Ahora me va a hacer llorar, Nadine. Entiendo que necesite tomarse algún tiempo para reflexionar antes de decidir si traslada su consulta a Victoria, últimamente ha pasado por momentos muy duros usted también. Dios, no sé cómo ha podido seguir visitando a sus pacientes durante todo el proceso. Y gracias por recomendarme a su colega. Seguramente le daré una oportunidad, al menos hasta que usted decida lo que va a hacer. Aunque no puedo creer que ésta pueda ser la última vez que me siento en el diván, la última vez que estoy en esta consulta. Espero que no lo sea, pero supongo que eso el tiempo lo dirá. El tiempo dice muchas cosas. He pasado toda mi vida resistiéndome al tiempo, más que nada porque no pasaba lo bastante rápido para mí. Pero también hay momentos en los que se te echa encima y darías lo que fuese por poder detener el reloj.
Billy vino a casa cuando Ally ya estaba en la cama. Lo invité a entrar y le dije que se sentara a la mesa mientras yo terminaba de fregar unos platos, pero él agarró un trapo de cocina.
Trabajamos en plácido silencio durante un minuto o dos, y luego dijo:
—Bueno, ¿y dónde está Evan esta noche?
—Tenía que volver al hotel. —Di un resoplido—. Se moría de ganas de largarse de aquí.
—Vaya… ¿Os habéis peleado?
—Es lo de siempre. —Suspiré—. Él quiere que pase página y siga adelante como si nada, pero para mí no es tan fácil. Los cabos sueltos me están volviendo loca.
—Dime, ¿qué es lo que te preocupa?
—¿Recuerdas cuando dijiste que a Evan le dispararon con el Remington del calibre 223 de John? Bueno, pues luego me acordé de que John me dijo que había dejado su rifle en algún sitio para que lo repararan porque el percutor estaba roto.
—Caramba. Interesante, pero seguramente tenía otro.
—Evan dijo lo mismo, pero John siempre hablaba de lo mucho que le gustaba ése, era su favorito, como si para él fuera único. Quiero decir, ya has oído las cintas. Hablaba de sus armas como si fueran sus novias. Entonces me puse a pensar… Mira, ya sé que parece una locura, pero ¿cómo sabemos con certeza que fue él quien disparó a Evan?
Alzó las cejas de golpe.
—¿En quién estás pensando si no?
—Ya, ésa es la única pega de mi teoría. —Hice una mueca y sonreí—. La única otra persona que querría quitar de en medio a Evan es Sandy.
—¡Uau, Sara! Ya sé que no te cae bien, pero eso que acabas de decir es muy fuerte.
—No es que no me caiga bien, soy yo la que no le cae bien a ella. ¡Y odio pensar así! Pero bueno, ya sé que no fue ella, sólo estoy diciendo que lo del arma es muy raro. Es probable que tuviera dos, como has dicho, pero ¿podrías comprobarlo para que pueda quedarme tranquila? Si formaba parte de todos esos grupos de coleccionistas, es posible que les enviara una lista con todas sus armas, ¿no?
—Por supuesto, lo investigaré. Pero ya que estamos, si no fue John, ¿quién más tenía algún motivo para disparar a Evan? No olvides que encontraron una bala del arma de John en la escena.
—Ya sé que John es el único sospechoso posible, pero lo del rifle no encaja. —Me reí—. Como los guantes de O. J. Simpson.
Billy terminó de secar el último plato y le quité el paño de cocina.
—Ya guardo yo los platos. Tú siéntate.
Se volvió y sacó una silla junto a la mesa.
—Sólo por curiosidad, ¿por qué piensas que Sandy quería quitar a Evan de en medio?
Me encogí de hombros.
—Ella estaba obsesionada con atrapar a John y sabía que Evan era la razón por la que no iba a reunirme con él. También creía que mi terapeuta me estaba aconsejando que no me encontrase cara a cara con él. Para Sandy habría sido fácil tender una trampa a John e incriminarlo. Tres razones.
—¿Eso es todo?
Me puse de puntillas para guardar el último plato.
—Bueno, a Nadine la atacaron después de mi última discusión con Sandy. John siempre había disparado a sus víctimas, no las sorprendía por la espalda en los aparcamientos. Cuando John me llamó al hospital, estaba muy nervioso y no dejaba de decirme que tenía que verme. No es que estuviera alterado, más bien era como si estuviera asustado.
Colgué el trapo de cocina. Billy me miraba fijamente, con la cabeza inclinada hacia un lado. Dios… qué agradable era hablar con un hombre que realmente te escuchaba y no te decía «olvídalo».
Seguí hablando.
—Y esta noche estaba pensando que es muy raro que fuera directamente a mi casa ese día, después de llamarme al hospital. ¿Cómo sabía que Ally estaba aquí y que sólo había una agente protegiéndola? Además, él ya sabía que yo había estado hablando con la policía, me dijo que me lo explicaría más tarde, pero no tuvo ocasión de hacerlo. A lo mejor había estado vigilándome, tal como tú decías, y vio algo raro. —Alce bajó las escaleras desde la habitación de Ally y le abrí la puerta corredera—. ¿No te parece que es todo muy extraño?
Me senté a la mesa delante de Billy. Él dejó escapar un suspiro.
—En aquellos casos en los que el sospechoso muere es difícil encajar todas las piezas, Sara. Pero eso no quiere decir que haya algo extraño, sólo significa que no tenemos todas las respuestas. Comprobaré lo del rifle, pero no sé si lo que te pasa se debe a otra razón.
—¿A qué te refieres?
Hablaba en tono prudente.
—Posiblemente todavía estés tratando de asimilar la muerte de John. O tal vez te resulta difícil tener que enfrentarte a otros aspectos importantes de tu vida. Se acerca la fecha de tu boda y…
—No es eso. Es sólo que todas esas incógnitas me están haciendo la vida imposible. Me siento como si la pesadilla aún no hubiese terminado. Luego me meteré en internet y entraré en algún foro sobre armas. John pasaba mucho tiempo en la red, estoy segura de que podré encontrar algo.
—Es muy improbable que John tuviese una lista con armas no registradas, o que usase su verdadero nombre en un foro. Aunque encontrásemos una lista en alguna parte, tampoco sabríamos si es fiable. No hay manera de verificar cuántas armas tenía.
—En eso tienes razón. —Respiré hondo y solté el aire en un largo suspiro mientras volvía a darle más vueltas a todo—. Tal vez no lo estoy enfocando desde el ángulo adecuado. Si no podemos demostrar que él no disparó a Evan, veamos si hay alguna otra prueba además de la bala de que sí lo hizo. Tofino está a casi tres horas de aquí. John habría tenido que repostar combustible en alguna gasolinera por el camino. ¿Habéis encontrado algún recibo entre sus cosas?
—No lo creo, pero…
—Supongo que pudo pagar en efectivo. ¡Ah! Podríamos ir a todas las estaciones de servicio del trayecto con una foto suya. No sería muy difícil, dado que sólo hay una carretera principal. ¿Hoy en día no tienen cámaras en la mayoría de las gasolineras? La gente suele repostar en Port Alberni, porque es la última parada. Deberíamos empezar por ahí. Después de dejar a Ally en la escuela por la mañana podemos…
Billy levantó la mano.
