La mayoría de los eruditos del siglo XX están de acuerdo en que los romances sobre el Grial se apoyan esencialmente en cimientos paganos: un ritual relacionado con el ciclo de las estaciones, la muerte y el renacimiento del año. Al parecer, en sus orígenes más primordiales tenía la leyenda algo que ver con un culto a la vegetación estrechamente relacionado en su forma (suponiendo que no fuese un derivado directo de ellos) con los cultos de Tammuz, Attis, Adonis y Osiris en el Oriente Medio. Así, tanto en la mitología irlandesa como en la galesa encontramos alusiones repetidas a la muerte, el renacimiento y la renovación, así como a un proceso regenerativo parecido en la tierra: esterilidad y fertilidad. Es el tema central de Sir Gawain and the Green Knight, el poema anónimo inglés del siglo XIV. Y en el Mabinogion, recopilación de leyendas galesas más o menos contemporáneas de los romances sobre el Grial, aunque es obvio que se inspira en material mucho más antiguo, aparece un misterioso «caldero del renacimiento» en el cual los guerreros muertos, arrojados dentro de él por la noche, resucitan a la mañana siguiente. A este caldero se le suele relacionar con un héroe gigantesco llamado Bran. Este poseía también una bandeja y «cualquier alimento que uno deseara que hubiera en ella era obtenido al instante», propiedad que a veces también se atribuye al Grial. Al final de su existencia, además, se supone que Bran fue decapitado y que su cabeza fue colocada en Londres como una especie de talismán. Decían que en Londres la cabeza había desempeñado diversas funciones mágicas, no sólo la de asegurar la fertilidad de la tierra, sino también la de repeler a los invasores gracias a algún poder oculto.
Muchos de estos motivos fueron incorporados después a los romances sobre el Grial. No hay ninguna duda de que Bran, con su caldero y su bandeja, aportó algo a concepciones posteriores del Grial. Y la cabeza de Bran comparte algunos atributos, no sólo con el Grial, sino también con las cabezas a las que supuestamente adoraban los caballeros templarios.
El fundamento pagano de los romances del Grial ha sido explorado exhaustivamente por los eruditos, desde sir James Frazer, en La rama dorada, hasta el presente. Pero en el período que va de mediados a finales del siglo XII el fundamento originalmente pagano de los romances sobre el Grial experimentó una transformación curiosa e importantísima. De algún modo poco claro que ha eludido los esfuerzos de los investigadores, el Grial quedó asociado de forma singular y específica con el cristianismo y, por si fuera poco, con una forma de cristianismo más bien heterodoxa. Basándose en alguna amalgamación elusiva, el Grial quedó inexplicablemente vinculado a Jesús. Y parece que en ello hubo algo más que una sencilla mezcla de tradiciones paganas y cristianas.
Como reliquia vinculada místicamente a Jesús, el Grial engendró un gran volumen de romances o largos poemas narrativos que incluso hoy día estimulan la imaginación. A pesar de la desaprobación eclesiástica, dichos romances florecieron durante casi un siglo y dieron paso a un culto en toda la regla; y es interesante observar que dicho culto tuvo una duración muy paralela a la de la orden del Temple después de que ésta se separase de la Prieuré de Sion en 1188. Con la caída de Tierra Santa en 1291, y la disolución de los templarios entre 1307 y 1314, los romances sobre el Grial también desaparecieron del escenario de la historia, al menos durante otros dos siglos y pico. Luego, en 1470, sir Thomas Malory retomó el tema en su famosa obra Le morte d’Arthur; y desde entonces ha ocupado un lugar más o menos prominente en la cultura occidental. Y su contexto no ha sido siempre totalmente literario. Hay, a lo que parece, abundantes pruebas documentales de que ciertos miembros de la jerarquía nacionalsocialista de Alemania creían realmente en la existencia del Grial; de ahí que durante la guerra se hicieran excavaciones en su busca en el sur de Francia.[1]
En la época de Malory el misterioso objeto conocido por el Grial ya había asumido la identidad más o menos distintiva que se le atribuye en nuestro tiempo. Se decía que era la copa utilizada en la Última Cena, la misma en la que más tarde José de Arimatea recogió la sangre de Jesús. Dicen ciertas crónicas que José de Arimatea llevó el Grial a Inglaterra o, para ser más exactos, a Glastonbury. Otras afirman que la Magdalena lo llevó a Francia. Ya en el siglo IV había leyendas que describían a la Magdalena huyendo de Tierra Santa y desembarcando en Marsella, donde, puestos a decir, todavía se veneran sus supuestas reliquias. Según las leyendas medievales, la Magdalena se llevó el Santo Grial a Marsella. En el siglo XV era claro que esta tradición había adquirido una importancia inmensa para individuos como el rey Rene de Anjou, que coleccionaba «griales».
