La crucifixión en detalle

7) Es muy posible que Jesús engendrase varios hijos antes de la crucifixión. Si sobrevivió a ésta, empero, la probabilidad de que tuviera descendencia aumentaría aún más. ¿Hay alguna prueba de que Jesús realmente sobreviviera a la crucifixión o de que ésta fuese una farsa?

Dado el retrato que de él hacen los evangelios, es inexplicable que Jesús fuese crucificado. Según los evangelios, sus enemigos eran los intereses creados de los judíos de Jerusalén. Pero tales enemigos, si en realidad existieron, hubieran podido matarle a pedradas por iniciativa y autoridad propias, sin meter a Roma en el asunto. Según los evangelios, Jesús no tenía nada especial contra Roma y no violó la ley romana. Y, pese a ello, fue castigado por los romanos, de conformidad con la ley y los procedimientos romanos. Y fue castigado con la crucifixión, pena que se reservaba exclusivamente para los que eran culpables de delitos contra el imperio. Si Jesús fue en verdad crucificado, no puede ser que fuese tan apolítico como lo presentan los evangelios. Al contrario, forzosamente haría algo que provocaría la ira de los romanos y no la de los judíos.

Fueren cuales fuesen los delitos que motivaron la crucifixión de Jesús, su aparente muerte en la cruz está llena de incongruencia.[24] Sencillamente, no hay motivo para pensar que su crucifixión, tal como la describen los evangelios, fuera fatal. La afirmación de que lo fue merece ser estudiada más atentamente.

La costumbre romana de la crucifixión seguía una serie de procedimientos muy precisos.[25] Una vez dictada la sentencia, la víctima era flagelada, con el consiguiente debilitamiento producido por la pérdida de sangre. Luego, con los brazos extendidos, era sujetada —generalmente por medio de correas, aunque a veces se usaban clavos— a una pesada viga de madera colocada horizontalmente lo largo de su cuello y de sus hombros. Cargada con este madero, era entonces conducida al lugar de la ejecución. Una vez allí, con la víctima colgada de él, el madero era alzado y unido a un poste o pilote vertical.

Colgada así de las manos, a la víctima le resultaba imposible respirar, a no ser que los pies también estuvieran sujetados a la cruz, lo que le permitía apoyarse en ellos para aliviar la presión que sufría en el pecho. Pero, a pesar del terrible dolor, un hombre suspendido con los pies sujetados —y especialmente un hombre sano y en buena forma— normalmente sobrevivía como mínimo uno o dos días. De hecho, a menudo la víctima tardaba hasta una semana en morir: de agotamiento, de sed o, en el caso de que se utilizasen clavos, de una infección de la sangre. Esta agonía atenuada podía acelerarse rompiendo las piernas o las rodillas de la víctima, cosa que, según los evangelios, se disponían a hacer los verdugos de Jesús antes de que se lo impidieran. La ruptura de las piernas o de las rodillas no era un tormento sádico complementario. Al contrario, era un acto de misericordia, un golpe de gracia que provocaba una muerte muy rápida. Sin nada que sostuviera a la víctima, la presión en el pecho se hacía intolerable y el desgraciado se asfixiaba rápidamente.

Los eruditos modernos coinciden en opinar que sólo el cuarto evangelio se basa en la crónica de la crucifixión efectuada por un testigo presencial de la misma. Según el cuarto evangelio, los pies de Jesús fueron sujetados a la cruz —lo cual aliviaba la presión que soportaban los músculos del pecho— y sus piernas no fueron rotas. Por tanto, sobreviviría, al menos en teoría, sus buenos dos o tres días. Y, sin embargo, permanece sólo unas horas en la cruz antes de que se le declare muerto. En el evangelio de Marcos, hasta Pilatos se asombra de la rapidez con que se produce la muerte (Marcos, 15, 44).

¿Qué pudo constituir la causa de la muerte? No el lanzazo en el costado, pues el cuarto evangelio afirma que Jesús ya había muerto cuando le fue infligida esta herida (Juan, 19, 33). Sólo cabe una explicación: la muerte se produjo a causa de una combinación de agotamiento, fatiga, debilitamiento general y el trauma de la flagelación. Pero ni siquiera estos factores tenían por qué resultar fatales tan pronto. Es posible, desde luego, que sí resultaran fatales, pues, a pesar de las leyes de la fisiología, a veces un hombre muere de un solo y relativamente inocuo golpe. Pero, a pesar de ello, seguiría habiendo algo sospechoso en el asunto. Según el cuarto evangelio, los verdugos de Jesús se disponen a romperle las piernas, lo que hubiera acelerado su muerte. ¿Por qué tomarse esta molestia si ya estaba moribundo? En pocas palabras, no valía la pena romperle las piernas a Jesús a menos que la muerte no fuera en realidad inminente.

