Los caballeros templarios: los misterios

Aunque muy abreviada, ésta es la historia de los caballeros templarios tal como la han aceptado y presentado los escritores, y tal como la encontramos nosotros en el curso de nuestras indagaciones. Sin embargo, pronto descubrimos que en la historia de la orden había otra dimensión, mucho más elusiva, provocativa y especulativa. Incluso durante la existencia de la orden los caballeros se habían visto envueltos por una aureola mística. Algunas gentes decían que eran brujos y magos, adeptos y alquimistas secretos. Muchos de sus contemporáneos los evitaban, creyendo que estaban coaligados con poderes poco limpios. Ya en 1208, en los inicios de la cruzada contra los albigenses, el papa Inocencio III había amonestado a los templarios por su comportamiento poco cristiano, y se había referido explícitamente a la necromancia. En cambio, había individuos que los alababan con un entusiasmo extravagante. A finales del siglo XII Wolfram von Eschenbach, el más grande de los Minnesánger o romanciers medievales, hizo una visita especial a Outremer, para ver a la orden en acción. Y al redactar su romance épico Parzival, entre 1195 y 1220, Wolfram confirió a los templarios una categoría sumamente exaltada. En el poema de Wolfram los caballeros que vigilan el Santo Grial, el castillo del Grial y la familia del Grial, son templarios.[18]

Tras la desaparición del Temple persistió la mística que lo envolvía. El último testimonio de la historia de la orden habla de la muerte en la hoguera del último Gran maestre Jacques de Molay, en marzo de 1314. Se dice que mientras el humo y las llamas iban arrebatándole la vida, Jacques de Molay lanzó una imprecación. Según la tradición, llamó a sus perseguidores —el papa Clemente y el rey Felipe— a unirse a él y rendir cuentas ante Dios en el plazo de un año. Al cabo de un mes moría el papa Clemente, al parecer a causa de un repentino ataque de disentería. Al finalizar el año el rey Felipe también había fallecido, por causas que se desconocen todavía. No es necesario, por supuesto, buscar explicaciones sobrenaturales. Los templarios eran muy duchos en la utilización de venenos. Y ciertamente había suficientes personas —caballeros refugiados que viajaban de incógnito, simpatizantes de la orden o parientes de los hermanos perseguidos— para tomarse la venganza apropiada. Sin embargo, el aparente cumplimiento de la maldición del Gran maestre vino a corroborar la creencia de que la orden tenía poderes ocultos. Y la maldición no terminó ahí. Dice la leyenda que pesaría sobre la familia real francesa durante mucho tiempo. Y fue así como los ecos del supuesto poder místico de los templarios reverberaron durante siglos.

En el siglo XVIII varias sociedades secretas y semisecretas elogiaban a los templarios como precursores además de como iniciados místicos. Muchos francmasones de la época se apropiaron de los templarios en calidad de antecedentes de la francmasonería. Ciertos «ritos» u «observancias» masónicas pretendían ser descendientes directos de la orden, además de custodios autorizados de sus secretos arcanos. Algunas de estas pretensiones eran patentemente absurdas. Otras —apoyadas, por ejemplo, en la posible supervivencia de la orden en Escocia— puede que tuvieran un fondo de validez, aunque las galas que las envuelven sean espurias.

En 1789 las leyendas en torno a los templarios tenían ya proporciones decididamente míticas, y su realidad histórica se veía ensombrecida por un aura de ofuscación y romanticismo. Se les consideraba como adeptos ocultos, alquimistas iluminados, magos y sabios, maestros masónicos y sumos iniciados, verdaderos superhombres dotados de un prodigioso arsenal de poder y conocimiento arcanos. También se les tenía por héroes y mártires, precursores del espíritu anticlerical de la época; y muchos francmasones franceses, al conspirar contra Luis XVI, tenían la sensación de contribuir a que se cumpliera la maldición contra la realeza francesa que Jacques de Molay lanzara al morir. Se dice que cuando la cabeza del rey cayó bajo la guillotina, un desconocido saltó sobre el cadalso, hundió la mano en la sangre del monarca, la agitó hacia la multitud congregada en el lugar y exclamó: «¡Jacques de Molay, ya estás vengado!».