—Para el carro. No tengo tiempo para ponerme a visitar gasolineras.
—Está bien. Pero yo no voy a poder relajarme hasta comprender todo este misterio. Iré a todas las estaciones de servicio yo misma si es necesario. —Sonreí—. Soy implacable.
—Eso no hay quien lo dude. —Me devolvió la sonrisa—. Déjame pensarlo. ¿Tienes café hecho?
—Por supuesto.
Le serví una taza y luego me volví.
Billy me apuntaba con el cañón de su pistola.
Me reí.
—¿Qué estás…?
Entonces vi la expresión en sus ojos.
—Deja la taza en la encimera.
No moví ni un músculo.
—¿Qué está pasando, Billy?
—Nunca te das por vencida.
—No entiendo…
—Ya había terminado, Sara. Nadie se habría enterado.
Movió la cabeza con gesto resignado.
Retrocedí hasta que el borde del mármol se me clavó en la espalda. ¿Qué demonios significaba aquello?
—Billy, me estás asustando.
Le escruté el rostro en busca de una señal que indicase que se trataba de una broma de mal gusto, pero seguía muy serio.
—¿Qué es lo que…?
—Deja la taza en la encimera.
Cuando me volví para soltarla, la cabeza me daba vueltas. «¿Esto está pasando de verdad? ¿Necesito un arma? ¿Debería intentar tirarle la taza? ¿Puedo coger un cuchillo?». Miré hacia el extremo de la encimera.
—Ni se te ocurra. Soy tres veces más fuerte que tú y tres veces más rápido.
Se levantó y se encaminó hacia mí.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Te ha dicho Sandy…?
—Sandy no ha hecho nada.
Se detuvo delante de mí. Escudriñé su rostro.
—Entonces ¿por qué estás…?
—Porque tienes razón: llené el depósito en la gasolinera de Port Alberni. Pero no pienso esperar a averiguar si había una cámara.
—¿Fuiste tú? ¿Tú disparaste a Evan?
—«El guerrero hábil engaña al enemigo atrayéndolo a una falsa persecución para lograr así que se manifieste». —Billy me miró fijamente, con los ojos entrecerrados—. Evan estaba en medio y tú necesitabas un incentivo. También sabía que eso haría salir a John: querría protegerte.
No podía dar crédito a lo que oía.
—¿Intentaste matar a Evan para que John creyese que alguien iba por mí?
—«Yo ataco aquello que el enemigo se ve obligado a salvar».
Todas las piezas empezaban a encajar.
—Él sabía que pasaba algo raro —dije—. Por eso tenía tanto miedo cuando me llamó al hospital y lanzó todas aquellas amenazas… Por eso no me llamó al móvil. Estaba salvando a Ally… —Di un respingo—. ¿También atacaste a Nadine?
—Yo no la toqué. Y si hubiese querido matar a Evan, ahora estaría muerto. Sólo necesitaba dejarlo malherido para que mi plan surtiese efecto. Y no me equivoqué. Tú reaccionaste, John reaccionó, y ahora él nunca volverá a hacer daño a ninguna mujer. —Dio un paso más hacia mí—. Pero ahora tenemos un problema.
Las piernas se me volvieron de gelatina.
—Yo no diré nada, Billy. Te lo juro.
—Por desgracia, no puedo correr ese riesgo.
Las palabras me salieron a borbotones.
—No hay ningún riesgo. No voy a decírselo a nadie. Has cometido un error, pero sólo intentabas atrapar a John. Aun en el hipotético caso de que alguien llegara a enterarse, no tendrías ningún problema…
—Yo no he cometido ningún error. —Parecía más sereno que nunca—. Le disparé a alguien, Sara. Eso es intento de asesinato. Iría a la cárcel durante una larga temporada. Pero eso no va a suceder.
La forma en que lo dijo me provocó un escalofrío. No estaba asustado ni nervioso, y mucho menos desesperado. Parecía confiado.
Empecé a temblar.
—¿Qué… qué vas a hacer, Billy? No puedes dispararme. Ally está arriba y…
Se llevó los dedos a los labios.
—Tengo que pensar.
Me callé.
Me miró fijamente. Su mirada era sombría. El tictac del reloj resonaba en la cocina.
Empecé a llorar.
—Billy, por favor… Eres mi amigo. ¿Cómo puedes…?
—Me caes bien, Sara, pero «el líder sabio siempre tiene en cuenta el beneficio y el perjuicio». No hay ningún beneficio en permitirte vivir, y en cambio, sí hay un gran perjuicio.
—No, te lo juro. No hay ninguna…
Levantó la mano.
—Ya lo tengo. No voy a hacer nada. —Sentí que se me aceleraba el corazón, pero luego me miró a los ojos y dijo—: Lo vas a hacer tú.
Se me nubló la vista al tiempo que la sangre me rugía en los oídos. Por un momento, la habitación empezó a dar vueltas y me agarré a la encimera, detrás de mí. Sentía palpitaciones en la cabeza, pero no podía concentrarme en nada, no podía pensar.
—Vamos a subir a coger esas pastillas que te recetó tu psiquiatra —dijo—, y luego te las vas a tomar todas y vas a escribir una nota de suicidio.
—¡Billy! ¡Esto es una locura! ¿Cómo puedes hacer esto? ¿Y Ally?
—A Ally no le pasará nada siempre y cuando hagas todo lo que yo te diga.
—No puedes obligarme a escribir…
—¿Quieres a tu hija, Sara?
Su mirada transmitía decisión.
Yo no sabía si realmente era capaz de hacer daño a Ally, pero no quería averiguarlo.
—Lo haré, es sólo que…
Me hizo una señal con el arma.
—Entonces, andando.
—¿Podemos hablar un momento de…?
Me asió con fuerza del brazo y me apartó de la encimera. A continuación, apretándome la pistola contra la parte baja de la espalda, me obligó a subir por las escaleras. Con cada paso, mi mente trataba de idear un plan, pero lo único que podía pensar era: «Por favor, Ally, no te despiertes». Al llegar arriba, caminamos por el pasillo, pasando por delante de su habitación, el corazón latiéndome con tanta fuerza que me dolía en el pecho. Al entrar en mi dormitorio, las lágrimas empezaron a resbalarme por la cara.
—¿Dónde están tus pastillas, Sara?
—En el… en el baño.
Aquello estaba sucediendo de verdad, iba a morir.
—Abre el botiquín y saca las pastillas, pero nada más. —Me miré en el espejo. Tenía los ojos abiertos como platos, la cara pálida. Abrí el armario y saqué el bote—. Llena ese vaso de agua. —Billy señaló el vaso que había dejado en el lavabo antes—. Date prisa.
Abrí el grifo.
—Billy, por favor, no tienes que hacer esto.
—Tómatelas. —Su voz era más grave.
