En el centro de la Gran Plaza, un Caballero Blanco estaba tendido de espaldas moviendo desganadamente la mano en actitud suplicante mientras un caballero vestido de verde de aire triunfal saludaba a la multitud vociferante. La justa del Albor Primaveral tenía un carácter simbólico. El Caballero Blanco representaba al invierno, mientras que el Verde era la incipiente primavera. Su combate simulado celebraba la derrota del invierno y la renovación anual de la primavera. Como es natural, siempre ganaba el Caballero Verde, pero la gente celebraba el acontecimiento y chillaba como loca cuando el Caballero Verde por fin vencía a su adversario vestido de blanco.
Maese Forjador estaba furioso por haberse perdido el espectáculo. Él y Cael se acercaron presurosos al escenario levantado en la escalinata del Palacio del Señor, dominando la plaza. Un asistente les indicó dónde debían colocarse mientras la multitud seguía con sus aclamaciones. Nadie reparó en su tardía aparición, ya que el lugar del maese Forjador estaba alejado de los dignatarios y nobles que rodeaban al Señor de Palanthas, al caballero coronel de los Caballeros de Takhisis y a los senadores de la ciudad. Entre estos últimos estaban Bertrem, prior de la Orden de los Estetas de la Gran Biblioteca de Palanthas, y también numerosos mercaderes acaudalados, cortesanos y cortesanas, nobles y prósperos capitanes de la flota mercante de la ciudad. Cerca de ellos, un poderoso contingente de guardias de gesto torvo formaba cerco en torno a un hombrecillo con cara de comadreja, vestido de gris, que echaba miradas furiosas a cualquiera que se aproximara demasiado.
—Mira quién está aquí —dijo Cael señalándolo.
—Arach Jannon —contestó el enano con gesto desdeñoso—. Dicen que sabe todo lo que sucede en Palanthas, que permanece en su cámara debajo del Palacio del Señor como una gran araña controlando la red de informadores y espías que ha tendido a lo largo y ancho de esta ciudad. Nada escapa a su control: ningún cargamento llega a la ciudad, no se despacha ninguna misiva por correo secreto, no se susurra una sola palabra que invite a la sedición sin que él lo sepa. Es el lord Primer Jurista de la ciudad, un hombre temible. También tiene a su cargo la protección de la Piedra Fundamental y la investigación de su poder.
—Conque un Manto Gris —observó Cael—. ¿Es poderosa su magia?
—Supongo que sí —respondió el enano mirándolo con desconfianza—. A pesar de su aspecto es un hombre con el que no se juega, según tengo entendido. Es listo y despiadado. Se dice que fue él quien destruyó al Gremio de los Ladrones. Esos guerreros que ves a su alrededor forman su guardia personal y han sido elegidos uno por uno. Los llaman las Nueve Hachas y son hombres muy peligrosos, los mejores de toda Solamnia. No son Caballeros de Takhisis, de modo que no vacilan en acuchillar a alguien por la espalda. Protegen noche y día la Piedra Fundamental y son apenas un elemento más en una sucesión de trampas y emboscadas. ¡Mira!
En el centro del escenario había un hombre que rogaba silencio a la multitud. Era de escasa estatura, con una incipiente calva y una perilla que sobresalía de su prognato mentón. Cada vez que imploraba silencio, la multitud se volvía más irrespetuosa y respondía con abucheos.
—El alcalde de Palanthas —dijo el enano a voz en cuello—, Xavier uth Nostran. Vaya tonto.
Al volver la cabeza, observó que su compañero elfo manipulaba las cintas del bolsillo de su vecino más próximo, un importador de vinos llamado Jevor Kannigan. Kharzog dio un codazo al elfo en las costillas y un pisotón con su pesada bota de enano. Cael dejó a regañadientes el abultado bolsillo del mercader y volvió a prestar atención a la celebración.