Desde la revolución francesa el aura que rodea a los templarios no ha disminuido. Hoy en día existen como mínimo tres organizaciones que se autodenominan «templarios», que pretenden venir de 1314 y poseer cartas de constitución cuya autenticidad nunca ha sido probada. Ciertas logias masónicas han adoptado el grado de «templario», así como rituales y denominaciones que supuestamente descienden de la orden original. En las postrimerías del siglo XIX se fundó en Alemania y Austria una siniestra «Orden de los Nuevos Templarios», la cual utilizaba la esvástica además de otros emblemas. Figuras como H. P. Blavatsky, fundador de la teosofía, y Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía, hablaban de una esotérica «tradición de sabiduría» que a través de los rosacruces se remontaba a los cátaros y los templarios, a quienes se suponía depositarios de secretos todavía más antiguos. En los Estados Unidos hay muchachos adolescentes que ingresan en la DeMolay Society sin que ni ellos ni sus mentores tengan una idea muy clara de cuál es el origen del nombre. En Gran Bretaña, así como en otras partes de Occidente, recónditos clubes rotarios se dignifican a sí mismos adoptando el nombre de «templarios», y a ellos pertenecen eminentes figuras de la vida pública. Desde el reino celestial que trató de conquistar con la espada, Hugues de Payen debe de contemplar con perplejidad a estos caballeros de hoy, calvos, barrigudos y con gafas, que él engendró. Y sin embargo, también debe de sentirse impresionado por la durabilidad y la vitalidad de su legado.

En Francia este legado es especialmente poderoso. A decir verdad, los templarios son una verdadera industria en Francia, tanto como Glastonbury* o el monstruo del lago Ness lo son en Gran Bretaña. Las librerías de París están llenas de historias y crónicas de la orden: algunas de ellas son válidas; otras se zambullen con entusiasmo en la demencia. Durante el último cuarto de siglo se han dicho cosas extravagantes sobre los templarios, aunque puede que algunas de ellas no estén del todo desprovistas de fundamento. Algunos autores les han atribuido, al menos en gran parte, la construcción de las catedrales góticas o, en su defecto, han dicho que proporcionaron el ímpetu que culminó en el estallido de la energía y el genio arquitectónicos. Otros autores han argüido que la orden ya estableció contactos comerciales con las Américas en 1269, y que gran parte de su riqueza consistía en plata importada de México. Se ha dicho con frecuencia que los templarios estaban enterados de algún secreto relativo a los orígenes del cristianismo. También se ha dicho que eran gnósticos, que eran herejes, que se pasaron al Islam. Se ha declarado que buscaban una unidad creativa entre sangres, razas y religiones, una política sistemática de fusión entre los pensamientos islámico, cristiano y judaico. Y se ha afirmado una y otra vez, como hiciera Wolfram von Eschenbach hace casi ocho siglos, que los templarios eran guardianes del Santo Grial, fuera lo que fuese el Santo Grial.

A menudo lo que se dice sobre los templarios es ridículo. Al mismo tiempo, es innegable que existen ciertos misterios y secretos relacionados con ellos. De esto último quedamos convencidos. Era evidente que algunos de estos secretos pertenecían a lo que ahora se denomina «esoterismo». En las preceptorías templarías, por ejemplo, hay símbolos que inducen a pensar que algunos jerarcas de la orden estaban versados en disciplinas como la astrología, la alquimia, la geometría sagrada y la numerología, además, por supuesto, de la astronomía, ciencia que en los siglos XII y XIII era inseparable de la astrología y tan «esotérica» como ella.

