SESIÓN DIEZ

Nunca en toda mi vida he estado tan asustada. Aun ahora me parece increíble que llegara a creer que tenía el control de la situación en todo este asunto con John. Soy tonta de remate. Usted ya intentó advertirme contra un posible exceso de confianza. ¿Acaso creía de verdad que por el mero hecho de que me preguntara por mis herramientas y mi trabajo… porque me hablara de su maldito perro…? ¿Sólo por eso me creía con algún poder sobre él? Es él quien controla toda la situación, el que tiene todo el poder, ¿y sabe por qué? Porque tengo miedo de él, estoy aterrorizada y lo sabe.

El día después de nuestra última sesión, recibí otro paquete. Sabía que debía esperar a que Sandy y Billy lo abrieran, pero tenía curiosidad por saber si me había enviado otra herramienta, y por un momento me pregunté por qué habría de importarme, pero no hice caso de ese pensamiento. La caja era más pequeña y ligera que la que contenía el cepillo. La zarandeé un poco, pero no oí nada. Me puse unos guantes, abrí el paquete cuidadosamente y saqué otra caja más pequeña del interior. ¿Y si era alguna joya de otra víctima? Dudé durante aproximadamente medio segundo si llamar a Billy o no y luego levanté la tapa de la caja.

En un soporte de algodón, había una pequeña muñeca de metal un tanto rudimentaria, de unos diez centímetros de alto y cinco de ancho. El cuerpo parecía estar hecho de algún tipo de metal oscuro y pesado, como hierro o acero. Los brazos y las piernas eran recios y estaban tiesos, como los de los soldados de juguete. Los pies y las manos eran simples bolas metálicas. Llevaba una falda vaquera y una camiseta amarilla. La ropa era delicada, la costura intrincada. La cabeza de la muñeca también era una bola redonda de metal, pero no tenía cara, ni tampoco boca ni ojos.

Llevaba el pelo largo, liso y castaño, con la raya en medio, pegado a la parte superior de la cabeza. Por entre los cabellos se veían leves restos de pegamento, pero había que fijarse mucho y mirar de cerca. ¿Por qué me había enviado John aquello? Volví a mirar en la primera caja para ver si iba acompañada de alguna nota, pero estaba vacía. Volví a mirar la muñeca, maravillándome con los detalles de la ropa, el pelo… El pelo.

Devolví la muñeca a la caja y llamé a Billy. Él y Sandy llegarían a mi casa al cabo de veinte minutos. Estaba esperando impaciente en la entrada, caminando de un lado a otro con Alce en brazos, cuando Billy se bajó del lado del asiento del conductor del todoterreno.

—Está en la cocina —le dije.

—¿Estás bien?

—Estoy muerta de miedo.

—La sacaremos de ahí lo antes posible.

Me apretó el hombro un momento y le rascó la cabeza a Alce.

—Creí que habíamos acordado que nos llamarías la próxima vez que te llegara un paquete —fue lo primero que dijo Sandy al bajarse del coche.

—Cambié de opinión.

Me dirigí hacia la casa.

—Sara, esto es una investigación policial.

La tenía pegada a los talones cuando alcanzamos los escalones de la entrada.

—Ya sé lo que es.

Al entrar en la casa, tuve que reprimir el impulso de cerrarle la puerta en las narices.

—Podrías contaminar las pruebas.

Me volví.

—Me puse unos guantes.

—Sí, pero eso no…

—Vamos, Sandy —dijo Billy—. Echémosle un vistazo.

Pasó por mi lado y se dirigió directamente a la cocina. Billy me reprendió con un dedo admonitorio a sus espaldas. Me encogí de hombros, dándole a entender que no podía evitarlo, era algo superior a mí. Él sonrió y luego se concentró en la caja.

Sandy colocó un maletín en la encimera de la cocina, sacó unos guantes y le dio un par a Billy. Me daban la espalda mientras examinaban la caja. Pasó un minuto —que se me hizo eterno— y entonces Sandy sacó la caja más pequeña y retiró la tapa con delicadeza.

—Es pelo de verdad, ¿a que sí? —dije—. ¿Creéis que es de alguna de las víctimas?

Ninguno de los dos se volvió. Sandy levantó una mano.

—Chsss…

Si hasta entonces no había decidido si me caía mal del todo, eso había acabado por inclinar la balanza.

Al final, tras unos minutos que me parecieron horas, le murmuró algo a Billy. Él asintió con la cabeza. Sandy deslizó la caja en el interior de una bolsa de plástico mientras Billy guardaba la caja más grande.

Sandy se volvió y dijo:

—Vamos a llevarnos esto a comisaría.

