Los protocolos de Sion

Uno de los testimonios más persuasivos de cuantos encontramos sobre la existencia y las actividades de la Prieuré de Sion databa de las postrimerías del siglo XIX. El testimonio en cuestión es conocido, pero no reconocido como tal. Al contrario, siempre ha ido asociado a cosas más siniestras. Ha desempeñado un papel tristemente célebre en la historia reciente y todavía tiende a despertar tantas emociones violentas, antagonismos encarnizados y recuerdos horripilantes que la mayoría de los autores prefieren descartarlo de entrada. Esta reacción es perfectamente comprensible en la medida en que dicho testimonio ha contribuido de modo significativo a los prejuicios y sufrimientos de la humanidad. Pero si bien es cierto que el testimonio ha sido usado criminalmente, nuestras investigaciones nos convencieron de que también ha sido objeto de graves errores de interpretación.

El papel de Rasputín en la corte de Nicolás y Alejandra de Rusia es más o menos del conocimiento de todos. Sin embargo, lo que no suele saberse es que en la corte rusa existían enclaves esotéricos influyentes, incluso poderosos, mucho antes de la aparición de Rasputín. Durante los decenios de 1890 y 1900 se formó uno de tales enclaves en torno a un individuo conocido por Monsieur Philippe y en torno al mentor de éste, que periódicamente visitaba la corte imperial de Petersburgo. Y el mentor de Monsieur Philippe era nada menos que el hombre llamado Papus:[33] el esoterista francés que estaba relacionado con Jules Doinel (fundador de la iglesia neocátara del Languedoc), Péladan (que pretendía haber descubierto la tumba de Jesús), Emma Calvé y Claude Debussy. En pocas palabras, el renacimiento del ocultismo francés a finales del siglo XIX no se había extendido sólo a Petersburgo, sino que, además, sus representantes gozaban de la condición privilegiada de confidentes personales del zar y la zarina.

No obstante, el enclave esotérico de Papus y de Monsieur Philippe provocó la oposición activa de otros intereses poderosos: la gran duquesa Isabel, por ejemplo, que estaba empeñada en colocar a sus propios favoritos en las inmediaciones del trono imperial. Uno de los favoritos de la gran duquesa era un individuo más bien despreciable que ha pasado a la posteridad con el seudónimo de Sergei Nilus. Alrededor de 1903 Nilus presentó al zar un documento muy controvertible que supuestamente testificaba la existencia de una peligrosa conspiración. Pero si Nilus esperaba que el zar le demostrase gratitud por su revelación, debió de llevarse un serio desengaño. El zar declaró que el documento era una patraña escandalosa y ordenó la destrucción de todos los ejemplares del mismo. Y Nilus, caído en desgracia, fue desterrado de la corte.

Por supuesto, el documento —o cuando menos una copia del mismo— sobrevivió. En 1903 un periódico lo publicó en forma de serial, pero no despertó el menor interés. En 1905 volvió a publicarse, esta vez como apéndice de un libro escrito por un distinguido filósofo místico, Vladimir Soloviov. Esta vez comenzó a llamar la atención. En los años siguientes se convirtió en uno de los documentos más infames del siglo XX.

El documento de marras era un opúsculo —o, hablando con más propiedad— un supuesto programa social y político. Ha aparecido bajo diversos títulos ligeramente distintos, el más común de los cuales es el de Los protocolos de los sabios de Sion.[34] Se decía que los Protocolos procedían de fuentes específicamente judías. Y para muchísimos antisemitas de la época eran la prueba convincente de que existía una «conspiración judía internacional». En 1919, por ejemplo, fueron distribuidos entre las tropas del ejército de los rusos blancos, y estas tropas, durante los dos años siguientes, dieron muerte a unos 60.000 judíos, a los que se haría responsables de la revolución de 1917. En 1919 los Protocolos circularon también por obra y gracia de Alfred Rosenberg, que más adelante sería el principal teórico racista y propagandista del Partido Nacionalsocialista de Alemania. En Mein Kampf («Mi lucha») Hitler empleó los Protocolos para avivar sus propios prejuicios fanáticos y, según se dice, creía a pie juntillas en la autenticidad de los mismos. En Inglaterra los Protocolos recibieron inmediatamente marchamo de autenticidad del periódico Morning Post. Incluso el Times se los tomó en serio en 1921 y no reconoció su error hasta más adelante. En la actualidad los expertos opinan —y creemos que con razón— que los Protocolos, al menos en su forma presente, son una falsificación malévola e insidiosa. Pese a ello, todavía circulan —en Latinoamérica, en España, hasta en Gran Bretaña— como propaganda antisemita.[35]

