Recordaba vagamente cómo las escamas le raspaban la piel y abrían nuevas heridas, que iban a sumarse a la veintena que ya manchaban el suelo de sangre. Su primer pensamiento fue de asombro al comprobar que todavía respiraba, aunque con dolor. Asombro por no haberse despertado en las entrañas de la bestia, por no encontrarse reducido a pequeños pedazos sanguinolentos.
A continuación sintió horror y repulsión al oír un ruido carne que se desgarraba, un crujir de huesos, salpicaduras de sangre, un rechupeteo y un ronroneo como el de un gato. Se preguntó si no sería su propia carne la que estaban comiendo y esa idea le hizo tomar conciencia repentina y dolorosamente.
Con todo, no se movió. Abrió apenas los ojos y se hizo cargo de la situación mirando por entre los párpados entrecerrados. Ya no tenía encima a la criatura. Yacía de espaldas mirando hacia la esfera mágica reluciente que flotaba en el punto culminante de la cámara rematada en forma de cúpula. Lo extraño es que la luz de la esfera estaba teñida de rojo, como manchada de sangre.
Volvió la cabeza lentamente, como para no llamar la atención de la criatura, miró hacia el lugar de donde provenían los ruidos, y observó que todo estaba teñido de la misma luz roja. La criatura estaba concentrada en su comida y no lo miraba a él, y mientras la observaba levantó la cabeza y tragó ruidosamente. Una pierna desapareció en el interior de su garganta, lo cual obligó al elfo a reprimir un grito y a mirar hacia otro lado.
Cuando por fin se atrevió a volver a mirar, la bestia seguía absorta en su alimentación. La gran cabeza de reptil se sacudía mientras desgarraba el cuerpo de la pobre Pitch y tragaba sus partes. Cael comprendió rápidamente que en cuanto hubiera terminado con ella se ocuparía de él. La salida estaba en el lado opuesto de la cámara. Su bastón se había roto en dos, y aunque hubiera estado intacto no le habría servido para mucho más que para aplazar lo inevitable.
Un resplandor rojo más vivo que captó por el rabillo del ojo le llamó la atención. Apretó los dientes por el dolor y se incorporó sobre los codos. Allí, a un metro escaso de él, yacía la espada de Pitch. Estaba al rojo vivo, y tanto la empuñadura de madera como el correaje de cuero ardían en llamas y chisporroteaban. El relámpago había descargado sobre ella con toda su potencia, y sólo su magnífica manufactura solámnica la había librado de convertirse en un amasijo de metal fundido. Todavía conservaba su forma, pero el filo y la punta habían quedado inservibles.
Mientras la miraba lánguidamente, Cael cayó en la cuenta de que era su única posibilidad de salvación. No sentía dolor, ni angustia, ni pena ni miedo… sólo odio y el deseo de vengar a Pitch.
Se puso de pie lentamente, haciendo caso omiso del dolor cegador que sentía. Se movía como si estuviera en trance, como si todo le estuviera sucediendo a otra persona. Cuando levantó la espada ardiente y ésta le quemó la carne, se miró la mano un momento, como si todo fuera una magnífica broma, y se encontró moviéndose más rápido que nunca, volando, con los labios plegados dibujando una mueca letal. Antes de que la criatura reparara en el peligro, ya tenía la espada clavada entre las costillas. De la herida salía humo, mientras Cael la clavaba cada vez más hondo, poniendo en ello todas sus fuerzas, atravesando con la espada ardiente las escamas y la piel, tendones y músculos, hasta llegar a los órganos vitales y, por último, clavarla en el corazón de la bestia.
De haberse abierto las puertas del Abismo y haber salido todos los engendros de aquel lugar horripilante, no se habría oído un alarido más espantoso que el grito de agonía de la bestia. Cael soltó la espada y retrocedió. La criatura se alzó ante él cuan alta era, bramando. Cael tapó sus sensibles oídos élficos por miedo a volverse loco. La bestia se revolvió, llenó la estancia con su violencia mientras se plegaba sobre sí misma, tratando de arrancar la espada alojada entre sus costillas. El suelo se estremeció, las paredes se sacudieron y empezaron a llover trozos de piedra en torno al elfo, que cayó contra la pared. Los movimientos del monstruo se hicieron mis lentos y débiles, y por fin cayó inerme. Sólo continuó su trabajosa respiración hasta que, tras un estertor, dejó de respirar.
