Desde que John la agredió, he pasado un infierno. Debería ser usted la que está aterrorizada, y estoy segura de que así es, pero yo me siento como si estuviera perdiendo la poca cordura que me queda. Me despierto envuelta en un manto de ansiedad y me voy a la cama otra vez con él. Me duelen todos los músculos del cuerpo. Me doy masajes en las pantorrillas para liberar la tensión, pero no funciona, así que me tomo relajantes musculares y baños calientes. Entonces me vuelvo a la cama tambaleándome y medio grogui. Me hago un ovillo y empiezo a mecerme con una nana de palabras tranquilizadoras, diciéndome que todo ha terminado. Pero todavía me despierto con las uñas clavadas en las piernas.
Cuando la enfermera me pasó el teléfono, pensé que tal vez fueran papá o Lauren, que no me habían encontrado en el móvil, pero al contestar, John me habló a bocajarro.
—Tenemos que vernos hoy.
Tiré del cable hasta donde pude y me alejé del mostrador.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Tenemos que vernos he dicho.
Miré por encima del hombro, preguntándome si me oirían las enfermeras, pero una se había ido y la otra estaba escribiendo algo en un panel al fondo del pasillo.
—No puedo dejarlo todo y salir corriendo a verte porque tú quieras. Tengo que pensar…
—¡No hay tiempo!
—Pues sí tuviste tiempo para agredir a mi psiquiatra. —La ira hacía que me temblase la voz—. ¿Crees que haciéndole daño a mis seres queridos vas a conseguir que te quiera?
Silencio sepulcral al otro lado del hilo.
Miré pasillo abajo. El agente que había sentado ante la puerta de la habitación de Evan hojeaba una revista, completamente ajeno al hecho de que estaba hablando con el hombre del que se suponía que debía protegerme.
John seguía sin decir nada, así que le espeté:
—Tienes que parar esto.
—Tú tienes que ayudarme. Eres la única que puede hacerlo, Sara.
Por su voz, parecía desesperado. Aunque no podía estarlo tanto como yo. ¿Qué debía hacer? ¿Era sólo una trampa? Pero ¿y si no lo era?
No importaba. Ya sabía lo que iba a hacer. Cerré los ojos.
—Te veré, ¿de acuerdo? Y hablaremos de eso. Pero no podré inmediatamente.
—Ally también tiene que venir.
Una sacudida me recorrió todo el cuerpo, como si acabaran de golpearme, y sujeté el teléfono con fuerza.
—Ya te dije que eso es imposible.
—Tiene que venir. Tú y Ally tenéis que veniros a vivir conmigo.
—Vivir con… ¡No podemos vivir contigo! Eso no es posible.
—Tenéis que hacerlo. —Hablaba con voz frenética—. Si venís, no volveré a hacerle daño a nadie nunca más. Lo dejaré para siempre. Pero si no lo hacéis… Mataré a esa terapeuta tuya, y también me cargaré a Evan. Siento que tenga que ser así, pero es una emergencia.
—John, por favor, no hagas nada…
—No haré nada si venís. Estarán a salvo.
La cabeza me daba vueltas sin cesar.
«Piensa, Sara. Piensa…».
—Podemos vernos, ¿de acuerdo? Podemos vernos y hablar de ello.
—No, eso no basta. Tú y Ally tenéis que venir conmigo o me los cargo.
—Vale, vale. Pero tienes que darme un poco de tiempo para elaborar un plan. La policía está vigilando el hospital y nuestra casa porque no sabe quién disparó a Evan. Ahora mismo no es seguro para mí reunirme contigo. Tengo que encontrar la forma de escabullirme de su vigilancia.
—Si les dices que te he llamado, mataré a Evan, si les dices que vas a reunirte conmigo, mataré a Evan. Si vienes con la policía, mataré a Evan. Si…
—¡Deja de amenazarme, John! Tengo que hacer esto con cuidado. Necesito tiempo. Para pensar. No puedes venir así sin más y…
—Tiene que ser esta tarde… en el parque.
«¿Esta tarde?».
—Ally está en la escuela. Si voy a buscarla antes de la hora de salida, la gente empezará a hacerse preguntas… y hay un coche patrulla vigilándola.
Se quedó en silencio un momento y luego dijo:
—Esta tarde en el parque. A las seis. Asegúrate de que nadie te siga. Si se lo dices a alguien, Evan es hombre muerto.
Y cortó la comunicación.
Al volver a la habitación de Evan, me temblaban las piernas. Me detuve en la puerta y asomé la cabeza. Estaba durmiendo. Lo observé unos instantes, tratando aún de asimilar lo que acababa de suceder. No tenía sentido despertarlo y preguntarle qué debía hacer; ya sabía su respuesta, así que me fui. El agente de guardia estaba sirviéndose un café de la máquina expendedora al fondo del pasillo. ¿Debía informarle de la llamada? Pero ¿y si John estaba vigilándome desde algún lugar del hospital?
