SESIÓN QUINCE

Tras llegar a casa después de nuestra última sesión de terapia, Evan me dijo que había decidido quedarse con nosotras el fin de semana. Me pregunté si su decisión no estaría motivada por su preocupación por Billy más que por John, pero era maravilloso tenerlo en casa, para variar. Aunque me ha servido de muy poco para concentrarme y trabajar. No sabe la de veces que he cogido una herramienta y luego la he vuelto a soltar sin más ni más. Me paso casi todo el santo día plantada delante del ordenador.

Ahora me ha dado por buscar en Google información del tipo «cómo saber si alguien te está siguiendo» o «técnicas de autodefensa que pueden salvarte la vida». Uno de los artículos proponía sugerencias sobre qué hacer si te ataca un asesino en serie o un violador, como resistirte o ponerte a chillar. Incluso aparecían posibles detonantes para uno u otro tipo de comportamiento, pero al parecer la única manera de saber a ciencia cierta qué es lo que se trae entre manos —bueno, aparte de a ti, claro—, es cuando ya la has cagado y te está matando.

Aun así, lo imprimí todo, por si acaso. Luego añadí las páginas al extenso archivo con todo lo que he ido recopilando sobre John. Llevo un diario desde el primer día en que empezó a llamar. Tomo nota de la hora del día en que llama, sus estados de ánimo, su tono de voz, sus coletillas…, cualquier cosa.

Cuando no estoy buscando información por internet, le envío a Billy correos del estilo «¿Cómo va todo por ahí?». Siempre me contesta. A veces, sólo dice «No te preocupes», o «Aguanta, luego te llamo y te cuento». Evan se pondría como loco si supiera las veces al día que estamos en contacto. No me gusta nada tener que hacerlo a sus espaldas, pero no sé explicar por qué necesito que Billy me tranquilice, o al menos no de una manera que Evan pueda llegar a entender. A él se le da muy bien liberarme de mis neuras y bajarme de la montaña rusa de emociones en la que voy subida constantemente, aunque eso es cuando estoy en un nivel cinco de descontrol. Pero en cuanto alcanzo el nivel diez y me viene con sus «no te preocupes», «no te obsesiones», no puedo soportarlo. Lo que yo necesito, en vez de esas monsergas, es la actitud de Billy, la que me asegura que lo tenemos todo bajo control.

Lo del viernes pasado por la noche fue demasiado. Aunque Evan estaba en casa y yo no había sabido nada de John desde el lunes, no estaba en absoluto relajada. Tenía el móvil en modo silencio, pero mi cabeza parecía una olla de grillos. Todos los libros dicen que los asesinos en serie pueden llegar a ser tremendamente impulsivos; si John tiene ganas de hablar, podría coger el teléfono, por muy enfadado que esté, sólo para contarme precisamente lo enfadado que está. O darle por hacerlo en persona, pero el caso es que las personas como John —como yo— son igual de obsesivas que de impulsivas. Lo que me tuvo en vela toda la noche fue preguntarme qué lo tendría a él en vela toda la noche.

El sábado por la mañana temprano las llamadas empezaron de nuevo.

Sonó mi móvil mientras preparábamos el desayuno; mejor dicho, mientras Evan preparaba el desayuno, yo estaba hablando y metiéndome por en medio. El número era nuevo, pero el código de área seguía siendo el de la C. B.

—No contestes —dijo Evan.

—Es un número distinto.

Volvió a los fogones.

—Si no es él, dejarán un mensaje.

Nadie dejó ningún mensaje. Quienquiera que fuese, llamó tres veces más, siempre colgando después del cuarto timbre. Mientras ponía la mesa, me quedé paralizada con un tenedor en la mano, esperando a que el teléfono sonara otra vez.

Evan me miró por encima del hombro.

—Apágalo y punto.

Momentos antes, había estado pensando en lo contenta que estaba de que Sandy y Billy ya no estuvieran en casa para así tener a Evan para mí sola, pero en ese momento deseé tenerlos allí para que me dijeran qué debía hacer. Mis firmes propósitos —y toda mi palabrería— de ignorar a John empezaban a tambalearse.

—Pero ¿y si ha secuestrado a otra chica?

Evan dio media vuelta con la espátula en la mano.

—Apaga el teléfono, Sara.

Lo miré fijamente mientras el teléfono sonaba de nuevo.

