SESIÓN TRECE

Me gustaría poder decir que ya lo llevo mejor. Sobre todo porque me encanta la forma en que sonríe cuando le digo que van bien las cosas o que algo de lo que me dijo me sirvió. Mucho de lo que hablamos usted y yo sí me sirve de ayuda, pero es que últimamente me está cayendo todo encima tan rápido y con tanta furia que apenas tengo tiempo de recuperarme de un golpe cuando ya estoy recibiendo el siguiente.

Todos los días busco en internet el nombre de Danielle para ver si hay algún otro artículo. Su familia abrió una web en su memoria y no puedo dejar de mirar sus fotos y leer los pequeños detalles que configuraron su vida. Este verano iba a ser dama de honor en la boda de una amiga suya y acababan de hacerle la última prueba del vestido. Me eché a llorar al pensar en el vestido abandonado en un armario, colgado en alguna parte. Usted me preguntó si no estaría obsesionándome con las víctimas porque estoy tratando de aceptar el miedo que siento de que le pase algo a mi propia hija, pero no creo que sea eso. No sé por qué me pongo en la piel de Danielle, por qué siento su dolor y evoco una y otra vez esas angustiosas imágenes, cada vez más dolorosas. No sé por qué no puedo dejar de querer saberlo todo sobre su vida.

Usted me enseñó hace años que no podemos elegir los sentimientos que nos despiertan las cosas que ocurren, que sólo podemos elegir cómo lidiar con esos sentimientos. Sin embargo, a veces, aun cuando tienes elección, las opciones entre las que elegir son tan horribles que no parecen en absoluto una elección.

El sábado por la mañana, estaba en el supermercado con Ally cuando sonó mi móvil. No reconocí el número, pero el código de área era de la Columbia Británica. Respondí con un cauteloso:

—¿Diga?

—No me dijiste que tenías una hija.

Me detuve en mitad del pasillo mientras el miedo me atenazaba la garganta. Unos pasos por delante de mí, Ally empujaba un carrito pequeño, con su bolsito rojo colgado del hombro. Se paró y examinó un paquete de pasta, con los labios fruncidos.

—No, no te lo dije —repuse.

—¿Por qué?

Pensé en Danielle. Si no le daba la respuesta correcta, yo podía ser la siguiente. Sentí que se me acaloraba la cara y se me nublaba la vista. Me obligué a respirar hondo. Tenía que aparentar tranquilidad, tenía que tranquilizarlo a él.

—Lo hice por precaución. Tú haces daño a la gente y…

—¡Es mi nieta!

Ally se dirigió con el carro hacia mí. Me apreté el teléfono contra el pecho.

—Cariño, ¿por qué no vas ahí al fondo del pasillo y coges una caja de cereales?

A Ally le encanta examinar todos los paquetes y comparar los precios. Coge uno, lo devuelve al estante, coge otro… Normalmente, eso me saca de quicio.

—¿Está ahí contigo? —preguntó John.

Mierda. Me había oído.

—Estamos en el supermercado.

—¿Cómo se llama?

Todo mi cuerpo me pedía a gritos que mintiera, pero tal vez ya lo sabía.

—Ally.

La niña levantó la vista. Le sonreí y ella volvió a sumergirse en la tarea de comparar los cereales.

—¿Qué edad tiene?

—Seis años.

—Deberías haberme hablado de ella.

Me dieron ganas de decirle que no tenía ningún derecho a saber nada de mi vida, pero no era el momento de cabrearlo.

—Lo siento, tienes razón. Pero sólo estaba protegiendo a mi hija. Cualquier madre habría hecho lo mismo.

Se quedó callado. Una mujer avanzó por el pasillo. Me aparté a un lado, preguntándome qué pensaría si supiera con quién estaba hablando.

—No confías en mí —dijo.

—Me das miedo. No entiendo por qué mataste a Danielle.

—Yo tampoco.

Si bien cuando empezamos a hablar su voz era tensa y llena de ira, ahora parecía casi derrotado. Los latidos de mi corazón se apaciguaron un poco.