Tenía que pensar, tenía que concentrarme. ¿Debía acudir sola al encuentro con John o hablar con la policía? Pero ¿y si hablaba y John cumplía su amenaza?
No, tenía que decírselo a la policía. Era demasiado importante. Pero si John se enteraba, había dicho que mataría a Evan… «Déjalo, Sara, basta ya». Era imposible que John se enterara de que había hablado con la policía, sólo intentaba asustarme. Sin embargo, cuando traté de llamar a Billy, no obtuve respuesta. Probablemente estaba en el hospital con Nadine. Tenía que hablar con alguien en ese preciso instante.
Sandy respondió a la primera. Empecé a contárselo todo.
—Tienes que hablar más despacio, Sara. No entiendo todo lo que me dices.
—No pienso llevar a Ally, Sandy. Le dije que estaba en la escuela. Pero es que no sé qué hacer.
—Ayer estabas completamente en contra de verte con John. ¿Cómo te sientes ahora?
Hablaba con voz tensa.
Por un momento, me entró el pánico. Papá y Evan se subirían por las paredes. Entonces sentí cómo todas las piezas encajaban en su lugar. No importaba lo que pensaran los demás. Sólo había una manera de que aquello acabase de una vez.
—Quiero hacerlo. Estoy lista. Pero no puedo llevar a Ally. Si me presento a la cita, como señuelo o lo que sea, ¿podrías detenerlo antes de que se dé cuenta de que Ally no está conmigo?
—Si te está observando desde lejos y ve que no está allí, podría cumplir sus amenazas.
—Tiene que haber alguna manera de eliminarlo que no implique a Ally.
Hizo una breve pausa antes de hablar.
—Será mejor que lo hablemos cuando vengas. Vuelve a casa, conduce despacio y no hagas movimientos extraños, por si John te sigue. No digas nada a los agentes del hospital, yo me encargaré de todo. Ni siquiera contestes al móvil mientras conduces, podría entrarle el pánico si cree que nos estás llamando. Piensa en él como si fuera una bomba, Sara: podría estallar en cualquier momento.
—Pero ¿y si es él quien llama?
—No mantengas más conversaciones con él hasta que hayamos elaborado un plan.
—¿Vais a reforzar la seguridad de Evan y Nadine?
—Ya están bajo protección. Si enviamos refuerzos y nos está vigilando, sabrá que nos has alertado.
—¿Y qué hago con Billy? Debería llamarlo y…
—Yo informaré a Billy. —Habló con voz firme—. Tú mantén la calma y seguiremos hablando cuando llegues aquí.
La siguiente hora fue el trayecto en coche más largo de mi vida. Ya era un día caluroso, pero tenía el cuerpo bañado en un sudor frío, las manos húmedas al agarrar el volante. No tenía cobertura en casi ningún punto del camino, así que no sabía con seguridad si John había vuelto a intentar ponerse en contacto conmigo. Miraba insistentemente por el retrovisor, preguntándome si me estaría siguiendo o si estaba en Nanaimo. ¿Estaría vigilando la escuela de Ally y se daría cuenta de que no estaba allí?
Sin dejar de imaginar los peores escenarios posibles a medida que me aproximaba a la casa, me salté un semáforo en ámbar y el coche patrulla que me seguía se detuvo en rojo. Encendió las luces, pero un tractor-remolque de gran tamaño estaba pasando por la intersección. Aparqué en mi casa, pero no vi rastro del coche patrulla que normalmente estaba estacionado delante. Debía de haber sido relevado por el que me seguía. Me bajé del coche a toda prisa y corrí hacia la puerta principal.
Metí la llave en la cerradura y grité:
—¡Soy yo, Sara! ¡Ya estoy en casa!
No oí ruido de pies corriendo. Ni tampoco los ladridos de Alce.
Al girar la llave me di cuenta de que la cerradura no estaba echada. Sandy nunca habría dejado la puerta así, sin cerrar con llave. Vacilé durante unos segundos. ¿Y si John estaba dentro? La adrenalina me recorría todo el cuerpo. Mi hija estaba allí dentro.
Empujé la puerta.
La casa estaba en silencio.
—¿Sandy? ¿Ally? ¿Hola?
Me precipité escaleras arriba y miré en la habitación de Ally. No estaba allí. Había uno de sus zapatos tirado en medio de la habitación. Los llevaba esa mañana.
Corrí por el pasillo hasta mi habitación. Vacía. ¿Y si estaban en el jardín? Corrí escaleras abajo y abrí la puerta corredera de cristal. En cuanto salí, vi a Sandy maniatada en el suelo, a mis pies.
Por un momento, mi cerebro no supo reaccionar ante aquella imagen, pero luego comprendí la magnitud de la situación. Caí de rodillas a su lado.