Los huevos chisporroteaban en la sartén, por detrás de Evan, cuando dijo:

—Creía que dijiste que se había acabado.

—Pero ¿y si tiene a alguien o está en un camping y…?

—Si no hablas con él, no podrá manipularte.

Ally asomó por la puerta.

—¿Qué es esa peste?

Evan se volvió.

—¡Mierda! ¡Los huevos! —Mientras trasladaba la sartén a otro quemador, miró hacia atrás por encima del hombro—. Haz lo que quieras, Sara, pero sabes exactamente qué es lo que va a pasar.

Apagué el teléfono y lo dejé encima de la mesa.

Evan me agarró de la mano.

—Es la única forma de que vuelvas a recuperar tu vida.

Me senté y, pese a sus protestas, deposité a Ally sobre mi regazo para, acto seguido, enterrar la cara en su pelo, sintiendo una mezcla insoportable de miedo y culpa. ¿A quién acababa de destrozarle la vida?

Después de llevar a Ally con Meghan, Evan hizo algunos trabajos en la casa. Por fin terminé el cabezal con el que me había estado peleando, pero era como escalar una montaña con piedras atadas a los tobillos. Billy había telefoneado para informarme de que la última llamada de John se había hecho desde un teléfono público cerca de Lillooet, unas tres horas al sur de la localización de la llamada anterior y… a tres horas de Vancouver. Mientras trabajaba, no dejaba de preguntarme si mientras lijaba mis muebles, John habría salido en busca de su siguiente víctima.

La policía envía un coche patrulla a dar una vuelta por la escuela cada vez que Ally sale al recreo. La maestra cree que ando metida en alguna batalla legal por la custodia con su verdadero padre —por suerte, nunca llegué a decirle que está muerto—, pero me preguntaba si no debería haberme quedado a Ally en casa. Evan y yo lo habíamos hablado, pero decidimos que era mejor que todo siguiese siendo lo más normal posible para ella. El truco radicaba en conseguir que yo siguiese comportándome de la forma más normal posible. Yo siempre he ido bordeando la neurosis, traspasando peligrosamente el límite en los momentos cumbre, pero ¿y ahora? Ya ni siquiera sé lo que es normal.

Mientras almorzábamos, me esforcé por aparentar interés mientras Evan me explicaba cómo había reorganizado el cobertizo para la leña, pero se dio cuenta de que apenas si había mordisqueado el sándwich.

—¿Por qué no vas un rato a ver a Lauren? —me animó.

—No sé. —Me encogí de hombros—. No hemos hablado mucho últimamente, tal vez porque siento como si estuviera mintiendo todo el tiempo. Y no le he dicho a nadie que estás en casa. Se preguntarán por qué no lo he hecho.

—Pues diles que unos clientes cancelaron a última hora y que quería pasar un tiempo contigo para poder organizar los preparativos para la boda.

—¡Dios, la boda…! Todavía tenemos que encargar el pastel, las flores, alquilar tu esmoquin, pedir el vino y encargarnos de las etiquetas. —Lancé las manos al aire—. ¡Si ni siquiera hemos enviado las invitaciones!

—Todo saldrá bien, Sara.

—Sólo faltan tres meses y medio para la boda, Evan. ¿Cómo va a salir bien?

Evan arqueó una ceja.

—Oye, Novia de Chucky, a lo mejor deberías ser un poco más amable con el novio…

Suspiré.

—Lo siento.

—¿Qué es lo más importante que tienes en tu lista?

—No lo sé… Las invitaciones, supongo.

Pensó por un momento.

—Vete a ver a Lauren, mientras tanto yo buscaré una plantilla para la portada de la invitación y actualizaré la página web. Cuando vuelvas, le daremos los retoques y así mañana ya podremos buscar las direcciones en nuestra agenda de contactos y enviar el vínculo, ¿qué te parece?

—Pero…

—Pero ¿qué?

—Que cuando hayamos mandado las invitaciones… No sé, a lo mejor tienes razón. ¿Qué pasa si las cosas se ponen muy feas con John y…?

—Eso no pasará —repuso Evan—. Ya no está en nuestra vida. Y tú vas a seguir manteniéndolo fuera de ella, ¿verdad que sí? —Asentí con la cabeza—. Así que, a menos que te estés arrepintiendo y ya no quieras casarte conmigo…

Me di unos golpecitos en la barbilla.

