He reflexionado sobre lo que me dijo, y teniendo en cuenta por todo lo que estoy pasando, supongo que podría estar mucho peor. En parte, eso también se lo debo a usted. No importa lo que le diga, no importa lo rara que me sienta, usted me obliga a afrontarlo. Y siempre me ayuda a tratar de averiguar de dónde sale ese sentimiento. Entonces puedo canalizarlo, o al menos tratar de encontrarle un sentido. Evan acepta todas mis rarezas y mis neuras —bueno, eso ahora mismo no está del todo claro—, pero no creo que entienda en realidad por qué hago las cosas que hago, o tal vez simplemente es que no necesita saber el porqué.
Yo, en cambio, siempre lo he cuestionado todo, una costumbre que sacaba de quicio a mi padre —bueno, a él y a casi todo el mundo—, pero usted fue la primera persona que me dijo que no tenía nada de malo hacerse preguntas, que me animó a hacérmelas. En realidad, fue la primera persona que me dijo que yo no tenía nada de malo. Hasta Lauren me dice a veces que no sea tan… tan yo. Pero usted no.
Usted me dijo que mis obsesiones eran pasiones, que la intensidad con la que lo vivía todo era un don muy valioso, que mi determinación es admirable. Que lo que yo consideraba mis debilidades también podían ser mis puntos fuertes. Si John es un espejo que refleja las peores distorsiones de mí misma, usted es un espejo que refleja las buenas. A veces me pregunto qué pasaría si no estuviera usted ahí para sostenerlo.
Al llegar a casa después de nuestra última sesión, Evan había dejado un mensaje diciendo que estaba agotado y que iba a apagar el móvil e irse a la cama. Me supo mal que él no supiese que tenía la intención de reunirme con John al mediodía del día siguiente, pero al mismo tiempo me sentí aliviada por no tener que decírselo. Le dejé un mensaje diciendo que sentía no haber podido hablar con él y le deseé buenas noches. Luego colgué antes de soltárselo todo.
Billy trajo a Ally a casa. Esperó mientras la metía en la cama y luego volvimos a repasar los detalles prácticos del plan. La policía había colocado controles de vigilancia en la carretera principal que unía Williams Lake y Vancouver y había agentes forestales parando a gente en las carreteras secundarias, pero todo indicaba que ya habían dejado pasar a John. Teníamos que seguir adelante con nuestro plan.
Esta vez, Billy se haría pasar por uno de los jardineros del parque, y se apostaría junto al banco donde yo estaría sentada. Me sentí mucho mejor al saber que lo tendría cerca. Es tan sólido y robusto… Definitivamente, es alguien que querrías a tu lado antes de adentrarte en un callejón oscuro… o para acudir a un encuentro con un asesino en serie. Hice un par de bromas y las dos veces sonrió, pero siempre volvía a señalar con el dedo a su esbozo del parque. Su convencimiento de que el plan iba a funcionar me reafirmó en mi creencia de que estaba haciendo lo correcto. Lo único que tenía que hacer era sentarme un rato en un banco y toda la pesadilla habría terminado.
Billy se marchó sobre las diez y yo caí redonda en la cama y dormí como un tronco. Sin embargo, a la mañana siguiente, me desperté en el lado de Evan en la cama y cuando me abracé a su almohada e inhalé su olor, mi confianza empezó a tambalearse. ¿Y si me pasaba algo? ¿Y si ésa había sido la última conversación que había mantenido con Evan? Tenía que decirle cuánto lo quería así que lo llamé, pero no contestó el teléfono. Por un momento, tuve la tentación de llamar a Billy y cancelar toda la operación. Pero pensé en lo que pasaría si lo hacía.
