13

Cael empujó la puerta. Se abrió con un chirrido metálico y al otro lado apareció una escalera tallada en la dura roca. No había antorchas para iluminar el camino y descendía hacia una oscuridad densa como la tinta. Las paredes de piedra rezumaban humedad y estaban totalmente cubiertas de un moho grisáceo.

—¿Qué hay ahí abajo? —preguntó el elfo volviéndose hacia Alynthia.

—No estáis en condiciones de preguntar. Os estoy ordenando que vayáis a ese lugar y debéis ir.

—¿Y si me niego?

—Entonces os mataré aquí mismo. No seríais el primero en morir ante esta puerta —añadió acercando la mano a la daga que llevaba a la altura del muslo. Al bajar la vista, Cael advirtió numerosas manchas grandes y pardas en el suelo de piedra.

—Iré —dijo.

—Ya me parecía —respondió la mujer sonriendo.

Cael cruzó la piedra y pisó el primer escalón. De inmediato perdió pie y se encontró cayendo por una oscura pendiente. La voz de Alynthia parecía seguirlo con su agradable tono burlón.

—Primera lección —oyó—. Nunca os fiéis de lo que ven vuestros ojos. Seguid adelante… Os estaré observando.

El descenso fue vertiginoso. Alguien se había tomado el trabajo de preparar este pasaje para que el deslizamiento fuera casi divertido a pesar del olor abominable de la sustancia que cubría la piedra. Sin embargo, fue un viaje demasiado corto como para relajarse y disfrutar del trayecto. Además, a Cael le preocupaba lo que pudiera encontrar al final.

Sus ojos no tuvieron tiempo para adaptarse a la oscuridad ni para prepararse para lo que le esperaba. De repente, la pendiente desapareció. El corazón le golpeaba en la garganta. Se encontró volando en el vacío en medio de una oscuridad total. Un hedor apestoso le salió al encuentro como una bofetada justo antes de aterrizar y se hundió hasta la cadera en la basura. Por fortuna, eso le amortiguó la caída. De su boca salieron varios de los juramentos enanos más descriptivos que le había enseñado Kharzog Forjador mientras procuraba salir a la superficie antes de hundirse más.

Una antorcha se encendió por encima de su cabeza y una risa burlona resonó en la estancia. Se encontró en el fondo de un pozo de basura. Seis metros por encima de él había un camino que bordeaba el pozo. Desde allí seis personas lo miraban, algunos riendo mientras otros desenrollaban una cuerda. Eran conocidos, todos miembros de su supuesto Círculo de Allegados. Iban vestidos con un uniforme idéntico muy ajustado de color gris oscuro y tenían unas capuchas que sólo les dejaban la cara al descubierto.

—El olor te trae recuerdos hogareños, ¿verdad, elfo? —dijo Hoag con una risotada.

—Muy gracioso —replicó Cael mientras trataba de reprimir las arcadas. Intentaba abrirse camino entre la basura para llegar a una serie de argollas de hierro encastradas en la piedra que hacían las veces de peldaños para llegar hasta la pasarela.

—No, Cael —le gritó Pitch—. No te muevas.

—En nombre del Abismo, ¿por qué no? —preguntó con fastidio.

—Gulguthra —respondió la mujer crípticamente.

—¿Qué?

—¡Gulguthra! —repitió Ijus divertido.

—¿Qué diablos es un gulguthra? —preguntó el elfo.

—¡Significa «come mierda», y estás de pie encima de uno! —respondió el pequeño ladrón antes de taparse la boca con las manos para reprimir la risa.

Cael miró en derredor pero no vio nada que no fueran vegetales en descomposición, huesos bien aprovechados, masas gelatinosas de grasa coagulada, ropas y vasijas de desecho, las consabidas ratas muertas y algo que se parecía a un trozo de intestino de cerdo unido a un estómago en putrefacción. En ese momento la cosa se movió y el elfo estuvo a punto de saltar fuera de su camisa. Un juramento enano salió de sus labios.

Aquella cosa era una especie de tentáculo terminado en un apéndice muscular en forma de hoja. Cuando se acercó más a su pierna vio unas protuberancias en forma de gancho a todo lo largo del brazo tentacular.

—¡Daos prisa! —gritó.

—Creía que eras autosuficiente —dijo Hoag burlándose con las mismas palabras que Cael le había dicho a Oros esa misma noche—. No trabajas bien con otra gente, ¿recuerdas? Prefieres andar solo. A lo mejor prefieres contemporizar con el gulguthra.

—¡Voy hacia los peldaños! —gritó Cael haciendo caso omiso de las pullas.