Vacié la botella en mi mano temblorosa y me quedé mirando los pequeños comprimidos blancos. El cristal estaba frío en la otra mano.
—Si no te las tragas, tendré que matarte con la pistola. Ally oirá el disparo y luego vendrá a…
Me metí las pastillas de golpe en la boca, atragantándome con el sabor amargo, como de yeso. Me acerqué el frío vaso de cristal a los labios y bebí un sorbo de agua, y luego otro a medida que las pastillas se me acumulaban en la garganta, el sabor amargo subiéndome por la parte posterior de la nariz.
—Ésas también.
Apuntó con la pistola a un pequeño frasco de Percocet que guardaba para las migrañas.
Cuando terminé, asintió con la cabeza y dijo:
—Ahora tenemos que revolver tu cama.
—Pero yo no…
—Estabas intentando dormir, pero estabas tan deprimida que decidiste poner punto final a todo para siempre.
Apuntándome aún a la espalda con el arma, tiró de la colcha hacia atrás.
—Ahora, desnúdate.
—Billy, sé que no quieres hacer esto.
Levantó la pistola y me apuntó.
—Tienes razón, no quiero. Pero de ninguna manera pienso ir a la puta cárcel.
Los libros decían que había que luchar, pero no decían qué hacer si la amenaza procedía de un policía. Y tampoco aconsejaban qué hacer si tu hija estaba en la habitación contigua. Me imaginé a Ally entrando a saltitos en la habitación para despertarme a la mañana siguiente, subiéndose a la cama junto a mi cuerpo frío.
Me quité el suéter por encima de la cabeza. Él me señaló los pantalones con el arma. Me bajé la cremallera, me los quité y los dejé tirados en el suelo.
Me quedé en bragas y sujetador delante de él. Billy miraba alrededor de la habitación, la cama, la puerta… Como si estuviera asegurándose de que la escena estuviese bien orquestada.
Se acercó hasta colocar su enorme cuerpo a escasos centímetros del mío.
—Quítate el sujetador.
Cuando el sostén cayó al suelo, crucé los brazos sobre mi pecho. Toda la parte superior de mi cuerpo estaba temblando.
—Baja los brazos.
—Billy, por favor, no…
—Si no lo haces, tendré que hacerlo yo mismo.
Dejé caer los brazos.
—Ahora quítate las bragas.
Las lágrimas me surcaban el rostro mientras me las bajaba. Contuve un sollozo.
—¿Vas a violarme? —Y pensé en Ally, en la habitación de al lado. No podía gritar, me hiciese lo que me hiciese, no podía chillar—. No tiene por qué ser así. Puedo acostarme contigo y…
—¡No voy a violarte! —Parecía sentirse insultado—. Yo no soy como tu padre. No necesito emplear la fuerza con las mujeres.
Me hervía la sangre, pero me contuve. «Cállate por Ally. Hazlo por Ally».
Me hizo señas para que abriese la cómoda.
—Ponte el pijama.
Saqué una de las camisetas de Evan, una que sabe que detesto, y un par de calzoncillos suyos, que nunca me pongo, con la esperanza de que reparara en esos detalles cuando me encontrasen muerta. Me los puse.
—Ahora vamos a buscar un papel para tu nota de suicidio.
Después de coger un bolígrafo y un bloc de papel de mi estudio, nos fuimos abajo. Una vez en la cocina, señaló una botella medio vacía de shiraz que había en la encimera.
—Bébetelo y siéntate a la mesa.
Me senté y lo miré fijamente.
—Bebe directamente de la botella.
Tomé un sorbo.
—Otra vez —ordenó.
Hice lo que me decía, sintiendo una arcada con el último trago. Derramé un poco en la camiseta. Pensé en la mezcla letal que ya circulaba por mis venas, preguntándome cuánto tardaría en pararme el corazón.
Billy paseó la mirada por la cocina y luego me miró de nuevo, volviendo a examinar la escena.
—Bien. Ahora empieza a escribir. Cuando las pastillas te hagan efecto, irás a tumbarte en el sofá.
—Ally me encontrará por la mañana y…
—Vendré a primera hora y encontraré tu cadáver antes de que se despierte. Y me aseguraré de que no esté en casa cuando llegue la policía.
—Prométeme que no vas a dejar que me vea.
—Te lo prometo.
Cuando cogí el bolígrafo, la mano me temblaba violentamente. Tenía que pensar en algo para ganar tiempo y poder urdir un plan. Pero aunque pudiera llegar hasta la alarma, ¿luego qué?
—Escribe la nota, Sara.
No me resultó difícil escribir una carta de despedida llena de tristeza. Les decía lo mucho que los quería a todos, cuánto lo sentía, cuánto iba a echarlos de menos, pero que aquello era lo único que podía hacer. Lloré todo el tiempo que estuve escribiéndola.
Quería apuñalar a Billy en el ojo con el bolígrafo, pero no se puede apuñalar a un hombre con un bolígrafo cuando te está apuntando con un arma. Ally iba a estar bien. Evan cuidaría de ella. Crecería odiándome, creyendo que la había abandonado, pero al menos crecería y se haría una mujer.
Una vez hube terminado, Billy dijo:
—Ahora, a esperar.
Con el miedo oprimiéndome la garganta, dije:
—No te vas a salir con la tuya.
—Nadie sospechará de mí, y tú lo sabes.
De repente, sonó el teléfono y los dos nos sobresaltamos. Miré hacia arriba, rezando por que Ally no se despertara.
—Esperemos que tenga el sueño profundo —dijo Billy mientras el teléfono sonaba por segunda vez.
Si lleva un buen rato durmiendo, normalmente no hay quien despierte a Ally, pero hacía poco que se había quedado dormida. Contuve la respiración mientras esperaba que me llamara de un momento a otro. Por suerte, no se oyó nada y el teléfono dejó de sonar; debía de haber saltado el contestador. Recordé haber visto el número de Melanie en la lista de llamadas antes, cuando llegué a casa. Creyendo que me había llamado para pegarme una de sus broncas, no le hice caso, pero en ese momento deseé poder llamarla y decirle que lo sentía un millón de veces. Me dolía el pecho del esfuerzo de reprimir el miedo y el llanto.
Habían pasado al menos quince minutos desde que me había tomado las pastillas. Ya no podía seguir conteniendo las lágrimas, que me resbalaban por el rostro. Iba a morir y no había podido darle un beso a mi hija. Apenas si me había despedido de Evan con un abrazo. No habíamos llegado a tener la oportunidad de casarnos. «Basta ya, Sara. Cálmate, así podrás pensar en cómo salir de ésta».
Si no dejaba de hablar, a lo mejor podría permanecer lo bastante alerta para al menos ganar algo de tiempo hasta que se me ocurriera algún plan.
—Puede que no sospechen de ti de inmediato, pero no se van a creer que me he suicidado. Mi familia, Evan, mi terapeuta… Todo el mundo sabe que yo nunca le haría eso a Ally… Además, voy a casarme. Hace sólo un rato estaba hablando con una de mis hermanas sobre mi despedida de soltera. ¿Por qué iba yo a…?