—¡Sandy!
Quería zarandearla y gritarle: «¡¿Dónde está Ally?!», pero tenía la cara de lado y de la nariz manaba un reguero de sangre. También tenía la parte posterior de la cabeza manchada de sangre. Vi un sobre junto a su hombro, con mi nombre escrito en grandes letras. En su interior había un móvil y un trozo doblado de papel. Desplegué la nota. La letra era apresurada, pero las palabras eran claras: «Si quieres volver a ver a Ally, no le digas nada a nadie…». Antes de que pudiera leer el resto, algo cayó del sobre y lo recogí. Era un mechón de pelo de Ally, un rizo suave y oscuro. El aire se me escapó de la garganta en un prolongado gemido.
Oí la voz de un hombre procedente del interior de la casa:
—¿Va todo bien por ahí? —exclamó—. ¡La puerta estaba abierta de par en par!
El agente encargado de la vigilancia.
Abrí la boca para gritar que Ally había desaparecido. «Detente, piensa». ¿Y si John la mataba? Si le decía a la policía que había desaparecido, no me dejarían salir de la casa.
—¡Sandy está herida! —me oí gritar a mí misma.
El policía avanzó con pasos pesados.
—¡Agente herida! ¡Agente herida!
Entró por la puerta corredera hablando por el radiotransmisor. Me metí el móvil y la nota en el bolsillo y me levanté con las piernas temblorosas.
—Respira, pero le sangra la cabeza, y…
Me quitó de en medio y le tomó el pulso. Lo miré fijamente a la espalda. ¿Debía decirle lo de la nota?
«Si quieres volver a ver a Ally…».
Retrocedí con paso vacilante. Me detuve en el salón y leí el resto de la nota. Las palabras me bailaban delante de los ojos.
Coge el coche y ve en dirección norte. Ven sola. Te llamaré para darte instrucciones. Si alguien te sigue, la niña morirá.
Oí el aullido de las sirenas a lo lejos. ¿Debía esperar? Una voz en mi cabeza gritó: «¡Vete! ¡Ve por Ally! ¡No hay tiempo!». Corrí a la parte delantera de la casa, cogí las llaves de la puerta, me subí al Cherokee de un salto y arranqué el motor. Di marcha atrás para salir y a punto estuve de arañar el costado del coche patrulla estacionado frente a la casa. Al llegar al asfalto, metí primera y pisé a fondo el acelerador.
Mientras avanzaba a toda velocidad, mi mente trataba desesperadamente de idear algún plan, pero en lo único en que podía pensar era en Ally. Tenía que ir con ella, rápido. En ese momento, la prioridad de la policía era Sandy, pero en cualquier momento se darían cuenta de que no estábamos. Tenía que deshacerme del Cherokee. ¿Podría llegar a casa de Lauren? No, demasiado lejos. ¡Un vecino! Gerry, el anciano que vivía unas casas más abajo, tenía una camioneta que no usaba nunca. Paré el coche, aparqué en un pequeño claro que, oculto por unos árboles, no podía verse desde la casa, y luego corrí a llamar a su puerta.
No respondió a mis golpes frenéticos. Volví a aporrear su puerta. Estaba a punto de irme cuando se abrió la puerta. Gerry llevaba el pelo blanco alborotado y de punta y vestía un albornoz.
—Sara, ¡estás empapada de sangre!
—Gerry… Necesito tu camioneta. He sacado a pasear a Alce y lo ha atropellado un coche. No tengo tiempo para correr a mi casa.
—¡Qué horror! Pues claro, adelante.
Se dirigió con paso cansino a la cocina y yo lo seguí impacientemente. Mientras él rebuscaba en una cesta en la encimera, yo luchaba contra el impulso de apartarlo a un lado de un golpe y buscar las llaves yo misma.
Prácticamente le arrebaté las llaves de las manos y luego le grité: «¡Gracias!» por encima del hombro mientras corría hacia la puerta de su viejo Chevy rojo.
John no había concretado qué carretera debía tomar para salir de Nanaimo, así que entré en la circunvalación que sorteaba el centro de la ciudad y me dirigí al norte. Puesto que la carretera era de interior, sólo estaba flanqueada por amplias extensiones de bosque y había largos tramos entre una salida y la siguiente. La cobertura de móvil también era irregular y me preocupaba que pudiera perderme las llamadas de John. Llevaba en el regazo el móvil que había hallado junto a Sandy y lo toqué repetidas veces.
«Vamos, cabrón. Dime dónde está mi hija».
La cabeza me daba vueltas con imágenes aterradoras del posible paradero de Ally y de lo que John podía estar haciendo con ella. ¿Debía llamar a la policía? ¿Y si les estaba escamoteando un tiempo valioso? Si bien pensaba que eso era exactamente lo que tenía que hacer, en cuestión de segundos me entraba el pánico al pensar en la posibilidad de que John lo descubriese y matase a Ally.