Pero las leyendas antiguas dicen que lo que la Magdalena llevó a Francia era el Grial, no una copa. Dicho de otro modo, la asociación simple del Grial y la copa fue un fenómeno relativamente tardío. Malory perpetuó esta asociación facilona, que desde entonces ha sido una perogrullada. Pero, de hecho, Malory se tomó muchas libertades con sus fuentes originales. En ellas el Grial es mucho más que una copa. Y los aspectos místicos del Grial son mucho más importantes que los aspectos caballerescos que ensalza Malory.
A juicio de la mayoría de los eruditos, el primer romance auténtico sobre el Grial data de las postrimerías del siglo XII, más o menos de 1188, es decir, de aquel año crucial que fue testigo de la caída de Jerusalén y de la supuesta ruptura entre la orden del Temple y la Prieuré de Sion. El romance en cuestión se titula Le román de Perceval o Le conté del Graal. Lo compuso un tal Chrétien de Troyes, quien, al parecer, formaba parte de la corte del conde de la Champagne, aunque se desconoce qué función desempeñaba en ella.
Poco se sabe de la biografía de Chrétien. Sabemos que estaba relacionado con la citada corte gracias a numerosas obras que compuso antes que el romance del Grial y que dedicó a Marie, condesa de la Champagne. Gracias a sus romances cortesanos —incluyendo uno que trataba de Lancelot y en el que no se menciona nada que se parezca a un Grial—, en el decenio de 1180 Chrétien ya se había ganado una imponente reputación. Y, en vista de su obra anterior, cabría esperar que hubiese continuado en una vena parecida. Sin embargo, en el ocaso de su vida Chrétien volvió su atención hacia un tema nuevo que hasta entonces nadie había cultivado; y el Santo Grial, tal como ha llegado hasta nosotros, hizo su debut oficial en la cultura y la conciencia de Occidente.
El romance sobre el Grial no lo dedicó Chrétien a Marie de la Champagne, sino a Felipe de Alsacia, conde de Flandes.[2] Al empezar el poema Chrétien declara que su obra ha sido compuesta especialmente a petición de Felipe y que fue a través de éste como la historia llegó por primera vez a sus oídos. La obra propiamente dicha aporta una pauta general y constituye el prototipo de posteriores narraciones sobre el Grial. Su protagonista se llama Perceval y, según se dice, es el «Hijo de la Dama Viuda». Este título es en sí mismo tan significativo como intrigante. Desde hacía tiempo venían empleándolo ciertas herejías dualistas y gnósticas, aplicándolo a veces a sus propios profetas, a veces al mismísimo Jesús. Posteriormente se convirtió en una designación muy querida en la francmasonería.
Dejando a su madre viuda, Perceval parte en busca de su título de caballero. Durante sus viajes se encuentra con un enigmático pescador —el famoso «Rey Pescador» —que le brinda su castillo para pernoctar. Aquella noche aparece el Grial. Ni en este punto ni en cualquier otro punto del poema se establece vínculo alguno entre el Grial y Jesús. A decir verdad, el lector se entera de pocas cosas sobre el famoso objeto. Ni siquiera se le dice en qué consiste. Pero sea lo que sea, lo transporta una damisela, es de oro y está adornado con gemas. Perceval no sabe que se espera de él que haga una pregunta a este misterioso objeto. La pregunta es: «¿A quién se sirve con él?». Obviamente, se trata de una pregunta ambigua. Si el Grial es una vasija o un plato de alguna clase, la pregunta puede significar: «¿Quién debe comer de él?». Por otro lado, cabría formular la pregunta de otra manera: «¿A quién se sirve (en sentido caballeresco) en virtud de servir al Grial?». Sea cual fuere el significado de la pregunta, Perceval se olvida de formularla; y al día siguiente, cuando despierta, el castillo está vacío. Más adelante llega a su conocimiento que la omisión ha provocado un desastroso infortunio en la tierra. Aún más adelante se entera de que él mismo es de la «familia del Grial», y que el misterioso «Rey Pescador, que era «sustentado» por el Grial, era, de hecho, su propio tío. En este momento Perceval hace una curiosa confesión. Desde su infeliz experiencia con el Grial, declara, ha dejado de amar a Dios o de creer en él.