Ally quería prepararme el desayuno, unas tortitas, tal y como las hacía Evan. Dejé que me pusiese la cocina hecha un desastre —estaba monísima con el minúsculo delantal y el gorro de cocinero mientras me servía—, y luego me senté a la mesa con ella en vez de correr a recoger y limpiarlo todo como de costumbre. Mientras escuchaba su cháchara matutina, sonriendo al oír su historia sobre lo que Alce le había hecho al muñeco de peluche, recé por que aquél no fuese su último recuerdo de mí. Traté de recordarme a mí misma que John nunca me había amenazado, pero no podía olvidar que era un asesino. Llevé a Ally a la escuela, la acompañé a clase y luego me agaché delante de ella.
—Ally, sabes cuánto te quiere mamá, ¿verdad?
—Sí.
—¿Cuánto? —le pregunté con voz burlona.
—¡Más de lo que Alce quiere a su conejito! —Se echó a reír y me abalancé sobre ella para darle un abrazo, estrechándola con tanta fuerza que empezó a protestar—: ¡Mamiiii!
Y no tuve más remedio que soltarla. Se fue con unas amiguitas y, despidiéndose con la mano, entró en su clase.
De camino a la comisaría para una última reunión con Sandy y Billy, intenté llamar a Lauren, pero no me contestó. Desesperada por hablar con alguien, estuve a punto de llamar a Melanie, pero entonces me acordé de que todavía no había escuchado el CD de Kyle. Cuando probé a llamar de nuevo al número de Evan, me salió el buzón de voz. Esta vez incluso llamé al número directo de su despacho en el hotel, cosa que no me gusta hacer porque casi nunca está allí, y su recepcionista, que no me cae nada bien porque no tiene sentido del humor, me dijo que había salido en uno de los barcos.
Después de la reunión en la comisaría, de camino a casa para matar el tiempo pasé por una tienda con unos vistosos ramos de flores. Compré el más grande y me fui a casa de mis padres. A mamá se le iluminó el rostro al abrir la puerta.
—Sara, qué agradable sorpresa. ¿Has comido?
Mientras estaba allí sentada, tomando café y mordisqueando desganadamente el bollo de canela, preguntándome si llegaría a ver el día siguiente, mamá me tocaba la mano cada dos minutos.
—Me alegro de que hayas venido, cariño. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que viniste a vernos…
—Lo siento mucho, mamá, pero es que no he tenido un minuto libre, entre los preparativos para la boda y el trabajo…
—Si necesitas ayuda, siempre me tienes aquí.
Cuando me sonrió, advertí que se había puesto colorete en las mejillas, pero el maquillaje no hacía mella en la palidez de su piel. Me dieron ganas de quitárselo y reemplazarlo con un beso. Ella siempre intentaba estar a mi lado si la necesitaba, a pesar de su enfermedad. Pero no podía ayudarme con aquello, como no pudo ayudarme con ninguno de mis problemas cuando era niña o una adolescente, aunque yo tampoco se lo había pedido nunca. Quería a mi madre por aquella alma tan cándida y dulce, pero eran esas mismas cualidades las que me impedían compartir algo real con ella. Haría cualquier cosa para protegerla del dolor.
—Lo sé, mamá. Eres maravillosa.
Volvió a sonreír. Era tan fácil complacerla, además. Lo único que quería era que sus hijas fueran felices. Al pensar en todas las mentiras que le había dicho en el último par de meses, y que aún seguía diciéndole, sentí cómo las lágrimas me asomaban a los ojos.
—Papá nunca quiso adoptarme, ¿verdad que no?
No me podía creer que le hubiese dicho aquello, y a juzgar por las mejillas encendidas de mamá, ella tampoco.
Miró alrededor como si él fuese a aparecer en cualquier momento.
—Pues claro que sí, él sólo…
—Está bien, no te preocupes.
Ya tenía mi respuesta. La expresión de culpa le consumía el rostro. Siempre había sabido por qué papá se mostraba tan distante conmigo, pero ver la confirmación al fin me dolió más de lo que esperaba.
