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El ataque mágico llegó demasiado rápido como para que Cael pudiera esquivarlo, y en cualquier otra circunstancia habría significado para él una muerte horrible. Sin embargo, en lugar de abrir un boquete humeante en su pecho, la descarga de Jenna dio de lleno en el bastón de Cael y desapareció. En la cara de la hechicera se plasmó una mirada de sorpresa tan cómica que Cael no pudo por menos que reír estentóreamente antes de darse cuenta de la buena suerte que había tenido. Entonces su carcajada se transformó en un grito de desafío.

—¡Ya veis que mi bastón puede hacer frente a vuestros conjuros, señora Jenna! ¿Probamos a ver si también puede atravesar vuestra esfera de protección? —Dio un salto hacia ella y descargó el bastón con todas sus fuerzas.

Jenna retrocedió rápidamente para esquivar el golpe, y el bastón de Cael golpeó en la pared. Cael se recuperó y se dispuso a golpear de nuevo, antes de que Jenna pudiera escapar escalera abajo.

Un grito que llegó desde arriba lo detuvo. Al levantar la vista, vio que Alynthia le tendía una mano enguantada a través del agujero del techo.

—¡Vamos! —ordenó—. Es vuestra oportunidad.

Tras echar otra mirada a Jenna, que estaba ocupada desplegando un pergamino, y cuya cara había cambiado la expresión de sorpresa por otra de indignación, Cael dio un salto y se aferró a la mano que se le ofrecía. Entre gruñidos, Alynthia lo subió hasta el tejado.

—¿Nos vamos? —preguntó mientras Varia metía el trípode dentro del agujero.

—Vos primero —respondió Cael.

Ambos corrieron hacia el borde del cejado seguidos rápidamente por Varia.

A sus espaldas, el trípode salió disparado como un cohete del agujero hacia el cielo nocturno y fue a estrellarse en la calle frente a la tienda de Jenna. Cael y Alynthia llegaron a la pared almenada por la que habían subido. La cuerda que habían usado todavía estaba enrollada junto a la pared. Al acercarse ellos, un ladrón surgió de la sombra que proyectaba la pared y lanzó la cuerda por el borde. Era un tipo robusto, con unos antebrazos como los de un remero de galera. Se ató un extremo de la cuerda a la cintura y a continuación la pasó alrededor de su muñeca, del grosor de una viga.

—Abajo, capitana —dijo Rull.

—Espera —susurró—. ¡Mirad, Cael! —Al decirlo, señalaba en la dirección de la que habían venido.

La señora Jenna estaba sobre el tejado, con su larga cabellera gris arremolinada como un nimbo de poder en torno a su cabeza. Todavía la rodeaba el globo de aire brillante, visible incluso en la oscuridad.

Mientras Jenna exploraba el tejado buscando a los intrusos que huían, su globo mágico de protección fue bombardeado de repente, golpeado por descargas luminosas que producían silbidos metálicos. A éste le siguió un segundo ataque, y luego un tercero, todos provenientes de direcciones diferentes. Jenna giró rápidamente tratando de localizar a sus atacantes, pero sólo recibió más golpes.

—¿Qué es eso? —preguntó Cael atónito.

—Honderos —respondió Alynthia sonriendo debajo de su máscara—. Así es nuestro Gremio. Hay honderos en todos los tejados. Y ahora…

Hizo una pausa. Un fogonazo mayor y más sonoro, casi una explosión, golpeó el escudo de Jenna y la hizo girar sobre sí, lo cual aumentó aún más su expresión de rabia frustrada.

—… los ballesteros.

—Impresionante, pero ¿para qué sirve? Está protegida contra dardos y piedras —dijo Cael.

—Sí, pero ya veis cómo la distraen —comentó Alynthia. Un golpe fue a dar en el escudo delante mismo de la cara de Jenna y provocó a la hechicera un retraimiento instintivo—. Escapemos mientras nuestro cuerpo especial ataca. ¡Seguidme, Cael!

Pasó una pierna por encima de las almenas, se sujetó de la cuerda y saltó. Cael la vio descender por la pared con la pericia de un escalador. Cuando tocó el suelo sacudió la cuerda para que Cael la siguiera.

—Es extraordinariamente ligera —dijo Rull mientras sujetaba el extremo de la cuerda con su puño de hierro—. Ahora tú.

Cael se lanzó y se deslizó con presteza hasta el callejón, aunque carecía de la habilidad de Alynthia para descender por una cuerda en la oscuridad de la noche. En cuanto sus pies tocaron las piedras de la calle, la cuerda cayó al suelo tras él. A punto estuvo de lanzar una maldición, pues pensó que el ladrón lo había soltado.