—Hay una nota de suicidio escrita de tu puño y letra. Sí, lo creerán.
Sin embargo, un parpadeo asomó a sus ojos.
—En el registro de llamadas aparecerá que tú y yo hablamos esta noche: tú serás la última persona que me vio con vida. Tus huellas están por todos los platos.
—Vine a hablar contigo porque estabas un poco deprimida. —Se encogió de hombros—. No se me pasó por la cabeza que estuvieras pensando en el suicidio.
—Pero eres un profesional, deberías haberte dado cuenta. Abrirán una investigación, Billy.
—Ya lo solucionaré. Esto va a funcionar.
Estaba demasiado tranquilo. Nada lo alteraba.
El pánico volvió a apoderarse de mí, paralizando todos mis pensamientos, salvo el de que se me acababa el tiempo. Iba a morir.
Me quedé mirando a Billy. Todo empezó a hacerse confuso y distante, a ralentizarse, como si estuviera moviéndome bajo el agua. Oí un rugido en los oídos y me pregunté si no estaría a punto de desmayarme. Entonces Billy cambió de postura y mis ojos se posaron en sus tatuajes.
«La debilidad nace de la preparación contra el ataque. La fuerza nace de obligar al adversario a prepararse contra un ataque».
Ya lo tenía. Había encontrado mi estrategia. Tenía que pasar al ataque. El miedo me abandonó al tiempo que se me despejaba la mente.
—¿Igual de bien que funcionó tu plan para atrapar a John?
Entrecerró los ojos.
—Funcionó.
—No llegaste a atraparlo: yo lo maté. Tuve que hacer el trabajo por ti.
Apretó el arma con firmeza. Recordé la conversación que habíamos tenido sobre su mal genio, cuando era más joven. Se había entrenado para canalizarlo y contenerlo, pero eso no significaba que no lo tuviese dentro. ¿Qué era lo que había dicho sobre el kickboxing? «El adversario que pierde la calma pierde la coordinación». Tal vez si lo provocaba, bajaría la guardia y yo podría abalanzarme sobre el teléfono o la alarma.
—El arte de la guerra no sirve de nada. Sólo es una sarta de gilipolleces.
—Este caso demuestra que sí sirve.
Pronunció las palabras con convicción, pero percibí un ligero rubor en su cuello. Había tocado un nervio.
—Nadie se va a tomar en serio ese estúpido libro que estás escribiendo, y mucho menos el cuerpo de policía. Ni siquiera Sandy te escucha.
El rubor, cada vez más intenso, le empezaba a subir por el cuello.
—Ya lo hará. Cuando lo lea y vea cómo ayudó en el caso.
—Pero vas a omitir la parte en que disparaste a Evan, ¿verdad? Por eso me vas a matar, porque si se supiera la verdad, todo el mundo sabría que eres un mentiroso, que todas esas estrategias tuyas y tus planes son una auténtica mierda. Violaste la ley.
—Funciona. Sólo necesitaba un caso importante para demostrarlo. Y lo hice.
—No, Billy, la cagaste. Me dijiste que tenía que ser paciente, pero tú decidiste tomar las riendas del asunto. Y por eso una agente, tu compañera, resultó herida. Hiciste que se precipitaran las cosas y pusiste nervioso a John.
—Había que parar a John. Gracias a mis actos, no volverá a matar a una mujer nunca más.
—Pero si me matas, tú también eres un asesino y…
—Ya te lo he dicho, no pienso ir a la cárcel. No por salvar vidas.
—Lo de salvar vidas o detener a un asesino te traía sin cuidado. Todo lo que has hecho este tiempo lo has hecho por ti. —Su mirada seguía siendo turbia, pero había conseguido serenarse. Yo estaba empezando a sentirme mareada y soñolienta. Tenía que intentarlo de nuevo—. No te importa ninguna de sus víctimas.
—Tú no sabes nada de mí.
—Sé que el cuerpo de policía se va a reír mucho cuando se enteren de lo que has hecho. No es la primera vez que metes la pata. ¿Recuerdas la anciana a la que dispararon porque entraste sin una orden en la casa de ese violador?
Se puso en pie.
—Maldita zorra estúpida. No…
—No podías controlar el caso y no podías controlarme a mí. Infringiste la ley para conseguir que el caso se adaptara a las estrategias, y no al revés.
—Yo que tú, me callaría ahora mismo.
Una vena empezó a latirle en la frente al tiempo que daba un paso hacia mí.
Los dos oímos al mismo tiempo el crujido de los neumáticos en la gravilla, fuera.
—No te muevas —dijo Billy—. Mierda, es tu hermana. Como digas una sola palabra, le vuelo los sesos.
«Oh, Dios, Lauren…».
Quería gritar y avisarla, pero Ally estaba en la casa y ya era demasiado tarde. Billy ya estaba abriendo la puerta.
—Hola, Melanie. Tu hermana está en la cocina.
¿Melanie? ¿Por qué había venido?
Entró y me vio sentada a la mesa.
—Hola, me he dejado el móvil aquí. Intenté llamarte…
Me vio la cara y se volvió hacia Billy. Él le apuntaba con la pistola a la cabeza. Al verla dar un respingo y retroceder un paso, el sollozo que había estado conteniendo hasta entonces me estalló en la garganta.
Billy se adelantó sin dejar de apuntarla con la pistola.
—Siéntate con tu hermana. —Se volvió y me miró, luego miró hacia la puerta corredera—. Ni se te ocurra. Sara ya sabe lo que le pasará a Ally si alguien comete una estupidez.
Melanie me miró a los ojos. Asentí.
—Siéntate, Melanie —dijo Billy.
Ella puso una silla a mi lado.
—Pon las manos encima de la mesa, Melanie, donde yo pueda verlas.
Hizo lo que le decía, despacio.
—Sara estaba a punto de suicidarse. Ya se ha tomado las pastillas.
Melanie me miró a la cara de inmediato. Mis ojos le confirmaron que era cierto.
Se volvió hacia Billy.
—No puedes hacer que las dos nos suicid…
—Cállate. Sólo tengo que modificar mi plan.
Empezó a pasearse arriba y abajo. Melanie intentó ponerse en pie. Billy le dio una bofetada en la cara con el dorso de la mano.
Volvió a desplomarse en la silla con un grito.
—¿Quieres despertar a Ally? —dijo.
—Tiene razón, Billy. ¿Cómo vas a explicar dos muertes?
Me apuntó con la pistola.
—Te he dicho que te calles. —Siguió paseándose. Entonces se detuvo y se dio media vuelta—. John tenía una gran cantidad de fans incondicionales, todos groupies de los asesinatos: están enfadados contigo por haberlo matado. Uno de ellos decidió vengarse. —Asintió con la cabeza—. Sí, puedo hacer que eso funcione.
Billy se acercó al soporte de madera para cuchillos, cogió el más grande y lo sopesó en la mano, como si estuviera comprobando el peso. Rasgó el aire con él, una, dos veces.