Los Protocolos presentan en líneas generales un anteproyecto para nada menos que la total dominación del mundo. En una primera lectura parecen un programa maquiavélico —una especie de memorándum interno, por así decirlo— para un grupo de individuos decididos a imponer un nuevo orden mundial en el que ellos mismos serían los déspotas supremos. El texto aboga por una conspiración con cabeza de hidra y múltiples tentáculos dedicada al desorden y la anarquía, a derribar ciertos regímenes, infiltrarse en la francmasonería y en otras organizaciones parecidas y, finalmente, hacerse con el control absoluto de las instituciones sociales, políticas y económicas del mundo occidental. Y los autores anónimos de los Protocolos declaran explícitamente haber dirigido a pueblos enteros «de acuerdo con un plan político que nadie ha logrado imaginar siquiera en el curso de muchos siglos».[36]

Puede que al lector moderno los Protocolos le parezcan obra de alguna organización de mentirijillas como, por ejemplo, ESPECTRA, la adversaria de James Bond en las novelas de Ian Fleming. Sin embargo, cuando fueron publicados por primera vez se dijo que eran obra de un Congreso Judaico Internacional reunido en Basilea en 1897. La falsedad de esta aseveración quedó demostrada hace ya mucho tiempo. Se sabe, por ejemplo, que los primeros ejemplares de los Protocolos estaban redactados en francés y en el congreso celebrado en Basilea en 1897 no había ni un solo delegado francés. Por si fuera poco, se sabe también que un ejemplar de los Protocolos circulaba ya en 1884, es decir, trece años antes del congreso de Basilea.

El ejemplar de 1884 apareció en manos de un miembro de una logia masónica, la misma a la que pertenecía Papus, que más adelante sería su Gran maestre.[37] Además, era en esta misma logia donde había aparecido por primera vez la tradición de Ormus: el legendario sabio egipcio que amalgamó misterios paganos y cristianos y fundó la Rose-Croix.

Los eruditos modernos han demostrado que los Protocolos, tal como fueron publicados por primera vez, se basan, al menos en parte, en una obra satírica escrita y publicada en Ginebra en 1864. La obra fue redactada como un ataque contra Napoleón III por un hombre que se llamaba Maurice Joly y que fue a dar con sus huesos en la cárcel. Se dice que Joly era miembro de una orden de la Rose-Croix. No se sabe si esto es cierto o no, pero sí consta que Joly era amigo de Víctor Hugo y éste, que compartía con él la antipatía por Napoleón III, era miembro de una orden de la Rose-Croix.

Así pues, es posible probar de modo concluyente que los Protocolos no salieron del congreso judaico que se celebró en Basilea en 1897. Siendo así, es obvio que hay que preguntarse de dónde salieron. Los eruditos modernos los han desechado por considerarlos una falsificación total, un documento espurio inventado por intereses antisemitas empeñados en desacreditar el judaísmo. Y, sin embargo, los Protocolos mismos son un argumento fuerte en contra de esta conclusión. Contienen, por ejemplo, cierto número de referencias enigmáticas que evidentemente no son judaicas. Pero son tan claramente no judaicas que tampoco es posible que sean una falsificación. No puede ser que un falsificador antisemita con un mínimo de inteligencia inventase tales referencias con el fin de desacreditar el judaísmo, pues nadie habría creído que eran de origen judaico.

Así, por ejemplo, el texto de los Protocolos termina con una sola afirmación: Firmados por los representantes de Sion del Grado 33.[38]

¿Por qué un falsificador antisemita haría semejante afirmación? ¿Por qué no trataría de incriminar a todos los judíos, en vez de sólo a unos cuantos, es decir, los que constituyen los representantes de Sion del Grado 33? ¿Por qué no declararía que el documento estaba firmado, pongamos por caso, por los representantes del Congreso Judaico Internacional? De hecho, los representantes de Sion del Grado 33 no parecen tener la menor relación con el judaísmo o con alguna conspiración judía internacional. En todo caso, diríase que tienen que ver con algo específicamente masónico. Y el Grado 33 de la francmasonería es el de la llamada observancia estricta, es decir, el sistema de la masonería que introdujo Hund por orden de sus «superiores desconocidos», uno de los cuales, al parecer, era Charles Radclyffe.

