Ahora mismo, tengo los nervios destrozados. Cuanto más intenta calmarme Evan, más histérica me pongo. Entonces me odio a mí misma, y eso hace que me ponga aún más histérica, así que Evan se empeña en intentar calmarme o se pone en plan macho dominante controlando la situación, y entonces yo me convierto en la hija de puta más rabiosa y enfurecida del mundo.
Pero cuando al fin consigo que reaccione, cuando se pone rojo de furia y grita o coge la puerta y se larga, ahí es cuando me calmo. Entonces pienso en todo lo que acabo de decir o de hacer y me siento terriblemente avergonzada, así que voy corriendo a pedirle perdón, tratando de enmendar de alguna manera el lío que he causado. Por suerte, Evan no es de los que guardan rencor mucho tiempo y, típico de él, enseguida se le pasa y sigue como si nada, pero es a mí a la que no se le pasa.
Ésta no es la primera vez que hablamos de mi tendencia a ponerme melodramática y de mis reacciones exageradas, y luego de mis reacciones exageradas ante mis reacciones exageradas. Es curioso que hasta pueda utilizar ese término con usted, porque si cualquier otra persona llegara a insinuarme siquiera que soy una exagerada, seguro que me pondría hecha una fiera. Usted me ha dicho muchas veces que, en realidad, nunca es por la situación en sí, eso es sólo el detonante. Es la corriente que fluye entre las personas que se provocan chispazos la que causa el problema. Lo importante es saber manejar la forma en que te estás peleando, no aquello por lo que te estás peleando. ¿Cuántas veces ha intentado inculcármelo? A estas alturas, lo lógico sería que ya lo tuviese por la mano, pero en el calor del momento… Todo se va al garete. Por lo menos ahora ya sé de quién lo he heredado.
Tras el entusiasmo inicial de John por vernos, pensé que querría proponer algo de inmediato, pero cuando me llamó al volver a casa después de nuestra última sesión, sólo quería hablar de Ally. Traté de cambiar de tema, pero cuando le mencioné el encuentro, me contestó que todavía estaba pensando en cuál sería la mejor manera de hacerlo, y luego volvió a ponerse a hablar de Ally. No soportaba tener que hablar de mi hija con él, no soportaba tener que preguntarme qué diablos haría con la información.
Sandy y Billy, a quienes veía todos los días una vez que accedí a reunirme con John, tampoco entendían por qué él estaba postergando el encuentro, pero ambos coincidían en que parecería raro que yo empezara a presionarle al respecto y me dijeron que debía dejar que fuese él quien sacase el tema. Ahora que ya había tomado la decisión de quedar con él, no veía la hora de acabar con todo aquello de una vez. Sobre todo porque no parecía que fuésemos a atraparlo de ninguna otra manera.
Había llamado desde las inmediaciones de Cranbrook, lo cual fue una sorpresa. Esperaban que siguiese dirigiéndose hacia el sur, y no a ocho horas hacia el este. Su siguiente llamada la realizó desde una cabina aún más al este, casi en la frontera con Alberta. Me pasaba horas mirando el mapa, tratando de adivinar lo que estaría pensando, por qué se alejaba en la dirección contraria.
Con cada llamada, quería saber cada vez más cosas sobre Ally, y yo caminaba sobre una peligrosa cuerda floja, entre mentiras y verdades. Dado que no sabía si era un internauta experimentado, tenía la precaución de decir la verdad respecto a aquellos datos que podría comprobar en internet, como la fecha de nacimiento o información sobre la escuela, pero cuando me preguntaba por sus gustos y sus aficiones mentía como una bellaca. Así, Ally ahora odiaba el queso y la carne roja, era una niña tranquila, tímida con los desconocidos, y se le daban fatal los deportes. Tenía que tomar notas para no olvidar los detalles sobre aquella nueva hija que estaba creando.
Evan se alegró de que John no hubiese escogido una fecha todavía y esperaba que hubiese cambiado de opinión, pero a él tampoco le hacía un pelo de gracia que estuviese haciendo tantas preguntas acerca de Ally. Me sugirió de nuevo la posibilidad de enviar a la niña arriba con él, al hotel, pero le dije que no sería bueno para Ally, ya que iría atrasada en la escuela. Por supuesto, él me contestó que estaría perfectamente y que me preocupo demasiado, pero yo conozco a mi hija. Pierde el norte con mucha facilidad. Su maestra me agobia constantemente desde aquella vez que empujó a la otra niña. No sé si habrá oído los rumores, pero percibí un nuevo deje de ansiedad en su voz cuando hablaba de Ally. Y yo no quería alimentar más esa ansiedad.
Al fin, el viernes por la noche, llamó John, esta vez desde su móvil.
—Y dime, ¿qué te parece el lunes?