—O puedo ayudarte yo —propuso Melanie. Di un respingo, pero ella no me miró, sino que continuó hablando—: El suicidio es más creíble, ya hay fármacos en la sangre de Sara. No tenemos que hacerle daño a la niña. Pero sería mejor para ti si soy yo la que encuentra el cadáver. Podría tratar de reanimarla, pero… —Se encogió de hombros.
—¿Crees que voy a caer en esa trampa?
Pero su voz sonaba tensa. Sabía que ella tenía razón.
—Odio a Sara. —Melanie escupió las palabras—. Siempre la he odiado. Ni siquiera es mi verdadera hermana. Si muere, estaré en deuda contigo el resto de mi vida. —Se dejó caer de rodillas frente a la silla. Sobresaltado, Billy dio un paso atrás, apuntándola a la cara con la pistola, pero ella avanzó a rastras sobre las rodillas—. Incluso le diré a la policía que hoy la vi y estaba muy deprimida.
Por el lado, vi un destello en los ojos de Melanie. Quise decir algo, cualquier cosa, pero tenía la lengua espesa y la visión un poco borrosa. Sin duda, las pastillas estaban surtiendo efecto.
Melanie estaba delante de Billy. Él no se movió.
—Yo soy tu mejor baza para salir de ésta —dijo.
La expresión de Billy era intensa, la frente cubierta de una fina capa de sudor.
Con las manos a los costados, Melanie se incorporó, aún de rodillas, de forma que su boca quedaba justo a la altura de la entrepierna de Billy. Él bajó la mirada, petrificado.
—Haré todo lo que tú quieras, Billy. Lo que tú quieras.
Encontré mi voz al fin.
—No importa lo que ella diga: nunca te saldrás con la tuya. Y cuando tu padre se entere, él…
Billy miró hacia arriba.
—Maldita zorra…
Melanie le clavó la frente en la entrepierna con todas sus fuerzas. Billy dejó escapar un alarido y se tambaleó hacia atrás. El cuchillo se le cayó de las manos y se deslizó por el suelo hasta detenerse a mi izquierda. Me abalancé hacia él, pero mi cuerpo tardó en responder y caí al suelo con un golpe sordo.
Melanie y Billy estaban forcejeando por la pistola. Él la agarró del pelo y le estampó la cabeza contra la nevera. Cogí el cuchillo, pero mis dedos sólo atraparon el aire. Miré a mi izquierda y vi a Billy arrojarse al suelo por el arma, pero Melanie logró apartarla a tiempo de una patada.
Él le dio un puñetazo. Melanie cayó al suelo y no se levantó. Ahora iba por mí. Tenía la visión borrosa, pero vi la pistola en su mano. Palpé el suelo a tientas frenéticamente. Justo cuando cerraba los dedos en torno a la empuñadura del cuchillo, me agarró los pies con las manos y me sacó de debajo de la mesa. Traté de sujetarme a la pata de la mesa con una mano, pero él tiró con más fuerza. Entonces oí una vocecita.
—¿Mami?
Billy me soltó la pierna y se incorporó. Le clavé el cuchillo en el muslo. Él gritó y se lo cogió con las manos. Yo todavía seguía agarrando la empuñadura cuando él echó el cuerpo hacia atrás y me quedé con el cuchillo.
—¡Mami!
La sangre de la pierna de Billy le teñía la parte delantera de los vaqueros. Cayó de rodillas en el suelo. Yo cada vez lo veía todo más borroso.
Ally seguía gritando. Billy se arrastró hacia la pistola, que había ido a parar junto a la puerta corredera. Alce se estaba volviendo loco al otro lado del cristal.
Con el cuchillo en la mano, fui detrás de Billy, pero sentía cómo iba tambaleándome. Enfoqué la mirada borrosa en su espalda mientras él estiraba el cuerpo para alcanzar la pistola. Cuando estaba justo detrás de él, levanté la mano con el cuchillo. Me vio en el reflejo de la puerta de cristal y dio una patada hacia atrás, que me impactó en la barbilla y me estrelló contra los armarios. Ally gritó y corrió hacia mí.
—¡Quédate ahí! —grité.
Billy se volvió, su cara hecha una máscara de furia roja, y me apuntó con el arma. Hice uso de la última pizca de la fuerza que me quedaba para apuntalarme sobre los codos y darle una patada con el talón en la herida del muslo. Gritó y lo pateé de nuevo, y entonces logré darle en la mano y hacer que la pistola saliera despedida por los aires a través de la cocina.
Fue a parar a los pies de Ally. La niña se había tapado los oídos con las manos y no dejaba de gritar. Billy y yo nos lanzamos desesperadamente por el arma. Me encaramé como pude a su espalda y traté de rodearle el cuello con los brazos. Él logró ponerse en pie conmigo a cuestas y rugió mientras se tambaleaba hacia atrás.
Chocamos contra la puerta de cristal con un golpe que me dejó sin aliento. Él dio un paso hacia delante, me resbalé de su espalda y caí de bruces sobre el duro suelo, jadeando. La boca se me llenó con el sabor metálico de la sangre. Billy se volvió y empezó a patearme. En el pecho, en las piernas, en la cabeza… Acorralada contra el cristal, no podía moverme. Detrás de mí, Alce ladraba como un poseso.
Se oyó la voz de Melanie.
—Deja a mi hermana en paz, pedazo de cabrón.
El potente sonido de un disparo. Las imágenes eran borrosas, pero acerté a ver la expresión de asombro en el rostro de Billy y un redondel de sangre aflorando en la parte delantera de su camisa. Se oyó otro disparo y él cayó encima de mí.
Todo se volvió oscuro. Noté unas manos sobre mi brazo y luego alguien que tiraba de mí con fuerza. Después, me metieron un dedo en la garganta.
—¡Sara, vomita!
Rechacé la invasión del dedo, pero éste se hincó más profundamente.
Volví a oír la voz de Melanie.
—¡Ally, llama a urgencias!
Espero por su bien que nunca tengan que hacerle un lavado de estómago, Nadine. No es un espectáculo agradable, como tampoco pasar dos días ingresada en el hospital. Es increíble el ruido que hay ahí dentro a veces, especialmente por la noche. Aunque no es que pudiera dormir, igualmente. El hecho de que John cargara con la culpa de la agresión que sufrió usted y el intento de asesinato de Evan aún me pesa sobre la conciencia. Debió de sospechar que era alguien del cuerpo de policía, pero es difícil saber qué era lo que le pasaba por la cabeza. A veces me pregunto por qué no me dijo que no había sido él, aunque de todos modos no le habría creído. Y seguramente lo sabía.
También debía de saber desde el principio que estaba colaborando con la policía, y me proponía los encuentros para ponerme a prueba. Pero no entiendo por qué seguía llamando. Tenía que saber que se la estaba jugando con cada llamada. ¿Tan seguro estaba de que no lo atraparían o tenía tantas ganas de establecer una conexión conmigo que estaba dispuesto a correr ese riesgo? Yo lo había traicionado, una y otra vez, pero aun así trató de protegerme. Si antes ya me sentía culpable por haberlo matado, ahora arrastro toneladas de culpa. Entiendo su teoría de que tal vez me esté centrando en la idea de que mi padre quiso rescatarme como un medio de reconciliarme con el hecho de que fuera un asesino en serie. Pero es todo lo contrario: saber que no todo en él era maldad es mucho más difícil que pensar que era el diablo.