—Humm… Déjame pensar…

Me agarró del pelo y me atrajo hacia sí para darme un beso.

—No pienso dejar que te me escapes. Sobre todo sabiendo como sé ahora que hay un policía que se muere de ganas de ocupar mi lugar.

Le di un golpe en el hombro.

—Billy no piensa en mí de ese modo. Y estoy segura de que ahora me odia por haberles fastidiado el caso.

Evan lanzó un gruñido y dijo:

—Me alegro. Ahora vete a ver a tu hermana.

Volví a casa con una actitud mucho más positiva ante la vida después de hincharme a galletas de mantequilla de cacahuete de Lauren y beberme una cafetera entera de café. Cuando Evan me dijo que lo habían llamado dos veces del hotel, le manifesté mi preocupación por que perdiese su clientela. Pero él me dijo que le preocupaba más perderme a mí.

John se dio cuenta de que no iba a contestarle al móvil, así que probó a llamar al fijo un par de veces. Si Ally estaba en casa nos preguntaba por qué no lo cogíamos, y nosotros le contestábamos que sólo eran operadores de telemárketing, que intentaban vendernos algo y que no se le ocurriera contestar. Desconectamos el sonido por la noche y le dimos el número del móvil de Evan a la policía porque el mío también estaba fuera de servicio. John lo intentó un par de veces más el domingo. Todas las llamadas provenían de los alrededores de Cache Creek, y me sentía más segura sabiendo dónde estaba, o al menos en qué área se movía, pero Evan decía que lo único que conseguía era volverme más loca tratando de predecir su próximo movimiento. Y llevaba parte de razón. Accedí a llamar a la compañía telefónica el lunes para cambiar nuestro número. Entonces, la noche del domingo, recibí el e-mail.

Evan estaba a punto de enseñarme la página web de la boda que se había pasado todo el fin de semana actualizando cuando decidí leer mis mensajes de correo. En cuanto vi la dirección, HanselandGretelAntiques@gmail.com, supe que era de John. El mensaje estaba todo en mayúsculas.

SARA:

LA PRESIÓN ES ENORME. TE NECESITO.

JOHN

Las paredes del estudio parecían desplomarse sobre mí mientras miraba la pantalla. Evan estaba hablando a mi espalda, pero yo no entendía lo que decía. Tenía todo el cuerpo acalorado, y las piernas agarrotadas de miedo.

—¿Qué te pasa? —preguntó Evan.

—John acaba de enviarme un correo.

Evan se volvió en la silla giratoria y me preguntó algo que no entendí. Abrí la ventana que había encima de mi mesa, necesitaba urgentemente insuflar aire a mis pulmones, pero todavía sentía como si estuviera ahogándome. Billy, tenía que hablar con Billy. Le reenvié el correo y me llamó de inmediato para decirme que el departamento de informática de la policía trataría de averiguar desde dónde lo había enviado John, aunque yo estaba segura de que había utilizado algún locutorio público.

La reacción de Evan tras enseñarle el mensaje fue que, simplemente, lo ignorase. Traté de concentrarme en la web para la boda, pero no conseguía quitarme las palabras de John de la cabeza.

—¿Y si mata a alguien? —apunté.

—La policía ha enviado avisos a todos los campings, pero va a acabar matándote a ti si sigues comunicándote con él, Sara. —Se desplazó hasta otra página en el sitio web—. Vamos, esto te distraerá un rato. Mira, he cambiado el formato y he añadido nuestros horóscopos y los vínculos a un mapa…, también un pequeño juego de preguntas y respuestas. Y la gente puede contestar y decir si vendrán o no directamente a través de la página.

—Qué bien… y gracias por intentar distraerme, pero no comunicarme con John es lo que lo está empujando al abismo.

—Pues deja que se cabree. Yo estoy aquí, la casa está protegida y tenemos a la policía patrullando nuestra calle. Si vas a volver a hablar con él, deberías decirle eso al menos, que la policía sabe que ha estado en contacto contigo y que lo detendrán si vuelve a poner los pies en esta isla.

—Eso podría hacer que se volviera completamente loco.

Evan se apartó de la pantalla.

—¿Qué es lo que quieres hacer, Sara?

—Sólo quiero que todo esto acabe.

—Entonces deja que la policía haga su trabajo.