—¿Así que el pelo es de una de las chicas?

—No sabremos nada concluyente hasta que el laboratorio realice algunas pruebas. —Desfiló por delante de mí con la bolsa—. Seguiremos en contacto. —Se detuvo con la mano en el pomo de la puerta principal y frunció el ceño al mirar a Billy, que seguía en la cocina—. Vamos, Billy.

—Ahora mismo voy.

Volvió a mirarlo con cara de pocos amigos y salió. Me volví hacia Billy.

—¿Qué narices le pasa?

—Se siente frustrada porque ninguna de las pistas nos llevan a ninguna parte.

—Pues tú no pareces sentirte así.

—Tengo momentos, pero me mantengo firme. Estoy construyendo el caso ladrillo a ladrillo. Si uno se cae, paso al siguiente. Pero busco el ladrillo correcto, ¿entiendes? Si los coloco sin asegurarme de que cada uno encaja perfectamente, la estructura se derrumbará. Incluso después de que capturemos a John, todavía deberá celebrarse un juicio. Por eso es importante ser pacientes. —Me lanzó una mirada severa—. No podemos arriesgarnos a perder ningunas trazas instrumentales ni contaminar pruebas materiales con las fibras de tu ropa. Un error y queda libre para siempre. Créeme, ha pasado otras veces.

—Ya lo entiendo. No debería haber abierto la caja.

Asintió con la cabeza.

—Ya sé que fuiste con cuidado y llevabas guantes, pero es una de esas reglas del departamento que no podemos saltarnos. Recuerda, yo estoy de tu parte. Los dos tenemos el mismo objetivo: meter a John en la cárcel. Si conseguimos la prueba adecuada, lo tendremos a él.

—¿Qué hay de las cajas? ¿Alguien lo vio enviarlas?

—Un empleado en Prince George creía recordar a la persona que envió el primer paquete, pero dio la descripción de un hombre con barba negra y gafas de sol con una gorra de béisbol calada hasta las orejas. Es probable que esté usando un disfraz. Nos pondremos con el seguimiento de este paquete de inmediato, pero a menos que la oficina de mensajería cuente con alguna cámara o que alguien haya visto su vehículo, no habremos avanzado nada.

—¿Y qué me dices del cepillo que me envió? ¿No podéis averiguar dónde lo compró?

—Hemos enviado una notificación a todas las tiendas que lo venden en la zona del interior del distrito, pero hay centenares, literalmente.

—Menuda mierda, y entiendo que estéis frustrados, pero me gustaría que Sandy cambiase de actitud conmigo.

—Ha trabado amistad con muchas de las familias de las víctimas, así que cada vez que se nos escurre de nuevo, se siente como si estuviera defraudándolas. Sandy libera la tensión a gritos, pero eso no tiene nada que ver contigo; lo estás haciendo muy bien. Esa llamada de anoche fue perfecta.

—Pues yo todavía siento que no le estoy arrancando suficiente información.

—No lo olvides: ladrillo a ladrillo. Cualquier cosa que revele es más de lo que sabíamos antes. «No persigas al enemigo que aparenta huir». Si lo presionas demasiado, podrías despertar sus sospechas.

—No sé, tal vez… A veces parece como si estuviera un poco ido mentalmente, ¿sabes? No simplemente violento, sino como si no estuviese en contacto con la realidad. No parece preocupado en absoluto.

—Es un hombre seguro de sí mismo y arrogante, pero eso no lo hace menos peligroso. Tenlo siempre presente. —Fuera, se oyó el sonido de un claxon. Billy sonrió—. Será mejor que me vaya antes de que se marche y me deje aquí.

Mientras lo acompañaba hasta la puerta, le dije:

—El otro día leí un artículo sobre cómo algunos asesinos conservan trofeos y recuerdos. Tú dijiste que las joyas son su recuerdo; entonces ¿qué es la muñeca?

—Eso es lo que tenemos que averiguar, pero no dudes en enviarme cualquier artículo que te despierte la curiosidad… o compartir conmigo cualquier pregunta que tengas, aunque sólo sean pequeñas ideas que se te ocurran. Estamos acostumbrados a verlo todo desde nuestra perspectiva, pero tal vez tú podrías aportar un ángulo nuevo.

—Lo tendré en cuenta. He estado documentándome a fondo, aunque no sé si me está sirviendo de mucho, la verdad. Lo que leo sólo me da miedo, y luego estoy sin pegar ojo durante horas.

—¿Has conseguido un ejemplar de El arte de la guerra?

—Siempre se me olvida, pero intentaré buscar alguno esta semana.

