—Un poco más alto —ordenó Pitch tambaleándose sobre los hombros del elfo mientras trataba de sondear con su espada el alto techo del pasadizo y de encajar el extremo de la hoja en lo que parecía una oquedad donde se había desprendido la argamasa entre las piedras.
—¿Qué quieres, que vuele? —gruñó el elfo. La sujetaba por los talones para que no cayera, pero sentía que los suyos estaban a punto de fallarle—. Deja que pruebe otra vez —dijo con los dientes apretados.
—Casi lo tengo. —La mujer había dicho lo mismo una docena de veces antes.
—¡Por los dioses! ¡Pesas como un toro! —se quejó Cael.
—¿No puedes empujarme más hacia arriba? —preguntó Pitch haciendo caso omiso de sus comentarios—. Pon las piernas y la espalda bien rectas. ¿Eres un hombre o un muchacho?
—¡Soy un elfo! —gruñó Cael. Con un esfuerzo heroico, resultado tal vez del enfado por el insulto no intencionado, se puso de puntillas. Sintió una sacudida cuando la espada de Pitch tropezó contra la dura piedra. Un audible clic metálico resonó en el pasadizo, seguido de un ruido sordo como de pesos y contrapesos que se reacomodaban. El suelo empezó a hundirse y a Cael le fallaron las rodillas. Cayó, y sobre él Pitch, cuyas rodillas se le clavaron en la espalda al tratar la mujer de frenar su caída. El bastón de Cael, que estaba apoyado contra el muro, golpeó a Pitch en la afeitada cabeza.
Cael se rió al ver cómo la mujer se frotaba la testa dolorida mientras él hacía lo propio con sus magulladas costillas.
—Un bastón no es arma para un ladrón —repitió ella con expresión dolida.
—Pues nos salvó la vida a los dos en el pozo trampa —replicó Cael recordando, con un estremecimiento, cómo se había hundido el suelo momentos antes cuando entraron a los sótanos desde la alcantarilla. Por fortuna, el pozo era estrecho y el bastón de Cael se había incrustado en las paredes y frenado la vertiginosa caída. Pitch se había agarrado sus piernas al caer, de lo contrario habría caído sobre las picas del fondo, distante unos doce metros. Habían conseguido trepar y salir del pozo, y después de forcejear durante algunos minutos, consiguieron liberar el bastón.
La ladrona de ojos oscuros asintió con aire sombrío sin dejar de mirarlo furiosamente mientras se frotaba la cabeza.
De repente, el suelo dejó de moverse y quedó al descubierto un pasadizo subterráneo. Había esferas de luz mágica suspendidas inmóviles en el aire a intervalos regulares por el pasadizo que describía una curva hacia la derecha. Este lugar era diferente de los pasadizos con que se habían topado hasta el momento. Parecía excavado en la piedra, pero era difícil imaginar con qué herramientas. Las paredes tenían la tersura del cristal y el suelo era como un espejo que reflejaba y multiplicaba la luz de las esferas mágicas.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Cael levantándose y sacudiéndose el polvo. Recogió su bastón y golpeó con él el reluciente suelo para probar su firmeza. El resultado fue una especie de sonido metálico que retumbó en todo el pasadizo.
—Yo no volvería a hacer eso —dijo Pitch—. Quién sabe qué podría despertar.
Cael hizo un gesto de asentimiento. Pitch comprobó el filo de su espada y dio un paso hacia adelante, a modo de prueba, lista para retirar el pie si algo sucedía, por ejemplo si el piso se transformaba en lava ardiente o si surgían del suelo lacerantes espadas. Sabía que se podía esperar cualquier cosa, pero no sucedió nada. Dio otro paso y se volvió hacia el elfo.
—Vamos —musitó—. No hay peligro.
El pasadizo los condujo, describiendo un amplio círculo, al punto del que habían partido. Al llegar al pequeño sector de suelo común del que habían salido, se detuvieron y miraron hacia arriba, al pozo por el que habían bajado; luego siguieron adelante, haciendo un segundo intento. Esta vez prestaron más atención a posibles puertas secretas, pestillos disimulados, paredes deslizantes, cualquier cosa que pudiera indicar la salida de aquel laberinto circular. En el tercer recorrido Cael probó a tocar todas las esferas mágicas con la punta de su bastón con la esperanza de que uno de ellas fuera la clave, pero una vez más volvieron al punto de partida.
Pitch se detuvo y envainó la espada con rabia.