—No lo conseguirás —respondió Pitch mientras ella y Rull seguían manipulando la cuerda. Varia observaba su progreso con expresión compungida, retorciendo los dedos como si quisiera ayudar pero tuviera miedo de estorbar. Mancredo estaba junto a ella con los brazos cruzados y expresión inescrutable, observando al elfo como si mirara a un perro que cruza la calle.

El tentáculo se aproximó más a la pierna de Cael. Daba la impresión de que trataba de dar con él, de que iba tanteando lentamente.

—¡Llegaré antes de que consigáis desenrollar la cuerda! —respondió.

—No sabes lo grande que es el monstruo. Tiene más de un tentáculo —dijo Ijus entre risas.

—¿Qué es esta cosa? —chilló Cael—. Tiradme al menos una espada para que pueda defenderme.

Hoag se rió y de una patada envió una rata muerta al montón de basura. El tentáculo se detuvo y pareció casi dispuesto a volverse hacia la rata en lugar de continuar su tortuoso avance hacia el muslo de Cael.

—¡Al diablo con vosotros! —gritó el elfo—. No voy a quedarme aquí parado esperando que esta cosa llegue a donde estoy.

—¡Cógela!

Un lazo de cuerda descendió en dirección a su cabeza. Cael la cogió con el corazón saliéndosele por la garganta debido al miedo a no acertar. Rull envolvió el otro extremo alrededor de su cintura y afirmó sus macizas piernas. Cael se aferró a la cuerda lo más arriba que pudo y se alzó por encima de la basura. Levantó las piernas y se balanceó hacia la pared más próxima, contra la cual se dio un golpe que lo dejó sin respiración. Tras él, el montón de basura se elevó como un leviatán, y salieron una cascada de desechos que se desprendían del enorme monstruo como el agua cuando emerge una ballena. Unas enormes mandíbulas llenas de dientes se cerraron a ciegas sobre el lugar que él acababa de abandonar, mientras los tentáculos fustigaban el aire tratando de rodearlo.

Cael trepó rápidamente dándose varios impulsos. Rull tiraba furiosamente de la cuerda pasándola de mano en mano mientras Pitch, de rodillas a su lado, trataba de guiar la subida del elfo. Los tentáculos golpeaban las paredes por debajo de él y sus ganchudas protuberancias raspaban la piedra mientras el gulguthra buscaba a su víctima. En unos instantes, Cael se encontró trepando por el borde de la pasarela mientras seis pares de manos lo cogían por la ropa y lo ponían a salvo. Cayó temblando a los pies de sus compañeros mientras el monstruo se debatía y rugía allá abajo.

—Tienes suerte de ser un elfo —dijo Pitch riendo mientras le quitaba la cuerda de las manos—. Si hubieras sido tan grande como Rull, sólo habríamos rescatado los trozos que quedaran de ti. —Los demás también rieron, especialmente Rull, pero por la palidez de sus caras Cael se dio cuenta de que había faltado muy poco para que el monstruo lo atrapara, mucho menos de lo que ellos pretendían.

—¿Era eso? —preguntó Cael entre jadeos—. ¿Era ésa la prueba?

—¡Ponte de pie! —dijo Hoag con tono burlón—. Todavía no hemos llegado siquiera a las alcantarillas.

Llamaban a aquello un refugio seguro. Estaba por encima del nivel de inundación, lo suficientemente alto como para que incluso cuando las alcantarillas se llenaban hasta el tope de aguas servidas, éstas no pudieran llegar hasta allí. Un estrecho orificio en el techo permitía que entrase el aire fresco de la calle.

Cael se quitó la ropa hedionda, llena de basura, y se calzó el oscuro uniforme gris del Gremio de los Ladrones. Sus compañeros esperaron, hablando en tono tranquilo. Ijus sostenía un amarillento cabo de vela, a cuya luz consultaba un antiguo mapa de pergamino.

A primera vista, el mapa parecía representar las calles de Palanthas, pero una mirada más atenta revelaba que se trataba de un mapa de las alcantarillas de la ciudad. Era un plano bastante esquemático en el que muchas zonas estaban en blanco y donde se veían numerosas líneas de puntos, que tal vez representaban las zonas que nunca habían sido del todo exploradas. Pero incluso con esas áreas incompletas, se veía claramente que las alcantarillas de Palanthas eran una reproducción exacta del trazado de las calles de la ciudad. Unos círculos concéntricos se extendían hacia afuera partiendo de un punto central debajo de la Gran Plaza, conectados por pasajes que seguían las mismas líneas que las calles y los callejones. Sin embargo, en algunas zonas había una escasez evidente de canales de desagüe. Estas áreas estaban separadas y alguien había escrito notas en el mapa en un idioma que ninguno de los ladrones podía entender.

—Es el idioma de los enanos —dijo Mancredo—. Muy antiguo. Dudo de que ni siquiera un enano pueda entender estas runas en la actualidad.