El público gritaba obscenidades bienintencionadas a lord Xavier, sugiriéndole que adoptara todo tipo de posturas imposibles. Algunos de los nobles y senadores reunidos en el escenario hacían gestos de disgusto. Por fin, un hombre alto, de constitución fuerte enfundado en la armadura negra de los Caballeros de Takhisis se puso en pie con gesto decidido. Todos se tranquilizaron un poco, aunque amparados en el número se atrevieron incluso a lanzar algunos insultos contra el caballero coronel de la ciudad, sir Kinsaid. Él los miró con aire amenazador, como si quisiera memorizar sus rostros para el futuro, y pronto cesó la algarabía.
—Pueblo de Palanthas —dijo el alcalde con voz estridente y aflautada—. Antes de continuar con la ceremonia, nuestro gran adalid, el caballero coronel de la ciudad de Palanthas, sir Elstone Kinsaid, tiene un importante anuncio que hacer, algo que estoy seguro que nos beneficiará enormemente a todos. —Su voz ascendió una octava al pronunciar las palabras «anuncio importante», y al oírlas muchos de los presentes hicieron una mueca. Pocos anuncios importantes hechos por sir Kinsaid habían beneficiado a nadie salvo a los Caballeros de Takhisis. Lord Xavier volvió a ocupar su asiento con aire servil.
Tras pasear una última vez la mirada por los presentes, sir Kinsaid desenrolló el pergamino que tenía en la mano y, sosteniéndolo con gesto formal, empezó a leerlo con voz tonante:
—Pueblo de Ansalon y de todo el territorio de Krynn, ciudadanos de Palanthas, señores, señoras y caballeros, hágase saber, por orden del Señor de la Noche, sir Morham Targonne, que a partir de hoy la noble orden de caballería conocida como los Caballeros de Takhisis pasará a llamarse los Caballeros de Neraka.
El eco de su voz resonó en la plaza, que repentinamente se había sumido en el silencio. La gente miraba el escenario con la boca abierta esperando algún tipo de explicación la hubo. Sir Kinsaid dejó que el papel se enrollara de golpe bajó los brazos y después de volver a pasear la mirada por los asistentes volvió a sentarse.
Tras unos instantes de vacilación, lord Xavier volvió a ponerse de pie y se dirigió una vez más al centro del escenario. Se volvió a mirar al lord Caballero, pero sir Kinsaid se limitó a cruzar los brazos y a adoptar un gesto adusto. Sus glaciales ojos azules miraban directamente al frente.
—Gracias… gracias, sir Kinsaid —balbuceó Xavier para continuar luego volviéndose hacia la multitud—. Y gracias a vosotros, ciudadanos de Palanthas, por ofrecernos este festival del Albor Primaveral, que es el más grande y gozoso desde hace medio siglo.
Tras esta afirmación del alcalde, la multitud aplaudió cortésmente para guardar a continuación un silencio expectante.
—Puede que éste sea el día más especial en la larga y colorida historia de esta ciudad —continuó el alcalde—, porque hoy ha vuelto a nosotros un gran artefacto cuya pérdida hemos lamentado durante mucho tiempo…
El enano emitió un bufido burlón.
—… pero hoy volverá a ver la luz del día y distribuirá su gloria y su bendición para que todos podamos maravillarnos y sentirnos orgullosos. Hoy hemos recuperado el corazón de Palanthas, la piedra que demuestra que Paladine realmente bendijo a esta ciudad…
El lord Caballero se removió incómodo, pero Xavier siguió adelante sin darse por enterado.
—… que nos fue arrebatada tan groseramente después de que fuera entregada a la ciudad por los enanos Forjadores.
—Bueno, al menos nos ha mencionado —musitó apenas el viejo enano. Cael sonrió.
—Durante más de dos mil años permaneció oculta en las entrañas del antiguo y malvado Gremio de los Ladrones, hasta hace cuatro años, cuando los Caballeros de Takhisis… quiero decir, los Caballeros de Neraka, encabezados por sir Kinsaid, aplastaron al maldito Gremio bajo su planta, derribaron sus casas y guaridas, encarcelaron a sus miembros o los expulsaron para siempre de esta ciudad.
—¿Ya no quedan más ladrones en Palanthas, abuelo? —preguntó Cael. El enano lanzó una carcajada, pero no dijo nada.