—Esto no tiene sentido —dijo con expresión adusta mientras miraba una vez más hacia el pozo por el que habían bajado—. Y ahora ni siquiera podemos salir de aquí.
—Lo que hay que tener en cuenta —razonó Cael rascándose el mentón con aire meditativo— es que este lugar fue construido por enanos. Para conseguirlo, tenemos que pensar como enanos.
—¿Quieres decir ponernos a su altura? ¿Tal vez la salida esté a la altura de un enano?
—O tal vez sea más simple todavía. A lo mejor vamos en el sentido equivocado —respondió el elfo volviéndose a mirar en la dirección por la que habían venido.
—¿Qué sentido equivocado? Esto es un círculo —replicó Pitch.
—Puede que lo sea, o puede que sea una espiral —dijo Cael. Viendo la mirada escéptica de su compañera explicó—: En la superficie de la tierra solemos pensar en dos dimensiones, este sentido y el otro. Pero las razas acuáticas, como los elfos marinos, o las razas tuneladoras, como los enanos, siempre piensan en tres dimensiones. Trata de imaginar este lugar como un muelle metálico. Visto desde arriba, es un círculo, pero vuélvete en la otra dirección y avanza en el otro sentido y seguro que con el dedo encontrarás la espiral del muelle.
—Eso es una tontería —dijo Pitch con tono burlón—. Si avanzáramos en el otro sentido acabaríamos aquí mismo, igual que las otras veces.
—Nada se pierde con probar —replicó Cael.
Pitch suspiró resignada por la estupidez de todos los elfos y con un gesto le indicó que abriera la marcha.
Cuando llevaban unos diez minutos caminando, su expresión de burla se transformó en evidente admiración. Cael trató de pasarlo por alto, pero a medida que avanzaba su paso se iba haciendo más arrogante.
Por fin, el pasadizo empezó a nivelarse y llegaron a la última esfera mágica. Más allá se abría una estancia amplia y oscura. Pitch miró con nostalgia al globo mágico que flotaba tentador fuera de su alcance. Los anteriores intentos de Cael de bajar uno con su bastón habían sido infructuosos.
Pegados el uno al otro entraron en la estancia misteriosa. Pitch sacó prudentemente su espada, mientras Cael trataba de escrutar las sombras que los rodeaban con su vista de elfo. Muy en lo alto, en el punto culminante del techo en forma de cúpula, empezó a brillar otro globo, que iluminaba débilmente la gran cámara circular en la que se encontraban. Empezaron a ver…
Pitch cogió al elfo por el hombro y respiró hondo. Él giró, listo para enfrentarse a cualquier peligro que hubiera surgido, pero lo único que vio fue que la mujer sonreía con expresión tonta.
—¡Es aquí! —musitó entusiasmada—. ¡Es la Cámara de las Puertas! Lo conseguimos. ¡Sólo tú y yo! ¡Un reto más y habremos triunfado!
—¿Cuál es la prueba final? —preguntó Cael.
—Debemos elegir una puerta —respondió abarcando con un gesto toda la circunferencia de la cámara. Regularmente distribuidas en el contorno de la estancia había siete puertas, cada una orientada hacia uno de los puntos cardinales. El octavo punto correspondía al pasadizo por el que habían entrado. Cuatro puertas eran de piedra y dos de hierro de una sola pieza. La séptima parecía de plata pura y refulgía en la penumbra.
—Tras una de ellas se halla la cámara del tesoro del KalThax.
—¿Y detrás de las demás?
—La muerte —respondió la mujer con gravedad. Todo rastro de alegría había desaparecido completamente de las líneas de su rostro.
Muy lentamente recorrieron la circunferencia de la cámara, pensando cada uno en silencio en cuál sería su elección. Ninguna de las puertas parecía más prometedora que las demás, al menos en apariencia. Todas eran pesadas, construidas a la escala más grandiosa para los enanos. Una de las puertas pétreas era circular, como un enorme tapón de roca. Estaba burdamente tallada, como si se hubiera pretendido que pareciese formar parte de la roca que la rodeaba, pero Cael pronto encontró una diminuta cerradura en el centro mismo (Forjador le había hablado muchas veces de las puertas de la ciudad enana de Thorbardin y del aspecto que tenían). Otra puerta parecía el aguafuerte de piedra de un arco elevado. En las líneas del grabado brillaba una veta delgada de plata y la propia puerta estaba cubierta de antiguas runas enanas. Las otras dos puertas de piedra estaban una frente a la otra en los extremos opuestos de la cámara. Ambas estaban fantásticamente talladas, una con faunos y centauros, elfos y unicornios; la otra con espantosas criaturas surgidas del Abismo.