Pero lo que nos intrigó no fueron las afirmaciones extravagantes ni los residuos esotéricos. Al contrario, lo que nos fascinaba era algo mucho más mundano, mucho más prosaico: la mezcla de contradicciones, improbabilidades, incongruencias y aparentes «cortinas de humo» que hay en la historia. Puede que los templarios tuvieran secretos esotéricos. Pero también se ocultaba algo más relacionado con ellos, algo enraizado en las corrientes religiosas y políticas de su época. Fue a este nivel donde llevamos a cabo la mayor parte de nuestra investigación.

* Lugar donde, según la leyenda, José de Arimatea fundó la abadía del mismo nombre y donde, según Giraldus Cambrensis, fue descubierta la tumba de Arturo y Ginebra durante el reinado de Enrique II. (N. del T.)

Empezamos por el final de la historia: la caída de la orden y las acusaciones que se formularon contra ella. Se han escrito muchos libros que exploran y valoran la posible veracidad de tales acusaciones; basándonos en las pruebas que en ellos se aportan, nosotros, al igual que la mayoría de los investigadores, sacamos la conclusión de que las acusaciones tenían cierto fundamento. Sometidos a interrogatorio por la Inquisición, por ejemplo, varios caballeros se refirieron a algo denominado «Bafomet». Estos caballeros fueron demasiados y hablaron en demasiados sitios distintos para que Bafomet fuera algo inventado por un solo individuo o incluso en una sola preceptoría. Al mismo tiempo no hay ningún indicio sobre quién o qué podía ser Bafomet, qué representaba, por qué tenía un significado especial. Diríase que Bafomet era visto con reverencia, una reverencia que quizá rozaba la idolatría. En algunos casos el nombre va asociado a las esculturas demoníacas, especie de gárgolas, que se encuentran en varias preceptorías. En otros casos parece que Bafomet tiene que ver con la aparición de una cabeza barbuda. A pesar de lo que dijeron algunos historiadores más antiguos, parece claro que Bafomet no era una corrupción del nombre de Mahoma. Por otro lado, puede que fuese una corrupción de la palabra árabe abufihamet, que en español morisco se pronuncia bufihimat. Esta palabra significa «Padre del Entendimiento» o «Padre de la Sabiduría», y en árabe la palabra «padre» se interpreta también como «fuente».[19] Si éste es en verdad el origen de Bafomet, entonces se referiría seguramente a algún principio sobrenatural o divino. Pero sigue sin aclararse qué era lo que diferenciaba a Bafomet de los demás principios sobrenaturales o divinos. Si Bafomet era sencillamente Dios o Alá, ¿por qué los templarios se tomaron la molestia de rebautizarlo? Y si Bafomet no era Dios ni Alá, ¿quién o qué era?

En todo caso, encontramos pruebas irrefutables de la acusación de celebrar ceremonias secretas en las que tomaba parte una cabeza de algún tipo. A decir verdad, la existencia de dicha cabeza resultó ser uno de los temas dominantes en los testimonios de la Inquisición. Sin embargo, al igual que en el caso de Bafomet, el significado de la cabeza sigue sin estar claro. Quizá tuviera que ver con la alquimia. En el proceso alquímico había una fase denominada la «Caput Mortuum» o «Cabeza del Muerto»: el «Nigredo» o «Ennegrecimierito» que, según se decía, se presentaba antes de la precipitación de la Piedra Filosofal. No obstante, según otras crónicas, la cabeza era la de Hugues de Payen, el fundador de la orden y su primer Gran maestre; y es sugestivo que el escudo de Hugues consistiera en tres cabezas negras sobre un campo de oro.

