La crucifixión

5) Tal como atestiguan los logros de Gandhi, un líder espiritual, si cuenta con suficiente apoyo popular, puede representar una amenaza para el régimen. Pero un hombre casado, con un derecho legítimo al trono e hijos a través de los cuales pueda establecer una dinastía es una amenaza decididamente más seria. ¿Hay en los evangelios algún indicio de que los romanos vieran semejante amenaza en Jesús?

Durante su entrevista con Jesús, Pilatos le llama varias veces «rey de los judíos». Siguiendo las instrucciones de Pilatos, también se clava en la cruz una inscripción con dicho título. Tal como argumenta el profesor S. G. F. Brandon, de la universidad de Manchester, la inscripción que se clavó en la cruz debe considerarse tan genuina como cualquier otra cosa que aparezca en el Nuevo Testamento. En primer lugar, figura, virtualmente sin ninguna variación, en los cuatro evangelios. En segundo lugar, el episodio es demasiado comprometedor, demasiado embarazoso, para ser una invención posterior.

En el evangelio de Marcos, Pilatos, después de interrogar a Jesús, hace la pregunta siguiente a los dignatarios reunidos: «¿Qué, pues, queréis que haga del que llamáis rey de los judíos?» (Marcos, 15, 12). Ésto indica que cuando menos algunos judíos se refieren realmente a Jesús como su rey. Al mismo tiempo, sin embargo, en los cuatro evangelios Pilatos también da a Jesús este título. No hay motivo para suponer que lo haga en tono irónico o burlón. En el cuarto evangelio insiste seriamente en dar dicho título a Jesús, a pesar del coro de protestas. Asimismo, en los tres evangelios sinópticos, el propio Jesús reconoce su derecho al título: «Pilatos le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices» (Marcos, 15, 2). Puede que en la traducción al castellano esta respuesta resulte ambivalente, tal vez de modo deliberado. Sin embargo, en el original en griego su significado es del todo inequívoco. Sólo cabe interpretarla del modo siguiente: «Has hablado correctamente». Y así se interpreta la frase cuando aparece en otros lugares de la Biblia.

Los evangelios fueron redactados durante y después de la revuelta de 66-74 dC cuando el judaísmo había dejado de existir como fuerza organizada de índole social, política y militar. Lo que es más: los evangelios se escribieron pensando en un público grecorromano y era necesario que este público los encontrase aceptables. Roma acababa de hacer una guerra encarnizada y costosa contra los judíos. Por consiguiente, era perfectamente natural dar a los judíos el papel de «malos» de la obra. Además, a raíz de la revuelta de Judea era imposible presentar a Jesús como una figura política, una figura relacionada de alguna forma con la agitación que había desembocado en la guerra. Finalmente, era necesario «blanquear» el papel de los romanos en el proceso y la ejecución de Jesús y presentarlos del modo más simpático que fuera posible. Así, Pilatos aparece en los evangelios como un hombre decente, responsable y tolerante que sólo a regañadientes consiente que se lleve a cabo la crucifixión.[18] Pero, a pesar de estas libertades que se tomaron con la historia, la verdadera posición de Roma en el asunto es fácil de discernir.

Según los evangelios, al principio Jesús es condenado por el sanedrín —el consejo de los ancianos judíos—, que luego lo conduce a presencia de Pilatos y pide a éste que se pronuncie contra él. Históricamente, esto no tiene ningún sentido. En los tres evangelios sinópticos Jesús es detenido y condenado por un sanedrín durante la noche de la pascua. Pero la ley judaica prohibía al sanedrín reunirse durante la pascua.[19] En los evangelios la detención y el proceso de Jesús tienen lugar durante la noche, ante el sanedrín. La ley judaica prohibía al sanedrín reunirse de noche, en casas particulares o en cualquier parte que no fuese el recinto del templo. En los evangelios el sanedrín parece no estar autorizado a dictar sentencia de muerte, lo cual sería el motivo ostensible para llevar a Jesús a presencia de Pilatos. Sin embargo, el sanedrín podía condenar a muerte por lapidación si no por crucifixión. Si el sanedrín hubiera deseado librarse de Jesús, por tanto, le hubiera podido condenar, basándose en su propia autoridad, a morir lapidado. No hubiera habido necesidad alguna de molestar a Pilatos.

Los autores de los evangelios hacen muchos más intentos de quitarle la culpa y la responsabilidad a Roma. Uno de ellos es el aparente ofrecimiento de una dispensa que hace Pilatos, su disposición a liberar al preso que elija la multitud. Según los evangelios de Marcos y Mateo, esta era una «costumbre de la fiesta de la pascua». De hecho, no era nada de eso.[20] Hoy día las autoridades en la materia están de acuerdo en que semejante política por parte de los romanos no existió jamás y que el ofrecimiento de poner en libertad a Jesús o a Barrabás es pura ficción. La resistencia de Dilato a condenar a Jesús y su sumisión a regañadientes a las presiones de la multitud parecen ser igualmente ficticias. En realidad, hubiese sido impensable que un procurador romano —y especialmente un procurador tan despiadado como Pilatos— se inclinara ante la presión de una chusma. Por otra parte, el propósito de estas ficciones es bastante claro: exonerar a los romanos, cargarles la culpa a los judíos y, por ende, hacer que Jesús fuese aceptable para un público romano.

Es posible, desde luego, que no todos los judíos fuesen totalmente inocentes. Aunque temiera a un rey-sacerdote con derecho al trono, la administración romana no podía embarcarse abiertamente en actos de provocación, actos que podían precipitar una rebelión a gran escala. Ciertamente, a Roma le resultaría más conveniente que el rey-sacerdote fuese, en apariencia, traicionado por su propio pueblo. Es, pues, concebible que los romanos empleasen a ciertos saduceos en calidad, digamos, de agentes provocadores. Pero aunque tal fuera el caso, el hecho ineludible sigue siendo que Jesús fue víctima de la administración romana, de un tribunal romano, de una sentencia romana, de la soldadesca romana y de una ejecución romana, una ejecución que, en su forma, era reservada exclusivamente para los enemigos de Roma. Jesús no fue crucificado por haber cometido delitos contra el judaísmo, sino por delitos contra el imperio.[21]