Cambié de tema y me puse a hablar de Ally hasta que llegó la hora de acudir a mi cita con John. Le di a mamá un abrazo y un beso en la puerta, demorándome más de lo necesario, inhalando su aroma a canela en polvo. Luego, con la promesa de llevarle a Ally muy pronto, me puse en marcha. Cerca del parque, traté de llamar al móvil de Evan una vez más. Seguía sin contestar, así que le dejé un mensaje. No sabía qué decirle, así que le dije que le quería y que sentía ser «tan pesadita».
En el parque Bowen, encontré el banco próximo a la pista descubierta de tenis donde le dije a John que esperaría, y luego me puse a observar todas las camionetas y los coches que aparcaban. Recorrí el parque con la mirada por si accedía a él desde otra dirección, conteniendo la respiración cada vez que veía acercarse a alguien y soltándola de golpe si resultaba ser una falsa alarma. Billy, desherbando un parterre a mi derecha, me miró a los ojos un par de veces, una mirada acompañada de una sonrisa reconfortante y alentadora. Cuando no estaba mirando a ver si aparecía John, estaba controlando a ver dónde se apostaban los agentes de paisano.
Transcurrieron diez minutos. Para mantener las manos ocupadas, empecé a darle vueltas y más vueltas a la taza de café. Diez minutos después seguía sin haber señales de John. Los litros de café que me había bebido me dieron unas ganas insoportables de orinar. Empecé a ver imágenes de mi vejiga llena, a punto de explotar. Por suerte, esta vez me había acordado de tomarme la pastilla. Estaba a punto de arriesgarme a hablar por el micro que llevaba oculto cuando sonó mi móvil. Era John.
—¡John! ¿Dónde estás?
—Lo siento, Sara, pero hoy no voy a poder quedar contigo.
—No hablarás en serio… ¡Llevo aquí sentada casi media hora! —Me obligué a calmarme—. Es que no lo entiendo. Ayer estabas entusiasmado con la idea de vernos y ahora, ¿por qué…?
—He cambiado de opinión.
Parecía cabreado.
«¿Y no crees que yo también quería cambiar de opinión, pedazo de imbécil?».
—Pues qué mala pata, John. Tenía muchas ganas de conocerte.
—Lo siento, yo también quería, pero no va a poder ser.
—¿Dónde estás ahora?
—En Vancouver.
—Casi estás aquí. ¿No puedes coger el siguiente ferry?
—No, tendremos que vernos dentro de un par de días.
—Pues es una lástima, pero eso no va a ser posible. Evan vuelve a casa mañana.
Los dos podíamos jugar a ese juego.
—¿Y qué?
—Que voy a estar ocupada.
Me levantó la voz.
—No quiero quedar hoy. Cuando me desperté, no me pareció una buena idea.
«¡Pues claro que no te pareció una buena idea, maldito asesino hijo de puta, la policía iba a detenerte, joder!». Pero ahora aquello nunca iba a acabar. Tenía que darle otra oportunidad.
—No me importa esperar un poco más para que puedas pensártelo…
Colgó el teléfono. ¿Se habría enfadado? ¿Debía irme? Miré a Billy, pero no supe descifrar su expresión.
El teléfono sonó al cabo de un minuto.
—Tengo un mal presentimiento —dijo John—. Probemos mañana.
—Ya te lo he dicho, eso va a ser imposible.
—¿Por culpa de Evan?
Su tono dejaba muy claro lo que pensaba de Evan, y me di cuenta de mi error.
—No, es que tengo un montón de cosas que hacer, el trabajo, Ally, hacer la compra… —Tenía que colgar rápido—. Supongo que tendremos que dejarlo para otro día. Cuídate, John. Ten cuidado con el coche.
Colgué antes de que pudiera decir nada más. Al pasar junto a Billy, negué con la cabeza, muy sutilmente, por si John me estaba vigilando. Ya en el Cherokee me llegó un mensaje de texto. Era de Billy: «Nos vemos en la comisaría».