El poema de Chrétien resulta aún más intrigante por el hecho de estar inacabado. Chrétien murió alrededor de 1188, muy posiblemente antes de que pudiera completar la obra; y, aunque lograse terminarla, no se ha conservado ninguna copia. Si dicha copia existió alguna vez, es muy posible que fuese destruida por un incendio que hubo en Troyes en 1188. No es necesario extendernos sobre este particular, pero algunos eruditos han opinado que este incendio, que coincide con la muerte del poeta, resulta vagamente sospechoso.
En todo caso, la versión que escribió Chrétien de la historia del Grial es en sí misma menos importante que en su papel de precursora. Durante el medio siglo siguiente el motivo que él había introducido en la corte de Troyes se propagaría por toda la Europa occidental como un incendio forestal. Al mismo tiempo, empero, los expertos modernos en el tema están de acuerdo en que los posteriores romances sobre el Grial no parecen haberse derivado enteramente de Chrétien, sino que dan la impresión de haberse inspirado también en como mínimo otra fuente, una fuente que con toda probabilidad era anterior a Chrétien. Y durante su proliferación la historia del Grial quedó mucho más vinculada estrechamente al rey Arturo, que en la versión de Chrétien no era más que una figura periférica. Y también quedó vinculada a Jesús.
Entre los numerosos romances sobre el Grial que aparecieron después de la versión de Chrétien había tres que demostraron tener un interés y una importancia especiales para nosotros. Uno de éstos, el Román de l’estoire dou Saint Graal, fue compuesto por Robert de Boron en algún momento comprendido entre 1190 y 1199. Con razón o sin ella, a menudo se atribuye a este autor el mérito de haber convertido el Grial en un símbolo específicamente cristiano. El propio autor manifiesta que se inspira en una fuente anterior, una fuente muy distinta de la que utilizara Chrétien. Al hablar de su poema, y especialmente del carácter cristiano del Grial, Robert de Boron alude a un «gran libro» cuyos secretos le han sido revelados.[3]
Así pues, no se sabe a ciencia cierta si fue Robert de Boron quien cristianizó el Grial o si otro autor lo hizo antes que él. La mayoría de las actuales autoridades en la materia se inclinan a creer en la segunda posibilidad. Sin embargo, es indudable que la crónica de Robert de Boron es la primera que proporciona una historia del Grial. El autor explica que el Grial fue la copa que se usó en la Última Cena. Luego pasó a manos de José de Arimatea, quien, cuando Jesús fue bajado de la cruz, la llenó con la sangre del Salvador; y es esta sangre sagrada la que confiere al Grial una cualidad mágica. Robert de Boron prosigue diciendo que, después de la crucifixión, la familia de José de Arimatea se encargo de la custodia del Grial. Y para este autor los romances sobre este misterioso objeto se refieren a las aventuras y vicisitudes de esta familia determinada. Así, se dice que Galahad es hijo de José de Arimatea. Y el Grial pasa a poder del cuñado de Jesús, Brons, que lo lleva a Inglaterra y se convierte en el Rey Pescador. Al igual que en el poema de Chrétien, Perceval es el «Hijo de la Dama Viuda», pero es también el nieto del Rey Pescador.
Por consiguiente, la versión de Robert de Boron se aparta de la de Chrétien en varios aspectos importantes. En ambas versiones Perceval es «Hijo de la Dama Viuda», pero en la de Robert de Boron es el nieto en vez del sobrino del Rey Pescador y, por ende, está emparentado de forma aún más directa con la familia del Grial. Y mientras que la narración de Chrétien resulta imprecisa en lo que respecta a la cronología, pues transcurre en un momento indeterminado de la época de Arturo, la de Robert es muy precisa. Para este autor la historia del Grial transcurre en Inglaterra y no es coetánea con Arturo, sino con José de Arimatea.