No dejo de pensar en mi último día con John, mi único día con él, en lo mucho que se esforzaba por complacerme. Y cuando lo ataqué en el río… Me pregunto qué habría estado tratando de decirme. Nunca lo sabré. Hay muchas cosas sobre este caso que nunca llegaremos a saber, y eso es lo que más me cuesta de aceptar. Aceptar las cosas tal como son no se me da precisamente bien, pero es lo que voy a tener que hacer si quiero encontrar la paz algún día.
La policía nos puso las cosas un poco difíciles la primera vez que nos tomó declaración, pero en cuanto encontraron el Remington del calibre 223 en el apartamento de Billy y descubrieron que faltaba una bala de una caja de pruebas, cambiaron de actitud. Sandy fue a verme al hospital. Resulta que fue Billy quien convenció a Julia para que hablase conmigo y me convenciese para verme con John. Había ido informándola sobre el caso desde el principio, como parte de su estrategia para acojonarla y que así reaccionara y me presionara a mí. Sandy sólo habló con ella un par de veces. Resulta que Julia me dijo la verdad, después de todo.
Sandy se disculpó por estar tan obsesionada con el caso y admitió que se había pasado de la raya conmigo. Pero eso formaba parte de un plan. Cuando se hizo evidente que Sandy y yo no hacíamos buenas migas, Billy le sugirió que ella interpretase el papel de poli malo y él el de poli bueno. Todavía se siente culpable por dejar que John se llevase a Ally, y le avergüenza que no supiera nada de lo que tramaba su compañero. Al decirle que sabía que lo había hecho lo mejor posible, juro que vi lágrimas en sus ojos. Ahora la miro de manera diferente, o a lo mejor es que tal vez ahora la veo al fin.
Durante el registro en casa de Billy encontraron algunos libros sobre El arte de la guerra y otros clásicos chinos. En su disco duro hallaron un borrador de su propio libro, titulado El arte de la labor policial. Había utilizado varios casos famosos como ejemplos, pero la mayoría de las estrategias se aplicaban a su «caso más importante», la caza del Asesino del Camping. También tenía cuadernos sobre John y copias de todos los archivos.
El registro del historial del navegador de Billy ayudó a resolver otro misterio: encontraron todos los sitios web donde había publicado un enlace al artículo original donde se informaba de que el Asesino del Camping era mi padre. Se aseguró de que se extendiera como la pólvora por todo internet, obviamente con la intención de que John saliera a la luz. Gracias a investigaciones posteriores de la policía, se descubrió que incluso había llegado a publicar el artículo en algunos foros sobre dónde acampar en la zona de la Columbia Británica, bajo el seudónimo de El Caballero Oscuro. Lo peor es que publicó el vínculo a mi directorio comercial, que es probablemente de donde John sacó mi número de móvil.
Ya en casa, después de salir del hospital, me leí El arte de la guerra de cabo a rabo, tratando de dar sentido a las acciones de Billy. Sin embargo, al final sólo me quedé con la sensación de que había interpretado cada cita para sus propios objetivos. Hay unas líneas que, básicamente, resumían su relación de amistad conmigo: «Da las órdenes con cortesía, reúnelos con disciplina marcial y te ganarás la confianza de tus soldados». Ahora me doy cuenta de hasta qué punto Billy me había estado manipulando todo el tiempo: levantándome el ánimo, llevándome comida, preparándome para la siguiente «batalla»… incluso haciendo desaparecer a Alce para poder ayudarme a encontrarlo.
Lo primero que dijo mi padre fue: «Ya sabía yo que había algo raro en ese tipo. No vestía como un policía». Enseguida salté diciendo que porque Billy vistiese bien, eso no significaba nada, pero entonces me di cuenta de que estaba a la defensiva porque Billy me gustaba. Ésa es la parte más difícil, que me gustaba. Pero a lo mejor tiene usted razón y no era tanto Billy quien me gustaba como lo que me estaba enseñando. Sé que sólo necesitaba que estuviese tranquila para poder utilizarme. Pero lo cierto es que me ayudaba. Incluso ahora, en momentos de mucho estrés o cuando me vence el pánico, pienso: «Respira, serénate, sólo céntrate en tu estrategia».
Si algo he aprendido de toda esta pesadilla, es que a pesar de que el noventa y cinco por ciento del tiempo estaba aterrorizada, supe desenvolverme y afrontar en cada momento todo lo que me iba sucediendo. Ahora sólo tengo que recordar que tengo que seguir adelante, sin desviarme, cuando las cosas me salen torcidas. Dudo que alguna vez me enfrente con serenidad a una situación de crisis; simplemente, yo no soy así, pero tal vez deje de ponerme histérica por ponerme histérica.
La policía no sabe todavía quién le atacó. Billy pudo haberse escabullido de casa aquella noche, incluso le di el código de la alarma después de que me animara a tomarme el ansiolítico. Pero se habría jactado de ello. Sandy sigue creyendo que fue John, pero yo no creo que fuese él tampoco. No se preocupe, no pienso llegar al fondo de eso esta vez. Cuando le dije esto mismo a Evan, se rió y comentó: «Y ahora quieres que me lo crea», pero juro que esta vez voy a dejarlo en manos de la policía.
Evan se siente como un idiota integral por no haberme hecho caso con lo del rifle, pero también está muy orgulloso de sí mismo por no confiar en Billy. Le ha estado sacando mucho partido a eso, pero en general está siendo un cielo conmigo. Me asusté con todas esas peleas que tuvimos, pero al final eso me ha hecho darme cuenta de que podemos tener nuestras diferencias y, pese a eso, seguir estando hechos el uno para el otro. Si hemos conseguido sobrevivir a dos asesinos, nuestro matrimonio va a ser uno a prueba de bombas.
Llevó a Ally a verme al hospital. La primera vez la pobre estaba deshecha —no hay nada más impactante que ver a tu madre con un montón de tubos saliéndole del cuerpo—, pero uno de los médicos se lo explicó todo y se calmó. Le encantaba ir a verme después de eso porque yo le daba todos mis postres.
Durmió en nuestra cama las dos noches que estuve en el hospital; Evan decía que no dejaba de despertarse gritando. La hemos estado llevando a ver a ese psicólogo y está mejorando, pero todavía está un poco frágil. También le ha dado por montar unos berrinches de órdago, así que eso es algo en lo que tenemos que trabajar, pero en este último mes la han secuestrado, ha visto cómo pegaban a su madre y a su tía, y ha sido testigo de cómo un hombre moría de un disparo. Eso tiene que salirle de algún modo.
Melanie vino a verme el primer día que estuve en el hospital. Estaba durmiendo, pero cuando abrí los ojos, la vi sentada en la silla a mi lado, hojeando una revista.