Genial. Más café y más cháchara. Al menos allí tenían un cuarto de baño. De camino allí, Evan me llamó.
—¿Has estado intentando localizarme?
—Oh, Evan. Me vas a matar…
Lanzó uno de sus profundos suspiros.
—¿Qué has hecho ahora?
—No quería decírtelo en un mensaje, así que te he llamado a todas partes, pero la idiota de tu recepcionista me dijo que…
—Oye, no te pongas histérica, cálmate un poco. ¿Qué has hecho?
—Quedé con él.
—¡Joder, Sara! ¿Cuándo?
—Teníamos que vernos hoy, pero…
—¿Hoy? ¿Y no me lo dijiste?
—Intenté decírtelo, pero no me cogías el teléfono.
—¿A qué hora? —Parecía asustado—. Cogeré el coche y bajaré…
—Ya ha sido, pero…
—¡¿Qué?!
—No se ha presentado. Tenías razón, sólo me está manipulando. —Le puse al corriente de todo—. Pero ya está. Ahora sí que se acabó, Evan.
—Eso ya lo he oído antes.
—No, esta vez es de verdad. Volveré a cambiar los números de teléfono. A lo mejor podemos mudarnos a otra ciudad, o irnos al hotel como dijiste. No hace falta que Ally vaya a la escuela, la educaré en casa. O a lo mejor deberíamos vender la casa. No lo sé, pero voy a decirle a la policía que ya no pueden seguir interviniendo nuestros teléfonos. No veré las noticias ni leeré los periódicos…
—Para, para, para… Tengo un grupo grande esta noche, pero bajaré mañana a primera hora y lo hablaremos.
—¿Estás seguro?
—Encontraremos una solución, ¿de acuerdo? Eso sí, no tomes ninguna decisión hasta que llegue a casa, y no cambies nada, te lo suplico.
—Está bien, está bien.
—Lo digo en serio. No quiero volver a casa y encontrarme un cartel de «SE VENDE» en el césped.
—De acuerdo. Ahora tengo que ir a ver a Sandy y a Billy a la comisaría otra vez —le expliqué, lanzando un gemido de protesta.
—No dejes que te manipulen ellos tampoco.
—Todo el mundo me está manipulando ahora mismo.
—Vamos, Sara… Eso no es justo.
—Perdona. Es que todo esto es una pesadilla. Ojalá no tuviera que ir a verlos, sólo quiero irme a casa.
—Mándalos a la mierda.
—Tengo que hablar con ellos, pero no les va a gustar lo que tengo que decirles.
Evan tenía razón acerca de los policías, y yo también. En cuanto cerramos la puerta de la sala de interrogatorios, Sandy se apresuró a decir:
—La próxima vez creo que deberíamos…
—No habrá próxima vez.
Se fue directa a la yugular.
—Tenemos que atraerlo con una razón más poderosa para venir a la isla. Creo que deberías decirle que vas a dejar que conozca a Ally al final…
—No pienso utilizar a mi hija como cebo, Sandy.
—No estará allí de verdad, sólo hace falta que John crea que sí lo estará.
—No, se acabó. No quiero seguir con esto. Voy a cambiar el número de teléfono hoy mismo y ya no autorizo que mi fijo siga estando intervenido. El móvil tampoco.
—Comprendemos perfectamente que necesites un poco de tiempo —dijo Billy—. Esto ha sido…
—¡No necesito un poco de tiempo! Necesito que esto acabe. He puesto en peligro mi vida, a mi hija y mi relación para nada. Evan tenía razón: John me está manipulando, y vosotros vais a tener que atraparlo solitos.
—¿Y si agrede a otra mujer? —preguntó Sandy.
—Entonces deberíais haberlo atrapado.
La fulminé con la mirada.
—Si retiramos todos los dispositivos de escucha —siguió diciendo—, no podremos protegerte adecuadamente. ¿Qué vas a hacer si va por ti o tu familia?