—Tienes que dejar de hacer daño a la gente.

Me salió como una súplica.

Contuve la respiración, esperando a que saltara echando chispas en cualquier momento, pero sólo parecía estar a la defensiva cuando dijo:

—Entonces, no puedes volver a mentirme. Y tendrás que seguir hablando conmigo cuando lo necesite.

—No te mentiré, ¿de acuerdo? E intentaré hablar contigo siempre, cuando me llames, pero a veces estoy con gente. Si no puedo contestar, podrías dejarme un mensaje y luego yo te llamaría…

—Eso no va a funcionar.

Me pregunté si él todavía sospechaba que la policía estaba tratando de localizar sus llamadas.

—Si sigues llamando un montón de veces seguidas, mis amigos y mi familia empezarán a hacer preguntas.

—Pues contéstaselas.

—A ellos no les va a gustar que hable contigo y…

—Querrás decir que la policía no quiere que sepan que estamos en contacto.

Lo dijo como quien no quiere la cosa, pero a mí no me engañaba: me estaba poniendo a prueba.

El pulso se me aceleró de nuevo. Tenía sus sospechas, pero sospechar y saber eran dos cosas distintas. Tenía que seguir adelante con mi mentira.

—No, quiero decir que mi familia no lo entendería. Y se lo dirían a la policía…

—Tú ya has llamado a la policía.

—¡No! Ya te lo dije. Al principio, no te creí ni creí que fueras quien decías ser, y luego tuve miedo de que fueses por mi familia. Evan se preocuparía mucho y…

—Pues deja a Evan: no lo necesitas.

Mi cuerpo se tensó. Parecía enfadado otra vez. ¿Y si acababa de poner en peligro la vida de Evan? Al final del pasillo, Ally había escogido una caja de cereales y ahora estaba dando vueltas a toda velocidad con su carrito. Si no le hacía caso pronto, lo más seguro era que se empotrase contra alguno de los estantes. Le hice señas para que me siguiera a la sección de las verduras, tratando desesperadamente de que se me ocurriera algo capaz de calmar a John.

—Intentaré hablar contigo siempre que quieras, pero amo a Evan y estamos prometidos. Si quieres formar parte de mi vida, tendrás que entender eso.

Contuve la respiración ante mi temeridad. ¿Cómo reaccionaría al oír aquello?

—Está bien, pero si se interpone…

—No lo hará.

Solté el aire y me desplomé contra el carro de la compra. Ally estaba tratando de atraer mi atención. Le di una bolsa de plástico y le indiqué que cogiera unas cuantas manzanas.

—Quiero hablar con Ally —dijo John.

Me incorporé de golpe.

—Eso no es una buena idea, John.

—¡Es mi nieta!

—Pero podría decirle algo a alguien, y entonces podrían empezar a hacer preguntas, como te dije, y…

Su voz transmitía frustración.

—Si no puedo hablar con ella, entonces quiero conocerte en persona.

La sangre me rugía en los oídos. No pensé que querría conocerme, no creí que fuera a correr ese riesgo. Tenía que asustarlo y quitarle esa idea de la cabeza, y rápido.

—Pero ¿y si la policía me vigila?

—Me has dicho que no has hablado con ellos. Yo te creo. Si me estuvieses mintiendo, yo lo sabría.

Por un momento me pregunté si no sería él quien estaba mintiendo. Deseché aquel pensamiento de inmediato. Era imposible que supiese que estaba colaborando con la policía.

—Pero ese rumor de que eres mi padre salió en todos los periódicos y la televisión. ¿Y si me están siguiendo?

—¿Has visto a alguien siguiéndote?

—No, pero eso no quiere decir que…

—Te llamaré mañana.

Billy me llamó al móvil de inmediato, pero Ally estaba chocando su carrito contra mis pantorrillas y me di cuenta que la pobre estaba al límite. Y no era la única.

—Dame un respiro, Billy. Te llamaré en cuanto llegue a casa.

