A principios del siglo v la invasión de los hunos provocó migraciones a gran escala de casi todas las tribus europeas. Fue en aquel momento cuando los merovingios —o, para ser más exactos, sus antepasados sicambros— cruzaron el Rhin y penetraron en masa en la Galia, instalándose en lo que ahora son Bélgica y la Francia septentrional, en las proximidades de las Ardenas. Un siglo después a esta región se le dio el nombre de reino de Austrasia. Y el corazón del reino de Austrasia era la actual Lorena.
La entrada de los sicambros en la Galia no consistió en la irrupción de una horda de bárbaros salvajes y desaliñados. Al contrario, fue una cosa plácida y civilizada. Durante siglos los sicambros habían mantenido contactos estrechos con los romanos y, aunque eran paganos, no eran salvajes. De hecho, estaban bien versados en las costumbres y la administración romanas y seguían las modas de Roma. Algunos sicambros habían llegado a ser oficiales de alto rango en el ejército imperial. Algunos incluso habían llegado a ser cónsules romanos. Así pues, la entrada de los sicambros tuvo menos de asalto o invasión que de absorción pacífica. Y hacia las postrimerías del siglo V, cuando el imperio romano se derrumbó, los sicambros llenaron el vacío. No lo hicieron violentamente o empleando la fuerza. Conservaron las antiguas costumbres y cambiaron muy poco. Sin ningún tipo de trastorno asumieron el control del aparato administrativo que ya existía aunque estaba vacante. Por consiguiente, el régimen de los primeros merovingios se ajustó bastante al modelo del antiguo imperio romano.