Pero no. Alynthia la recogió rápidamente en un rollo pequeñísimo y la guardó en un gran bolsillo plano que llevaba al cinto.

—Por si la necesitamos en otras huidas —explicó—. Volvamos a nuestro piso franco a guardar esta ropa negra. No podemos andar por Palanthas vestidos de esta guisa.

—Creo que no —dijo una voz a sus espaldas. Ambos giraron sobre sus talones, Alynthia con la daga en la mano y Cael blandiendo su bastón.

Se toparon con un hombrecillo vestido con una pesada túnica gris. Tenía un rostro delgado y pálido, cuyos ojos de rata, pequeños y negros, emitían un brillo casi rojo en la oscuridad del callejón.

Alynthia dio un paso hacia él, pero el hombrecillo la detuvo con una advertencia.

—¡Eh, eh, eh! Yo no haría eso. —Su túnica se abrió un poco dejando ver una ballesta armada—. Estaríais muerta antes de dar otro paso. Ahora tenéis la oportunidad de soltar vuestra arma ilegal.

De mala gana, Alynthia dejó caer el puñal. Los ojos de rata del hombre se posaban ahora en el elfo.

—Cael Varaferro de… De dónde sea que seáis, no importa. Vos y vuestra cómplice estáis arrestados.

—¿Por autoridad de quién y con qué cargos? —preguntó Cael con voz ronca.

—Veamos, los cargos empiezan con el de robo, aunque estoy seguro de que podríamos sumarle algunos otros delitos capitales si fuera necesario. En cuanto a mí, soy sir Arach Jannon, Caballero de la Espina y lord Primer Jurista de Palanthas. Aquí mi autoridad es incuestionable. —Dicho lo cual, se llevó a los labios un par de dedos como patas de araña y lanzó un silbido penetrante.

»No tardarán en llegar más caballeros para ocuparse de ustedes. Mientras tanto creo que no vendría mal un pequeño conjuro para inmovilizarlos. Los ladrones son gente muy escurridiza. Además, últimamente tengo pocas ocasiones de poner a prueba mi magia con seres vivos.

Alynthia se volvió rápidamente hacia Cael y parpadeó. Cael entendió el mensaje y dio un paso hacia el Caballero de la Espina con el bastón atravesado ante sí a modo de escudo.

Sir Arach dio un paso atrás y levantó una mano con la palma hacia adelante.

—¡Alto! ¡Os lo ordeno! —gritó con voz estridente. Su mano extendida brillaba con un resplandor plateado, y una nube reluciente de diminutas estrellas de plata se abatió sobre los dos ladrones.

Cael se quedó inmóvil, a la espera, pero tuvo la impresión de que no había pasado nada. Sir Arach sonrió y se tranquilizó, y desvió la mirada para ver si se acercaban sus guardias. Cael miró a Alynthia, que se encogió de hombros imperceptiblemente.

Cael dio otro paso hacia el Caballero de la Espina, que giró en redondo al oírlo, con estupor y fastidio en sus ojos de roedor. Sir Arach sacó la ballesta de entre sus ropas y apuntó con ella temblorosamente al pecho de Cael.

—No os acerquéis, ladrón —le advirtió.

En un abrir y cerrar de ojos Cael extendió el brazo y golpeó la mano del caballero con su bastón. Los huesos crujieron, la ballesta salió volando por encima de sus cabezas y lanzó su proyectil hacia la oscuridad de la noche. Sir Arach trastabilló, sorprendido por la rapidez del ataque del elfo. Se llevó un momento los doloridos dedos a la boca y luego dio media vuelta y salió corriendo por el oscuro callejón, con la túnica gris flameando a su alrededor.

Alynthia se adelantó a Cael, recogió su daga del suelo y sin solución de continuidad se volvió y levantó el brazo para arrojarla, pero Cael le sujetó la muñeca.

—¡Va a dar la alarma! —dijo la mujer en un susurro.

—Si matáis a un lord Caballero ni siquiera Mulciber podrá protegeros —afirmó Cael sentencioso. Siguió sujetando su muñeca un momento más y luego la soltó. La mujer se apartó violentamente y se volvió a mirar cómo el Caballero de la Espina desaparecía por una esquina.

—Tenéis razón —dijo con desgana—. Es mejor que nos vayamos. —Sin volverse a ver si él la seguía se alejó con paso airado. Se detuvo al llegar al extremo del callejón, miró por encima del hombro y luego desapareció tras una esquina internándose en la oscuridad de la noche.

—De nada —dijo Cael corriendo tras ella.