Liquidé el resto de la compra a toda prisa y una vez en casa, le preparé a Ally un almuerzo rápido y la dejé enchufada a una película.

Llamé a Billy desde el fijo.

—¿Lo habéis localizado?

—Llamaba desde una cabina en un camping cerca de Bridge Lake, al oeste de Clearwater. —Billy suspiró—. Para cuando llegaron allí, se había ido. Probablemente había aparcado abajo y tomó un atajo a través del bosque. Los perros perdieron el rastro.

—¿Qué vamos a hacer? No quiero que hable con Ally y, obviamente, no puedo quedar con él en persona.

—No queremos que hagas nada que te ponga en peligro, pero…

—No pienso quedar con él, de eso ni hablar.

—No me extraña.

—Entonces ¿qué debo hacer?

—Va a ir aumentando sus exigencias, así que queremos que estés preparada para eso.

Billy hablaba con naturalidad, pero había algo que chirriaba.

Entonces lo entendí. La policía quería que me viera con él, pero no podían pedirme que lo hiciera.

Sandy se puso al teléfono.

—Sara, ¿por qué no vienes a la comisaría esta tarde y lo hablamos?

—Está bien.

Volví a dejar a Ally en casa de Meghan —menos mal que su madre estaba encantada de quedársela— y me dirigí a la comisaría de policía. Sandy y Billy me acompañaron de nuevo a la habitación del sofá. Esta vez, Billy se sentó a mi lado y yo estudié su perfil. ¿Tenía razón Melanie? ¿Yo le gustaba? Se volvió y me dedicó una sonrisa rápida, pero no vi ni un solo destello de algo que no fuera simple amabilidad. Tenía cosas más importantes de qué preocuparme en esos momentos. Sandy se paseaba arriba y abajo por delante del sofá.

—Queréis que lo haga, ¿no es así? —les dije.

—No podemos pedirte que corras ese riesgo —contestó Sandy.

—¿Y si fuera yo quien quiere conocerlo?

Se abalanzó de inmediato sobre esa solución.

—Tienes que escoger el lugar antes de que lo escoja él, pero hazlo sin darle importancia, no quieres levantar sus sospechas. El lugar es fundamental, tenemos que tener en cuenta la seguridad del público presente.

—¿Y qué hay de mi seguridad? ¿No se supone que tendríais que estar preocupados por eso?

—Por supuesto, tu seguridad es nuestra máxima preocupación. Nos aseguraremos de que… —Se interrumpió—. Si decides que quieres hacerlo, estaríamos allí en todo momento.

—Ah, perfecto, ¿para que os vea y luego me mate?

—No nos vería bajo ningún concepto. Escogeríamos un lugar no demasiado concurrido pero tampoco muy escondido, y tendríamos a agentes encubiertos protegiéndote a todas horas.

—Te pondremos un micro —añadió Billy—, pero el plan es detenerlo antes de que tenga oportunidad de acercarse a ti.

—Un momento. ¿Es que ya tenéis un plan? ¿Cuándo he accedido yo a hacer esto?

Me miraron fijamente.

Al final, Billy dijo:

—Nadie ha planeado nada, sólo estamos hablando, pero si decides hacerlo para que podamos detener a John, haremos todo cuando esté en nuestras manos para protegerte. Tal como ha dicho Sandy, tu seguridad es nuestra máxima preocupación.

Miré a Sandy.

—Pues yo no estoy tan segura de eso.

Sandy colocó una silla delante de mí y se sentó. Sacó una carpeta de la mesa que había a su lado, extrajo una fotografía y me la plantó en la cara.

—Quiero que le eches un buen vistazo a esto, Sara.

Era una foto del cadáver de Danielle. Tenía el rostro lívido, el cuello amoratado. Los ojos le sobresalían de las cuencas y tenía la lengua ennegrecida por fuera de la boca.

Me eché hacia atrás de golpe y cerré los ojos.

Billy le quitó la foto a Sandy.