—Eso te ayudará. Normalmente estoy despierto hasta tarde revisando mis notas o releyendo el expediente del caso, así que llámame cada vez que necesites quitarte alguna preocupación de la cabeza. —Me miró fijamente a los ojos—. Vamos a atraparlo, Sara. Estoy haciendo todo lo posible, ¿de acuerdo?

—Gracias, Billy. Necesitaba oír eso, de verdad.

John llamó esa misma noche, más tarde. Por suerte, Ally ya estaba en la cama, pero me quedé abajo de todos modos para asegurarme de que no me oyera.

—¿Has recibido mi regalo?

—Es muy bonito, gracias. ¿La has hecho tú?

Me di cuenta de que era la primera vez que le daba las gracias.

—Sí.

—Los detalles eran prodigiosos. ¿Cómo aprendiste a hacer eso?

—Mi madre me enseñó a coser. También me enseñó a trabajar el cuero.

—Eso es estupendo. Debió de haber sido una mujer extraordinaria. No me has llegado a decir de dónde era.

—Era de la tribu haida, de las islas de la Reina Carlota.

—¿Estás diciéndome que llevo sangre amerindia?

Ahora hablaba con orgullo.

—Los haida creen en transmitir sus historias de generación en generación, y ahora yo puedo compartir la mía contigo. Podría contarte relatos de caza muy buenos. O escribir un libro. —Se echó a reír—. ¿Sabías que un oso desollado se parece mucho a un humano? Sobre todo los pies y las manos. Sólo que los pies están al revés y el dedo gordo está en la parte de fuera.

—No, no lo sabía. —Ni tampoco quería saberlo—. ¿Cazas osos?

Traté de mantener un tono de interés y entusiasmo mientras asimilaba el hecho de que mi abuela pertenecía a una de las Naciones Originarias de Canadá.

—Alces, ciervos, osos… —contestó.

Tras recordar lo que Sandy me había dicho respecto a que intentara averiguar todo lo posible acerca de sus armas, le dije:

—¿Hay algún arma en particular que prefieras usar?

—Tengo un par, pero mi favorito es mi rifle Remington del calibre 223. La primera vez que disparé uno tenía cuatro años. —Parecía satisfecho de sí mismo—. Derribé mi primer ciervo cuando tenía sólo cinco años.

—¿Con tu padre?

—Yo tengo mejor puntería que él. —Su tono se volvió grave—. Y voy a ser mejor padre. —Antes de que pudiera preguntarle qué había querido decir, añadió—: ¿Cuál era tu helado favorito de pequeña?

Pasó el resto de la llamada haciéndome más preguntas de ese estilo: ¿cuál era mi refresco favorito? ¿Y mis galletas: con chocolate, mantequilla de cacahuete o normales? Las preguntas eran tan rápidas que no tenía tiempo de inventarme las respuestas y mentir. Tenía la sensación de que era un forofo de la comida basura, pero lo único concreto que conseguí arrancarle sobre sí mismo era que le encantaban los McDonald’s, sobre todo sus Big Macs. Me pregunté si Sandy se alegraría de saber ese pequeño detalle o si se frustraría aún más por no poder someter a vigilancia todos los McDonald’s del país personalmente.

Sólo llevábamos hablando por teléfono diez minutos, pero ya estaba agotada, exhausta por aquella batería de preguntas y por el esfuerzo de medir su reacción ante cada respuesta. Obligándome a fingir una consideración que no sentía para así no perder el terreno ganado, le dije:

—John, ha sido un placer hablar contigo, pero ahora tengo que irme a la cama.

Suspiró.

—Sí, descansa. Hablaremos pronto.

Billy llamó al cabo de unos minutos para decirme que John estaba viajando hacia el sur por la carretera Yellowhead. Creen que estaba en McBride, una pequeña localidad situada entre las Rocosas y las montañas de Cariboo, con una población de menos de mil habitantes; aun así, nadie había visto a ningún hombre que encajase con la descripción de John. La policía estaba empezando a preguntarse si no habría frecuentado aquella zona en ocasiones anteriores. Cabe la posibilidad de que los lugareños no lo consideren un extraño porque sencillamente, para ellos, no lo sea: tal vez lo conocen. Con la esperanza de que siguiese en dirección sur por la misma carretera, estaban asegurándose de que todas las gasolineras, las áreas de descanso para camiones y las tiendas tuviesen su descripción. Tras colgar, me fui directamente a la cama, pero no me dormí. Me quedé con la mirada fija en el techo, preguntándome si John estaría en la carretera en ese momento, si se estaría acercando con cada minuto que pasaba.