Los Protocolos contienen otras anomalías aún más flagrantes. El texto, por ejemplo, habla repetidamente del advenimiento de un reino masónico y de un «rey de la sangre de Sion que presidirá dicho reino masónico. Afirma que el futuro rey será de las raíces dinásticas del rey David. También dice que el rey de los judíos será el verdadero papa y el patriarca de una Iglesia internacional. Y concluye, de una manera harto críptica, diciendo que Ciertos miembros de la simiente de David prepararán a los reyes y a sus herederos… Sólo el rey y los tres que lo apadrinaron sabrán lo que va a venir.[39]

Como expresión del pensamiento judaico, real o inventado, estas afirmaciones son manifiestamente absurdas. Desde tiempos bíblicos ningún rey ha figurado en la tradición judaica y el principio mismo de la realeza se ha convertido en algo totalmente fuera de lugar. El concepto de un rey no habría significado nada para los judíos de 1897, como tampoco significaría nada para los judíos de hoy; y este hecho no podía ignorarlo ningún falsificador. En realidad, las referencias que hemos citado parecen más cristianas que judías. Durante los dos últimos milenios el único «rey de los judíos» ha sido Jesús; y Jesús, según los evangelios, era de las raíces dinásticas de David. Si alguien inventa un documento y lo atribuye a una conspiración judía, ¿por qué va a incluir ecos tan patentemente cristianos? ¿Por qué hablar de un concepto tan específica y singularmente cristiano como es el de un papa? ¿Por qué hablar de una «Iglesia internacional en lugar de una sinagoga o un templo internacional? ¿Y por qué incluir la alusión enigmática al rey y a los tres que lo apadrinaron? Más que en el judaísmo y el cristianismo, esto último hace pensar en las sociedades secretas de Johann Valentín Andrea y Charles Nodier. Si los Protocolos en su totalidad fueron fruto de la imaginación antisemítica de un propagandista, es difícil imaginar que éste fuera tan inepto, tan ignorante y tan mal informado.

Basándonos en una investigación prolongada y sistemática, sacamos ciertas conclusiones en relación con los Protocolos de los sabios de Sion. Son las siguientes:

1) Había un texto original en el que se basó la versión publicada de los Protocolos. Este texto original no era una falsificación, sino que era auténtico. Pero no tenía absolutamente nada que ver con el judaísmo ni con una «conspiración judía internacional». Más bien salió de alguna organización masónica o de alguna sociedad secreta de orientación masónica en cuyo nombre constaba la palabra «Sion».

2) El texto original que sirvió de base para la versión publicada de los Protocolos no tenía por qué estar escrito en un lenguaje provocativo o incendiario. Pero es muy posible que incluyera un programa encaminado a la obtención de poder, a infiltrarse en la francmasonería, a controlar instituciones sociales, políticas y económicas. Un programa de esa índole habría estado muy en consonancia con las sociedades secretas del Renacimiento, así como con la Compagnie du Saint-Sacrement y las instituciones de Andrea y Nodier.

3)El texto original en que se basó la versión publicada de los Protocolos cayó en manos de Sergei Nilus. Al principio Nilus no tenía intención de desacreditar al judaísmo. Al contrario, se lo enseñó al zar con el propósito de desacreditar al enclave esotérico que existía en la corte imperial, es decir, el enclave de Papus, Monsieur Philippe y otros miembros de la sociedad secreta en cuestión. Es casi seguro que, antes de mostrar el documento al zar, Nilus manipuló el texto con el objeto de que resultara más venenoso e incendiario de lo que en principio era. Al verse desdeñado por el zar. Nilus puso en circulación los Protocolos, con el texto manipulado, para que fuesen publicados. No habían logrado su objetivo principal, es decir, comprometer a Papus y a Monsieur Philippe. Pero todavía podían servir para un segundo propósito: fomentar el antisemitismo. Aunque sus blancos principales habían sido Papus y Monsieur Philippe, Nilus también era hostil al judaísmo.

4) Por consiguiente, la versión publicada de los Protocolos no es un texto totalmente inventado. Es más bien un texto alterado de forma radical. Pero, a pesar de las alteraciones, se advierten en él ciertos vestigios de la versión original: como en un palimpsesto o como en pasajes de la Biblia. Estos vestigios —que aludían a un rey, un papa, una Iglesia internacional y Sion— probablemente significaron poco o nada para Nilus. Ciertamente, él mismo no los habría inventado. Pero, si ya estaban allí, no habría tenido motivo, dada su ignorancia, para suprimirlos. Y, si bien cabe que tales vestigios no tuvieran ninguna relación con el judaísmo, es posible que fueran extremadamente pertinentes para una sociedad secreta. Tal como averiguamos más adelante, eran —y siguen siendo— de importancia primordial para la Prieuré de Sion.