Mientras llevábamos a cabo nuestra investigación independiente, habían seguido apareciendo nuevos «documentos Prieuré». Algunos de ellos —publicados privadamente como, por ejemplo, los Dossiers Secrets, cuya circulación tenía que ser limitada— llegaron a nuestro poder por mediación de amigos que teníamos en Francia o de la Bibliothéque Nationale de París. Otros aparecieron en forma de libro, recién publicados y lanzados al mercado por primera vez.
En algunas de estas obras había información complementaria sobre las postrimerías del siglo XIX y, específicamente, sobre Bérenger Sauniére. Según una de estas crónicas puestas al día, Sauniére no descubrió por casualidad los trascendentales pergaminos en su iglesia. Por el contrario, se dice que dio con ellos porque emisarios de la Prieuré de Sion le informaron de su paradero. Estos emisarios visitaron a Sauniére en Rennes-le-Château y le reclutaron en calidad de factótum. Al parecer, hacia finales de 1916 Sauniére se peleó con dichos emisarios.[40] Si esto es cierto, la muerte del cura en enero de 1917 cobra un tono más siniestro del que generalmente se le atribuye. Diez días antes de su muerte Sauniére gozaba de buena salud. A pesar de ello, diez días antes de su muerte alguien encargó un ataúd en su nombre. El recibo del ataúd, fechado el 12 de enero de 1917, está extendido a nombre de Mane Denarnaud, confidente y gobernanta de Sauniére.
Una publicación Prieuré más reciente y, al parecer, más autorizada amplía la historia de Sauniére y diríase que confirma, al menos en parte, la crónica que hemos resumido más arriba. Según dicha publicación, Sauniére no era más que un peón y su papel en el misterio de Rennes-le-Château ha sido muy exagerado. La verdadera fuerza que había detrás de los acontecimientos del pueblo de montaña era, según se dice, el abate Henri Boudet, amigo de Sauniére y cura del cercano pueblo de Rennes-les-Bains.[41]
Se dice que Boudet proporcionó a Sauniére todo su dinero, un total de trece millones de francos entre 1887 y 1915. Y también se dice que Boudet guió a Sauniére en sus diversos proyectos: las obras públicas, la construcción de la Villa Bethania y de la Tour Magdala. Asimismo, Boudet supervisó la restauración de la iglesia de Rennes-le-Château y diseñó las desconcertantes estaciones de la cruz de Sauniére como una especie de versión ilustrada o equivalente visual de un libro críptico suyo.
Según esta reciente publicación Prieuré, en esencia Sauniére ignoró siempre el verdadero secreto que él mismo custodiaba: hasta que Boudet, a punto ya de morir, se lo confió en marzo de 1915. Según la misma publicación, Marie Denarnaud, la gobernanta de Sauniére, era en realidad agente de Boudet. Se supone que fue a través de ella que Boudet transmitía instrucciones a Sauniére. Y todo el dinero se lo pagaba a ella. O, mejor dicho, la mayor parte del dinero. Pues se dice que entre 1885 y 1901 Boudet pagó 7.655.250 francos al obispo de Carcasona, es decir, el hombre que envió a Sauniére a París con los pergaminos y que corrió con todos los gastos del viaje y de la estancia. Da la impresión de que también el obispo trabajaba esencialmente para Boudet. No hay duda de que la situación resulta incongruente: un importante obispo regional es el sirviente pagado de un humilde cura de una parroquia remota. ¿Y el párroco? ¿Para quién trabajaba Boudet? ¿A qué intereses representaba? ¿Qué le daría el poder necesario para contratar los servicios y el silencio de su superior eclesiástico? ¿Y quién le proporcionaría aquellos inmensos recursos económicos que él gastaba con tanta prodigalidad? Estas preguntas no hallan una respuesta explícita. Pero la contestación está implícita de manera constante: la Prieuré de Sion.