Al día siguiente, llegó otro paquete. Esta vez llamé a Sandy y Billy de inmediato. Pensé que lo cogerían y se irían, pero lo abrieron allí, delante de mí, para que si John llamaba yo supiese qué había dentro.

Aquella muñeca era rubia.

Me entraron ganas de llorar al ver aquellos rizos de seda, la camisetita de lunares y los pantalones cortos blancos, preguntándome a qué mujer habría pertenecido, si habría sido motivo de orgullo para ella, su mejor baza.

Los policías creían que había enviado el paquete desde Prince George, así que decidieron comprobar todas las oficinas de mensajería de la zona; pero yo ya sabía que era lo suficientemente inteligente como para llevar un disfraz. Después de que Sandy y Billy se fueran, subí a mi estudio y volví a entrar en la web dedicada al Asesino del Camping. Las fotos de su primera víctima mostraban a una mujer con el pelo negro. Luego abrí las fotografías correspondientes a su siguiente víctima. Suzanne Atkinson tenía el pelo castaño y liso… con la raya en medio. Su tercera víctima, la mujer a la que había matado después de que Julia consiguiera huir, Heather Dawson, exhibía una sonrisa radiante en su foto, con su cara en forma de corazón enmarcada por unos brillantes rizos rubios. Era evidente que estaba orgullosa de ellos.

La última vez que fue vista con vida vestía una blusa de lunares.

Llamé a Billy de inmediato.

—¡Vosotros ya sabíais que se llevaba fragmentos de su ropa y su pelo!

Se quedó callado un momento y luego dijo:

—Efectivamente, lo sabíamos, pero no sabíamos lo que hacía con ellos.

—¿Qué más os estáis callando?

—Tratamos de darte la máxima información sin poner en peligro la investigación.

—¿Y si eso me pone a mí en peligro, eh? ¿No debería…?

—Te estamos protegiendo, Sara. Es un hombre que sabe muy bien cómo leerle el pensamiento a los demás. Cuanto menos sepas, mejor. Si se te escapa algo, sin querer, algún detalle que sólo puede saber la policía, podríamos perderlo… o algo peor.

Respiré hondo y solté el aire despacio. Estuviera o no de acuerdo, lo que decía tenía cierto sentido.

—No me gusta nada que me oculten cosas. Lo odio.

Se echó a reír.

—No te culpo. Te prometo que te diremos todo cuanto necesites saber, cuando lo sepamos, ¿de acuerdo?

—¿Puedes decirme por qué les deja las caras en blanco?

—Yo diría que lo hace para despersonalizarlas. Por la misma razón que le tapa la cara a la víctima con una camiseta: no puede mirarlas a la cara.

—Es lo mismo que pensé yo. ¿Crees que siente vergüenza?

—Si se lo preguntaras a él, te diría que sí. Es un psicópata, sabe cómo imitar emociones, pero no creo que las sienta de verdad, ni por un minuto.

John volvió a llamar esa noche y, haciendo de tripas corazón, conseguí darle las gracias por la muñeca. Sólo que esta vez dije:

—¿Podrías hablarme de la chica?

—¿Por qué?

Así que no iba a negarme que se trataba de una de sus víctimas.

—No sé, sólo sentía curiosidad por ella. ¿Cómo era?

—Tenía una sonrisa muy bonita.

Su imagen destelló en mi mente. Pensé en John tocándola. Pensé en aquella bonita boca suplicándole que se detuviera. Cerré los ojos.

—¿Por eso la mataste?

No respondió. Aguanté la respiración.

Al cabo de un momento dijo:

—La maté porque tenía que hacerlo. Ya te lo dije, Sara. Yo no soy malo.

—Ya lo sé, pero por eso precisamente no entiendo por qué tuviste que matarla.

Parecía impaciente al contestar:

—No puedo decírtelo todavía.

—¿Puedes decirme por qué hiciste una muñeca con su ropa? Es que me interesa mucho tu… —¿Cómo debía llamarlo?—. Tu técnica.

—Así ella se queda conmigo más tiempo.

—¿Y eso es importante? ¿Que se quede contigo?

—Eso ayuda.

—¿En qué ayuda?

—Ayuda y punto, ¿de acuerdo? Hablaremos más sobre esto en otro momento. ¿Sabías que el escarabajo del pino mancha la madera de azul?

No tuve la impresión de que hubiese cambiado de tema para evitar hablar del anterior, sino que se trataba más bien de algo que se le acababa de pasar por la cabeza, así que me lo comentaba sin más. Odiaba lo mucho que me recordaba a mí misma.

—He leído algo de eso, pero nunca he trabajado con esa variedad de madera.