—Pero ellos no pueden hacer nada, y yo no puedo soportar no saber qué es lo que está haciendo.

—Sara, si hablas con él, voy a enfadarme de verdad.

—¿Ahora me amenazas? ¡Eso no es justo!

—Lo que no es justo es que tenga que preocuparme por ti. Dijiste que habías acabado.

—Pero él no ha acabado. Podemos cambiar de número de teléfono, puedo cambiarlo millones de veces, pero mientras él siga ahí fuera, encontrará otros medios de ponerse en contacto conmigo.

El rostro de Evan seguía impertérrito.

—Entonces ¿qué quieres hacer?

—Creo… Creo que tal vez debería intentar quedar con él otra vez. Si…

—No, Sara. No puedes hacerlo.

—Evan, piénsalo. Por favor… Yo tampoco quiero hacerlo, me aterroriza, pero tenemos que atraparlo. Es la única manera de que esto acabe de una vez. ¿Cómo vamos a poder casarnos sabiendo que todavía anda suelto?

—Si lo haces, no quiero tener nada que ver con ello.

—¿Qué significa eso?

—Significa que no pienso volver a subirme a esa furgoneta, preguntándome si estás haciendo que te maten. También estás poniendo en peligro a Ally, ¿lo sabes?

—Eso es muy injusto. ¡Estoy tratando de proteger a Ally! No estará segura hasta que lo detengan.

—Si lo haces, Ally debería venir al hotel conmigo.

—Ally se queda aquí.

—¿Así que quieres que esté aquí, en la ciudad, para que él pueda llevársela de la escuela?

—Está más segura aquí con protección policial que allí arriba en el hotel. La carretera está desierta y sólo hay tres policías como mucho en toda la ciudad… y él sabe dónde está el hotel, Evan. Si algo ocurriera ahí arriba…

—Podría protegerla mejor allí arriba.

—Billy puede protegerla…

Me callé al darme cuenta de lo que estaba a punto de decir.

—¿Así que crees que Billy puede cuidar mejor de Ally?

—Es policía, Evan.

—Me importa un bledo lo que sea. Si haces eso, me llevo a Ally al hotel o se lo cuento a tus padres y puede quedarse con ellos.

—¡Tú no vas a llevarte a mi hija a ninguna parte!

—¿Tu hija? ¿Así que a eso se reduce todo? ¿Como no es mía, no tengo ni voz ni voto en lo que le pase a ella?

—¡Evan, no es eso lo que quería decir!

Apagó el ordenador y se dirigió hacia la puerta del estudio.

—Haz lo que quieras, Sara. Lo vas a hacer de todos modos.

Esa noche, Evan durmió en el sofá. Yo me pasé horas y horas dando vueltas en la cama, discutiendo con él en mi cabeza, pero a medianoche, mi ira ya se había evaporado casi por completo. No soportaba que estuviera enfadado conmigo. Me quedé boca arriba en la cama, con la mirada clavada en el techo. ¿Por qué Evan no era capaz de entender que reunirme con John era la manera más eficaz —incluso tal vez la única, como había dicho Billy— de librarnos de él para siempre?

En la oscuridad, seguí dándole vueltas a todo lo que nos habíamos dicho. ¿Mi hija? Evan era lo más parecido a un padre que la niña había tenido en su vida. ¿De verdad creía que porque ella no fuese biológicamente hija suya, Evan no debería tener voz ni voto en lo que pasase con ella? Entonces me di cuenta de que, de manera inconsciente, yo siempre había considerado las opiniones de Evan secundarias en todo lo relacionado con Ally.

Tal vez él tenía razón. Tal vez era hora de cortar de raíz la comunicación con John. Había hecho todo lo que la policía me había pedido, había soportado todas las llamadas de John hasta el extremo de convertirme en un ataque de pánico andante, había accedido al fin a encontrarme con él en persona y, pese a todo, seguían sin darle caza. Me había dicho que no haría daño a nadie siempre y cuando siguiese hablando con él, pero aun así mató a Danielle, a pesar de que me paré en el arcén de una carretera para atender su puñetera llamada. ¿Y cómo sé yo que no la habría atacado aunque hubiese conseguido hablar conmigo cuando estaba con mis hermanas en Victoria? Si daba aunque fuera un mínimo paso en falso, él lo utilizaba como excusa para hacer lo que haría de todos modos. Ahora el riesgo era aún mayor. Sabía que podía utilizar a Ally para presionarme: si estaba dispuesta a mentir para protegerla, podría preguntarse qué más estaría dispuesta a hacer por ella.