Las puertas de hierro también estaban situadas una frente a otra. En ninguna había nada que hiciese sospechar qué había al otro lado. Una de ellas no tenía ninguna cerradura visible mientras que la otra estaba anclada con pesadas cadenas y fuertes candados. La última era la puerta de plata. Estaba justo frente a la entrada de la cámara y era la más pequeña de todas. Al mirarla más de cerca se dieron cuenta de que no estaba hecha de plata sino de algo así como las escamas de algún pez plateado. Sin embargo resultaron ser tan duras y resistentes como el granito. Esta puerta tenía tres cerraduras de evidente complejidad. Pitch trató de examinarlas más de cerca, pero la luz era demasiado débil como para ver nada en detalle.
—¿Y qué? ¿Has tomado tu decisión? —preguntó el elfo.
—No. Me he limitado a estudiar el problema —respondió la mujer suspirando y poniéndose en cuclillas—. No es fácil. ¿Qué puerta crees que elegiría un enano?
—La menos obvia —fue la respuesta del elfo.
—Pues son todas bastante obvias —observó Pitch.
—Debe de haber alguna trampa.
—Salvo la puerta de tapón. Me llevó un rato encontrarla —añadió Pitch.
—Es cierto, una puerta que no parece una puerta es del estilo de los enanos —concedió Cael—. No se me ocurre otra solución.
—Probemos —dijo ella.
Al acercarse a la puerta de tapón, Pitch sacó de un bolsillo oculto de su uniforme gris oscuro un juego de ganzúas.
—Parece una cerradura bastante simple —dijo mirándola de cerca—. Veamos. Abrir puertas no es mi fuerte.
—Ni el mío —dijo el elfo.
—Sin embargo, creo que podré con ésta —dijo ella. Sacó un par de alambres y los introdujo en la cerradura—. Tampoco hay trampas —comentó tras un momento.
Cael aplicó el oído a la piedra.
—No se oye nada al otro lado —dijo esperanzado, y luego preguntó—. ¿Y cómo es que Varia, Hoag y Mancredo fallaron en la prueba y todavía viven?
Pitch se mordió el labio inferior mientras se concentraba en el trabajo que tenía ante sí.
—Ellos fallaron… —respondió con aire distraído haciendo largas pausas entre una palabra y otra— porque no tomaron una elección. En lugar de abrir la puerta y enfrentarse a una posible muerte… prefirieron fracasar y volver al Gremio… y continuar con vida.
Cael se apartó de la pared y miró cómo su compañera manipulaba la cerradura. Después volvió a pasear la mirada por la estancia.
—Esto parece demasiado fácil —comentó. Sus ojos se detuvieron en la entrada oscurecida de la cámara y una idea le pasó por la cabeza—. Espera —dijo.
—Demasiado tarde —con un fuerte chasquido, una sección más o menos circular de la pared de piedra empezó a girar como la tapa de una jarra. Mientras giraba se retiraba hacia el interior del muro. No hacía el menor ruido, y parecía imposible que algo de semejante tamaño pudiera moverse sin provocar ningún sonido, pero todo estaba envuelto en una especie de sensación onírica. Los dos ladrones tenían la sensación de ser presas de un encantamiento. Pitch golpeó el suelo con la espada como para asegurarse de que no se había quedado sorda, y el acero resonó sobre la piedra y rompió el silencio. Se miraron el uno al otro con una mueca, esperando que la puerta se hiciera a un lado.
Al otro lado de la puerta no había brillo de oro ni destellos de piedras preciosas, sólo oscuridad, una oscuridad que se sacudió de repente moviendo el suelo como si fuera un terremoto.
Cael apartó a su compañera hacia un lado en el preciso momento en que el gigante se precipitó hacia la cámara. Con su enorme cabeza de reptil provista de un par de cuernos como cimitarras presta a embestir, aquella cosa se lanzó contra el elfo. Cael se retorció un poco para dejar que el cuerno le pasara por debajo del brazo, pero la embestida de la cabeza lo alcanzó en pleno pecho, lo levantó por los aires y lo arrojó al otro lado de la habitación. Cayó rodando y paró justo antes de darse con la cabeza en la pared. Por el dolor sordo del costado supo que tenía varias costillas rotas, pero le pareció un precio muy leve. Buscó su bastón y lo encontró tirado junto a la pared, bastante cerca de donde se encontraba él. Después, al oír una furiosa maldición y el tintineo del acero, levantó la vista y se encontró con una escena infernal que tenía lugar ante sus ojos.