También es posible que la cabeza esté relacionada con el famoso Sudario de Turín, que al parecer estuvo en poder de los templarios entre 1204 y 1307 y que, de estar doblado, parecería una cabeza y nada más. De hecho, en la preceptoría templaría de Templecombe, en Somerset, se encontró la reproducción de una cabeza que se parece notablemente a la del Sudario de Turín. Al mismo tiempo, especulaciones recientes habían relacionado la cabeza, al menos de modo provisional, con la cabeza cortada de Juan Bautista; y ciertos autores han sugerido que los templarios estaban «infectados» de la herejía de los cristianos de san Juan, o mandeísmo, que denunciaba a Jesús como «falso profeta» y reconocía a Juan como verdadero Mesías. En el curso de sus actividades en Oriente Medio es indudable que los templarios establecieron contacto con las sectas mandeas y no es del todo inverosímil la posibilidad de que existieran tendencias mandeas en el seno de la orden. Pero no puede decirse que tales tendencias privasen en toda la orden ni que fueran cuestión de política oficial.

Durante los interrogatorios que siguieron a las detenciones de 1307 también figuró una cabeza en otros dos sentidos. Según los anales de la Inquisición, entre los objetos confiscados en la preceptoría de París se encontró un relicario en forma de cabeza de mujer. Tenía goznes en la parte superior y contenía algo parecido a unas reliquias de un tipo peculiar. He aquí su descripción:

«Una cabeza grande de plata dorada, sumamente bella, y constituyendo la imagen de una mujer. Dentro había dos huesos de cabeza, envueltos en un paño de lino blanco, con otro paño rojo a su alrededor. Había una etiqueta pegada, en la que estaba escrita la leyenda CAPUT LVIII. Los huesos de dentro eran los de una mujer más bien pequeña.»[20]

Curiosa reliquia, en especial para una institución rígidamente monástica y militar como la de los templarios. Sin embargo, un caballero sometido a interrogatorio, al serle mostrada esta cabeza femenina, declaró que no tenía ninguna relación con la cabeza barbuda de varón que se usaba en los rituales de la orden. Caput LVIIIm —«Cabeza 58m»— sigue siendo un enigma desconcertante. Pero vale la pena señalar que puede que la «m» no sea una «m», sino ITJ, el símbolo astrológico de Virgo.[21]

La cabeza vuelve a figurar en otra historia misteriosa que tradicionalmente se vincula con los templarios. Hela aquí en una de sus diversas variantes:

Una gran dama de Maraclea era amada por un templario, un Señor de Sidon; pero ella murió en la juventud y en la noche de su entierro, este amante malvado se acercó sigilosamente a la sepultura, desenterró el cuerpo y lo violó. Entonces una voz salida del vacío le ordenó que volviera al cabo de nueve meses pues encontraría un hijo. Él obedeció la orden y en el momento señalado abrió la sepultura de nuevo y encontró una cabeza sobre los huesos de las piernas del esqueleto (cráneo y huesos cruzados). La misma voz le ordenó que «la guardase bien, pues sería la dadora de todas las cosas buenas», y así que él se la llevó consigo. Se convirtió en su genio protector, y él podía derrotar a sus enemigos con sólo mostrarles la cabeza mágica. A su debido tiempo, pasó a poder de la orden.[22]

El origen de esta narración horripilante se remonta a tiempos muy lejanos, a un tal Walter Map, que escribió a finales del siglo XII. Pero ni él ni otro escritor, que vuelve a contar el mismo cuento casi un siglo más tarde, especifican que el violador necrófilo fuese un templario.[23] Sin embargo, en 1307 el relato ya estaba estrechamente asociado a la orden. Se menciona repetidas veces en los anales de la Inquisición, y por lo menos dos de los caballeros interrogados confesaron estar familiarizados con él. En crónicas subsiguientes, como la que hemos citado, se identifica al propio violador con un templario, y sigue siéndolo en las versiones conservadas por la francmasonería, que adoptó la calavera y los huesos cruzados y a menudo la utilizó como divisa en las losas sepulcrales.