Evan me dijo que había sufrido una conmoción cerebral leve, así que no me sorprendió verle un vendaje en la frente, pero el ojo morado sí fue un shock.
Me aclaré la garganta, que seguía hinchada por el tubo que me habían metido los médicos.
—Menudos ojazos…
Me sonrió.
—Más morados que los tuyos.
Le devolví la sonrisa.
—Me gusta el morado, resalta el verde de mis ojos.
Nos reímos, pero luego gemí de dolor.
—Para, eso duele…
Nos miramos a los ojos y nuestro episodio con Billy se materializó en ese instante. Ella cambió de postura en la silla.
—Las cosas que dije… —Se aclaró la garganta—. No las decía de verdad.
—Sí, ya lo sé. Pero sí es verdad que nuestra relación es una mierda.
Un destello de ira asomó a sus ojos, pero yo levanté la mano.
—Yo soy una exagerada y tengo mal genio. —Respiré profundamente, lo que me hizo toser y me provocó un dolor insoportable. Melanie me dio agua y bebí un sorbo; luego continué—: Y tienes razón, a veces te juzgo. Pero es sólo porque siento celos de cómo te trata papá.
—Bueno, pues no los sientas, porque le da vergüenza que haya resultado ser una gran decepción. Siempre está hablando de lo bien que te van las cosas, estableciéndote por tu cuenta. De lo bien que lo has hecho. Y odia a mi novio.
Nunca lo había visto desde su punto de vista antes, nunca me había dado cuenta de lo mucho que ella también necesitaba la aprobación de papá.
—No eres ninguna decepción. Pero sí es verdad que odia a Kyle.
Se rió.
—No ayuda mucho que piense que Evan es perfecto. Ya sé que Kyle es diferente, pero es divertido y me hace sentirme bien. Nunca has hecho el esfuerzo de conocerlo mejor.
—Tienes razón. Pero lo haré, ¿de acuerdo?
—Bien. —Sonrió—. Aunque no nos veo saliendo a cenar las dos parejas, la verdad.
Me reí, luego me llevé la mano al costado y apreté los dientes. Cuando el dolor remitió, le dije:
—Probablemente tengas razón, pero nunca se sabe. —Le toqué la mano—. Oye, ¿sabes qué? Cuando eras muy pequeña me colé en tu habitación una noche. Pensé que si te regalaba a alguien, papá me querría. Pero me quedé en tu habitación horas y horas viéndote dormir.
—¿Pensabas regalarme?
Sonreí al ver la expresión en su rostro.
—El caso es que decidí quedarme contigo. Gracias a Dios… o ahora mismo estaría muerta.
Ella se rió. Luego apoyó la frente en la cama del hospital y se echó a llorar.
—Oh, Sara, creí que habías muerto… Te desmayaste y no podía hacer que recobraras el conocimiento. Lo único que pensaba era que te ibas a morir creyendo que te odiaba.
Le acaricié el pelo suavemente.
—Ya sé que no me odias. Y yo tampoco te odio, ni siquiera cuando me cabreas. Lauren dice que tú y yo somos muy parecidas y que por eso nos peleamos tanto.
Melanie levantó la cabeza de golpe.
—No nos parecemos en nada.
—Eso mismo le dije yo.
Nos miramos.
—Oh, mierda… —exclamó.
Cuando Lauren me llevó algo de ropa de mi casa, le conté mi conversación con Melanie.
—Creo que vamos a llevarnos bien. Estoy segura de que seguiremos peleándonos, pero ahora al menos hablamos las cosas. Todavía me pregunto cómo supo John todo aquello sobre Ally, pero nunca llegué a creer que Melanie tuviera algo que ver con eso. Ahora estoy segura.
Lauren dio media vuelta y se puso a deshacer la maleta.
—Evan debería comprarte alguna infusión para cuando vuelvas a casa.
—¿Lauren?
Siguió deshaciendo la maleta.
—La menta te irá bien para el estómago. Y que te compre unas hierbas en la tienda de productos naturales, te ayudarán con las toxinas.
—Lauren, ¿puedes mirarme un momento?
Se volvió con un par de pantalones en la mano. Escudriñé su rostro sonriente y sus ojos demasiado brillantes. Sentí un nudo en el estómago.
—¿Tú sabes algo? —Todavía tenía la voz ronca por el tubo.
—¿De qué?
La cara de Lauren no estaba hecha para la mentira.
—¿Qué hiciste, Lauren?
Se quedó inmóvil durante unos instantes antes de desplomarse en la silla junto a mi cama.
—No sabía que era él.
—¡¿Qué pasó?!
Frunció la boca.
—Llamó un hombre que se identificó como periodista, dijo que estaba escribiendo un reportaje sobre los gustos y los intereses de los niños de ahora. Dijo que le había dado mi nombre una madre a la que yo conocía, Sheila Watson, una vecina, así que le hablé de los chicos. Luego me preguntó si tenían parientes, y cuando le contesté que una prima, quiso saber qué le gustaba. Yo se lo dije, pero cuando siguió haciéndome más preguntas sobre Ally, le pregunté su nombre otra vez y me colgó. Se lo conté a Greg y me dijo que era mejor no decir nada, que sólo conseguiríamos asustarte.
Por primera vez en toda mi vida, me dieron ganas de pegar a Lauren.
—No me puedo creer que no me lo dijeras. ¡Sobre todo después de que dispararan a Evan!
—No sabía con seguridad si era el Asesino…
—Sí, claro. —Tenía la cara ardiendo—. No querías decir nada porque sabías que me iba a poner hecha una furia. ¡Él sabía cómo llegar a Ally!
Lauren se mordió el labio.
—Greg dijo que lo habría hecho de todos modos. Me sentí fatal por haberle hablado de Ally, pero es que… parecía tan agradable…
Las dos nos callamos mientras la miraba a la cara enrojecida.
A continuación, otra pieza encajó en su lugar.
—¿Le dijiste a alguien que el Asesino del Camping era mi padre? ¿Fue así como se filtró en internet?
Ahora su rostro era de color escarlata.
—Greg… A veces habla demasiado cuando bebe más de la cuenta. No sabía que uno de los chicos del campamento estaba saliendo con una reportera de esa web, si lo hubiera sabido…
—¿Se lo dijiste, a pesar de que te pedí expresamente que no se lo dijeras a nadie, ni siquiera a Greg? ¿Tú empezaste todo esto? —Estaba sujetando una revista con tanta fuerza que el borde me estaba haciendo un corte en la mano. Entonces caí en algo más—. ¡Espera un momento! Greg cuenta chistes malos cuando está borracho, pero no va por ahí soltando chismes. Sabía que esto podía arruinarme la vida. ¿Por qué iba a soltar una cosa así?
Las mejillas de Lauren se sonrojaron de nuevo.
La miré fijamente, pero ella rehuyó mi mirada.
—¿Lo hizo… a propósito?