Pitch luchaba por salvar su vida. La cosa era enorme, monstruosa, como un lagarto gigantesco con cuerpo de serpiente, y se apoyaba en diez patas cortas y musculosas, cada una de ellas rematada con una garra que arañaba el suelo mientras la bestia trataba de clavar los dientes en la ladrona de ojos oscuros. Sólo el filo de su espada mantenía a raya las enormes mandíbulas, pero no podría resistir mucho tiempo frente a aquellos colmillos amenazadores. La cabeza de la criatura era como la de un cocodrilo, pero varias veces mayor, y tenía los ojos vivos de un dragón. Lucía un par de cuernos vueltos hacia atrás sobre su largo y flexible cuello. La totalidad de sus trece metros de largo estaba cubierta de duras escamas azules, más resistentes al embate de la espada que cualquier armadura forjada por hombre o enano.
Cael ni por un momento pensó en huir. Con los dientes apretados por el dolor de sus costillas, echó mano de su bastón y se lanzó contra el monstruo. La criatura giró en redondo para enfrentarse a él y su cola llena de púas derribó a Pitch.
Ahora era el elfo quien defendía su vida desesperadamente. Saltó hacia atrás, y rechazaba cada intento del monstruo con un golpe de bastón, que le dejaba la mano entumecida. La criatura tenía la agilidad de un felino y atacaba con la rapidez de una serpiente. Sus mandíbulas se cerraban como una trampa para osos, y en su ansia de llevarse algo a la boca lo salpicaba todo de saliva. Sólo con un bastón de casi dos metros de dura ceniza de la montaña, manejado con destreza, el atribulado elfo impedía que de un bocado acabara con su vida.
Sin embargo, un bastón no era arma para pelear contra semejante monstruo, y Cael se iba quedando sin espacio para retroceder. Pitch acudió con su espada emitiendo un grito parecido al grito de batalla de un caballero, y hundió el arma entre dos escamas de la espesa piel de la criatura. Con un rugido aterrador, que pareció amenazar con provocar la caída del techo sobre sus cabezas, la bestia se volvió. Cael apenas tuvo tiempo de dar un salto para evitar el golpe de la cola.
Pitch retrocedió unos cuantos pasos con la espada en alto, pero la criatura no avanzó. En lugar de eso, curvó hacia atrás el cuello y aspiró aire por sus fosas nasales. Cael sintió que con el silbido del aire se le erizaba el vello de los brazos. De repente, la bestia adelantó la cabeza con la boca abierta. Un destello de luz iluminó la cámara como una explosión, un trueno sacudió el suelo y un relámpago azul salió de la boca del monstruo. Alcanzó a la ladrona en pleno pecho y la arrojó al otro lado de la cámara como si fuera una muñeca de trapo. La mujer se golpeó contra la pared y cayó al suelo. Un humo negro la rodeó.
Con un aullido primitivo, el elfo redoló el bastón y golpeó de lleno al monstruo. Con inconcebible rapidez, se volvió otra vez. Cael volvió a enarbolar el bastón, y esta vez lo descargó en pleno hocico de la bestia. Tan poderoso fue el golpe que el bastón se rompió y uno de los trozos astillados cayó al suelo. La criatura parpadeó, como única señal de que su mejor golpe le había hecho mella, pero esa vacilación de una milésima de segundo le dio al elfo el tiempo que necesitaba para apartarse a un lado, cuando las mandíbulas se cerraron sobre el espacio que él había ocupado hacía apenas un instante.
Se apartó una docena de metros rodando, se puso de pie y saltó a un lado mientras los malditos dientes mordían el aire detrás de él. Un relámpago de dolor cegador le atravesó la espalda. Dio un traspié, y un golpe de la cola lo derribó al suelo. La bestia estaba encima de él y su gran vientre hediondo lo aplastaba contra el suelo. Las vueltas de su cuerpo de serpiente lo envolvieron y empezaron a apretar, mientras las garras se le clavaban en la piel. Cada vez que respiraba sentía que sus costillas se le hincaban más. No podía respirar, ni siquiera podía gritar. Se le empezó a oscurecer la visión. Buscó ayuda, cualquier ayuda, pero Pitch yacía inerme junto a la pared, con los ojos vidriosos y un agujero chamuscado donde antes estaba su pecho. Fue lo último que vio.