—¿Qué demonios haces, Sandy?

—Me voy por un café.

Le tiró la carpeta y salió de la habitación. La puerta se cerró con un portazo.

—No me puedo creer lo que acaba de hacer. —Me presioné el corazón con la mano—. Los ojos y la lengua…

Billy se sentó en el sofá a mi lado.

—Lo siento mucho, Sara.

—¿No hay ninguna norma para esa clase de cosas? ¡Es sargento!

—Iré a hablar con ella. No tiene un buen día; perder a Danielle ha sido muy duro para ella. Quiere coger a John antes de que mate a alguien más, es lo que queremos todos.

—Lo entiendo, pero tengo una hija. Si algo me ocurriera…

Se me quebró la voz.

Billy se recostó en el sofá y dejó escapar un profundo suspiro.

—Y ésa es otra razón por la que tenemos que atraparlo pronto: para que ya no tengas que vivir con miedo. Pero si esto te hace sentir mejor, probablemente tú eres la única persona que no corre peligro con John. Has hecho un gran trabajo ganándote su confianza.

—Pero ¿realmente confía en mí? Todavía se asegura de no permanecer al teléfono mucho tiempo. Entonces ¿por qué está dispuesto a correr el riesgo de conocerme en persona?

—Es posible que esté planeando un encuentro para poder vigilarte a ti y ver si estás colaborando con la policía. Es un cazador, así que o bien acecha a sus presas o las obliga a salir, pero yo creo que sí confía en ti de verdad. Es lo bastante arrogante para creer que tú nunca lo traicionarías.

Una presa, eso era exactamente lo que yo era a ojos de John. Sin embargo, me sentía más como un blanco fácil. El estómago me daba vueltas.

—Pero le estoy mintiendo, y cuando se dé cuenta…

—Llevará las manos esposadas. Pero tal vez no deberías quedar con él, Sara. No, si tienes tanto miedo.

—Pues claro que tengo miedo, pero no es por eso. Es sólo que… Tengo que pensarlo.

—Haces muy bien. Deberías pensarlo.

—Y tengo que hablarlo con Evan.

—Por supuesto, si tiene alguna duda, estaré encantado de hablar con él.

«Sí, y seguro que iría como la seda». Pero le dije:

—Ya se lo diré.

Billy me acompañó a la puerta de la comisaría. No había ni rastro de Sandy, quien esperaba que estuviese recibiendo una buena reprimenda de alguno de sus superiores.

Una vez en el Cherokee, dijo:

—No te voy a mentir, Sara. El encuentro con John es arriesgado, pero eso ya lo sabes. Como también sé que al final tomarás la decisión correcta.

Luego cerró la puerta.

Recogí a Ally y me encaminé de vuelta a casa, tratando todavía de explicarme qué demonios había ocurrido en la comisaría. ¿Estaba considerando seriamente planear un encuentro con John? ¿Es que había perdido el juicio? Ally y yo pasamos el resto de la tarde jugando con Alce en el parque, pero sólo una parte de mí estaba presente. Por suerte, mi móvil no sonó ni una sola vez, pero la cabeza me daba vueltas sin cesar. ¿Debía hacerlo? ¿Sería una persona horrible si no lo hacía? ¿Y si mataba a otra mujer? Pero ¿y si me mataba a mí?

En mi cerebro se agolpaban imágenes de Ally y Evan llorando en mi entierro, de Lauren criando a Ally y Evan llevándola a tomar un helado cuando volvía a casa, los fines de semana. Aunque a continuación también desfilaban imágenes de mí misma como una auténtica heroína, aguardando valientemente en un parque, viendo a John y hablando crípticamente en un micro que llevaba oculto. Un equipo de las fuerzas especiales se abatía sobre él y lo reducía y lo derribaba contra el suelo. Las familias de las víctimas llamando para darme las gracias en un mar de lágrimas, diciendo que por fin habían encontrado la paz…

Daba igual adónde me llevasen mis pensamientos, no conseguía quitarme la imagen de la cara de Danielle de la cabeza. No soportaba que Sandy hubiese utilizado su foto para manipularme. No soportaba que hubiese surtido efecto.