—¿Para vernos? —Se me aceleró el corazón—. Bien.
—He estado mirando un mapa.
Oí la voz de Sandy en mi cabeza. «Tienes que escoger el lugar. El lugar es fundamental».
—Conozco el lugar perfecto. Es uno de mis parques preferidos y siempre llevo a Ally allí.
—¿Y dónde es?
—Pipers Lagoon.
Contuve la respiración. «Por favor, por favor, di que sí…».
Inicialmente, la policía había escogido Bowen Park, pero se estaba celebrando un festival de arte al aire libre. El parque de Pipers Lagoon estaba lo bastante lejos para que no hubiese grandes aglomeraciones de gente, sólo algunas personas paseando, sobre todo un día laborable. Un estrecho dique de grava llevaba desde el aparcamiento hasta el parque de ocho hectáreas, con sus despeñaderos, sus madroños y sus robles blancos de Oregón. El dique estaba flanqueado por el mar a uno y otro lado y repleto de bancos, lo cual me permitía sentarme al aire libre y la policía podría vigilarme desde distintas posiciones. Pero lo mejor era que sólo había una carretera de acceso, de modo que podrían impedir la huida de John.
—Muy bien, pues quedamos allí a las doce y media —me dijo por el móvil.
Intenté imitar su tono entusiasta.
—¡Perfecto!
Pero el estómago se me subió a la garganta: dentro de tres días iba a ser el cebo para un asesino.
Billy llamó enseguida para decirme que John todavía seguía cerca de la frontera con Alberta y que repasaríamos todo el plan por la mañana. Cuando le conté a Evan que todo estaba dispuesto, me dijo que volvería a casa la noche del domingo. Me parece que, en el fondo, Billy no quiere que lo acompañe, pero yo les dije que no lo haría a menos que se lo permitiesen. Sandy accedió a que Evan se sentara en el vehículo de mando siempre y cuando entendiese que no podía interferir.
John llamó a la mañana siguiente, el sábado. Estaba de un humor excelente, hablando de las ganas inmensas que tenía de conocerme, y luego me preguntó qué iba a hacer ese día. Le contesté que luego me llevaría a Ally a dar un paseo.
—Es bueno que pases tanto tiempo con ella —dijo.
—La vida se interpone un poco a veces, pero lo intento.
Él se quedó callado por un momento, así que decidí aprovechar que estaba de buen humor.
—¿Tus padres pasaban tiempo contigo?
—Mi padre trabajaba mucho, pero mi madre sí, hasta que se fue.
—¿Adónde se fue?
—No lo sé. Se marchó cuando yo tenía nueve años. Echaba de menos a su gente, así que creo que volvió a la reserva.
Aquello era interesante. Me pregunté si la marcha de su madre no habría sido el detonante de todo.
—Eso tuvo que ser muy duro, debías de echarla muchísimo de menos. ¿Alguna vez trataste de encontrarla?
—Un par de veces, pero sin suerte.
—Eso es muy triste, John.
—Fue duro. Pero esperó hasta que supo que yo era lo bastante mayor para cuidar de mí mismo; entonces, una noche, se fue.
—¿Por qué no te llevó con ella?
—Creo que sabía que si lo hacía, él la perseguiría hasta encontrarla.
—Dios, no puedo ni imaginarme dejar a Ally…
—Mi padre era un hombre duro.
—¿Te dejó una nota o algo así?
—Me dejo una muñeca de los espíritus para protegerme.
¡Las muñecas!
—¿Igual que las muñecas que me regalaste?
—Parecidas. Son para tener protección.
¿Hacía muñecas con las mujeres a las que mataba para tener protección? Lástima que esas mujeres no tuviesen ninguna protección contra él…
—¿De qué te protegen?
—De los demonios.
¿Quizá practicaba la brujería? ¿De eso era de lo que iba todo aquello?
—¿Son demonios de las tribus indígenas?
Su tono no era de enfado, sino más bien aburrido, cuando dijo:
—Te lo explicaré otro día.
—¿Puedo preguntarte por tu padre? Antes has dicho que era un hombre estricto.
—Era un borracho violento. Una vez me rompió los dientes delanteros por contar un chiste.
—No tenía mucho sentido del humor, ¿eh?
John se rió.
—Sí, supongo que podría decirse así. Pero él me enseñó todo lo que sé sobre las armas. Aunque cuando estás en el bosque, no puedes confiar únicamente en las armas de fuego, y eso fue algo que nunca llegó a entender. En cambio, mi madre sí lo entendió. Si no hubiese sido por lo que ella me enseñó, él me habría matado el primer verano.
—¿Qué quieres decir?
—Cuando cumplí nueve años, empezó a llevarme al bosque y dejarme allí.