—Pero no es el escarabajo el que mata a los árboles, ¿sabes? Es el hongo que lleva consigo. —Hizo una pausa, pero yo no sabía qué decir, así que siguió hablando—. He estado leyendo sobre diferentes maderas y herramientas para que podamos tener cosas de que hablar. Quiero saberlo todo sobre ti.

Sentí un escalofrío.

—Yo también. Así que dime: ¿haces otras cosas aparte de muñecas?

—Me gusta trabajar con distintos materiales.

—Pero es evidente que se te da bien el metal. ¿Eres soldador?

—Sé hacer montones de cosas. —No era una respuesta directa, así que estaba a punto de repetir la pregunta cuando dijo—: Ahora tengo que irme, pero quiero hacerte una pregunta.

—Muy bien. Adelante.

—¿Cómo llamas a un oso pardo que mide más de dos metros?

—Mmm… No sé.

—¡Un colOSO!

Había llamado desde Kamloops, una de las ciudades más importantes del interior, a unas cinco horas de donde se encontraba la última vez. Sin embargo, el hecho de que estuviese en una zona más poblada no obraba en nuestro favor: en la ciudad celebraban un rodeo que duraba tres días, y había llamado desde algún lugar en medio de todo el barullo. Billy parecía estar convencido de ello cuando me dijo que estaban buscando entre la multitud, pero percibí la ira en su tono cortante y sus frases sincopadas.

John llamó tres veces a la mañana siguiente. Lo primero que preguntó fue dónde estaban las muñecas y qué estaba haciendo con ellas. Parecía tenso, así que respondí rápidamente:

—Les he reservado un estante especial en mi taller, que es donde paso la mayor parte del tiempo.

—Ah, muy bien, eso está muy bien. —Pero a continuación añadió—: ¿Estás segura de que ahí estarán a salvo? ¿Qué hay del serrín? ¿O de los productos químicos? ¿Trabajas con productos químicos?

Salí con lo primero que me vino a la cabeza.

—Es una vitrina cerrada, así que están protegidas por un cristal. —John no dijo nada, pero oí el ruido del tráfico—: ¿Quieres que te las devuelva? Si eso es lo que quieres, lo entiendo perfec…

—No. Tengo que colgar.

Llamó de nuevo veinte minutos más tarde, preguntándome otra vez si me gustaban las muñecas. Diez minutos después, volvió a llamar. Su voz sonaba más ansiosa con cada llamada. Al final, dijo que tenía que colgar, que no se encontraba bien.

Yo tampoco me encontraba demasiado bien. Apenas había dormido desde que empezó a enviarme cosas, y si finalmente conseguía hacerlo, en mis sueños sólo aparecían imágenes angustiosas de mujeres gritando, perseguidas por unas figurillas metálicas. Esperaba poder dormir hasta tarde esa mañana, porque era sábado y no tenía que llevar a Ally a la escuela, pero fue imposible después de las llamadas de John. Billy me llamó enseguida para decirme que las últimas dos llamadas se habían realizado desde las afueras de Kamloops, y todos los agentes disponibles de la zona estaban patrullando las carreteras. Ally y yo estuvimos peleándonos toda la mañana: juraría que intuye cuándo tengo menos paciencia y escoge justo ese momento para remolonear y tardar una eternidad en hacer cualquier cosa. Cuanto más prisa le metía, más se enfadaba ella. Llegó incluso a quitarme el móvil de la mano y lanzarlo al otro lado del salón. Por suerte, aterrizó en el sofá. Pero estuve a punto de fastidiarla: por poco se me olvida que tenía que ir a una fiesta de cumpleaños esa tarde, así que tuvimos que parar por el camino para comprar un regalo.

Ally quería unos walkie-talkies de Spider Man como regalo para el niño que celebraba su cumpleaños, pero en la tienda se habían agotado y no tuvimos tiempo de ir a otra. Le aseguré que a Jake le gustaría el kit de ciencia, pero al ver su cara de decepción me sentí la peor madre del mundo. Pensaba adelantar algo de trabajo después de dejar a Ally en la fiesta… pero entonces recibí una llamada de Julia.

No reconocí el número que aparecía en la pantalla del inalámbrico, pero como el código de área era de Victoria podía tratarse de un cliente.

Lo primero que salió de la boca de Julia fue:

—¿Ha vuelto a llamarte?

—Mmm… —La policía me había advertido que no se lo dijera a nadie, pero las dos estábamos en el mismo barco. ¿No tenía derecho a saberlo?—. Sí, sí me ha llamado.

—Te envió mis pendientes… ¡tuve que identificarlos!