Hay otro romance sobre el Grial que tiene mucho en común con el de Robert de Boron. Diríase, de hecho, que se inspira en las mismas fuentes, pero su utilización de las mismas es muy diferente y mucho más interesante. El romance en cuestión lleva el título de Perlesvaus. Fue compuesto más o menos en la misma época que el poema de Robert de Boron, entre 1190 y 1212, por un autor que, despreciando la costumbre de la época, prefirió guardar el anonimato. Es extraño que optase por ello en vista de los honores que se tributaban a los poetas, a menos que tuviese que ver con alguna institución —una orden monástica o militar, por ejemplo— que hubiese visto con malos ojos la composición de este tipo de romances. Y, de hecho, el peso de los datos textuales relativos al Perlesvaus hace pensar que tal era el caso. Por lo menos según un experto moderno, el Perlesvaus pudo, en realidad, ser obra de un templario.[4] Y, desde luego, hay datos que apoyan esta conjetura. Se sabe, por ejemplo, que los caballeros teutónicos alentaron y patrocinaron a los poetas anónimos que había en sus filas, y es posible que este precedente lo hubieran sentado los templarios. Lo que es más, el autor del Perlesvaus revela, en el curso del poema, un conocimiento extraordinariamente detallado de las realidades del combate: de las armaduras y los pertrechos, de la estrategia y la táctica, así como de las armas y sus efectos en la carne humana. La descripción gráfica de heridas, por ejemplo, parece atestiguar que el autor posee experiencia de primera mano de lo que ocurre en el campo de batalla, una experiencia realista, en modo alguno teñida de romanticismo, que brilla por su ausencia en los otros romances sobre el Grial.
Aun en el caso de que el Perlesvaus no fuera en realidad compuesto por un templario, no por ello deja de aportar una base sólida para relacionar a los templarios con el Grial. Aunque no se menciona a la orden por su nombre, su aparición en el poema es inconfundible. Así, Perceval, en sus vagabundeos, llega casualmente a un castillo. Este castillo no alberga el Grial, pero sí se aloja en él un cónclave de «iniciados» que obviamente están familiarizados con dicho objeto. Perceval es recibido por dos «maestres» que baten palmas y a los que se unen otros treinta y tres hombres. «Iban vestidos de blanco y ninguno de ellos dejaba de ostentar una cruz roja en mitad del pecho, y parecían todos ser de la misma edad».[5] Uno de estos «maestres» misteriosos afirma que ha visto personalmente el Grial, lo cual es una experiencia que sólo se concede a unos cuantos elegidos. Y afirma también que está familiarizado con el linaje de Perceval.
Al igual que los poemas Crétien y de Robert de Boron, el Perlesvaus da muchísima importancia al linaje. En numerosas ocasiones se califica a Perceval de «sumamente santo». En otras partes se dice explícitamente que Perceval «era del linaje de José de Arimatea» y que «este José era tío de su madre [de Perceval], que había sido soldado de Pilatos durante siete años».[6]
Sin embargo, el Perlesvaus no transcurre en tiempos de José. Al contrario, al igual que la versión de Chrétien, tiene lugar durante la época de Arturo. La cronología resulta aún más confusa porque se dice que Tierra Santa ya está en manos del «infiel», cosa que no ocurrió hasta casi dos siglos después de Arturo. Y porque, al parecer, Tierra Santa debe ser identificada con Camelot.
