Nuestra hipótesis

La Magdalena había figurado de modo prominente en todas nuestras indagaciones. Según ciertas leyendas medievales, la Magdalena llevó el Santo Grial —o la «sangre real»— a Francia. El Grial está estrechamente relacionado con Jesús. Y el Grial, al menos a un nivel, tiene algo que ver con la sangre o, más específicamente, con una estirpe y un linaje. Sin embargo, los romances sobre el Grial transcurren en su mayor parte en tiempos de los merovingios. Pero no fueron compuestos hasta después de que Godofredo de Bouillon —vástago ficticio de la familia del Grial y vástago real de los merovingios— se instalase como rey de Jerusalén en todos los sentidos salvo en el nombre.

De habernos ocupado de alguien que no fuera Jesús —si nuestras pesquisas hubieran tenido que ver con un personaje como Alejandro, por ejemplo, o Julio César— estos fragmentos de información hubieran bastado por sí solos para llevarnos, de forma casi ineludible, a una conclusión evidente. Nosotros sacamos dicha conclusión, por polémica y explosiva que pudiera ser. Y luego comenzamos a ponerla a prueba al menos como hipótesis provisional.

Quizá la Magdalena —esa mujer elusiva que sale en los Evangelios— era en realidad la esposa de Jesús. Quizá su unión produjo vástagos. Después de la crucifixión tal vez la Magdalena, con un niño como mínimo, fue llevada clandestinamente a la Galia, donde ya existían comunidades judías y donde, por consiguiente, encontró refugio. Resumiendo, quizás había una estirpe hereditaria que descendía directamente de Jesús. Quizás esta estirpe, esta sang real suprema, se perpetuó luego, intacta y de incógnito, durante unos cuatrocientos años, lo cual, bien mirado, no es mucho tiempo para un linaje importante. Tal vez hubo matrimonios dinásticos, no sólo con miembros de otras familias judías, sino también con romanos y visigodos. Y quizás en el siglo V el linaje de Jesús se alió con el linaje real de los francos, engendrando así la dinastía merovingia.

Si esta hipótesis esquemática era cierta en algún sentido, serviría para explicar muchísimos elementos de nuestra investigación. Explicaría la categoría extraordinaria concedida a la Magdalena y el significado de culto que adquirió durante las cruzadas. Explicaría la condición sagrada atribuida a los merovingios. Explicaría el nacimiento legendario de Meroveo, hijo de dos padres, uno de ellos una simbólica criatura marina procedente de allende el mar, una criatura marina que, al igual que Jesús, podía equipararse al pez místico. Explicaría el pacto entre la Iglesia de Roma y la estirpe de Clodoveo, pues, ¿acaso un pacto con los descendientes por línea directa de Jesús no sería un pacto obvio para una Iglesia fundada en su nombre? Explicaría la importancia, en apariencia desmesurada, que se concedía al asesinato de Dagoberto II, pues la Iglesia, siendo parte interesada en tal asesinato, sería culpable, no sólo de regicidio, sino también, de acuerdo con sus propios principios, de una forma de deicidio. Explicaría el intento de borrar a Dagoberto de la historia. Explicaría la obsesión de los carolingios por legitimarse a sí mismos, como Sacros Emperadores Romanos, basándose en una genealogía merovingia.

Una estirpe descendiente de Jesús a través de Dagoberto explicaría también la familia del Grial que sale en los romances: el secreto que la envuelve, su categoría exaltada, el impotente Rey Pescador incapaz de gobernar, el proceso en virtud del cual Parzival o Perceval se convirtió en heredero del castillo del Grial. Finalmente, explicaría la genealogía mística de Godofredo de Bouillon, hijo o nieto de Lohengrin, nieto o bisnieto de Parzival, vástago de la familia del Grial. Y si Godofredo descendía de Jesús, su conquista triunfal de Jerusalén en 1099 entrañaría mucho más que un simple arrebatarles el Santo Sepulcro a los infieles. Godofredo habría recuperado su propio y legítimo patrimonio.

Ya habíamos adivinado que las referencias a la viticultura que habíamos encontrado durante nuestra investigación simbolizaban alianzas dinásticas. Basándonos en nuestra hipótesis, la viticultura ahora nos parecía simbolizar el proceso por medio del cual Jesús —que se identifica repetidamente a sí mismo como la vid— perpetuó su linaje. Como si se tratara de una confirmación, descubrimos una puerta de madera tallada que mostraba a Jesús como un racimo de uvas. Esta puerta se hallaba en Sion, Suiza.

Nuestro guión hipotético era lógico, congruente e intrigante. De momento, sin embargo, era también absurdo. Por atractivo que resultase, de momento era aún demasiado esquemático y se apoyaba en unos cimientos excesivamente endebles. Si bien explicaba muchas cosas, todavía no se sostenía por sí solo. Aún había demasiados agujeros en él, demasiadas incongruencias y anomalías, demasiados cabos sueltos. Antes de que pudiéramos tomárnoslo en serio tendríamos que determinar si había alguna prueba real que lo sostuviese. Tratando de encontrar tal prueba, empezamos a explorar los evangelios, el contexto histórico del Nuevo Testamento y los escritos de los primeros padres de la Iglesia.