Mi propósito al escribir estas páginas ha sido ambicioso: contar con sencillez una historia. El intento me ha costado semanas y meses y huelga decir que ignoro si he salido airoso de la empresa.
Me tentaba el problema de la juventud y el del abismo generacional que dicho problema comporta. Por tres veces marré el enfoque, porque me ocupaba en demasía de los hijos y sólo marginalmente de los padres. Hasta que descubrí que era elemental conceder a unos y otros idéntica atención.
Por otra parte, decidí limitar el área geográfica. Abordar en extensión el conflicto de los jóvenes de hoy me obligaba a trasladarme de los Estados Unidos al Japón, del Brasil a Inglaterra, de Rusia a España, etcétera. Era excesivo. El lector se hubiera mareado.
Algo semejante puedo decir de mi inicial proyecto de referirme a la juventud en su aspecto plural, en la diversidad de sus clases sociales. Opté por renunciar. Los jóvenes forman grupos muy dinámicos y separados. Los conflictos de los universitarios tienen poco que ver con los de los trabajadores y con los que atenazan a los muchachos marginados por la pobreza. Ahí limité el campo psicológico y decidí ceñirme al análisis de los «burgueses», por ser los que mejor conozco. Cualquier otra tentativa hubiera sido una hipócrita y falsa intrusión.
En definitiva, pues, relato los avatares de dos familias bienfortunadas, y las sitúo en Barcelona. Época, la posguerra civil: desde 1939 hasta 1967. A medida que la pluma trazaba sus garabatos mi temperamento «torrencial» iba imponiéndose y terminé por pintar un retablo, mejor o peor, de un gran sector de la sociedad que nos rodea; operando conforme a mi característica manera de hacer, es decir, a base de ensanchar la acción por medio de círculos concéntricos en busca de una visión panorámica, general.
Esta vez, sin embargo, me he apoyado sólo en muy raras ocasiones en hechos y datos históricos. Se trata de una novela-novela, de una estricta fabulación, por lo que me he permitido más que nunca una libertad absoluta.
Desearía hacer constar que a lo largo de mi tarea he leído una serie de libros sobre el tema y que algunos de ellos me han sido de gran utilidad. Gustosamente citaré los de Peter Laurie, Caries Gil Muñoz, Octavio Fullat, Georges Poloczi-Horvath, André Amar, Joe David Brown, John Cashman, Herman Kahn y Anthony J. Wiener. El «sueño» o «viaje» que realiza uno de los personajes a raíz de tomarse cierta dosis de ácido lisérgico está entresacado casi literalmente —en ese pasaje preferí el rigor científico— de la obra LSD, de los doctores R. E. L. Masters y Jean Houston.
La novela está dividida en cuatro partes, cuyos capítulos hablan por sí solos: Los padres, Los hijos, Enfrentamiento, Ruptura.
En lo posible, me he abstenido de juzgar. Mi terreno es el narrativo. Los hechos están aquí y que cada lector los interprete a su modo.
JOSÉ MARÍA GIRONELLA