Después de llevar media hora conduciendo, el cuerpo aún me temblaba por la acción de la adrenalina, y el cerebro, cada vez más errático, me funcionaba a toda velocidad. Tenía la mirada fija en la carretera, pero en realidad era incapaz de ver nada. Me salté un semáforo en rojo. Oía el ruido de neumáticos chirriando cuando los coches se desviaban para esquivarme. Otra oleada de miedo me sacudió el cuerpo. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima cayó sobre mi brazo. La voz de Billy se abrió paso a través del barullo de mi cabeza: «Cuando sientas que te entra el pánico, simplemente respira, serénate y concéntrate en tu estrategia».
Inhalé el aire profundamente por la nariz y lo solté por la boca, repitiendo el proceso hasta que fui capaz por fin de retener un mismo pensamiento. ¿Cuál era el siguiente paso? John iba a llamar por teléfono. Y entonces ¿qué? Entonces me diría dónde encontrarme con él. ¿Qué haría yo luego? Lo único que tenía que hacer era seguirle la corriente, decirle lo que quería oír y esperar una oportunidad de…
Sonó el móvil.
Busqué a tientas el teléfono y grité:
—¿Dónde está Ally?
—¿Estás conduciendo?
—¿Cómo está Ally? ¿Está bien?
—¿Te ha seguido alguien?
—Como le hayas hecho daño, te juro que…
—Yo nunca le haría daño.
—Le hiciste daño a esa agente de policía…
—Iba a dispararme. Y me has vuelto a mentir: Ally no estaba en la escuela.
—Porque me preocupaba que hicieses alguna locura, y no me equivocaba. No puedes llevarte a mi hija y amenazarme con…
Se me quebró la voz.
—Era la única manera de que vinieses. Sé que has estado hablando con la policía. Te lo explicaré todo más tarde.
—Por favor, no hagas daño a Ally. Haré lo que tú quieras, pero no le hagas daño. Te lo suplico…
—No voy a hacerle daño. ¡Es mi nieta! No soy ningún monstruo. Pero si se lo dices a la policía o los llevas hasta mí, nunca más volverás a vernos.
Era un monstruo. Uno de los peores monstruos sobre la faz de la Tierra.
—No voy a…
—Cállate y escucha.
Me mordí la lengua. Tenía a Ally.
—Dobla a la izquierda al llegar a Horne Lake Road, luego aparca junto a la vieja barrera de hormigón, al llegar al primer claro. Junto a la alcantarilla hay una caja con una venda para los ojos. Póntela y túmbate en el asiento delantero de tu jeep.
Sabía que tenía un jeep Cherokee. Tenía que haber estado siguiéndome.
—He tomado prestada la camioneta de un vecino.
—Has heredado la inteligencia de tu padre. —Se echó a reír y dijo—: Nos vemos pronto. —Estaba a punto de colgar cuando dijo—: ¿Te cuento otro de mis chistes?
Apreté la mandíbula con fuerza. Se me quebró la voz cuando le dije:
—Estoy muy asustada por Ally.
—Está a salvo. La he atado para que no se vaya a ninguna parte.
—¿Quieres decir que…?
—Todo va a ir bien, Sara. Os lo vais a pasar muy bien conmigo las dos, ya lo verás.
Colgó el teléfono.
Le grité al parabrisas.
El móvil me ardía en las manos. Respiraba entrecortadamente, con rápidos y cortos jadeos. Aquello era terrible, verdaderamente terrible. Tenía que llamar a la policía. Ellos eran profesionales, sabrían qué hacer. Pero ¿y si John captaba la emisora de radio de la policía? Desaparecería con Ally y nunca la recuperaríamos. Pensé en el mechón de pelo que llevaba en el bolsillo, en el borde desigual, como si lo hubiese cortado con un cuchillo, y una nueva oleada de terror se apoderó de mí. Solté el teléfono.
Veinte minutos más tarde, vi al fin el desvío de Horne Lake y en cuanto aparqué en el claro de grava, localicé la alcantarilla. Efectivamente, al lado había una caja. Mientras regresaba a la camioneta comprobé el móvil, pero no había cobertura. Estaba completamente sola.
Con el corazón latiéndome desbocado y la boca seca, me envolví la venda alrededor de la cabeza y me tumbé en el asiento delantero. El sol caía a plomo sobre el parabrisas y yo llevaba varias horas sin beber ni una gota de agua. El sudor me resbalaba por un lado de la cara. Unos diez minutos más tarde, oí aproximarse un vehículo. Mi cuerpo se puso en tensión. Cuando el vehículo abandonó la carretera y se detuvo en el claro junto a mi camioneta, me eché a temblar.