—Aun así, ni sospechábamos la importancia de la curiosa piedra que encontramos entre los miles de tesoros descubiertos en la Casa de los Ladrones —prosiguió lord Xavier—. Incluso a los ojos de los más profanos eran evidentes su hermosura y su incalculable valor, pero ni siquiera sospechábamos su verdadero significado hasta que uno de nuestros más respetados ciudadanos, el prior Bertrem de la Gran Biblioteca, descubrió un documento poco conocido donde se describía la historia de la Piedra Fundamental. Se trata de una historia larga y fascinante…
—Y pura invención —musitó el enano.
—… que seguramente en breve será plasmada en verso por uno de nuestros talentosos bardos —dijo el señor de Palanthas.
—¡Mostradnos la piedra! —gritó alguien entre la multitud. Éste era el gran discurso de Xavier, y la muchedumbre empezaba a temerse que fuera a durar toda la tarde.
—¡Mostradnos la piedra! ¡Mostradnos la piedra! —corearon otros, hasta que la voz de lord Xavier quedó superada por el ruido. Finalmente, el alcalde levantó los brazos, sonrió e hizo un gesto de asentimiento. Hizo una seña al Caballero de la Espina, sir Arach Jannon. Los gritos de la multitud se transformaron en vivas.
El viejo enano cogió la mano de Cael cuando el Manto Gris avanzó rebuscando algo bajo su manto. Cael esbozó una mueca, pero mantuvo bien agarrada la sarmentosa mano de su amigo.
Por fin sir Arach extrajo algo de las profundidades de sus vestiduras y lo mostró con un gesto teatral, en el cuenco que formó con sus manos. Surgió una luz fulgurante y rosada que dejó mudos a los concurrentes.
Con un destello brillante, una luz semejante a una estrella brotó de las manos extendidas de sir Arach y se derramó en cascadas de chispas en torno a su figura y por todo el escenario. A la multitud se le escapó una exclamación de asombro y de respeto e incluso los escépticos quedaron hechizados por la visión. El aire pareció llenarse de una música tenue, como una melodía de gaitas y carillones en un valle inexplorado.
—Es más hermosa de lo que jamás imaginé —suspiró el viejo enano.
La Piedra Fundamental palpitaba con su luz, como si el tibio sol de primavera la despertara de un largo sueño. El público empezó a reír sin saber por qué. La Gran Plaza se llenó de cantos gozosos. El viejo enano prorrumpió en un himno a Reorx, con una canción en la lengua ruda y lacónica de su pueblo, mientras las lágrimas se derramaban sobre su barba. Cael juntó las manos, con una mirada atónita, mezcla de admiración y deleite, y se las llevó a los ojos.
El Caballero de la Espina se tambaleó como si estuviera soportando un enorme peso, pero dos de sus guardias acudieron para ayudarle a mantener los brazos en alto. Nadie sabía el tiempo que habían pasado así, pero el propio sol parecía estar en suspenso. La luz de la piedra fluía como una bruma con olor a miel por las calles y callejuelas, entraba por las puertas y las ventanas abiertas, y a su paso, la hierba helada por el invierno adquiría un color verde más brillante y brotaban capullos en las ramas desnudas de los árboles tardíos.
No duró mucho tiempo ya que la luz se desvaneció de repente cuando el Caballero de la Espina devolvió la piedra al recóndito lugar de donde la había sacado. Sir Arach tenía un aspecto sumamente agotado y parecía dolorido cuando abandonó el escenario tambaleándose. Los Nueve Hachas lo rodearon, alertas y vigilantes, con las manos en la empuñadura de sus armas. La multitud reunida en la Gran Plaza estaba absolutamente conmocionada y pedía más, pero sir Arach y la Piedra Fundamental desaparecieron tras las puertas del palacio.