Más tarde, mientras Ally se daba un baño, Evan y yo hablamos por teléfono. Cuando le dije que John quería conocerme en persona, su primera reacción fue:

—De ninguna manera, Sara. Ni hablar.

—Pero ¿y si es la única oportunidad de atraparlo?

—No puedes arriesgar tu vida de esa manera, ¿qué pasa con Ally?

—Yo también dije eso mismo, pero la policía no cree que corra ningún peligro real y…

—¡Por supuesto que corres peligro real! Es un asesino en serie y acaba de matar a una mujer. ¿No está ya alterando su modus operandi o como narices lo llamen?

—Dijeron que podían protegerme y que lo detendrían antes incluso de que pudiéramos hablar y…

—No es responsabilidad tuya.

—Pero piénsalo, Evan. Podríamos conseguir que saliera de nuestras vidas para siempre. Atraparlo me haría sentir que he hecho algo bien. Vivo en un estado de angustia constante, preguntándome qué va a hacer a continuación, cuándo va a llamar, lo que va a decir… Ya sabes lo que esto me está haciendo…, lo que nos está haciendo a nosotros. Si lo detienen, todo puede volver a la normalidad y así podremos disfrutar planeando la boda…

—Te quiero viva. Lo demás no importará nada si te mata.

—¿Y si la policía utilizase a otra chica como señuelo o…?

—Ha visto fotos tuyas. Si se diese cuenta de que no eres tú, podría volverse loco y hacer daño a mucha gente, incluidas Ally y tú. Ya te lo he dicho, la policía sólo te está utilizando como cebo. No voy a permitir que arriesgues tu vida de esa manera.

—Que no me vas a permitir…

—Ya sabes lo que quiero decir. No vas a hacerlo, Sara.

Una parte de mí quería plantarle cara y discutir con él, la parte que detesta que le digan lo que tiene que hacer, pero una parte aún mayor se sintió aliviada por que hubiese tomado la decisión por mí.

—Iba a decirles que les contestaré mañana, pero lo más probable es que estén escuchando esta conversación de todos modos.

Evan gritó al teléfono:

—¡No va a hacerlo!

Después de esa llamada, creí que tendría noticias de Billy o de Sandy, pero el teléfono permaneció maravillosamente en silencio. Al día siguiente llamó John.

—¿Has pensado en lo que te dije de conocernos en persona?

—Sí, y yo todavía no creo que sea una buena idea. Es demasiado arriesgado.

—Dijiste que la policía no lo sabe.

—Pero ya te lo dije la última vez, puede que me estén siguiendo.

—No tienen ninguna prueba de que seas mi hija, ni saben que estamos en contacto.

Dios, era inteligente. Me estaba quedando sin excusas para seguir negándome. Volví a insistir con lo de la policía, era lo único a lo que podía agarrarme.

—Aun así, podrían estar vigilándome y…

—¿Es que no quieres conocerme?

—Por supuesto que sí, pero si la policía me sigue, podría haber un tiroteo.

—Yo te protegeré.

Por poco me entra la risa ante la ironía. La policía quería protegerme de él y él quería protegerme de la policía.

—Lo sé. Pero tengo una hija… No puedo arriesgar mi vida de esa manera.

—¿Qué está haciendo Ally ahora?

—Está en la cama.

—¿Le lees cuentos?

—Todos los días.

—¿Cuál es su favorito?

Vacilé antes de contestar. La policía me había dicho que no le mintiera, pero no podía soportar la idea de que supiera detalles íntimos de Ally.

—Le encantó Donde viven los monstruos.

Lo odiaba.

—¿Cuál es su color favorito?

—El rosa.

A Ally le encanta el rojo manzana. Cuanto más brillante, mejor.

—Tengo que colgar. Pensaré en nuestro encuentro.