Se abrió una puerta que, acto seguido, se cerró de golpe y luego oí el ruido de unos pasos pesados. Se abrió la puerta de mi camioneta y una mano me dio unas palmaditas en la espinilla. Rápidamente encogí las piernas y, al retroceder hacia atrás, me golpeé la cabeza contra la puerta.
—Vaya, eso duele. —John parecía preocupado—. ¿Estás bien?
—¿Puedo quitarme la venda de los ojos?
—Todavía no. Muévete hacia el otro lado y te guiaré afuera para que puedas bajar del coche.
Sentí como una mano enorme me rodeaba la pierna, y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no darle una patada. Mientras me retorcía para salir, mis rodillas chocaron con algo y me preparé para recibir un golpe, pero no pasó nada. Ahora estaba de pie y percibí su presencia frente a mí. Me pregunté dónde estaría Ally e incliné la barbilla hacia arriba para mirar por debajo del doblez de tela que me había atado con holgura alrededor de los ojos, pero no podía ver nada. Me sujetó con delicadeza del codo y me condujo con la mano un par de pasos hacia delante. Luego se detuvo y su mano me soltó el brazo. Me sobresalté cuando cerró de golpe la puerta de la camioneta de Gerry detrás de mí.
—¿Dónde está Ally? —le pregunté.
—En el campamento.
—¿La has dejado sola? ¡Sólo tiene seis años! No puedes…
—No se cree que soy su abuelo, tienes que decírselo tú. No deja de gritar.
Parecía sentirse frustrado. Me partía el corazón pensar en lo asustada que debía de estar.
—Se calmará cuando me vea.
Recé por que así fuera.
Me guió un par de pasos más y, a continuación, se abrió una puerta.
—Ten cuidado al subir —dijo mientras me levantaba una pierna y me la colocaba dentro de algún vehículo.
Me estremecí al sentir aquellas manos calientes y ásperas en la pantorrilla, pero no las retuvo allí mucho tiempo. La puerta se cerró de golpe a mi lado. Tenía la garganta atenazada por el pánico. ¿Y si todo aquello no era más que una treta para conseguir que fuera sola? ¿Y si en realidad Ally seguía todavía en casa, atada en el garaje con Alce, quizá? Mi cerebro se negaba a contemplar la posibilidad alternativa, mucho peor que aquélla. En lugar de eso, me centré en cómo aconsejaban los libros que había que tratar con un asesino en serie… Sólo que no había trato posible. La negociación, las súplicas o resistirse, por regla general, nunca acababan bien. Huir era la mejor opción. Tenía que procurar que no perdiera la calma hasta que encontrara a Ally, y luego buscar el modo de escapar.
Puso en marcha la camioneta, que traqueteó cuando cambió de marcha. Era una camioneta estándar. No tenía ni idea de si esa información iba a serme útil, pero saber algo, lo que fuese, me hacía sentir mejor.
—Así que aquí estamos, por fin juntos.
—No entiendo por qué has venido a la casa tan pronto. Se suponía que íbamos a reunirnos luego en el parque y…
—No ibas a presentarte, Sara.
Me quedé en silencio, tratando de pensar en una respuesta que no sonara a mentira.
—No me diste opción a pensar…
—Ya te lo dije —me interrumpió—, no había tiempo. No estoy loco, sé lo que estoy haciendo. —Suspiró—. Te lo explicaré todo más tarde. —Luego añadió—: Me he traído algunas de mis armas para enseñártelas, mi Browning del calibre 338 y también mi Ruger 10/22. Tenía muchas ganas de enseñarte mi Remington del calibre 223, porque ésa sí que es un arma estupenda, pero la semana pasada se me rompió el percutor y todavía está en el taller de reparación.
Hizo una pausa. Aunque no podía verle la cara, me di cuenta que estaba esperando una respuesta.
—Pues qué bien. Me hace mucha ilusión verlas.
Pero más ilusión me haría aún poder convencerlo para que me dejara sostener una. Empecé a visualizar imágenes en las que lo acribillaba a balazos y huía con Ally. Cambió de tema y se puso a explicarme lo distinto que es el bosque de la costa de la isla en comparación con la maleza seca del Interior. Yo no estaba segura de si era por la emoción de saber que tenía un público atento o eran los nervios, pero apenas se detenía a recuperar el aliento.
Cuando me pareció que ya llevábamos un buen rato sorteando baches, le dije:
—Perdona que te interrumpa, pero ¿estará bien Ally allí donde la has dejado? Es que hace calor, ¿tiene agua y…?
—Sé cómo cuidar de una niña. —Ya estaba molesto de nuevo—. Sólo está asustada porque no me conoce, pero en cuanto te vea, se le pasará.
Me alegré de que, al menos aparentemente, quisiera que estuviéramos cómodas y contentas, pero ¿qué pasaría si no conseguía calmar a Ally? Tenía que estar aterrorizada.