—Mató a un behir —dijo una voz cerca de él. La incredulidad de la voz y los murmullos de admiración lo despertaron. Sin embargo, fue el tacto de una mano fría en su mejilla y las suaves palabras que siguieron lo que le hizo combatir las tinieblas y el reconfortante olvido.
—¿Estáis bien? —preguntó Alynthia inclinada sobre él y acariciándole la mejilla.
Cael se incorporó totalmente, sorprendiendo a todos los presentes, e incluso a sí mismo. Hoag estaba allí con una expresión de incredulidad en el rostro. A su lado estaba Ijus. Mancredo manoseaba un pergamino. Rull estaba de pie, en actitud protectora, junto a Varia, que miraba al elfo con preocupación.
A quien el elfo buscaba a través de la roja niebla de dolor y odio que todavía nublaba su visión era a su capitana. Alynthia había retrocedido y trataba de recobrar la dignidad. Con un gesto de desprecio, el elfo arremetió contra ella. Su puño chamuscado y ennegrecido la alcanzó en plena mandíbula y la precipitó contra Hoag. Los dos cayeron al suelo mientras Ijus reía nerviosamente y se movía con agilidad para ponerse fuera del alcance del elfo.
Cael arremetió otra vez contra ella, pero ahí estaba Rull, que lo sujetó fuertemente con los brazos y lo levantó completamente del suelo.
A pesar de su enorme fuerza, el ladrón lo trató con suavidad, pero su abrazo era tan firme como el de un monstruo.
—¡Esto es malgastar la vida estúpidamente! —le enrostró el elfo a su jefa—. ¿No hay ya peligro y muerte suficientes sin que tengamos que crearlos nosotros?
Lentamente, Alynthia se puso de rodillas; de su rostro había desaparecido todo vestigio de simpatía. En lugar de eso, sus ojos negros refulgían de ira.
—Voy a perdonaros esto, por esta vez —dijo con voz ronca mientras se frotaba la mandíbula.
—¿Qué era esa… cosa? ¿Acaso otra de vuestras mascotas? —preguntó Cael con desdén.
—Os advertí de que esto no era un juego —dijo la capitana del Gremio. Ijus la ayudó a ponerse de pie, mientras seguía riendo entre dientes—. Pitch conocía los riesgos tanto como vos. Teníais que ir por vuestra cuenta, arrastrándola a ella a afrontar pruebas pensadas para un Círculo de Siete, no para dos.
—Seguimos solos porque no sabíamos adónde habían ido los demás —dijo el elfo secamente—. No queríamos que nuestro círculo fallara en la prueba sin tener al menos una oportunidad de probar.
—De todas maneras fallaron, y le costó la vida a vuestra hermana de Gremio —respondió Alynthia.
—No fallamos —gritó el elfo debatiéndose para librarse del abrazo de Rull—. No permitiré que ella haya muerto por nada. El guardián está muerto y el camino despejado.
—El camino sigue cerrado para vos, aprendiz de ladrón —se burló Alynthia—. La guarida del behir no es la cámara del tesoro.
—Eso ya lo sé, pero ahora conozco el camino. ¡Quieres dejarme en el suelo de una vez!
De mala gana, el gigantesco ladrón lo depositó en el suelo y lo soltó. El elfo, debilitado por sus heridas, a punto estuvo de caer, pero la ira le daba fuerzas. Se mantuvo en pie, trémulo, dispuesto a hacer cualquier cosa para herir a la hermosa capitana del Gremio. Alynthia retrocedió cautelosa, sin perderlo de vista.
Cael pasó junto a ella sin mirarla siquiera y volvió a entrar en la Cámara de las Puertas. Los demás lo siguieron, vacilantes, mirando al behir muerto, que yacía en el centro de la estancia. Cael se detuvo nada más entrar en la cámara. Sus compañeros se agruparon en torno a él, mirando con la boca abierta de asombro a la magnífica bestia.
Varia ahogó un grito y ocultó la cara en el enorme pecho de Rull. Los patéticos restos de Pitch estaban diseminados junto a la pared de enfrente. Ijus se aproximó a ellos, restallando los dedos con una mezcla de curiosidad y horror nervioso. Al ver lo poco que quedaba de la ladrona, Alynthia se volvió a mirar al elfo con los ojos ardientes de ira.