—¿Cómo? ¿Para que pasaras allí la tarde?
—No, hasta que encontrara el camino de vuelta a casa.
Se rió de nuevo.
—¡Eso es horrible! —El estupor que expresaba era auténtico—. Debías de estar aterrorizado…
—Estar ahí solo en el bosque era mejor que estar en casa con él. —Se rió por tercera vez y supe que se sentía incómodo—. Al final, acabé pasando semanas y semanas fuera. Él me pegaba por haber tardado tanto tiempo en encontrar el camino, pero lo cierto es que podría haber vuelto a casa antes. A veces me quedaba viviendo justo en las inmediaciones del rancho y él ni siquiera se enteraba. Lo apuntaba a la cabeza con la mira de mi escopeta y… ¡pam!
—¿Qué te detuvo?
—¿Cómo está Ally hoy?
En absoluto sorprendida por el abrupto cambio de tema, le contesté:
—Está muy bien.
—Parece que a todas las niñas les gustan las muñecas de Barbie, así que pensaba…
—A Ally no le gustan las Barbies. —Lo último que quería era que nos enviara otra muñeca—. Ella es más de bichos y cosas de ciencias.
Ally sería dueña de todas las Barbies del mundo si pudiera, y si alguna vez le regalara un kit de ciencia, probablemente pegaría fuego a la casa.
—Será mejor que cuelgue ya —dijo—. Tengo que preparar el equipaje. —Hizo una pausa y luego añadió—: Estoy muy entusiasmado con esto.
—Va a ser estupendo.
—Te llamaré pronto. —Estaba a punto de colgar cuando dijo—: Espera, tengo un chiste para ti. Te gustará.
—Por supuesto.
—Están dos hombres en un río y uno le dice al otro: «¿Usted es que no nada nada?», y el otro hombre le contesta: «No, es que no traje traje».
Se echó a reír a carcajadas.
—Es muy bueno —dije, y solté una risa forzada.
—Cuéntaselo a Ally. —Había entusiasmo en su voz—. Le va a encantar.
«No tienes ni idea de lo que le puede encantar a mi hija».
—Sí, seguro que se desternilla de la risa.
Sandy llamó en cuanto colgué el teléfono y estaba tan excitada que me dieron ganas de apartarme el receptor de la oreja. Pensaban que se estaba desplazando en dirección oeste a lo largo de la frontera, hacia Vancouver. A pesar de que esta vez la conversación había sido más larga, la señal había sido desviada a una antena del estado de Washington y le habían perdido la pista. Querían quedar conmigo en el parque de Pipers Lagoon para inspeccionar el terreno y asegurarnos de coordinar bien toda la estrategia. Dejé a Ally en casa de una amiga y me dirigí al parque.
Vestida con vaqueros y con el pelo alborotado, como de costumbre, Sandy parecía estar en su elemento. Billy llevaba una gorra de béisbol calada hasta las orejas, un chubasquero, unos vaqueros oscuros y botas de montaña, lo que le daba un aspecto entre rudo y varonil que no pasó desapercibido a un par de mujeres que lo repasaron de arriba abajo al pasar por su lado. Él y Sandy recorrieron la zona en busca de las mejores posiciones para situar a sus hombres. Decidimos en qué banco debía sentarme y señalaron algunos puntos donde estarían los agentes encubiertos.
Sandy quería que Billy se quedara en el aparcamiento, pero él dijo:
—Anoche urdí un plan. Creo que tenemos que detenerlo antes de que llegue al aparcamiento. «En un espacio cerrado, si lo ocupamos primero, tenemos que bloquearlo y esperar al enemigo». Podemos poner un coche en la base de la colina y otro arriba, donde…
—No tengo tiempo para tus citas —dijo Sandy—. Lo quiero en el aparcamiento cuando lo detengamos. No pienso perderlo en alguno de esos caminos que bordean la carretera.
—Entendido, pero creo que simplemente…
—No me gusta.
Se alejó con el móvil en la oreja.
Yo le habría soltado un par de cosas bien dichas, pero Billy se la quedó mirando un momento, sólo eso. De no haber sido por el rubor que fue trepándole por el cuello, ni siquiera habría sabido que estaba enfadado.
—¿Lo ves? Con esa actitud, no hay quien pueda con ella —dije.
Sonrió.
—Vamos. Recorramos el camino de nuevo.