Los que estaban sobre el escenario se arremolinaban y parecía que se habían quedado mudos. Daba la impresión de que todos los planes de una ceremonia de cierre habían caído en el olvido. Después de un rato, la multitud empezó a disgregarse mientras que en el palco se miraban los unos a los otros y reían nerviosamente cuando les abandonaba la tensión. Se palmeaban la espalda y había mucha alegría forzada.
El viejo enano se negó a reprimir sus sentimientos.
—Mi corazón, mi alma, están en manos de ese maldito Caballero de la Espina —gritó—. Qué no daría yo por poder tenerlos un momento en las mías. —Estrechó las manos del elfo sollozando sin pudor.
—Ya lo sé, abuelo, ya lo sé. —Cael procuró consolar a su amigo mientras los nobles y demás dignatarios abandonaban el escenario. Al pasar iban hablando con tono ansioso de las fiestas y veladas que tenían previstas para esa noche. Unos cuantos saludaron con una inclinación de cabeza al enano y a su compañero, ya que maese Forjador era muy conocido entre los habitantes de la ciudad.
Lentamente, maese Forjador empezó a recuperar el control de sus emociones. La Gran Plaza se iba quedando vacía a medida que los juerguistas se dispersaban en dirección a las tabernas para continuar los festejos. Por allí cerca, un grupo de Caballeros Negros de alto rango rondaba a unas cuantas jóvenes nobles y enjoyadas, mientras que, casi en el centro del escenario, permanecía el anciano Esteta Bertrem rodeado por un grupo de jóvenes monjes y estudiantes universitarios. Su voz sonora y temblona resonaba en toda la plaza explicando cómo había descubierto accidentalmente el documento de la Piedra Fundamental mientras buscaba información sobre los antecedentes y formación del Gremio de los Ladrones.
Mientras Bertrem continuaba con su disertación, una pareja de aspecto extraño se acercó al maese Forjador y a Cael. Estaba formada por un hombre corpulento tanto por estatura como por complexión. A pesar de su enorme tamaño, sus movimientos denotaban una energía oculta y una gracia poco corriente. Su ancha mandíbula lucía unas grandes patillas entrecanas y sobre uno de sus hombros caía una elegante trenza de acuerdo con la antigua moda de los oficiales de las flotas de Palanthas. Su atuendo acentuaba aún más la impresión de que era un hombre de mar, ya que llevaba una chaqueta azul marino con botones de bronce y galones dorados en las mangas, y las botas negras de caña alta estaban tan lustrosas que parecían un espejo.
En su robusto brazo se apoyaba una encantadora criatura vestida con sedas auténticas de color verde pálido. Tenía la piel morena y unos ojos negros y chispeantes. Apretados bucles de pelo negro enmarcaban el óvalo perfecto de su rostro, y sus labios, plegados en una irónica sonrisa, eran jugosos y húmedos. Era esbelta y sus extremidades revelaban gran agilidad y expresividad. Tras señalar al enano y al elfo, susurró algo a su corpulento compañero mientras se cubría la boca con la mano. La extraña pareja se detuvo y el hombre saludó con una leve inclinación de cabeza mientras juntaba los talones de una manera típicamente militar.
—Maese Kharzog Forjador, mis respetos y los de mi esposa, Alynthia Krath-Mal —dijo el hombre con rígida formalidad.
—Gracias, capitán —respondió el enano—. Permitidme que os presente a mi viejo amigo y compañero inseparable…
Cael dio un paso adelante, se plantó con decisión sobre las planchas de madera del escenario y se inclinó para coger la mano de la mujer.
—Caelthalas Elbernarian, hijo de Tanis el Semielfo, para serviros —dijo rozando apenas los dedos de la mujer con los labios.
—¿El auténtico Tanis el Semielfo? —preguntó ella con una risa musical.
—Precisamente. Mi madre pertenecía a los elfos marinos. De ella heredé estos ojos color verde mar —respondió Cael sin soltarle la mano.
—¿Y qué heredasteis de vuestro padre? —preguntó Alynthia—. Es curioso que nunca me haya enterado de que el gran Héroe de la Lanza tuviera otro hijo además de lord Gilthas, el rey del reino elfo de Qualinesti. Supongo que esto os da derecho al título de príncipe. ¿No es así?