—Bueno, no necesitamos interpretarlas —dijo Hoag—. Sabemos adónde vamos. Si el elfo termina de una vez con su acicalamiento, puede abrir la marcha.

—Estoy listo —anunció Cael aproximándose a la luz de la vela—. ¿Cómo puedo abrir la marcha? Ni siquiera sé adónde vamos.

Varia se acercó y se puso de rodillas al lado del elfo, lo ayudó a atarse las cintas de los tobillos para que las botas no le causaran ampollas en los talones. Nunca había llevado ropas como éstas, y le había parecido que algunas cintas y correajes eran inútiles o estaban fuera de su sitio. Había hecho todo lo posible por atarlas correctamente, pero Varia las ajustó.

—Nos encaminamos hacia la zona de pruebas del Gremio —dijo la mujer mientras comprobaba que todo estaba bien—. Sólo se envía allí a los mejores círculos de ladrones. A los que salen airosos les encomiendan las mejores misiones, les dan los contratos más lucrativos.

—¿Y los que fracasan?

—Tienen suerte si escapan con vida —dijo Hoag.

Varia lo miró con el entrecejo fruncido y continuó.

—Mancredo fracasó en dos ocasiones, Hoag y yo pasamos una vez por la prueba, sin éxito. Es cierto que todos hemos visto o sabido de alguien que murió en el intento.

—Parece algo así como desperdiciar la vida —dijo el elfo—. Morir ¿y por qué? Por el derecho de presumir entre ladrones.

—¡Elfos! —le espetó Hoag—. No puedes entenderlo.

—Es cierto —dijo Cael—. No los entiendo. Los elfos rendimos culto a la vida y no nos gusta desperdiciarla, pero a mí no me criaron entre elfos. De tener que morir me gustaría que fuera intentando algo arriesgado, algo glorioso, puede que incluso heroico. No me gustaría sacrificarme en una ridícula carrera de obstáculos.

—Esto es más que una carrera de obstáculos —le advirtió Vania—. En primer lugar, la operación debe realizarse en medio de la más absoluta oscuridad. No podemos llevar ninguna fuente de luz y sólo podemos usar la claridad ambiental que encontremos. Tu vista de elfo debería sernos útil, ya que las alcantarillas son bastante peligrosas incluso cuando puedes ver adónde vas.

—De modo que puedo ver en la oscuridad —observó Cael con frialdad—. Pensé que necesitabais de mis habilidades. Lo que os hace falta es un perro lazarillo.

—No seas niño, Cael —se burló Pitch sacando la espada que llevaba al cinto y examinando el filo—. Estamos juntos en esto. No tenemos que triunfar, pero sí debemos intentarlo.

—Me gustaría tener éxito —musitó Mancredo—. Al menos una vez antes de morir.

Los demás guardaron silencio al oír sus palabras y observaron con respeto al anciano ladrón.Incluso Hoag mostró respeto. Mancredo llevaba en el Gremio casi cuatro años, más que cualquiera de ellos. Había sido uno de los primeros reclutados por Mulciber en los días que siguieron a la caída del antiguo Gremio. Había pasado su juventud y su madurez como ladrón en ciudades y tierras de todo Krynn, desde la isla de Cristyne hasta la ciudad de Flotsam. Ahora era viejo, pero no había perdido su destreza. A decir verdad, estaba en su mejor momento. Aunque ya empezaban a dolerle las articulaciones, sabía mezclar la magia con el arte del robo, de forma que compensaba con creces su edad.

—Bueno, si fallamos no podremos culpar a nadie aparte de nosotros mismos —dijo Rull rompiendo por fin el silencio.

—Se me ocurre que sí podríamos culpar a alguien —dijo Hoag mirando a Cael.

—Bueno, eso no va a pasar, ¿verdad? —respondió Varia con enfado—. Ahora Cael está con nosotros. Nosotros lo ayudamos, él nos ayuda. Después de todo superó a la capitana Alynthia.

—¡Tuvo suerte! —exclamó Hoag saliendo así en defensa de su jefa.

—¡Bueno! —volvió a intervenir Varia—. También ahora vamos a necesitar suerte cuando lleguemos a las ruinas.

—¿Qué ruinas? —quiso saber Cael sintiendo crecer su interés.

—Hay pocos que sepan esto —dijo Varia con un brillo conspirador en sus ojos azules—. Las alcantarillas de Palanthas no son en realidad alcantarillas. Son una antigua ciudad enana tallada en el lecho de piedra siglos antes de que los primeros humanos llegaran por mar a la bahía de Branchala, incluso antes de que los magos levantaran la Torre de la Alta Hechicería con su magia. La ciudad fue abandonada hace tiempo. Los primeros que llegaron aquí la encontraron vacía y desolada. Hay quienes dicen que en una época fue parte del gran imperio enano de Kal-Thax, que desapareció sin dejar rastro antes de que Thorbadin existiese siquiera como un sueño en la mente de Reorx.