No tenía una respuesta para aquello, pero tenía la sensación de que tampoco quería una.

—¿Ha dicho algo de mí? —quiso saber.

La voz de John resonó en mi cabeza. «He visto la foto de Julia en un periódico».

—Nada.

—Yo quiero mudarme a otra ciudad, pero Katharine piensa que debemos quedarnos. No puedo dormir.

Su tono era amargo. De reproche.

—Lo atraparán…

—Eso es lo que dice Sandy, pero me lo han dicho tantas veces…

—¿Has hablado con Sandy?

—La policía me mantiene informada. —Ah, qué detalle…—. Tengo que colgar.

—¿Quieres que te llame si…? —¿Si qué?

Pero ya había colgado, y me quedé con las ganas de preguntarle para qué diablos había llamado. Entonces pensé que tal vez ni ella misma lo supiera.

Llamé a Sandy al móvil.

—Acabo de hablar con Julia.

—¿Has vuelto a llamarla?

¿Por qué daba por sentado que había sido yo quien la había llamado y no al revés? Se me encendió el rostro.

—Me ha llamado ella.

—Espero que no hablaras del caso con ella…

—Me preguntó si él me había vuelto a llamar y yo le dije que sí. Eso es todo.

—Sara, tienes que tener cuidado con…

—Ella ya sabía que me había llamado y sabe que me envió sus pendientes. Si lo hubiera negado, se habría quedado aún más confusa. Además, me dijo que tú ya la mantienes informada de todo igualmente.

Sandy no dijo nada, así que me arranqué con mis propias preguntas.

—¿Qué habéis averiguado sobre las muñecas? Es el pelo de las víctimas, ¿verdad?

—Seguimos esperando los resultados del ADN.

—¿Se lo habéis notificado a las familias?

—Aún no. Tenemos que tener cuidado con la manera en que enfocamos este asunto: no saben que el Asesino del Camping se ha puesto en contacto con alguien.

—Después de todas esas llamadas de hoy, por favor, decidme que tenéis alguna pista.

—Aún no. —Su tono era brusco—. Las llamadas se realizaron cerca de Cache Creek, al oeste de Kamloops. Hay una gran cantidad de parques nacionales en la zona, así que lo más probable es que esté viajando por carreteras secundarias.

—Tal vez se dirige de nuevo al norte.

—Procura no hacer especulaciones, Sara.

Su tono de maestra de escuela me estaba sacando de quicio.

—¿No consiste en eso precisamente el trabajo policial?

Me sentí orgullosa de mi réplica hasta que ella dijo:

—No, es un análisis cuidadoso de los datos y los hechos para luego elaborar una conclusión basada en pruebas sólidas.

—Ah, bueno. ¿Y hay algún dato o hecho que puedan darnos una idea de lo que hace para ganarse la vida? Parece pasar mucho tiempo en la carretera, así que estaba pensando que podía ser camionero o repartidor o…

—Son posibilidades, nada más. Oye, estoy a punto de entrar en una reunión. ¿Quieres que Billy vuelva a llamarte para que puedas seguir discutiéndolo con él?

—No, no pasa nada.

Colgué el teléfono, con el ceño fruncido. ¿Qué diablos le había hecho yo a esa mujer?

Estuve trabajando en el taller hasta que llegó la hora de ir a recoger a Ally. Todavía estaba intentando terminar la mesita de cerezo, pero lo cierto es que no estaba poniendo un gran empeño. Tampoco era de gran ayuda que el comentario de John sobre los tonos intensos de la madera se repitiera constantemente en mi cerebro. Por supuesto que le gustaba la madera, probablemente le recordaba a la sangre. Me estremecí ante aquel pensamiento tan macabro. Estaba acostumbrada a estar separada de Evan durante largos períodos de tiempo, especialmente durante el verano, pero nunca era fácil. Ese día lo echaba muchísimo de menos y deseé poder llamarlo, pero estaba fuera en el barco todo el día.

Habíamos hablado todas las noches; tuvimos una larga conversación el día que supe que corría sangre indígena por mis venas. A Evan le pareció genial, pero era una sensación rara saber que Sandy o Billy, o quienquiera que fuese, podía escucharnos cuando quisieran. También era duro cada vez que Lauren y yo hablábamos por teléfono, porque ella decía algo personal y yo sabía que nos estaban grabando, pero ella no. Por lo general, yo intentaba limitar nuestras conversaciones al tema de los niños o la boda, pero no poder contarle lo que pasaba me estaba matando.