—No se abrirá ninguna puerta para daros la razón ni para desmentiros —le dijo—. Haced vuestra apuesta y acabemos con esto.
Sin decir nada, Cael se inclinó hacia el suelo y, con la mano izquierda, que no había sufrido ninguna quemadura, recogió un trozo de la piedra que se había caído del techo durante los espasmos de agonía del monstruo. Giró sobre sus talones y arrojó la piedra hacia el oscurecido acceso a la cámara. Para sorpresa de todos, incluso de Alynthia, la piedra rebotó en la oscuridad como si hubiera golpeado contra una pared maciza y cayó al suelo.
—Una puerta que no parece una puerta —dijo el elfo—. El recinto gira. —Empezaron a temblarle las piernas. Mancredo lo cogió de un brazo y lo ayudó a mantenerse de pie. Cael empezó a darle las gracias y entonces se dio cuenta de que el viejo ladrón lo miraba con no disimulado respeto. El elfo desvió la mirada, sintiéndose incapaz de soportar semejante admiración.
»Lo siento —dijo con voz enronquecida por el agotamiento y la emoción—. Tengo problemas para ver. Todo lo veo rojo.
—Tienes los ojos llenos de sangre —dijo el anciano—. Son pocos los que sobreviven al abrazo de un behir.
—Pitch quería hacerlo por vosotros —dijo Cael—. Quiso probar.
—Lo conseguisteis. Ella no murió en vano —dijo Mancredo con orgullo envolviendo al elfo en un abrazo casi paternal.
—La puerta no está abierta y no se va a abrir; él no va a abrirla —dijo Alynthia tercamente—. Al morir Pitch terminó la prueba. Ésa es la norma de Mulciber. O lo consiguen todos o no lo consigue nadie.
—Sin embargo, dos realizaron lo que estaba pensado para derrotar a siete —sostuvo Mancredo.
—¿Te pones del lado de este elfo? —preguntó Alynthia—. ¿Después de lo sucedido a Pitch?
—Ella eligió su suerte —dijo Varia secamente.
—Desde que el capitán Oros llegó aquí nadie ha hecho semejante cosa, ni siquiera vos, capitana Alynthia. Nadie entró solo en los sótanos, ni siquiera vos resolvisteis el enigma de las puertas —replicó Mancredo.
—Trabajamos en equipo. Un lobo solitario es una carga que no nos podemos permitir, por mucha que sea su habilidad personal —insistió Alynthia mientras se frotaba la mandíbula con aire pensativo—.Ya conocéis las reglas. Además de costar la vida de un miembro de vuestro círculo, este elfo ha arruinado vuestras carreras dentro del Gremio. —La capitana frunció el entrecejo—. Os ha mostrado el secreto de esta cámara y sin embargo no superasteis la prueba. Ahora que conocéis el secreto, no podréis volver a intentarlo.
Mancredo suspiró apesadumbrado y bajó la cabeza con abatimiento. Los ojos de Hoag estaban llenos de odio cuando miró al elfo. Hasta Varia desvió la vista, incapaz de sostener la mirada del elfo. Rull adoptó una expresión adusta y miró a la pared. Sólo Ijus rió entre dientes, pero reprimió la risa al ver la mirada de Hoag.
—De todos modos, lo que decís tiene su mérito, y he decidido incorporar a los seis a mi círculo personal de ladrones —acabó Alynthia con orgullo. Los demás se animaron al oír esas palabras y pensar en la aventura que presagiaban.
Mientras los demás cuchicheaban movidos por la excitación, Alynthia cogió al elfo por la larga cabellera cobriza y le acercó la cabeza a la suya. No dijo nada, pero su mirada amenazadora fue más elocuente que cualquier palabra. Él le devolvió la mirada sin pestañear, apretando los dientes y tratando de apartar las tinieblas y el dolor que amenazaban con apoderarse de él.
—Parecéis un engendro del abismo —dijo la hermosa ladrona con torva sonrisa—. Varia, veamos qué puedes hacer por las heridas del viejo Ojos Sanguinolentos. —Dicho esto se volvió y abandonó la cámara seguida por el fiel Hoag. Cael cayó redondo y pronto encontró alivio en las místicas aguas curativas de Varia.