Introducción

En 1969, cuando iba camino de los Cévennes para pasar las vacaciones de verano, quiso la casualidad que comprase un libro de bolsillo, Le trésor maudit, de Gérard de Sede. Era una narración de misterio, una mezcla ligera y entretenida de hechos históricos, misterio auténtico y conjeturas. Posiblemente el libro habría quedado relegado al olvido, como todas las lecturas de este tipo con las que matamos el ocio durante las vacaciones, si no me hubiese dado cuenta de que en sus páginas había una curiosa y manifiesta omisión.

Al parecer, el «tesoro maldito» del título lo había encontrado en el decenio de 1890 un cura de pueblo al descifrar ciertos documentos crípticos que había hallado en su iglesia. En el libro se reproducían los supuestos textos de dos de tales documentos, pero no los «mensajes secretos» que, según se decía, contenían los mismos. De ello se desprendía que los mensajes descifrados habían vuelto a perderse. Y pese a ello, como pude comprobar, un estudio superficial de los documentos reproducidos en el libro revela como mínimo un mensaje oculto. Sin duda el autor lo había encontrado. Al trabajar en su libro tuvo que prestar una atención más que fugaz a los documentos. Así pues, por fuerza habría encontrado lo mismo que yo. Además, el mensaje era precisamente el tipo de «prueba» fragmentaria e intrigante que ayuda a vender una novela «popular». ¿Por qué no lo había publicado el señor De Sede?

Durante los meses siguientes volví a ocuparme varias veces del libro, atraído por lo curioso del relato y por la posibilidad de hacer nuevos descubrimientos. Era un atractivo parecido al de un crucigrama más intrigante que los de costumbre, a lo que cabía añadir la curiosidad que despertaba en mí el silencio del señor De Sede. A medida que iba captando nuevos atisbos de significados ocultos en el texto de los documentos, sentía deseos de dedicar más tiempo al misterio de Rennes-le-Château, en vez de ocuparme de él sólo durante momentos robados a mi trabajo de escritor para la televisión. Y a finales del otoño de 1970 presenté el relato, como posible tema para un documental, al malogrado Paul Johnstone, productor ejecutivo de Chronicle, la serie histórica y arqueológica de la BBC.

Paul vio las posibilidades que ofrecía y me envió a Francia para que hablase con De Sede sobre la posibilidad de hacer un cortometraje. La semana de Navidad de 1970 me entrevisté con De Sede en París. Durante la primera entrevista le hice las preguntas que venían intrigándome desde hacía más de un año: «¿Por qué no publicó usted el mensaje oculto en los pergaminos?». Su respuesta me dejó atónico: «¿Qué mensaje?».

Me parecía inconcebible que no se hubiera dado cuenta de un mensaje tan elemental. ¿Por qué se defendía con evasivas? De pronto fui consciente de que tampoco yo deseaba revelarle exactamente qué era lo que había encontrado. Durante unos minutos seguimos enzarzados en una especie de duelo de evasivas. De este modo se hizo evidente que ambos estábamos enterados del mensaje. Le repetí la pregunta: «¿Por qué no lo publicó?». Esta vez De Sede me dio una respuesta calculada: «Porque pensamos que podría interesar a alguien como usted, impulsarle a averiguarlo por sí mismo».

Esta respuesta, tan críptica como los misteriosos documentos del sacerdote, fue la primera insinuación clara de que el misterio de Rennes-le-Château iba a resultar ser mucho más que una simple narración sobre un tesoro perdido.

Junto con mi director, Andrew Maxwell-Hyslop, en la primavera de 1971 empecé a preparar un cortometraje para Chronicle. Lo planeamos como una película sencilla, de veinte minutos, para un programa tipo «magazine». Pero a medida que trabajábamos, De Sede iba proporcionándonos más fragmentos de información. Primero fue el texto completo de un importante mensaje cifrado que hablaba de los pintores Poussin y Teniers. Era fascinante. La clave era increíblemente compleja. Nos dijeron que la habían descifrado, utilizando ordenadores, los expertos del departamento de cifrado del ejército francés. Mientras estudiaba las circunvoluciones de la cifra, llegué a la conclusión de que esta explicación era sospechosa, por no decir algo peor. Consulté con expertos en cifrado del espionaje británico. Estuvieron de acuerdo conmigo. «La cifra no presenta un problema válido para un ordenador». Así pues, era indescifrable. Alguien debía de tener la clave en alguna parte.