Habíamos planeado ir a comprar por fin los vestidos para la boda el domingo siguiente. Acordamos quedar en mi casa por la mañana e ir a Victoria en mi camioneta. Lauren ya estaba cocinando algo en el horno y yo sabía que vendría con un termo de café. Melanie…, bueno, estaba segura de que ella se ocuparía de llevar consigo su mal genio. Deseaba con toda mi alma que aquél fuese uno de los días en que no tuviera noticias de John.

El resto de la tarde transcurrió sin novedad y fui a recoger a Ally, que estaba tan agotada que cayó redonda en la cama después del baño. Mientras la arropaba, me dijo que Jake ya tenía dos kits de ciencia. Tenía tan mala conciencia que le dije que me la llevaría a ella y a sus amiguitas al cine muy pronto, pero ella dijo: «Se te olvidará, mamá». Le juré que no sería así, aunque me rompía el corazón que dudase de mí de aquella manera. Cuando le di un beso de buenas noches y le susurré que la quería, no me contestó diciéndome que ella también. Me dije a mí misma que estaba cansada. Evan llamó más tarde y logramos mantener una conversación agradable justo hasta el preciso instante en que oí el tono de mi móvil.

—Espera un segundo, cariño. —Examiné la pantalla del móvil—. Es John.

—Llámame luego.

Contesté el móvil.

—¿Diga?

—Sara…

Hubo una larga pausa.

—¿Sigues ahí? —le dije.

—¿Te gustaron las muñecas?

Pronunció las últimas palabras arrastrándolas, y me pregunté si habría estado bebiendo. Oí el ruido del tráfico al fondo.

—¿Estás conduciendo?

—Te he hecho una pregunta.

Era una frase que mi padre utilizaba a menudo cuando yo era niña, justo las palabras que hacían que no tuviese ningunas ganas de contestar.

—Sí, me gustan. Ya te lo dije.

—No estaba seguro… No estaba seguro de que te gustasen.

Arrastró las palabras de nuevo.

«¿Qué hago ahora?». Esperé a que él tomara la iniciativa.

—Así es como debería ser. Padre e hija… charlando.

—Por supuesto.

Sólo oía su respiración.

—Significó mucho para mí que me enviaras las muñecas —dije—. Sé que para ti son importantes. —Hice una pausa, pero él seguía callado—. Y me gusta hablar contigo. Eres un hombre interesante.

Se me revolvía el estómago por hacerle creer que me gustaba algo de él.

—¿Ah, sí?

—Ya lo creo. Cuentas unas historias increíbles.

—Recuérdame que te cuente aquella vez que… maté a un oso con mi escopeta del calibre 223. Sólo me hizo falta un tiro. El cabrón había estado siguiéndome… ¿Sabías que los osos pardos siguen el rastro de otros osos y los matan?

Estaba a punto de responder cuando un coche hizo sonar el claxon.

—Hablaremos más muy pronto.

Colgó el teléfono.

Volví a llamar a Evan y le conté lo que acababa de pasar.

—Qué raro.

—No me digas. Mañana voy a ir a Victoria con las chicas y no sé qué haré si me llama.

—Tratarlo como harías con cualquier persona normal, dile que estás ocupada.

—Pero es que él no es una persona normal.

—Hablemos de otra cosa. ¿Qué tal le ha ido la fiesta de cumpleaños a Ally?

—Hemos estado a punto de perdérnosla porque John llamó tres veces esta mañana… Fue horrible. Y como me había olvidado por completo de la fiesta, tuvimos que parar a comprar un regalo para Jake por el camino. Ally estaba muy disgustada.

—Pobre Ally. Se siente abandonada.

—¿Cómo has dicho? ¿Estás diciendo que estoy descuidando a mi hija?

—No lo decía en el sentido en que estás a punto de tomártelo. No vayamos por ahí.

—Tú ya has ido por ahí, Evan. Ya tengo suficiente con todo lo que está pasando para que, encima, tú me vengas con ésas.

—Siento haber dicho eso. Sé que estás pasando por un mal momento.

Los dos nos quedamos en silencio. Me imaginé a Sandy en alguna habitación, con los auriculares puestos, escuchando mis problemas de pareja, sonriendo con ese gesto condescendiente.

—Te agradezco que te preocupes por mí…

—Lo estoy.

—Lo sé, pero puedo cuidar de mí misma.

Se echó a reír.

—Oye, que me las he arreglado muy bien durante años…

Me habló en tono de provocación:

—Admite que eras un desastre antes de que te enamoraras de mí.

Esta vez me reí, sin importarme siquiera si Sandy me estaba escuchando o no.