—No, John. No voy a quedar contigo…

Pero le estaba hablando al aire.

John estaba volviendo de regreso al sur, hacia mí. Un camionero afirmó creer haber visto a alguien cerca de la cabina sobre la hora en que se había producido la llamada, pero no podía describirlo ni había visto qué vehículo conducía. Aquella noche apenas pegué ojo, sintiendo que John se iba acercando poco a poco, oyendo el ruido de los neumáticos sobre el asfalto. Las carreteras desiertas mientras viajaba en la oscuridad.

Al día siguiente, el lunes, llegó otro paquete. Billy y Sandy acudieron a la media hora de mi llamada. Sandy y yo no habíamos vuelto a hablar desde su intento de coacción en la comisaría, así que cuando abrí la puerta, sólo saludé a Billy. Sandy, dirigiéndose con paso marcial a la cocina con su maletín en la mano, no pareció darse cuenta.

Contuve la respiración mientras ella abría la caja cuidadosamente con las manos enfundadas en guantes y extraía un pequeño estuche de joyería blanco. Había un sobrecito amarillo pegado con cinta adhesiva en lo alto. Dejó el estuche sobre la encimera y retiró el sobre con suavidad. Luego utilizó una navaja para rasgar la parte superior, dejando intacto el borde adhesivo. Con unas pinzas, sacó una tarjeta del sobre.

Escritas en bolígrafo azul, se leían las palabras: «Para Ally con amor. De su abuelo».

Di un paso atrás, horrorizada.

—Sara, ¿estás bien? —dijo Billy.

—¡Es asqueroso!

¡¿Cómo se atrevía a escribirle a mi hija?! Sentí unas ganas inmensas de destrozarlo con mis propias manos, de romper aquella tarjeta en mil pedazos.

Billy me sonrió con gesto comprensivo.

Abrió una bolsa de plástico en la que Sandy introdujo cuidadosamente el sobre y la tarjeta. A continuación, muy despacio, levantó la tapa del estuche. Sandy y Billy lo tapaban por completo, de manera que no podía ver el contenido.

Sandy negó con la cabeza.

—Menudo hijo de puta cabrón…

—Dejadme ver —les pedí.

Se apartaron a un lado mientras yo me acercaba. Sobre una base hecha con algodón blanco había una muñeca vestida con un suéter de color rosa y pantalones vaqueros azules. Recordé a la hermana de Danielle en televisión, sollozando mientras describía la ropa que llevaba su hermana la última vez que fue vista con vida. Sin embargo, fue el pelo de color caoba pegado a la cabeza sin rostro lo que más me dolió. Mientras miraba el metal liso, en mi cerebro se superponía la imagen de su rostro agonizante, a las puertas de la muerte. Me volví de espaldas.

—Tienes que mirar con atención por si él te pregunta —dijo Sandy.

—Necesito un minuto. —Me senté a la mesa y respiré profundamente varias veces—. Sigo viendo su cara en esa foto.

—¿Has vuelto a pensar en la idea de reunirte con él?

Sandy se dio media vuelta, con el estuche aún en la mano.

—Evan no me deja. Le preocupa el riesgo.

Billy asintió con la cabeza.

—Sólo vela por tu seguridad.

—Es que es muy arriesgado. —Me quedé mirando el estuche en las manos de Sandy—. Pero si lo hiciera…

—Lo detendríamos y todo esto acabaría —dijo Billy—. Los regalos, las llamadas telefónicas…

—Las mujeres asesinadas —terció Sandy.

—¿Sabes lo que te digo, Sandy? Conmigo el sentimiento de culpa no funciona. Lo que hiciste el otro día con la foto fue horrible.

Lanzó una mirada a Billy, que se aclaró la garganta. Tensó la mandíbula, pero dijo:

—Tienes razón, Sara. Me pasé de la raya.

Por un momento me sorprendí, pero cuando la miré a los ojos y ella miró hacia otro lado, supe que no se arrepentía lo más mínimo. Negué con la cabeza y me volví hacia Billy.