—John, había una mujer policía en la casa. ¿Te vio Ally hacerle daño?
—No. —Al menos eso—. No quería pegar tantas veces a esa mujer, pero es que no había manera de reducirla.
Me empezó a temblar todo el cuerpo.
La camioneta fue aminorando la velocidad en una sucesión de curvas, y luego dio una sacudida y empezó a avanzar sobre terreno irregular como si estuviéramos en una pista forestal. Al cabo de unos minutos se detuvo. John salió y cerró la puerta.
Un momento después, se abrió la mía.
—Ya puedes salir.
En cuanto me bajé de la camioneta, me quitó la venda de los ojos y me vi frente a mi verdadero padre. En mis pesadillas, siempre tenía el rostro crispado y enfurecido, por lo que me chocó comprobar que era un hombre apuesto, en el sentido más rudo de la palabra. No podía dejar de mirarlo. Todo estaba allí: mis ojos verdes, mi estructura ósea, incluso mi ceja izquierda, que al arquearse, sube más que la derecha. Tenía el pelo corto, más o menos del mismo tono castaño rojizo que el mío. Él era mucho más alto y ancho que yo, pero los dos teníamos las piernas y los brazos largos. Vestido con una chaqueta tejana, camisa a cuadros, unos holgados vaqueros desteñidos y botas de montaña, parecía un leñador. O un cazador.
Cuando se subió los pantalones, desvió los ojos de mí y me sonrió con incomodidad.
—Así que… aquí me tienes.
—Te pareces a mí —le dije.
—No, tú te pareces a mí.
Se rió y yo hice lo propio, con una risa forzada, pero empecé a registrar el campamento con la mirada. ¿Dónde estaba Ally? Nos encontrábamos en un pequeño claro rodeado de abetos. A mi derecha había una autocaravana estacionada a escasos metros de su camioneta, una Tacoma roja. Había una mesa plegable de plástico junto a una fogata, rodeada a su vez por un par de sillas de lona y una silla pequeña de plástico de color rosa con la cabeza de una Barbie estampada en el respaldo. John se volvió hacia donde estaba mirando.
—¿Crees que le gustará?
Lo miré de nuevo. Su mirada era ansiosa.
—Le va a encantar.
Parecía aliviado.
—¿Dónde está?
Se golpeó la cabeza con la mano, como culpándose por haberla olvidado, entonces me indicó que lo siguiera a la caravana. Sacó la llave y abrió la parte trasera.
Tan pronto como se abrió la puerta, exclamé:
—¡Mamá está aquí, Ally! —Me asomé alrededor de su ancha espalda, pero no veía nada en la penumbra del interior de la caravana. Oí un pequeño ruido—. Cariño, ya puedes salir.
Se oyó el sonido de algo arrastrándose y luego percibí movimiento debajo de la mesa. Sólo conseguí entrever la parte superior de la cabeza de Ally asomándose, pero en cuanto vio a John volvió a escabullirse debajo de la mesa.
Parecía dolido.
—Dile que no tenga miedo, que no voy a hacerle daño.
«Ojalá pudiera creerlo yo también…».
Entré en la caravana.
—¿Ally?
Me agaché debajo de la mesa y vi como me miraba con sus grandes ojos verdes. Llevaba un pañuelo atado en la boca y otro en las muñecas. Se arrojó a mis brazos con gemidos ahogados.
—¡Oh, Dios mío! ¡La has amordazado!
Mis dedos lucharon con el nudo en la parte posterior de la cabeza.
—Me aseguré de que podía respirar. Ya te lo dije, no paraba de chillar.
Le quité el pañuelo, pero Ally casi estaba hiperventilando. Me obligué a mantener la calma y hablar con voz serena.
—Ally, respira profundamente. No pasa nada, ahora voy a desatarte las manos. Todo va a ir bien. Tú sólo haz lo que diga mamá, ¿de acuerdo?
Todavía estaba jadeando mientras yo me peleaba con el nudo de sus muñecas. Tenía que calmarla. Entonces me acordé de un juego que solía jugar con ella cuando era más pequeña y su capacidad de atención era aún más reducida.
—¿Te acuerdas del juego del «cucucú», cariño?
Ally se quedó completamente inmóvil.
—¿Qué juego es ése? —me preguntó John—. ¿Qué le estás diciendo?
—Es un juego inventado. Sólo es una palabra inventada que significa que podemos confiar en alguien porque es amigo nuestro.
En realidad, significaba que tenía que prestar mucha atención a su madre porque las hadas nos estaban escuchando. Si se portaba bien, le dejarían regalitos por toda la casa: flores de cristal, campanillas, zapatitos de cristal… No tardó mucho en darse cuenta de que era yo la que dejaba todas aquellas baratijas, pero esperaba que entendiese lo que trataba de decirle en esos momentos: que tenía que prestarme mucha atención y obedecerme.
