Sangre real

Aunque la cultura merovingia era tan moderada como sorprendentemente moderna, los monarcas que la presidieron eran otra historia. No eran típicos ni siquiera de los gobernantes de su propia época, pues la atmósfera de misterio y leyenda, de magia y de fenómenos sobrenaturales, los rodeó incluso cuando estaban vivos. Si las costumbres y la economía del mundo merovingio no se diferenciaban señaladamente de otras costumbres y economías del período, el aura que envolvía el trono y la estirpe real era una cosa singular.

A los hijos de los merovingios no se les nombraba reyes. Al contrario, se les consideraba automáticamente como tales cuando cumplían doce años. No se celebraba ninguna ceremonia pública de unción, ninguna coronación del tipo que fuese. El poder era sencillamente asumido, como por derecho sagrado. Pero, si bien el rey era la autoridad suprema, jamás estuvo obligado —ni siquiera se esperó de él— que se ensuciase las manos con la mundanal tarea de gobernar. Era en esencia una figura «ritualizada», un rey-sacerdote, y su papel no consistía necesariamente en hacer algo, sino simplemente en ser. En pocas palabras, el rey reinaba, pero no gobernaba. En este sentido, su condición se parecía un poco a la de la actual familia real británica. El gobierno y la administración se dejaban en manos de un funcionario cuya sangre no era real, el equivalente de un canciller, que ostentaba el título de «mayordomo de palacio». En su conjunto, la estructura del régimen merovingio tenía muchas cosas en común con las modernas monarquías constitucionales.

Incluso después de su conversión al cristianismo, los reyes merovingios, al igual que los patriarcas del Antiguo Testamento, fueron polígamos. A veces tenían harenes de proporciones orientales. Incluso cuando la aristocracia, bajo la presión de la Iglesia, se hizo rigurosamente monógama, la monarquía permaneció exenta. Y la Iglesia, curiosamente, parece que aceptó esta prerrogativa sin protestar demasiado. Según un comentarista moderno:

¿Por qué sería [la poligamia] aprobada tácitamente por los mismos francos? Puede que nos encontremos en presencia de un antiguo uso de la poligamia en una familia real, una familia de tan alto rango que su sangre no podía ser ennoblecida por ningún casamiento, por ventajoso que fuese, ni degradada por la sangre de esclavos… Daba lo mismo que la reina fuese elegida entre los miembros de una dinastía real o entre las cortesanas… La fortuna de la dinastía reposaba en su sangre y era compartida por todos los que llevaban tal sangre.[7]

Y, asimismo, Es posible que en los merovingios tengamos una dinastía de Heerkónige germánica procedente de una antigua familia de reyes del período de las migraciones.[8]

Pero, ¿cuántas familias pueden haber existido, en toda la historia del mundo, que disfrutasen de semejante estado extraordinario y exaltado? ¿Por qué disfrutaban de él los merovingios? ¿Por qué su sangre fue investida de un poder tan inmenso? Estas preguntas seguían llenándonos de perplejidad.