Una nueva obra que, al igual que sus predecesoras, parecía inspirada en fuentes de información privilegiadas arrojó más luz sobre el asunto. La obra en cuestión es Le trésor du triangle d’or (El tesoro del triángulo de oro), de Jean-Luc Chaumeil, publicada en 1979. Según Chaumeil, varios clérigos relacionados con el enigma de Rennes-le-Château —Sauniére, Boudet y muy probablemente otros como Hoffet, el tío de Hoffet en Saint Sulpice y el obispo de Carcasona— estaban afiliados a la masonería de «rito escocés». Esta variante de la francmasonería, declara Chaumeil, difería de la mayoría de las demás por ser «cristiana, hermética y aristocrática». En pocas palabras, a diferencia de muchos ritos de la francmasonería, no consistía principalmente en librepensadores y ateos. Al contrario, parece ser que era profundamente religiosa y que estaba orientada a la magia: hacía hincapié en una sagrada jerarquía social y política, en un orden divino, en un plan subyacente de índole cósmica. Y los grados más altos de dicha francmasonería, según Chaumeil, eran los grados inferiores de la Prieuré de Sion.[42]
Durante nuestras pesquisas ya habíamos encontrado una francmasonería del tipo que describe Jean-Luc Chaumeil. A decir verdad, la descripción que éste hace podía aplicarse fácilmente al «rito escocés» original que introdujeron Charles Radclyffe y sus colaboradores. Tanto la masonería de Radclyffe como la que describe Chaumeil habrían sido aceptables para los católicos devotos a pesar de la condenación del papa, ya fueran tales católicos jacobitas del siglo XVIII o curas franceses del XX. No hay duda de que Roma lo desaprobaba en ambos casos, y lo hacía de forma muy vehemente. Sin embargo, parece que los individuos relacionados con todo ello no sólo persistieron en considerarse como cristianos y católicos. A juzgar por los datos de que disponemos, también parecen haber recibido una importante y vigorizadora transfusión de fe que les permitía verse a sí mismos como cristianos en un sentido más verdadero que el del pontificado.
Aunque Jean-Luc Chaumeil se muestra tan impreciso como evasivo, da a entender de modo implícito que en los años anteriores a 1914 la francmasonería a la que pertenecían Boudet y Sauniére se amalgamó con otra institución esotérica, una institución que bien podría explicar algunas de las referencias curiosas a un monarca que aparecen en los Protocolos de los sabios de Sion, especialmente si, como insinúa Chaumeil, el verdadero poder que había detrás de esta otra institución era también la Prieuré de Sion.
La institución a la que nos referimos se llamaba la Hiéron du Val d’Or, lo cual parece una transposición verbal de Orval,[43] el sitio que figuraba repetidamente en la historia. La Hiéron du Val d’Or era una especie de sociedad secreta política fundada alrededor de 1873. Parece ser que compartía muchas cosas con otras organizaciones esotéricas de la época. Daba una importancia característica, por ejemplo, a la geometría sagrada y a varios emplazamientos también sagrados. Insistía en la existencia de una verdad mística o gnóstica debajo de los motivos mitológicos. Se advertía su preocupación por los orígenes de los hombres, las razas, las lenguas y los símbolos, tal como se advierte también en la teosofía. Y, al igual que muchas otras sectas y sociedades de la época, la Hiéron du Val d’Or era al mismo tiempo cristiana y transcristiana. Ponía de relieve la importancia del Sagrado Corazón, por ejemplo, pero lo vinculaba con otros símbolos precristianos. Procuraba hacer compatibles los misterios cristianos y paganos, tal como se decía que había hecho el legendario Ormus. Y atribuía un significado especial al pensamiento druídico, al que, como hacen muchos expertos modernos, consideraba como parcialmente pitagórico. Todos estos temas aparecen bosquejados en la obra publicada del abate Henri Boudet, el amigo de Sauniére.
La Hiéron du Val d’Or tenía que ver con nuestra investigación porque formulaba lo que Jean-Luc Chaumeil denomina una «geopolítica esotérica» y un «orden mundial etnárquico». En realidad, estas denominaciones, traducidas a un lenguaje más asequible, significaban la instauración de un nuevo Sacro Imperio Romano en la Europa del siglo XIX, un Sacro Imperio Romano revitalizado y reconstituido, un Estado secular que unificaría a todos los pueblos y que en esencia se apoyaría en cimientos espirituales en lugar de sociales, políticos o económicos. A diferencia de su predecesor, este nuevo Sacro Imperio Romano sería auténticamente sacro, auténticamente «romano» y auténticamente «imperial», aunque el significado específico de estos términos sería crucialmente distinto del significado aceptado por la tradición y el convencionalismo. Un Estado de estas características llevaría a la práctica el sueño secular de un reino celestial en la Tierra, una copia o imagen terrestre del orden, la armonía y la jerarquía del cosmos. Habría realizado la antigua premisa hermética de lo de arriba, también abajo. Y no era del todo utópico o ingenuo. Al contrario, era cuando menos remotamente factible en el contexto de la Europa del siglo XIX.