—Lleváis un interesante perfume, mi señora Alynthia —respondió Cael cortésmente, pasando por alto la pulla de la mujer. Aspiró la fragancia y sonrió—. Me recuerda a alguien que conocí anoche. ¿No es acaso el perfume del loto amarillo ergothiano del que se dice que tiene poder místico para volver locos de pasión a los hombres?
La mujer se sorprendió, pero su gesto y su gracia delicada pronto disimularon su momentánea sorpresa y lanzó al elfo una mirada cómplice.
—¿Cómo actúan los nobles elfos bajo su influencia? —preguntó con coquetería al tiempo que sus ojos negros chispeaban.
—Ah, por supuesto que somos totalmente inmunes a su magia —respondió Cael acariciándole los dedos.
—Bien —interrumpió el capitán carraspeando—. Maese Forjador, hay personas en esta ciudad que conocen la verdadera historia que se oculta detrás de la Piedra Fundamental y que saben cómo han sido tratados los Forjadores por los patriarcas de la ciudad. Estamos realmente en deuda con vos y con vuestra familia. Especialmente en este día es importante recordar el pasado.
—Os doy las gracias, capitán Oros uth Jakar, por vuestras amables palabras —dijo el enano haciendo una profunda reverencia.
—Vamos, querida —ordenó el capitán. Alynthia con delicadeza desprendió sus dedos de la mano que los sostenía y se dejó llevar por su marido. Cael pasó su pálida mano por su larga cabellera cobriza y la observó mientras bajaba la escalera hacia la plaza. Ella se volvió una vez para mirarlo mientras atravesaban la plaza, pero no hizo señal ni gesto alguno.
—¡Vaya! —se burló el enano viendo la hechizada expresión de su compañero—. Hay otro tesoro fuera del alcance de tu larga mano, amigo mío.
—No la cambiaría por todas las joyas de Krynn —respondió Cael—. Un precioso botín que merece que ponga en juego todas mis habilidades.
El enano se acomodó en uno de los asientos que habían quedado desordenados sobre el escenario. En el otro extremo de la plataforma, unos asistentes empezaban a barrer y a recoger las sillas mientras el sol se iba poniendo tras las Montañas Vingaard. Un crepúsculo fresco y agradable se iba apoderando de la plaza, y las luces parpadeaban entre los árboles de la Colina de los Nobles y las Villas Doradas.
—Nunca conseguirías separarla de él. Es el capitán Oros uth Jakar de Palanthas —dijo Kharzog Forjador sacando una corta pipa de raíz de uno de los bolsillos de su chaqueta—. Tengo entendido que en un tiempo fue capitán mercante e hizo mucho dinero en sus viajes. Un tipo agradable, por lo poco que sé de él.
—Ya he oído hablar de él. Algunos dicen que es el jefe del reorganizado Gremio de los Ladrones —comentó Cael mientras un grupo de sabios y estetas pasaba junto a ellos.
—¡Bah! ¡No lo creas! Mulciber es el auténtico jefe del Gremio. ¡Todos lo saben! —exclamó el enano—. El capitán Oros es un capitán retirado y su fortuna la obtuvo con el comercio.
Al oír esas palabras, un grupo de estudiantes que bajaba la escalera miró con insistencia al enano y a su compañero mientras hacían diversas señales para ahuyentar el mal. Desde hacía dos años, el nombre de Mulciber se cernía como una sombra sobre la ciudad. El mero hecho de pronunciarlo parecía una invocación del delito y el mal. A la gente le traía a la memoria los tiempos pasados en que la Torre de la Alta Hechicería se elevaba todavía como un huesudo dedo hacia el cielo de Palanthas y el nombre de Raistlin Majere, Señor de la Torre, servía para meter miedo a los niños rebeldes.