—Tienes más de actriz que de ladrona —intervino Pitch empujando a un lado a su rubia colega—. El hecho es que el antiguo Gremio solía usar las antiguas señales de las calles dejadas por los enanos para orientarse por las alcantarillas. Cuando el Gremio fue destruido, los Caballeros Negros también destruyeron las señales, y esperaban evitar así que se volviera a usar lo que antes se llamaba el Camino Bajo de los Ladrones. Ahora nos valemos de mapas, pero en su mayor parte están incompletos y son inexactos. Las alcantarillas son demasiado peligrosas para hacer una exploración completa.

—¿Cómo de peligrosas? —preguntó Cael—. ¿Hay más monstruos de las cloacas?

—Los monstruos de las cloacas son la menor de tus preocupaciones —dijo Hoag con una carcajada—. El gulguthra es uno de los habitantes más mansos de este lugar. Cuando Varia dijo que habían encontrado las minas vacías, no fue del todo exacta. En realidad encontraron cosas aquí abajo, verás…, cosas que habían invadido el lugar durante los siglos que siguieron al abandono de los enanos, cosas que habían escapado hasta aquí desde la Torre de la Alta Hechicería.

Tras mirar a sus compañeros con el entrecejo fruncido. Varia continuó su relato.

—Durante la Noche de los Martillos Negros, el capitán Oros escapó por las alcantarillas con el viejo Petrovius, el cronista. Huyendo de un grupo de caballeros que los perseguían, el capitán se encontró con un pasaje secreto. Lo siguió y lo condujo al centro de la antigua ciudad de los enanos, a su nivel más profundo, pero el camino estaba sembrado de trampas ingeniosas y guardado por criaturas temibles, y ellos no tenían luz para ver el camino. Sólo sus habilidades supremas de ladrones permitieron al capitán y a Petrovius salir vivos de aquella dura prueba.

»Lo que encontró superaba los sueños de avaricia de los enanos. Ante sus ojos tenía el tesoro de los antiguos constructores de la ciudad. Con esto y con la ayuda de Mulciber empezó a reconstruir el Gremio poco después de que el antiguo fuera destruido —terminó la mujer.

—Ahora, el Gremio utiliza las antiguas bóvedas enanas como campo de pruebas para sus ladrones más prometedores. Los que pasan la prueba exitosamente entran en el sanctasanctórum y pasan a ser oficiales del Gremio —explicó la ex dama Pitch palmeando la empuñadura de la espada que llevaba al cinto—. ¡Oficiales! Con círculo propio.

—¿Quién es Mulciber? —preguntó Cael.

Al ver que ninguno de sus compañeros le daba una respuesta, insistió:

—¿Lo habéis visto?

—La —corrigió Varia.

—¿La habéis visto, entonces? ¿Cómo sabéis que es ella? —siguió preguntando—. Lo he oído… la he oído hablar y no soy capaz de decir si es de uno u otro sexo.

—La capitana Alynthia dice que Mulciber es una mujer, y con eso nos basta —le espetó—. Además, conozco a mucha gente que ha visto a Mulciber.

—Di el nombre de uno —la retó Pitch.

La esbelta ladrona lo miró con furia un momento antes de responder con vehemencia.

—Montones de gente, tú no los conocerías.

—Mancredo la ha visto —intervino Ijus.

—Puede que sí —dijo Mancredo encogiéndose de hombros—. Yo vi a alguien, pero no importa. Tenemos un trabajo entre manos.

Cael miró a Mancredo, que seguía con la vista fija en sus zapatos.

—Viejo —dijo—. ¿Ya has pasado dos veces por esta prueba?

—Sí, y las dos veces fueron diferentes —respondió el viejo ladrón—. De modo que no tiene sentido que os cuente mi experiencia.

—Entonces, ¿hay un arma para mí? —preguntó el elfo mirando las que llevaban sus compañeros. Pitch llevaba una espada larga de las que prefieren los caballeros; Ijus tenía su daga; Hoag, una espada corta y una honda; Varia un arco corto al hombro; del cinto de Rull colgaban dos hachas. Sólo Mancredo no tenía ninguna arma visible, aunque bajo sus voluminosas mangas podría ocultar unos cuchillos arrojadizos.

—La capitana Alynthia dijo que preferirías una estaca —afirmó Pitch señalando un alto cayado pulido que estaba apoyado contra la pared—. No es gran cosa para un ladrón.

—Prefiero la espada —dijo Cael encogiéndose de hombros mientras examinaba el bastón. Lo levantó, para sopesarlo y describió con él algunos círculos que silbaron el aire de tan rápidos—. Pero esto servirá.