—Yo he pensado justo eso mismo, Billy, pero si lo hago, Evan se enfadará muchísimo.

—¿Quieres que hable con él?

—No, si cree que me estás presionando, eso sólo empeoraría las cosas. Él no cree que deba ayudaros en absoluto, es demasiado peligroso. Y tiene razón. Estoy poniendo en peligro a Ally, sobre todo ahora que John sabe de su existencia.

—No creemos que tu familia corra ningún riesgo, pero…

—Pero quiere algo de nosotros. Tú mismo lo dijiste un par de veces: sus exigencias irán en aumento. ¿Qué vendrá después? ¿Exigirá conocer a Ally?

—Ésa también es una de nuestras preocupaciones. Si no actuamos rápido, cada vez será más exigente.

—Pero si me veo con él, podrían salir mal tantas cosas…

Billy asintió con la cabeza.

—Sí, es posible. Por eso no te estamos pidiendo que lo hagas… aunque ésta pueda ser nuestra única oportunidad de detenerlo.

—¿Y si escapa? Entonces sabría que yo os he dado el chivatazo.

—Ya has elaborado una muy buena explicación para eso: la cobertura de los medios de comunicación. Le has advertido de que podríamos estar siguiéndote.

—Pero puede que no me crea, y entonces quizá desaparezca de nuevo o decida castigarme. —Nos quedamos en silencio. Al cabo de un momento dije—: ¿Qué posibilidades tenéis de capturarlo de otro modo?

—Estamos intentándolo todo, pero… —Meneó la cabeza con gesto impotente.

—Tal vez lo deje, se está haciendo mayor.

Pero yo ya sabía lo improbable que era eso antes de que Billy dijera:

—Los asesinos en serie no dejan de matar. O los detienen, generalmente por otros delitos, o mueren.

Sandy me tendió el estuche.

—Espero que te gusten, porque vas a recibir muchos más como éste.

La fulminé con la mirada.

—Eso es muy amable por tu parte.

—Es la realidad.

La voz de Billy era firme.

—Sandy, déjalo ya. —Esperaba que ella se revolviera contra él, pero agachó la cabeza para consultar su móvil. Él se volvió hacia mí—. ¿Estás lista para examinar más detenidamente la muñeca?

Inspiré hondo y asentí. Sandy me dio un par de guantes y me los puse. Luego me entregó el estuche.

—Sujétalo por los bordes y no toques nada.

Mientras examinaba la muñeca con cuidado, traté de no pensar en Danielle, en lo guapa que era, en que tenía el pelo del mismo color que el mío, en cómo había muerto, con las manos de mi padre apretándole el cuello.

John llamó más tarde desde su móvil, ese mismo día, mientras me estaba preparando una taza de café.

—¿Se la has dado?

—La muñeca ha llegado, sí. Gracias.

Casi me atraganto con la última palabra.

—¿Se la diste a Ally?

—No, sólo es una niña, John. No lo entendería…

—¿Primero no me dejas hablar con ella y ahora no me dejas que le envíe regalos? ¡La hice para ella!

—Se la guardaré para cuando sea mayor. Es que es tan pequeña… Tenía miedo de que la perdiera.

Le costaba trabajo respirar.

—¿Estás bien?

Sonaba como si estuviera apretando mucho los dientes cuando dijo:

—No… el ruido. Es muy fuerte ahora mismo…

Me quedé inmóvil, con la mano aún en la cafetera. ¿Qué ruido? Agucé el oído. ¿Había secuestrado a otra chica? Oí algo. ¿Eran risas? A continuación, ruidos de golpes. ¿Un hacha cortando leña?

Me obligué a mí misma a respirar lenta y profundamente.

—John, ¿dónde estás?

El ruido cesó.

—¿Puedes decirme dónde estás, por favor?

—Estoy en un camping.

Se me aceleró el corazón.

—¿Por qué estás ahí?

Habló con voz sibilante en el teléfono:

—Ya te lo he dicho… es el ruido.