En los evangelios la muerte de Jesús se produce en un momento que resulta casi demasiado conveniente, demasiado oportuno. Se produje justo a tiempo de impedir que los verdugos le rompan las piernas. Y, al producirse precisamente en tal momento, le permite cumplir una profecía del Antiguo Testamento. Las autoridades modernas están de acuerdo en que Jesús, de modo muy descarado, tomó como modelo de su vida semejantes profecías, las cuales anunciaban la venida de un mesías. Fue por esta razón por lo que hubo que proporcionarle un asno en Betania, para que, montado en él, hiciera su entrada triunfal en Jerusalén. Y los detalles de la crucifixión también parecen pensados con vistas al cumplimiento de las proferías del Antiguo Testamento.[26]

En resumen, el aparente y oportuno «fallecimiento» de Jesús —que en el momento preciso le salva de una muerte cierta y le permite cumplir una profería— es sospechoso por no decir algo peor. Es demasiado perfecto, demasiado preciso para ser una coincidencia. O se trata de una interpolación posterior, una vez ocurrido el hecho, o forma parte de un plan cuidadosamente trazado. Hay muchas pruebas complementarias que sugieren que se trata de lo segundo.

En el cuarto evangelio Jesús, colgado en la cruz, declara que tiene sed. En respuesta a esta queja le ofrecen una esponja supuestamente empapada en vinagre, incidente que aparece también en los otros evangelios. Generalmente se interpreta que dicha esponja es otro acto de burla sádica. Pero ¿lo fue realmente? El vinagre —o vino agriado— es un estimulante temporal cuyos efectos no son distintos de los de las sales aromáticas. Se utilizaba con frecuencia en aquel tiempo para reanimar a los esclavos de las galeras. En un hombre herido y agotado, un poco de vinagre, olido o degustado, surtiría un efecto restaurador, una oleada temporal de energía. Y, sin embargo, en el caso de Jesús el efecto es justamente lo contrario. Apenas inhala o degusta la esponja, pronuncia sus palabras finales y «entrega el espíritu». Desde el punto de vista fisiológico, esta reacción al vinagre es inexplicable. En cambio, tal reacción sería perfectamente compatible con una esponja empapada, no en vinagre, sino en algún tipo de droga soporífera, un compuesto de opio o de belladona, o de ambas cosas, por ejemplo, que era algo que en aquel tiempo se utilizaba frecuentemente en Oriente Medio. Pero ¿por qué le ofrecerían una droga soporífera? A menos que el acto de ofrecérsela, junto con los demás componentes de la crucifixión, formase parte de una estratagema compleja e ingeniosa, una estratagema cuya finalidad era producir una muerte aparente cuando, en realidad, la víctima seguía viva. Semejante estratagema no sólo hubiera salvado la vida de Jesús, sino que, además, habría convertido en realidad las proferías del Antiguo Testamento sobre la llegada de un mesías.

Hay en la crucifixión otros aspectos anómalos que apuntan precisamente hacia tal estratagema. Según los evangelios, Jesús es crucificado en un lugar llamado el «Gólgota», «el lugar de la calavera». La tradición posterior intenta identificar el Gólgota con una colina estéril, cuya forma se parece más o menos a una calavera, situada al noroeste de Jerusalén. Y, sin embargo, los mismos evangelios dejan bien sentado que el lugar de la crucifixión no se parece en nada a una colina estéril cuya forma hace pensar en una calavera. El cuarto evangelio se muestra muy explícito al respecto: «Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno» (Juan, 19, 41). Jesús, pues, no fue crucificado en una colina estéril con forma de calavera, ni, para el caso, en ningún «lugar público de ejecución». Fue crucificado en un huerto en el que había un sepulcro privado o en un lugar contiguo al mismo. Según Mateo (27, 60) este sepulcro y el huerto donde estaba eran propiedades personales de José de Arimatea, el cual, según los cuatro evangelios, era a la vez un hombre rico y un discípulo secreto de Jesús.

La tradición popular describe la crucifixión como un acto público a gran escala, accesible a la multitud y presenciado por miles de personas. Y, pese a ello, los evangelios mismos sugieren circunstancias muy diferentes. Según Mateo, Marcos y Lucas, la crucifixión es presenciada por la mayoría de la gente, incluyendo las mujeres, «desde lejos» (Lucas, 23, 49). Parece claro, por tanto, que la muerte de Jesús no fue un acontecimiento público, sino privado, una crucifixión privada que se llevó a cabo en una propiedad igualmente privada. Varios eruditos modernos arguyen que el verdadero lugar de la ejecución fue el huerto de Getsemaní. Si Getsemaní era realmente propiedad privada de uno de los discípulos secretos de Jesús, esto explicaría por qué Jesús, antes de la crucifixión, era tan libre de utilizar el lugar.[27]

Ni que decir tiene, una crucifixión privada en propiedad privada deja mucho margen para el engaño: una crucifixión fingida, un ritual cuidadosamente montado. Estarían presentes sólo unos pocos testigos. Para el populacho en general el drama sólo sería visible, tal como confirman los evangelios sinópticos, desde cierta distancia. Y desde tal distancia no se hubiera podido ver con claridad a quién se crucificaba realmente. Ni si el crucificado moría de verdad.

