo. Me encanta comprarle cosas: disfraces, libros, juegos, pinturas, ropa, animales de peluche… Si Ally es feliz, yo soy feliz. Justo cuando entraba en casa con todas las bolsas, ha sonado el teléfono.

—Será mejor que vengas a casa esta noche.

Era mi padre, y por su tono de voz, deduje que me había metido en un lío, y en uno de los gordos, además.

—¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho?

—He recibido una llamada…

Papá se quedó callado durante un minuto eterno e insoportable. Yo contuve la respiración.

—Una página de internet dice que tu padre es el Asesino del Camping. —La tensión en su voz transmitía toda la ira que sentía, exigiéndome una explicación. Intenté encontrarle sentido a lo que acababa de decirme, pero era como si me hubiera quedado sin aire—. ¿Tú sabías algo de esto? ¿Es verdad?

Sus palabras volvieron a golpearme con fuerza, acelerándome el pulso. Ésa era, precisamente, la peor manera en que quería que se enterasen, a través de internet. Pensé en mamá, en el dolor que le causaría. Me desplomé sobre el banco del recibidor, cerré los ojos y decidí coger el toro por los cuernos.

—Encontré a mi madre biológica hace un par de meses. —Respiré hondo y luego solté el resto—. Y parece ser que es probable que mi padre biológico sea el Asesino del Camping.

Papá se quedó en silencio.

—¿Quién te ha llamado? —le pregunté yo.

—Mike.

¿Cómo? ¿El capataz en jefe de mi padre? ¿Y cómo se había enterado él? Si ese hombre apenas sabe leer y escribir… Papá respondió a todas mis preguntas.

—Dijo que su hija lo leyó en el Nanaimo News for Now.

—¿Te refieres a esa web de chismes?

Ya estaba corriendo escaleras arriba a encender el ordenador.

Mi padre me habló con dureza.

—¿Encontraste tu madre biológica hace dos meses, pero no nos dijiste nada? ¿Por qué no nos contaste que la estabas buscando?

—Quería hacerlo, pero es que… Espera, papá.

Escribí la dirección del sitio web y encontré el artículo.

«Localizada en Victoria Karen Christianson…».

—Oh, no…

Intenté leer el artículo completo, pero el estupor hacía que se me desdibujaran las palabras. Sólo captaba fragmentos: «Karen Christianson […] Única superviviente del Asesino del Camping […] Julia Laroche […] Profesora de la Universidad de Victoria. Hija de treinta y tres años, Sara Gallagher […] Empresa familiar Gallagher Industrias Madereras, en Nanaimo…».

Había salido a la luz, absolutamente todo.

—¿Cómo averiguaron los de esa web que ella era tu madre? —dijo papá.

—No tengo ni idea.

Me quedé con la mirada perdida en la pantalla mientras el pánico se apoderaba de todo mi cuerpo. ¿Cuánta gente había visto el artículo?

—Voy a llamar a Melanie y Lauren —dijo mi padre—. Os quiero a todos aquí a las seis. Ya hablaremos entonces.

—Escribiré a esa web ahora mismo y les diré…

—Ya he llamado a mi abogado. Vamos a ponerles una demanda de dos pares de cojones como no retiren el artículo inmediatamente.

—Papá, yo puedo encargarme de eso, de verdad.

—Ya me estoy encargando yo.

Por su tono, estaba muy claro que no creía que pudiese encargarme de nada.

Cuando colgó, caí en la cuenta de lo que había dicho: «Tu padre es el Asesino del Camping». No había dicho «tu padre biológico», sino sólo «tu padre».

Ahora ya sabe por qué estoy tan nerviosa, Nadine. Después de hablar con mi padre, me leí el artículo de cabo a rabo, sintiendo ganas de vomitar a cada momento. Venía con un montón de fotos de Karen Christianson: incluso habían publicado la foto oficial de la universidad. No me podía creer la cantidad de detalles que habían publicado también sobre mí, cómo me gano la vida, cosas sobre el hotel de Evan… Lo único que no mencionaba era que tenía una hija…, gracias a Dios.

Aunque mi padre había llamado a su abogado, envié un mensaje de correo al sitio web pidiéndoles que retirasen el artículo y llamé por teléfono a todas las extensiones que aparecían en la página, pero nadie me devolvió la llamada. Una vez más, volví a sentirme como una idiota, incapaz de hacer nada a derechas. Traté de llamar a Evan, pero había salido con un grupo en una de las barcas y no volvería hasta después de la cena. Lauren no contestaba al teléfono, y eso que no trabaja, sino que es madre y ama de casa a jornada completa. Lo más probable es que haya corrido a refugiarse a su jardín. Estoy segura de que tiene tanto miedo como yo de la reunión de esta tarde: Lauren no soporta las confrontaciones, no le gusta que la gente se enfade.

Ahora me pregunto si Melanie no nos oiría hablar, a Lauren y a mí, el otro día… Pero por muy cabrona que pueda ser, no me imagino a mi hermana haciendo algo tan mezquino. Aunque, claro, si se lo dijo a Kyle… Ése sí tiene pinta de ser el tipo de persona capaz de vender a su propia madre si creyese que eso iba a ayudarlo. Es imposible que Lauren o el detective que contraté se hayan ido de la lengua.

No había tenido tanto miedo de una de nuestras reuniones familiares desde el día que tuve que decirles a mis padres que estaba embarazada. Papá se levantó cuando estaba hablando, dejándome con la palabra en la boca, y salió de la habitación. Esta mañana me he llevado a Alce a dar un paseo con la esperanza de aliviar un poco este estado de nervios que me tiene histérica, pero al final he acabado corriendo a casa a plantarme de nuevo delante del ordenador. El artículo todavía estaba colgado en la web cuando he salido de casa para acudir a nuestra sesión. Estoy tratando de calmarme recordándome a mí misma que esto no puede ir a ninguna parte si yo no confirmo nada. El abogado de papá trabaja en uno de los bufetes más prestigiosos de Nanaimo. Para cuando acabe el día, ya habrá conseguido que retiren el artículo. Puede que la gente esté un tiempo chismorreando sobre el tema, pero luego se aburrirán y lo olvidarán. Sólo tengo que esperar a que las aguas se calmen.

Aunque tengo la sensación de que me espera algo peor.