Y entonces De Sede dejó caer la segunda bomba. Habían encontrado una tumba parecida a la que se ve en Les bergers d’Arcadie, el famoso cuadro de Poussin. De Sede dijo que nos mandaría detalles «tan pronto como los tuviera». Al cabo de unos días llegaron las fotografías y se hizo obvio que nuestro cortometraje sobre un pequeño misterio local había empezado a adquirir dimensiones inesperadas. Paul decidió dejarlo y en su lugar hacer una película larga para Chronicle. Ahora tendríamos más tiempo para investigar y más «tiempo de pantalla» para explorar el asunto. La transmisión fue aplazada hasta la primavera del año siguiente.

The Lost Treasure of Jerusalem?[1] fue presentada en febrero de 1972 y provocó una fuerte reacción. Comprendí que había encontrado un tema de arrollador interés no sólo para mí, sino también para muchísimos espectadores. Seguir investigando no estaría de más. En un momento u otro habría que hacer una segunda película. En 1974 ya había reunido gran cantidad de material nuevo, y Paul encargó a Roy Davies que produjera mi segunda película para Chronicle: The Priest, the Painter and the Devil. Una vez más la reacción del público demostró hasta qué punto el relato había captado la imaginación popular. Pero era ya tan complejo, sus ramificaciones llegaban tan lejos, que me di cuenta de que la investigación detallada empezaba a escaparse rápidamente de las posibilidades de una sola persona. Había que seguir demasiadas pistas distintas. Cuanto más investigaba en una dirección, más consciente era del abundante material que quedaba olvidado. Fue entonces, en esta coyuntura desalentadora, cuando la casualidad, que me había proporcionado el tema de manera tan fortuita, se aseguró de que el trabajo no quedara atascado.

En 1975, en una escuela de verano en la que ambos dábamos clases sobre aspectos de la literatura, tuve la gran suerte de conocer a Richard Leigh. Richard es novelista y autor de narraciones cortas, ha cursado estudios superiores de literatura comparada y posee un conocimiento profundo de historia, filosofía, psicología y esoterismo. Durante varios años había dado clases en universidades de los Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña.

En los ratos libres que nos dejaban nuestras clases en la escuela de verano hablamos largo y tendido de temas de interés mutuo. Hablé de los caballeros templarios, que habían desempeñado un papel importante en el trasfondo del misterio de Rennes-le-Château. Con gran contento vi que esta misteriosa orden medieval de monjes-guerreros interesaba profundamente a Richard, quien ya había investigado su historia. En un abrir y cerrar de ojos se esfumaron los meses y meses de trabajo que yo creía que me esperaban. Richard pudo responder a la mayoría de mis preguntas y se mostró tan intrigado como yo ante algunas de las aparentes anomalías que yo había descubierto. Y lo que es más importante: también él se percató de la fascinación y la importancia del proyecto de investigación en que me había embarcado. Se brindó a ayudarme en el aspecto relativo a los templarios. Y me presentó a Michael Baigent, un licenciado en psicología que recientemente había dejado su brillante carrera de periodista gráfico para reunir datos sobre los templarios con vistas a una película que tenía pensada.

De haberlos buscado deliberadamente, no creo que hubiese encontrado dos colaboradores más preparados y simpáticos con los que formé un equipo. Después de años de labor solitaria, el ímpetu que dieron al proyecto mis nuevos colaboradores fue estimulante. El primer resultado tangible de nuestra colaboración fue la tercera película para Chronicle sobre el tema de Rennes-le-Château, The Shadow of the Templars, que fue producida por Roy Davies en 1979.

El trabajo que hicimos para dicha película por fin nos permitió ver los cimientos ocultos sobre los que se había edificado todo el misterio de Rennes-le-Château. Pero la película sólo podía aludir muy por encima a lo que empezábamos a percibir. Debajo de la superficie había algo más asombroso, más significativo, de una pertinencia más inmediata de lo que creíamos cuando comenzamos a trabajar en el «intrigante misterio» del sacerdote francés y lo que encontró en un pueblo de montaña.

En 1972 cerré mi primera película con las palabras: «Algo extraordinario está esperando a que alguien lo encuentre…, y será encontrado en un futuro no muy lejano».

El presente libro explica en qué consiste ese «algo» y cuan extraordinario ha sido su descubrimiento.

17 de enero de 1981

Henry Lincoln