Levantó la cabeza y me miró a la cara con los ojos llenos de lágrimas.
—Ese hombre me cortó el pelo y me ató las manos y luego me metió aquí y…
—No quería que te hicieras daño —dijo John desde fuera. Estaba paseándose por la parte de atrás de la caravana—. ¡Díselo! Dile quién soy.
Tomé aire.
—¿Te acuerdas de cuando mamá te dijo que era adoptada? Bueno, pues éste es tu abuelo.
Me miró fijamente y le tembló la voz al hablar:
—¡No es verdad!
—Sí, sí que lo es, Ally. Es mi verdadero padre. Mamá tiene dos papás, como tú. Pero yo no supe nada de él hasta hace poco. Él quiere conocerte, pero no sabía cómo y ahora se ha equivocado en la manera de hacerlo y siente haberte asustado.
—Es verdad, Ally —dijo John—. Lo siento.
Ally estaba sollozando.
—¡Me ha hecho daño en las manos!
Hundió la cara en el hueco de mi cuello. El cuerpo le temblaba descontroladamente entre mis brazos. Yo quería matar a John.
—Pero ha sido sin querer, mi vida. ¿Verdad, John?
—¡Claro! No quería atar el pañuelo tan fuerte, pero se retorcía sin parar.
—¿Lo ves? Lo siente mucho. Te ha comprado una silla nueva sólo para ti. Vamos a verla, ¿de acuerdo?
—Es una silla de Barbie, pero yo no sabía qué Barbie te gustaba más… Te he comprado la rubia. No sabía que tenías el pelo oscuro.
Parecía preocupado, así que le dije:
—La rubia es la favorita de Ally.
La niña levantó la cabeza de golpe y empezó a abrir la boca. Le sonreí rápidamente y le guiñé un ojo. «Por favor, por favor, por favor…».
Ally se paró un momento.
—Es la más guapa.
La obsequié con una enorme sonrisa.
—Sí, sí que lo es.
Miré a la puerta para ver si John se lo había tragado. Se llevó la mano al corazón.
—¡Uf! Menos mal… Me pasé horas decidiendo cuál comprarte. —Nos hizo señas con la mano—. Salid para que podamos sentarnos junto al fuego y hablar.
Me puse en pie y cogí a Ally de la mano. Eché un vistazo alrededor de la caravana para localizar algún arma posible, pero sólo había unos saleros y pimenteros de plástico encima de la mesa. Ally me dejó llevarla hasta la puerta. Salí yo primero y me volví para ayudarla a bajar, pero cuando quise dejarla en el suelo, se aferró a mi cuello y no quiso soltarse. La llevé hasta el fuego, donde John estaba ocupado recolocando las sillas. Acercó una y luego la alejó para, acto seguido, volver a acercarla de nuevo. Esperé de pie con la cara de Ally enterrada en mi cuello.
—Así ya está bien —dije al fin.
Dio un paso atrás.
—Ah, pues muy bien. Pero si tenéis mucho calor, decídmelo. Podemos cambiarlas de sitio donde queráis.
Tomé asiento, con Ally todavía colgada de mi cuello, y John arrojó un par de leños al fuego. Luego se sentó en su silla, pero tenía el cuerpo en tensión. Se rascó un lado de la cabeza y volvió a lanzarme la misma sonrisa incómoda mientras dirigía la vista hacia la niña.
—¿Quieres comer algo? Los niños siempre tienen hambre. —Se puso en pie—. Tengo unas salchichas de alce en la nevera.
Ally gritó con voz histérica:
—¡Yo no quiero comerme a Alce!
—No se refiere a nuestro Alce, Ally.
John se echó a reír.
—Esta primavera cacé un ejemplar muy grande e hice hamburguesas y salchichas. —Se encaminó hacia la caravana—. La carne se deshace en la boca, no sabe para nada a carne de caza.
Al ver que Ally hacía una mueca de asco, negué con la cabeza y me llevé el dedo a los labios.
—Suena delicioso —dije a la espalda de John.
John sacó una nevera azul de debajo de la caravana. Mientras él estaba ocupado miré a mi alrededor, pero no había nada que pudiera servirme para defendernos. Vi un par de tacos de madera, y me pregunté si podría golpearlo con uno, pero eran muy voluminosos y no conseguiría levantar uno lo bastante deprisa, con lo que se perdería el elemento sorpresa. ¿Tal vez más tarde, cuando estuviera durmiendo? La idea de pasar la noche con él bastó para que una nueva oleada de terror me recorriera todo el cuerpo.