Según Chaumeil, los objetivos de la Hiéron du Val d’Or eran: una teocracia en donde las naciones no serían más que provincias, sus líderes no serían otra cosa que procónsules al servicio de un gobierno mundial oculto integrado por una élite. Para Europa este régimen del Gran Rey entrañaba una doble hegemonía del pontificado y el imperio, del Vaticano y de los Habsburgo, que serían el brazo derecho del Vaticano.[44]
En el siglo XIX, huelga decirlo, los Habsburgo eran sinónimo de la casa de Lorena. Por consiguiente, el concepto de un Gran Rey habría significado el cumplimiento de las profecías de Nostradamus. Y también habría realizado, al menos en cierto sentido, el proyecto monárquico que se bosquejaba en los Protocolos de los sabios de Sion. Al mismo tiempo, está claro que la realización de un proyecto tan grandioso habría entrañado diversos cambios en las instituciones existentes. El Vaticano, por ejemplo, seguramente hubiera sido muy distinto del que a la sazón estaba instalado en Roma. Y los Habsburgo habrían sido algo más que jefes de Estado imperiales. De hecho, se hubiesen convertido en una dinastía de reyes-sacerdotes, igual que los faraones del antiguo Egipto. O igual que el Mesías que esperaban los judíos en el alba de la era cristiana.
Chaumeil no aclara hasta qué punto los propios Habsburgo participaban activamente en estos ambiciosos planes clandestinos. Hay datos, no obstante —incluyendo la visita de un archiduque Habsburgo a Rennes-le-Château —, que parecen atestiguar cuando menos cierta participación. Pero los planes que se habían trazado, fuesen los que fuesen, se vieron frustrados a causa de la primera guerra mundial, que entre otras cosas significó el final del poder de los Habsburgo.
Tal como los explicaba Jean-Luc Chaumeil, los objetivos de la Hiéron du Val d’Or —o de la Prieuré de Sion— tenían cierto sentido lógico en el contexto de lo que habíamos descubierto nosotros. Arrojaban nueva luz sobre los Protocolos de los sabios de Sion. Concordaban con los objetivos declarados de varias sociedades secretas, incluyendo la Charles Radclyffe y Charles Nodier. Y lo más importante de todo era que se ajustaban a las aspiraciones políticas que, tal como habíamos podido comprobar, albergó la casa de Lorena a lo largo de los siglos.
Pero si los objetivos de la Hiéron du Val d’Or tenían sentido lógico, no tenían sentido político desde el punto de vista práctico. Nos preguntamos en qué se hubiesen basado los Habsburgo para reclamar su derecho de funcionar en calidad de dinastía de reyes-sacerdotes. A menos que contasen con un abrumador apoyo popular, no hubiera sido posible defender tal derecho en contra del gobierno republicano de Francia, por no hablar de las dinastías imperiales que en aquel tiempo reinaban en Rusia, Alemania y Gran Bretaña. ¿Y cómo habrían podido obtener el necesario apoyo popular?
En el contexto de las realidades políticas del siglo XIX semejante plan, pese a su consistencia lógica, nos pareció absurdo. Sacamos la conclusión de que quizás habíamos interpretado mal la Hiéron du Val d’Or. O quizás era que los miembros de la Hiéron du Val d’Or sencillamente estaban chiflados.
No tuvimos más remedio que archivar el asunto en espera de más información. Mientras tanto, dirigimos la atención hacia el presente al objeto de determinar si la Prieuré de Sion existía hoy día. No tardamos en descubrir que sí. Sus miembros no estaban chiflados y pudimos comprobar que en el siglo XX seguían un programa que se parecía en esencia al que la Hiéron du Val d’Or siguiera en el siglo XIX.