No volví a tener noticias de John en todo el fin de semana, lo cual era aterrador, porque no tenía ni idea de lo cerca que estaba. Si había seguido conduciendo sin parar desde su última llamada, ya podía estar en la isla. Y por si eso no fuese suficientemente estresante, no sabíamos cómo iba a venir: hay dos terminales de ferry en Vancouver, pero también podría tomar el ferry de Washington a Victoria y luego conducir por la isla en dirección norte hasta Nanaimo. Me estaba volviendo loca imaginándome todos los escenarios posibles, preguntándome dónde estaría a cada minuto. Gracias a Dios, Evan volvió a casa el domingo. Había limpiado de arriba abajo esa misma mañana, y luego cociné un pollo cordon bleu en un intento de mantenerme cuerda, u ocupada al menos. Sin embargo, ninguno de los dos tenía mucho apetito. Después de cenar, Evan llamó a Billy y le preguntó cómo iba a ir el encuentro. Su tono era cortés mientras hablaban, pero por su expresión supe que no estaba nada contento con la conversación.
Más tarde nos apoltronamos en el sofá. Evan estaba callado mientras yo parloteaba sobre la nueva comida ecológica de Alce, mis sospechas de que uno de nuestros vecinos cultivaba marihuana, qué íbamos a hacer con Ally en verano… sobre cualquier tema con tal de que me impidiera pensar en lo que iba a suceder al día siguiente. Cuando por fin me detuve a tomar aliento, me atrajo con fuerza hacia sí.
—Sara.
—¿Mmm…?
—Sabes cuánto te quiero, ¿verdad?
Me volví hacia él.
—¡Crees que mañana me va a pasar algo!
No me miró a los ojos.
—Yo no he dicho eso.
—Pero es lo que estás pensando.
Esta vez me miró, con el rostro serio.
—¿Estás segura de que no quieres cancelar todo esto? Aún estás a tiempo.
—No, mañana detendrán a John y desaparecerá de nuestras vidas de una vez por todas.
Traté de esbozar una sonrisa radiante, traté de creerme mis propias palabras.
—Esto no es gracioso, Sara.
Mi sonrisa se desvaneció.
—Ya lo sé.
Esa noche, en la cama, nos abrazamos mientras repasábamos el plan de nuevo. Al final, nos quedamos dormidos, pero soñé que me metían en la cárcel. Ally gritaba a través del cristal y Evan venía a visitarme con Melanie… su nueva esposa. Me desperté a las cinco y cuarto, miré el reloj, luego miré a Evan dormido y pensé, por enésima vez: «¿Estaré haciendo lo correcto?».
A la mañana siguiente, Evan preparó tortitas. Nos reímos y bromeamos con Ally mientras Alce gruñía y resoplaba, ocupado con su propio plato, pero Evan y yo no dejábamos de mirarnos por encima del borde de las tazas de café, y yo revisaba mi móvil una y otra vez. ¿Estaría John ya en la isla? ¿Estaba cerca? ¿Sabía dónde vivía? ¿Y si se presentaba allí? Fui a comprobar la alarma y sorprendí a Evan revisándola él también de nuevo.
Después de dejar a Ally en la escuela, donde habría un coche patrulla apostado fuera todo el día, nos dirigimos a la comisaría. Evan esperó mientras me colocaban un micrófono. Yo tenía que ir en coche al parque, caminar hasta el banco, sentarme y esperar. Evan iría con la policía en el vehículo principal para que John no nos viera juntos. Si por alguna razón llegaba a acercarse a mí, no podía, bajo ningún concepto, aproximarme a ningún coche, ni al mío ni al suyo, y tenía que mantener mucho espacio entre los dos. Todas esas órdenes iban disfrazadas de medidas de precaución y seguidas de un: «Eso siempre y cuando todavía quieras seguir adelante con esto». El mensaje era claro: si pasaba lo peor y resultaba herida, la policía quería dejar constancia clara de que yo estaba haciendo aquello por voluntad propia.
Una vez llegara a Pipers Lagoon, Sandy estaría aparcada abajo en la carretera en la unidad central con Evan. Billy sería uno de los agentes encubiertos que fingirían ser operarios instalando nuevas señales en el aparcamiento. Habría otros agentes de policía desplegados por la zona simulando pasear al perro o fingiendo ser avistadores de aves. A una mujer policía se le había asignado el cometido de empujar un cochecito de bebé vacío con una manta estratégicamente colocada, y otra estaría apostada en la colina de encima de mi banco, haciendo un dibujo del mar. Sentí un gran alivio al ver que iban a destinar a tantos agentes: no querían correr ningún riesgo.
Yo, en cambio, sí lo correría.
Salí de la comisaría una media hora antes de la hora prevista para mi encuentro con John. Por el camino, el sol se abrió paso entre las nubes, reflejándose en los coches y deslumbrándome con sus rayos. Empecé a sentir palpitaciones en la cabeza y caí en la cuenta de que no me había tomado la pastilla esa mañana. Metí la mano en mi bolso y busqué un comprimido de ibuprofeno, pero el bote estaba vacío. Perfecto.