Como es natural, semejante charada haría necesario cierto grado de connivencia y colusión por parte de Poncio Pilatos o de algún otro personaje influyente de la administración romana. Y, de hecho, es muy probable que se dieran esta connivencia y esta colusión. Sabemos que Pilatos era un hombre cruel y tiránico. Pero era también corrompido y se le podía sobornar. El Pilatos histórico, en contraposición al que nos muestran los evangelios, no hubiera desdeñado respetar la vida de Jesús a cambio de una buena suma de dinero y, quizá, de la garantía de que cesaría la agitación política.

Fuesen cuales fueren sus motivaciones, en todo caso no cabe duda de que Pilatos se ve involucrado íntimamente en el asunto. Reconoce la pretensión de Jesús de ser el «rey de los judíos». También expresa, o finge expresar, sorpresa ante el hecho de que la muerte de Jesús se produzca tan rápidamente como al parecer se produce. Y —quizá lo más importante de todo— concede el cuerpo de Jesús a José de Arimatea.

De acuerdo con la ley romana de aquel tiempo, a un crucificado se le negaba toda forma de entierro.[28] De hecho, era costumbre apostar guardias en el lugar de ejecución para que impidiesen que los parientes o los amigos se llevaran el cadáver. Sencillamente se dejaba a la víctima en la cruz, a merced de los elementos y de las aves carroñeras. Sin embargo, Pilatos, violando de modo flagrante las normas establecidas, se apresura a concederle el cuerpo a José de Arimatea. Es obvio que tal proceder indica que hay cierta complicidad por parte de Pilatos. Y puede que también indique otras cosas.

En las traducciones castellanas del evangelio de Marcos, José le pide a Pilatos el cuerpo de Jesús. El romano expresa sorpresa ante el hecho de que Jesús haya muerto, consulta con un centurión y luego, convencido ya, satisface la solicitud de José. A primera vista, todo esto parece normal; pero en la versión original en griego de dicho evangelio José, al pedir el cuerpo de Jesús, utiliza una palabra, soma, que se aplicaba únicamente a un cuerpo vivo. Pilatos, al satisfacer la solicitud, usa la palabra ptoma, que significa «cadáver».[29] Según el texto griego, pues, José pide explícitamente un cuerpo vivo y Pilatos le concede lo que él juzga, o finge juzgar, un cuerpo muerto.

Dada la prohibición de enterrar a los crucificados, también es extraordinario que a José le entreguen el cuerpo, ya esté vivo o muerto. ¿Por qué se lo entregan? ¿Qué derecho tiene José de pedir el cuerpo de Jesús? Si José era un discípulo secreto, difícilmente podía reclamar el cadáver sin revelar el hecho de que era un discípulo del muerto, a no ser que Pilatos ya estuviera enterado de ello o que hubiese algún otro factor que fuera favorable a José.

Existe poca información relativa a José de Arimatea. Los evangelios dicen sólo que era discípulo secreto de Jesús, que poseía mucha riqueza y que pertenecía al sanedrín, es decir, el consejo de ancianos que gobernaba a la comunidad judaica de Jerusalén bajo el auspicio de los romanos. También resulta obvio que José era un hombre influyente. Y esta conclusión se ve confirmada por sus tratos con Pilatos y por el hecho de que posee un terreno en el que hay un sepulcro privado.

La tradición medieval nos presenta a un José de Arimatea que es custodio del Santo Grial; y se nos dice que Perceval pertenecía a su linaje. Según tradiciones posteriores, tiene algún parentesco de sangre con Jesús y con la familia de éste. Si realmente era así, en el menor de los casos tendría algún derecho plausible a reclamar el cuerpo de Jesús, pues, aunque Pilatos no podía entregar el cuerpo de un delincuente ejecutado a un desconocido cualquiera, sí podía entregárselo, con el incentivo de un soborno, a los parientes del ajusticiado. Si José —miembro rico e influyente del sanedrín— era en verdad pariente de Jesús, tenemos un testimonio más de la genealogía aristocrática de Jesús. Y si José era pariente de Jesús, su relación con el Santo Grial —la «sangre real»— sería tanto más explicable.