Eran contados los que habían visto a esa misteriosa figura llamada Mulciber, aunque muchos decían conocer a alguien que conocía a alguien que lo había visto. Había quienes afirmaban que era un poderoso mago de manto negro, una reminiscencia de tiempos pasados. Según otros, el nombre sólo podía referirse a una famosa sacerdotisa del dios del mal Hiddukel muerta hacía mucho tiempo. Comoquiera que fuese, el Gremio de los Ladrones había vuelto a surgir tras haber sido prácticamente arrasado por los Caballeros Negros. En ocasiones se encontraba a los que se tropezaban con el Gremio de los Ladrones colgados de las vergas de los barcos del puerto, y se decía que la espantosa expresión de horror reflejada en sus rostros se debía a que habían conseguido ver la auténtica figura de Mulciber en los últimos momentos de su vida. Hasta los sabios y los Estetas de la Biblioteca se dejaban llevar a veces por esas descabelladas supersticiones y se estremecían nada más susurrarse el nombre de Mulciber.
El viejo enano hizo un gesto de desprecio y sacudió la pipa contra el tacón de su bota. Los sabios miraron para otro lado y se alejaron presurosos.
—El capitán Oros es un pesado ex marino mercante, sólo eso. Lady Alynthia es una historia aparte —dijo el enano.
—¡Totalmente! —aceptó Cael.
El enano pasó por alto su observación y se lanzó a contar la historia que tanto le gustaba contar.
—Dicen que su madre era una palanthina de una rica familia de mercaderes. Se casó con el tercer hijo de algún noble, pero ella era indoblegable, indomable como una tigresa, y prefirió navegar en los barcos de su marido antes que permanecer en casa con su marido y su hijo, junto a la chimenea y en la cocina. En uno de esos viajes conoció a un pirata ergothiano, se enamoró y tuvo una hija de él. Hay quienes dicen que ambos murieron cuando su barco fue destruido por el dragón rojo Pyrothraux en la costa de la Isla de Chrystine. Alynthia era muy pequeña entonces, pero el marido de su madre, un hombre bueno, de noble corazón, la acogió y la crió como si fuera suya. Él murió a bordo del Mary Eileen cuando se hundió en la costa de los Dientes de Caos.
»Sin embargo, la chica era hija de su madre. Siendo todavía una adolescente se dedicó a viajar con la flota mercante de su padre adoptivo. Allí conoció al capitán Oros, cuando ella todavía era una niña y él trabajaba como capitán mercante para su padre. Cuando el hombre que la había criado murió, ella deshonró su memoria adoptando el nombre de su auténtico padre, siguiendo la tradición ergothiana. Oros dejó su cargo de capitán y ella se transformó en la mujer que es mientras navegaba los mares, y cuando volvió a Palanthas, ella y el viejo Oros se convirtieron en pareja. Dicen que están casados, pero yo no me atrevería a decir ni que sí ni que no.
—Por eso te quiero, abuelo —dijo Cael dando un beso en la calva al enano—. Eres una biblioteca viviente muy fiable. ¿Hay alguien cuya historia no conozcas?
—¡Claro que lo hay! —respondió.
—Dime quién es, por favor.
—¡Tú! ¿Por qué vas por ahí diciendo que eres el hijo de Tanis el Semielfo? —preguntó Kharzog con aire exigente.
Cael se dirigió cojeando hacia la escalera y desde allí se volvió.
—Porque lo soy, abuelo, porque lo soy.
—¡Bah! Eres un mentiroso innato, eso es lo que eres. ¿Adónde vas, elfo?
—Tengo entendido que un barco que trae espléndidos tesoros llegó esta mañana de Flotsam —agitó la mano diciendo adiós y bajó la escalera de madera que rechinaba bajo sus torpes pasos—. Hasta mañana, abuelo. —El aire llevó el sonido de su voz hasta Forjador.
El enano vio alejarse a Cael en la dirección de la Colina de los Nobles hasta que desapareció a la sombra del Palacio de Justicia. Al pedírselo, un asistente le trajo una vela con la que encendió su pipa. Sopló con fuerza y produjo en torno sí una nube de fragante humo azul.
—Maldito sea ese tonto mentiroso de elfo. Se va a meter en un sinfín de problemas y me pregunto quién lo va a sacar de ellos —gruñó.