Cuanto más me acercaba a Pipers Lagoon, más fuerte era el nudo que sentía en el estómago. ¿Por qué narices había accedido a hacer aquello? Empezaron a desfilar por mi mente imágenes de todo lo que podía salir mal: John toma a un rehén. John me secuestra a mí. Evan corre a ayudarme y recibe un disparo. El impulso de abortar aquella operación era muy grande.
Aparqué y eché un vistazo a los otros vehículos de mi alrededor. No había ninguna camioneta. ¿Y si había alquilado un coche? Por las placas de matrícula, no parecía haber ningún coche de alquiler. Me sequé las manos sudorosas en las piernas. «Está bien. Lo único que tienes que hacer es salir e ir caminando hasta el banco».
Respiré profundamente, me bajé del Cherokee y eché a andar por el sendero de grava, arrebujándome con el abrigo para defenderme del viento del océano. Por un momento, me entró el pánico al ver a una joven pareja detenerse junto al banco en el que debía sentarme. Por suerte, pasaron de largo y siguieron su camino.
Mientras esperaba, el martilleo en mi cabeza se hizo más fuerte y me empezaron a lagrimear los ojos. Me estaba entrando la migraña. Consulté la hora y luego eché un vistazo al aparcamiento de nuevo.
Eran las doce y media, y no había ni rastro de John. Observé cada vehículo que entraba en el parking. Los azotes del viento me alborotaban el pelo, bloqueándome la vista. Me lo empujé hacia atrás. Un hombre salió de un coche pequeño. Contuve la respiración. Se detuvo un momento, miró a su alrededor y luego se quitó la gorra de béisbol. Vi un destello de pelo rojizo. Oh, Dios, era él… Cerró la puerta del coche y empezó a caminar por el sendero. ¿Dónde estaba la policía? Se suponía que tenían que detenerlo de inmediato.
Estaba cada vez más cerca, cada vez más cerca.
Finalmente, el hombre se acercó lo suficiente para que le viera la cara. Era demasiado joven. Solté el aire. Me miró con extrañeza y pasó de largo. Volví a concentrarme en el aparcamiento. ¿Me había perdido algo? No había ningún coche nuevo. Miré el reloj. Habían pasado otros cinco minutos. ¿Dónde estaba?
El corazón me latía tan rápido que empecé a temer que pasara algo malo, pero lo achaqué a los nervios. A pesar de que hacía sol, el viento era frío y sentía mi cuerpo como si hubiese estado sumergido en hielo. Me balanceé hacia delante y hacia atrás y me metí las manos debajo de las axilas.
Pasaron otros diez minutos. Aún sin novedad. Saqué el móvil del bolsillo y marqué el último número desde el que John me había llamado. No obtuve respuesta. ¿Qué estaba pasando? ¿Y si ni siquiera estaba en la isla?
Me puse en pie y miré alrededor. La mujer policía que había en las rocas estaba dibujando y mirando hacia el mar. Me senté, sintiendo que la cabeza me daba vueltas mientras la migraña me atenazaba la base del cuello. Miré el reloj otra vez: pasaban treinta minutos de la hora acordada. Todavía estaba pensando qué hacer cuando me sonó el móvil en el bolsillo.
Lo cogí y abrí la solapa. No reconocí el número.
—¿Diga?
—¿Estás ahí?
—John, ya empezaba a preocuparme. ¿Va todo bien?
—No lo sé, Sara, dímelo tú.
Una oleada de miedo se apoderó de mi cuerpo.
—¿Qué pasa? Estoy esperándote, tal como acordamos.
—Parece ser que te cuesta decir la verdad.
Miré a mi alrededor. ¿Me estaba observando? ¿Tenía a alguien observándome? Un escalofrío me recorrió la espalda.
—No sé de qué me hablas, John.
—No me has estado diciendo la verdad sobre Ally.
Traté desesperadamente de recordar todo lo que le había dicho. ¿Qué demonios podía haber descubierto?
—Siempre he intentado ser lo más sincera posible.
—A Ally le encantan las Barbies —empezó a enumerar—, se le dan muy bien los deportes y no le gusta nada la ciencia.
Contuve el aliento.
—¿Me has estado vigilando?
—Me mentiste.
Tenía miedo, pero también estaba enfadada.
—Ally es mi hija, John. Mi obligación es protegerla. No deberías haberme hecho esas preguntas.
—Puedo hacer las preguntas que me dé la gana.
«Contrólate, Sara. Recuerda con quién estás hablando».
—Bien, vamos a calmarnos los dos y a empezar de nuevo, ¿de acuerdo?
—Es demasiado tarde.
—Cuando se trata de la familia, nunca es demasiado tarde; eso es lo que significa ser una familia.
Se quedó callado.
El corazón me latía desbocado y me llevé la mano hacia él, presionándome el pecho.
