27

Cael despertó con el sabor de agua endulzada con vino que alguien vertía sobre sus labios resecos. Una mano fuerte le sujetaba la cabeza para que pudiera beber. Hizo ademán de coger el pellejo de vino que se le ofrecía en sus propias manos y tragó con avidez para saciar una sed ardiente, aunque con esto sólo consiguió que le volviera el mareo. Cayó hacia atrás pero alguien lo sujetó y volvió a acercarle el vino a los labios.

—Estáis ardiendo de fiebre —dijo Alynthia mientras él bebía.

—He visto fiebres —afirmó el gnomo— llevarse a un hombre en cuestión de horas, no es un espectáculo agradable, pero el hecho de que Cael haya sobrevivido tanto tiempo en aquel lugar espantoso es una buena señal… —Hizo una pausa y con un estremecimiento levantó la vista hacia el cielo.

Refrescado por el agua, Cael sintió que recuperaba un mínimo de fuerzas. Consiguió levantar un poco la cabeza y echar una mirada a su alrededor. Se encontró tendido en un acceso a las cloacas de Palanthas. Tenía la cabeza apoyada en el regazo de Alynthia. Gimzig estaba a su lado, con la mochila en el suelo a sus pies. El gnomo jugueteaba nervioso con los artilugios que había en su interior y echaba de vez en cuando una mirada cautelosa por encima del hombro, hacia la oscuridad.

—¿Cómo llegamos aquí? —preguntó Cael.

—¡Fue él! —dijo la mujer señalando al gnomo—. Huele como un montón de basura, pero me gustaría tenerlo en mi círculo de ladrones. ¡Tiene los artilugios más extraordinarios! Él fue quien os encontró y me llevó hasta vos.

Al oír el cumplido, Gimzig sonrió a través de su barba, inclinó la cabeza ante Alynthia y sembró el suelo de gotas de cera de su vela. Detrás de él, la corriente negra de la alcantarilla parecía un río negro.

Cael asintió y un gran cansancio se apoderó de él. Dejó que su cabeza se hundiera en el suave abrazo de Alynthia y sintió su calor y el ritmo constante de su corazón.

—¿Vosotros dos os conocéis? ¿Cómo os conocisteis? —musitó cansinamente.

Esta pregunta no tuvo respuesta. En lugar de ello, Alynthia y Gimzig intercambiaron miradas apenadas. Al ver que ninguno de los dos hablaba, el elfo abrió los ojos de golpe. La hermosa capitana de los ladrones y el gnomo desviaron rápidamente la mirada, pero no sin que él pudiera ver la expresión de tristeza.

—¿Qué ha pasado? —preguntó tratando otra vez de incorporarse. Le costó un gran esfuerzo y volvió a caer en brazos de Alynthia.

—Debemos llevaros a un lugar seguro —dijo la mujer rápidamente.

»He dispuesto una habitación y hay un sanador esperando, pero no debemos demorarnos, Gimzig —añadió volviéndose hacia el gnomo—, sácanos de aquí.

—Siempre dando órdenes —murmuró Cael.

—No habléis —dijo ella—. Reservad vuestras fuerzas. No puedo cargar con vos, tendréis que colaborar. —Aunque sus palabras eran ásperas, actuaba con suavidad. Le pasó un brazo por la cintura y lo ayudó a ponerse de pie. El elfo se apoyó pesadamente sobre su hombro. Su cuello estaba tan débil que apenas podía levantar la cabeza.

—Ahora me vendría bien un bastón —suspiró—. Lo he perdido.

—¡Seguidme! —gritó Gimzig abriendo el camino mientras su vela hacía bailar las sombras sobre las paredes de la alcantarilla—. En realidad no es muy lejos, y no es necesario que subáis ninguna escala hasta la calle, Cael, por el camino por donde os llevo hay sólo una escalera de dos tramos. Creo que podréis subir con nuestra ayuda y será mucho más fácil que izaros por una escala. Por supuesto, yo tengo un estupendo sistema de poleas, y también está la escala autoampliable, pero dudo que tengáis fuerzas para sujetaros a ella, por lo tanto…

El gnomo se quedó inmóvil. Con un pie cómicamente levantado giró con lentitud la cabeza hasta que su nariz larga y bulbosa señaló hacia el torrente negro que circulaba a su lado.

—¿Qué es? —susurró Alynthia.

—¡Shhhh! Un monstruo de las cloacas. Uno grande. Justo ahí, observándonos —dijo el gnomo a media voz.

—¿Dónde? No lo veo…

—Volved a situar a Cael junto a la pared y poned algo afilado entre vosotros y el agua —ordenó Gimzig mientras desenganchaba con parsimonia las tiras que sujetaban la mochila a sus hombros. La puso ante sí, en el suelo, y sacó un par de curiosas armas, si se las podía llamar así. Cael reconoció una de ellas como la araña mecánica de Gimzig. Estaba en su posición contraída, con todas sus patas prolijamente plegadas alrededor del cuerpo, formando una caja placeada y compacta. El otro objeto era una varilla corta de acero, casi del tamaño de su antebrazo. Su uso era un misterio, porque era demasiado corta para servir de bastón. ¿Una porra, tal vez? No había mucho tiempo para especular.