El cuento casi podría parecer en parte una farsa grotesca basada en el nacimiento virgen. También podría parecer una crónica simbólica y mutilada de algún tipo de iniciación, de algún ritual que llevara aparejadas una muerte y una resurrección figurativas. Un cronista cita el nombre de la mujer de la narración: Yse. Obviamente, Yse podría derivarse de Isis. Y ciertamente en el cuento hay ecos de los misterios relacionados con Isis, así como de los de Tammuz o Adonis, cuya cabeza fue arrojada al mar, y de Orfeo, cuya cabeza fue arrojada al río de la Vía Láctea. Las propiedades mágicas de la cabeza también hacen pensar en la cabeza de Bran el Bendito en la mitología céltica y en el Mabinogion. Y es el caldero místico de Bran lo que numerosos autores han tratado de identificar como el precursor pagano del Santo Grial.

Sea cual fuere el significado atribuible al «culto de la cabeza», está claro que la Inquisición creyó que era importante. En una lista de acusaciones redactada el 12de agosto de 1308 leemos lo siguiente:

ítem, que en cada provincia tenían ídolos, a saber: cabezas…

ítem, que adoraban a estos ídolos…

ítem, que decían que la cabeza podía salvarlos.

ítem, que [podía] hacer riqueza…

ítem, que haría florecer los árboles.

ítem, que haría germinar la tierra.

ítem, que rodeaban o tocaban cada una de las cabezas de los citados ídolos con pequeños cordeles, los cuales llevaban a su alrededor tocando la camisa o la carne.[24]

El cordel que se menciona en el último ítem hace pensar en los cátaros, pues, según se dice, también ellos llevaban algún tipo de cordel sagrado. Pero lo más notable de la lista es la supuesta capacidad de engendrar riqueza que posee la cabeza, así como la capacidad de hacer que los árboles florezcan y que la tierra sea fértil. Estas propiedades coinciden de un modo remarcable con las que los romances atribuyen al Santo Grial.

Entre todas las acusaciones formuladas contra los templarios las más graves eran las de blasfemia y herejía: negar y pisotear la cruz y escupir sobre ella. No está claro cuál era exactamente el significado de este ritual. Dicho de otro modo, no se sabe qué era en realidad lo que repudiaban los templarios. ¿Repudiaban a Cristo? ¿O simplemente repudiaban la crucifixión? Y, fuese lo que fuese, ¿exactamente qué ensalzaban en lugar de lo repudiado? Nadie ha contestado satisfactoriamente estas preguntas, pero salta a la vista que repudiaban algo y que esta repudiación era un principio esencial de la orden. Un caballero, por ejemplo, testificó que al ser iniciado en la orden le dijeron: «Crees equivocadamente, porque él [Cristo] es en verdad un falso profeta. Cree solamente en Dios en el cielo y no en él».[25] Otro templario declaró que le dijeron: «No creas que Jesús el hombre al que los judíos crucificaron en Outremer es Dios y que puede salvarte».[26] De modo parecido, un tercer caballero manifestó haber recibido instrucciones de que no creyera en Cristo, un falso profeta, sino sólo en un «Dios superior». Luego le mostraron un crucifijo y le dijeron: «No deposites mucha fe en esto, porque es demasiado joven».[27]

Las crónicas de esta índole son lo bastante frecuentes y congruentes como para dar credibilidad a la acusación. También son relativamente suaves; y si la Inquisición deseaba inventar pruebas, hubiera podido idear algo mucho más dramático, más incriminatorio, más condenatorio. Así pues, poca duda cabe de que la actitud de los templarios ante Jesús no concordaba con la de la ortodoxia católica, pero no se sabe con certeza cuál era exactamente la actitud de la orden. En todo caso, hay pruebas de que el ritual atribuido a los templarios —pisotear la cruz y escupir sobre ella— ya daba que hablar por lo menos medio siglo antes de 1307. El contexto en que se practicaba es confuso, pero se menciona en relación con la sexta cruzada, que tuvo lugar en 1249.[28]