Al final, John dijo:
—Ve a mirar a los servicios, en el último cubículo. He dejado algo para ti.
—¿Ahora mismo?
—Te llamaré luego.
Colgó el teléfono.
Me levanté y enfilé el sendero hacia los servicios que había al otro extremo del aparcamiento. Escudriñé frenéticamente con la mirada las montañas, la playa y los porches de las casas que daban al parque. ¿Me estaba observando? Miré por encima de mi hombro. La mujer policía estaba recogiendo sus cosas y hablando por un móvil. Al llegar al aparcamiento, pasé junto a Billy y los demás agentes. Billy también estaba hablando por teléfono, pero me hizo una señal con la cabeza. ¿Significaba eso que debía seguir?
A mi derecha, vi a la mujer policía con el cochecito de bebé dirigiéndose al cuarto de baño. Casi llegó a la entrada antes que yo, pero entonces una mujer mayor que salía del baño se puso a hablar con ella, gesticulando como si estuviera pidiéndole indicaciones para ir a algún sitio. Al llegar a la entrada, vacilé un momento, pero si esperaba más tiempo parecería extraño. Respiré hondo y entré.
Por suerte, no había nadie dentro, así que me fui directamente al último cubículo y abrí la puerta. A primera vista, no había nada fuera de lo normal; debía de haberlo metido en la cisterna del inodoro. Me pregunté si debía esperar antes de comprobarlo, pero no sabía de cuánto tiempo disponía hasta que John volviera a llamar. Con las manos temblorosas, levanté la tapa de la cisterna. Había una muñeca Barbie flotando boca abajo en el agua. Sabía que no debía tocarla. Le di la vuelta con la uña del meñique.
El rostro estaba derretido.
Salí del cuarto de baño a todo correr, casi tropezándome con la mujer policía, y fui a la carrera hacia el Cherokee. Me temblaban las manos cuando inserté la llave en el bombín de la puerta. Por fin, arranqué y salí a toda velocidad del aparcamiento… y sonó mi móvil. Di un respingo, pero era Billy.
—¿Estás bien, Sara?
—Ally, está en el colegio y…
—Tenemos a alguien montando guardia en la escuela ahora mismo.
—Quiero hablar con Evan.
—Tenemos que hablar de algunas cosas contigo…
—Ahora, Billy.
Le colgué el teléfono.
Evan llamó de inmediato.
—¿Estás bien?
—¡No!
Le conté lo de la Barbie.
—¡Dios santo! Billy dijo que no había aparecido, pero no comentó…
—No me encuentro bien.
—¿Qué te pasa?
—Tengo migraña y el corazón me late muy deprisa. Me cuesta respirar y siento que algo me oprime el pecho.
—Seguramente es por la ansiedad y…
Levanté la voz.
—¡No es un ataque de pánico, Evan! Joder, creo que sabría reconocer un ataque de pánico. Me olvidé las pastillas.
Me habló en tono sereno y sosegado.
—Sara, para el coche.
Oí unas voces en segundo plano.
—No puedo. ¿Y si me está siguiendo? —Al ver que Evan no me respondía de inmediato, dije—: ¿Ha dicho Billy desde dónde ha llamado?
—Verás… —Evan se aclaró la garganta—. Billy ha dicho que John está en Nanaimo.
Me quedé muda del miedo, esperando a que Evan terminara.
—Dijeron que al parecer estaba conduciendo por la parte norte cuando llamó, pero que ahora tiene el teléfono desconectado.
—Así que podría haber estado vigilándome todo este tiempo.
—Tal vez deberías ir a la comisaría. Podemos encontrarnos allí y…
—Voy a ir a ver a Ally.
—La policía ya…
—Voy a ir a ver a Ally y luego me iré a casa.
Se quedó callado un momento.
—Está bien, se lo diré.
Llegué a la escuela de Ally justo cuando volvía a clase después del recreo. Se puso loca de contenta al verme, y quería que fuese a saludar a todos sus amigos. Le dije que había ido para darle un abrazo y eso hice… Estuve abrazándola un buen rato. Por encima de su hombro, vi el Tahoe de Sandy aparcado al cabo de la calle. Después de que Ally volviera a su clase, hablé con los agentes del coche patrulla, quienes me aseguraron que John no conseguiría entrar sin que lo viesen. Quince minutos más tarde, doblé hacia nuestra calle y Sandy me adelantó con el Tahoe. Cuando llegué a nuestra puerta, ella estaba aparcada delante de la casa. Evan acudió a mi encuentro para estrecharme entre sus brazos.
—Ha habido un coche patrulla en la carretera vigilando la casa todo el tiempo. Sandy ha entrado a inspeccionar el interior. Nadie ha entrado en la casa.
—Gracias a Dios. Tengo que tomarme mis pastillas.