El gnomo puso estas cosas en el suelo, entre sus pies, luego volvió a colocar la mochila sobre uno de sus hombros. A todo esto no dejaba de parlotear en voz baja.

—No dejéis de mirar el agua, se removerá antes de atacar y veréis una corriente de burbujas, por supuesto, pero será demasiado tarde. Aunque si sois lo bastante rápidos, podéis clavarle algo y repeler el ataque.

Alynthia cogió su daga y se puso frente al agua. Cael se deslizó hasta el suelo, indefenso.

—Si nos movemos, atacará, pero si esperamos aquí llegará a aburrirse y se dedicará a otra cosa. Es el movimiento lo que desata su instinto depredador, cualquier cosa que parezca huir. Es probable que no corráis peligro si mantenéis el contacto visual.

—Pero yo no puedo verlo —dijo Alynthia.

—No tiene una vista tan buena como para que sepa exactamente a qué estáis mirando vos; lo que importa es la dirección, como ya dije, que mantengáis el contacto visual…

—Siguió hablando mientras se agachaba para coger sus armas.

En ese momento, el agua explotó. Un proyectil largo, oscuro, erizado de dientes como dagas que brillaban en las mandíbulas abiertas, salió disparado del agua como impulsado por una catapulta. A Gimzig sólo le dio tiempo de ponerse de pie y levantar su pequeño puño amenazador. Desapareció entre la espuma y una piel reluciente de oscuras escamas, garras afiladas y cola erizada de púas. En un abrir y cerrar de ojos, el monstruo había desaparecido, el agua hervía y Gimzig seguía parado al borde del agua con el puño en alto, los ojos cerrados y la cabeza levemente ladeada. El monstruo volvió a aparecer, partió en dos las negras aguas con las enormes mandíbulas separadas por una vara de acero del tamaño de un hombre y desapareció una vez más. Unas cuantas burbujas de gran tamaño quebraron la superficie y las ondas desaparecieron pronto barridas por la corriente.

Gimzig abrió los ojos y sonrió.

—¡Vaya! ¡Ya dije que era grande! ¡Guau! ¿Habéis visto el tamaño? Era hermosa.

—¿Qué…? ¿Cómo…? —Alynthia estaba boquiabierta.

—Abrazadera autoextensible de madera ablandada —explicó Gimzig—. Hice un pequeño trabajo para la marina. —Se encogió de hombros—. Se supone que era para sostener en caso de ataque los mamparos a punto de derrumbarse y agrietados, pero reveló una desdichada tendencia a abrir agujeros en ellos. También creé esto —dijo mientras mostraba la araña mecánica— para abrir las escotillas corroídas por la sal, pero… ¡cuidado!

Le arrojó la caja reluciente a la cabeza. Por un espantoso momento, Alynthia vio las patas de aquella cosa desplegándose en vuelo, y entonces una mano la cogió por la túnica y tiró de ella.

Justo a tiempo. La araña completó su extraña transformación una décima de segundo antes de llegar a su cara. Los largos colmillos que asomaban de sus mandíbulas abiertas se extendieron y al sobrevolar su cabeza hicieron un rápido sonido como de staccato. La mujer miró al gnomo con furia como si se hubiera vuelto loco y se dispuso a apuntar la daga contra su cuello, cuando Cael tiró más de ella hacia sí, la sujetó débilmente por la cintura y señaló algo.

La araña continuó su extraño vuelo y fue a aterrizar sobre el hocico alargado y amenazador de un segundo monstruo de las cloacas, que lentamente se ponía de pie sobre sus patas achaparradas justo detrás de la capitana de los ladrones. Cuando los colmillos metálicos de la araña penetraron en la piel, los músculos y los huesos de su hocico y las patas movidas por muelles empezaron su horrible trabajo, el monstruo retrocedió cuan largo era y pegó con el hocico en el techo. Cayó luego con un grito de agonía en el torrente de la alcantarilla, agitó con la cola de púas de marfil la superficie del agua y la llenó de espuma.

Alynthia se quedó mirando horrorizada el punto en el que había desaparecido.

—Bueno, gracias… yo… —dijo volviéndose hacia el gnomo.

—No tiene importancia, realmente fue culpa mía, olvidé que estas bellezas siempre viajan de a… tres —dijo con una sonrisa. Fueron sus últimas palabras.

Tras él, el agua volvió a explotar. Una bestia surgió detrás del distraído gnomo con las mandíbulas abiertas. Instintivamente, el gnomo saltó para esquivar al monstruo, pero no fue lo bastante rápido. Las espantosas mandíbulas se cerraron sobre una de sus piernas, y en un abrir y cerrar de ojos fue arrastrado al agua. Cael pudo ver por última vez la cara de Gimzig contraída por el terror, con los ojos desorbitados, mientras era absorbido por las negras aguas. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Unos metros más adelante, la corriente escupió unos cuantos papeles cubiertos de dibujos y diseños. Estuvieron flotando un momento en la superficie hasta que los engulló un remolino.

Alynthia se arrodilló al lado de Cael y le ayudó a ponerse en pie. Él se apoyó en ella, casi inconsciente. La mujer no estaba segura de su capacidad para salvarlo, pero no era cuestión de dejarlo allí e ir a buscar ayuda, mucho menos después de lo que acababa de presenciar. Dio una última mirada horrorizada al agua y se llevó a Cael de allí.