John dejó un paquete de salchichas en la mesa y un cartón de huevos, y luego regresó al interior de la caravana. Sentí como la adrenalina me bombeaba con fuerza por el torrente sanguíneo y mis músculos se tensaron, cada célula de mi cuerpo gritándome «¡Huye!». Pero no lo hice. Aunque aún no había visto sus armas, sabía que las tenía consigo. Y para cargar con una niña de seis años necesitaba salir con mucha ventaja: Ally no corría lo bastante rápido todavía. Ganar tiempo y tratar de encontrar una escapatoria seguía siendo mi mejor oportunidad de salir con vida.
John salió de la caravana con algunos condimentos, los puso sobre la mesa y luego regresó dentro y salió con unos vasos y platos de plástico.
—¿Es que no vas a probar tu silla, Ally?
Estaba poniendo la mesa. La niña se volvió y lo fulminó con la mirada.
John frunció el ceño mientras colocaba el último plato y luego apoyó las enormes manos encima de la mesa. La ansiedad me oprimía el pecho y estreché a Ally con más fuerza.
—Creía que habías dicho que te gustaba —dijo John.
Ally abrió la boca, pero me adelanté rápidamente:
—Y le gusta, le gusta mucho. Es sólo que tiene miedo de romperla. Pero no te vas a enfadar con ella si la rompe, ¿verdad que no, John?
John se rió.
—¿Por romper una silla? ¡Claro que no!
Ally me miraba fijamente. Le sonreí y le dije:
—¿Lo ves? No pasa nada. Puedes sentarte en la silla. —Con la barbilla inclinada para que le tapara la cabeza y John no me viera, musité—: Vamos, siéntate. ¡Ahora!
Se bajó de mi regazo y, sin apartar la vista de John, acercó la silla a mí y me agarró la mano. Traté de esbozar una sonrisa tranquilizadora, pero ella estaba mirando a John. Advertí el rastro de lágrimas secas en su rostro y se me revolvió el estómago. Debía de estar tan confusa… Tenía delante de las narices a un hombre que le había hecho daño y ahora yo le decía que tenía que hacer lo que él le dijese.
John lo había distribuido todo en la mesa: sal, pimienta, mantequilla, sirope, pan… Cambió los platos de sitio unas cuantas veces, procurando dejar todo muy bien puesto, y luego me miró.
—Compré los platos ayer, pero no sabía de qué color…
—El verde es bonito. Gracias.
—¿Sí?
Se le iluminó el rostro.
Asentí con la cabeza y recé por que fuese tan estúpido como para darme un cuchillo, pero no puso cubiertos en la mesa. En vez de eso, dispuso una rejilla de metal en el centro del fuego, luego sacó una sartén de hierro colado de la caravana y la dejó encima de la rejilla.
—Me muero de ganas de enseñaros el rancho que he comprado para vivir los tres juntos —comentó mientras repartía las salchichas en la sartén.
—Yo no quiero vivir en un rancho —dijo Ally.
Le lancé una mirada de advertencia. John empleó una espátula de plástico para remover las salchichas y, a continuación, depositó otra sartén más pequeña al lado de la primera y cascó unos huevos en ella.
—¿Os gustan revueltos? —Otra vez la misma sonrisa torpe. Miró a Ally—. Tengo pollos en el rancho, así que tendremos huevos frescos todos los días. Te enseñaré a recogerlos. También hay un par de vacas, para que podamos tener leche, y te enseñaré a hacer queso.
—¿Y habrá caballos? —preguntó Ally.
Yo contuve la respiración.
—Podemos comprar algunos caballos, sí, claro. —Asintió—. Incluso podrás tener uno propio. Tal vez un poni.
Solté el aire y dije:
—Eso es muy amable por tu parte, John. ¿A que es muy amable, Ally?
—¿Puedo ponerle nombre?
«Vamos, Ally, no lo cabrees».
—Sí, claro. Podemos ponerle el nombre que tú quieras —dijo John.
Las salchichas chisporroteaban y las cambió de lugar.
—¿Podré traerme a mi perro? —insistió Ally.
John negó con la cabeza.
—No podemos volver por él.
Mi cuerpo se puso rígido. Ahora sí. Ally empezó a ponerse roja.
—¡No quiero ir a tu estúpido rancho!
Se me aceleró el pulso. John señaló con la espátula a Ally.
—Escúchame bien, jovencita…
Ally se levantó.
—¡No quiero ir!
Con el rostro completamente rojo, John desplazó el cuerpo hacia delante en su silla. Levantó la mano.
Me puse en pie y di una patada por debajo de la rejilla con todas mis fuerzas. La parrilla salió disparada hacia arriba, catapultó la sartén hacia John y lo golpeó en toda la frente con un fuerte estruendo al tiempo que la grasa hirviendo le salpicaba el rostro. Se puso a gritar, se agarró la cara con las manos y empezó a rodar por el suelo. Cogí a Ally en brazos y eché a correr como alma que lleva el diablo.