—¡La cena está lista! —gritó Claret desde la cocina. Entró de espaldas balanceando una pesada cazuela de barro sobre un grueso posafuentes y llevando una gran rebanada de pan debajo de cada brazo. Cael venía tras ella cargado con cuencos, platos, cuchillos y cucharas apilados en su brazo sano. El otro lo llevaba sujeto con un pañuelo blanco inmaculado.
Alynthia se dejó caer en una de las sillas y sujetó una servilleta en el cuello de su holgada blusa de seda.
—Tiene un olor delicioso —comentó cuando Claret dejó la cazuela con la sopa sobre la mesa.
—Como debe ser. Es una receta original de los elfos —dijo la chica.
—¡Elfos! —se burló Alynthia—. Apostaría a que está llena de hojas y hierbajos.
Claret le quitó a Cael los cuencos y los platos y los puso junto a la sopa.
—Sentaos —ordenó—. Ya serviré yo. —El elfo se acomodó agradecido en la silla.
—A decir verdad, los elfos no comen hojas y hierbajos —continuó Claret—. Tiene almejas, langosta, mero fresco, anguila, sepia y pulpo. No fue muy fácil encontrar los tomates, pero me las ingenié.
—¡Vaya! —se asombró Alynthia—. ¡Tomates a estas alturas del año! Sois una maravilla.
—Eso es lo que yo digo, pero nadie me cree. Gimzig cree que seré una esposa estupenda algún día (esto iba dirigido a Cael), o una ladrona de primera (esto para que lo oyera Alynthia).
Suspiró al ver que sus compañeros no hacían el menor caso de sus indirectas.
—Espero que no tenga que esperar demasiado por las dos cosas. ¡Oh! ¡La mantequilla! —Volvió corriendo a la cocina.
Alynthia partió una de las rebanadas de pan y le dio la mitad al elfo, que la cogió sin decir nada, se llevó un trozo a la boca y empezó a masticarlo mientras miraba la bahía por la ventana. A sus espaldas estaba abierta la puerta del dormitorio, y la luz de la luna, que entraba por la ventana, iluminaba un bulto sobre la cama y el bastón apoyado junto a él.
—¿No habréis cambiado de idea, verdad? —preguntó Alynthia quedamente.
—No —respondió él. La miró; sus ojos color verde mar parecían distantes—. No, los Caballeros de Neraka me siguen buscando —continuó—. Aunque piensan que Arach Jannon y el minotauro lucharon y se mataron el uno al otro en la muralla de la ciudad, todavía pende sobre mi cabeza una sentencia de muerte. Está además la señora Jenna.
—El Gremio podría protegeros —dijo la mujer tendiendo su mano por encima de la mesa y cogiendo la suya—. Yo podría protegeros.
—No para siempre —dijo él—. No lo olvidéis, soy un elfo. Os sobreviviré varios siglos y el Gremio no siempre me verá con buenos ojos. —Se mesó pensativamente la abundante barba roja que le recordaba a su amigo enano, Kharzog Forjador.
—Siempre habrá un lugar para vos en el Octavo Círculo, al menos mientras yo sea la jefa —dijo Alynthia.
—Tengo… preguntas para las que debo encontrar una respuesta —continuó Cael—. Hay gente a la que llevo años sin ver, y aquí he hecho daño a demasiadas personas. —Se quedó mirando la puerta de la cocina. Oyeron a Claret trajinando con las ollas y los platos. Como impulsado por un pensamiento terrible, Cael se puso de pie de repente.
—En realidad, debería irme ahora mismo —dijo, y a grandes zancadas se dirigió rápidamente al dormitorio y recogió sus cosas.
—Pero… ¿y la cena? Claret se va a llevar una gran decepción —susurró Alynthia—. Por favor, quedaos y comed, quedaos un poco más y después podéis decir adiós.
—No puedo decir adiós, no después de lo que le he costado —dijo Cael corriendo hacia la puerta. Alynthia salió tras él y lo alcanzó antes de que pudiera marcharse.
—¿Ni siquiera podéis decirme adiós a mí? —preguntó.
—No —respondió—. Por favor no me lo pidáis.
—Muy bien —aceptó la mujer con voz ronca—. ¿Volveréis?
—Algún día —dijo él—. ¿Cuidaréis de ella mientras tanto?
Alynthia asintió. Él le cogió la mano un momento antes de darse la vuelta y marcharse. Alynthia lo miró mientras se alejaba. Al acercarse al extremo de la calle, una figura achaparrada salió de entre las sombras y se unió a él. La figura se volvió y saludó a Alynthia con la mano. Ella le devolvió el saludo con un gesto desmayado, pero el elfo no se volvió en ningún momento. La mujer cerró la puerta y se apoyó en ella.
Claret volvió de la cocina con un cuenco de mantequilla, vasos y una jarra de vino. Se detuvo al ver a Alynthia en la puerta.
—¿Ya se ha ido, verdad?
—Sí —respondió Alynthia en un susurro.
—Volverá —dijo con absoluta seguridad poniendo la mantequilla y los vasos sobre la mesa.
—Una mujer sabia me dijo una vez: «Nunca confíes en e amor de un elfo. Nosotras envejecemos y ellos se mantienen siempre jóvenes». —Alynthia volvió a la mesa y se sirvió un vaso de vino.
—Sí, pero el caso es que Cael no es un elfo puro —dijo Claret.
Alynthia se quedó pensando un momento en lo que había dicho la chica y a continuación bebió un sorbo de vino.
—Esta sopa tiene un olor delicioso —dijo con una sonrisa—. Vamos a comer antes de que se enfríe.