Podría haberle explicado mejor mis sentimientos a Evan, pero ¿por qué adoptaba esa actitud tan despótica? Volví a reproducir nuestra pelea en mi mente y esta vez traté de ponerme en su piel. Entonces lo entendí. Evan estaba asustado, y tenía todo el derecho a estarlo. ¿Cómo me sentiría yo si él fuese a hacer algo que me aterrorizara, pero no pudiese impedírselo? Lo último que quería era un matrimonio como el de mis padres, mamá en la cocina y mi padre teniendo siempre la última palabra, pero Evan no estaba sacando a la luz su carácter autoritario: sólo estaba preocupado.

Bajé las escaleras sin hacer ruido y me fui al salón. Evan estaba de espaldas, con un brazo por encima de la cabeza. Me arrodillé a su lado y admiré sus facciones bajo la luz de la luna. Me encantan sus pómulos prominentes y que tenga un lado del labio superior más carnoso que el otro. Tenía el pelo todo alborotado, lo que le daba un aspecto aún más juvenil. Acerqué mi cara a la suya.

—¿Qué estás haciendo? —murmuró.

—Intentar que me perdones.

Gruñó en la oscuridad y me pasó el brazo por los hombros, empujándome hacia arriba y colocándome encima de él, de manera que tenía la cabeza apoyada sobre su pecho.

—Fuiste muy injusta.

—Lo sé y lo siento, pero te estabas poniendo insoportable, como si fueras el macho dominante de la manada.

—Es que soy el macho dominante de esta casa. Sólo tienes que aceptarlo. —Oí la sonrisa en su voz.

Me gruñó en el cuello. Yo le respondí con otro gruñido. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que habíamos hecho eso. Le sonreí en la mejilla. Deslizó la mano izquierda hacia abajo y me agarró el trasero.

—¿Sabes una cosa? Se me ocurre una manera de compensarme por cómo me has tratado antes…

Me reí en su hombro.

—¿Evan?

—Sí, cielo.

—No voy a verme con él, ¿de acuerdo?

—Bien, porque tengo que volver al hotel mañana por la mañana y no quiero tener que preocuparme por ti.

—Lo primero que voy a hacer mañana es cambiar los números de teléfono.

Me abrazó con fuerza y me dio un beso. Entonces nuestros cuerpos entrelazados se relajaron, yo seguí con la cabeza en su hombro y él siguió con los brazos alrededor de mi espalda, hasta quedarse dormido.

A la mañana siguiente, después de que Evan se marchara, cambié el número del móvil y del fijo. Le di a la policía los números nuevos. Mi familia se preguntaría por qué los había cambiado, así que les dije que desde la publicación del artículo habíamos recibido un montón de llamadas de los periódicos y también de algunos perturbados.

—He oído que Evan ha estado en casa —me dijo Melanie.

—Sí, unos días.

—¿Y qué le ha parecido el CD?

—Pues…

Antes de que pudiera inventarme una excusa, Melanie dijo:

—Lo tuyo es increíble. Menuda hermana. —Y me colgó.

Quise llamarla de nuevo y pedirle disculpas, pero no me cogió el teléfono. Entonces mi sentimiento de culpa se convirtió en rabia, no necesitaba toda aquella mierda. Tenía a un asesino en serie haciéndome la vida imposible. Sí, claro, eso ella no lo sabía, pero Melanie podía esperar, por una vez.

Desde que cambié los números de teléfono, John ha dejado de llamar. Los primeros dos días fueron difíciles, comprobaba las cerraduras de la casa y la alarma constantemente, pero al ver que nada sucedía, empecé a relajarme. Evan tenía razón, debería haberlo hecho hace mucho tiempo. Se acabaron los sobresaltos, nada de comprobar las llamadas al móvil cada diez segundos. No he visto las noticias ni he buscado nada en internet. Incluso me estoy poniendo al día con algunos proyectos, y ayer hasta contesté a un montón de solicitudes de presupuesto. Es como si hubiese estado enganchada a una droga horrible y ahora que estoy limpia no me pudiese creer hasta qué punto se había apoderado de mi vida. Pero ya está. Lo he dejado para siempre.