Me quité los zapatos y subí escaleras arriba hacia el cuarto de baño. Al salir, Evan ya estaba cerrando las persianas del dormitorio y tenía un paño frío preparado en un recipiente con hielo en la mesita de noche. Apagué las luces y me acosté en la cama, apretándome todavía el corazón acelerado con la mano.
«Céntrate. Respira. Está bien. Ahora estás a salvo».
—¿Quieres que me quede aquí contigo? —me susurró Evan, pero incluso su voz suave se me clavaba como cuchillos en las sienes.
Negué con la cabeza y me tapé la cabeza con la almohada.
—Dentro de un rato volveré a ver cómo te encuentras.
Cerró la puerta con delicadeza al salir.
Minutos más tarde, oí a Evan y Sandy hablando abajo. El ruido de un vehículo fuera, en la calle, y luego otra voz masculina. Adopté una posición fetal, me concentré en mi respiración y dejé que las pastillas hicieran efecto.
Era de noche cuando me desperté. Evan estaba tumbado a mi lado.
—¿Quieres un poco de agua, cariño?
Murmuré una respuesta afirmativa y me advirtió que me tapara los ojos cuando encendiera la lámpara. Llenó un vaso en el baño y me lo ofreció con cuidado en la penumbra.
Me incorporé.
—Gracias.
Hablando en susurros, me puso al corriente de todo lo que había ocurrido después de quedarme dormida. Billy se quedó en la casa conmigo mientras Sandy y Evan iban a recoger a Ally a la escuela. Evan le dijo a Ally que Sandy y Billy eran unos amigos del hotel y que iban a quedarse con nosotros unos días. A Ally no pareció importarle y, de hecho, había hecho muy buenas migas con Sandy, precisamente. Ahora Billy estaba durmiendo en el sofá de abajo y Sandy ocupaba la habitación de invitados junto a Ally.
—Sandy debe de estar cabreadísima con lo que ha pasado hoy —dije.
—Está bien. Creo que me recuerda a cómo te pones tú cuando algo te obsesiona.
—Vaya, hombre. Muchas gracias.
Se rió con desgana.
—¿Qué vamos a hacer, Evan?
—Tendremos que tomar todas las precauciones necesarias los próximos días y ver si vuelve a llamar. Aunque eso era exactamente lo que me temía.
—¿Qué?
—Que algo saliera mal y supusiera una amenaza aún mayor para nosotros.
—Lo habrían atrapado si no se hubiese enterado de que le he estado mintiendo sobre Ally.
—Para empezar, no creo que haya sido una buena idea que le hablaras sobre Ally.
—Tenía que decirle algo, y la verdad, ahora mismo lo último que necesito es que me vengas con tus «ya te lo dije».
—Perdona. —Evan respiró hondo—. Es que no quiero tener que volver a pasar por otro día como éste nunca más.
—Yo tampoco. Lo que más me preocupa es cómo sabía que le he estado mintiendo. —Los dos nos quedamos en silencio un momento—. No puede haber estado hablando con alguien a quien conozcamos, ¿verdad?
—Ninguno de nuestros amigos es lo bastante estúpido para contar detalles personales sobre su hija a un extraño, Sara.
—Podría ser alguien de su escuela, una maestra o alguno de los padres, o incluso uno de los niños. O también…
—¿Qué?
—Melanie trabaja en un bar —dije—. ¿Y si él entró y dijo que tenía una hija de seis años o algo así? Ella podría haber empezado a hablar de su sobrina.
—Me parece un poco exagerado. Me la imagino más bien haciendo propaganda del grupo ese que tiene su novio, Kyle.
—Mierda… —Lancé un suspiro—. Le dije que escucharíamos su CD, para la boda.
—Ya lo haremos.
—Será mejor que lo hagamos, porque si no se enfadará.
—Melanie es el menor de tus problemas en este momento.
Volvimos a quedarnos callados, y luego dijo:
—No, tengo la sensación de que ha estado en la isla y te ha estado observando. —Me abrazó con fuerza—. Mantén los ojos bien abiertos. Trata de detectar cualquier vehículo que pueda estar siguiéndote y presta atención a todo lo que te rodea.
—Siempre lo hago.
—No, no es verdad. Te distraes. Prométeme que tendrás cuidado.
Hablé muy despacio, exagerando cada palabra.
—Te prometo que prestaré atención a todo cuanto me rodea.
Me besó en la sien y me estrechó con fuerza. Arropada entre sus brazos, con el calor de su cuerpo pegado al mío y el sonido constante de los latidos de su corazón en mi oído, apoyado en su pecho, empecé a adormilarme.
Evan murmuró en la oscuridad:
—No quiero que vuelvas a hablar con él, Sara.
