René de Anjou

Aunque hoy día es poco conocido, René de Anjou —el «Buen Rey René», como le llamaban—, fue una de las figuras más importantes de la cultura europea en los años inmediatamente anteriores al Renacimiento. Nacido en 1408, durante su vida ostentó un número asombroso de títulos. Entre ellos estaban el de conde de Bar, conde de Provenza, conde del Piamonte, conde de Guisa, duque de Calabria, duque de Anjou, duque de Lorena, rey de Hungría, rey de Nápoles y Sicilia, rey de Aragón, Valencia, Mallorca y Cerdeña y, quizás el más resonante de todos, rey de Jerusalén. Este último, huelga decirlo, era puramente nominal. Sin embargo, invocaba una continuidad que se remontaba a Godofredo de Bouillon y era reconocido por otros potentados de Europa. Una de las hijas de René, Margarita de Anjou, casó en 1445 con Enrique VI de Inglaterra y tuvo una actuación destacada en la guerra de las Dos Rosas.

En sus primeros tiempos la carrera de René de Anjou estuvo, al parecer, relacionada de un modo poco claro con la de Juana de Arco. Que se sepa, Juana nació en la población de Domrémy, en el ducado de Bar, por lo que era súbdita de René. Juana de Arco hizo su primera irrupción en la historia en 1429, cuando apareció en la fortaleza de Vaucouleurs, a pocos kilómetros de Domrémy, subiendo por la margen del Meuse. Presentándose al comandante de la fortaleza, Juana anunció su «misión divina»: salvar a Francia de los invasores ingleses y asegurarse de que el delfín —que más tarde sería Carlos VII— fuera coronado rey. Con el fin de llevar a cabo esta misión, debería haberse reunido con el delfín en la corte que éste tenía en Chinon, a orillas del Loira, muy hacia el sudeste. Pero en vez de solicitar un salvoconducto para Chinon al comandante de Vaucouleurs, pidió una audiencia especial con el duque de Lorena, suegro y tío abuelo de René.

Atendiendo a su solicitud, se concedió a Juana una audiencia con el duque en la capital de éste, Nancy. Se sabe que René de Anjou estaba en la ciudad cuando Juana llegó a ella. Y, al preguntarle el duque de Lorena qué era lo que deseaba, ella respondió explícitamente, utilizando palabras que desde entonces han desconcertado a los historiadores: Tu hijo [político], un caballo y algunos hombres buenos que me lleven al interior de Francia».[4]

Tanto entonces como después proliferaron las especulaciones sobre la naturaleza de la relación de René con Juana. Según algunas fuentes, probablemente inexactas, fueron amantes. Pero lo que es indudable es que se conocieron y que René estaba presente cuando Juana emprendió su misión. Además, los cronistas de la época afirman que cuando Juana partió de la corte del delfín en Chinon, René la acompañó. Y no sólo eso. Los mismos cronistas dicen que René estuvo realmente con Juana durante el sitio de Orléans.[5] A lo que parece, en los siglos posteriores se hicieron intentos sistemáticos de borrar toda traza del posible papel de René en la vida de Juana. Sin embargo, los biógrafos posteriores de René no aciertan a señalar su paradero y sus actividades entre 1429 y 1431, es decir, durante el apogeo de la carrera de Juana. Por lo general y de una manera tácita, se supone que René estuvo vegetando en la corte ducal de Nancy, pero no hay pruebas que corroboren esta suposición.

Las circunstancias apuntan a que René acompañó realmente a Juana hasta Chinon. Porque si hubo una persona dominante en el Chinon de aquellos tiempos, esta persona fue Iolande de Anjou. Era Iolande quien constantemente daba al febril e indeciso delfín inyecciones de moral. Fue Iolande quien inexplicablemente se nombró a sí misma protectora oficial y madrina de Juana. Fue Iolande quien venció la resistencia que la corte ofreció a la muchacha visionaria y obtuvo autorización para que fuera con el ejército a Orléans. Fue Iolande quien convenció al delfín de que Juana bien podía ser la salvadora que pretendía ser. Fue Iolande quien maquinó el matrimonio del delfín… con la hija de la propia Iolande. Y Iolande era la madre de René de Anjou… Al estudiar estos detalles, cada vez nos sentíamos más convencidos, al igual que muchos historiadores modernos, de que algo se estaba representando entre bastidores, alguna intriga complicada de alto nivel o algún plan audaz. Cuanto más examinábamos la meteórica carrera de Juana de Arco, más se nos antojaba una «trampa», como si alguien, explotando leyendas populares en torno a una «virgen de Lorena» y jugando ingeniosamente con la psicología de las masas, hubiera ideado y orquestado la supuesta misión de la Doncella de Orléans. Ni que decir tiene, esto no presuponía la existencia de una sociedad secreta. Pero sí hacía que dicha existencia fuese más verosímil. Y si tal sociedad existía, es muy posible que la presidiera René de Anjou.