La semilla de David

A lo que parece, en siglos posteriores se han hecho intentos asiduos de extirpar de los anales toda traza del reino judío de Septimania. La frecuente confusión de «godos» y «judíos» parece ser un indicio de esta censura. Pero la censura no podía albergar la esperanza de salir totalmente triunfante. En 1143 Pedro el Venerable de Cluny, en una alocución dirigida a Luis VII de Francia, todavía condenaba a los judíos de Narbona, que pretendían tener un rey residiendo entre ellos. En 1144 un monje de Cambridge, un tal Theobald, habla de «los principales príncipes y rabís de los judíos que moran en España [y] se reúnen en Narbona donde reside la semilla real».[15] Y en 1165-1166 Benjamín de Tudela, famoso viajero y cronista, da cuenta de que en Narbona hay «sabios, magnates y príncipes a la cabeza de los cuales está… un descendiente de la casa de David según se manifiesta en su árbol genealógico».[16]

Pero cualquier semilla de David que residiera en Narbona en el siglo XII era de menor importancia que cierta semilla que vivía en otra parte. Los árboles genealógicos se bifurcan, se extienden, se subdividen y producen verdaderos bosques. Si ciertos descendientes de Teodorico y Guillem de Gellone se quedaron en Narbona, hubo otros que durante los cuatro siglos intermedios habían alcanzado dominios más augustos. En el siglo XII dichos dominios incluían los más ilustres de la cristiandad: Lorena y el reino franco de Jerusalén.

En el siglo IX la estirpe de Guillem de Gellone había culminado en los primeros duques de Aquitania. También se alineó con la casa ducal de Bretaña. Y en el siglo X cierto Hugues de Plantard —apodado «nariz larga» y descendiente por línea directa tanto de Dagoberto como de Guillem de Gellone— fue padre de Eustache, primer conde de Boulogne.

El nieto de Eustache fue Godofredo de Bouillon, duque de Lorena y conquistador de Jerusalén. Y de Godofredo nacieron una dinastía y una «tradición real» que, por estar fundadas sobre «la roca de Sion», eran iguales a las que presidían en Francia, Inglaterra y Alemania. Si los merovingios descendían realmente de Jesús, entonces Godofredo —vástago de la sangre real merovingia— había recuperado su legítimo patrimonio al conquistar Jerusalén.

Por supuesto, Godofredo y la subsiguiente casa de Lorena eran nominalmente católicos. Para sobrevivir en un mundo ya cristianizado, tenían que serlo por fuerza. Pero parece ser que sus orígenes eran conocidos cuando menos en ciertos círculos. En el siglo XVI todavía se dice que Henri de Lorena, duque de Guisa, al entrar en la ciudad de Joinville, en la Champagne, fue recibido por multitudes exuberantes. Y se dice que entre ellos había ciertos individuos que cantaban «Hosannah filio David» («Hosanna al hijo de David»).

Quizá no deje de ser significativo que este incidente conste en una moderna historia de Lorena que se imprimió en 1966. La obra contiene una introducción especial de Otto von Habsburg…, quien es hoy duque de Lorena y rey titular de Jerusalén.[17]