Jean Cocteau

Jean Cocteau más que Charles Radclyffe, más que Charles Nodier, Jean Cocteau se nos antojó un candidato muy improbable para el puesto de Gran maestre de una influyente sociedad secreta. Sin embargo, en el caso de Radclyffe y en el de Nodier nuestra investigación había revelado ciertas relaciones de considerable interés. En el de Cocteau descubrimos muy pocas.

Ni que decir tiene, Cocteau se crió en un ambiente muy próximo a los «pasillos del poder»: su familia destacaba en la política y su tío era un diplomático importante. Pero Cocteau, cuando menos ostensiblemente, abandonó este mundo, marchándose de casa cuando contaba quince años y sumergiéndose en la sórdida subcultura de Marsella. En 1908 ya se había labrado un nombre en los círculos artísticos bohemios. A los veinte años y pico se relacionó con Proust, Gide y Maurice Barres. También era amigo íntimo del bisnieto de Victor Hugo, Jean, con quien se embarcó en diversas experiencias espiritualistas y ocultistas. No tardó en estar muy versado en los asuntos esotéricos; y el pensamiento hermético moldeó, no sólo gran parte de su obra, sino también toda su estética. En 1912, si no antes, había empezado a tratar a Debussy, al que alude con frecuencia, si bien en forma no comprometida, en sus diarios. En 1926 diseñó los decorados para una producción de la ópera Pelléas et Mélisande porque, según un comentarista, «no fue capaz de resistirse a la tentación de ver su nombre unido para siempre con el de Claude Debussy».

La vida privada de Cocteau —que incluyó ataques de toxicomanía y una sucesión de amoríos homosexuales— fue notoriamente irregular. Esto le ha creado una imagen de individuo volátil y tremendamente irresponsable. En realidad, sin embargo, siempre fue muy consciente de su persona pública y, fueran cuales fuesen sus aventuras personales, nunca permitió que le privasen del acceso a gentes influyentes y poderosas. Como él mismo reconocía, siempre había anhelado el reconocimiento, el honor y la estima públicos, incluso la admisión en la Académie Francaise. Y procuraba ajustarse a las normas lo suficiente como para tener asegurado el prestigio que deseaba. Por consiguiente, nunca estuvo muy alejado de figuras prominentes como Jacques Maritain y André Malraux. Aunque jamás mostró un interés manifiesto por la política, denunció al gobierno de Vichy durante la guerra y, al parecer, estuvo discretamente aliado con la resistencia. En 1949 fue nombrado Chevalier de la Legión de Honor. En 1958 el hermano de De Gaulle le invitó a pronunciar un discurso en público sobre el tema general de Francia. No es el tipo de papel que normalmente se atribuye a Cocteau, pero, al parecer, lo interpretó a menudo y disfrutó interpretándolo.

Durante buena parte de su vida Cocteau estuvo asociado —a veces íntimamente, a veces de modo periférico— con círculos católicos y monárquicos. En ellos se codeaba frecuentemente con miembros de la antigua aristocracia, incluyendo algunos de los amigos y protectores de Proust. Al mismo tiempo, sin embargo, el catolicismo de Cocteau resultaba sumamente sospechoso y heterodoxo y, a lo que parece, tenía más de compromiso estético que de compromiso religioso. En la última parte de su vida dedicó mucha energía a redecorar iglesias, lo que es quizás un eco curioso de Bérenger Sauniére. Sin embargo, incluso entonces su piedad era discutible: Me toman por un pintor religioso porque he decorado una capilla. Siempre la misma manía de etiquetar a la gente.[28]

Al igual que Sauniére, Cocteau incorporaba en sus decoraciones ciertos detalles curiosos y sugestivos. Algunos de ellos son visibles en la iglesia de Notre Dame de France, en la esquina de Leicester Square, en Londres. La iglesia en sí data de 1865 y puede que en el momento de su consagración tuviera ciertas conexiones masónicas. En 1940, en el momento culminante de los bombardeos, resultó seriamente dañada. A pesar de ello, siguió siendo la iglesia favorita de muchos miembros importantes de las fuerzas de los Franceses Libres; y después de la guerra fue restaurada y redecorada por artistas procedentes de toda Francia. Entre ellos estaba Jean Cocteau, quien en 1960, tres años antes de su muerte, ejecutó un mural en el que se ve la crucifixión. Se trata de una crucifixión extremadamente singular. En ella aparecen un sol negro y una figura siniestra, verdosa y no identificada en el ángulo inferior de la derecha. Hay un soldado romano que sostiene un escudo en el que hay pintado un pájaro muy estilizado que hace pensar en una representación egipcia de Horus. Entre las mujeres que lloran y los centuriones que juegan a los dados aparecen dos figuras incongruentemente modernas: una de ellas es el autorretrato del propio Cocteau, quien, significativamente, aparece de espaldas a la cruz. Lo más sorprendente de todo es que en el mural sólo se ve la parte inferior de la cruz. Quienquiera que esté clavado en ésta sólo es visible hasta las rodillas, es decir, no se le ve la cara ni es posible determinar su identidad. Y clavada en la cruz, inmediatamente debajo de los pies de la víctima anónima, hay una rosa gigantesca. El mural, en pocas palabras, es escandalosamente rosacruz. Y lo mínimo que puede decirse de él es que se trata de un motivo muy singular para una iglesia católica.