—Está bien, está bien. Habla conmigo, entonces. ¿Qué estás haciendo en el camping?

—¡Se están riendo!

—Vete con el coche. Por favor, te lo ruego, vete de ahí con el coche.

El sonido de la puerta de una camioneta al abrirse.

—Tienen que parar…

—¡Espera! Me reuniré contigo, ¿de acuerdo? Nos conoceremos en persona.

Que Dios me ayude…

Ahora ya sabe por qué tenía que verla un día antes. Tardé unos minutos en conseguir que John volviera a su camioneta y se alejara del camping. Estuve diciéndole una y otra vez lo maravilloso que sería conocerlo, básicamente, consiguiendo que se concentrara en otra cosa. Me costó al principio, porque seguía hablando del ruido, y luego de las risas de los excursionistas. Entonces yo le decía algo así como: «Me parece increíble que vaya a conocer a mi verdadero padre por fin». Al final, se tranquilizó y dijo que me pronto me llamaría para que pudiéramos organizar nuestro encuentro. Se supone que tengo que ir a ver a Billy y Sandy cuando salga de aquí, quieren discutir todos los detalles por si John quiere quedar inmediatamente. Había llamado desde el norte de Merritt, una pequeña localidad a sólo cuatro horas de Vancouver en coche. Se dirigía hacia aquí.

Cuando se lo dije a Evan anoche, me dijo:

—Te están manipulando, Sara.

—¿Quién?

—Todos, la policía y John.

—¿No crees que soy lo bastante inteligente para saber cuándo me están manipulando?

—Quedar con John es una insensatez teniendo en cuenta que tienes una hija. ¿Has pensado en ella siquiera? No tenías derecho a tomar una decisión tan importante sin hablar conmigo primero.

—¿Me estás hablando en serio? Siempre antepongo a mi hija a todo lo demás y tú lo sabes. ¿Y desde cuándo me dices tú lo que tengo o no tengo derecho a hacer?

—Sara, tienes que dejar de gritar o si no…

—Y tú tienes que dejar de comportarte como un imbécil.

Entonces fue él quien levantó la voz.

—No pienso hablar contigo si sigues gritando.

—Entonces no deberías decir esas estupideces.

Se quedó callado.

—¿Así que ahora ya no vas a hablar? Y la inmadura soy yo…

—No pienso discutir nada contigo hasta que te calmes un poco.

Apreté los dientes y respiré hondo varias veces. Obligándome a mí misma a apaciguar mi tono de voz, dije:

—Evan, no tienes ni idea de lo duro que fue hablar con él, sabiendo que estaba escogiendo a su siguiente víctima. Si no le decía justo lo que quería oír, alguien moriría. ¿No entiendes lo horrible que era esa sensación? Billy dijo que cuanto más rápido lo atrapemos, más rápido saldrá de nuestras vidas. Y es verdad. Aunque la policía me esté manipulando, eso no cambia los hechos.

Evan se quedó en silencio durante un largo rato, y al final dijo:

—Mierda. Odio esto, Sara.

—Y yo también. Pero ¿es que no ves que no tenía otra opción?

—Sí que la tenías, sólo que no la elegiste. Entiendo por qué te sentiste obligada a decir que sí, pero sigue sin gustarme, y no estoy de acuerdo. Si eso es lo que va a pasar, entonces quiero estar en casa. Cerraré el hotel si es necesario, pero quiero ir con la policía cuando vayas a hacerlo.

—Estoy segura de que no tendrán ningún problema con eso.

Hablamos un rato más. Se disculpó por acusarme de ser una insensata, me disculpé por haberlo insultado y luego nos despedimos deseándonos las buenas noches. Pero no creo que ninguno de los dos pasáramos una buena noche. Yo pasé varias horas en vela, con la mirada fija en el techo. En lo único en lo que podía pensar era en los excursionistas que John había estado vigilando. No sabían lo cerca que habían estado de la muerte. Entonces me pregunté si yo también estaría cerca.