—No lo haré. Eso se acabó —le susurré en el hombro.
No he vuelto a saber nada de John. Evan se quedó en casa este último par de días, y también Billy y Sandy, razón por la cual no acudí a mi sesión de ayer. No estuvo tan mal tenerlos cerca, supongo. Por lo general, uno de los dos se iba a la comisaría durante el día, y estaba bien tener a alguien que nos acompañara a Ally y a mí para llevarla a la escuela, pero he echado de menos tener un poco de intimidad con Evan… He echado de menos tener un poco de intimidad conmigo misma.
Normalmente era Billy el que se quedaba en casa durante el día, lo cual no era muy beneficioso para mi relación, la verdad. Un par de veces, Evan pasó cuando estaba acribillando a preguntas a Billy sobre el caso o sus teorías sobre John, y Evan me miró con una cara… Una noche en que él ya se había ido a la cama, Billy y yo nos quedamos hablando de los diferentes casos en los que había trabajado. Cuando me metí en la cama, Evan se volvió y me dio la espalda. Le pregunté qué le pasaba —dos veces— y me contestó:
—No me gusta nada lo simpática que estás con Billy.
—Mmm… Está durmiendo en nuestra casa. ¿Qué se supone que tengo que hacer, no hacerle caso?
—Es un poli. Se supone que debe ser profesional, y no ponerse a charlar con mi prometida.
—No me lo puedo creer… Estábamos hablando de casos antiguos.
—No me gusta ese tipo.
—Eso salta a la vista. Has sido muy impertinente con él en la cena.
—Me alegro. A lo mejor así capta la indirecta y se va a dormir al puto coche patrulla.
—Es increíble que te estés comportando como un idiota. Es como un hermano para mí, Evan.
—Duérmete ya, Sara.
Esta vez fui yo quien le di la espalda.
Una parte de mí entiende a Evan —no creo que me gustase ni un pelo que se pasase todo el santo día con Sandy—, pero lo que le dije, se lo decía de corazón: Billy se ha convertido en una especie de hermano mayor para mí, un hermano mayor muy protector que, además, lleva un arma. Un día, había quedado con él en la comisaría y lo vi acompañando a una mujer a su coche. Alcancé a verle la cara magullada. Cuando le pregunté a Billy por ella, él negó con la cabeza y dijo:
—Otro marido maltratador que se pasa con el alcohol.
—¿Y ha venido a solicitar una orden de alejamiento?
Soltó un resoplido.
—Sí, pero es desperdiciar el papel. La mitad de los maltratadores vuelven a ir por ellas de todos modos. Y suelen salirse con la suya. —Se quedó mirando el coche de la mujer, alejándose en la distancia—. La próxima vez acabará en el hospital. Lo que su marido necesita es un poco de su propia medicina.
Algo en su voz me impulsó a preguntar:
—¿Lo has hecho alguna vez? ¿Tomarte la justicia por tu mano?
Se volvió hacia mí con el gesto grave.
—¿Me estás preguntando si he quebrantado la ley?
Quise quitarle hierro a mi pregunta impulsiva.
—No sé —dije—. Es que te veo como una especie de cruzado enmascarado.
Volvió a mirar hacia la calle.
—«Los que utilizan bien las armas cultivan el Camino y observan las leyes. Así pueden gobernar prevaleciendo sobre los corruptos». —Se volvió hacia mí—. Venga, vamos a tomar un café.
A pesar de que Billy había esquivado la pregunta con otra cita de las suyas, tuve la impresión de que podía haber sido un justiciero en sus buenos tiempos. No me molesta si así fue. De hecho, me gusta. Ésa es la clase de persona que quiero a mi lado. Una vez me dijo que aún mantiene contacto con algunas víctimas que colaboraron con él, que para él «el caso no se cierra hasta que alguien acaba en la cárcel o muerto». Espero que añada a John a esa lista, en cualquiera de las dos categorías.
Esta mañana, alguien me llamó al móvil, pero sólo sonó dos veces y luego enmudeció. No es que fuese a contestar la llamada de todos modos, ya le dije a Sandy que no cogeré el teléfono si John vuelve a llamarme. Creía que me darían la lata y me harían pasar un mal rato, pero los dos se reservaron sus opiniones para sí. Probablemente creen que al final cambiaré de opinión. Ni por asomo. El número era de una cabina cerca de Williams Lake, así que al parecer se ha ido de la isla. A lo mejor esta vez lo he hecho cabrearse de verdad y no volveré a tener noticias suyas nunca más.
Me pregunto cómo sería eso después de tanto tiempo. ¿Me pasaré el resto de mi vida volviéndome a mirar por encima del hombro? ¿Esperando a que suene el teléfono? ¿Puede algo como esto llegar a acabarse de verdad algún día?