En mayor grado que los poemas Crétien o de Robert, el Perlesvaus es una obra de naturaleza mágica. Además de su conocimiento del campo de batalla, su anónimo autor está versado en los conjuros y la adivinación, lo que es extraño en su época. Hay también numerosas alusiones alquímicas: a dos hombres, por ejemplo, «hechos de cobre por arte de nigromancia».[7] Y en algunas de las alusiones mágicas y alquímicas resuenan los ecos del misterio que rodea a los templarios. Así, uno de los «maestres» de esta compañía vestida de blanco y parecida a los templarios le dice a Perceval: «Hay las cabezas selladas con plata y las cabezas selladas con plomo, y los cuerpos a los cuales pertenecían estas cabezas; yo te digo que tienes que hacer que venga aquí la cabeza tanto del rey como de la reina».[8]
Además de las alusiones mágicas, en el Perlesvaus también abundan alusiones que son tanto heréticas como paganas o ambas cosas a la vez. Una vez más se designa a Perceval por la apelación dualista «Hijo de la Dama Viuda». Se habla de un ritual sancionado de sacrificio del rey, lo cual resulta de lo más incongruente en un poema supuestamente cristiano. También se dice que se asan y comen niños, crimen del que popularmente se acusaba a los templarios. Y en un momento dado hay un rito singular que también evoca recuerdos de los procesos de los templarios. Ante una cruz roja erigida en un bosque una hermosa bestia blanca, de naturaleza indeterminada, es despedazada por unos lebreles. Mientras Perceval contempla la escena aparecen un caballero y una dama con vasijas de oro, recogen los fragmentos de carne mutilada y, después de besar la cruz, desaparecen entre los árboles. Entonces el propio Perceval se arrodilla ante la cruz y la besa: y llegó a él un olor muy dulce que salía de la cruz y del lugar, con el que ninguna dulzura puede compararse. Mira y ve venir del bosque a dos sacerdotes a pie; y el primero le grita: «Señor Caballero, retírate de la cruz, pues ningún derecho tienes de acercarte a ella». Perceval retrocede, y el sacerdote se arrodilla ante la cruz y la adora y se inclina y la besa más de una docena de veces, y manifiesta la mayor alegría del mundo. Y el otro sacerdote viene después y aparta al primer sacerdote por la fuerza, y golpea la cruz con la vara en todas partes y llora desconsoladamente.
Perceval le contempla con extrañeza grande y justificada y le dice: «Señor, ¡tú no me pareces ningún sacerdote! ¿Por qué haces algo tan vergonzoso?». «Señor-dice el sacerdote—, ¡nada te importa a ti lo que nosotros hagamos, ni nada sabrás de nosotros!». De no haber sido un sacerdote, Perceval se hubiera enfurecido con él, pero no tenía ánimo de hacerle mal alguno.[9]
Esta profanación de la cruz hace pensar en las acusaciones que se lanzaron contra los templarios. Pero no sólo hace pensar en los templarios. También podría reflejar el pensamiento dualista o gnóstico: el pensamiento de los cátaros, por ejemplo, que también repudiaban la cruz.
En el Perlesvaus el pensamiento dualista o gnóstico se extiende en algún sentido hasta el mismo Grial. Para Chrétien el Grial era algo no especificado, hecho de oro y adornado con gemas. Robert de Boron lo identificaba con la copa que se utilizó en la Última Cena y más adelante para recoger la sangre de Jesús. En el Perlesvaus, no obstante, el Grial adquiere una dimensión sumamente curiosa y significativa. En un momento dado un sacerdote advierte a sir Gawain: «pues no corresponde descubrir los secretos del Salvador, y también a aquellos a quienes han sido confiados les corresponde guardarlos secretamente».[10] El Grial, pues, entraña un secreto que tiene alguna relación con Jesús; y la naturaleza de este secreto es confiada a una compañía selecta.
Cuando al final Gawain consigue ver el Grial, «le parece que en medio del Graal ve la figura de un niño… alza la vista y le parece que el Graal es todo de carne, y cree ver, encima de él, un rey coronado, clavado en una cruz».[11] Y más adelante, el Grial apareció en la consagración de la misa, de cinco maneras diversas que nadie debería decir, pues las cosas secretas del sacramento nadie debería decirlas abiertamente, sino aquel a quien Dios lo ha dado. El rey Arturo contempló todos los cambios, el último de los cuales fue la transformación en un cáliz.[12]
Resumiendo, el Grial, en el Perlesvaus, consiste en una secuencia cambiante de imágenes o visiones. La primera de éstas es un rey coronado y crucificado. La segunda es un niño. La tercera es un hombre que lleva una corona de espinas y que sangra por la frente, los pies, las palmas de las manos y el costado.[13] La cuarta manifestación no se especifica. La quinta es un cáliz. En todos los casos acompañan a la manifestación una fragancia y una luz muy brillante.
A juzgar por esta crónica, el Grial, en el Perlesvaus, da la impresión de ser varias cosas a la vez, o bien algo que puede interpretarse a varios niveles diferentes. A nivel mundanal, bien podría ser un objeto de alguna clase: una copa, una escudilla o un cáliz, por ejemplo. También podría ser, en sentido metafórico, un linaje o quizá ciertos individuos que forman dicho linaje. Y es muy obvio que el Grial también podría ser una experiencia de algún tipo, muy probablemente una iluminación gnóstica como la que ensalzaban los cátaros y otras sectas dualistas del período.