Lauren seguía sin mirarme, y su expresión era de desesperación, como si quisiera decir algo, pero no podía. Yo no creía que aquello fuera la metedura de pata de un borracho. ¿Acaso Greg estaba enfadado conmigo porque pensaba que Lauren me había hablado de sus problemas con la bebida? No, no era eso, era demasiado leal y él lo sabía. Tenía que haber alguna otra razón u otra persona…
Poco a poco fui viendo la luz.
—¿Estaba intentando avergonzar a papá?
Entonces Lauren me miró a los ojos y en ese momento yo obtuve mi respuesta.
—¿Fue por eso?
No estaba segura de qué me dolía más: que Greg me hubiera arrojado a los leones para vengarse de papá o que supiese que yo era la forma de conseguirlo.
—Eso creo. —Su tono era de resignación—. Él jura que no sabía lo de la reportera. Pero se enfadó tanto cuando papá ascendió al otro capataz…
—¿Y tú estabas ahí sentada, oyendo a papá hacérmelas pasar canutas, cuando resulta que fue tu marido quien lo filtró?
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Lo siento mucho.
—Joder, claro que lo sientes mucho…
Estaba respirando agitadamente, razón por la cual sentía unos dolores agudos en las costillas, pero estaba demasiado cabreada para que me importara.
—Intenté decírtelo, pero me preocupaba que Greg perdiese su trabajo y papá se enfureciese y…
—¿Te tratase como a una mierda?
—Él es el único padre que tengo.
—Él es el único padre que tengo yo también, Lauren.
Lauren miró la colcha de mi cama y una expresión de tristeza le ensombreció el rostro.
—Ya sé que para ti las cosas fueron distintas —dijo—. No es justo cómo te trata.
Me quedé en silencio, todas mis palabras furiosas se me murieron en la garganta.
—Perdona. Nunca di la cara por ti cuando éramos pequeñas. Ninguna de nosotras lo hizo.
Ahora era yo la que lloraba.
—Sólo eras una niña.
—Pero ahora no lo soy. —Respiró profundamente—. Se lo diré a papá.
—Despedirá a Greg.
—Estoy harta de esconderme. Tengo que hacer algunos cambios en mi vida. Tú eres más importante: eres mi hermana. —Me miró a los ojos—. Sólo quiero que seas feliz.
—Soy feliz.
Y entonces me di cuenta de que lo era. Tenía todo lo que necesitaba.
La última visita que recibí en el hospital fue de la última persona a la que esperaba ver allí. Mientras hacía zapping por los canales de televisión, alguien llamó tímidamente a la puerta. Levanté la vista, pensando que era una de las enfermeras, y vi a Julia allí de pie. Estaba muy elegante con un traje de lino blanco. También parecía muy incómoda.
—¿Puedo entrar?
Tardé unos segundos en recuperar la voz.
—Claro, por supuesto. —Apagué el televisor—. Siéntate.
Señalé con la cabeza la silla que había junto a la cama, pero ella se dirigió a la ventana. Se puso a toquetear una de las flores del jarrón, arrancándole un pétalo y enrollándolo entre los dedos. Al final, se volvió y dijo:
—No he hablado contigo desde que lo mataste…
Su voz se extinguió y luché contra el impulso de llenar el silencio. «¿Por qué estás aquí? ¿Te alegras de que esté muerto? ¿Aún me odias?».
—Quería darte las gracias —dijo—. Ahora puedo dormir. —Antes de que yo pudiera responderle, me miró a los ojos—. Katharine se ha ido.
Sin saber muy bien por qué me confiaba aquello, dije:
—Lo siento.
Su expresión se volvió taciturna.
—Era fácil echarle la culpa a él de todo lo que no funcionaba en mi vida.
—Lo que hizo fue…
—Ahora él ya no está. Y ahora veo… cosas que he hecho, lo que le hacía a la gente que me rodeaba. Cómo los aparté de mí… —Clavó la mirada en la foto que tenía en la mesita de noche—. ¿Ésta es tu hija?
—Es Ally, sí.
—Es muy guapa.
—Gracias.
Seguía mirando la foto cuando mi madre entró en la habitación con el café que había pedido unos minutos antes. Al ver a Julia, se sobresaltó.
—Oh, lo siento. Ya volveré luego.
—No pasa nada, mamá. Por favor, quédate.
Julia se ruborizó y se aferró a su bolso.
—Tengo que irme.
—Espera un segundo. Por favor —le dije. Ella se puso rígida—. Julia, me gustaría presentarte a mi madre, Carolyn.
Mamá desplazó la mirada de Julia a mí y se le iluminó el rostro. Le lancé una sonrisa, diciéndole con los ojos todo cuanto le quería decir. Ella me devolvió la sonrisa.
Se volvió hacia Julia y extendió la mano. Yo contuve la respiración. Julia extendió la suya. Mamá la estrechó un momento con ambas manos.
—Gracias por dárnosla —dijo.
Julia pestañeó un par de veces, pero contestó:
—Debe de estar orgullosa. Es una mujer valiente.
—Estamos muy orgullosos de Sara.
Mamá sonrió y se me hizo un nudo en la garganta.
—Tengo que irme —repitió Julia de nuevo. Se volvió hacia mí—. Todavía conservo las herramientas de carpintero de mi padre. Cuando estés mejor, puedes venir a echarles un vistazo si quieres. Puede que haya algo que quieras.
—Claro. Sería estupendo.
Me quedé tan sorprendida por el ofrecimiento como por el hecho de que tal vez no hubiese heredado mi lado creativo de John después de todo.
Ella asintió con la cabeza y salió rápidamente de la habitación.
Mamá me miró.
—Parece simpática —comentó.
Levanté una ceja.
—¿En serio?
—Tal vez se muestre un poco arisca, pero me recuerda a tu padre.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Los dos se enfadan mucho cuando están asustados. —Se acomodó en la silla junto a mi cama—. ¿Sabes que tu padre se quedó a tu lado toda la noche mientras dormías? —Sonrió y luego volvió a mirar a la puerta por la que Julia acababa de salir—. Tienes sus manos.
Ayer estaba preparándole el desayuno a Ally y mientras le servía las tortitas con arándanos y nata montada —últimamente la he estado mimando todo lo posible—, me moví demasiado rápido. Ally me vio hacer una mueca de dolor.
—Pobre mami. ¿Qué te pone contenta cuando estás enferma?
—Tú me pones contenta.
Puso cara de impaciencia.
—Es un chiste, mami.
Empezó a palpitarme el corazón.
—¿Qué te pone contenta cuando estás enferma? —repitió con voz cantarina.
Le seguí la corriente.
—¿Los pepinillos en vinagre?
—¡Una caja de pompones!
Se desternillaba de la risa.
—¿Dónde has oído ese chiste?
—No lo sé. —Encogió los hombros diminutos—. Me gustan los chistes.
Sonrió con su sonrisa desdentada y me dieron ganas de decirle que esos chistes eran una tontería. Quería coger cualquier pedazo de John que pudiera haber en ella y arrancárselo de cuajo. Sin embargo, mientras la veía morder un enorme bocado de su tortita, con el rostro todavía iluminado por la risa, pensé en un padre que no dejaba que su hijo le contara chistes.
—A mí también me gustan, Ally.