A la mañana siguiente, las chicas llegaron hacia las nueve y media, justo después de que dejara a Ally en casa de Meghan. Fuimos en mi Cherokee y Lauren trajo unos bollos recién horneados y un termo lleno de café. El trayecto fue muy divertido, todas hablando a la vez y Lauren soltando bromas de novias que se dan a la fuga en el último minuto. Hasta Melanie estaba de buen humor, aunque estuvimos a punto de tener un encontronazo cuando me preguntó si podía usar mi móvil porque se había olvidado el suyo. Al ver que yo vacilaba, me miró con extrañeza, así que lo saqué de mi bolso y se lo di. A mí me aterraba que John llamase mientras ella hablaba por teléfono, pero sólo hizo una llamada rápida a Kyle.

La mañana pasó volando mientras recorríamos las tiendas del centro. El plan era celebrar la boda al aire libre, por lo que Evan y yo queríamos un aspecto natural. Encontramos un vestido de dama de honor perfecto. Era un vestido largo de gasa con escote palabra de honor en un verde plateado precioso, casi salvia, como el lado plano de las agujas de abeto, y les sentaba fenomenal a las dos. Después de encargar los vestidos, almorzamos en un pub irlandés con vistas al puerto. Fue estupendo pasar todo un día riendo y charlando de cosas banales y cotidianas, de familia. Cosas normales. Pero me olvidé de que mi vida era todo menos normal.

Después de que las chicas volvieran a mi casa y se fueran con sus coches, fui a recoger a Ally. En cuanto entré en casa, saqué el móvil del bolso para dejarlo en el cargador.

Veinte llamadas perdidas.

Fui desplazándome por la lista de números. Todos eran de John y Billy. Revisé mi buzón de voz, pero sólo había un mensaje de Billy, diciendo que lo llamara lo antes posible, y luego cinco llamadas sin mensaje. ¿Por qué no lo había oído sonar?

Cogí el inalámbrico y llamé a mi móvil. Me vibró en la mano. Lleva un botón en un lado que sirve para cambiarlo del modo de sonido a vibración, pero como no había tocado el móvil desde esa mañana el botón debía de haberse quedado atascado al volver a meter la billetera en el bolso o algo así.

Llamé a John de inmediato, pero tenía el móvil desconectado. Entonces llamé a Billy y me salió el buzón de voz. Le dejé un mensaje.

Pasé toda la hora siguiente paseándome arriba y abajo por la casa, mirando el teléfono, deseando que sonara, preocupada preguntándome por qué Billy no había llamado aún, y todo ese tiempo, luchando por mantener la calma para que Ally no se percatase de que pasaba algo. Al final, justo después de acostarme, llamó John.

En cuanto contesté, dije:

—Siento no haberte contestado las llamadas. Es que el teléfono estaba en modo de vibración y yo no lo sabía y…

—Has ignorado todas mis llamadas.

—Es lo que intento explicarte. No te he ignorado, tenía el móvil dentro del bolso y no sabía que estaba en modo de vibración. Estaba al fondo de todo, y no sabes la de porquería que llevo ahí dentro… y había muchísimo ruido a mi alrededor.

No era mentira. Tres mujeres entusiasmadas arman mucho alboroto.

Hice una pausa y contuve la respiración.

—No te creo, Sara. Estás mintiendo.

—No te estoy mintiendo. Te lo juro. Yo no haría eso…

Pero ya había colgado.

Y en ésas estamos. La siguiente llamada que recibí fue la de Billy, a quien nunca había oído tan cabreado.

—¿Cómo ha podido suceder, Sara?

Tras hablar un minuto o dos, su tono de voz cambió y me dijo que no me fustigara, que son cosas que pasan. Aunque estoy segura de que Sandy no opina lo mismo, desde luego. Me llamó en cuanto acabé de hablar con Billy, para hacerme la misma pregunta. Yo le dije que no había ignorado las llamadas de John a propósito y creo que al final me creyó, pero era evidente que seguía enfadada. Dijo que la señal del móvil de John provenía de las antenas próximas a Kamloops cada vez que conectaba con mi teléfono, pero que se había mantenido dentro de zonas con mucho tráfico. La policía había dado el alto a muchos vehículos, y registrado los de cualquiera que pareciese sospechoso, pero aún no habían efectuado ninguna detención.

Sandy me dijo que tenían un coche patrulla aparcado en la puerta de mi casa, por si John decidía subirse a un ferry para hablar conmigo en persona. A mi pregunta de si realmente pensaba que iba a hacer algo así, me contestó con voz tensa:

—Pronto lo sabremos, pero si es lo bastante estúpido como para intentar algo, lo atraparemos.

Sólo que no he vuelto a tener noticias de John desde entonces. Ni una sola vez. Ojalá fuese motivo de alegría.