—Tú misma me dijiste que no creías que supusiese ninguna amenaza para mí.
—Yo te dije que no podemos predecir qué es lo que va a hacer.
—Es curioso, pero cuando queríais que accediese a reunirme con él, no creías que corriese ningún peligro, y ahora que no quiero hacerlo, sí corro peligro.
—Sólo estamos diciendo que no sabemos cómo va a reaccionar ante tu rechazo —dijo Billy—. La última vez fue un correo electrónico…
—Bloquearé todos sus mensajes.
Me miraron fijamente. Respiré hondo.
—Escuchad, creía que si accedía a un encuentro cara a cara, todo esto acabaría, pero no ha sido así. Mi vida es una puta mierda: apenas puedo trabajar, discuto con Evan constantemente, no paso suficiente tiempo con mi hija… Cuanto más os ayudo, más jodida estoy. Me voy a ir a mi casa y voy a seguir adelante con mi vida como si John no existiese. Es lo que debería haber hecho hace mucho tiempo.
—Parece que ya has tomado la decisión —dijo Billy—, y tienes que hacer lo que te parezca correcto, pero yo creo que deberías…
Me puse en pie.
—Os agradezco vuestra comprensión.
Sandy, que parecía cualquier cosa menos comprensiva, sacudió la cabeza y dijo:
—Espero que puedas vivir contigo misma cuando encuentre a su próxima víctima.
—Y yo espero que tú puedas vivir contigo misma. Hace años que lo persigues y todavía no lo has detenido. Te he dado más oportunidades de lo que nunca habías conseguido por tu cuenta.
Con la cara roja como la grana, se puso en pie con los puños apretados en los costados.
Di un paso atrás mientras decía:
—Tú…
—¿Sandy? —exclamó Billy.
Sandy dio media vuelta y salió de la habitación, dando un portazo tras de sí.
Billy me siguió al Cherokee. La adrenalina acumulada durante todo el día seguía bombeando por mis venas mientras mascullaba entre dientes y despotricaba contra Sandy.
—Muy bien —dijo cuando me hube calmado—. ¿Estarás bien esta noche? Si quieres, puedo llevaros un poco de comida china más tarde y echaros una mano a ti y a Ally.
—Es una oferta muy generosa, Billy, pero creo que tienes razón: necesito un descanso de todo esto.
También recordaba cómo había reaccionado Evan la última vez que Billy me trajo comida.
—Claro, pero si me necesitas, ya sabes el número.
—¿Emergencias?
Se echó a reír, pero un destello de dolor asomó a sus ojos y me sentí mal.
—Ten cuidado, amiga mía.
Echó a andar de vuelta a la comisaría, donde, probablemente, Sandy estaría arrojando dardos a mi foto.
Así que ése es el final de la historia. Y creo que también voy a dar por terminada nuestra sesión de hoy. Ya he hablado bastante por un día. Sí, ya lo sé, no es algo de lo que suela quejarme. ¿Se acuerda de cuando mi mayor preocupación era mi mal genio? Nunca pensé que recordaría aquellos días como los buenos tiempos, aunque claro, tampoco pensé nunca que tendría a un asesino como padre…, sobre todo uno que cambia de parecer tanto como yo.
Usted dijo que tengo que empezar a preguntarme qué es lo que quiero hacer, no lo que está bien o mal, o lo que piensan los demás. Y saber lo que quiero significa mirar con ojos objetivos lo que siento y cuáles son las consecuencias de mis decisiones. Como que quiero que John salga de mi vida y tengo miedo de que haga daño a alguien. Quiero que detengan a John y me aterroriza que vaya a ir por mi familia. Usted también me dijo que tengo que tomar una decisión y atenerme a ella y ser coherente. Así que eso es lo que estoy haciendo. Porque quiero recuperar mi cordura y temo que sea demasiado tarde.